Hola. En un comentario en el capítulo anterior me dejaron una pregunta muy, pero que muy jugosa: ya que Lily Potter fue violada por segunda ocasión, ¿es Nathaniel hijo de Voldemort?

La respuesta es no. Bajo mi imaginario, donde se han desarrollado algunas vivencias de la primera infancia de Harry desde el punto de vista de sus padres o de otros adultos (lo cual conllevará una historia tipo precuela que se publicará en el intermedio del libro 4 y 5), se relata que Lily se hallaba en estado de embarazo cuando ocurre la agresión por parte de Voldemort, salvo que ella no lo sabía, ocasionando que ella y la orden crea que se trata de un segundo hijo al aparecer los síntomas del embarazo, lo cual se desmiente con un hechizo de paternidad del cual Snape informa a Voldemort.

Cualquier duda me la pueden escribir; gracias por comentar.

Hasta luego.

0oOo0

No logré conciliar mi sueño correctamente, Nathaniel me perturbó con su petición inusual: ¿hablar yo con mi madre? Pasé varias horas dando vueltas en la cama tratando de calmar mi mente con ejercicios de Legemerancia. Apenas toleraba verla o saber de ella sin llenarme de una incertidumbre que me ponía a temblar. Nathaniel era, o estúpido, o egoísta: para la señora Potter yo era un sufrimiento que le recordaba lo que debía ser el peor periodo de su historia, solo verme era traerle en carne viva a mi padre y lo que él le causó; lo más humano y gentil que yo podía hacer era alejarme, esperando de que mi madre se olvidase de mí y, de paso, de lo que le hizo papá. Gracias a esta filosofía de medianoche escuché el brusco despertar de Elena.

—¿Estás bien? —susurré.

—Lamento despertarlo, amo.

Me senté en mi cama. Dormir juntos la primera noche fue agradable, pero las camas de Hogwarts eran para una sola persona, por lo que resultaba mártir compartir ese pequeño espacio; Elena se fue a dormir a su cama blanca sin dudar.

La luz de la ventana me permitió ver su cuerpo cubierto con la manta.

—¿Una pesadilla?

—Sí, amo.

Me habría encantado de pequeño que papá se quedara conmigo y me abrazara luego de una pesadilla, pero él jamás lo hizo, salvo tras mi horrible pesadilla con el vampiro; Pimpón sí se quedaba, mas no era lo mismo. Gustoso de ayudar, me paré de mi cama y, descalzo, caminé hasta donde Elena. La alfombra transmitía mucha calidez… bueno, Alec dormiría excelentemente ahí si yo necesitase su compañía.

—¿Quieres un abrazo? —ofrecí.

Elena asintió. No le pregunté sobre su pesadilla, a mí no me gustaba explicarlas. Nos apretamos entre nosotros, éramos lo suficientemente minúsculos para caber en una de las camas si no girábamos. Elena permanecía tibia, resultaba reconfortante dormir con ella y no a solas.

—Soñé con su padre.

—Lo siento.

—Sufre usted a veces de pesadillas, amo —señaló ella bajito.

—¿Me has oído?

—Sí —murmuré una disculpa que no se entendió, porque mi rostro estaba enterrado en el cabello de Elena, el cual siempre olía delicioso —. ¿Le duele el cuerpo?

¿Dolerme?

—No… un poco, ¿por qué?

—Los golpes de su padre fueron… sonoros.

Ah.

—No… duele realmente cuando usa su cinturón o lo hace con magia, pero me golpeé bajo las costillas con un ladrillo salido de los muros.

—Mi padre nos castigaba haciéndonos dormir fuera. En Rusia hace demasiado frío, amo; nuestras medias se pegan a nuestra piel, nos tenemos que dar baños en agua tibia para poder arrancarnos la tela sin dañarnos demasiado la piel.

(Historia real contada por una mujer rusa cuya madre sufrió de abuso domestico: su esposo la abandonó en las afueras de una ciudad, lo que sería el campo, y para cuando la señora volvió ayudada por un camionero, sus medias se congelaron a tal grado que se le prendaron de la piel.

Esto no es una crítica a Rusia o a su población de ninguna forma, simplemente busco otorgar un realismo en cuanto a ambiente, situaciones y demás.)

Eso sí sonaba horrible, más que Elena hablase en presente.

—Mi papá es duro, pero no así, aunque… hay un hechizo de castigo creado en la época medieval, jamás me ha sacado sangre, mas ha sido por poco.

—¿Y el cru… cruciatus? —se confundió con la palabra.

