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Días atrás Black Country. Horas después del rescate en CapelLeFerne
«Invoca. Invoca. Invoca, hijo mío. Ábrela».
Shisui abrió los ojos que había cerrado durante poco más de una hora. Aquella frase lo acompañaría siempre, tal y como había hecho cada uno de los días de sus dos mil años de inmortal vida.
Fijó su mirada oscura en la mujer que tenía al lado.
Su pelo, una cabellera larga, lisa, dorada y suave.
Su olor a fresón, a algo suculento y sabroso.
Su rostro..., maldito fuera su rostro. Aquella joven tenía unas pestañas tan largas que parecían abanicos. Tupidas, espesas y de un color rubio más oscuro que el de su melena leonada. Sus cejas perfectamente arqueadas, con un arco desafiante e inverosímil que enmarcaban a la perfección sus ojos verdosos azulados. Un tono de verde único, con pequeñas motitas azules y amarillas en su interior. Una mirada que lo desarmaba y a la vez lo ponía en guardia. Sus labios..., labios levemente fruncidos como los de un bebé. Esa chica tenía unos morritos que él podría estar comiendo a todas horas, y una barbilla decidida, con un pequeño hoyuelo, que deseaba morder desde que lo vio.
Ella. Toda ella era un plato hecho solo para su paladar, sazonado con el aroma que a él lo perdía, cubierto de una esencia que solo él saborearía de arriba abajo. Sus manos, unas manos que le habían hecho sentir después de siglos de insensibilidad. Sentir dolor. Mucho dolor.
¡Jodidos dioses! Siglos atrás, justo después de que lo transformaran en vanirio, un grave error le había supuesto que los tres dioses Vanir le castigaran con el entumecimiento de todos sus sentidos hasta que encontrara a su verdadera cáraid. Ella le devolvería el tacto, ella se convertiría en su razón para vivir. Frey le dijo: «Tu cáraid será la que te devolverá las emociones, pero también será la que más daño te hará». Dicho y hecho.
Su letargo había sido infinito. Él era el druida del clan vanirio keltoi, un hombre que siempre había tenido mucho poder y había disfrutado de él. Pero Shisui, mejor que nadie, sabía que, desde que los dioses lo maldijeron con la insensibilidad, su amor por la magia y su sabio conocimiento por las fuerzas naturales habían dejado de importarle. Desapareció como si nunca hubiera vivido para ello. Porque ya no sentía, ya no disfrutaba de su preciado don, y se había vuelto un ser apático que fingía disfrutar de la vida cuando lo único que hacía en realidad era buscar a todas horas un chispazo de felicidad. Algo que le recordara que estaba vivo.
Era el resultado de la apatía. Cuando dejabas de sentir, ya no tenía importancia todo lo demás. Sí, era un vanirio y tenía poderes telequinésicos y telepáticos; su voz podía emitir pulsaciones que obligaban a las personas a hacer lo que él quisiera; volaba y podía hablar con los animales. Y era inmortal. Pero aquella conexión con su mundo interior y con el hermetismo y los acontecimientos mágicos del universo, todo aquello que lo hacía sentir en armonía con su espíritu, todo, había desaparecido.
Intentó pelear por no perder esa parte espiritual de él. Meditó, viajó, fundó varios centros de meditación y espiritualidad pensando que, al menos, aunque él estuviese muerto por dentro, podía hacer que unos cuantos de esos seres inferiores que él protegía se iluminaran por el camino. Que algún humano hiciese algo bien y encontrara el camino del despertar espiritual.
Pero las cosas no sucedían como él quería. Los humanos no creían en la espiritualidad ni en la meditación, y él empezaba a dejar de tener fe en ellos y también en sí mismo. La iluminación, el nirvana que él alcanzaba antes de ser vanirio, se le había escapado de entre los dedos el mismo día, siglos atrás, en que cometió aquel error y se dejó llevar por la venganza. Y desde entonces, todo cambió a su alrededor.
Nadie le negaría que había luchado por cambiar su sino: su destino, ese destino que las nornas creían que estaba dado. ¡Pues a las tres mujeres del Asgard les iba a dar una lección! Su lema era que si el destino estaba escrito, él lo modificaría con tippex.
Tanto tiempo..., tantísimos años fingiendo que se divertía, que experimentaba placer con tantas mujeres... Tantos siglos buscando a alguien que lo despertara y le demostrara que aquella vida en el Midgard valía la pena... Todo había sido en vano.
Al menos, había intentado ser positivo al respecto. Su cruz particular, el castigo que le había, impuesto los dioses, le había ayudado a resistir el hambre vaniria porque, con sus sentidos aletargados, su sed había desaparecido. Era como un hombre sin alma, muerto en vida. Con una sonrisa perpetua, pero también falsa. No sentía deseos de nada. Por no sentir, no tenía ni ganas de entregarse al sol.
Pero eso se había acabado. Su respuesta a su ansia, a su no vida, estaba ahí. Y él la tomaría porque estaba harto de sentirse hueco y vacío.
Un día, en el Ministry of Sound en Londres, esa mujer que ahora tenía en su cama le dirigió una sola mirada entre la multitud. Un único cruce de ojos y ¡bang! Shisui cazado. Había sido tan insultantemente sencillo...
Ahora, el vanirio observaba a la joven que yacía estirada entre las sábanas negras con un deseo tan fuerte que incluso le costaba respirar.
Él la había estado toqueteando durante toda la noche. Calentando, poniendo su motor en marcha. Sabía lo que ella estaba sufriendo. La había mordido y manipulado mentalmente para que bebiera de él. Ella había estado consciente y con los ojos abiertos. Había tragado su sangre a regañadientes mientras le había tirado del pelo negro, intentado apartarlo y arracándole mechones. Jodida bruja. Solo sabía hacerle daño. Quería que esa joven sintiera todo el dolor y la agonía sensual que su menudo cuerpo pudiera experimentar, porque deseaba hacerla suplicar por su toque. Quería que llorara por él, que le rogara.
Ya habían hecho un intercambio. El primero, y la científica nunca se acordaría de eso porque él había manipulado un poco sus recuerdos actuales. Ahora, el cuerpo todavía humano de la científica de Newscientists se retorcía y clamaba por más. Su sangre corría por sus venas y la de ella por las de él.
Quiero más. Shisui ladeó la cabeza fríamente y se colocó de rodillas sobre el colchón. Retiró la sábana azabache poco a poco y descubrió su curvilíneo y níveo cuerpo desnudo. Iba a morderla por todos lados otra vez. Iba a convertirla costara lo que costase, porque los dioses se habían reído de él; y ella, sin más, se había unido a sus carcajadas.
Resultaba que, después de siglos de abulia e indolencia, aquella mujer que encontró en el Ministry of Sound y el flechazo instantáneo que sintió por ella, fueron una maldita trampa. Lo cazaron de verdad, como a un animal. Ella y dos chicas más se lo llevaron a las instalaciones subterráneas de su organización, Newscientists, en CapelLeFerne, y lo torturaron durante días.
Y, maldita sea, ¡cómo dolía todo lo que le habían hecho! Hacía tanto tiempo que no sentía ni placer ni dolor que el recordar el calvario físico al que le sometieron le hacía sudar y lo ponía nervioso. ¿Por qué ahora podía percibir el dolor? ¿Por qué ahora sentía de nuevo? Porque esa mujer rubia y bella, fría y sádica, joven e inteligente... Esa mujer malvada, era su verdadera cáraid. Esa mujer le había devuelto todo y él se encontraba en un mar de contradicciones.
