3

Locura.

Desesperación.

Eran dos términos que bien podían definir lo que la científica estaba experimentando desde que «el pelinegro afeitado hijo de la gran puta» la había dejado esposada a la cama y se había ido.

Ella, que siempre había sido una mujer racional y poco dada a dejarse llevar por las situaciones extremas; ella, que siempre había creído tener un control meticuloso de su propia vida y, sobre todo, de sus emociones; ahora, ella, esa misma persona que había creído que era, estaba sintiendo un anhelo fuera de lo común. Una necesidad febril y dolorosa por el incongruente contacto de su propio carcelero.

¿Cómo podía ser? ¿Cuántas horas llevaba ahí? ¿Cuántos días?

Había perdido la cuenta de las veces que se había despertado llorando, con el cuerpo en llamas, la piel dolorida y roja a causa del bombeo desesperado de su corazón, de su propia sangre, que rugía por que algo la apaciguara. Se sentía como una manada de caballos trotando a la desesperada y sin ningún control; sin nadie que la guiara, sin un líder que la domara.

Cuando empezó ese calvario físico, luchó por analizar físicamente lo que le estaba pasando a su cuerpo. Ella no había bebido sangre de él; de eso estaba convencida, o de lo contrario se acordaría, ¿no? Además, sería algo de lo que él disfrutaría muchísimo, echándoselo en cara y torturándola, así que era imposible que no recordara ese momento. Sin embargo, los sensores de su lengua, las papilas gustativas, habían detectado un sabor metálico, un retrogusto persistente que todavía podía paladear. Podía ser su misma sangre, porque la tensión a la que estaba sometida provocaba que apretara los dientes y la mandíbula, y puede que, debido a eso, le sangraran un poco las encías después de tanto estrés. ¿Podía ser eso?

El tipo había bajado unas cuantas veces para que ella pudiera hacer sus necesidades (pocas) y para instigarla. Le había traído comida, pero ella lo había enviado directamente a la mierda. ¡No tenía hambre! Quería otra cosa, algo que calmara el fuego en su interior. Solo había bebido agua, porque tenía sed, pero tampoco la había saciado mucho. Mientras ella había dado unos sorbos, le había mirado fijamente a los ojos y él en ningún momento apartó la mirada. Al contrario; Shisui, tan alto, fuerte y orgulloso, había sonreído y le había dicho algo en gaélico:

Beil aid a' taitinn riut, mo dolag? ¿Lo estás disfrutando, mi muñequita? —susurró. Acarició su mejilla y le retiró un mechón de pelo rubio de la cara.

Tema, incomprensiblemente, se encontró moviendo la cabeza para buscar más caricias de aquella mano. Lo mejor de ese estado y de ese extraño frenesí era la pérdida total de la vergüenza y de la coherencia. Te subyugabas y punto. Pero seguía sin entender a qué se estaba sometiendo. ¿Cuál era la necesidad primordial de su cuerpo, convulso e implorante?

—¿Si estoy disfrutando el suplicio? ¿Tú qué crees, tarado con colmillos? Y no me hables en gaélico, duine diablhlaidh. Hombre del diablo. Ya te dije que no me gusta —No le gustaba porque había creído que era la lengua original de los antiguos vampiros. Ahora se preguntaba: ¿cómo había creído aquella estupidez a pies juntillas?

—Claro... —murmuró él—. Pero lo hablarás. Hablarás mi lengua conmigo cuando esté tan a dentro de ti que me sientas hasta en el estómago.

Ella gimió. Eso no iba a pasar. Para su vergüenza, sus pezones se erizaron y se endurecieron. ¿Por qué la tenía que dejar desnuda y desvalida? ¿Así sentiría que tendría más poder? Y, ¿por qué no se quitaba él la maldita ropa?

—¿Qué me has hecho? Acaba con esto, por favor... —Atinó a preguntar mientras alzaba las caderas y sollozaba debido a la tristeza y a la insatisfacción. Si no tuviera las esposas, se tiraría del pelo y se rasgaría la piel.

No obstante, después de aquella pregunta él se había ido otra vez, dejándola sola y aislada. Según su percepción, la de ella, pasaron dos días más hasta que regresó gloriosamente desnudo, como un dios griego y desvergonzado. Maldita sea. La luz en la habitación circular seguía siendo demasiado oscura y no podía verle bien, pero lo olió. Olió algo por primera vez.

Algo que antes no estaba ahí o bien ella no había podido detectar. Se trataba de un olor a canela. La canela era afrodisíaca al máximo. Eso le hizo pensar que, a lo mejor, él le había dado una sustancia de ese tipo sin que se diera cuenta y, por ese motivo, se sentía palpitante y húmeda. Una sustancia de canela destinada a enardecerla y a hacerla desesperar. Estaba hinchada, excitada y necesitaba que alguien llenara su vacío interior. Puede que le hubiera echado algo en el agua. Después de esa conclusión, tomó la decisión de no beber nada más que él le trajera.

Shisui, el desnudo, la había devorado con los ojos negros y brillantes. Tenía ojos mágicos, con motitas interiores que brillaban como estrellas. Ella podía contemplarlos horas y horas sin cansarse. Pero lo más demoledor no había sido la mirada. Lo realmente impactante llegó cuando él se agarró lo que tenía entre las piernas y se masturbó a dos manos delante de ella. Y ella no había encontrado las fuerzas para retirar la mirada. Las sombras ocultaban su erección y no podía observarla como ella quería hacerlo.