—No, nunca —me apresuré a decir. Papá mantenía sus límites claros —. El cruciatus es utilizado específicamente para tortura y papi me disciplina a mí. Rudamente, pero es disciplina.

—Mmm.

Elena rotó media vuelta con torpeza para no caer, quedando frente a mí. En la tenue oscuridad, su piel lechosa relucía. Ya conocía mejor a Elena, en ocasiones ella prefería que no le hablara o la mirase, especialmente en los momentos que se sentía «indigna», como en las mañanas, cuando estaba desprolija; otras veces le gustaba que la tocara y besara, igual que esa noche, donde no se sentía del todo bien. ¿Con qué podía soñar Elena, a parte del susto de esa tarde? ¿El harem? ¿Su padre? ¿Su abuelo pedófilo?

La besé largo rato, maravillado con las manos que me tocaban. No era placer propiamente, o lo que fuese que sintiesen los hombres en compañía de una mujer guapa en la cama, pero se sentía genial, acogedor. Alguien me necesitaba y me quería, no inmensamente, pero me lo demostraba. Preferí no ahondar en mis pensamientos, que irremediablemente me conducirían a mi infancia desprovista de relaciones sociales afectivas o incluso amorosas.

Elena no puso impedimento al retirarle yo su camisón de seda blanca.

Clavícula marcada, cintura estrecha, pechos que brotaban como dos inmensas flores. No requería ser un experto para ver la manipulación del cuerpo de mi esclava, gracias a la magia, que permitió que se viera así de perfecta. Sin embargo, por más fantasioso que resultase su silueta, la sonrisa nerviosa en su rostro era real.

—Eres preciosa.

Y ese rubor también era natural, humano.

—Gracias, amo.

Le sujeté el rostro para que no inclinase su cabeza. Sus ojos bicolor me vieron con curiosidad, pronta remplazada por malicia. Sí, Elena era así, inocente y maliciosa. ¡Qué mezcla!

No me sorprendió que empezase a tocarme el pecho por sobre mi infantil pijama de estrellas. Donde ella era, a vivos rasgos, una mujer, yo era un niño.

—¿No me encuentras aburrido?

—¿Aburrido? —frunció los labios, confundida.

—Seguro que un… chico mayor te pondría más atención.

—Oh —sonrió, comprendiendo —. Amo, no podría pensar en alguien que me preste más atención que usted.

El confundido fui yo.

—No te toco como acostumbras.

—No, pero me pide mi opinión, se detalla mis gustos, es amable conmigo y jamás me ha maltratado. Créame, yo a usted no lo cambiaría.

Eso me hizo sentir satisfecho conmigo mismo. No sería esa noche la primera vez que le tocase los senos a una mujer, pero si la primera ocasión en la que no sentía que debía salir corriendo. De todas formas, fue un tacto torpe e intrigante que no condujo a nada. No obstante, algo cambiaba entre Elena y yo, era el nivel de confianza que manejábamos. Esa mañana decidí que ella no caminaría más detrás de mí, por lo que al salir de la sala común de Slytherin me detuve y la llamé; Alec entrecerró los ojos, pero no musitó palabra.

—¿Amo? —se me acercó.

—Tu mano —le ordené tendiéndole la mía. Con la suave sensación de su palma y sus dedos, anduve hasta el gran comedor sujetándola. Elena se reía suavemente en lo que Alec rodaba los ojos.

El humor se nos incrementó con la llegada del periódico. Mi padre estaba en el titular y era para bien… bueno, no había sangre de por medio.

Ustedes-ya-saben-quien y sus mortífagos fueron vistos al sur del país.

Al parecer, lo que hizo papá en lugar de quedarse a acompañarme fue ir a realizar ejercicios de camuflaje con los mortífagos en una cafetería muggle.

—¡¿Qué hace mi papá con unos jeans muggles?! —rió Alec con fuerza. Su reacción no era para menos.

—¡Papi se quitó la corbata! —me carcajeé revisando las imágenes —. Y la señora Carrow tiene minifalda, ¡ay no!

Neville, con su propia copia del Profeta, nos señaló una de las fotografías.

—¿Este es Barty Crouch Jr.? —me pidió.

—El mismo… ¿qué tiene en la cabeza?

—Er… —Alec y Neville examinaron la imagen por un largo rato, sin hallar respuesta —. Parecen orejeras, pero… no sé, son diferentes, se ven duras, además de que no hace frío.

—Mire al señor Lestrange, amo —la risotada mal disimulada de Elena nos llamó la atención —. Lo abofeteó.

