Holaaa.

Vengo por aquí a saludar, a decirles que estoy muy agradecida por los comentarios y que me encanta la acogida que ha tenido mi historia, especialmente con los lectores (y comentarios) nuevos. Con esto me ha surgido un miedo, ¿han leído el primer fic? Es una pura curiosidad, e igual lo recomiendo para entender mejor la historia. Por otra parte, ya he respondido los comentarios por el interno, no es necesario responder, simplemente no quería parecer grosera al dejarlos, por así decir, en visto.

Una idea me ha estado rondando la cabeza: crear un blog para publicar las historias. ¿Qué les parece? Algunos ya lo sabrán, pero para los demás, yo he publicado una novela y entré a Fanfiction para crecer como escritora, ya que siento que debo darles a mis textos una mayor trascendencia y profundidad; no se confundan, mi novela, que es muy bonita y romántica, es más un tipo de lectura ligera.

En fin, muchas gracias por leer, nos vemos el lunes.

0oOo0

—¡Suéltame papá! —susurró Alec lo más fuerte que pudo al querido Rodolphus, quien, frente a todos en la estación Kong Cross, le arreglaba el cabello.

—¿Tengo yo la culpa de qué no te peines? —gruñó el mortífago de una forma muy paternal, lo que me causó gracia. Sujeta a mi baúl, Elena puso su mano en su boca, tragándose la risa. Neville, a nuestro lado, sí rió, pero entre dientes. Por lo menos, esa humillación de Alec sirvió para relajar los ánimos de tener a un Longbottom y a un Lestrange adulto tan cerca —. Tu mamá te lo dijo anoche, bien peinado y limpio, ¡pero no! —alargó el «no» terminando de arreglar el cabello ondulado de su hijo —. Listo, ya está, ¿mucho problema?

—¡Sí! —lo acusó Alec con rabia —. Pasaré mis años escolares sin novia y será por culpa de este momento.

Reventé como un globo y empecé a reírme, coreado por Rodolphus.

—Bah —se relajó el hombre antes de tornarse serio —. ¿Tienes todo? ¿Te hace falta algo? ¿Libros, dinero, uniformes?

—Sí, papá —respondió Alec rodando los ojos. Con razón el chico prefería que mi padre nos llevase a la estación, mas él se ocupó en el castillo, por lo que tuvo que ser Rodolphus quien nos acompañara.

—A mí no me hables en ese tonito —lo riñó el mortífago dándole un golpe muy suave en la mejilla a su hijo —. ¿Y usted, joven señor? ¿Se le queda algún artículo?

—No, Rodolphus, gracias.

—Perfecto —no me molesté porque él obviase a Neville y a Elena; mi amigo gordito no era problema suyo y a Elena ninguno de los hombres del castillo de papá le hablaba para no «ofenderme al dirigirse a mi legítima propiedad» —. Suban ya o el tren los dejará y tenga por seguro que en las casas no los vamos a recibir —bromeó.

—Por supuesto, Rodolphus.

—Uh-hum.

—Sí señor.

—Adiós papá —con un beso en ambas mejillas, Alec se despidió de su progenitor —. ¡Fue tan vergonzoso! —se quejó el moreno al encontrarnos en el vagón.

Los tres estallamos en risas.

—Amigo, hasta ahí llegó el respeto por el apellido Lestrange —solté.

—A tu papito le faltó limpiarte detrás de las orejas —se burlaron algunos de los que entraban en el vagón detrás de nosotros. Alec gruñó.

—¡Mi papá es un jodido asesino en masas! —les gritó caricaturescamente, estirándose al máximo.

Traté de no reír camino a un compartimiento al azar. Mi decisión silenció a Elena, pero no a Neville, que se ganó un golpe en el brazo por parte de Alec.

—¡Auch! ¡Oye! ¡No es mi culpa que tu papá sea tan… papá! —y lució repentinamente perturbado —. Creo que todos esperábamos que te diese un libro de venenos, no que fuese así.

Alec se sonrojó de nuevo, acomodando con su varita el baúl de Neville, yo me pegué a la paranoia y viajaba con el mío reducido en mi bolsillo.

