—Mano.

—Pero amo…

—¡Mano!

Insegura, Elena recorrió el espacio que nos distanciaba y entrelazó nuestros dedos. El lunes nos recibió con una lluvia y la noticia de que la mujer muggle que abofeteó a Rabastan continuaba desaparecida. El desayuno fue un tormento, era agotador estar ahí.

—No hagas esto, Harry.

Neville, a pesar de todo, continuaba firme a mi lado.

—He decidido ignorar la educación de sociedad y continuar siendo yo —les anuncié. Alec hizo cara de pánico.

—Lo diré por nosotros tres, dado que soy el único que se atreve a hablarte sin tapujos —soltó Neville mientras nos distanciábamos del gran comedor —. Eres un idiota. Tu padre es un elitista, es el líder de ellos, ya vino y te golpeó contra los muros solo por un error, no quiero saber lo que te hará si lo avergüenzas en público.

Esperen, ¿qué? Me frené en seco en la esquina del pasillo con la boca abierta.

—¿Me estás diciendo que insisten en mis modales y etiqueta por mi seguridad?

—Obvio.

—Por supuesto, joven señor.

—Su señor padre da miedo, amo.

¡Era de locos!

—¡Qué lindos son ustedes! —chillé. Alec se encogió en sí mismo al sentir mis brazos a su alrededor, Neville no me devolvió el gesto y Elena rotó la cabeza con confusión —. A mi padre le importa un rábano mi etiqueta, él no me quiere ni en Yule ni en Samhain, tampoco le interesa formar alianzas políticas o amistosas, él solo quiere que yo juegue y… sea feliz, supongo.

—No estás hablando en serio —alegó Neville —. Es… Voldemort, ¿ahora me vas a asegurar que es el mejor papá del mundo?

—El mejor no, es muy frío y ni siquiera me ama, pero… Elena, ¿qué nos regaló papá una vez llegaste a mi casa?

Mi esclava no tardó en responder siendo observada por los tres.

—Un baúl con juguetes, títeres y un caballo de madera que se mese.

—Prueba A —señalé a la rubia —. Elena me fue dada específicamente para mi educación noble, papá no le dio prioridad a ello, no quiso comprarme los libros de etiqueta, dijo que después; a él no le importa el cómo actúe. Papá me crió como a un bastardo, cambio mi estatus solo para agradecerme lo de la piedra, pero no me presiona para hacer lo que no me gusta. Sé que es un mal hombre, lo he visto toda mi vida hacer daño a los demás, daño real, pero como papá él es… decente.

Neville suspiró.

—No puedo creer que tu familia sea más soportable que la mía.

Resoplé.

—¿O sea que me usabas para darte moral?

Neville rió y giró el rostro, negando con la cabeza.

—La mía está condenada a ser una mancha en la historia, soy el hijo de los locos. Mi familia lejana no me acepta y es mi deber ser un ejemplo de lo correcto para que al menos yo tenga una aceptación en nuestra sociedad —se confesó Alec.

Le respondimos con un silencio simpático.

—La mía da asco, son un montón de depravados —la frase de Elena nos tomó desprevenidos. ¿Depravados? ¿Lo estaba aceptando? Wow.

Neville y Alec compartieron una mirada, mutuamente vieron a Elena, entre ellos y asintieron.

—Debe ser horrible ser criada en un harem como un producto de venta.

—Y no saber leer —añadió Neville.

—¿No les dije que no dolía? —me burlé. Señalé al techo con los brazos doblados —. ¿Acaso hay lluvia de cruciatus y avadas?

Carcajeándose, Neville me estampó un puño en el brazo. Le alcé las cejas a Alec. Mi amigo dio un pasito hacia mí y quedito me tocó con su puño en el brazo.

—Joder, por esto mi madre me dará una cachetada.

—Yo no le diré.

Riéndonos y haciendo competencia de carreras, nos despedimos de Alec en el segundo piso y corrimos al tercero, tocaba la clase de historia en una hora, el salón estaba desierto.

—¿Qué te pide tu familia? ¿Cenas y reuniones? —pregunté tirando mi mochila hábilmente al asiento del profesor. Elena se sentó, cruzó sus piernas y procedió a extraer de su mochila su libreta y mis colores, ella les halló un mejor uso.

—Pues… mi abuela y mis tíos se ligan con la Orden del Fénix, los hijos de los miembros están mentalizados en ganar la guerra y pelear. Yo no soy así, me gusta la calma. Mis tíos me llaman cobarde.

Que porquería.