Oh, sin duda su reseña nos atrajo como la luz a las polillas.

Rabastan, en una de las fotografías, se levantó de la mesa donde estaban sentado papá y su tropa; en la foto continua, él, 'bastan, se acerca a hablar con una muggle, pero, lo que fuera que le dijo, a ella no le gustó ni cinco y lo cacheteó con fuerza. La ira del mortífago no se demoró en aparecer en la siguiente fotografía, pero entre papá, Rodolphus y el señor Carrow lo contuvieron.

—Ja, dizque don Juan Lestrange —se burló Alec, repitiendo la frase que en ocasiones Rabastan decía.

Yo me carcajeaba tanto que me dolían las costillas.

—¡Pásenme unas tijeras! Esto hay que guardarlo —reí.

—Señor Riddle —una voz a mis espaldas me giró automáticamente. Era el profesor nuevo, el señor… Lockhart.

—Buenos días profesor —coreamos los tres alumnos, Elena se bastó con un simple saludo.

—Harry, ¿te puedo llamar Harry? Fantástico —y prosiguió sin mi aprobación —. Ayer faltaste a mi clase, me temo. Oí algo referente a tu padre, ¿tú te sientes bien?

¿Oír? Todos vieron cómo me sacó papá del gran comedor, la paliza me ganó miradas de simpatía y de miedo por mi seguridad, lo que ocurrió no era secreto. O quizá fuese la forma del profe de mostrar tacto.

—Am, sí —su pregunta atrajo una atención no deseada.

Mi papá me golpeó lo suficiente de niño para que los mortífagos más allegados se preocupasen por mí en ciertos periodos de mi infancia; quizá fue la única ocasión en la que Rabastan y Barty demostraron no estar de acuerdo con papá. Aunque jamás desobedecieron cuando papá decidía que no me curasen con magia, ellos se quedaban conmigo, me explicaban lo que había hecho mal e incluso jugábamos un poco.

La lástima no era un sentimiento que conociese estrechamente, pero sus primeros indicios no resultaban agradables.

—Si gustas acompañarme a mi oficina, te haré el examen que realicé a tus otros compañeros. Sé que tienes un hueco libre, Harry… ¿te duele al caminar?

—No —mascullé con fuerza más que sobrante para encender las alarmas de Alec, si estas ya no echaban chispas de colores.

—Profesor, el joven señor irá a su oficina, pero al ultimar su desayuno —respondió cordialmente mi amigo, mas dejó muy en claro con su tono el mensaje de «largo».

El profesor, que todo el rato sonrió inmensamente, revelando unos dientes blanquísimos, se vio ligeramente desequilibrado por la presencia de Alec, pero se recuperó de una.

—Por supuesto, señorito Lestrange. Te aguardaré en mi oficina, toca a la puerta, Harry —me apuntó con su dedo en un gesto casual y amistoso.

—Qué tipo más raro —murmuré. No existió respuesta, mi grupo cercano permaneció en silencio. Neville se enfocó, con un ceño ligero, en su plato de avena que no comió, Alec continuaba desconfiado y Elena… ¿se enojó?

Oh sí, pero lo disimuló muy bien. ¿Qué le pasaba?

Ya no reímos más y finalizamos nuestros respectivos desayunos. Fue muy extraño, cada quien asumió un rol distinto. Neville se marchó tras evaluarme con la mirada y soltar una despedida medianamente convincente; ok, no lo ignoraría más, hablaría con él. Alec no pudo acompañarme, él sí tenía clase, mas no se marchó hasta no recordarme, casi con muecas, para no decir la palabra, las imperdonables. Muy mortífago de él: ante la duda, maldiciones imperdonables. Me dirigí a solas con Elena a la oficina del profesor.

Sujeté su mano de nuevo, Elena lucía tranquila y se dejó hacer. ¿Acaso imaginé su malgenio?

—¿Por qué te enojaste? —le pedí.

—No lo hice, amo —contestó. No me mentía, el hechizo de esclavitud no se lo permitía, pero ocultaba algo.

No tomé las escaleras, en su lugar nos desvié para ir a parar en los jardines de la escuela, donde, por la hora, no pululaban alumnos.

—Habla.

Me convertía en un experto de dar órdenes con esa voz de «no me jodas» que me recomendaba papá.

Elena me sonrió ampliamente.

—Me ha alzado usted la voz, amo —señaló con goce. La vi con timidez — Hágalo de nuevo.

Estaba loca, sin duda.