—Son padres más o menos normales —se justificó tirándose en uno de los asientos. Elena ocupó un puesto junto a mí y Neville se hizo delante de mí, al lado de la ventana, por donde algunas personas se me quedaban viendo.

—¿A ti nadie te acompañó? —pedí a Neville.

—Sí, mi tío me dejó en la estación, pero se fue a trabajar.

Fruncí el ceño. Qué extraño.

—¿No se quedó a ver que estuvieses dentro del tren? —Neville negó, confuso. Decidí no hacer comentarios al respecto y volteé mi vista a Elena, que sujetaba su mochila de cuero sobre sus piernas, era su único equipaje —. ¿Nerviosa?

—Un poco, amo. Dice usted que en Hogwarts hay muchos alumnos.

—Sí, centenas.

—Este año no —intervino Alec, viéndome directamente —. Aumentó la cantidad de estudiantes.

—Es cierto —añadió Neville — Lo dijo El Profeta, muchos niños de los orfanatos cumplieron once años antes de este verano, Hogwarts tuvo problemas económicos para suplir los implementos básicos de todos ellos. Llegamos a los mil estudiantes.

—Yo me enteré que organizaciones sin ánimo de lucro donaron libros y uniformes nuevos —agregué. Los orfanatos mágicos, el plan de papá, empezaba a rodar con fuerza.

—Incluso se comentó que Hogwarts necesitaría más docentes, porque la cantidad de alumnos se incrementará —mencionó Neville con cierta duda —. La Orden del Fénix habla al respecto.

—¿Sobre los huérfanos? —me interesé de inmediato.

—Sí… nadie entiende de donde aparecen tantos niños.

Y por el rostro de mi amigo, él no tenía la menor idea. Igual sondeé su mente desprotegida: era sincero.

—Será interesante tener a esos mocosos sin ascendencia en Slytherin.

Alec me miró.

—La jerarquía se alterará dentro de unos años, demasiada competencia.

Bufé.

—Si los sangre pura no son capaces de mantenerse en la cima con una década previa de educación, será su propia culpa que el supuesto poder que mantienen en Hogwarts se los arrebate unos hijos de nadie.

Pudiera que mi frase fuese muy dura para Neville, pero Alec asintió, de acuerdo conmigo; Elena no se inmutó, ella continuaba con su trabajo de bordar una compleja marina en una tela blanca punto de cruz. Mi tiempo con mi esclava me sirvió para decidir algo fundamental: el producto o servicio que desarrollase para emplear los 100 galeones de papá, se destinaría al mercado femenino. Simplemente, ellas eran demasiado consumistas, ¿o qué título se le otorgaba a una persona que necesitaba tres tipos de crema diferentes, pero que realizaban la misma función? Y ni empezar con la ropa, las telas y los productos para el cabello, porque, al lado de Elena, Draco era un vulgar cavernícola.

… no, tampoco así, el kit mañanero del rubio competía contra el de mi esclava, lo que resultaba bastante extraño.

Al comentarle a papá mi interés en el mundo de la belleza femenina, papi asintió lentamente, frunciendo el ceño de forma pensativa. «Es un mercado competitivo y que requiere de continuos cambios», determinó, «pero genera dinero, blanco o negro es un mercado efectivo».

Bien, llegué al punto de inicio, productos femeninos, perfecto, pero… ¿y qué producto?

—¿Leyeron los libros nuevos? ¿Los de idiomas?

—Sí —respondí a Neville, aun viendo por la ventana. De repente, recordé el vacío en mi maleta —. ¿Ustedes compraron los libros de defensa?

—Claro.

—Sí, joven señor.

Fruncí el ceño y los miré. Elena continuaba en su trabajo, que tomaba formas interesantes. Con un hilo naranja retacaba a un pez payaso en medio de las algas largas y las burbujas azules.

—Papá no me permitió comprarlos, dijo que era tirar el dinero.

Increíblemente, Neville y Alec rieron a la par.

—Mamá expresó lo mismo al leer la carta de Hogwarts, mas sí me los permitió adquirir.

—Mi abuela casi me matricula en Beauxbatons —y los ojos cafés de Neville se ensombrecieron —. Supe que la señora Weasley tuvo problemas para adquirirlos, pero no lo oyeron de mí.