—Yo crecí con los mortífagos. Rabastan y Rodolphus Lestrange me prestaban sus varitas para enseñarme hechizos de duelo, tengo aún las varitas de los aurores que ellos vencían y me regalaban.

—¿No están en la oficina de tu papá? —frunció el ceño.

—No, esas las consiguió papá —aclaré —. Los mortífagos guardan las suyas, pero los Lestrange me las regalaban para practicar en duelos.

—¿Cómo son ellos? Ya sabes, por fuera de las matanzas.

—Son geniales, amables, aunque… lo son conmigo, les gusta mucho la tortura y violar mujeres —admití haciendo una mueca —. Buscan cada día nuevos métodos de dañar.

—¿Cómo sabes lo de las mujeres? ¿Lo han hecho delante de ti?

—Recuerda que las secuestrados van a parar a mi casa, lo he visto desde niño.

Mi afirmación perturbó al castaño. Claro, aquello no era lo usual, no todos crecieron con un patio trasero repleto de dementes sádicos y sus víctimas.

—¡Riddle! ¿Por qué vives escondido?

La puerta fue abierta de par en par por Seamus, una chica rubia, casi tanto como Elena, de Ravenclaw, los gemelos Weasley y unos chicos más de nuestro año.

—¿Ah? Nos vemos cada clase, Seamus.

—No me cambies el tema, ojos verdes —aunque su tono era agresivo, su sonrisa me reveló que solo estaba jugando —. Ya nos enteramos del dragón que compraste. Muéstralo.

—¿El dragón? —parpadeé tontamente. ¿Querían ver mi dragón?

—Claro —habló uno de los gemelos —. Hermione y mi hermanita lo vieron, vuela y arroja fuego.

—Además espantó a madame Pince, tenemos que entregarle su medalla —continuó el otro gemelo.

Musité una risita, demasiado impactado para analizar el diálogo. ¡Estaban interesados en mi dragón! Técnicamente, era más de papá que mío, pero…

—¿Y bien? —insistió Seamus.

—Es que no le tengo aquí —contesté —. Lo dejé en mi dormitorio.

—¿Pero lo puedes traer al almuerzo? —me pidió uno de los chicos, era de piel oscura y rostro redondo.

—Claro, claro —sonreí.

Dado que la mayoría tendrían clase en el salón, se sentaron con nosotros; los mayores y la niña permanecieron ahí para elaborar sus preguntas.

—¿Cuánto cuesta?

—¿Dónde se consigue?

—¿Tienen más animales?

Elena y Neville me abandonaron en aquella encerrona, ambos muy alegremente recostados en los asientos para observar la interacción.

—No estoy muy seguro —tartamudeé. Traté de carraspear para dar un poco más de grosor a mi voz, yo nervioso sonaba igual que una chica —. Es una empresa novata, hasta ahora hicieron su primer diseño y me lo enviaron para saber si me gustaba.

—¿Aún no podemos comprar el dragón? —preguntó la chica rubia.

—No, lo siento… pero estoy seguro que en unos meses ya se podrá pedir.

—Ahh. ¿Y sabes el tipo de empresa que es?

—¿Tipo de empresa? —tartamudeé.

¿Qué no eran iguales todas las empresas?

—Hay algunas que fabrican al por mayor —habló un gemelo, el otro se rascaba la mejilla recostado en la pared —. Y hay unas que producen de forma personalizada.

—Mi hermana Ginny pidió una muñeca a una de esas, se la enviaron con confeti y una carta de agradecimiento; muy, muy bonito.

Sí, sonaba lindo. Yo jamás recibí una carta de agradecimiento por ninguna de mis compras. ¿Eso era lo de vender experiencias?

—Creo que es de esta última, yo les pregunto.

No muchas más personas me comentaron al respecto, pero me dejaron con la intriga. Pasaron varios días así, quedaron fascinados con el dragón y yo con el compromiso de avisarles cuando la empresa diera rienda suelta a las ventas. Llegó el profe Rafael y mi tiempo libre se redujo; volvieron las hermosas tardes rodeado de libros en la biblioteca realizando deberes, me fascinaba pulir y pulir mis ensayos hasta dejar un resultado casi perfecto. Elena profundizó en el coloreado, a ella le iba mejor que a mí, sus dibujos eran muy buenos; por su parte, Nathaniel no dejaba de mirarme de mala manera en el gran comedor, en sus ratos libres se dedicaba a untarle el pelo de baba a los nuevos de Slytherin a modo de, ¿bromas? ¿Acaso para la orden hacer llorar a niños de once años era gracioso?

