Hola.
Les comunico mis sentidas disculpas, cometí un error en el capítulo anterior (ya corregido). En la parte final, cuando Harry comenta que Neville se ha sumado a las personas que le repiten lo de la etiqueta y modales de heredero, él menciona a su padre, pero Voldemort jamás ha presionado a Harry al respecto, fue un error mío. Actualmente podrá leerse «los lores» en lugar de «papá».
Puede sonar como una tontería, pero el que Voldemort le de igual un tema muy importante para los sangre pura se convertirá en un tema fundamental en el futuro de la historia.
Gracias.
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Traté de ser empático y ayudar a Neville. Me agradaba mi amigo, no quería verlo frustrado y atorado con… lo que fuese. Sin hablarle por el resto de las clases, me devané el cerebro en el espacio que me concedió la materia de lenguas muertas, la cual, lamentablemente, no me ofreció temas interesantes, tratando de hallar una actividad que distrajese a Neville de sus problemas. Mi relajante natural eran las pociones; picar, revolver, oler cosas raras, ¡era fantástico!, pero para mi amigo no, él salía generalmente de la clase de Severus con ganas de llorar. Jugar era otra opción… oh sí.
—¡Neville! —mi gritó en el corredor fue más retumbante de lo que planeé. Me sonrojé al percatar que todo un pasillo se detuvo por mi culpa —. Lo siento —dije risueño, corriendo a alcanzar al castaño.
—¿Qué? —pidió alegremente, divertido con mi pena.
Entrelacé nuestros brazos tomando con el lado derecho a Elena; ella trataba de mantener sus distancias de mí al mismo tiempo que intentaba hacerme caso y olvidarse de su educación en el harem.
—Tenemos la tarde libre…
—Hay un ensayo gigante de pociones y lo de transfiguraciones —me recordó él interrumpiéndome.
—Sí, sí, pero podemos hacer algo hoy, mañana es sábado. ¿Conoces los kits de pociones infantiles?
—¿Con los que se hace espuma, slime y chispitas comestibles? —arrugó la boca —. Harry, hasta eso lo puedo hacer explotar.
—Nah, y te servirá de práctica —miré a Elena —. ¿Tú qué dices, Elena? ¿Aprenderías a hacer pócimas?
—Lo que guste usted, amo —respondió con una venia. Al igual que con Neville, ya los demás se estaban empezando a acostumbrar a la servidumbre de mi esclava.
Rodé los ojos.
—Vamos por Alec.
Encontrarlo no fue difícil, yo poseía una copia de su horario por propia petición del moreno, con la finalidad de hallarlo en el menor tiempo posible. Interceptamos a Alec saliendo de la clase de aritmética en el tercer piso.
—¿Pociones? Genial. Rellenaré tus pantalones con baba, Longbottom —le amenazó con humor.
Neville hizo una mueca, pero rió. Risa, grandioso, se relajaba.
—Una carrera hasta la sala de pociones —propuse.
—¿Y el almuerzo?
—Está bien, está bien, carrera al gran comedor.
—Ok. 1, 2…
Nerviosa y emocionada, Elena se sujetó a mi capa, saliendo disparada a mi par al oír el número 3. A mi esclava le encantaba el juego, talvez porque en su casa no se le permitía divertirse con otros niños o con sus hermanas.
Los dos tomamos la delantera y nos arrojamos a una escalera que, para mi mal, empezó a moverse. Desde los barandales Neville y Alec se carcajearon.
—Ya sabemos quién perdió.
—Nos vemos en el comedor, joven señor.
—Sí, ríanse y disfrútenlo —los reñí desinflado.
La sección del castillo donde nos dejó la escalera no la reconocí del todo. Hogwarts era inmensa, nosotros los alumnos recorríamos zonas específicas, pero el interior del castillo no era un sitio al que acudiéramos con frecuencia. Elena y yo contábamos con la opción de esperar en la escalera y regresarnos por la misma, pero preferí darme mis aires de aventurero y continuar corriendo; la rubia, confiando en mí, me siguió el paso sin miedo.
—¡¿Cómo se te ocurrió?!
Me frené en seco. Pasos, varias personas, una de ellas era mujer.
—El uso del mapa es una invasión a la privacidad, Nathaniel.
Carajo, era Dumbledore.
—Ven —le susurré a Elena, optando por ingresar al primer salón que nos encontramos.
