[...]

En el segundo día, Alfred atrapó a Rosalía. La agarró de la muñeca sin usar la tela de su ropa como escudo. La mujer automáticamente comenzó a luchar contra la fuerza que la agarraba.

— Por favor.

México se detuvo de escapar al escuchar la vacilante suplica.

— Mande.

— No quiero que tengas planes con nadie — dijo Alfred.

— Chinga ¿y quién te hizo mi jefe? — reprendió Rosa, al parecer eso encendió un interruptor en el hombre.

— ¡No quería que sonara así! Solo es que... agh — se interrumpió a sí mismo, soltándola — ¿Qué vas hacer esta noche?

La mexicana se encogió de hombros, con una mirada crítica por el desliz — Ver películas en mi habitación, ver videos de perritos, o yo que sé.

— Entonces no tienes planes — concluyó. Rosalía quería patearlo.

— No es lo más interesante, pero me gusta hacerlo y no hay ningún lugar que no haya visto en tu capital — continuó, aún tenía la necesidad de patearlo. Estados Unidos la soltó lentamente de la muñeca leyendo sus emociones.

— Eso es raro —señaló — Te encanta hablar con la gente, no la evitas. Amas las multitudes.

— Las cosas cambian — dijo chasqueando la lengua. Evitando agregar el "por ti".

— Entonces no te estas negando.

— No dije eso.

Últimamente Rosalía decía mucho eso.

— México — cantó con una sonrisa. Sonaba familiar, la memoria de su petición de explorar en ese balcón hace ya muchos años, se le vino a la cabeza. Alfred quería escapar a ver las estrellas con ella. Se odio un poco al extrañar ese tono — Si no quieres ir a algún lugar, entonces ven a mi habitación.

Los ojos de Rosalía se agrandaron, se quedó quieta como un ciervo delante de los autos en una autopista y con el corazón en la boca. Le disgustaba no saber en qué estaba pensando Alfred, era muy diferente a la persona que conoció. Eso la asustaba y no quería quedarse sola con él. Pero si no tenía el valor de enfrentarlo a solas, nunca tendría el coraje para aceptar el cambio.

— ¿Qué quieres hacer? ¿Por qué eres tan insistente? — sus ojos miraban el techo, se desviaron a sus zapatos tratando de calmarse.

Etrum se rio — Esas son dos preguntas que te contestare si vas a mi habitación.

La boca de México se secó por la voz ronca que le daba un toque algo erótico al comentario. Se había vuelto bueno en leer en lo que no se decía explícitamente. Y en la manipulación para conseguir lo que quería.

— ¿Por qué no, Canadá? Es tu carnal — excusó de nuevo.

— Te quiero a ti. Saldré con Mattie mañana — explicó sin tapujos — Ahora dime ¿a qué hora tengo que esperarte?

México cedió. Sabía que por más que intentara evitar su encuentro, pero que sería en vano.

Rosalía había hecho lo mismo que ahora, evitar todo lo posible a alguien. En antaño en la consumación de su independencia, ella ignoro a todos en todas las formas que eran pensables: no contestaba cartas, mandaba diplomáticos para las relaciones internacionales o posponía las visitas al resto del continente. Cuando Alfred fue a visitar de improvisto a su vecina del sur, no se encontró con la chica de la discreta sonrisa, si no, una mirada consternada de una mujer madura con una actitud cortante. México trato de convencerlo de que volviera por donde había venido. Era difícil ver a cualquiera de los descendientes de los Antiguos de América, siendo México y Groenlandia los únicos que sobrevivieron a la intervención europea. Rosalía se preguntaba si Alfred relaciono eso con lo que pasaba.

Era injusto para Etrum. Injusto para Alfred que ella evitara hablar con él o no verlo a la cara en cada conversación. Tenían toda una historia juntos, que era imposible de ignorar la relación íntima que los colocaba en una posición exclusiva delante de su contraparte. Era una relación inquebrantable, por que México no existiría sin Estados Unidos y Estados Unidos se derrumbaría sin México. Rosalía querría decir que su aversión a Etrum era por la legalización de esclavos y políticas misóginas. Pero eso era una mentira ¿Qué sabría ella de moral? Literalmente su gente hizo de una cultura el narcotráfico. Era su culpa lo que la alejaba de él, miedo a que Alfred dejara de verla como a una igual, que sintiera asco y dejarla otra vez con el corazón roto. No quería volver a pasar por eso otra vez.

