Hola. Un comentario, vuelven los pensamientos clasistas de Harry; no se enojen con esta servidora si los análisis que ejecuta Harry son crueles, elitistas y machistas, pues es adrede, Harry no tiene el estilo de vida que lo conduzca a un pensar adecuado con la sociedad actual. Desde aquí empezamos ya a notar de que forma el ambiente y la sociedad moldan a una «mala persona».

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1. Una libra de polvo colorante comestible:

-Blanco.

-Negro.

-Azul.

-Amarillo.

-Rojo.

Total: 10 galeones.

2. Un litro de acetato de polivinilo.

5 galones.

3. Saborizante comestible sabor dulce.

Un galeón

4. Escarcha (todavía en discusión)

Un galeón para que sobre y no falte.

Un golecito en mi hombro detuvo mi escritura. Era el profesor Remus.

—Ya todos están contados, Harry. Pueden irse a sus casas.

Me fijé en la biblioteca, algunos ya se empezaban a marchar, otros se estiraban con pereza. Llevábamos más de dos horas ahí.

—Quisiera permanecer más en la biblioteca, por favor.

Él negó.

—Lo lamento, Harry, pero por protocolo los menores de quince años no pueden permanecer solos.

—Yo casi cumplo quince —ofreció Alec, mas el profesor no accedió.

La mayor parte de la casa Slytherin continuaba por allí, fue donde nos agruparon a los Hufflepuff y a las serpientes para el conteo de alumnos. Madame Prince estaba informando a los demás de que ya nos podíamos marchar de sus terrenos, pero yo necesitaba un poco más de la luz del día para buscar un químico coagulante no toxico que me ayudase a mantener firmes a mis babas.

—¡Marcus! —frené a mi viejo capitán en la puerta. Él tenía diecisiete años, era mayor de edad y medía más que algunos profesores.

—Hola Riddle —se paró para atenderme.

—¿Tienes algo que hacer justo ahora? Te quería pedir un favor.

Rápidamente pensé en una forma de solucionar aquello para que la reputación de Marcus y la de su familia no se viese afectada.

—No realmente, ¿en qué te puedo ayudar? —ser el hijo de su señor no significaba que él me fuese a ayudar de pura alegría, así que necesitaba que mi excusa lo motivase sin dañarlo.

Sonreí una vez se me ocurrió algo.

—Me tengo que quedar, pero no me dejan si no tengo a un mayor de quince años y… mi padre me dijo que si en algún momento me atacaban o estaba en peligro acudiese a ti.

—¿A mí? —jadeó sorprendido. Velozmente él miró a los presentes, sintiéndose señalado —. Pero él no me conoce.

—Lo sé. Es que te vio la vez del partido y lo impresionaste —tergiversé —. Le agradan los chicos grandes y fornidos, dice que se les ve espíritu de trabajo y no de vagancia.

Eso era cierto. Marcus se vio tan halagado que accedió a acompañarme sin chistar.

—Me conviene echar un repaso a transfiguraciones —dijo como justificante a sus amigos.

—Sabes, yo igual necesito leer para el examen de idiomas.

—Y yo.

El profesor hombre lobo se marchó al ver que me quedaba con tres chicos mayores de edad. Para mi mal, Alec vio con odio a Marcus, creyendo que este le estaba robando protagonismo en su cargo de guardia personal. En lugar de estudiar, los chicos se pusieron a hablar del muchacho desaparecido. Era un huérfano que probablemente se perdió por aventurarse.

Si existe un mapa de Hogwarts, mañana el chico estará desayunando con los demás, pensé. Sí, esa iba a ser la prueba.

—¿Qué estamos buscando, joven señor? —curioseó Alec tendiéndome mi libreta, en la que escribía lo que necesitaría para elaborar una buena tanta de babas de colores. Elena aguardaba en la mesa con un cuaderno grande y mi paquete de colores, ella ya había dibujado un muy realista hipogrifo.

—Un libro de materiales de pociones avanzadas. Necesito un coagulante no tóxico.

—Le ayudaré.

Pero no hallamos nada, salvo gelatina sin sabor, lo que me pareció muy cutre.

—Usted fue quien dijo que lo simple era mejor —se burló mi amigo.

—Tampoco así, ja.

En la mañana descubrí que me había equivocado: el mapa no fue suficiente para hallar al primer año desaparecido. Las clases se suspendieron y se formaron grupos para buscar al niño, tocaba manualmente porque los hechizos de búsqueda no aplicaban dentro de los terrenos de Hogwarts.