No sabía si la odiaba, pero estaba seguro de que sentía mucho resentimiento hacia ella. Le repugnaba todo lo que representaba, eso sí. Newscientists: poder, ambición, inhumanidad... Porque, ¿cómo una mujer, fuera de la naturaleza que fuese, seguía haciendo daño a un hombre que suplicaba y medio lloraba a causa de todo lo que ella infligía? ¿No tenía escrúpulos? ¿Era maligna? ¿De qué demonios estaba hecha? Las mujeres de su clan, las vanirias keltois, eran todas preciadas y guerreras, pero también eran misericordes, y eso que ya no eran ni humanas ni mortales. Sin embargo, aquella maldita humana a quien él tenía que proteger, aquella mujer inferior en naturaleza, era la más mala de todas las hembras que había conocido en su vida.
En esos túneles en los que él había permanecido secuestrado bajo tortura también yacían muchos niños, y sabía por lo que ellos habían pasado. No se podían comunicar mentalmente, algo impedía que sus ondas mentales circularan libremente, pero Shisui, gracias al contacto de la científica, sentía a la perfección lo que habían estado haciendo con ellos. Olía las lágrimas, el sudor, la desesperación y la humillación... Eran niños, maldita sea. Sacudió la cabeza, incómodo. Quería olvidar esas cosas pero nunca podría.
Antes de conocer a su cáraid no se habría atormentado por ello. Su sensibilidad y sus emociones estaban muertas. Pero, al ser ella quien lo secuestró y quien le obligó a despertar, las oleadas de indignación le barrieron y lo habían hecho temblar reiteradas veces. Porque él sentía el dolor y la pena de esos niños. Ahora sí. Y lo sentía cada vez que ella lo había tocado.
La rubia había participado de algún modo en todo eso y ese detalle la convertía en un monstruo a sus ojos.
Ella formaba parte de Newscientists. Era la hija adoptiva de Kizashi Hoshigaki, uno de los magnates que encabezaban, por parte de los humanos, la secta mundial Lokasenna, y que estaban bajo las órdenes de los jotuns de Loki. Daibutsu, Murasame, Kakazu, Hidan. Y ese tal Hummus que irradiaba tanto poder. ¿Quién coño era?
Arrugó la sábana en un puño y se inclinó a oler la cadera desnuda de la rubia. La cadera de su insensible pareja.
Al beber de su sangre por primera vez, no había prestado atención a ninguna de las imágenes que cruzaban su mente y que provenían de ella, de sus recuerdos, de todos esos recuerdos adheridos a su ADN. Sería mucho más fácil si pudiera leer sus pensamientos, pero Newscientists la había educado muy bien y esa chica tenía unas aptitudes mentales que dejarían en evidencia al maestro Einstein. Era superdotada, sin duda. Y él había estado tan sediento de ella que le había dado igual lo que había visto; solo recuerdos actuales inconexos, aunque algunos muy reveladores. Por ejemplo:
Hidan había intentado hacer un intercambio de rehenes en el bosque de Tunbridge Wells. Había querido hacer un trueque: ella a cambio de él. Pero la ratita de laboratorio se había dado cuenta de que el intercambio no era legal, ya que Hidan se había servido de un clon idéntico a Shisui. Su mujer había notado que no se trataba del verdadero vanirio y había avisado a Deidara, Itachi, Karin, Tenten y Obito para que supieran que era una maldita trampa. Después, en el coche, estando con Hidan y otro tipo, el vampiro le había clavado un puñal en la muñeca izquierda y le había sacado un localizador que Deidara había insertado mientras la tuvieron en su poder en la cueva del hambre de la BlackCountry. En la cueva del hambre la habían interrogado, a ella y a la otra sádica de Newscientists de aspecto masculino. ¿Se llamaba Ameyuri? No importaba.
Ameyuri había hablado como una cobarde, pero la rubia no había soltado prenda. Era dura y muy valiente, reconoció Shisui.
El vanirio se relamió los labios y se centró de nuevo en su olor, en ella. Repasó mentalmente todo lo que había hecho hasta entonces con su presa. Primero la había desnudado y se había limitado a lamer todas las heridas que Hidan le había infligido. Tenía desgarros por todos lados y él había odiado cada corte, porque estaban hechos por los colmillos de otro macho, y no uno cualquiera, sino los del peor. Cuando la joven despertara, le dolería. Igual que le iba a doler la incisión de la muñeca. Le habían cortado las venas los muy hijos de perra, pero Shisui había vendado su muñeca y cosido la herida. Él intentaría amortiguar su dolor, él lo intentaría controlar hasta que despertara a su nueva naturaleza. Cuando se transformara en vaniria, sus heridas sanarían y cicatrizarían por dentro. Mientras tanto, el mejor analgésico era su saliva y su unión mental. Había lamido y succionado todas las heridas para extraer la posible ponzoña que le había quedado de los mordiscos de Hidan. Si Hidan había bebido de ella, el vampiro dispondría de la información que necesitara, y eso lo llenó de rabia.
Pero, ahora, ella descansaba como mejor podía, sumida en un frenesí de deseo que él mismo le había infligido. Entre parejas, el cuerpo y la necesidad de ser tocado y acariciado despertaba a la vida. Mientras la científica pensara en el deseo y en el ardor de su sexo, no pensaría en el dolor de su cuerpo.
Mientras la desnudaba, le había mordido y había puesto su marca en ella.
Mientras la duchaba, le había mordido de nuevo. No sabía si había sido rudo o no pero, al menos, no le había dejado heridas. Solo pequeñas incisiones que él se había encargado de cerrar con la lengua. Después, Shisui se había cortado en el pecho y mientras le acariciaba la espalda, la había obligado a beber de él bajo el chorro caliente de la ducha. Ella había sorbido como una gatita y había lamido su cicatriz de un modo tan innato y sexy que le había hinchado la polla como nunca.
Mientras la metía en la cama, la había vuelto a morder. Y ninguna de esas veces había prestado atención a la información pasada de su sangre, solo a los acontecimientos más inmediatos. ¿Por qué no se había centrado en obtener información de su cáraid? ¿En saber de su pasado? Porque resultaba que toda su sangre se había aglomerado en su miembro. Solo pensaba en meterse entre sus piernas. A los vanirios, como a los humanos, también les pasaba eso.
Pero aquello tenía una rápida solución: volvería a beber de ella y esta vez se concentraría más. Sabría quién era la ratita de laboratorio en realidad.
Su cáraid lo había cazado como el gato al ratón, y en las instalaciones de Newscientists lo había abierto en canal y le había revuelto los órganos con las manos. Le había martirizado con sus bisturíes, y le había atormentado con su mirada indiferente y su comportamiento altivo para con él. Fue tan fría, tan metódica y rauda..., que él se había negado a creer que aquella hermosura de Satán fuera su pareja de vida. Pero lo era, por tanto y sumando dos más dos, ambos se joderían mutuamente.
Ella había despertado a la bestia, y el bárbaro interior reclamaba su castigo, su justa venganza, su trofeo.
Todo lo que sucediera a partir de ese momento sería consecuencia de los actos de esa chica. Sus instintos habían despertado, espoleados por una puta mirada de aquella diosa. Y él se moría de ganas de demostrarle que no había ni un ápice de divinidad en ella; que era solo una humana y que él era el verdadero elegido por los dioses.
De ahora en adelante, su dios.
La mujer abrió los ojos con un suave aleteo de sus pestañas. Sentía su cuerpo en llamas, como si el mismo Infierno la reclamara. Le escocían algunas partes del cuerpo y la piel le hormigueaba como si las puntas de varios dedos le acariciaran y le hicieran sutiles cosquillas.
Estaba en una habitación totalmente a oscuras. Se oía el suave deslizar del agua fluir, como si hubiese un río cerca. Focalizó la mirada al frente y supo que no estaba sola. Oía una profunda respiración acompañada del ronco ronroneo de un pecho masculino.
Él. Él estaba ahí con ella. Lo sabía porque... Bueno, no sabía por qué. Pero era él.