La mujer miró a su reflejo, inspeccionando su cabello recogido en una media coleta. Su cabello descendía a sus omoplatos, con todo lo sucedido se olvidó de cortarlo. Su rostro carecía de maquillaje, no veía la necesidad del esfuerzo. Probablemente terminaría llorando al final de la noche.

Gracias al cielo que se hospedaban en el mismo hotel, solo que en diferentes pisos. No quería salir a la calle sin compañía.

Cuando Etrum abrió la puerta, descubrió que su traje de negocios fue remplazado por algo más informal. Su cabello previamente peinado hacia atrás, carecía del gel dejando que su cabello cayera por su frente (con ese peinado, se parecía más a si mismo que a Alemania). México toco la blusa lavanda que traía puesta, luego a sus pantalones negros que abrazaban a sus piernas que se detenían en sus tobillos.

— ¿Qué haremos?

Etrum se hizo a un lado dejándola pasar viendo hacia los lados, asegurándose de descartar a los ojos chismosos. Cerró la puerta con un clic. Inmediatamente comenzó a divagar sobre la vida, quejándose de cualquier tema que se le cruzara por la mente con la música pop anticuada que en definitiva era ilegal. En un ambiente cómodo, México comenzaría una discusión de uno de esos temas estúpidos o diciendo frases de memes, sin embargo, se limitó a escucharlo usando el lenguaje formal que comenzaba a normalizar en él. Era raro escuchar los "o" de su boca en las palabras color, humor y otras más.

Alfred se hospedaba no en un apartamento común y corriente, era una suite con todas las letras. Un dormitorio, una cocina, comedor, una gran televisión y una hermosa vista de la ciudad de Washington. El presupuesto de Etrum era alto, su mercado seguía siendo el más rentable del planeta.

Dos platos de pasta con chuleta de cerdo que emitían vapor estaban colocados en la mesa con unas copas y una botella de vino en hielo. Se sorprendió de lo bien cocinada de la carne que olía seductoramente apetitosa, la carne se corta bajo el cuchillo revelando la carne rosada jugosa por dentro. Alfred le dijo que Feliciano le ayudo con la cena.

— ¿Hablas con Veneciano? — preguntó México algo incrédula. Creía que el hermano de Romano se deshacía en temblores al hablar con Etrum.

— Claro. Sigue siendo mi amigo.

Eso era una queja. Se parecía a Alfred, pero actuaria de formas distintas. Era un fantasma que se parecía a América, pero era de esperar con el impacto de la "revolución". Las guerras civiles causan graves alucinaciones y un estado parecido a la esquizofrenia que hacen que la nación creé recuerdos que nunca pasaron y perciba de forma distinta todas las memorias para que se adaptara al cambio de la gente y dejar atrás su versión pasada. En el peor de los casos, perdían la memoria por completo sin saber si algún día la recuperarían. Alemania y México fueron esos dos peores casos, solo que el primero nunca recordó su pasado. Continuaron comiendo escuchando el playlist de música.

— Extrañe esto, ha pasado demasiado tiempo —confesó avergonzado.

Rosalía alzo una ceja — ¿Comer la comida de Italia?

Negó con la cabeza — Pasar el tiempo contigo. ¿No extrañas esto?

— ¿Debería?

— Somos vecinos y aliados, hemos pasado mucho tiempo juntos.

Ella refutó — Ni siquiera puedes decir que somos amigos. No me ves como tu igual, Etrum.

— ¿Sabes qué? Cambiemos de tema — ignoró el bufido de la mujer, prácticamente lo había admitido — ¿Cómo has estado?

— Bastante bien — mintió.

Le dio un sorbo a su copa de vino — Me alegro, he sabido que no has hablado mucho, al menos eso dice Perú. No sabía que decirle. Considerando que no hemos pasado tiempo juntos o hablando.

— No me he sentido bien, solo eso — se encogió de hombros jugando a la indiferencia.

— Deberías ver a un médico — insinuó Alfred — Estar así por tres años no es normal. O en un centro de desintoxicación.

México dejo caer el tenedor — ¿Qué? ¿Cómo mierda sabes de-?

Todo era cierto. Rosalía no recordaba cual fue su último beso o en que salieron a una excursión a las montañas. O una conversación en que no sintiera la necesidad de salir corriendo. Y cayó en sus viejos hábitos de intoxicarse con alcohol mezclados con sustancias ilegales para lidiar con el estrés. Pero no había manera en que él supiera de eso a menos que...

— ¡Me has estado espiando! — gritó levantándose de la silla.

— Me pidieron que lo hiciera.

