Mi primera clase se dictaba en el segundo piso, encantamientos. Empaqué en mi mochila un cuaderno, los libros de encantamientos e historia, mi estilográfica y un tintero con tinta «calamar», de color purpura oscuro, casi negro. Elena hizo su propia maleta con un sencillo bolso de mano beige. Para cuando yo desperté, ella ya usaba un vestido largo y floreado, muy alegre, con sandalias marrones y su extenso cabello alejado de su rostro con una sencilla trenza que solo tomaba los mechones que le tapaban el rostro; Elena finalizó su maquillaje ligero, compuesto por un rubor rosa pálido y un brillo de labios, en lo que yo me vestí.

(Ok, me informé de la cultura rusa. En base a testimonios de mujeres rusas que hablan español, en Rusia existe un problema social porque hay demasiadas mujeres, lo que genera actitudes machistas por parte de los hombres, ya que ellas se fuerzan a verse mejor que las otras para poder destacar y conseguir un matrimonio. Algo muy parecido le sucede a Elena (una mujer en medio de muchas con solo un hombre y un futuro disponible), por lo que este factor se nombrará más adelante, no obstante, no mencionando a Rusia, porque yo no puedo hablar de lo que no conozco personalmente.)

El camino al comedor fue incómodo; inicialmente mis compañeros del colegio, que no eran precisamente fans míos, no me hablaron o saludaron, pero respondieron a mis educados «buenos días» de manera rígida, observando directamente a Elena, negando con sus cabezas y luciendo consternados. No obstante, Elena mantuvo su frente muy en alto y un rostro sin emociones. Mi esclava me sugirió en la habitación que lo mejor era que ella no hablase, pero su método me pareció supremamente arcaico, por lo que le ordené que respondiese a los saludos básicos y conversaciones cortas.

Con ese rencor dirigido como dardo envenenado a mí, esperé que nadie me hablase sin previa incitación, pero no, una persona fue el loco por fuera de la regla: un niñito con una cámara que apuntaba a todas partes, incluyendo a mi rostro.

—¿Qué estás haciendo? —le gruñí cuando él, Gryffindor, empezó a tomarme fotos.

—Oh, hola, lo siento, ¿eres Harry Riddle?

—Sí —espeté. El chico me sonrió; lucía como un bebecito inocente.

—Soy Colin Creevey. Le estoy tomando fotos a la escuela para mandarle a mi papá, él es un muggle —y tú un mocoso parlanchín —. ¿Es cierto que tu papá es el político medio dictador que quiere hacerse con el país?

—Dictador completo, y sí.

En lugar de aterrarse, Colin sonrió ampliamente.

—Vaya, Hogwarts tiene que ser excelente. Esto es como si yo, el hijo de un lechero, estudiase junto a los nietos de la reina y los hijos del primer ministro.

—Supongo —me encogí de hombros, no muy seguro de a quienes se refería —. Pero no me tomes fotos, es grosero, niño muggle.

—Oh, disculpa.

Pero quedó algo perdido con la forma en que lo llamé, momento en el cual me deslicé fuera de esa charla. El gran comedor fue una zona de estrés, miradas y murmullos, oí demasiadas veces mi nombre sin que nadie me estuviese hablando. Me dolían los ojos solo de estar allí. Elena se mostró más en su papel de esclava a comparación con la cena: me preguntó qué quería que me sirviera en el plato, sonrió encantada ante mi oposición y agachó la cabeza humildemente cuando le di las gracias por su ofrecimiento. Papá no permitía a Elena en el comedor, a ella le figuraba esperarme afuera e ir a comer luego con los elfos.

Por un instante creí que Granger se acercaría a mí en el pasillo, pero no sucedió. Ella seguro que hablaría con Elena.

—Esa chica me desagrada —le susurré a mi acompañante luego de indicarle que se me acercara.

—¿La chica extranjera?

Se refería a la muchacha hindú que hablaba con la castaña.

—No, la otra.

—¿La qué no se peinó en la mañana? —me tragué malamente mi risa. Una descripción muy acertada del cabello de Granger —. Seré cortante, amo.

Fue, finalmente, en la clase de encantamientos que alguien le dirigió la palabra a Elena.