—Necesito estar dentro de ti —había gruñido él—. Me estoy matando a pajas por tu maldita culpa. Estoy sufriendo tanto como tú —realmente se veía torturado, y sus palabras sonaban atormentadas y veraces—. Pero necesitas experimentar esto, bruja. Te has merecido cada minuto de este castigo.

La científica no iba a dudar de que él sufría. ¿Por qué sufría? Y peor aún, ¿por qué sabía que él sufría? Pues, exactamente, desconocía la razón. Sin embargo, ella sufría más. Eso seguro. Cerró los ojos, apretó los dientes y dejó que el olor a canela se le metiera bajo la piel. Por Dios, si hasta parecía que la estaba tocando con las manos. Y sabía que no era así: estaba inmovilizada en la cama, le dolían los hombros, los brazos y las muñecas. Su cuerpo era una olla a presión. Necesitaba explotar, recibir un alivio o algo que la hiciera descansar durante unos segundos. Algo para reponerse y darle una nueva tregua para aguantar aquella tortura a la que estaba sometida. Era tan cruel.

¿Se merecía eso? Seguro que sí. Allí, en CapelLeFerne, había niños de otras razas. Niños... Indefensos; y ella, gracias a su ignorancia, había formado parte indirectamente de su maltrato.

—Joder... —gimió Shisui moviendo las manos más rápidamente—. No puedo más...

Salió de la habitación a trompicones, y aquella fue la última vez que lo había visto. Ella se echó a llorar en el momento en el que él volvió a desaparecer. No quería que la dejara sola ahí otra vez. Bueno, sola y con todas esas sensaciones que estaban barriendo su mente y su razón. Se iba a volver loca. La oscuridad, la inmovilidad y aquel vacío emocional que sentía la afectaban de maneras que nunca había imaginado.

Cuando Tenten le había clavado aquella flecha en la pierna, se había sentido terriblemente mal, como si se encontrara frente a un espejo que mostraba todas las carencias de su alma. Pero ahora... No, amigo. Ahora era un sentimiento de pérdida absoluto que rallaba la depresión. La sensación era la de haber tenido algo que te completaba o te complementaba a la perfección y, de repente, sentir esa valiosa pérdida. Como si le faltara una parte de su cuerpo. Y se negaba a creer que aquella merma estuviera relacionada con el vanirio.

No lo conocía de nada. No era tierno ni amable. No era suave. Era amenazador, salido del mismísimo fuego de los infiernos y, otro detalle insignificante: era un hombre. Por tanto, era imposible que ella sintiera nada por él y, fuera lo que fuese, había sido provocado. El pelinegro se había metido en su cabeza y estaba manipulando sus hemisferios y sus sinapsis para crear una sensación de dependencia en ella.

No había otra explicación posible.

Había hecho algo con ella y la quería convertir en una yonqui. Primero le hacía experimentar el dolor y el sufrimiento y luego, probablemente, le daría algo que lo hiciera desaparecer y que la elevara a una especie de limbo extasiado. Ahí se crearía la dependencia y ella nunca se podría desenganchar de él.

Dependería de él durante toda su vida y le sucedería lo mismo que pasaba entre los vampiros. En Tunbridge Wells, el hermano de Shisui, un hombre muy apuesto y muy inteligente, le había asegurado que Hidan no la había transformado porque era útil para él. El vampiro se convertía en un animal con una única pulsión: beber sangre. Sus cerebros mutaban y se producían cambios importantes y fisiológicos en ellos, hasta perdían la capacidad de razonar, los dones y la inteligencia por el camino. Y ella, sin su cerebro, no era nadie. Por eso Hidan no la había matado ni transformado. La necesitaban para sus investigaciones.

Pero en ese preciso momento, estaba en manos de un hombre que la podía convertir en cualquier momento en uno de esos seres criminales sin vida. A lo mejor no era un vampiro, de acuerdo. Pero se asemejaba indudablemente a uno de ellos. Hidan era igualmente muy inteligente. Y eso quería decir que, entre aquella especie, podía haber maestros originarios, y luego esbirros (humanos donantes y proyectos de vampiros), que eran convertidos y que se transformaban en meras marionetas. Los listos y brillantes, y los no listos.

No quería ser una descerebrada. No lo podía permitir. Sus conocimientos debían quedar a buen recaudo porque había trabajado mucho para ello. Y ese hombre rubio que la tenía secuestrada no se lo iba a borrar todo de un mordisco. Ni hablar.

Hidan no había podido con ella. Shisui tampoco podría.

Lo odiaría de por vida. Por hacerla sentir impotente y débil. Por exponer su vulnerabilidad y reírse de ella. Por hacer que lo deseara como una posesa. Y por querer arrebatarle lo que ella más valoraba: su cabeza.

Sin embargo, la puerta se abrió. La rubia clavó sus ojos verdosos azulados en las escaleras. Unas anchas piernas enfundadas en unos tejanos, con los bajos metidos dentro de unas botas militares Armani desabrochadas, bajaron los escalones lentamente. Cuando él quedó recortado por la luz de la entrada, oscuro, grande e intimidante como nunca, con su perfecta cabeza rapada, mirándola con aquellos ojos mágicos y llenos de hechizos, la mujer dejó de cavilar. Y todas esas convicciones de odio eterno se debilitaron cuando su cuerpo y su corazón se dispararon al verlo de nuevo. ¿Qué había dicho sobre luchar contra él?