Se incomodó y volvió a ponerse nerviosa. Después del terrible suceso que vivió de pequeña, nunca más había sentido nervios por nada, pero desde hacía unos días, aquel parecía ser su estado natural.
¿Y acaso importaba? ¿Le importaba a ella sentirse así? No. Le daba igual.
Solo quería morir. Quería que la mataran, que alguien acabara con su vida. Su mente intentó buscar una excusa para no vivir ese destino, pero no encontró ninguna. La física cuántica y los principios universales por los que se regía el universo te aseguraban que cada acción propiciaba una reacción. Sus acciones no iban a pasar en balde.
Todo lo que ella había hecho para Newscientists, todo lo que ella creía defender y por lo que ella creía luchar, todo, era una farsa. Una maldita farsa. Las personas en las que ella había confiado: Kisame, su padre adoptivo; Ameyuri, su mejor amiga y alguien muy especial para ella; Hidan, Kakazu, Murasame, Delta..., no eran lo que aparentaban ser. La habían engañado miserablemente.
Su vida se centraba en el descubrimiento de otros espacios, otras realidades, universos paralelos. Se había concentrado día a día en el estudio de los quarks y había colaborado con esa gente que ella había considerado no familia, porque ella era muy mala para los vínculos afectivos, pero sí personas de confianza, de su círculo. Les había ayudado en sus averiguaciones, creyendo que sus descubrimientos ayudarían a detener a esa plaga de vampiros que asolaba su mundo. Le habían asegurado que esos seres venían de otras dimensiones y se habían colado desde un agujero cósmico, un portal, yendo a parar directamente a la Tierra. El objetivo de ella había sido hallar ese portal y dinamitarlo para que esos asesinos chupasangre nunca más salieran de ahí. Por eso trabajaba con aceleradores y quarks.
Su odio tenía una razón de ser.
Cuando era pequeña, esos vampiros mataron a su padre, su madre y a su hermana; las habían violado y maltratado para luego desangrarlas y acabar con sus vidas. Ella lo había visto todo y se había atrincherado en su cabeza, en un lugar en el que las secuencias numéricas y los valores de Pi la alejarían de todo el horror y el miedo. Pero cuando pensó que correría el mismo destino y que aquellos engendros también acabarían con ella, un hombre guapo, moreno y fuerte con halo de príncipe y ojos oscuros, la rescató y la llevó con él. Era Hidan. Aunque temía a los hombres y le daban asco, él se convirtió en su héroe, en el hombre que ella siempre veneraría y admiraría por encima de todas las cosas, porque la había salvado y porque, junto con todos los demás, luchaba por salvar a la Tierra de esas abominaciones. O eso creía.
Hidan le dio un hogar y un padre adoptivo: Kisame Hoshigaki.
Kisame era cariñoso y, aunque guardaba las distancias porque ella odiaba el contacto con el sexo opuesto —no le gustaba que la tocaran—, su padre adoptivo siempre fue respetuoso con ella.
Durante años, décadas, pensó que aquella era su realidad. Tenía de todo, vivía bien, gozaba de un círculo de amigas femenino en el que se sentía parcialmente segura y, además, aprendió técnicas de lucha y de defensa, programación neurolingüística y métodos de torturas contra los vampiros. Estaba preparada para vengarse en todos los ámbitos: en el mental y en el físico. Kisame no escatimó en gastos para su formación. Ella tenía un cociente intelectual altísimo y le fascinaba la física. Se licenció precozmente a los veintidós años con el Summa cum laude en Física Cuántica y desde entonces, día y noche, trabajaba en la organización que se suponía que cazaba vampiros y estudiaba el portal cósmico a través del cual esos monstruos de «otras razas» llegaban a la Tierra.
Todo mentira. Falso.
Era cierto que ella trabajaba en eso, pero la finalidad de sus estudios no se iba a utilizar para ese objetivo que ella consideraba tan noble y en beneficio de la humanidad. Se utilizaría para todo lo contrario.
Cuando la secuestraron días atrás, Itachi, el hermano del vanirio —porque así se llamaban los seres que ella, en realidad, había torturado—, la había interrogado, a ella y a su compañera Ameyuri.
En ese interrogatorio en una especie de agujero subterráneo, conoció a una chica de pelo castaño y ojos marrones que materializaba flechas de energía azuladas y blanquecinas en sus palmas. La cabrona le había clavado una en su muslo, y le había dolido y escocido como el demonio, además de que una explosión emocional la había convertido en un manojo inestable de lágrimas. Sin embargo, le había dolido más el desmoronarse emocionalmente que el dolor físico que la flecha le había causado. Luego había dos chicas más, con melenas espectaculares. Una tenía los ojos carmín y pelirroja, y la otra, ojos cafés eléctricos y su cabello azul. Ambas eran hipnotizadoras. Ah, y también había conocido a otro hombre de melena rubia y ojos azules.
Para ser sincera, ella y los hombres tenían un problema, porque ella les temía y les odiaba a partes iguales. No obstante, ese vanirio peligroso era un espectáculo: un cruce entre modelo italiano, asesino a sueldo y guerrero celta. Para ser una mujer que apenas miraba a los hombres debía reconocer que aquel era especialmente hermoso.
Los cinco seres que la interrogaron tenían algo en común: eran muy bellos, como sacados de revistas tipo GQ. Además, eran seres mentalmente poderosos y con dones que ella no comprendía, pero que, en otro tiempo, hubiera ansiado descifrar y desglosar. Los creyentes e ignorantes dirían que se trataba de magia. Ella no. Ella sabía que era ciencia evolucionada.
En la interpelación a la que fueron sometidas, descubrió que Ameyuri la había traicionado. Aquella chica sabía toda la verdad sobre Newscientists, sobre quienes eran realmente y se lo había ocultado; nunca le habló sobre ello ni le dijo la verdad, y quedó destrozada al descubrirlo. Ameyuri había sido su compañera, su amiga, alguien con quien había compartido mucha intimidad. Y la traidora la había estado engañando con su silencio. Al parecer, todos en Newscientists sabían lo que estaban haciendo. Todos menos ella, claro. Y le escocía haberlo descubierto así. Con lo inteligente y fuera de serie que era, la habían engañado como a una niña. Para más inri, Ameyuri servía de alimento a Delta y a Hidan. Les daba su sangre.
Sintió que se le retorcían las entrañas. Ella había besado a Ameyuri, le había dado cariño y se había dejado querer por ella, y ahora sentía asco al recordarlo. Ameyuri sabía todo lo que ella había vivido de pequeña con los vampiros, lo que ellos habían hecho con las personas que más quería. ¿Y le había importado a la zorra cuando se alió con ellos? No. Por supuesto que no. Esa chica nunca había sido su amiga, nunca la había querido de verdad.
Delta, Hidan, Kakazu, Daibutsu... Eran vampiros. ¡Vampiros!
Se cubrió la cara con las manos y se frotó los ojos. Al hacerlo, descubrió el vendaje en su muñeca. Recordó el maltrato al que Hidan y Kisame la habían sometido en el Rodius; y luego, en CapelLeFerne, los mordiscos del vampiro en su cuerpo... Se puso a temblar, y se obligó inmediatamente a permanecer serena. No perdería los nervios.
En ese momento parecía estar a salvo. ¿El vanirio pelinegro le había vendado? ¿Se preocupaba por ella? ¿La había curado? Sacudió la cabeza desechando ese pensamiento.
¿Por qué iba a hacerlo? Ella no sería misericordiosa si se hubiera dado el caso contrario. Joder, ella había colaborado con el enemigo.
«Mamá, lo siento. Lo siento tanto...». Había insultado el recuerdo de su madre y de su hermana. Había vendido su memoria. Las había abandonado al unirse a aquellos que habían acabado con sus vidas, y aunque ella desconociera para quien trabajaba en realidad, la verdad era que las había traicionado.