Con tanta aceleración, nervios y caos, Nathaniel cometió el error de abrir el mapa en el gran comedor. Vi la oportunidad y no la desaproveché.

Yo era muy hábil con los hechizos en pársel, eran mi mejor herramienta, a pesar del poco uso que les daba. Desde que tenía memoria, papá me enseñó a defenderme con las serpientes; de esa educación provenía mi hechizo de interrogatorio, el de desaparición, camuflaje, el sensor que usé ayer y el de espionaje, entre otros. Los mortífagos no conocían esos hechizos, pues papá me pedía espiarlos o meterme entre ellos y traerle trozos de conversaciones a modo de entrenamiento.

Ojo invisible —silbé por lo bajo. Neville y Alec no me notaron, Elena estaba demasiado concentrada en sus dibujos para oír.

Junté mis manos sobre mi regazo, una sobre la otra con los dedos estirados y juntos. Conforme la serpiente se movía por el suelo sin ser percibida, una imagen muy clara se formaba sobre mis manos del piso del gran salón. La serpiente transparente se movió por el lugar esquivando pies y patas de las bancas para dar con la reunión de Gryffindors que rodeaban a Nathaniel.

El pergamino en blanco era, oficialmente, un mapa de Hogwarts que sí mostraba a las personas en tiempo real.

—¿Lo han visto?

—No, nada.

—Tiene que estar en algún sitio.

Los Weasley sabían, nadie más, basándome en ese grupito.

Lamentablemente no hallaron al niño; Nathaniel se mostró muy deprimido por su falta de éxito.

—Sin el mapa, tenemos que continuar buscando.

—Sí, no sirve, guárdalo en tu baúl.

—Sí, eso haré. Travesura realizada.

Bingo.

Yo no era un niño envidioso o terriblemente caprichoso, pero no estaba acostumbrado a que los demás tuviesen algo que yo no, o ambicionar un objeto que no pudiese tener. Y quería ese mapa, sin importar el costo.

Existían métodos que yo no favorecía para enterarme de la guarida de los leones: una era usar a Hogwarts, otra era la maldición imperius, pero sin tiempo o ganas de esperar, esas dos opciones sonaban muy tentadoras. Obvio lady Hogwarts no me ayudaría a perpetrar un crimen, figuraba usar la imperdonable.

—¿Esto es seguro? —pidió Elena demostrando sus nervios. Los dos estábamos en el baño de niñas del segundo piso, el mismo de la cámara de los secretos.

—No dejaré que me espíen —susurré.

Paso 1: esperar que acabase el desayuno. Paso 2: maldecir a un alumno del primer o segundo año antes de que se fuesen los grupos de búsqueda matutinos; cada vez el desespero se notaba más, los adultos y aurores se unieron a los alumnos ya que el huérfano completó 36 horas sin agua y sin comida. Paso 3: sentarse a esperar. Paso 4: internarme en la mente del ladrón y borrar todo rastro de su pedido.

Por alguna extraña razón, Elena se emocionaba al verme tomar la iniciativa, le fascinaba que yo tuviese el control; incluso me atrevería a afirmar que la excitaba. Papá me lo explicó en una carta.

Es una mujer, quiere ser dominada; el hombre que domina le otorga seguridad. Mientras más seguro y firmes te muestres, más babeará por ti.

Y en otra carta, mucho más al principio del curso, me dijo:

Es imposible que te aburras con Elena a tu lado. Es una esclava sexual, Harry, úsala. El sexo no es algo completamente a tu alcance, lo entiendo (igual que el rubor que debes tener en este momento, nené), pero ¿qué no te gustaba besarla? Hazlo. Tienes entre tus manos al mejor juguete del mundo, dale uso. Contigo, Elena es fácil, te dará lo que quieras; déjate consentir.

Habría tachado a papá, por millonésima vez, de machista, sino fuera porque Elena no lucía en desacuerdo con las afirmaciones de mi padre. ¿Era grosero imponérmele a Elena si ella no me discutía? ¿Elena no me repetía, con palabras y actos, que su único objetivo era complacerme? ¿Por qué habría de estar mal que la «usase» si ella estaba dispuesta? ¿Y con Margaux y Katherine?

Entonces llegué a la conclusión de que una chica dispuesta era viable, especialmente al tratarse de las esclavas, porque era su trabajo.

Me quedaban unos minutos antes de que los grupos pasasen por allí, me distraería. Elena, viéndose en el espejo y alisando su cabello con los dedos, brincó y sonrió al sentir mi mano en su nalga derecha. Las muggles lloraban al ser tocadas, Elena sonreía; era diferente.