Con cuidado cerré la puerta, pero no del todo, de forma que vería a los que pasaran. Elena permaneció muda sin pedir más indicaciones, agachándose conmigo en el suelo.
—Yo le entregué el mapa, profesor. Sé que se lo presté a la Orden del Fénix, pero…
—Entiendo tu punto, James, continuar el legado de los merodeadores es atemorizantemente fantástico, pero Nathaniel no debe darle más usos.
¿James? Nathaniel Potter, James Potter, así que la mujer era…
—Para las bromas y tonterías está bien, pero no para acosar a Harry.
—Pero mamá…
—Hijo, él no tiene ninguna obligación conmigo —estaban cerca, sus voces fueron más claras. Tenía que retirarme de la puerta o rompería las reglas de papá, aunque al hacerlo corría el riesgo de generar ruido y ser descubierto —. Déjalo en paz.
—Él te hace llorar mamá.
—Sí, mas no por su culpa. No lo molestes, él no me debe nada.
Ahí estaban. Un hombre de cabello castaño, Nathaniel con su pergamino en blanco, el director y mi progenitora. Mi madre poseía una cascada de cabello pelirrojo, un cuerpo bonito y unos ojos verdes intensos. Era hermosa.
… y era la misma aurora que me acosó a distancia el curso pasado.
… también era la mujer que apareció con el auror Black y el otro hombre en el carruaje luego del robo de la piedra filosofal.
¡Por eso la incomodidad de Neville y Alec! ¡Ellos sabían quién era! Yo fui el único que no entendió lo que pasaba. ¿Cuántas veces tuve a mi madre frente a mí? ¿Y qué era eso de un mapa? ¿El pergamino en blanco? ¿Existía un mapa de Hogwarts?
—¿Amo? Me arden las piernas.
Fui a regañar a Elena por hablar y atraer atención a nosotros, pero ya los Potter y el director no estaban ni se oían.
—Levántate.
En el gran comedor nos recibieron con un festín de jamones, queso y crema de pollo con setas.
—Uff, que belleza —babeé ocupando un lugar en la banca de Ravenclaw; no era sorpresa ese sitio, Alec estaba enamorando a una chica de esa casa, una muchacha que no estaba por ahí, pero que sin duda mi amigo esperaba con ansias. Con Neville frente a nosotros y Alec a mi derecha, Elena se ubicó a mi izquierda.
El jamón fue delicioso, los quesos de diversas texturas combinaban perfectamente con los panes y la crema que comí lentamente, disfrutando cada bocado, sabía a gloria; era un almuerzo que me recordaba a mi casa, papá era un amante del fiambre, yo de las cremas, así que él las mezclaba seguido. Mis amigos, tan satisfechos como yo, se mantuvieron en silencio intercambiando fuentes con más comida.
—¿Ha tenido éxito en su búsqueda de negocio, joven señor? —me preguntó Alec luego de finalizar con su bebida. Neville alzó las cejas con la boca llena.
—¿Negocio? ¿Vas a montar una venta de algo?
—Sí. ¿Recuerdas el dinero que gané en mi trabajo de verano? —Neville asintió —. Papá me ofreció más trabajo y también una alternativa para obtener ingresos incluso desde Hogwarts. Él me está dando 10 galeones por cada libro de emprendimientos que lea con la promesa de que, si desarrollo una idea lo suficientemente buena para convertirla en un negocio, me dará 100 galeones.
—Vaya —silbó por lo bajo —. Eso es casi el doble de un salario mínimo. ¿Ya sabes qué hacer?
Bajé mi ánimo.
—No. Nada se me ocurre.
—Yo estuve analizándolo y… ¿puedo hacerle una sugerencia, joven señor?
Ante el nerviosismo casi crónico de Alec, Neville chasqueó la lengua, expresando lo que sin duda llevaba mucho tiempo deseando decir.
—Deja de tratarlo como a un dios, él no te va a lanzar un cruciatus si le hablas feo.
Y, por su energía reprimida, quizá Neville habló más alto de lo recomendado. Habernos sentado en la mesa de Ravenclaw, cercana a Gryffindor, no colaboró.
—Ojos verdes, ¿vas a iniciar las torturas? Al menos espera al postre —se burló Seamus. Aunque fui firme y tajante respecto a mi relación con Granger, Ron, el resto de la familia Weasley y el sentarme en la mesa Gryffindor, yo no abandoné mi costumbre de saludar a Seamus y a otros chicos de la casa de leones por mera amabilidad.