Un sollozo desgarró su pecho. Cruzó sus antebrazos sobre su rostro para cubrir sus ojos llorosos. Nunca lloraba, pero ese detalle la mataba y la hería de formas indecibles. La rebajaba. Su madre y su hermana... Ellas habían sufrido tanto y..., maldita sea. Ella lo había hecho todo por venganza, había trabajado duro por ellas..., y, sin saberlo, les estaba siendo desleal.
No obstante, lo peor fue descubrir todo lo demás. Tenían a niños en esas instalaciones, hacían hibridaciones con ellos. Saberlo le había destrozado el corazón. Ella misma había estado presente en las torturas a unos cuantos hombres de esas razas sobrenaturales pensando que eran vampiros, pues mostraban sus mismas debilidades y sus mismas características: tenían colmillos, se alimentaban de sangre, tenían poderes mentales, exponerlos durante un minuto bajo la potente luz del sol podía acabar con sus vidas... (eso y arrancarles el corazón, por supuesto). Pero aunque ella había disfrutado viendo la tortura a esos hombres pensando que se trataba de nosferatus, ¡eran hombres y no niños inocentes! Imaginarse a seres tan pequeños en manos de científicos sin emoción que solo abrían, estudiaban y experimentaban con sus menudos cuerpos la ponía enferma. ¡Y ella había formado parte de eso! Y, joder, estaba avergonzada por ello.
Golpeó el colchón con el talón de su pie desnudo.
«Maldita sea, cerebrito —se dijo—. Cómo la has cagado».
Nunca había experimentado tanta impotencia. Nunca se había sentido tan mal consigo misma.
Otro sollozo doloroso atravesó su pecho y reverberó en aquella habitación.
Y ahora estaba en manos de un hombre vanirio que ella misma había maltratado y martirizado. Y él..., él iba a castigarla de la peor de las maneras.
Ella lo haría si estuviera en su lugar. Pensó que sería su justa sanción por lo que había hecho. Sufriría las vejaciones que ese hombre tan guapo iba a cometer contra ella. ¿Por qué no? Se lo merecía.
Ya la había mordido, ¿no? Por casi todas las partes de su cuerpo, además.
Ya la había tocado, ¿no? Por todos lados. Y ella, para su propia degradación, había reaccionado bajo su toque. Era él por supuesto. Se negaba a creer que podía disfrutar con el tacto de las manos de un hombre. Él la obligaba a sentir placer. Lo había hecho durante toda la noche. La había sumido en una neblina de deseo, y la había impelido a sentir su toque y a desearlo con la misma intensidad.
Obviamente, ella no quería. Pero no podía negar que ese macho era espectacular. Muy atractivo y peligroso. Era un ser bello. Al menos, antes de que ella pusiera las manos en él, lo era.
Cuando lo vio en el Ministry of Sound no pudo hacer otra cosa que sonreírle y reconocer que era tan sexy que dolía verlo. Él cargaba con la chica de las flechas sobre el hombro, que acababa de cantar el Shook me all night long para poner cardíaco al personal junto con otra mujer morena un poco más mayor. Pero entonces, el vanirio miró entre la multitud y la encontró. Y, madre del amor hermoso, esa mirada la había tocado por todas partes. Se había sentido muy incómoda por tener tales sensaciones, por ser receptiva de ese modo ante él. Pero así había sido.
Cuando lo secuestró, lo más curioso fue comprobar que él solo era receptivo en la tortura cuando ella le tocaba. Solo con ella. El vanirio no sufría con nadie hasta que ella empezó a tocarlo y a hurgar en su cuerpo. Habían intercambiado todo tipo de comentarios e insultos, y a ella cada vez le costaba más hacerle daño. No sabía por qué, pero en ciertos momentos su dolor incluso le había hecho daño, como si hubiera un tipo de conexión entre ambos. Inexplicable, porque nunca se habían visto, porque no se conocían y porque no existía ningún vínculo entre ellos. Pero algo raro había tirado de ella.
No podía pensar así, porque... Ese ser inmortal era un hombre, ¡maldita sea! ¡Era un vanirio! ¡Y encima la odiaba! Y ahora no podía hacer nada contra alguien tan poderoso mentalmente, por mucho que Newscientists le hubiera enseñado a protegerse. Estaba vendida, y él había bebido de ella. Si el funcionamiento de beber sangre era el mismo que el de los vampiros, tarde o temprano él podría manipularla y ella perdería su inteligencia. Porque era algo que les sucedía a los vampiros. Así que tendría que esforzarse y tener los ojos muy abiertos para pelear hasta el último segundo para que no la obligara a beber de él. La sed de sangre les convertía en marionetas y solo obedecían órdenes. Dejaban de ser independientes mentalmente, sus hemisferios cerebrales se bloqueaban y su funcionamiento se detenía para que solo el impulso y la ansiedad les guiara.
No, por Dios. No... No quería llegar a eso. Su cerebro era lo más importante que tenía. Era su todo, sin él no sería nada. Y si moría, quería morir siendo consciente de lo que había hecho. Por eso, después de que la rescatara, le había rogado al vanirio que la matara. Se lo había suplicado porque ella misma no quería seguir viviendo con la cruz de saber que se había involucrado en un genocidio contra seres inocentes. Pero el pelinegro de ojos ónix se lo había negado. Y sabía perfectamente por qué: la venganza era un plato frío, y ese guerrero iba a cobrarse todas las afrentas.
No sabía cuál iba a ser su destino, pero encontraría el modo de acabar con su vida. Lo haría antes que compartir algo con ese tipo que la menospreciaba, antes que recordar todo lo que había hecho, antes que seguir viviendo en su propia piel. Una piel que ella habitaba y desconocía y que ahora, más que nunca, odiaba. Si había un castigo para ella, que lo cobrara rápido. Además, muerta no les serviría de nada ni a Hidan, ni a Danzō, ni a Kisame... Y lo que ella sabía quedaría siempre oculto en su memoria y se iría con ella.
—¿Estás asustada, nena?
Se descubrió los ojos y parpadeó repetidas veces para eliminar las lágrimas y focalizar la mirada en ese hombre. Nena. Mientras estaba bajo su tortura él la había llamado así y ella le había dicho que no volviera a hacerlo. Ahora estaba a su merced. Los papeles se habían intercambiado.
—¿Me ves bien? —preguntó el vanirio.
La joven lo veía recortado bajo la luz modulada de aquella habitación circular. Joder, era una habitación redonda, sin esquinas. Las paredes eran de cristal y, a través de ellas, corrían cortinas de agua iluminadas por luz azulada. ¿Estaban bajo tierra o había algo más que se pudiera ver a través de aquellos paneles transparentes? ¿Era un jardín lo que había detrás?
La cama estaba ubicada casi en el centro de la esfera y era un lugar más bien de descanso, sin muebles ni nada que pudiera estorbar a ese hombre tan grande. Unas cuantas plantas se colocaban estratégicamente resiguiendo el Feng Shui, y había una alfombra oscura en el suelo y un sofá con chaise longue en el lado opuesto a la cama. Al lado del sofá había una librería. Su mente analítica procesó toda la información para analizarla detenidamente.
—Te he preguntado si me ves bien, mujer. Responde.
Ella clavó sus ojos verdosos azulados en el vanirio. Nunca le había gustado que la hablaran en según qué tonos y, aunque se encontraba en condiciones muy perjudiciales, no le importó desafiarlo con la mirada. Lo miró de arriba abajo. Su cuerpo se perfilaba a la perfección. Músculos delineados en la semioscuridad, puños cerrados a cada lado de sus caderas, muslos poderosos y explosivos... Caderas estrechas y torso en forma de uve, con hombros marcados e hinchados, como los cuerpos de superhéroe de MARVEL y DC Cómics. Sí, ella adoraba esos cómics, y era la única frivolidad y licencia frikie que se permitía. Y era un secreto. Ameyuri se había reído de eso a menudo. Apretó los dientes porque acordarse de esa mujer traidora la hería.