—No necesitas ni aclararlo, los Weasley son demasiado pobres y estos libros muy caros.

—¿Cuántos eran?

—Toda la colección, media docena.

Silbé por lo bajo, mucho.

—¿Son interesantes? —pedí. Con la negativa de papá, yo no podría ordenarlos por correo, ya que al ser menor de edad se copiaban mis facturas y se enviaban a él, pero tal vez Neville o Alec me permitiesen leer los suyos.

—Es diarrea escrita, joven señor —aseveró Alec —. No valen la pena.

Asentí, confiando en él. Neville, no obstante, mantuvo un semblante sombrío.

—¿Qué? —pedí.

—Recordé algo —musitó, desviando la vista al trabajo de Elena, antes de, velozmente, mandar sus ojos a la ventana —. Este año se matricula en Hogwarts Nathaniel Potter, tu, er, medio hermano.

Mi esclava mantuvo su hilo estirado más tiempo de lo debido, constatando que ella se sorprendió con lo dicho tanto como yo.

—¿La señora Potter tuvo más hijos? —pedí.

—Sí, Nathaniel, James y las gemelas.

Tres partos, cuatro hijos. Cuatro medio hermanos que no conocía.

—Bien por ella —solté y empecé a hablar sobre la materia de lenguas muertas, lo que desvió el interés general por mi señora madre y su familia.

El viaje fue más movido cuando Neville sacó su baraja de naipes explosivos, añadiendo las apuestas al juego tras la compra en el carrito, con lo cual perdí dos ranas de chocolate, pero gané empanadas de calabaza y caramelos ácidos que compartí con Elena, hasta que ella casi los escupe al darse cuenta del significado de «ácido».

Con todo eso, no se creó incomodidad cuando mis dos compañeros abandonaron el compartimiento a favor de ir a cambiarse al baño. Yo no me atrevía a desnudarme por completo delante de Elena, pero la ropa interior me parecía un límite justo.

—¿Su uniforme es siempre el mismo?

—Sí.

Ella hizo una mueca.

—¡Qué aburrido!

Yo le sonreí.

—¡Qué simple! —rebatí arrancándole una sonrisa. Elena rió y cambio el color de su hilo. El bordado era estupendo y del tamaño de un libro de texto —. ¿Qué harás con esto al acabar?

—¿Le gusta? —brincó emocionada ante la sugerencia de que apreciaba su arte.

—Por supuesto. Me recuerda a mi casa del árbol.

Elena y yo la visitamos, la que era mar, pero ella no se zambulló porque no sabía nadar.

—Fue en lo que me inspiré. Si se sumerge la cabeza nada más, se logran ver los peces. ¿Puedo enmarcarlo y colocarlo en la habitación que me cedió su señor padre?

—Por supuesto —acepté amarrándome los cordones de los zapatos —. Y mientras tanto, ponlo en el dormitorio, se verá fantástico.

—¡Gracias amo!

Fue al momento de bajar del tren que tuvimos nuestro primer problema: los prefectos regañaron a Elena por no usar el uniforme de Hogwarts.

—Ella no es alumna aquí —expliqué sin detener mi andar por el suelo empedrado. Alec iba a mi lado, Neville me adelantó unos pasos y Elena permanecía a un metro de mí, como, aprendí, le indicaba su educación.

—¿Quién es ella? —insistió el prefecto de Hufflepuf, un chico alto y apuesto con cabello color miel.

—El director Dumbledore sabe de ella, él dio su permiso —contestó Alec —. Aquí hay un carro, joven señor.

Y con cierta resignación, el prefecto se retiró. Un prefecto Weasley intentó frenarnos en la entrada al castillo, pero varios chicos mayores de Slytherin lo empujaron «accidentalmente», distrayéndolo de nosotros. Yo mantuve mi palabra y no hablé con el hermano de Ron.

Con solo los viejos conocidos de siempre en las mesas, avancé riendo con Alec y despidiéndome de Neville para ocupar un puesto al final de la mesa de Slytherin. Tuve la precaución de que mi posición le diese la espalda a la pared y no al alumnado; el medallón caribeño de papá lo cargaba todos los días, sumado a eso, a mí y a Alec, la probabilidad de que los alumnos me hirieran era mínima, pero con un intento de asesinato tuve suficiente, además, para mi sorpresa absoluta, el sentimiento de protección que me generaba Elena me obligaba a ser precavido. Sin magia, ella permanecía indefensa, hasta un primer año podría dañarla.