—¿Te importa si levanto tu falda?

—Sírvase como guste, amo.

Pimpón le cosió a Elena muchas faldas anchas con una medida un tanto más arriba de la rodilla; tardé mucho en entender que se elaboraron así para que yo tuviera un acceso fácil a la pierna de la rubia.

Elena usaba una tanga rosa claro que le iba perfecto con su trasero pálido y firme. Ya no me asombraba tanto que Elena se apoyase en el lavamanos y arquease la espalda para darme un mayor acceso a su cuerpo, ella se acomodaba constantemente a mí para entregarme sus mejores atributos.

—¿Has dejado de usar tus falos?

—¿Mis jugueticos? Los uso día de por medio.

—Muéstramelos la próxima vez que los uses.

—Lo que usted desee —sonrió viéndome desde el espejo. Me sorprendió que yo luciese tan confiado en mi reflejo. Tal vez por tocar a tantas mujeres papá era tan imponente —. ¿Le gusto?

—Eres muy bonita.

—Pronto cumpliré catorce.

Vaya.

—¿Qué quieres de regalo?

La puerta abriéndose nos interrumpió.

—¡Ay! ¡Lo siento!

Una niña de primer año, corbata dorada y roja, eso bastó.

—Imperio —la luz amarilla que brotó de mi varita la golpeó por la espalda. Ella se quedó quieta —. No dejes que se den cuenta que estás hechizada —ordené —. Ve a tu habitación, di estar cansada. Cuando todos salgan, entra a la habitación de Nathaniel Potter y busca el pergamino blanco que siempre carga, tráelo aquí. Que no te vean, no les cuentes que hablamos o que me viste.

—Sí señor.

Se marchó con un paso natural. Con una ola mágica cerré la puerta, le puse seguro y guardé mi varita.

—Para usted todo es fácil —me alabó Elena cruzando sus brazos atrás de mi cuello.

—Con mi linaje, imposible que no sepa maldecir —me mofé. Puse mis manos en la cintura de Elena y le sobé sus costados, ella me sonreía con una cara de adoración muy dulce —. ¿Qué quieres de cumpleaños? Te daré lo que me pidas.

—Quiero darme un baño con burbujas.

—¿Solo eso? —fruncí el ceño —. ¿Dónde está la trampa?

—Quiero que usted se bañe conmigo.

Oh.

—¿Sin ropa?

—¿Quién se baña con ropa?

Buen punto. Suspiré, caí en mi propia red.

—Está bien, Elena.

Ella me borró la sonrisa con un beso, pero le retiré el rostro con inquietud. Yo sabía que hacían dos personas en una tina, pero yo no quería sexo ni que ella me viese desnudo. Nadie nunca me había visto desnudo, salvo Pimpón y papá al cambiarme el pañal o ayudarme a en el baño, mas ambos eran muy respetuosos, yo lo recordaba.

Amito, nadie debe limpiarlo al ir al baño sino su padre y yo. Su colita no se puede tocar por otras personas.

Nené, te hiciste un desastre con el lodo, necesitas bañarte. Ven, quítate la ropa, ¿puedo verte desnudo?

Sí papá.

Desde pequeño papá me enseñó el pudor sobre mi propio cuerpo y el valor de la intimidad, algo que Elena no poseía.

—Yo… ¿quieres jugar una guerra de pulgares?

Ella parpadeó.

—Er, sí —le gané dos veces antes de que ella volviese a tocar el tema —. ¿Algo hice mal, amo?

—No —me apresuré a responder —. Yo solo, no sé, papá tiene razón, tú estás acostumbrada a otras cosas y yo no…

—Lo entiendo —me sonrió —. Lo lamento, amo. Pensé que usted también sentía la necesidad.

—¿Necesidad?

Me callé, un murmullo se oía, era el grupo de búsqueda.

—Sí amo —susurró contra mi oído —. Un picor allá abajo que no permite dormir.

—Tus pesadillas…

Quizá no debiéramos hablar, nos podrían oír.

—Son sueños eróticos —admitió sin pena apretándome contra ella —. Extraño mi vieja vida, el sexo, los bacanales y las orgías donde yo era el centro de atención.

Sí, papá tenía razón. Todas esas historias que Elena me contó de su casa no eran para ella una novela de terror; y así como yo echaba de menos los gritos que procedían de las torturas a muggles, ella echaba de menos las miles de manos tocándola y los hombres penetrándola. Algún día me encantaría verla desnuda, pero hoy no era ese día.

—¿Y si lo haces con alguien más? —mi idea sonó estúpida.

—Soy suya, no me pueden tocar —dijo con resignación.