El vanirio que tenía ante ella mostraba una postura amenazadora que expresaba un anhelo instintivo de cazar a la presa. La presa era ella y estaba tan aterrorizada que apenas podía moverse. Ese hombre no tenía ni idea de su miedo, o tal vez sí la tuviera, y de eso se trataba. De asustarla.
—¿Dónde estoy? —Su voz sonó irreconocible.
—A salvo. Conmigo.
Temari tragó saliva y lo miró a la cara. «A salvo» podía significar algo muy diferente para ella. Debido a la poca iluminación, no le veía bien los rasgos. Pero tampoco le hacía falta porque los tenía grabados en su mente: cejas muy negras y varoniles, pómulos altos, ojos muy negros y grandes, nariz recta, labios muy besables, mandíbula cuadrada y una barbilla con un surco que la dividía en medio. Y su pelo tan negro y ondulado en las puntas que... Un momento. ¿Dónde estaba su pelo? Se fijó en su cráneo rapado y se sintió perturbadoramente ofendida al ver que su melena ya no estaba ahí. Aquel hombre tenía un pelo precioso y ahora ya no lo tenía. ¿Cuándo se lo había afeitado?
—¿Y tu pelo?
—Ya no está.
—¿Por qué?
—Me he hartado de que me lo arranques.
Ella intentó recordar un momento en el que había hecho eso, y no vino nada a su mente. En realidad no debía importarle pero, misteriosamente, lo hacía. Nunca le había arrancado el pelo. ¿O sí?
—Tienes ganas de vengarte, ¿me equivoco? —dijo con voz llana, sin ápice de alma. Ah, pero tenía miedo de verdad. No quería correr la misma suerte que su madre y su hermana. No quería estar bajo un hombre nunca en la vida; se lo había jurado y perjurado cientos de veces. Pero ahí estaba. Y después de todos los errores que había cometido, puede que se mereciera correr esa suerte.
Shisui alzó la comisura del labio en una sonrisa diabólica.
—Me dijiste que era basura. Que no era un hombre, ¿recuerdas? —Se llevó las dos manos a su entrepierna, que ella no veía bien porque estaba entre las sombras. Observó cómo ella estudiaba angustiada el movimiento de sus bíceps y los músculos de sus antebrazos—. Voy a demostrarte que sí lo soy.
La chica levantó la barbilla. ¿Después de todo lo que ella le había hecho, ese ser inmortal solo estaba preocupado por su hombría ofendida? ¿El guerrero se estaba acariciando a sí mismo?
—¿Vas a violarme y después me matarás? —preguntó con desdén—. ¿Por qué no me matas y acabas con esto antes?
Shisui se detuvo y su cuerpo se quedó inmóvil.
—Estás loca si crees que voy a matarte. Sería demasiado fácil —se burló él.
—Entonces, ¿vas a torturarme?
—Oh, sí. Voy a torturarte una y otra vez.
Los ojos le escocieron y se le llenaron de lágrimas. Se lo merecía. Iba a hacerle daño. Iba a humillarla... Se esforzó por impermeabilizar su mente, sus pensamientos. No conocía la naturaleza real de esos vanirios, pero tenían poderes mentales como los vampiros y, seguramente él estaba hurgando en su cabeza. Le dolían las sienes y eso era señal de intrusión mental.
—Nena, no sirve de nada que te cierres. Voy a dinamitar esas barreras tan débiles que tienes. No pude hacerlo antes. En el Ministry me drogaste; en las cuevas también lo hiciste, y además teníais esas frecuencias que anulaban las ondas mentales... Pero ahora —se lamió el labio inferior y alzó una mano hasta colocarla en su suave vientre. Ella se tensó al instante e intentó alejarse de él—... Ahora estás en mi poder. He bebido de ti — Pero no le diría que ella había bebido de él. La mujer era inteligente y sabría sumar dos más dos, con lo cual entendería que tarde o temprano su cuerpo iba a cambiar.
—No me llames «nena»
—Te llamo como a mí me da la gana, nena. Y si valoras tu vida, no me llevarás la contraria.
Ella tensó la mandíbula. Ese iba a ser el juego. No importaba nada ya, así que se limitó a ser sincera y honesta.
—¿Qué te hace pensar que valoro mi vida? —preguntó aburrida de sí misma—. ¿Qué te hace pensar que me importa algo de lo que puedas hacer conmigo de aquí en adelante?
Shisui se tensó.
—Me merezco tu desprecio por lo que te hice —continuó ella—. Te aseguro que fui una ignorante, no sabía que me tenían engañada.
—¿Te tenían engañada? ¿Entonces me torturaste porque te tenían engañada? ¿Disfrutabas de ello porque te tenían engañada? Pobrecita rubia que no sabe lo que hace... —se burló.
—Me da igual si no me crees —aseguró—. Pero creo que será mejor para todos si me matas —admitió con valentía—. Yo dejaría de sentirme mal y nadie utilizaría la información que solo yo poseo. Ellos vendrán a por mí, me buscarán —explicó con voz temblorosa—. Las... Las fórmulas están incompletas. Yo las borré de los discos duros y de los programas, y ni siquiera las vi. Quería salvaguardarlas para que nadie las pudiera manipular antes que yo. Y si me mantienes con vida, les darás la oportunidad de encontrarme y obtener esa información. Y me encontrarán. Yo... no creo que eso os interese.
—Ah, pero me interesa —sonrió, pero el gesto no le llegó a los ojos—. Debo señalar que la información que puedas tener ahora es mía, ¿entendido? Pero hablaremos de ello más tarde. Lo primero es lo primero. Lo que sea que averiguaste ahora no importa.
La científica se angustió. Genial. Toda una vida dedicada a la investigación y ahora ese hombre diabólico menospreciaba su talento. Ella estaba muy orgullosa de su trabajo, ¿y ahora ni siquiera le daban la valía que merecía? Menudo zoquete que no apreciaba el descubrimiento más importante de la historia.
—¿No importa...? —repitió consternada por aquel insulto—. ¿Y qué es lo primero? —preguntó tragando saliva con dificultad.
—Que quiero matarte.
—Pero has dicho que no...
—A polvos.
Ella abrió los ojos asustada, negó con la cabeza y se relamió los labios resecos. Pero su cuerpo, su traicionero cuerpo, se humedeció. Sus pezones se erizaron, y no debido al frío inexistente de esa habitación. Maldita sea, eso no podía ser así. Ella no respondía nunca a un hombre. ¿Qué le pasaba?
—Oye, no me hagas esto... —susurró entre estremecimientos. Eso sí que no se lo iba a permitir—. No hagas que me rebaje de esta manera. Me estás obligando a responder, a sentir...
—¿A sentir qué? —Shisui la miró con interés, de arriba abajo, y levantó una ceja oscura.
—Esto. —se llevó las manos a su entrepierna mojada y las apretó contra ella, avergonzada. ¿Pero qué estaba haciendo? ¿Cómo se atrevía a hacer eso delante de él? Definitivamente, estaba perdida. Se dio la vuelta con las manos entre las piernas y se colocó en posición fetal, dándole la espalda. A ella no le gustaban los hombres. Le aterraban. Entonces, ¿por qué estaba sintiendo ese despertar en sus partes íntimas tan brusco y frenético? ¿Sería el shock? ¿La adrenalina? ¿Lo hacía él?
Shisui veía sus mejillas sonrosadas y su mirada llena de lujuria. Sí, esa mujer respondía a él. Y era normal, porque era su pareja. Su reacción nada tenía que ver con su interacción mental.
—¿Por qué me enseñas tu trasero, rubia? ¿Me estás dando ideas? ¿Sugieres algo? Soy un maldito pervertido y tomo lo que me ofrecen, bonita —advirtió divertido por su incomodidad.