—Es que ya estoy satisfecho —le seguí la cuerda al mestizo. Seamus y las gemelas hindúes se rieron.
—Bah, solo estás chicaneando —el castaño se encogió de hombros, mofándose del asunto. Eso me agradaba, le retiraba peso a mi sangre y estigma a mi nombre, además de que me ayudaba a hacer amigos y a que me tratasen mejor, normal —. Tú no sabes lanzar la maldición imperdonable de tortura —me limité a apretar los labios, tratando de retener mi risa. Mis dos amigos vieron con diversión al chico de la mesa roja y dorada, que palideció al cabo de unos segundos —. ¡¿La sabes lanzar?!
—Era la única forma de que mi papá me dejase venir a la escuela —respondí humildemente, sonriendo apenado.
—¡¿Qué?! —y se rió con fuerza, contagiando a los demás —. Ay, y Nathaniel dizque buscándote pelea, pobre idiota.
Me uní a las risas. Mi círculo se cerró a mi alrededor y, bajando la voz, continuamos con nuestra charla.
—Habla, Alec.
El sangre pura se inclinó para quedar más cerca.
—Estuve pensando en bisutería, joven señor. ¿No se ha fijado en que casi todas las estudiantes usan ahora unos brazaletes?
¿Ah?
—No. ¿Tú sí? —pedí a Elena, que demostró tener ojos más agudos que yo.
Mi esclava asintió.
—Unas horribles y baratas manillas de metal —dijo con asco. Neville se aguantó la risa y Alec asintió, apenas viendo a Elena por un instante.
—Exacto. Es un producto económico, fácil de elaborar y que se vende en masas.
—No es por ofender, pero —se introdujo Neville —, ¿crees que Harry puede venderlo?
—Tengo boca y no mucho que hacer —le respondí en broma. Mi amigo negó con seriedad.
—Eres el hijo del que no-debe-ser-nombrado. Se reirán contigo y te saludarán, puede que hasta les parezcas majo, pero no se van a acercar a ti.
Auch.
—¿Por qué? —pedí un tanto dolido.
Alec desvió los ojos y Neville lució culpable. Elena permaneció neutra, pero atenta a la charla.
—Harry, primero, gracias a ti el terrorista más grande que ha surgido en este país tiene la piedra filosofal; segundo, andas con una esclava, lo que humilla a muchas chicas y en general habla mal de ti; tercero, eres rico y has demostrado ser peligroso, lo suficiente para engañar aurores y vencer en duelo a adultos, no muchos empatizan contigo. Sé que los Weasley y las demás familias de pocos recursos no te comprarán nada porque sería contribuir a que tú sigas ostentando un estilo de vida muy… caro.
—¿Estilo de vida caro? —fruncí el ceño.
—Joven señor, usted luce muchas veces como un niño mimado y consentido, tiene una esclava que vale unos dos millones de galeones, viste buena ropa, usa oro, tiene multitud de juguetes y artículos escolares costosos, además de un maestro privado extranjero que le enseña a tocar un raro instrumento musical —completó Alec.
—Debe de estar orgulloso de su posición social, amo —arremetió Elena una vez se comprobó que yo carecía de respuesta.
—No es que sea malo —se defendió Alec —, pero…
—Pero no eres el sujeto al que yo le compraría algo después de clases —acomodó Neville.
Me desanimé muy feo.
—Pero yo cuando saludo me devuelven los buenos días —protesté débilmente.
Neville y Alec intercambiaron una mirada. Esa reacción era mala, tendría que grabármelo.
—No voy a decir quien, pero me han dicho ya varias veces que los padres están escribiéndoles a sus hijos para que sean amables contigo, todo el mundo cree que tu padre va a ganar la guerra y nadie lo quiere a él o a ti de enemigo —me reveló el Gryffindor.
—¿Y a ti te han dicho lo mismo en tu casa?
—Mi abuela aceptó que yo fuese tu amigo debido a la insistencia de Lily Potter.
Tuve que sujetarme a la mesa del comedor. ¿Era verdad? ¿No me querían? Yo era consciente que el comportamiento de Alec se debía a las lealtades fuertemente arraigadas de su familia, mas a él yo ya lo consideraba un amigo real, esperaba que el sentimiento fuera recíproco. ¿Y Neville? No, Neville estuvo conmigo desde el inicio sin amedrentarse.