—Buenos días, señorita. Hoy trabajaremos teoría, si gusta puede sentarse junto a su amo, pero en los días que los alumnos se deban hacer en grupos, por favor, siéntese atrás.

—Por supuesto, profesor.

La segunda persona que le habló fue Granger, obvio. Le picaba demasiado la lengua para aguantar, se le veía a millas.

—Buenos días, Elena —le dijo con mucha suavidad.

Elena la miró.

—Buenos días, señorita —su asentó ruso se remarcó.

—Me llamo Hermione, ¿te puedo llamar por tu nombre?

—Ya lo hizo, señorita.

Granger se sonrojó.

—Sabes que no hablaré contigo, Granger —le espeté sin verla, desempacando mi libro y mi cuaderno —. Aléjate de mi esclava.

—No vengo por ti, niño engreído —me exclamó —. Y no la llames así.

—No le alce la voz a mi amo —espetó de inmediato Elena.

Granger parpadeó estúpidamente. El profesor Flitwick se aclaró la garganta, apuntando con sus ojos a los asientos, una indicación muy clara. Granger se alejó echando humo. Al estar todos en el aula, la puerta se cerró y el docente inició un breve saludo introductorio, describiendo los temas que veríamos ese semestre. Prolijamente, anoté la información. Lo de ser buen estudiante no se me daba mal.

—Para los hechizos de adormilamiento en objetos inmateriales, por ejemplo, se requiere de ciertos giros en la varita. Los teóricos que hallaran en la página 8 de su libro nos postulan que el movimiento es necesario para que la magia envuelva al objeto en cuestión, de forma que este, por completo, se atonte con el hechizo, facilitando su ejecución.

Puse la mayor de mi atención, pero yo continuaba sin comprender. ¿Vueltas? Ese hechizo era súper fácil de poner en práctica, era el mismo con el que yo dormía a mis juguetes. Cuando el profesor dio un espacio para las preguntas levanté mi mano a la par con la de Granger.

—¿Sí, señor Riddle?

—¿Hacer roncar al objeto entra a ser parte del hechizo? ¿Y también lo serían los comportamiento anexos, como darse la vuelta y juntar las manos para dormirse?

El profesor parpadeó.

—¿Manos? Je, Riddle, más despacio. Lo que plantea está muy bien, pero estaríamos hablando de varios hechizos. Nosotros nos concentraremos en generar ojos y una boca, lo que realizamos el año pasado, para poder mostrar que el objeto duerme. Los ronquidos son ocasionales, pero el movimiento requeriría un segundo hechizo a parte del que ya se necesitó para animar al objeto. ¿Contesté su pregunta?

—Em, sí —mentí.

¿Dos o tres hechizos? Yo arrullaba a los peluches y a las muñecas, incluso lograba que se chuparan el dedo, con unos silbidos en pársel o un par de segundos concentrándome.

—Al mencionar los giros, ¿el teórico indicó la dirección? —fue la pregunta de Granger.

—A la derecha.

Lo anoté sabiendo que era perder el tiempo. Papá fue enfático en que la teoría era fundamental y que no podía evadirla, por lo que hice mi mejor esfuerzo en la clase tratando de no aburrirme.

—Y recuerden, es dibujar un triángulo en el aire, iniciando por el lado izquierdo. Se dibuja el pico, se baja y se juntan las líneas imaginarías dibujando la base con la varita —explicó animadamente el docente, trazando el susodicho triángulo en el pizarrón un poco más adelante, refiriéndose a otro encantamiento. Mi sopor no fue pasado por alto, el profesor Flitwick me hizo quedarme al acabar la clase.

—¿Señor? —me acerqué a su mesa sujetando la correa de mi mochila. Yo aún usaba la mochila terciada arhuaca.

—Tuvo una mueca toda mi clase, señor Riddle —me comentó con amabilidad —. ¿Qué no entendió?

—Pues nada —solté. El profesor alzó sus cejas canosas.

—¿Por qué no me lo dijo? ¿Qué fue confuso en la teoría?