Fue interesante ser consciente de tener que cuidar de otro ser humano. Ni siquiera a Hedwig me apegué, pero el permanecer cada instante con Elena me condicionó a medir mis acciones para beneficiarla. Y era agotador, nunca antes estuve tanto con una persona. Al principio era genial, luego cansado y después me adapté, pero esperaba pronto poder estar solo.

—En seguida vienen los primeros años —nos sobresaltó el anuncio innecesario del director Dumbledore —. Sé que hay una señorita entre nosotros sin el uniforme de Hogwarts, lo explicaré con todos los alumnos presentes. Esperemos, por favor.

—No lo mires a los ojos —le indiqué a Elena. Mi advertencia no servía para nada, la mente de la rubia era impenetrable, salvo para mí, ni papá podía entrar gracias al poderoso sello de esclavitud que se le asignó a ella de pequeña, sello que tomó valor en el momento de realizar la ceremonia que la enlazó a mí como esclava. Aun así, no estaba de más que Elena se advirtiera sobre el director Dumbledore.

—Como ordene, amo… creo reconocer a los chicos que fueron llevados a la sala de su padre.

Y siguiendo los ojos de Elena, me topé con los vistazos temerosos de Pansy. Davis, a su lado, la codeaba para que no me mirase; salvo la morena, solo Draco lucía interesado en mí, pero él permanecía con una mirada de profundo desprecio. Le tendría que avisar sobre él a mi padre, Draco no debería ser un mortífago, no con lo individual y orgulloso que se mostraba, claro que yo también querría matarme si supiese en lo que se encontraba mi hermana.

Margaux esa mañana se despidió de mí, los golems serían instaurados en un par de día, ella quedaría abandonada salvo por la comida que los elfos domésticos materializaban para ella. Según Katherine, la esclava hermana mayor de Elena que Lord Kozlov le vendió a mi padre por cuatro millones de galeones, el golem con mi forma violaría a Margaux dentro de dos días, el viernes a media noche, para ser exactos.

Le gustará, señorito, me aseguraré de ello, me susurró ella a mi oído masajeando mis hombros. Mi padre le había dicho que me mantuviese feliz, lo dijo frente a todo el mundo el día que la recibió. Una más para la colección, cita exacta de Barty.

Fue entretenido oír la canción del Sombrero Seleccionador, así como observar la selección de alumnos. Efectivamente, muchos de los niños eran «sangre sucia», la ceremonia fue larga ya que eran al menos 30 primeros años. La repartición entre las cuatro casas permaneció pareja, vi que los mayores recibían con los brazos abiertos a los chicos que se sabía, debido a los apellidos monótonos que otorgaba el ministerio a los huérfanos, que eran eso, huérfanos.

—Potter Nathaniel.

Una multitud de ojos se bandeó entre nosotros dos, incluyendo a maestros. Nathaniel incluso tuvo el atrevimiento de no ir directamente a la silla, sino que me buscó entre los alumnos desde el estrado. Yo lo examiné también, intentado dar con similitudes físicas entre nosotros, pero no las hallé. Ojos avellanas, piel bronceada, cabello castaño claro.

—Él salió una copia al carbón de su padre —me comentó Alec una vez que Nathaniel se cubrió la cabeza con el Sombrero Seleccionador.

—¿El señor Potter?

—Sí, joven señor, James Potter.

—¡Gryffindor!

Fue curioso, pero Nathaniel bajó sumamente molesto del taburete. No lo miré más, pero él a mí sí, me informó Alec. El director Dumbledore tomó la palabra al finalizar la selección, le dio la bienvenida a los nuevos, presentó a los maestros y al profesor de defensa, un hombre rubio y sonriente que usaba una capa azul claro; de inmediato él me dio mala espina, me recordaba demasiado al lambón del señor Rata, que solo era así por cobarde.