— ¿Quién mierdas? — exigió estando molesta que el rubio siguiera tranquilamente comiendo.

— Varios de tus hermanos, Martín, Antonio, Francis y otro más. Si estás bien ¿por qué me pedirían eso? ¿Por qué están tan preocupados por tus problemas de alcoholismo?

Rosalía paso sus manos por su rostro — No tengo problemas, estoy jodidamente bien. No soy alcohólica, solo tomo unas copas y ya. Malditos chismosos, cuando los vea juro por Dios que les parto su madre.

— Hablas como una adicta en negación — volvió a colocar la copa en la mesa, Alfred se levantó de su asiento — Siempre haces esto, negando cuando las cosas van mal. Te conozco.

— Tu lo has dicho, no nos hemos hablado en tres años ¿aún me conoces?

— Me preocupo por ti —dijo en voz baja — Realmente lo hago, tú me importas, pero no puedo ceder a esto — los señalo a ambos.

Golpeo la mesa con fuerza haciendo traquetear los utensilios por la mesa— Eres increíble, maldito bastardo.

— Puedo explicarlo, necesito que lo entiendas. No era mi intención decirlo, pero es por qué...

Rosalía interrumpió con un grito — ¡DILO! ¡DILO DE UNA VEZ!

No debió aceptar venir a su suite a pasar el tiempo. Se suponía que no debería hablar con él más allá del ámbito laboral. No eran amigos, no eran amantes y no debía haber indicios de que alguna vez hubo más que ellos siendo vecinos.

— Eres latina — murmuró finalmente.

La ira de México se avivó por el tono que uso para decirlo, se paró delante de él — Francia y España también. Mónaco, Rumania, Argentina, Chile, Colombia, Perú y otros más, somos latinos. Cada vez que usas latino es como si lo usaras para una raza o un estigma, cuando en realidad es una cultura y la raíz de un idioma. ¿Por qué eso es un problema? Nunca fuiste así, y ahora tu... No te conozco, ya no, pero aún te extraño y... Alfred en verdad prefiero alejarme antes de que me lastimes.

Susurró en el silencio de la habitación sintiendo la pesada mirada de su acompañante. El celular de Alfred comenzó a sonar con la imagen de un rábano con la palabra "jefe" por debajo. Alfred soltó un gruñido.

— ¿Qué? ¿Tus jefes no saben que estás conmigo? — su burla se hizo presente. El hombre apretó los labios en silencio sentándose en el sofá, México soltó una risa húmeda al confirmar sus sospechas, no pudo evitar compararse con una niña haciendo berrinche. Sintió las lágrimas escapar de sus ojos que fueron limpiadas por las manos frías de Alfred.

Levanto la vista sorprendida, sus manos sostenían con ternura el rostro de la mujer, ella coloco una de sus manos encima de las de él. Con su mano libre acaricio la línea de su mandíbula, acepto la acaricia, pero se apartó.

— Esto no está bien.

— Al diablo con eso — espetó.

Luego se inclinó y lo besó. Alfred inclinó la cara hacia arriba como si hubiera estado esperando captar el pequeño gesto.

Un gruñido lo abandonó atrayéndola hacia a él. Sus labios se juntaron y se partieron, las olas rompiendo contra la orilla. Era un juego de estrategia: avanzar, atacar, retirarse, pero eso era lo que pasaba; siempre volvían. Hubo una violencia silenciosa en la forma en que se conocieron. Estaba ebria de los sentimientos que ese hombre le causaba. No tenía idea de por qué estaba reaccionando con tanta fuerza a este beso, cuando había besado a muchos antes, pero algo al respecto se sentía especial, la abrumaba y lo único que sabía era que quería esos labios en los suyos de nuevo.

Así que tan pronto como le fue posible cerró la distancia entre ambos. Alfred, aparentemente tan ansioso como Rosalía respondió rápidamente. El beso se volvió más apasionado cuando Rosalía empujó al hombre hacia el sofá. Abrió la boca para dejar que sus lenguas se deslizaran una contra la otra, saboreando cada segundo, cada toque del momento.

Quería grabarlo en su memoria, la sensación de mareo, las chispas eléctricas que bajaban por su columna mientras los dientes afilados rozaban suavemente sus labios, la forma en que todo en los dos encajaba perfectamente y cómo la excitaba.

Quería recordar todo eso para siempre. Después se iría y lidiaría con las consecuencias.

[...]