—No, solo… yo no entiendo para qué tantas arandelas con algo tan fácil —y para darme a entender, extendí mi mano por sobre su escritorio, tomando con mi magia una piedra pintada de rojo que él usaba de pisapapeles. De la piedra salieron unos brazos, a la par con unos ojos y una boca, el rostro bostezaba y los brazos se estiraron con flojera.

—Mhm —murmuró con una voz chillona la piedra —. Apaga la luz —y se giró sobre ella, metió uno de sus dedos en su boca y se durmió con unos sonoros ronquidos.

Frustrado, miré al profesor. Él lució más frustrado que yo.

—Es que usted está muy avanzado, señor Riddle.

Suspiré.

—Me dijeron que la teoría es importante, pero… la magia es tan natural para mí, no entiendo ni para qué es la varita.

—¿Cómo aprendió a hacer esto?

—Mi padre; él me pedía que hiciera estas cosas, que usara mi magia para jugar. Papi desarrolló teorías por muchos años, sobre idiomas, magia y habilidades especiales, todas enfocadas a los niños, él dice que la crianza es definitoria en el poder de una persona. Y papá probó sus teorías conmigo.

—Felicitaciones para él entonces, usted es un gran mago, señor Riddle.

Fruncí el ceño, desinteresado en el cumplido.

—Gracias —murmuré devolviendo la piedra a su forma original.

—Intentaré hablar con los otros docentes, a ver qué podemos hacer.

Con esa esperanza vacía, fui con la silenciosa Elena a la clase de historia. El hombre lobo recibió mi excusa firmada por el profesor Flitwick y me permitió entrar a la clase. La historia fue menos aburrida, el docente nos explicó que los temas girarían entorno al feudalismo, donde empezarían a darse las separaciones importantes entre la sociedad mágica y la muggle.

Más chicas se acercaron a hablar con Elena. Impresionadas de su belleza, le pedían a mi esclava consejos, la fórmula para hacer crecer el cabello y tener la piel tan blanca; una chica de Gryffindor de mi año, junto a su gemela, hindúes, se atrevieron a pedirle la talla del sostén a la rubia.

—¿Están locas? —las regañé sonrojado, pero ellas se limitaron a reírse.

—Lo siento, no sería correcto que diese una información privada —fue la respuesta de Elena, lo que hizo que las gemelas se marcharon con pucheros molestos. Continuando por nuestro camino, Elena se aproximó a mí —. No se enoje, amo. Es un halago para usted —y retrocedió.

Yo negué con mi cabeza, impresionado de semejante respuesta. Mi almuerzo con Alec y Neville fue algo tenso, al Gryffindor se le dificultaba comer, pero no nos dijo por qué.

—Es un dolor de estómago —nos intentó evadir con esa mentira. Ni Alec ni yo le creímos, pero no se lo comentamos. Viendo que Alec ya contaba con un largo trabajo, cortesía de Severus, y que Neville se encerraría en su casa a dormir, tuve en mis manos una tarde libre y con la única compañía de Elena. En mi mente egoísta e infantil me olvidé del asunto de Neville, cayendo en mis dos problemas: las clases y los libros de papá. Increíblemente, fue Elena quien me dio una «solución» para lo primero.

—Con todo respeto, amo, pero usted pierde su tiempo aquí.

Casi me caigo de la alta roca en la que me había encaramado. Elena, desde el pasto verde, me aguardaba, no dichosa de treparse a las piedras en las que mis dos amigos y yo pasamos tantos ratos en el curso anterior.

—¿Por qué lo dices? Hogwarts es una gran escuela.

—Sí, pero nada de lo que ha aprendido hoy le ha servido. Su magia es diferente a la de estos niños, su padre pierde el dinero inscribiéndolo en esta escuela.

Parpadeé. Nadie hablaba mal de Hogwarts.

—¿A qué te refieres?

—¿Para qué él lo educó en un estilo distinto, si lo iba a terminar mandando con el resto de las ovejas? Los hijos de buenas familias estudian en mejores colegios, con educadores a su nivel, tutores privados de ser necesario, hasta los sangre inmunda lo corroboran, como ese niño de la cámara. En Hogwarts gradúan a simples lacayos que tendrán cargos menores en la sociedad, el hijo de un Lord no tiene nada que hacer aquí.