—¡Qué hables! —pero no fue natural, lo que me generó risa.

Elena apretó los labios y sonrió de nuevo.

—Bueno, ya logrará hacerlo —y añadió, acercándose más a mi cuerpo —: Debió alzarle la voz a ese docente. Está perfecto que permita que sus criados respondan por usted, mas existen momentos en los que es preferible intervenir personalmente.

—¿Qué? —pedí confuso.

—Usted no es un cobarde, no lo demuestre —me vio con afecto —. No se alarme, ya le enseñaré yo.

Mi confusión se evaporó a lo largo del camino a la oficina del profesor de defensa. Elena tomó parte del discurso de papá y lo empleó conmigo; ellos deseaban verme gritando, ordenando y dándomelas de gran señor, bueno, de gran heredero. ¿Para qué insultar a la gente? Conflicto solo generaba conflicto, pero ni a papá ni a Elena ni a los mortífagos les gustaba que yo continuase siendo el niño educado.

Cedí en muchas cosas ante ellos, mas no sabía si sería capaz de volverme un déspota, un Draco moreno.

El profesor Lockhart nos abrió la puerta con unos ánimos inflados. ¿Tomaba algo para estar así de alegre?

—¡Buenos días Harry! Oh, y tu esclava —murmuró bajito —. Debiste venir sin ella, Harry.

—Lo siento, estamos vinculados mágicamente, no podemos separarnos mucho.

—Comprendo —asintió, retornando a su alegría —. ¿Existiría algún inconveniente si ella permanece afuera? Después de todo vamos a estudiar, nada que a una de su clase le interese.

No pude defender a Elena, todos los que yo conocía empleaban frases similares a la hora de hablar de ella. Por supuesto, si Elena me hubiese indicado que ese tipo de expresiones le molestaban, hubiese intentado hacer algo, pero a ella el tema le resbalaba.

—Supongo que no, señor.

—Excelente, pasa Harry. Y cierra la puerta.

Fruncí el ceño una vez él me dio la espalda. ¿A solas con él, un desconocido? Ningún docente me había ordenado semejante cosa sin al menos un par de meses conociéndolo. Y el profesor Lockhart fue el asunto que papá habló con el director Dumbledore, recordé.

—Aguarda aquí, por favor —le pedí… ordené a Elena.

—Sí, amo.

Puse mi mano en el pomo; miré a la neutral Elena.

—Hazme un favor —susurré. La rubia se acercó a mí —. Ten pendiente el oído, de oír ruido fuerte abre la puerta, pero no entres. Ocúltate en un muro, no quisiera que los hechizos te den.

—¿Va a pelear usted con él? —le brillaron los ojos.

—No, pero… no está de más ser precavido.

—¡Harry!

—¡Ya voy! ¿Lo harás, Elena?

—Téngalo por seguro, amo.

Y tras su reverencia, giré el pomo e ingresé al aula. Nunca vi la decoración del profesor mortífago, mas dudaba que fuese tan… rosa como la del profesor Lockhart. Mi papá era alguien a quien yo podría llamar narcisista y ni él tenía tantos cuadros suyos; de hecho, no había visto una foto o una pintura de él, excepto las puestas en El Profeta, a modo de advertencia, una vez se conoció su rostro.

Me ubiqué en la mesa disponible, donde reposaba un grupito de hojas. Entre lo de Neville, el comportamiento elitista de mi esclava y el propio docente, olvidé mis nervios ante ese examen. ¿Cómo lo iba a contestar sin leer los libros?

Bueno, es magia oscura, algo deberé saber, me burlé mentalmente. Papá me asesinaría si yo no puedo con un examen de artes oscuras.

—Empieza cuando quieras.

—Seguro, gracias profesor.

Primera pregunta.

¿Qué hizo Gilderoy Lockhart cuando apareció…?

Oh, oh. No leí más, pero eso me bastó. Estaba en problemas.

—Profesor —lo llamé bajito, profundamente apenado. ¿Por qué papá no me dejó comprar esos libros? Me habría librado de semejante vergüenza.

—¿Sí, Harry?

Lo bueno era que él continuaba sonriendo.

—No puedo responder estas preguntas, profesor.

—Oh, Harry. Las vacaciones también son para estudiar, querido —rió de forma rica y pomposa, como los Malfoy —. Hagamos algo, solo por ser tú: trae tus libros y no le digamos a nadie.

Eso era generoso.

—Es que no tengo los libros. Mi padre, él no los compró.