Ella negó azorada y luchó por cubrirse todo el cuerpo con las manos. Pero había demasiada piel expuesta.
—Por favor, no sé qué quieres de mí, pero sea lo que sea, está equivocado. Esto es de locos, no lo entiendo... No está bien. Y no debes hacerlo.
—Huelo tu deseo. Estás empapada por mí... Quiero lo que tu cuerpo pide a gritos, ni más ni menos.
Y aquellas palabras eran tan ciertas que la ofendieron, pero se negó a claudicar.
—Eres tú el que lo provocas. ¡No me gustas! —gritó con la cara sepultada en la almohada.
Shisui la observó entrecerrando los ojos. Después de su transformación y de la posterior intervención de los dioses en su contra, ver a una mujer llorar nunca le había golpeado el pecho. Y ella estaba empezando a llorar. Siempre había sabido que estaba mal, que era triste que una chica derramara lágrimas, pero ver a esa ratita de laboratorio sucumbir a la desesperación le hizo sentir mucho peor de lo que se imaginaba. Le puso una mano en la cadera desnuda. Apretó los dientes y una inesperada amabilidad surgió en forma de palabras.
—No tengas miedo de mí. No va contigo.
Ella tembló y se secó las lágrimas disimuladamente. Que un hombre como él dijera «no tengas miedo de mí» era igual a que el lobo le dijera a Caperucita «No te quiero comer». O sea, una gran mentira y algo imposible. Aceptando ese hecho, la rubia se rindió y dijo:
—Tú no me conoces. No sabes lo que va o no va conmigo. Pero supongo que te da igual —Miró a su alrededor y tomó una decisión con valentía—. Mira, acabemos con esto ya. Hazme lo que te dé la gana, pero luego me tienes que matar.
Una mano dura la tomó de la barbilla y le dio la vuelta bruscamente, obligándola a mirar al frente. Los ojos peligrosos y desafiantes de Shisui la taladraron con odio y desesperación.
—¿No valoras tu vida, mujer? Escúchame bien, ratita —ordenó colocándose encima de ella y apretándole los dedos en las mejillas—. Tú no vas a morir porque a mí no me da la gana. Llevo años, años —recalcó—, esperándote, como para que ahora pidas ese tipo de misericordia. No morirás. Eres mi alimento, ¿entendido? Eres mi energía vital. Y voy a utilizarte como me plazca. Tal y como tú has hecho conmigo en esos laboratorios. Tu cuerpo y tu piel son míos, y voy a hacer que ruegues por mí a cada instante.
—¡No me obligues a sentir ese tipo de deseo por ti! —gritó desesperada, con las pupilas dilatadas, negando con la cabeza—. ¡Lo odio! Tú... Tú no lo entiendes.
—No te obligo a nada. Es tu cuerpo el que responde a mí.
—¡Mientes!
—¿Sientes deseo? —Shisui le arrancó las sábanas de las manos al ver que ella quería cubrirse ante él—. ¿Sientes que ardes, ratita? ¿Notas un calor y un picor insatisfecho entre las piernas? Pues adivina qué: es tu cuerpo esperando por mí. Quieres que te folle. —Ella intentó pelear para sacárselo de encima, pero él se lo impidió, aplastándola contra el colchón y colando una rodilla entre sus piernas. La obligó a abrirse y a aceptar el contacto con su pubis. Por Morgana... Ella ardía y su sexo lloraba por él. La humedad de la mujer manchó la parte baja de su ombligo.
—¡No! ¡No! —gritó ella con todas sus fuerzas. Se movía como una leona y su melena rubia daba bandazos de un lado al otro. ¿Por qué demonios no podía quedarse en shock? ¿Por qué su cabeza incluso tenía que analizarlo todo en ese momento? ¿Por qué tenía que ser tan fuerte y no una de esas mujeres que se desmayaban bajo la presión?
Shisui le cubrió la boca con la mano y dirigió los dedos de su mano libre a la entrepierna de la joven. Ella le golpeó los hombros con los puños cerrados, pero eso le abrió la herida de la muñeca y gimió de dolor.
Shisui gruñó y le enseñó los colmillos en señal de advertencia. Colocó la palma de la mano posesivamente sobre su suave vello púbico y presionó contra su parte más íntima.
La rubia abrió los ojos mientras las enormes lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Deja de golpearme. Te estás abriendo las heridas —pidió Shisui transmitiéndole calma con su voz—. No quiero hacerte daño —le aseguró en voz baja y ronca—. Te estoy dando más clemencia de la que en realidad te mereces. Déjame tocarte, no te lastimaré. Sabías que esto iba a pasar.
Ella negó con la cabeza y cerró los ojos. Él decía que no quería hacerle daño, pero se lo haría. Le haría daño si la trataba así. Había momentos en los que odiaba ser mujer porque, en corpulencia, siempre sería del equipo del sexo débil.
—El único hombre que he podido ver en tus recuerdos ha sido Hidan. Tienes su imagen anclada en la cabeza como la de un hombre modélico, como un príncipe para ti. —Masajeó su sexo haciendo círculos con la palma de la mano. Estaba hinchada y blanda—. ¿Sabías que él te deseaba? Te dije que te engañaba, tonta. No me hiciste caso —achicó los ojos y la miró con rabia—. ¿Tú querías acostarte con él? ¿Era tu deseo?
La joven gimió, negó con la cabeza y la retiró para liberar la boca de su mano y así poder hablar:
—No sé qué me hicieron. No entiendo por qué no podía ver la realidad tal como era. Pero me engañaron y yo caí.
Él la miró con atención.
—No eres muy inteligente.
—Dijo el que solo tiene una neurona —contestó sarcástica.
Shisui sonrió, y esta vez sus ojos brillaron con desafío y algo más. Vaya, tenía garras.
—Pues esa única neurona es calva, muy grande y está a punto de taladrarte entre las piernas.
Ella se estremeció y decidió no entrar en sus provocaciones.
—Sé que quieres avergonzarme, pero no podrás avergonzarme más de lo que ya lo hago yo, te lo aseguro. Sé que me he equivocado. Me engañaron, me manipularon mentalmente. Hidan me secuestró cuando era pequeña y me dejó en manos de Kisame Hoshigaki porque vio un potencial en mí fuera de lo común. —Ella luchaba por entender todo el croquis mental que tenía en su cabeza.
—No iban desencaminados. Torturas muy bien. Sin emociones. Ya sabes: fría y tenaz —aseguró Shisui acariciándola de arriba abajo con el dorso de los dedos, como una pluma.
Quería tratarla con rudeza y descargar su ira, pero había algo en los ojos verdosos de esa chica que se lo impedía. Era como una extraña inocencia, como si hubiera una ignorancia negada premeditadamente sobre su sexualidad, sobre lo que era ella. Y él odiaba todo lo que ella representaba pero, al mismo tiempo, le llamaba mucho la atención. Lamentablemente, la chica fría había ido a parar a manos de un vanirio sexualmente activo que viviría para los intercambios de su pareja. Aprendería muchas cosas con él. Y él la llevaría al límite una y otra vez hasta que reconociera qué era lo que quería. Él también sabía torturar. Y la torturaría hasta hacerla suplicar.
—También me enseñaron a controlar mi cabeza, a manipular los cuerpos y reducir al enemigo... —continuó ella. Un momento, ¿qué estaba haciéndole ese hombre ahí abajo? Intentó cerrar las piernas a su intrusión, pero no pudo. Sus caderas se lo impedían—. Deja de tocarme —espetó con frialdad.
—Nena —dijo mientras deslizaba el dedo corazón por su sexo—, ¿has estado alguna vez con un hombre?
—No es asunto tuyo —se mordió el labio cuando notó el dedo instigador rozándole el clítoris. Resbalando de un lado al otro.