—Yo soy un bastardo —recordé; esa frase la repetía cada vez que alguien mencionaba el asunto de las «buenas familias».

—Ya no —increpó —. De hecho, su padre no lo crió como tal. Usted tuvo la misma infancia privilegiada de cualquier heredero, pero con menos restricciones.

Eso era cierto.

—Papá habla muy bien de Hogwarts, ¿a dónde más iría?

—Tutores privados que lo conviertan en un señorito digno de su casta, aunque eso a su señor padre parece interesarle poco.

Me encogí de hombros.

—Papá es eterno ahora, no heredaré, no necesito preocuparme.

Elena me frunció el ceño. Estaba molesta.

—¿Significa qué no hará nada por su futuro? ¿Qué se limitará a jugar siempre?

—… no, claro que no.

—Entonces váyase de esta escuela para que pueda hacer algo de su vida.

No tuve respuesta. Ni Elena ni yo hablamos más, ella estaba decepcionada, se le veía por encima, y yo no supe por qué. ¿Hogwarts era tan incompatible conmigo? Con miedo, lo negué en mi mente. ¿Qué más haría yo? ¿Adónde acudiría? La profesora Mcgonagall, el viernes en la mañana, me hizo cuestionarme realmente las palabras de Elena en plena clase.

—¡¿Cómo que no trajo su varita?!

Salvo mi esclava, no hubo quien no riera en el salón de clases. Fue humillante.

—La olvidé en casa. Escribiré a papá y él me la mandará —resolví.

La profesora no lució impresionada.

—¿Y cómo se supone que realice las actividades de clase sin su varita?

—¿Qué? ¿Lo de convertir el escarabajo en un botón?

Ella asintió. Tomé al bicho que caminaba en mi pupitre, lo puse en la palma de mi mano y con la otra mano lo cubrí sin aplastarlo. Pensé en un botón rojo y redondo con un patrón florar blanco en el borde. Tras sentir mi magia moverse, destapé mi mano, enseñándole a la docente el botón perfectamente transfigurado.

—Pero, pero —jadeó Granger, que por algún motivo vivía pendiente de todo lo que yo hacía —. ¡Eso no se vale!

La profesora Mcgonagall no le respondió, ella tomó el botón y lo examinó por ambos lados.

—¿Cuál es la transfiguración más avanzada que ha hecho, señor Riddle?

—No lo sé.

Sí sabía, pero me aterraba admitirlo.

—¿Animales a objetos?

—Al revés. Quería un gato, pero la serpiente de papá se los come, así que transfiguraba cosas rotas para que parecieran gatos… Nagini igual se los comió.

—¿Animales no?

—… le di pulmones y piernas a un pez para que caminara en la superficie.

—¿Cuánto vivió?

—No mucho, cuando papá lo vio me felicitó y diseccionó a la creatura.

—¿Cuántos minutos sostuvo su transfiguración?

—… ¿de qué habla?

La mujer me vio como a algo insólito.

—Las transfiguraciones tienen un lapso de… ¿el pez volvió a la normalidad?

—Sigue en su tarro con piernas y el mechoncito de cabello —respondí bajito.

De no ser una docente, la profesora habría soltado una palabrota de las feas, pero se contuvo.

—¿Y a seres humanos?

Me mordí la lengua y evadí los ojos de la escocesa.

—No.

Ella entrecerró los ojos, pero lo dejó pasar y me devolvió mi botón.

—Ay señor Riddle, ¿y cómo es que se llama este hechizo?

—¿Eh? Am —intenté ver al tablero, mas ella me lo tapó con su cuerpo —. Ni idea.

Otro suspiro.

—Siéntese y memorice la teoría.

—Sí señora —ok, concedido, Elena portaba razón, lo que no significaba que yo fuese a pedir que me sacasen de la escuela. En su lugar corrí, e hice correr a Elena, buscando a Severus, a quien encontré en las mazmorras hablando con el hombre lobo —. ¡Profesor Snape!

Los dos hombres voltearon a verme.

—¿Sí, señor Riddle?

Olvidándome de que me encontraba en Hogwarts, traté al siervo de mi padre con familiaridad.