—Su nombre es lo de menos, amo —comentó Elena frunciéndole el ceño a Alec. Primera vez que la veía ser desagradable con una persona de forma directa y clara —. Use uno falso.
Aquella idea tenía su mérito.
—Es cierto, no es necesario que se sepa que es usted.
—¿Y eso se puede? —cuestioné.
Mi grupo de amigos enmudeció mirándose las caras.
—Tu papá sabrá —dijo Neville antes de apresurarse a agregar un justificante —, pues me refiero a que él… él sabrá hacer torcidos, ¿no?
(Los torcidos son los enredos: cosas ilegales o incorrectas, como sobornar a alguien.)
Le sonreí para que se tranquilizara.
—Es cierto, si papi no sabe hacerlo, nadie lo sabe.
Casi por naturaleza, me volví cuidadoso en el gran comedor para prevenir un ataque hacia Elena o hacia mí, desviando mi mirada a los alrededores al ocurrir un movimiento extraño, por ejemplo, cuando algunos alumnos cercanos se levantaban o alguien salía por las puertas. A comparación con papá y Rabastan, yo era un tontuelo jugando a los espías, pero era mi mejor esfuerzo. Por ello, noté a Nathaniel entrando al gran comedor escoltado por sus padres y el director Dumbledore, quienes permanecieron en el umbral.
Nathaniel no me notó, el señor Potter se ocupó murmurando con Dumbledore, así que mi madre y yo pudimos intercambiar una mirada sin mucho público pendiente. Era bonita, con unos ojos que lucían como esmeraldas, no tenía pecas y usaba un maquillaje ligero con un labial vino. Ella abrió mucho sus ojos al notar que la reconocí; a la distancia no podía asegurarlo, pero su respiración se agitó.
—Joven señor, tenga cuidado —me murmuró al oído Alec, sujetando con fuerza el comedor. Tuve que verlo, acabando mi choque visual con mi madre —. Su padre, joven señor —me recordó.
Asentí. ¿Qué carajos estaba haciendo al romper muy de gracioso la norma fundamental de mi papá? Mi plato vacío, con mi estómago repleto, resultaba mareante; Elena, quien finalizaba su crema de forma muy elegante y cuidada me obligaba a ver comida, lo que me causaba nauseas debido a mi propia llenura, Neville ya había notado a mi progenitora, se delató al lucir tan nervioso como en los exámenes orales de la profesora Mcgonagall. Me enfoqué en Nathaniel, el cual volvía a mirarme.
Sobre el plato de mi medio hermano, descuidadamente, reposaba el pergamino en blanco. Un mapa, pero ¿de qué? ¿Hogwarts? ¿Enserio era posible? ¿Cómo me halló? ¿Acaso se podían buscar a las personas en él?
—¿Ya se fueron? —pedí.
—Sí, joven señor.
—Vámonos al aula de pociones.
En las mazmorras, muy cerca de las escaleras principales, se hallaban los dos salones de práctica de pociones, donde alumnos se amontonaban en épocas de exámenes para practicar, especialmente aquellos estudiantes de últimos grados que elegían la asignatura de pociones para sus… ¿cómo se llamaban las evaluaciones importantes de las que oí? Bueno, estudiaban para eso.
—Espera, Harry, ¿tienes un kit de pociones infantiles? —me interrogó Neville al ingresar al salón vacío.
—Nop —soplé la «p» infantilmente.
Todos ellos se frenaron, hasta Elena lucía consternada.
—¿Cómo haremos las pociones, entonces?
Le enseñé mis dientes.
—¿Alguna vez te conté, Nev, que mi padre me pagó por más de seis años un tutor privado en pociones?
—¡Por eso eres tan bueno! —se quejó.
Me encogí de hombros avanzando hasta el almacén; ahí y en el salón de clase iban a parar todos los ingredientes de pociones que compraban los alumnos, acompañando a los que la escuela proveía, colocados bajo un hechizo de pausa degenerativa, con la finalidad de que no se dañasen por el paso de los meses.
—Siempre que conozcas los efectos de un material de pociones y el cómo usarlo en sus diferentes etapas de maduración, puedes hacer lo que quieras. Mira esto: piel de rana purpura —las señalé. El trío se me acercó con una curiosidad que les hizo olvidarse de la distancia obligatoria que mantenían con mi esclava —, pulverizada sirve para pociones de tracto digestivo, pero mezclado con manzanilla y los ojos de la rana, se crea un ungüento para hongos de pies. Si la rana era vieja, y empleando clavos de olor, leche y un par de cosas más, se crea una crema suavizante.