—Ah, bueno, son un poco costosos, pero te garantizo que su contenido…

—¡No! —exclamé velozmente, incapaz de que se pensase semejante cosa de mi papá —. No es un asunto de dinero, es que… mi papi dijo que no los iba a comprar. Quizá no le agrada el autor.

—No entiendo por qué, dado que yo soy el autor de cada uno de esos libros.

La sangre se me abultó en las mejillas.

¡¿Qué?!

—Ah…

—Supongo que tu padre piensa que nadie más que él sabe tanto sobre las artes oscuras. Deberías decirle que yo podría superarlo en conocimiento.

—… disculpe, pero lo dudo.

—Ah, Harry, Harry. Cada niño ve a su padre como a un ídolo —se recostó en su silla —. Eso es perfecto, naturalmente. Y sabes, no te molestaré escribiéndole a tu padre para que mande tus libros, no me parece un hombre paciente. ¿Por qué no mejor me aguardas aquí? —me guiñó un ojo —. Siempre viajo con unas cuantas copias de mis publicaciones.

—¡¿En serio?! ¿A cómo salen?

El profesor rió.

—Tontería, Harry. Para ti son completamente gratis.

—Vaya, gracias.

Un minuto me dejó él solo en lo que fue por los libros. Bueno, el hombre lucía amable, no peligroso; tal vez lo que me molestaba de él era su forma de tratarme debido a mi papá, pero eso no era justo, pues basándome en esa medida, debería caerme mal casi toda la población mágica de Inglaterra.

—¡Y autografiados! —me anunció el profesor al ingresar a la oficina. El rubio firmó con florituras elegantes los tomos, uno por uno, añadiendo unos breves mensajes de ánimos y de motivarse al estudiar. Y el profesor personalmente me los entregó dándole la vuelta a su escritorio —. Este se titula… —me los explicó uno a uno con su mano en mi hombro.

El toque amable y tierno de Elena distaba de la mano pesada y suave del profesor. No me gustó que me acariciase de esa forma el hombro y el cuello, con los dedos haciendo círculos, pero no podía objetar, después de todo él me estaba regalando una larga, y costosa, colección de libros que yo necesitaba y que papá no compró. E igual no era tan malo. Con sus dientes blancos y sus guiños de ojos, el profesor Lockhart me recordaba a Stud; obvio, si fuese Stud, yo no opondría resistencia por una mano en el hombro.

Sí, el profesor era igual de inocentón que la rana de mis historietas. No me haría nada malo.

—Entrégame el examen en ocho días, Harry. No es justo contigo pedirte que me respondas esto si no pudiste leer los libros. Oh vamos, llévatelo y me lo traes resulto dentro de una semana.

—Grandioso, gracias profesor —le sonreí abiertamente.

—Excelente, Harry.

Salí de ahí con una sensación agridulce: agradecido por los libros y estresado con la mano del profesor, que jamás soltó mi hombro.

Por educación, Elena y yo entrabamos en conflicto continuamente. Papá no era exactamente el hombre más caballeroso del mundo, ni de cerca, pero manejaba un estilo decente por mera cordialidad. En el castillo trabajaba una señora en la distribución de máscaras, trajes, así como la ropa de los presos; esta mujer, cuyo nombre no conocía, cosía los trajes, tallaba las máscaras y trasteaba con largos montículos de telas gruesas. Ella mantenía otros oficios internos y de menor importancia, casi al nivel de un elfo doméstico, por lo que cargaba con cajas repletas que papá, al tener que reunirse con ella para presupuestos y notificarse de la contabilidad, le ayudaba a transportar en lo que hablaban.

Ah sí, y ella era amante de papá, fue la mujer con quien más lo vi, la única en la que él no era una bestia sádica; y ella no lo adoraba como Bella, era más ubicada e inteligente.

El caso era que, al sostener objetos, Elena me los retiraba de las manos, incomodándome. Se suponía que el hombre cargaba lo pesado, no la mujer, pero Elena no me escuchaba, era terca en ese sentido.

—Oye —me paré de golpe en el segundo piso, recordando algo —. ¿Quién es el amo aquí?

—Usted, amo.

—¿Entonces por qué te estoy haciendo caso? —alegué indignado; Elena sonrió —. Obedéceme.

—¡Señor Riddle!

Enderecé la espalda de golpe al oír la voz del profesor nuevo, el que dictaba idiomas.

—Hola, profesor —respondí tensamente. El hombre era moreno y bajo, de piel oscura. Usaba una capa azul rey muy, muy bonita.