—Sí lo es —gruñó amenazante—. Vas a estar conmigo. Contéstame, maldita sea —la acarició gentilmente.
—¿Por qué lo quieres saber? ¿Eso hará que seas más suave? —preguntó incrédula—. Toma lo que estás deseando —gruñó furiosa y llena de rencor—. No me vas a engañar, sois todos iguales. Saqueáis y tomáis sin permiso. No importa que os digan que no.
Shisui se encogió de hombros y, sin avisar, introdujo el dedo en su interior; y no notó resistencia alguna, pero sí una gran estrechez. Su miembro palpitó y lloró líquido preseminal. Quería estar ahí, sacudiéndose.
Ella abrió los labios y gimió al notar la quemazón. Ese hombre tenía unas manos grandes y unos dedos muy gruesos, y...
—¡No!
—¿No?
—¡No! —sollozó ella.
—Solo es una prueba. ¿Cómo puede ser que estés tan apretada, nena? Me deseas, lo sé. Deberías estar más dilatada.
—¡No me gustan los hombres! ¡No me gustas tú ni lo que eres! — ¿Cómo iban a gustarle después de lo que vio cuando era pequeña? Puede que él no fuera un vampiro, pero era un hombre y tenía colmillos. ¡No podría soportar que él la tocara!—. ¡Me das... Me das asco! Y esto será una violación en toda regla si continúas. ¿Los vanirios sois así? ¡Entonces no os diferenciáis de los vampiros en nada, y me alegra haberte hecho todo lo que te hice en el laboratorio!
Shisui la miró a los ojos, vidriosos de placer y deseo. Ah, esa joven estaba muy confundida. ¿Cómo no iba a gustarle él si era su cáraid?
—Soy un vanirio. Somos guerreros de honor creados para proteger a los humanos. Pero resulta que tú has intentado matarme y encima has trabajado con aquellos que nos exterminan y que quieren aniquilar a la humanidad. Puede que yo no sea el mejor hombre de todos, pero tú tampoco eres un ejemplo como humana. Y eso, en mi clan, y bajo nuestra ley, me exime de todos los pecados y de toda culpa. Puedo hacer lo que quiera contigo. De hecho, estoy convencido de que el Consejo está deseando que acabe contigo.
—¿Consejo? ¿Exime? ¿Acaso sabes lo que eso significa, playboy? Vas a hacer que vomite. —Había limado ese aspecto intrépido de su personalidad que la obligaba a decir siempre lo que pensaba sin preocuparse de si sus comentarios sonaban ofensivos o hirientes a oídos de los demás. En su trabajo se había inhibido muchas veces, porque siendo amable y mostrando deferencia la gente podía quererte más. Pero ya no lo iba a hacer. No tenía por qué caerle bien a ese vanirio. Y su sinceridad era un rasgo de su personalidad que moriría con las botas puestas. Así que sería todo lo mordaz y honesta que pudiera.
—Acabas de recordarme a la cáraid de mi brathair Deidara. Ella me dijo lo mismo una vez —sonrió y se extrañó al sentir un extraño calor templado en su pecho. Era el calor de la amistad. Hacía tanto tiempo que no sentía nada por los demás...
—No sé quién es, pero seguro que es una mujer muy observadora. Ya me cae bien.
Shisui sonrió sin dejar de tocarla.
—Ella fue una de las que te interrogó. Apuesto a que ahora no te cae tan bien.
Tema apretó los dientes. No. La interrogación no fue amable, ni mucho menos una de las mejores experiencias de su vida.
—Es una perra. La odio —rectificó, como si nunca hubiera dicho lo contrario.
Él se relamió los labios y asintió.
—¿Así que no te gusto ni siquiera un poco? —sin avisar, introdujo el dedo hasta el nudillo y lo curvó en el interior. El clítoris de la joven se hinchó y salió al exterior. Shisui miró hacia abajo y sonrió—. ¿No te gusta esto, nena? Estás teniendo una erección.
—No —lloriqueó ella.
—Eres muy mentirosa. ¿Eres capaz de decirlo mientras te corres? ¿La ratita de laboratorio está asustada de su cuerpo?
—Eres incapaz de hacer que me corra —le aseguró ella, cayendo en el juego de Shisui—. Nadie de tu sexo logrará nunca una respuesta en mí de ese tipo. Me interesarás cuando no tengas pene.
Shisui levantó las cejas. ¿La mujer creía que era lesbiana? Esa chica no era lesbiana. Menudo chiste.
—Pues tengo pene, guapa. Y uno enorme y preparado para ti.
—¿Del tamaño de tu inteligencia? Entonces fóllate a una muñeca Barbie, que está hecha a tu medida. Aunque puede que Ken la tenga más grande que tú.
—Ratita, tú no sabes lo que yo soy capaz de hacerle a este cuerpecito delicioso tuyo. Estás bien hecha. Aunque tienes poco pecho pero... —se encogió de hombros, como si aquello no fuera importante—. Los pechos son pechos, al fin y al cabo. Y creo que sí —dijo como si acabara de decidirlo—. Voy a machacarte entre las piernas tan duro y profundo, nena, que no podrás caminar en una semana.
Ella se mordió el labio inferior y luchó contra un rebelde puchero.
—Que te jodan, monstruo —¿Pero qué se había creído ese tipo? A lo mejor no era un vampiro, pero era igual de arrogante y manipulador. Utilizaba su belleza para ganar terreno y su tono de voz para atontar, pero con ella no le iba a salir bien.
Shisui se tensó pero no se apartó de ella. Llamarlo monstruo no era un piropo, precisamente.
—No eres muy diferente de mí. Primero voy a demostrarte que te engañas a ti misma. —Movió el dedo con fuerza en su interior, rotándolo, sacándolo y metiéndolo sin dejar de tocarle el clítoris con el pulgar. Sonrió al ver que la piel de la científica se sonrosaba y que sus pupilas se dilataban por la impresión—. ¿Notas la ola de calor?
—No, no, no... Espera... —Repuso ella, asustada ante las sensaciones. Con la mano de la muñeca vendada lo agarró intentando detener sus profundos envites. Aquello no dolía, pero era muy contradictorio y aterrador. Sentía que el vientre le ardía y que los músculos internos de su vagina se movían involuntariamente. Pulsaban alrededor de su dedo. Su cuerpo estaba loco—. Por favor, para.
—No me supliques, nazi. No te voy a dar tregua. —Empezó a mover el dedo con más brío y energía, y a frotarle el botón de placer con más insistencia. Sus dedos se mojaban de flujo. Su cáraid estaba tan excitada que iba a experimentar un orgasmo brutal—. ¿Sientes eso? ¿Notas mi dedo más grande de lo normal? Es porque estás hinchada; toda la sangre se está concentrando entre tus piernas. ¿Te imaginas que en vez de mi dedo es otra cosa la que te llena? ¿Algo que empieza por po y acaba por lla?
Ella luchó por coger aire, por mantener el control, pero le fue imposible. Iba a perder la batalla en un parpadeo. Y lo peor era que no solo cedía ante un hombre, sino ante uno que hacía juego de palabras con dos sílabas. Menuda desgracia.
—Córrete, chica. Córrete bien fuerte —Shisui le rodeó la cintura con el otro brazo, introdujo el dedo todo lo que pudo y lo sacudió, acompañando el orgasmo de la joven.
Temari gritó al notar la explosión en su interior. Se sintió tan derrotada que dejó que sus piernas se abrieran por sí solas, sin mostrar ni un ápice de oposición a esa mano instigadora que seguía alargando el orgasmo hasta límites dolorosos.
No lo entendía. No entendía nada. Nunca había estado con ningún hombre; los evitaba. No se fijaba en ellos. Y ahora, en ese momento, el hombre que más debía asustarla, el peor, acababa de introducir su dedo en ella y le había dado un orgasmo.