La puerta se cerró sola mediante una clara orden mental del vanirio. Él acabó de bajar las escaleras, se acercó a ella y se colocó a los pies de la cama. Las botas resonaban amenazantes sobre el parqué, como el ritmo y el sonido de la muerte.

La joven sollozó y culebreó luchando por liberarse de las esposas. Necesitaba huir; no podía enfrentar ese deseo tan humillante. Pero él estaba ahí. ¡Estaba ahí y era incapaz de dejar de mirarlo!

El pelinegro rapado se quitó la cazadora negra y la dejó caer al suelo. Estaba decidido a hacerle algo. Lo decían sus músculos, su cuerpo en tensión y aquel destello diabólico de sus colmillos superiores.

La científica negó con la cabeza y sus pupilas se dilataron por el frenesí que experimentaba, y también por el miedo a perder el control. Estaba perdida.

Aquel hombre era el demonio.

Ella era su presa.

Y esa habitación se había convertido en el mismísimo infierno.

Shisui se quitó la camiseta blanca. Su cuerpo no dejaba de temblar. Había decidido que el castigo de la joven finalizaría en ese momento. Al menos, la primera parte.

El esbelto cuerpo de la mujer estaba cubierto por una fina capa de sudor que hacía que brillara y marcara todas sus deliciosas formas. Su cuerpo, lejos de ser explosivo, era sensual, delicado y esbelto, suave y con sutiles curvas donde debía haberlas. Sus pechos eran adorables y él solo pensaba en comérselos y darle mordiscos. El pelo rubio, aunque estaba algo enmarañado, brillaba como el sol, incluso con el poco reflejo lunar que entraba por los ventanales que daban al bosque nocturno interior de Crishall Common. Tenía los ojos hinchados de llorar, las pestañas largas húmedas y la mirada verde azulada llena de pura lascivia. Un contraste que estaba a punto de hacer que se corriera como un niño inexperto.

Su superdotada y maligna cáraid.

Dioses, cómo lo miraba. Seguramente, la científica no era nada consciente de la expresión de sus ojos, pero eran la nueva imagen del porno. Su mente, en cambio, sería un hervidero de contradicciones, pero Shisui ya contaba con eso.

Su inesperada cáraid era racional e inteligente, además de bella, y había estado buscando todas las explicaciones posibles a lo que le estaba sucediendo. Él, que estaba en su cabeza, se había descubierto sonriendo ante algunas de sus ocurrencias, admirando otras y frunciendo el ceño a las que lo ponían a la altura del betún. Porque él no era ni hijo del demonio, ni hijo de una puta, ni un híbrido entre enano y gilipollas y, ni mucho menos, un descerebrado macho cabrío comepollas a punto de desgarrarla.

Él era su duine. Su hombre. Pero estaba enfadado y disgustado; y con una mujer tan poderosa intelectualmente, lo mejor era hacer las cosas rápido y sin darle opción a presentar batalla ni resistencia.

Ella entendería su relación. Lo desearía y, con el tiempo, lo amaría. Pero Shisui necesitaba reivindicarse, y necesitaba convertirla en vaniria. Primero, para darle una lección. Y, segundo, para no dejarla marchar jamás. Ya tenía el plan estudiado.

Se necesitaban el uno al otro, y él era un tipo fácil al trato. Seguro que se llevarían bien. Todas las mujeres lo deseaban, y ella no sería la excepción, porque tenía encanto. Encanto vanirio a raudales.

Con esa idea, se desabrochó los tejanos y los deslizó por sus caderas. Podía oler su miedo y también lo caliente que ella estaba.

Ella tragó saliva y apretó las piernas, pero los pezones se le erizaron.

—¿Vas a violarme ahora? —preguntó, intentando ocultar su vulnerabilidad. Shisui negó con la cabeza mientras se sacaba los pantalones con dos patadas.

—¿Vas a matarme?

—No. Ya hemos hablado de eso. Te necesito viva.

Como Hidan, pensó. Tragó saliva.

—Y... ¿Por qué te estás quitando la ropa?

—Vamos a ducharnos.

Ella fue quien negó con la cabeza esta vez. ¿Ese hombre quería desquiciarla? ¿A ducharse? ¿Iban a ducharse?

—Explícamelo —ordenó ella de repente, gimiendo y mordiéndose el labio inferior.

Shisui detuvo los dedos que hurgaban dentro de sus calzoncillos. Ladeó la cabeza y sonrió malignamente.

—¿Que te explique el qué?

—Explícame lo que me has hecho. ¿Qué me provoca este dolor? —Sacudió las manos y tiró de las esposas—. Explica... Explícamelo para que lo entienda.

—Somos tú y yo. Es la energía vaniria. Tú no lo comprenderías nunca, cuatro ojos.

—Claro que no, friqui de la genética. Soy científica. No creo en las energías místicas —replicó cogiendo aire—. Háblame de las moléculas y de los cambios químicos en los átomos de mi cuerpo. No me hables de nada más porque no te creo. La magia no es más que ciencia.

—La ciencia no es más que magia —repuso él—. No puedes pensar así. Te han dicho que Murasame te manipuló mediante un hechizo; que Hidan te ha controlado mentalmente; has visto a una chica agarrar flechas iridiscentes que te han devastado el alma; y has creído a pies juntillas en seres que vienen de otras dimensiones, aunque te has puesto de parte de los malos —especificó para sacarle los colores—. No eres tonta, así que, ¿qué otras pruebas necesitas para creer, sabionda? No hay ninguna sustancia. No te he hecho nada —cosa que no era del todo cierta—. Somos tú y yo y lo que hay entre nosotros. Llevas varios días deseándome. Pensando en mí. Ahora mismo debes sentir alivio por verme. Y mejor te sentirás cuando te toque. —«Y cuando beba de ti».