Y Neville se tranquilizó un poco, pero adoptó un comportamiento extraño: no se separaba de mí. Alec encontró intrigante la actitud de nuestro amigo, llegando al punto de ofrecerle defensa básica, pero Neville declinó la oferta.

—¿Qué te hace pensar que necesito saber pelear? —pidió retóricamente con una sonrisita.

Así que el misterio Neville continuaba. Por otra parte, Alec, Elena y yo nos sentamos, de hecho, nos acostamos boca abajo, en la alfombra a planear nuestra siguiente «misión secreta».

—Quitárselo en el día generará sospechas y volveremos a lo de los aurores.

Confiando en que mi padre no me molería a ladrillazos por bajarle a la bobada de los modales finos, Alec compartió con Elena y conmigo un bote de chips de papas, un regalo de los elfos domésticos, con quien me hice cercano en mi fin de semana encuartelado.

—De día o de noche, la orden se enterará —contradije.

Alec y Neville fueron fáciles de convencer, mas Elena… era Elena. Convencida de que una mujer aportaba poco o nada a una charla de hombres, ella no soltaba su rol de esclava sexual y en ese momento, en lugar de aportar ideas, me acariciaba la espalda. Daba igual, ella me daría sus opiniones en privado; Elena era extremadamente inteligente y aguda, sus comentarios no eran para nada inservibles.

—¿El lugar donde ocultó la piedra sigue disponible? —Alec no confiaba del todo en Elena. Bueno, los viejos hábitos tardaban en morir.

—Imagino que sí.

—Podemos ejecutar el plan la noche antes a la ida de vacaciones, eso limitará el tiempo de búsqueda y reacción por parte de su hermano, joven señor.

No, la opinión de Alec no era de mi agrado.

—Me molesta que Nathaniel y la Orden del Fénix tengan un mapa en el cual pueden rastrearnos minuto a minuto. Preferiría que fuese antes, mejor pudriéndose bajo el castillo que en manos enemigas.

Alec asintió con solemnidad.

—Los caramelos adulterados surgieron efecto la vez anterior, pero, ¿cómo dárselos a los Gryffindor?

Gran pregunta para la que fuimos incapaces de formular respuesta.

Con Alec en la habitación, por las noches se daba una situación incómoda. Elena y yo nos acostumbramos a quedarnos en una de las camas, ella no perdía oportunidad en «recordarme» el por qué era mi favorita. Me dio la impresión de que mi creciente amabilidad y cercanía con los compañeros la enceló, papá me explicó que las esclavas no tenían mayor oportunidad que las que le brindase su amo y por eso ellas se aseguraban de otorgar una alta complacencia.

Tuve que entender que Elena no era falsa, sino que le sucedía lo mismo que a mí en los trabajos escolares: daba el 100% en su trabajo, salvo que su 80% era con su cuerpo y el 20% restante, su plática. Elena no me daba falsas ilusiones, sus consejos era útiles de sobremanera y, sin dejar de ser realista, me apoyaba en cada paso. Por mí no había problema en que ella iniciase un juego de cosquillas que terminase en una sección de besos ligeros y tontos, pero con Alec allí…

—No es gracioso —me quejé aguardando a que Elena saliese del baño de chicas. Acabábamos de desayunar.

—Sí que lo es, joven señor —por respeto, Alec trató de aguantarse su risa —. Creí que las chicas le desagradaban —comentó luego.

Me encogí de hombros.

—Solo me dejan babeado, es asqueroso, pero Elena lo hace mejor.

Esa pequeña conversación, de algún modo, se creció como una bola de nieve en la mañana de jueves, a tal grado, que cuando acudí con el profesor Lockhart a entregar mi ridículo examen, este ya contaba con una versión distorsionada de los hechos.

—Puede que te parezca un halago, Harry, pero murmurar de las mujeres con otros hombres no es correcto.

Fruncí el ceño, sin saber de qué hablaba.

—No entiendo.

—Bueno, hijo, es que te oyeron decir que Elena, tu esclavita, es mejor en la cama que otras chicas.

¡¿Qué qué?!

—¿Pero si yo nunca dije eso!

—Es lo que se está comentando —me sonrió dulcemente —. Oh Harry, entiendo que la tentación es grande y lo que ocurra a puertas cerradas es de tu total control, pero no debes comentarlo tan sueltamente.

—Yo no…

—Por supuesto, sabes que puedes confiar en mí para lo que sea —y me guiñó un ojo.