—Como punto final, ya hemos notado que hay una jovencita sentada con los Slytherin que no porta el uniforme de la escuela, ¿cierto? —tras los cabeceados y los vistazos a Elena, el director continuó —. Voy a explicar esto de la forma más suave posible. ¿Ustedes conocen el significado de la esclavitud? Bueno, es cuando una persona se halla sujeta a otra, careciendo de derechos humanos y de libertad. Lamentablemente, existen lugares en el mundo donde esta práctica aún se sostiene, sin limitarse, como se suele asociar, a las personas de piel oscura. Uno de estos países es Rusia, de donde procede… ¿señor Riddle?

—Elena —exclamé para que él me alcanzara a oír.

El director Dumbledore asintió.

—Elena. Correcto. Inglaterra Mágica salió recientemente de la Unión Europea Mágica, que es una entidad aparte a la muggle. Al salir, la esclavitud volvió a ser legal en este país —y apretando los labios, el director suspiró —. Basado en este descuido constitucional, un hombre ruso amigo del padre del señor Riddle, que creo que todos conocemos, para los nuevos, hablamos de Ustedes-Ya-Saben-Quien, creyó prudente regalarle al señor Riddle en su cumpleaños una esclava, que es, de hecho, una de sus propias hijas.

Sentí las uñas de Elena clavarse en mi mano cuando me apretó la extremidad. Más que un cuchicheo chismoso, los estudiantes explotaron en comentarios desenfrenados a baja voz.

—Calma —le susurré a la rubia que, fuera de su mano cortándome la circulación, mantuvo un rostro aplomado y una figura serena.

—Para mi admiración, el propio padre de Harry no se halló muy cómodo con este obsequio, así que realizó un ritual infantil entre los dos… pues niños —aquí sonó algo enojado —, por lo cual la señorita Elena no puede distanciarse del joven Riddle, debido a eso ella se encuentra aquí en Hogwarts. A partir de hoy, la esclava Elena permanecerá con nosotros, pero no como estudiante, sino en calidad de acompañante. Les advierto, que sea una esclava no significa que ustedes podrán tocar, insultar o molestar a esta niña. La persona que agreda a Elena de alguna forma, tenga por seguro que será castigado ejemplarmente, quien recurra en este acto será expulsado.

—Wow —murmuró Alec por lo bajo.

Sí, wow. El director iba enserio.

—Y usted, señor Riddle —me miró fijamente con sus ojos azules por sobre el marco de sus gafas —. No me importa lo que diga la ley y el reglamento de Hogwarts, usted no podrá lastimar o disciplinar a esta niña.

—Claro, claro.

—Y usted, señorita —se tornó un tanto más benévolo. Elena igual me lastimaba la mano con la fuerza que ejercía —. Debido a su enlace mágico, compartirá habitación con el señor Riddle, pero si ocurre algo que no le agrade o que le moleste, no dude en acudir con un docente o conmigo. Es todo. Por favor, disfruten el banquete.

Y finalizada tal frase, la cena apareció en las mesas. El menú era variado, pero me resultó difícil disfrutar de los alimentos. De repente, y por medio propios, me convertí en el flanco favorito de las miradas de horror, asco y odio. Nadie lucía feliz por la esclava, ni los nacidos de muggle, ni muchos de los magos mestizos y sangre pura, estos últimos porque no olvidaban que, en el fondo, yo no era más que un bastardo sangre sucia con mucha suerte. ¿Cómo me llamó Elena? … ah, el hijo de un hombre rico.

Elena si logró comer ensalada y un trozo pequeño de pastel, mas lucía muy sobrepasada con la situación. Su largo cabello le ocultaba el rostro de alumnos a su izquierda, pero su perfil derecho, a mi lado, permanecía descubierto.

—Joven señor, debería probar la tarta de nueces —me recomendó Alec, sutilmente indicándome que comiera algo.

Se me hizo eterno el tiempo que duró el himno a la escuela, especialmente porque los gemelos Weasley lo alargaron lo más que pudieron. Muchos los consideraban sumamente divertidos, yo no, no tanto.

Elena soltó mi mano al iniciar la marcha a la sala común.