—No me vas a tocar otra vez.

—Sabes que me deseas. Sabes lo que te pide el cuerpo.

—Hay... —Tema hizo un esfuerzo por coger aire. Hacía tantísimo calor...—. Hay una droga para excitar a las mujeres. ¿Me has dado eso? Yo no te deseo. No naturalmente.

Shisui alzó una ceja negra y viril y miró directamente al amasijo de rizos de oro pálido que había entre las interminables piernas de la chica.

—Estás tan húmeda que veo tu deseo desde aquí —gruñó—. No me mientas.

Ella se tensó e intentó incorporarse para chillarle. Se sentía incomprensiblemente herida por su abandono y, a la vez, indignada por el trato al que la estaba sometiendo.

—¿Que no te mienta? Pero tú... ¡¿Quién te has creído que eres?! ¡¿Por qué me has dejado tantos días así?! ¡Me estaba volviendo loca! —gritó de repente, con las lágrimas rodándole por las mejillas—. ¡Eres peor, mucho peor, que Hidan! Él fue gentil. ¡Él no dejó que sufriera en ningún momento de los veintiún años que he estado con él! ¡Tú sí!

Shisui saltó sobre la cama y se estiró sobre ella, enseñándole los colmillos, visiblemente enfurecido por el nombramiento de Hidan.

Apunte mental: ella tenía veintiséis años humanos. Era una cachorra.

—Tú y yo tenemos muchas cosas que decirnos, y otras muchas que no comprendemos el uno del otro. Pero nunca más vuelvas a nombrar a Hidan, ¡¿me has oído?! ¡Jamás! Yo soy un vanirio y él es un puto vampiro. ¡Él te engañó! ¡Te utilizó! ¡Es mi peor enemigo, joder!

—¡No le estoy defendiendo, capullo! —Tema inhaló el aroma a canela y deseó rodear las caderas de Shisui con sus piernas. No quiso analizar ese pensamiento—. A ver si sabemos diferenciar entre comparación y afirmación. Lo que estoy diciendo es que sois iguales; ni mejores ni peores. Ambos mentirosos.

—Cállate. Estás tan equivocada...

—¿Crees que esta sensación de desespero absoluto es normal? ¡¿Piensas que voy a creerme que lo que me pasa me lo produces tú?! ¡¿Tú y no sé qué magia que dices que hay entre parejas?! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me interesas?

—Sí te intereso. Admítelo, científica. No pasa nada porque una de tus convicciones se eche por tierra. Es un golpe para tu ego de listilla, pero no es nada que no puedas superar.

—A mí no... —luchó por no escupirle—. No me gustan los hombres.

—Claro que no te gustan, porque solo te gusto yo. —A esa mujer le gustaban los hombres. Pero el trauma que sufrió desde niña le pasó factura. Sonrió y alzó las manos hasta tocar las esposas con los dedos. Luego resiguió con el dedo índice la muñeca malherida y comprobó, orgulloso que su sangre la había ayudado a cicatrizar perfectamente, más rápido y mejor de lo que creía. Solo había una leve ondulación rosada en su nívea piel.

Ella gimió y apartó la cara por no ver aquel rostro de estructura ósea perfecta. Claro que lo deseaba. No era tan tonta como para pensar que aquello no era deseo físico, entre otras cosas. Lo que no entendía era cómo fulgurantemente había despertado en ella algo que, durante tanto tiempo, se había negado a sí misma. Se había obligado a no sentir nada hacia el sexo opuesto. Había convivido con mujeres; sus amigas eran chicas y su poca experiencia carnal había sido con cuerpos femeninos. Exactamente, solo con Ameyuri y de modo experimental. Ella y los hombres tenían problemas, porque siempre que miraba a uno con algo de interés, le venían a la mente los cuerpos maltratados de su madre y su hermana; y enseguida le entraba el sudor frío y se cerraba a cualquier tipo de acercamiento. Con las chicas no pasaba nada de eso. No había ningún trauma recurrente que la bloqueara.

Pero con él, con ese vanirio, no era así. Le daba miedo, de acuerdo. Era enorme y tenía el poder de aplastarla como a una colilla; pero había algo entre ellos, algo tan extraño como incomprensible, algo que le había hecho llorar en su prolongada ausencia; y ahora, hacía que su sexo diera palmas nada más verlo. ¿Dónde había quedado todo el resentimiento por esos días de confinamiento solitario? ¿Había desaparecido? ¿Así? ¿Tan fácil?

¿Era debido a la droga? ¿Eran efectos de su manipulación mental? No podía ser. Había aprendido a protegerse mentalmente y ahora no notaba nada al respecto. ¿Por qué?

Se oyeron dos pequeños clics y, al momento, Shisui la liberó de las esposas y empezó a masajear con ternura sus muñecas. Ella movió los hombros y él le ayudó a bajar los brazos.

—Siento que te duela el cuerpo por esta posición —se disculpó el—. Me alegra anunciarte que tu encierro ha terminado.

—No voy a darte las gracias —susurró rabiosa.