Al salir, todos me veían como un bicho raro. Al carajo la amabilidad por favores, las muchachas murmuraban, una me empujó al pasar y un par de chicos mayores me vieron con odio. El colmo fue al toparme, por casualidad, con una discusión de maestros.

—Es estúpido, Minerva, tiene doce años.

—Severus, ni te atrevas a defenderlo. Debe ser castigado ejemplarmente.

—Apoyo al profesor Snape, Harry es un niño —esa era la profesora Sprout.

La pelea entre los tres jefes de casa ocurría a viva voz y en pleno pasillo; en su calentura, ninguno reparó en los estudiantes, menos en mí, claro.

—Te tomaba por un caballero, Riddle —me riñó la profesora Mcgonagall sin siquiera un «hola».

—¿Y ahora que hice? Yo no dije nada sobre Elena u otras niñas —me defendí. Elena lucía confundida, ella no oyó las palabras del profesor de defensa.

—¿Así que niegas haber alabado las proezas de tu esclava en el sexo oral?

Enmudecí unos segundos.

—¿Qué es sexo oral?

La consternación de la profesora Mcgonagall se convirtió en vergüenza. Un «te lo dije» se escapó de la boca de la profesora Sprout. La mayoría de los presentes en el pasillo se rieron; Severus los espanto amenazando con detenciones. Hasta ahí llegaron mis enredos con los docentes, pero el alumnado era otra voz. Incluso mujeres de Slytherin, que fueron dulces y gentiles conmigo, me dieron la espalda. Varias veces en ese curso me tocó asumir que no tendría amigos, pero no dejaba de lastimar; ellos me dieron esperanzas con lo del dragón y luego me las arrebataron.

—Yo si te creo —fue lo que me dijo la niña rubia con mirada soñadora de Ravenclaw, Luna —. Las hadas que bailan sobre tu cabeza son amarillas y blancas, ellas no estarían contigo si fueses así de malo. O no puro.

Ok…

Neville también me preguntó al respecto un poco receloso, Seamus no me saludó en el almuerzo. Esos dos momentos me dieron ganas de llorar.

—No se ponga así, amo —me susurró Elena por la noche, a salvo en el dormitorio. Alec terminaba su tarea en mi escritorio, ¡al fin lo convencí!

Para animarme, Elena me pasó los sobres ya abiertos que papá mandó junto con el dragón. Papi me obsequió un libro en francés sobre artes contemporáneas, unas revistas italianas sobre emprendimientos pequeños, una pequeña revista de collage de imprentas para buscar inspiración; papá añadió mi libro de animales fantásticos.

—Con una sirena, ¿le agrego pecera?

—Podría ser un paquete —ofreció Elena —. Una pecera con decoración, una sirena y dos criaturas más a libre elección del cliente. Eso infla el precio.

—¿O sea, joven señor, que usted se va por el método personalizado? —curioseó Alec sin dejar de escribir en su pergamino.

—Me gustó, es lindo y hace sentir bien a las personas —contesté. Imaginar recibir un paquete dirigido específicamente a mí, según se mostraba en las revistas, me calentaba el pecho. ¡Qué tierno!

—Pero va a dejar menos ganancia.

—¿Qué?

Alec me miró apoyando su pluma en el mentón.

—Bueno, toman más tiempo, no simplemente se crean en masa y se depositan en un empaque impreso al por mayor. Necesitaría conseguir trabajadores o ambicionar menos clientes.

Resultó que Alec portaba razón, los emprendimientos pequeños manejaban una cuota de clientes reducida que no rondaba los 100 y 2000, según leí. Aunque que a tantas personas les gustase mi trabajo me sonaba alucinante, me hubiese gustado que mi producto llegase a cada puerta mágica, que no eran muchas.

—Le ayudaré en lo que esté en mi alcance, amo —me garantizó Elena.

—Y yo, joven señor —añadió Alec.

Mis libros comentaban sobre los sueldos, mencionaban a las leyes y a los derechos de los empleados, mas no a profundidad. ¿Cuánto tendría que pagarles a Elena y Alec? ¿De cuánto iba a ser mi producto? ¿Cuánto ganaría yo?

¿Y si fracasaba?

Mis noches de la semana transcurrieron así, en cada una me daba cuenta de que algo le faltaba a mi proyecto; y ese algo resultaba fundamental y tan importante que podría mandar mis horas de esfuerzo al caño. En esos momentos oscuros, moral y literal, era donde Elena sacaba sus garras.