El suave murmullo de la brisa nocturna tocando música con las campanas de viento, junto con el constante golpeteo de las gotas de lluvia en la ventana de la habitación en la que los dos jóvenes se refugiaban. Todo se unía con los susurros que salían de la cama que encima tenía una improvisada casa de mantas que cubrían a los jóvenes, su única fuente de luz era un frasco de luciérnagas con pequeños agujeros en la tapa que el pionero rubio sostenía en sus manos. Alfred había tenido un crecimiento acelerado repentino, por lo que aparentaba los trece años y dejaron de tratarlo como a un niño. Y vestía con sombrero, camisa blanca y chaleco de cuero con botas de espuelas, Rosalía más adelante le diría "vaquero" por años. Nueva España seguía siendo más alta que él con sus dieciséis años, con vestidos menos elaborados a comparación de los del siglo pasado.

El corsé hacía que fuera algo difícil estar sentada en la posición. Alfred se había sacado las botas, sintiendo sus pies fríos que metió entre la tela de la amplia falda de su amiga. Ella no se quejó. Total, no era ella quien las lavaba.

¿Cuándo dijiste que Arthur volvería? — preguntó la novohispana, observando los enormes ojos azules de su vecino con el cabello alborotado en direcciones al azar con algunas gotas cayendo de sus mechones.

El chico se encogió de hombros jugando con el frasco en sus manos — No lo sé, viene y va cuando quiere, se va por unas décadas y regresa para cuidarme por unos años. Pero no creo que llegue justo en este momento ¿Qué hay de Antonio?

Manda muchas cartas. Es fastidioso — informó Rosalía poniendo los ojos en blanco Está ocupado enseñándoles a mis hermanos a cómo manejar los asuntos internos.

Alfred parpadeó confundido, ladeando la cabeza acercándose más a la chica— ¿No se supone que eso se enseña antes? ¿Por qué hasta ahora?

España quería que fueran más grandes para que aprendieran — explicó Rosalía quitando las decoraciones de moños en su cabello. Los listones rojos con pedrería cayeron en el colchón. Sus cabellos fueron soltados de su asfixiante coleta, largos mechones algo húmedos rodearon su rostro.

El rubio alzó las cejas con un pensamiento rodando por su cabeza, su amiga le miro curiosa por la mirada que tenía— Ahora ¿Quién vive contigo?

Nadie — dijo sencillamente.

¿No te sientes sola?

Nueva España siempre tuvo a alguien a quien cuidar o a Antonio para decirle que hacer. Ahora que Alfred recordaba; siempre la veía con las colonias de edad más pequeña, no eran precisamente compañía para hablar... ella los cuidaba y era una especie de niñera. O con adultos que le doblaban la edad o que buscaban algo más que una conversación cortés de política con la morena. O en el peor de los casos, pasaba sus días al lado de Antonio en la corte. Eso sonaba solitario...

A veces, pero se me pasa rápido. Ahora puedo conocer a la gente que represento y explorar sin tener los ojos de Antonio encima de mí — habló con una leve sonrisa, sus ojos se entrecerraron en cansancio — Y puedo venir a verte cuando quiera.

Alfred sonrió brillante, con el corazón latiendo de alegría al poder pasar tiempo con la colonia mayor. Aunque no podía quitar la sensación de que Rosalía le estaba mintiendo con eso de no sentirse sola. Ella al parecer estaba acostumbrada a no tener una persona con la que expresarse o que se quedaran a su lado solo por el placer que traía su compañía. Rosalía se veía diferente con el cabello suelto sin esos complicados peinados de trenzas o peinetas caras, se veía más joven incluso vulnerable. El rubio sabía lo que era ser dejado atrás, sin saber si algún día volverías a ver a alguien a quien amabas mucho y saber que tal vez no le importas tanto como tú lo haces con ellos. Inglaterra le enseño bien ese dolor. Sus palabras salieron de su boca profesando honestidad.

Te prometo que no importa lo que pase, siempre volveré a ti para que no estés sola.

[...]

En el tercer día, México se fue sin mirar atrás, para caminar hacia el futuro donde podría encontrarse con el sueño de la libertad y la posibilidad de encontrarse con el hombre que la amaba sin ocultarlo.

En el tercer día, Etrum despertó en una cama solitaria con el olor del perfume de una despedida.

En el tercer día, Rosalía llamo a sus hermanos menores y se puso de acuerdo para ir a un baile con Chile.

En el tercer día, Alfred vio las noticias de la pérdida de Minnesota, Wisconsin y Michigan a manos de los rebeldes.

En el tercer día, los dos sabían que se encontrarían de nuevo, después de todo era una promesa.