—Sev, ¿podrías ir a la casa de mi padre y traerme mi varita, por favor? —sonreí nerviosamente —. Es que la dejé allá.

Me vieron con incredulidad.

—¡Joven señor! —se le escapó al mortífago —. Fue muy irresponsable de su parte.

—Lo sé, lo siento. ¿Sí me harás el favor?

El hombre lobo negó con la cabeza.

—Por supuesto que no, Harry —dijo la creatura —. Pídela por correo, el profesor Snape no va a viajar solo por ti.

—Calla —frunció el ceño Severus —. Se la daré a la hora del almuerzo, Riddle. A clases.

—¡¿Qué?!

—Yap. Gracias profe.

Me despedí con mi mano, ignorando la perorata que soltó el otro docente.

—¿Cómo le vas a alcahuetear algo así?

—Y tú aguantarás el cruciatus de el-que-no-debe-ser-nombrado por mí, ¿cierto? —se burló el mortífago.

Tuve herbología antes del almuerzo, lo que transcurrió bien, Neville ya lucía más calmado, lo que lo hubiese irritado se acabó; y me ayudó en la clase mientras Elena solo se sentaba al fondo del invernadero con unos cubre orejas rosas que le facilitó la profesora Sprout. Las mandrágoras eran horribles, lloronas y agresivas; me mantuve al margen de ellas lo más que pude permitiendo a Neville realizar toda la actividad. Mi amigo parecía encontrar esos seres chillones muy entretenidos.

En el almuerzo, las cosas se descontrolaron para mí. Seguido de Severus, entró papá al gran comedor con esa mueca suya de enojo que causaba escalofríos.

—Ven aquí niño —me gruñó.

Papá era una persona subestimada de cierta manera debido a que el director Dumbledore se hallaba idealizado. La verdad fue que delante de mi furioso padre, quien soltaba su magia oscura, debido a su ira, en oleajes mareantes casi visibles, solo yo fui capaz de moverme; Elena ni siquiera pudo seguirme, tuve que tomarla del brazo y jalarla para no romper la distancia entre nosotros. Alcancé a ver al director Dumbledore: una mano sobre su tenedor, la otra en la mesa, a mitad de camino de levantarse de su asiento, con la boca abierta, pero sin emitir sonido.

Sí, papá ganaría la guerra.

… pero, por ahora, me concentraría en lo vergonzoso que fue salir del gran comedor con mi papá sujetándome de la oreja.

—Pasito, pasito —me quejé, papá enterraba las uñas detrás de mi orejita.

—¡Qué pasito ni qué nada! —gritó deteniéndose para desairar a Severus con la mandíbula. La pobre Elena se apretaba contra sí, protegiéndose de su propio pánico. Papá me alejó aún más del gran comedor, empujándome contra un muro.

Un dolor me punzó en mi costado, me enterré la esquina de una piedra salida bajo mis costillas.

—Lo siento, perdóname —me disculpé de inmediato sin ser consciente del por qué. ¿La varita? ¿Era tan importante?

—¡¿Viniste desarmado al jodido colegio?! ¡¿Dónde están Dumbledore y los miembros de la Orden del Fénix?! ¡¿Dónde ya intentaron matarte?! —me gritó golpeándome con lo que tenía a su alcance, su mano.

—La olvidé, lo siento.

Me intenté acurrucar como podía, tapando mi rostro con mis extremidades superiores. Una mano limpia era, visualmente, menos amedrentadora que un juete o un cinturón, mas la mano de papá era pesada y no realizaba gentilezas. Con papi enojado los golpes caían donde fuese, no sería extraño que me golpeara la cara.

Pasos, algunos pasos… y un sonido ahogado que seguro emitía Elena.

—¿Dónde carajos tienes la cabeza? —papá me tomó de un hombro y me movió para encararme, de modo que mi cabeza quedó frente a él sin protección. Tuve miedo, miedo real, pero papá se limitó a zarandearme y golpearme los brazos —. ¿Quieres morir? ¿Es lo que deseas?