—No puedes decirle a nadie donde queda, es un secreto, las otras casas tampoco nos dicen dónde están las de ellos —le expliqué en el trayecto, yendo rezagados; me adapté a tener que hablar con alguien a mis espaldas.

Noté que algunas de las chicas mayores miraban a Elena con curiosidad, fueron las más gentiles, los otros la veían con pena o… igual que si fuese un oso calvo. Unos chicos de Gryffindor no mostraron sutileza al apreciar el cuerpo de la rubia, lo que me enfadó bastante. Aprendí que ella no podía alzar la voz o defenderse cuando las miradas indiscretas le caían encima, lo único que debía hacer era mantener la boca cerrada y tomarlo como un cumplido.

—¿Hay una llave? —curioseó. Su voz soprano llamó la atención de muchos, incluido Alec, quien, en tantas tardes en el parque y visitas esporádicas, jamás la había oído hablar.

—No, no exactamente… ¿sí? —parpadeé inocentemente a la muchacha de Slytherin que se nos acercó un poco. Nuestros compañeros la observaron con detenimiento y cierta suspicacia. La mayoría de los que nos rodeaban eran parientes directos de mortífagos.

—Lo siento Riddle —habló tímidamente —. Es que quería saber… ¿ella se blanquea el cabello?

—¿Eh? —soné como un tonto, porque algunas chicas no se aguantaron el resoplido —. Pues, no sé, pregu… —me frené en seco, «pregúntale a ella» no era un opción viable —. Elena, responde.

Mi esclava me miró, luego a la chica de un cabello rubio oscuro que causó tal conmoción. En ningún momento dejamos de caminar por los pasillos de Hogwarts, distanciados ya de las demás casas.

—Es mi tono natural, pero lo incremento con baños en leche de unicornio.

—Uff.

—Mierda.

—¡Qué desperdicio de dinero! —se burló Alec, también con asombro.

¿Leche de unicornio? Hasta papá se quebraría con eso. Lord Kozlov debía de ser ultra rico.

—Ah, gracias —y con una mueca de tristeza, la muchacha mayor se retiró desilusionada.

En la sala común nos aguardaba el profesor Snape en compañía de una elfina anciana.

—Buenas noches, profesor —coreamos.

—Buenas noches —habló en su usual voz baja, pero entendible —. Habrá algunos cambios para los de segundo año. Malfoy, compartirás habitación con Nott y Goyle —no obvié la mueca de Draco —, la señorita Elena irá a la habitación del señor Riddle. Es la única fémina que puede ingresar al ala de los hombres, por lo mismo, el colegio ha asignado a esta elfina para su protección. No olviden, caballeros, que cualquier agresión a esta niña es un ataque directo al señor Riddle, lo que significa que, debido a que él es un menor de edad, el honor de la esclava se lo cobrará el padre de Riddle. ¿Necesito aclarar más?

Un escalofrío los recorrió a todos, incluso a mis compañeras.

—No, profesor.

—Perfecto. Esclava Elena, la elfina se llama Flor —ansiosamente, Elena me miró a mí. ¿Qué? —. Tiene que darle permiso para que hable conmigo, señor Riddle —me recordó el maestro.

—Ah, sí —vacilé —. Respóndele —ordené.

—Muchas gracias, señor Snape.

Y avanzando con Elena y la elfina, aprovechando que los demás se desperdigaron por ahí a hablar y charlar, siendo los de primer año los únicos que entraban a las habitaciones, medité en cómo solucionar aquel problema del habla.

Mi habitación cambió, se encontraba bajando unas escaleras, por un pasillo extraño y oscuro, pero muy limpio. Alec me explicó, corriendo hasta nosotros, que solo los primeros años dormían en la parte superior, que a los últimos años les correspondían las habitaciones al fondo y los de 2, 3 y 4 año íbamos al sótano.

—¿Eso quiere decir que la ventanita al lago se perdió?

—No, joven señor. Todas las habitaciones tienen una, la luz es necesaria —y sonrió. Su rostro moreno, iluminado por las antorchas, se me entrevió maduro; cada día Alec se parecía en demasía a su papá —. Mientras más abajo, más fauna y flora del lago, incluso en ocasiones sirenas, pero jamás las he visto personalmente.