—Pensaré en algo.

Elena sonrió.

—Sus ideas son estupendas, lo que se le ocurra será más que óptimo.

La verdad era que mi mente se encontraba en blanco. Esperamos una media hora más sentados en el suelo, con Elena recostada en mi regazo y yo acariciándole el cabello.

—¿Por qué estás tan sonrojada? —curioseé divertido con su reacción.

—No existe persona en este mundo que me mire como usted me mira.

Con mi pulgar delineé su pómulo derecho.

—Eres hermosa, mereces que el mundo entero bese el piso por el que caminas.

Su sonrojo aumento. En esos momentos sí me provocaba besarla y tenerla entre mis brazos. Era una sensación extraña, porque al quitarle la ropa mi efusión se desaparecía. De igual forma me incliné y picoteé sus labios.

—Déjeme enseñarle, le gustará —me rogó. Mi cuerpo reaccionaba cada vez que ella suplicaba —. Iré de a poco para que usted no se asuste.

No hubo forma de que le respondiera, el calor me llenaba y mi boca salivaba. La pequeña tienda de campaña se creó entre mis piernas; Elena y yo la miramos al mismo tiempo. Con su lengua y por sobre el uniforme, Elena lo acarició. Oh, eso se sintió increíble.

—Wow —se me escapó.

Elena hizo lo suyo en lo que yo veía al techo del baño. Sin dificultad alguna, ella se deshizo de la hebilla de mi cinturón, del botón y del cierre. Nunca antes pensé en mi pene como algo más allá que lo que usaba para orinar; con tantos miembros que vi en mi vida, yo sabía que él mío no calificaba como deseable para una mujer, pues no tenía vello, era pequeño y no poseía un grosor generoso.

La vez que por accidente vi a mi papá masturbándose en su alcoba fue cuando formulé la inocente pregunta.

¿Por qué el mío no es así?

¿Cuántos años tienes?, me respondió sin cubrirse, moviendo su mano lentamente.

Siete, dije luego de contar con mis dedos.

Tienes lo que necesita un niño de siete. ¿Cuántos años tengo yo?

No lo sé, muchos.

Ajá. Tengo lo que necesita un viejo, por eso son diferentes. Ahora vete.

Y Elena creció con viejos, adultos. ¿Qué encontraba atractivo en mí? Le preguntaría luego, la sensación de su boca succionando mi pene me sobrepasó de una forma indescriptible. Era maravilloso, el sonido de succión me encantaba y ese movimiento de Elena…

Como Margaux, ella aprendió que aquello era delicioso con adoctrinamiento. Y gracias a esto, de forma natural, se excitó. Bajé los ojos para verle el cuerpo, Elena asumió una posición de perrito que a los hombres les fascinaba, con el trasero bien alto y la espalda arqueada al máximo; con una de sus manos se tocaba la pelvis de forma frenética. Por inercia alargué la mano y le mandé la falda a su espalda, vi poco de su trasero, a mejor disposición se encontraban sus senos. Los toqué, apreté los pezones igual que ella me enseñó. Elena gimió.

Me gustaban los pechos, decidido. Eran dos bolas hermosas y muy mordisqueables. No obstante, con su falda alzada, y si estiraba mi brazo, alcanzaba sus dedos y su vagina húmeda. ¿Cómo se llamaba? Ah, la felicidad de ver al amo.

Nuevamente, detuve mi hilera de pensamientos. Una sensación muy conocida por mí me golpeaba, era como un orgasmo mágico, salvo que esta vez sí era mi cuerpo. Me mordí la lengua para no gritar. Fue increíble.

—¿Amo? —la voz de Elena sonó lejana y nebulosa. Abrí mis ojos a las malas, ella estaba allí con su dulce sonrisa; ¿cómo esperaba Elena que la mirase despectivamente, si siempre que fijaba su vista en mí lo hacía emitiendo adoración?

Tomé sus mejillas suaves e, ignorando ese líquido viscoso y diminuto en su comisura, la besé. ¿Por qué papá, Rabastan y los otros trataban feo a las mujeres que los hacían sentir así de bien? No lo entendía y esperaba no hacerlo nunca.

—Eres preciosa —mas le dije el cumplido que ella tanto aguardaba —. Mi favorita.

El rubor se intensificó hasta el punto de parecer fiebre.

—Usted me hace muy feliz, amo.