—No —lloré —. Lo siento —e hice lo más descabellado y lógico que pude al ver su mano alzándose con un muy obvia intención de darme en el rostro: me pegué a la camisa de papá, aferrándome a ella, casi en un abrazo. Protegería mi cara, sí, pero me expondría a estar agarrando a un furioso Lord Voldemort —. No me pegues más, por favor, no me pegues.

Mi método dio resultado, papá se detuvo a respirar encolerizado. Más pasos, gritos, sonidos.

Pasos cercanos.

—¡Voldemort! Esto es una escuela, no puedes venir a golpear a un niño, por más hijo tuyo que sea.

Alcé la vista. Papá ignoraba la voz de su némesis; el director igual mantenía sus distancias.

—Lo siento —susurré contra su ropa.

Cerré los ojos al ver que una de sus manos se dirigía, de nuevo, a mi cara, pero papá se limitó a poner su extremidad sobre mi cabeza.

—Pudieron secuestrarte, matarte, lastimarte. No te separes de tu varita, Harry. Haces magia sin ella, sí, pero no hechizos de defensa avanzados, ni maldiciones muy elaboradas. Necesitas tu varita, métetelo en la cabeza.

—¡Voldemort!

Eran el director, Severus, el resto de jefes de casas y el profesor Lupin, este se encargó de mantener la puerta del gran comedor cerrada. La profesora Sprout fue la única en no poner atención a nuestra escena, enfocándose en calmar a la histérica Elena.

—No jodas, le dejé de pegar —respondió —. Es mi hijo, lo golpearé sí se me da la gana, no te puedes meter en eso.

Dumbledore negó con la cabeza.

—Soy su director, ¡sí puedo! Riddle, ve con la profesora Mcgonagall… ¡Riddle! —me llamó.

—No —dije limpiándome el rostro. Soné hiposo, no tan firme como quise.

—Harry, hijo… tú no debes obligatoriamente vivir con tu padre. Lo entiendes, ¿verdad? —intentó el director lentamente.

—Papá —lo llamé, aunque lo tenía pegado a mí —. Me quiero ir al castillo —solicité.

Todos voltearon a verme.

—¿De qué estás hablando? No puedes abandonar un ciclo escolar —me contestó papá.

Cierto, cierto. Me sonrojé, mi petición fue imprudente y dicha en un mal momento.

—Harry —retomó el director, inusualmente amable —. ¿Por qué quieres irte? Aquí estás seguro.

No encontré palabras para explicar que me aburría en clases y que me incomodaba de sobremanera los susurros, las miradas y los ojos de odio, como si algo de lo que les sucedió a sus familias fuera mi culpa; fue precipitado hablar así. Ante mi silencio, papá me acarició el cabello.

—¿No te agradó Hogwarts, Harry?

—… no.

Los docentes se vieron entre ellos. El profesor con sangre enana se cruzó de brazos y no agregó un comentario.

—¿Tienes clase ahora?

—No lo sé.

—Defensa con el profesor Lockhart, señor —indicó Severus educadamente.

Papá asintió.

—Algo que no necesita, obviamente. Dumbledore, te lo devolveré en la noche.

—¿Qué fumaste? —vaya, que frase salida de la boca de un director de su edad —. ¡Vas a matar a este niño!

—No seas melodramático, créeme, le he dado más duro.

Por muy raro que pareciese, papá se salió con la suya y nos condujo a Elena y a mí a una zona vacía de la parte trasera de su castillo. Papá mandó a mi esclava a quedarse atrás y nosotros dos nos estuvimos sentados en unos escalones.

—Ay niño —se quejó en voz baja —. ¿Qué sucede, ah? —sonrió maliciosamente —. Y sin mentiras o de verdad te golpearé.

Le sonreí. Sus amenazas eran reales, claro, pero muy… dichas en ese tono alegre y burlesco resultaban… lindas, adorables.

—Yo… no me gusta Hogwarts. Es aburrida, todo lo que me han enseñado ya lo sé hacer, tengo que sentarme a escuchar tonterías —y dije con mofa —: Que si a la derecha, que si a la izquierda, ¿a quién le importa? Y todos me tratan mal debido a Elena, una de mis compañeras me odia y quiere hacerme la vida cuadritos.

—Según entiendo, Hogwarts sí te está enseñando algo —consideró.