—Al menos no te he abierto en canal, ni he hurgado en tus entrañas, ni jugado con tus órganos reproductores tal y como tú hiciste. ¿Recuerdas?

Ella cerró los ojos y disfrutó del pequeño masaje que infligía Shisui a sus hombros y también a sus antebrazos. Claro que recordaba. Ahora no estaba orgullosa de ello, ni siquiera mientras lo hacía. Hubo un momento en que la mirada implorante de aquel hombre la dejó congelada; y ella pidió a Hidan y a Delta dejar de proceder con él. Pero no se lo permitieron.

—Te enseñaron a torturar tan bien...

—Sí —contestó ella tragando saliva—. El conocimiento es poder.

—Además de física y verdugo, ¿eres algo más? —preguntó él, frotan do con suavidad las articulaciones dañadas por el largo tiempo en la misma posición. Pero su rubia no le contestó. Se quedó mirando los enormes dedos de Shisui, que estaban tratándola con delicadeza.

El contraste entre ellos era exagerado, y eso que ella nunca se había considerado una chica pequeña. Pero era obvio que al lado de ese hombre una se sentía plenamente femenina. Centró sus ojos verdosos azulados en la muñeca que Hidan había abierto con crueldad, y se dio cuenta de algo fascinante: había cicatrizado a la perfección.

—Tengo la carrera de medicina, también —frotó la casi invisible cicatriz—. No puede ser... —susurró asombrada—. Mi muñeca. Esto es físicamente imposible.

—Estás sanando. Es mi proximidad, que lo cura todo —anunció petulante. No era eso; era su sangre que ahora corría con fuerza por el torrente sanguíneo de la humana. Su cuerpo se estaba preparando para la inmortalidad.

—No es verdad —aseguró ella—. ¡¿Qué me has dado?! —exigió saber—. Los cuerpos humanos no se regeneran así. No recuerdo que me hayas inyectado nada, y solo he bebido agua desde que me dejaste en esta habitación.

—Sí. Has perdido peso —meditó pasándole las manos por las caderas desnudas—. Tengo que darte de comer, huesos.

¿Era gesto de arrepentimiento eso que cruzaba su rostro?

—¡No tienes que darme de comer! —Y esa negación la hizo mientras Shisui la levantaba y la sentaba sobre sus piernas como a una niña pequeña—. ¡¿Qué me has dado?! ¡Exijo saberlo! ¡No hagas esto! —Intentó zafarse de sus brazos.

—No te he dado nada —mintió. Solo su sangre.

—¡Me estás mintiendo! —Odiaba que le tomaran el pelo.

Shisui la obligó a apoyar la cabeza en su hombro.

—Tsssss —susurró intentando tranquilizarla—. Tienes que calmarte y tienes que dejar de pelear. No voy a hacerte daño.

Dios mío, pensó ella, era el mismísimo cielo. ¿Acaso los demonios tenían las llaves del paraíso? Entre sus brazos y sobre sus rodillas se sentía a salvo. Enfermizamente a salvo y jodidamente caliente.

—¿Calmarme? Esto es de locos... Tienes que darme ropa. ¿Por qué me tratas así? —Se observó, sentada sobre sus rodillas, y pensó que era una situación incongruente—. Tú... tienes que sacarme de aquí y dejar que me vaya. No sé qué quieres de mí... —Sus labios se fruncieron y hundió el rostro en su hombro. Cansada. Abatida. A punto de rendirse. Estaba harta—. Esto es incomprensible para mí.

—Ya te lo dije —Shisui la abrazó, y le vino una punzada de culpa al ver la confusión de su ignorante pareja—. Eres mi juguete.

—Yo soy demasiado valiosa para ser un juguete —aseguró ella con total convicción y sinceridad—. Soy un genio, ¿no lo sabías? Tu amigo Hidan lo tenía muy claro.

—Yo no soy Hidan.

—Pero me odias.

El druida se encogió de hombros. No la odiaba. No como él desearía hacerlo.

—Tenemos que limar asperezas. Eso es todo.

—No te creo.

—Ah —Shisui se mordió la lengua para no echarse a reír. Él sabía cómo limar asperezas, y pronto le enseñaría a hacerlo—. A ver, no quieres ser mi juguete... Entonces, ¿prefieres ser mi esclava?

—Ni una cosa ni la otra. ¿Estás intentando bromear conmigo? —Levantó la cabeza de golpe y lo contempló como si tuviera cuatro cabezas—. No lo intentes. No tengo sentido del humor. Y esta conversación está fuera de lugar. Maldita sea, eres mi carcelero. ¡Déjame ir!

Vaya. Una confesión. Pequeña, pero confesión al fin y al cabo. El druida pensó que sería divertido ver a la joven admitir cada uno de sus defectos y sus virtudes de esa manera tan infantil.

Pero Tema tenía mucha razón. No tenían tiempo. Necesitaban descansar. Ella necesitaba recuperar algo de calma y seguridad después de que él la obligara a sentir el anhelo de las parejas vanirias. Él necesitaba dormir después de días sin hacerlo. Al día siguiente tendrían una prueba definitiva ante el Consejo Wicca. Iba a ser duro para los dos, sobre todo para ella; pero después de eso no habría marcha atrás.

—No quiero bromear contigo. Solo quiero que veas lo que yo. No tenemos mucho tiempo por delante... Mujer, eres especial para mí. Me perteneces. Eres mi pareja.