(Me acabo de inventar todo eso, ni se les ocurra probarlo en casa 😊).
De esa forma, explicando los usos de las plantas y partes de animales, y usando el colorante en polvo al fondo de los estantes, pudimos iniciar la creación de burbujas mágicas y baba que, debido a mi elección, fue amarilla.
A pesar de la promesa de Alec de rellenarle los pantalones con burbujas, baba y demás, Neville se sentó con el Lestrange más joven a colaborar, incrédulo de lo simple que resultaba para él la poción de espuma, incluso yendo a por más producto para recrear su poción. Con mi logro cumplido, eso de hacer sentir mejor a Neville, me enfoqué en mi nuevo objetivo, entretener a Elena.
—Que sensación —se asombró ella jugando con la baba y removiéndola entre sus dedos.
—¿Qué te gustaría que fuera? —la incité tomando la baba restante en el caldero de peltre donado por el colegio.
—Amo, es el color exacto de Dragón.
Bingo, yo pensaba lo mismo.
—Dragón será.
Y usando mis manos, y mucha magia, le di forma a la baba, girándola sobre sí misma, cada vez luciendo más como el peluche que le regalé a Elena. Con más magia agregué un comportamiento de dragón, de forma que el animalito de baba rugía y agitaba sus alas elevándose unos centímetros de la mesa.
—Wow.
—Super.
—Joven señor, se superó.
Se agruparon a ver. Alec tenía razón, me superé; yo jugaba con magia todo el tiempo, pero no la mezclaba con las pociones. Mi experimento salió muy bien, tenía buena apariencia y…
—¡Lo tengo! —mi grito de victoria fue supremamente agudo y fuerte, asustándolos —. ¡Lo tengo! ¡Lo tengo! —repetí haciendo un ridículo bailecito con los puños apretados de la emoción.
—Er… ¿respiraste el humo de la poción, Harry?
—No, tonto —me reí —. Animales de baba, Neville. Vender animales de baba.
—Oh…
—Mmm…
Elena sí hizo buena cara.
—Vamos —protesté fastidiado por su negatividad —. ¿Muy mala idea?
—No sé, joven señor, usted había dicho que artículos femeninos.
—¿Lo dijiste? Bueno, da igual. Yo estudié en una escuela primaria muggle, Harry, allá vendían babas de colores. En preescolar varios de los niños se atoraron con esto, uno casi muere, las prohibieron en la escuela.
—¿Enserio? Pero… no son tan blanditos —para probar mi punto apreté al dragón; lamentablemente, yo me enfoqué en su forma y sus efectos, no en su estabilidad, la baba se desmoronó en mis manos —. Que mal.
—Queda la opción de preguntarle a su señor padre, amo —propuso Elena, siempre positiva al tratarse de mí.
—Sí, igual hay que averiguarle sobre lo del falso nombre. Le mandaré esto con la carta.
Mucho después, cerca de la cena, Alec se marchó corriendo a orinar tras guardar todo en su respectivo gabinete y estante. A solas, parcialmente, me dirigí a Neville.
—Dime qué es lo que te tiene tan raro.
—No es nada —murmuró aclarándose la garganta. A leguas se notaba su incomodidad.
—Cuéntame —pedí con lo que yo consideraba un tono juguetón, pero Neville lo entendió al revés.
—No todos saltamos como Elena y Alec ante tus órdenes, Harry —gruñó.
—Pero si te lo pedí amablemente —me quejé con una voz fina.
Neville me esquivó los ojos y se balanceó entre un pie y otro.
—Yo… los veo en el desayuno.
Considerando su genio, prudentemente no lo detuve. Elena y yo emprendimos la marcha al gran comedor, ella aún jugaba con la baba que me sobró. En mi bolsillo, sellado mágicamente, tenía al recompuesto dragón de baba. Era viernes y era de noche.
Margaux.
De pronto, yo tampoco tenía hambre.
0oOo0
Nunca fue mi intención hacer esta historia una lección de moralidad, ética y/o ciudadanía, pero no pude evitar pensar en nuestro mundo, el real. La cifra de Unicef es: 15 millones de niñas, a nivel global, entre 15 y 20 años han sufrido abuso sexual, si contamos a las menores de 15 años la cifra aumenta a 120 millones.
Estemos alerta.