Consternada y cansada, desvió la mirada verdosa porque le avergonzaba enfrentarlo. Le avergonzaba incluso enfrentarse a sí misma. Su alma y su amor propio habían sufrido una gran afrenta.
—Eh, mírame —Shisui la tomó de la barbilla y movió el dedo en su interior, para asegurarse de que ella era consciente de lo que había pasado, para que sintiera que aún seguía dentro de ella, acariciando sus paredes húmedas, su llorosa carne y su zona más sensible—. Ahora ya sabes que no me puedes comparar con nadie. Nunca te has corrido con un tío, ¿verdad? —La chica no le contestaba. Estaba sorprendida y abrumada—. Yo no soy un tío normal. No soy un hombre común, nena. Recuérdalo. No sé qué tipo de paranoia tienes en la cabeza, pero nos encargaremos de ello. Juntos. Sin embargo —la miró de arriba abajo y chasqueó la lengua—, ahora estás demasiado débil para tomarte.
—Me repugnas —escupió, intentando recordárselo a ella misma—. Odio lo que me has hecho —su voz tembló por la indignación.
Shisui estudió la convicción de su mirada. Sí, esa chica podía odiar la relación que iban a tener, pero tarde o temprano cedería, porque él no iba a dejarla en paz. Sería suya.
—Tú y yo vamos a tener una relación longeva, rubia. No voy a matarte. No voy a pegarte ni a maltratarte. Estoy enfadado, me disgustas y, sin embargo, eres mía, ¿sabes? Y no importa lo mucho que te resistas. Eres mi juguete. —No le dijo que era su pareja, ni tampoco que iba a convertirla. Ella no se merecía saber nada de eso—. Asúmelo.
Tema cerró los ojos para no ver los suyos, tan negros y vivos. ¿Cómo podía creer lo que decía? Era una locura.
—No soy tu juguete, gilipollas. No soy nada que tenga que ver contigo.
Las palabras de la joven le dolían. La vinculación seguía su curso y las reacciones no se hacían esperar. Ellos se pertenecían. Y lo que él iba a hacer y tenía pensado para ella les iba a doler, a los dos. Pero antes de volver a estar con la científica, tenía que hacerle entender que la necesidad entre ellos no era nada que se pudiera explicar, nada que se asemejara ni al toque de una mujer humana ni al toque de un hombre humano.
Era distinto. Superior. Divino.
—¿Ah, no? Niégalo cuanto quieras. Voy a dejarte unos días para que lo pienses —sacó el dedo de su interior y se lo llevó a la boca para lamerlo como un helado. Sabía tan bien que su pene tembló de gusto. Fresón jugoso.
—¿Me dejarás tranquila? ¿No me tocarás? —¿Estaba chupándose los dedos? Su útero sufrió un espasmo.
Shisui sonrió con tristeza. ¿Si la iba a dejar tranquila? Esa chica estaría desesperada por su toque. Era un castigo merecido por todo lo que él había sufrido en sus manos. El mejor modo de hacer entrar en razón a una mujer que no creía en el sentimiento vanirio era que experimentara la ausencia de él, su falta de contacto, por muy doloroso que fuera. Se habían intercambiado la sangre, él la había tocado... Los lazos se reforzaban, y los instintos despertaban con la fuerza de un río desbordado.
—Cuando baje de nuevo, serás capaz de arrancarte un brazo solo para llamar mi atención. Las ganas de verme y de tocarme te consumirán.
—No sé de qué me hablas pero, sea lo que sea, no esperes a que permanezca a tu lado. Me quitaré la vida mucho antes. No quiero esto. No quiero estar a tu lado. No quiero —miró a su alrededor— esta... vida —aseguró con desprecio—. Esto no es vida... Te prometo que no duraré mucho contigo. No quiero vivir. —Su vida no valía nada, solo sus hallazgos científicos, y a él no le importaban. Nadie la esperaba. Nadie lloraría por ella. Se sacrificaría antes que rebajarse a esa extraña relación; antes que compartir la vida con un ser que no la quería y que pensaba que podría manipularla como le viniera en gana. Hidan y los demás la habían manipulado. Shisui tenía un rostro más agraciado, era bello, pero su comportamiento era el mismo.
El vanirio se levantó de la cama enfurecido por esa respuesta. Temari estaba echando un vistazo al estudio subterráneo para localizar algo con lo que poder acabar con su vida. Esa mujer estaba decidida a suicidarse, y saberlo no le gustó nada al druida.
—No deberías decirme eso —clavó su mirada en su entrepierna húmeda y brillante.
—No tienes poder sobre mí. Eres ridículo si crees que lo tienes —espetó, apoyándose en sus codos con dificultad y cerrando las piernas—. No soy una descerebrada y soy mucho más inteligente de lo que piensas. Mi voluntad es mía, no tuya. Me enseñaron a defenderme de tus intrusiones mentales.
—Claro, nena. Lo que tú digas. —La ratita ni siquiera se acordaba de que ya la había obligado a beber de él en la ducha. No lo recordaba porque él había borrado el recuerdo.
—Eres tan vanidoso... ¡Que te follen! —Odiaba esas respuestas que daban la razón como a los tontos. Y también odiaba ser malhablada pero, ¿qué importaba ya? Estaba tan enfadada por lo que habían hecho con ella, por el modo en que la habían engañado, que solo tenía ganas de ofender.
—Espera unos días, y tú estarás más que dispuesta a hacerlo. —Shisui abrió un pequeño armario empotrado que había en la pared de las escaleras que subían a la planta de arriba. Sacó unas esposas recubiertas de piel negra y se dirigió a ella. No iba a correr el riesgo de que ella hiciera ninguna tontería. No iba a permitir que se hiciera daño.
—Ni se te ocurra acercarte a mí con eso —Tema no tenía fuerzas para moverse pues estaba llena de marcas y moretones, así que intentó arrastrarse por la cama hasta el otro extremo, alejándose de él—. ¿Eso es lo que utilizas para someter a los hombres que llevas a tu cama?
El druida abrió las esposas y se cernió sobre la joven. Se echó a reír y negó con la cabeza.
—¿Me acabas de llamar gay?
—Mejor sodomizador —contestó fríamente—. Te gusta soplar nucas.
Un músculo palpitó en la viril mandíbula del vanirio. Era una inconsciente. No entendía que estaba en inferioridad de condiciones. Pero prefería verla peleona que asustada y sin ganas de luchar por su vida.
—Vas a formar parte de mi mundo —le juró él—. Pero muerta no me sirves de nada, por eso te voy a esposar a la cama. No quiero que hagas ninguna tontería, no voy a estar aquí para vigilarte.
No iba a arriesgarse. La científica tenía que aprender a obedecer. Él nunca le haría daño, pero antes de volverla a tocar necesitaba hacerle comprender qué era lo que había entre ellos. Era su cáraid, ambos eran pareja. Y no encontraba un modo mejor de demostrarle que esa vinculación no tenía nada que ver con las relaciones entre humanos. Ella todavía lo era, y lo que estaba a punto de experimentar rebasaba los límites de la ciencia a la que solía recurrir para explicar todo lo que no podía tener sentido. Era una mujer empírica, y no había nada mejor para hacer crédulo a un empírico que obligarlo a experimentar.
Las esposas hicieron clic alrededor de sus delgadas muñecas y las pasó alrededor de uno de los barrotes metálicos del cabezal de la cama. Ella lo miró con odio y él la repasó de arriba abajo. Tema nunca se había sentido tan vulnerable en su desnudez.
Shisui sonrió. Iba a convertir a la humana. Su cuerpo empezaría a cambiar, respondería a su cercanía y desearía cada centímetro que él pudiera ofrecerle. Puede que no reclamara su corazón, pero la necesidad de su cuerpo y de su sangre la iba a desquiciar.