—Creo que el director fue muy explícito respecto a la manera de tratar a su esclava.

—Pero es que ella no me hace caso —me defendí. Eso al hombre no le gustó.

—Usted no puede mandarla como a un animal.

—¡Pero, ¿y quién la manda como a un animal?! Lo único que quiero es que me dé los libros.

El maestro parpadeó y miró a Elena, medio oculta bajo los tomos.

—¿Qué?

—Elena dice que soy el amo, que no puedo llevar cosas, que ese es su trabajo, pero es que es mucho peso para ella —expliqué gesticulando bruscamente con las manos.

Increíblemente, el profesor se rió.

—Ay niños.

Lanzando un hechizo de peso pluma, el docente se alejó recordándome que tenía clase con él luego de pociones, asignatura a la que llegaría retrasado si me demoraba en el guardar los libros nuevos.

—Lo lamento si lo hice quedar en ridículo, amo —se disculpó Elena arrodillándose.

Tuve que suspira. Ella exageraba todo.

La bienvenida al salón nos la dio Granger. Insistiendo en acercarse a Elena, la sangre sucia hizo uso de nuestra distancia, ya que Elena se sentaba al fondo debido a lo peligrosas que podían ser las pociones.

Pude oír el intercambio entre la rusa y la castaña desde mi asiento delantero.

—No debo hablar con usted, señorita.

—No permitas que Harry te limite, Elena. Podemos ayudarte.

—Sí, te ayudaremos a escapar —ese era Ron.

No volteé a pesar de la obvia insistencia de los ojos que me veían; Neville incluso lució irritado con sus compañeros de casa. Resultaría interesante escuchar la defensa de Elena.

—No necesito escapar de ninguna parte, muchas gracias por su preocupación. Aléjense de mí, por favor.

—Elena.

—¡No me toque! ¡Amo!

Me levanté de mi silla antes de que me llamase. Ron acababa de poner su mano sobre la muñeca de Elena.

—¡Suéltala imbécil!

—¡Weasley! ¡¿Qué cree que está haciendo?!

Snape tiró al puerta, dejando en claro su humor. Las pecas de Ron resaltaron en su piel debido a su palidez enfermiza. Al menos se alejó de Elena.

—Profesor, yo…

—Profesor Snape nosotros solo…

—¡No se toca a esta niña!

—Pero queremos liberarla —lo intentó Granger.

Sev alzó las cejas.

—¿De qué? —preguntó con retórica, apuntándome —. Juegan todo el santo día a las traes y a las muñecas. ¡Siéntense! —obedecieron con miedo, oh, Sev inspiraba terror. Cool —. Niña, no se haga acá, es peligroso, mejor use mi escritorio, allá es más difícil que la alcancen las pociones voladoras de esta panda de inútiles.

Que pedagógico.

—¿Amo?

—Haz lo que él te dijo —y ocupé mi puesto.

Neville se inclinó contra mí invadiendo mi espacio personal.

—Te voy a regalar un libro de etiqueta.

¿Y eso a qué venía?

—¿Para qué?

Observamos juntos la caminata de Sev y Elena.

—No sabes tratarla. No es una compañera de juegos, no puedes permitir que te haga quedar mal. Dile a tu papá que te inicie en la educación noble.

Oh no, ¿Neville también con esa basura?

—Mejor cuéntame que te ha tenido tan raro.

—Hoy en la clase elaboraremos la poción de…

Y no pudimos hablar más. Los lores: era de lógica. Elena: bueno, de esperar. ¿Neville? Tres son multitud, especialmente cuando el tercero era alguien tan alejado, calmado y despreocupado. Abordar el tema de la educación de heredero me estresaba, mi concepto alrededor era negativo. Ser bastardo resultaba mejor.

—Oye —llamé a Neville al finalizar la clase. Elena volvió a ser mi sombra.

—¿Qué? —giró con una sonrisa, no le fue tan mal con su trabajo de clase, obtuvimos un color preciso.

—¿Por qué has estado raro?

La sonrisa se fue al carajo.

—Nada —aseguró parpadeando violentamente. Mi amigo hizo un ademan de alejarse, pero se detuvo —. Sabes pelear, ¿verdad?

—Duelos mágicos, me entrenaron los mortífagos.

—Mmm.

—… ¿quieres que te enseñe?

—No, yo… no te preocupes —esbozó una sonrisa falsa —. Todo está estupendo. Nos vemos en el almuerzo.

Elena se acercó a mí conforme Neville se alejó.

—Miente, amo.

—Lo sé.