—Estás mal de la cabeza... No tengo tiempo para esto —juró ella agrandando los ojos, incrédula ante aquellas palabras—. No tengo tiempo para juegos. O acabas conmigo o me dejas libre. Pero no puedo quedarme contigo.

Él la fusiló con sus ojos.

—¿Por qué?

¿Por qué? Porque sabiendo lo que sabía, Newscientists iría tras ella y entonces pondría a todos los vanirios en peligro. Y suficiente había hecho ya como para que también por su culpa ahora los mataran a todos. No quería valorar lo que había dicho respecto a ser su pareja. Eso, definitivamente, era imposible.

—¿Temes por nosotros? —preguntó asombrado.

—Me pesa la conciencia por lo que he hecho en esos túneles —admitió, moviendo la cabeza de un lado al otro, buscando una salida por la que escapar corriendo.

—Ah, ¿pero tú tienes de eso?

Tema obvió la puya.

—Sé que eres mi secuestrador y me doy cuenta de que me quieres hacer pagar por lo que te hice. Pero te lo digo en serio —alzó los ojos y los clavó en los de él; tan bonitos que por un momento perdió el hilo de lo que iba a decir—. No... No deberías quedarte conmigo. Deberías decidir qué hacer lo antes posible. O me matas o me dejas libre, pero lo otro no.

—¿Y si lo otro es exactamente lo que voy a hacer?

Tema entrecerró los párpados hasta que sus ojos fueron dos pequeñas líneas verdes.

—Aparte de absurdo, no deberías elegir esa opción —aclaró—. Las fórmulas están incompletas y no las van a poder desentrañar sin mi ayuda. Soy la única que ha descubierto el elemento que falta. La única —¿Por qué se sentía tan bien ahí con él?—. Seguro que estoy en busca y captura, y que llevan días buscándome.

Sí, esa era una de las razones por las que él la había mantenido oculta.

—¿Qué estudias, exactamente?

—Si te lo dijera, tendría que matarte —espetó, presa de uno de los múltiples estremecimientos que recorrían su cuerpo—. ¿Y... qué es ese olor?

A Shisui le dio igual que ella no se lo dijera. Ya sabía que tenía que ver con la formación de los portales. Esa misma noche lo descubriría. Ahora. Justo en ese momento. Hacía días que las defensas mentales de la humana no eran un impedimento para él. Hoy bebería de nuevo de aquel fresón rubio y leería todo lo que necesitaba saber, eso si los anclajes que había puesto Hidan durante tantos años se lo permitían. Deidara los había volatilizado en la habitación del hambre, pero no todos. Después de tantos años de represión, a los circuitos mentales les costaba recobrar la normalidad.

—¿A qué hueles? —preguntó él con una medio sonrisa. ¿Lo olía a él?

—A canela. —A algo tan ridículo, prohibido y delicioso como el mismísimo pecado original—. Me gusta mucho la canela, y me extraña tanto olerla aquí...

Al druida se le endureció la polla bajo los calzoncillos. Quería hacerla suya inmediatamente, pero algo le empujaba a ser paciente. No quería destruir a su cáraid tratándola mal. No quería asustarla. No quería que lo comparara con los vampiros que la habían engañado durante tanto tiempo. Pero era el druida del clan vanirio, tenía una responsabilidad para con su clan, y eso le obligaba a comportarse de una forma determinada y a tomar unas decisiones respecto a ella que a la joven no le gustarían nada. Hasta que se acostumbrara a su situación y a su nueva realidad.

Su voluntad había cambiado. Después de salir del ático de su hermano y su cuñada, estaba decidido a acabar con todas las tonterías: iba a tirársela y a demostrarle quién era él para ella. Pero, de repente, había bajado a su chakra, su casa, a la cama en la que estaba esposada, y la honestidad con la que ella le habló lo había dejado indefenso. Esa mujer no se ponía histérica, no lloraba ni rogaba por su vida. Analizaba la situación e intentaba no perder los nervios, y aquel comportamiento era digno de admirar.

Nunca había hecho daño a una mujer; ellas se postraban a sus pies. Eso sí, pensar en Temari le giraba el cerebro y le provocaba ganas de darle palizas. Palizas sexuales. No quería ser bueno con ella. Quería mostrarse tal cual era, con todos sus instintos y sus necesidades. No encontraba un motivo por el que ser amable. Ella le había enseñado su peor cara, ¿no? Él era un hombre y ella era su mujer. No había querido caerle bien, no pretendía ser el perfecto príncipe azul que había sido para todas las demás. No obstante, la tenía delante, sobre sus piernas, sincera y despierta, observando todo a su alrededor con aquellos ojos verdes azulados gatunos que la naturaleza le había dado... Joder, ¿cómo iba a asustarla otra vez? La chica seguía cuerda después del anhelo vanirio continuado al que la había sometido. Cinco días. Cinco. Y ahí estaba, intentando buscar una respuesta al frenesí de su malestar. Tenía un autocontrol envidiable.

No. Ni hablar. No había manera de que él fuera cruel con ella. Con esa decisión, sonrió con tristeza.

—¿A canela, mo dolag? —¿Así olía él para ella?

—Sí.

Shisui podría explicarle tantas cosas sobre los vanirios y sus parejas. Pero sentía que sería gastar saliva en balde. Esa chica no creía en la magia, estaba cerrada en banda respecto a sus convicciones. No creía en lo que él era y, además, tenía muchos reparos. Lo más adecuado sería seguir con su plan y que ella entendiera, mediante su propia experiencia, qué tipo de magia era la que se desarrollaba entre ellos.