Y para agradecerme, ella se distanció de mí poniendo las manos y la frente en el suelo, reverenciándome. Eso aún me inquietaba, pero…

La niñita de Gryffindor no gritó esta vez al entrar, sus ojos lucían desenfocados por el imperio y en su mano cargaba el pergamino de Nathaniel. Me levanté de un salto y me acerqué, dándome cuenta muy tarde que mis pantalones colgaban y que mi pene estaba expuesto. De entrar un docente en ese momento, yo sería expulsado.

—Amo, ¿usted borrará su memoria?

—Sí.

Elena se irguió sin levantarse, apoyando su trasero en el suelo. Yo me empecé a acomodar los pantalones y la camisa salida.

—¿Puedo jugar con ella? Será igual que con Margaux.

Los juegos de Elena y Margaux, a los que posteriormente se uniría Katherine, eran… sexuales, otra palabra no los describía. ¿Le haría yo eso a esa niñita cuyo nombre yo no conocía? Pero mirando a Elena me costaba resistirme a su petición.

—Pues…

—Por favor amo, para su favorita.

Un recuero me llegó, una escena idéntica, salvo que yo era mi padre.

La costurera del castillo limpiaba con su lengua la punta del pene de papá, le había hecho una mamada en medio de su habitación de telas.

Por favor mi señor, para mí —suplicó.

¿Para ti? ¿Y quién eres tú? —se le burló papá.

Su puta, mi señor.

¿Mi puta? Tengo muchas putas —la sonrisa divertida de papá nos indicó a los dos que él solo jugaba; yo estaba sentado en la mesa de la señora observando todo, me gustaba jugar con las telas suaves, la mortífaga me fabricaba disfraces a menudo con ellas. A papá le daba igual tener sexo delante de mí, sexo suave, al menos en esos primeros años.

¿Acaso no soy yo su favorita?

¿Mi puta favorita? —riendo, papá la abofeteó. Ellos estaban de perfil, la vi sonreí y continuar lamiendo el miembro flácido —. Sí, ¿por qué no? Te daré lo que querías, pero primero enséñame el culo… así… nené, sal un rato, iré a buscarte para cenar.

Lo que no recordaba era el favor, pero papá lo concedió.

—Ven —la llamé con mi mano. Elena no se levantó, ella caminó de rodillas hasta mí; al estar a mi altura mi esclava se sostuvo a mi pierna y me vio con expectación: era la imagen real de la sumisión. Levanté mi mano un tanto, curioso en lo que sucedería si imitaba a papá, pero el temor de convertirme en un monstruo me detuvo. Bajé mi mano con suavidad y la deposité en la coronilla de Elena —. Muéstrame tus nalgas, por favor.

Ok, la peor imitación de papá de todo el mundo.

Elena se sonrió inmensamente antes de obedecerme, su trasero volvió a estar muy alto; no conforme con eso, Elena se corrió la tanga para enseñarme su zona íntima. Sus nalgas perfectas daban paso a un agujerito sonrosado. No todos eran así, otros eran oscuros, manchados o peludos, pero mi esclava fue moldeada para verse apetecible, no debía de esperarse algo menos que un cliché potenciado a su máxima expresión.

¿Por qué ese agujero gustaba tanto?

—Hazle lo que quieras, pero date prisa —miré a la niña —. Obedece a mi esclava… y dame ese pergamino.

Examiné el objeto largamente, sin entender cómo funcionaba. Nathaniel dijo «travesura realizada», ¿qué clase de clave tonta era esa? ¿Por qué no algo indecible para evitar precisamente lo que yo hacía? Pársel u otra lengua muerta, no un chiste pendejo.

Una vez Elena culminó en la boca de la niña, la cual fue obligada a costarse en el suelo, y tras limpiarla y borrarle la memoria, salimos de ahí a toda prisa sin olvidar suprimir el hechizo del pomo de la puerta. La niña entraría en uso de razón en unos minutos y ya.

Escondí el pergamino en mi capa en lo que recorrimos, corriendo, las escaleras hasta mi dormitorio. Alec nos aguardaba releyendo su libro de aritmética, esa materia le daba problemas.

—¿Lo consiguieron?

—Ta-dam —lo extendí con una gran sonrisa. El gesto alegre de Alec se transformó en confusión.

—No se ve nada.

—Sí —hice una mueca —, está apagado y no sé cómo se enciende —me encogí de hombros, emplearlo no era mi prioridad —. El caso es que no lo usarán para espiarnos y seguirnos.

—Bien dicho, joven señor.

Me senté en mi cama, Elena ya había vuelto a su silla, demasiado contenta para ponerse a tejer.

—¿Se supo algo del desaparecido?

—Sí, joven señor. Lo hallaron muerto tras una estatua en la torre de astronomía.