—¿Qué? ¿Qué existen los problemas?

Papá sonrió.

—Parecido. Relaciones sociales. Harry, nunca dirigirás a nadie si no eres capaz de manejar y liderar a tus compañeros.

—¿Para qué querría dirigirlos?

—… ¿es en serio? —parpadeé, papá me veía con extrañeza —. Según tú, ¿qué vas a hacer de tu vida? ¿Jugarás todo el día?

Las palabras exactas de Elena.

—Pues… ¿puedo tener tutores? —yo crecí con un tutor, no debiera de ser muy diferente, y así permanecería en mi casa.

—¿Y qué harás de adulto, cuando debas enfrentarte a estos mismos niños? ¿Huir?

Vi un gesto que jamás había visto en papá: decepción. Elena y él emitieron decepción, una nueva expresión compartida. ¿Qué estaba yo haciendo mal?

—¿No? —sugerí tímidamente.

—¿No? —recalcó el tono de pregunta con una ceja alzada.

—No —repetí con más fuerza.

Papá rodó los ojos.

—Eres un Riddle, Harry. ¿Sabes qué es un Riddle?

—¿Un bastardo?

—Sí, un vulgar bastardo al que le vale mierda el resto del mundo —puso sus manos en mis hombros y me sujetó las mejillas elevándome el rostro para verme directamente —. Un Riddle se adueñará de este país, Harry. Un Riddle es un tipo que viene de la nada y se sienta en el trono, pasando por encima de los demás. Tú eres un Riddle, el mundo hará todo lo que esté en su poder para limitarte al rango bastardo. ¿Lo vas a dejar?

—… no.

—Claro que no, nené —me acarició los pómulos contento con mi respuesta. Le sonreí con dulzura, papá feliz me tranquilizaba —. ¿Quién es el que te ofende en Hogwarts?

—Granger, supongo —fue lo primero que se me ocurrió —. Draco me lanza cuchillos con los ojos cuando me ve, Pansy está que se arranca el cabello tratando de llamar mi atención.

—Bueno, no les des el gusto. Hazte un favor Harry, dale una orden servil a Malfoy. Respecto a la sangre sucia, pisotéala donde más le duela y Pansy… ¿por qué no le das un buen beso a Elena delante de ella?

Me sonrojé violentamente.

—¡No! Papá, ¡qué pena! —él se rió sonoramente. Aprovechando sus consejos, le hablé del otro asunto —. ¿Y las clases?

Papá se encogió de hombros.

—Lidia con ello. Ahora, ¿quieres ir a saludar a Nagini? Tengo algo que hacer, pero puedes quedarte con ella en tu habitación hasta la hora de la cena.

Me decepcioné por no poder pasar la tarde con papá. Volví a Hogwarts cargando a Hedwig en mi brazo y mi varita en su funda aferrada a mi otro antebrazo. En las puertas del castillo me aguardaba Severus.

—¿Y esa ave, joven señor?

Hice una mueca.

—También se me quedó.

Increíblemente, Severus rió.

—Ay joven señor.

Mi llegada habría transcurrido decentemente, de no ser porque me topé con Nathaniel en uno de los pasillos de la escuela.

—Oye —jadeé sorprendido de verlo. Elena sujetó mi capa, indecisa. No fue un día agradable para ella.

—Hola Harry —me dijo con mucha seriedad el castaño doblando un pergamino en blanco —. ¿Qué tal, Elena?

—Buenas noches, señorito.

—Te esperaba a solas, pero supongo que cargas con ella a todas partes —dijo con crueldad.

—¿Qué necesitas?

—Conocerte. Somos hermanos.

—Medio hermanos… ¿para qué?

—Eres el tabú de la familia, mamá guardó tus cosas de bebé y cada día ve tus fotografías. Hay una tuya en la sala de mi casa. Crecí rodeado de tu jodido fantasma, creo que tengo derecho a intercambiar unas palabras contigo.

—Dile a la señora Potter que se olvide de mí, serás más fácil para ella —le aconsejé.

—Díselo tú —escupió —. La escucho llorar a veces, ¿sabes? No sé cómo, pero habla con nuestra mamá. Dale paz o yo romperé tu cara.