Con mi sueño alterado por la preocupación y el resto de mis agobiantes problemas, la oía deslizarse fuera de su cama. Alec también la oía, él se deleitaba con saber lo que me ocurría a mí, para mi eterna vergüenza. Elena no perdía tiempo y me abrazaba por la espalda; no hablaba, ella no lo necesitaba. A veces eran sus manos, en otras su lengua, pero ella me tocaba bajo el pijama. Esa noche de jueves Elena no tuvo reparo en acariciarme el vientre hasta el borde de mis pantalones. Descubrí lo que era tener una erección, mas mi pene continuaba siendo terreno desconocido.

Puse una mano en la pierna de Elena, su piel iba descubierta, ella ingresaba desnuda. Acariciar de arriba a abajo su muslo resultaba relajante, su trasero redondo era una perfecta pelota antiestrés. Su humedad me empapaba el pijama, yo la atraje más hacia mí y Elena me correspondió plantando besos en mi mandíbula. De noche, salvo la alfombra, mi dormitorio era un tempano de hielo; contra el frío ocurría lo más maravilloso: la piel de Elena se erizaba a la par que con sus pezones rosados. Me giré para apreciarla visualmente, mi timidez respecto a ella desapareció, ¿cómo pudo haber sobrevivido si Elena misma me sujetaba las manos, me las ponía por sobre sus pechos y empezaba a susurrar?

Amo… así, sí, así.

Tomando la iniciativa, lo que se tornaba usual de mi parte, me incliné y metí uno de los pezones de Elena en mi boca. Ella hizo un ruido de haber probado algo muy rico.

—Amo, muérdame por favor.

Debajo de nosotros se oyó el jadeo de Alec, despertando mi risa.

—Lo siento —él se disculpó, también risueño. Elena se carcajeó. Los tres nos lo tomamos a bien.

—Aprenderé el hechizo de privacidad.

—¿Me lo jura?

Reí con fuerza. En la mañana no lograba verle la cara a Alec, así que me escondí en el baño alargando mi limpieza matutina añadiéndole una ducha. Las duchas y baños en tina no eran parte de mi rutina, con magia papá me enseñó desde muy niño a retirarme la suciedad, el sudor y el mal olor; Elena por su parte sí se duchaba a diario.

—Amo, ¿volverá a hacer uno de sus animales? Me encantaría verlo.

La observé a través de mi espejo, yo ya usaba mis pantalones y mi camisilla blanca de debajo del uniforme, Elena finalizaba su aplicación de brillo labial. No había día en el que ella no luciese impecable.

—No estoy muy seguro de los precios.

Elena dejó de revisarse el rostro y giró para verme.

—Olvídese de eso, amo. Tiene que aprender a centrarse en lo que es importante y no agobiarse por lo futuro.

—¿Mmm?

—¿Usted quiere cobrar sin siquiera tener una gama de productos listos? Discúlpeme, pero si es así, usted es un ridículo.

—Disculpada —me burlé, pero no sin ignorar sus palabras. Elena me sonrió al reconocer mi tono juguetón —. Los animales tienen que quedar iguales, es difícil. ¿Podrías hacerme unos dibujos para guiarme al moldear la baba?

—Será un honor, amo.

Sí, no le daría más largas a la elaboración, después miraba el resto. Oh, casi lo olvidaba, la lista de materiales, no podía seguir usando los de la escuela. Antes de irme a desayunar empaque en mi mochila uno de mis libros de pociones básicos, los que se encontraban en mis tomos personales, no pedidos por la escuela. Añadí a este una de las revistas italianas, verlas era un buen pasatiempo, eran hermosas, aunque Neville y Alec pensasen todo lo contrario.

—Sigue leyendo eso en público y todos creerán que esa esclava es de adorno —comentó Neville previo a la llegada de los búhos. Esa mañana él no lucía muy bien, estaba ojeroso y algo pálido.

—¿A qué te refieres? —curioseé revolviendo mis huevos, mi revista estaba abierta junto a mi plato, mas yo continuaba sin ser capaz de comer y leer al conjunto.

—Pues que van a creer que eres… ¡oye!

De lo que alcancé a ver, Alec lo pisó.

—Otro que tiene que aprender el hechizo de privacidad —nos dijo el moreno.

Me sonrojé como un tomate, Elena se sonrió y Neville lució confuso y enojado.

—Entiendo que esas cosas de un heredero no se dicen en voz alta, ¿pero tenías que destrozarme el pie?

—Sí.