—Estás exponiéndote al peligro. No estás siendo razonable —murmuró Tema, sin tocarlo con sus manos en ningún momento. Estaba ahí sentada, sobre sus piernas, como si él fuera Papá Noel y ella una niña tímida que no supiera qué pedirle para Navidad. El dolor y la agonía habían desaparecido, y estaba dispuesta a arrancarse una pierna para no volver a sentirse así de mal nunca más—. Vendrán a por mí. Tienen muchísimo poder —dijo en voz baja y afectada —. Sabrán donde estoy y os matarán a todos.

—Chist... Conmigo estás a salvo. Conmigo. —La tomó de la barbilla y la alzó para que viera que en eso no mentía. No del todo. Él era el lobo más territorial, el chico que las madres de todo el mundo no querrían como yerno. Él era lo más peligroso en su vida y, a la vez, lo más protector—. Ellos deben temerme a mí, pero tú no.

—Pero es que no lo comprendo. No comprendo esto —señaló sus cuerpos y se tocó la cicatriz del interior de la muñeca.

—Escucha. Lo que has experimentado estos días es solo una señal de lo que tú y yo significamos el uno para el otro.

—¿La desesperación? ¿La locura? —preguntó negando con la cabeza—. ¿Crees que soy estúpida? Puedo provocarte lo mismo si te inyecto heroína y luego te dejo sin ella durante unos días. No me lo creo.

—No es cuestión de creer o no creer. Solo es cuestión de experimentar. De sentir. —El pelinegro deslizó una mano por su espalda y luego por encima de su nalga y su muslo. Intentó abrirle las piernas, pero ella las cerró con fuerza.

—Por favor, por favor... No lo hagas —pidió con la cabeza gacha y su pelo rubio y enmarañado cubriéndole el rostro como una cortina de rayos de sol. Una simple caricia y ya estaba perdida. Su heterosexualidad había despertado como un maldito huracán, pero se sentía muy rara con esos nuevos pensamientos, porque llevaba años negándoselos.

—Te puedo hacer sentir tan bien, científica... —susurró rozándole el lóbulo de la oreja con sus labios—. Ahora no te preocupes por los malos. Estás conmigo. Descansaremos juntos, y verás que no me aprovecharé de ti. Solo hasta donde tú me dejes.

—Esa propuesta no la puedo valorar. Tú quieres castigarme... Me tienes retenida. ¿Cómo voy a confiar en ti?

Él negó con la cabeza rápidamente.

—Permíteme que sienta un poco de rencor por lo que me hiciste; estoy en mi derecho, ¿no crees?

Ella apretó los labios hasta dibujar una fina línea con ellos.

—Bueno, sí —afirmó Tema sin poder negarlo—. Creí que hacía lo correcto. Te hice mucho daño...

—Sí. Lo hiciste. Pero la verdad es que ahora no tienes a nadie, mujer. Estás sola.

—¿Quieres hacerme sentir mal? —levantó la barbilla, llena de un amor propio que no sentía—. Sí, estoy sola, ¿y qué? Pero no necesito a nadie.

Shisui sonrió con sinceridad y deseó poder hacer que ella se enamorara de él al instante. Pero todo tenía su tiempo, aunque él no era paciente.

—Solo hago una observación sincera. Tengo algo que proponerte, ¿me vas a escuchar?

Tema no entendió la pregunta. No tenía adonde ir, ni podía huir. Le escucharía, lo quisiera o no.

—¿Acaso tengo otra opción?

—No. Eres un cerebro brillante que atrae a los nosferatu y a los lobeznos. Hidan y los vampiros te quieren, y Newscientists y tu padre adoptivo van detrás de ti por lo que sabes. Yo odio a Hidan, y mis enemigos son los mismos que los tuyos, y también nos hacen falta tus conocimientos. No valores esto como un secuestro. Piensa en lo nuestro como un rescate. Te liberé de Capelleferne, ¿no?

Ella se lamió los labios secos y parpadeó un par de veces. ¿Ese vanirio quería hacerle creer que la había rescatado? En realidad, no era tan descabellado, ¿no?

—Quiero vengarme —prosiguió Shisui al ver que la chica valoraba su proposición—, y los miembros de mi clan también. Unámonos, científica. Deja que yo te proteja. Acepta mi protección y colabora conmigo. No lo veas como un confinamiento ni como un secuestro.

La mente racional de la científica meditó la posibilidad que aquel hombre le ofrecía: ¿Protección y no encierro? No podía verlo de esa manera, ¿no? Era un hombre de otra especie que la deseaba y querría algo a cambio. Y ella..., ella no sabía qué era eso que sentía en el estómago y en el pecho, pero se acercaba mucho a la curiosidad. Una curiosidad que nunca antes había sentido hacia nadie.

—¿Esto tiene trampa?

—No.

—¿Me quieres proteger?

—Eres valiosa, y lo que sabes, seguramente, ayudará a despejar muchas dudas que los clanes tenemos. ¿Por qué no?

Tema se mordió el interior de la mejilla y movió el pie compulsivamente, dejándose llevar por un tic nervioso, sin ser consciente de que estaba dando golpes en el enorme gemelo desnudo de ese hombre.

—A ver, ¿qué quieres a cambio?

—¿A cambio de qué? —Shisui no entendía nada. Iba a protegerla porque ella se iba a convertir en su vida y moriría si alguien le hiciera daño. Todo lo demás era una pantomima; pero se lo debía explicar así o provocaría el rechazo de ella.