Elena se mordió un labio, animada. Mi esclava iba vestida muy ligero para el frío aire que se movía por el corredor del sótano, pero ella no se molestó. El sótano se dividía en varios corredores, uno para cada año, indicado por una tabla dorada que también daba el número de cuarto y sus integrantes.

—¿Me acompañarás este año, Alec?

—Si así gusta, joven señor.

Miré a mi amigo. Ese subnivel era helado en verano, no imaginaba lo que sería dormir en el suelo en pleno noviembre o diciembre. Pero, me recordó mi mente, muchas veces su presencia fue lo único que me permitió dormir.

—No si no lo veo necesario —resolví —. Gracias Alec.

Él hizo su usual reverencia.

—Permiso, joven señor.

—Buenas noches Alec —murmuré. A lo lejos se oían más pasos, por lo que me apresuré a entrar al pasillo de mi año. Elena estaba ya nerviosa e incómoda, los alumnos de Hogwarts eran críticos injustos ante nosotros, los diferentes.

—Señorita Esclava, hasta aquí la acompaño —habló la elfina con una voz rota —. En la privacidad de la habitación, su seguridad cae en las manos de su amo.

—Por supuesto —asintió Elena, sonriendo amistosamente a la elfina —. Gracias, Flor.

Con un asentimiento y un rostro tranquilo, la creatura se marchó.

Mi nueva habitación era muy distinta a la que compartí con Draco y yo dudaba que ese cambio se diese únicamente por el paso de un grado a otro. Primeramente, era más grande, tenía una ventana de piedra inmensa, un escritorio al otro lado de la habitación, lejos de su luz, pero con una lampara propia; bajo la ventana se colocó una mecedora de madera y a los pies de esta un cesto de mimbre abierto que dejaba entrever bolas de lana de diferentes colores y grosores. Una de las camas mantenía los colores de mi casa, la otra se decoró en colores pasteles, con mucho rosa y lila.

Enteramente el suelo se cubría con una alfombra gris oscuro y una de las esquinas de la habitación, junto a la cama, muy obvia, de Elena, era una zona blanca: la estantería de ropa era blanca y grande, inmensa, con gaveteros debajo de madera clara, y un mueble esquinero que guardaba frascos y cosas coloridas, como plumas y botones, cortesía de la escuela, asumí.

—Es precioso —jadeó Elena.

Si el objetivo de Dumbledore era brindarle a ella una zona personal y enteramente suya, lo logró.

—Te encantará el baño. Es por esa puerta.

El cuarto de baño también fue alterado. Manteniendo su estructura base, la parte correspondiente a Elena era más femenina y suave, con un ramo de rosas rojas y un joyero de plata.

Elegí guardar mi ropa y libros en la mañana, con tiempo, yo ya estaba cansado. Elena no tuvo reparos en adaptarse a mi petición y se apresuró a cambiarse en su pijama, extraída de entre mi ropa. Fui yo quien mantuvo el pudor y apartó los ojos, mas por Elena no existían inconvenientes en cambiarse delante de mí. Era igual cada día, por lo que me hallaba acostumbrado a darle la espalda. En cambio, si se lo pedía, ella sí respetaba mi decisión de no mirarme cuando tuviese que cambiar mi ropa interior en las mañanas. Esa noche me puse mi pijama encima de mis calzoncillos.

—¿Dónde desea que duerma, amo? —me pidió Elena, indecisa entre las dos camas.

—¿Dónde quieres dormir? —contraataqué.

—Con usted —dijo de inmediato, mirando con inquietud su cama.

Claro, claro, lejos de su país, en tierra ajena, en un lugar posiblemente hostil, lo conocido era lo más fiable. Aprendí que Elena se mantendría cerca de mí por su propia seguridad, ella aplicaba el dicho de «mejor malo conocido que bueno por conocer». Yo nunca dejaba de rememoran mi charla con Rabastan, indirectamente esta aparecía en mi cerebro. Amable y dulce, pero complaciente por deber, con Elena no se podía adivinar el por qué era tan querida conmigo, si por lo bien que la trataba o por su labor, o incluso una mezcla de ambos elementos.

Esa noche dormimos en la misma cama, cada uno abrazado a su peluche.