No alcancé a preguntarles de qué hablaban, la bandada de pájaros interrumpió toda conversación. En mi correo llegó la nueva copia de mis historietas usuales, un ejemplar especial de Stud, una caja de dátiles y una carta de papá, dos docenas de lana hipoalergénica que me pidió Elena y un ejemplar del Profeta. Concentrado en mostrarle a Elena su pedido, al cual añadieron dos lanas de arcoíris por la magnitud de la compra, no noté que mi padre se encontraba en la primera plana del periódico.

—¿Tu papá enserio hizo esto? —la pregunta asqueada de Neville me llamó la atención.

—Si es sangre corriendo río abajo, quizás sí.

Que mi amigo no estuviese de humor para bromas me hizo tomar mi propia copia del Profeta.

Quienes-ustedes-saben obsequia niños muggles a criaturas oscuras.

En la noticia describían que un testigo ocular describió a papá entregándole niños y niñas secuestradas a los hombres lobo y vampiros a cambio de cerrar tratos.

—No —musité —. Mi padre no se mete con los niños.

—Bueno, la editorial dice otra cosa —Neville no pudo evitar sonar duro y resentido.

—No —dije con firmeza —. Neville, mi padre prohíbe —hice énfasis en esa palabra —, bajo tortura, que se agredan menores de edad, mucho menos niños que no superan los 10 años —lo cual era mencionado en el diario.

—¿Cómo lo sabes? —me cuestionó.

—Porque he visto las torturas.

Con eso lo callé. Los demás en el gran comedor no oyeron nuestra plática y estaban horrorizados; no me gustó la sonrisita de satisfacción del director. Ese artículo ni siquiera empleaba pruebas, solo menciones, sin fotos o más testigos. Era publicidad en contra de papi, nada más. No obstante, la mentira todos la creyeron como verdad absoluta y se aferraron a ella el resto del día, los más valientes, o idiotas, atacándome a mí también con puras palabras y miradas. No olvidaban que desarmé y vencí los once a un chico de último año, recordaban igualmente que por semanas engañé al escuadrón de aurores, incluyendo al señor Ojoloco Alastor Moody.

Nathaniel no perdió su oportunidad, era el descerebrado mayor.

—Tu padre es una rata.

No me gustó ni cinco que él me volviese a acorralar solo, sin Alec y con su pergamino en blanco en la mano. Me convencí, ese era el mapa que tenía que robar. Yo estaba harto.

—Tú eres quien ataca a niñitos nuevos y hace que las niñas de once años lloren —le espeté.

Mi hermano lució consternado y ofendido.

—Son asquerosos Slytherin, ¡se lo merecen! ¡Apoyan a la oscuridad!

—Pues tú eres un idiota —le grité —. ¿Estaría bien que te bañara en tripas de pescado por apoyar a la luz?

—¡Cómo si pudieras conmigo! —me retó muy confiado —. ¿Qué eres, hermanito, sin tu escolta mortífaga?

Gruñí. Una vida entera con personas a mi disposición, malcriado por papá, el único que podía alzarme la voz, no me dio el dominio personal para manejar mi ira y contenerme de enfrentar al imbécil frente a mí.

—El hijo de un jodido genocida —en mi nube de rabia, asumiendo una posición de combate y sacando mi varita, ni noté que empleé mi primera mala palabra.

Nathaniel lució muy feliz de iniciar un duelo conmigo, pero él retrocedió un paso bajando su varita. Sondeé con mi magia a mi alrededor, un truco de papi para saber contra cuantos oponentes exactamente se enfrentaba. Mi magia, la magia grisácea de Nathaniel y la débil manchita de Elena, así que nadie nos espiaba a mis espaldas. ¿Por qué se puso así? ¿Era una distracción?

—Mi papá tenía razón —murmuró Nathaniel alejándose más. Todo su lenguaje corporal me indicaba que se retiraba —. Estás tan podrido como tu padre.

Y huyó.

—¿Qué fue eso? —pregunté al aire enderezándome.

—Sus ojos, amo —miré a Elena, ella lucía aterrada.

—¿Qué?

—Se pusieron rojos.

Oh. Rojos, como los de papá.

—Es… se me ha expuesto demasiado a rituales malignos, es una… nunca me había pasado.

El miedo de Elena el resto del día no me ayudó a sentirme mejor. Al final de cuentas, a eso de las seis, mi padre y mi persona, con mis nuevas iris ya desvanecidas, fuimos relegados al fondo del baúl, un tema más importante apremiaba en la escuela. Un niño de primer año llevaba desaparecido desde la noche anterior.