—Tú me proteges y yo te doy algo a cambio, ¿no? ¿No funciona así la cosa entre mercenarios, traficantes, vampiros y todo eso?

—Esto no es la mafia italiana, nena. ¿Quieres darme algo a cambio?

—No, yo no. Pero supongo que todo trato conlleva un sacrificio.

—Está bien —Shisui sonrió y le enseñó los colmillos sin pudor—. Sí quiero algo a cambio.

La joven se quedó sin respiración y esperó con paciencia fingida:

—Dime.

—Llámame por mi nombre.

—Mmm... ¿Shisui?

—Sí. Siempre. No soy ni monstruo, ni vampiro, ni pelinegro de los cojones, ¿de acuerdo?

Ella se tensó y se cogió el puente de la nariz con el índice y el pulgar.

—Me has leído la mente. ¿Cuántas veces? ¿Cuándo?

—Eso no importa. Además, apenas he podido hacerlo porque sabes protegerte muy bien —mintió él. Era una humana y no tendría nada que hacer contra un druida vanirio. El problema era que, para acabar de derribar esas pequeñas murallas que Hidan había erigido en su cabeza, tenía que beber de su sangre y realizar la anudación mental definitiva; porque la primera vez había estado tan concentrado en su sabor y en su excitación que había obviado todo lo demás. La segunda vez no sería así. Pero, mientras tanto, tenía que hacerle creer a la joven que ella tenía algún control sobre la situación, aunque fuera una soberana mentira.

—Sí que importa...

—No —la cortó él súbitamente—. Y quiero algo más: quiero que me dejes tocarte siempre que yo quiera. Nuestros cuerpos lo necesitan, y me gustaría instruirte un poco en el arte de las parejas. Creo que te has perdido todo un mundo.

La sangre se le heló. Sabía que ese ser se saldría por la tangente de los favores sexuales; pero, por otra parte..., ¿qué tenía que perder? Hacía tantos días que no la tocaba... Y mentiría si no reconociese que se había encontrado deseando esas manos todos y cada uno de los días que había sufrido esa extraña abstinencia. Una abstinencia enfermiza.

—Solo tocarte. Yo a ti —puntualizó Shisui. El sudor frío recorrió su nuca. Cuando Tema descubriera su ardid lo mataría, pero sería divertido verla estallar. Para entonces, ella estaría feliz del don que él iba a regalarle.

—¿Tocarme? Pero, ¿cómo?

—Solo deja que te toque.

Ella se quedó cabizbaja, pensativa. ¿Qué importaba que él la tocara? Era un hombre y, a la vez, no era un hombre cualquiera. Además, ella necesitaba su protección. ¿Se podría fiar de él? ¿Podría confiar?

—¿Me... me prometes que no me has drogado? ¿Me he pasado tantos días tan mala en esta cama sin droga? ¿Seguro?

—Sí.

—Ha sido eptoso. Todavía me duele el cuerpo. No quiero volver a pasar por eso.

—No pienso pedirte perdón por algo que es natural entre nosotros; y mucho menos después de que jugaras conmigo a los médicos en CapelLeFerne.

—Insistes en que esto es natural, pero no lo es. Y no te he pedido que te disculpes.

—Bien.

—Bien.

Se miraron el uno al otro, como dos titanes midiendo quién tenía los huevos más grandes. Pero, de repente, Temari sacudió la cabeza rubia.

—Esto es una locura... ¿Qué estoy haciendo? No quiero que me conviertas en un vampiro —gimió, tapándose el rostro con las manos. De repente se derrumbó y arrancó a llorar, desolada—. Sé que es eso lo que quieres hacerme. Cuando ya no te sirva, eso es lo que harás. ¡No confío en ti ni en nadie! ¡No quiero, te lo ruego!

Shisui apretó los dientes.

—No te convertiré en vampiro, joder. Te lo prometo —Claro que no. Los vanirios no eran vampiros.

—Júramelo —cuando se destapó la cara, estaba decidida a arrancarle un juramento de fidelidad hacia su deseo—. Júrame que mientras esté contigo, no me arrebatarás nada de mi vida. Ni el sol, ni la capacidad de decidir, ni me obligarás a beber sangre, ni manipularás mi cerebro de ninguna manera, ni violarás mi intimidad. Esperarás a que yo te cuente las cosas antes que extorsionarme. No me engañes. ¿De acuerdo? Júramelo.

—¿Te das cuenta de que podría obligarte a que me obedecieras? ¿Que podría manipularte para que te metieras ahora mismo mi pene en la boca o te abrieras de piernas para mí solo para comerte entera? ¿Y entiendes que tú no podrías hacer nada para evitarlo?
Temari no se amilanó, pues sabía perfectamente que eso era lo que él quería. Había sido tan gráfico que se había sonrojado.

—Lo sé.

—Entonces, ¿qué te hace pensar que me puedes exigir todo eso, que me puedes dar órdenes?

—Nada. Pero yo no quiero ser tu juguete. Tienes razón: necesito tu protección. No sabía que tendría esta opción; la verdad es que me has sorprendido. Pero esta es tu oportunidad para que me demuestres cuáles son las diferencias entre un vampiro y un vanirio. Y, por ahora, estáis a la par.

—Ya. ¿Y qué te hace pensar que me importa tanto lo que tú pienses de mí? Que yo sepa, y como bien tiendes a pensar, a mí también podría interesarme solo lo que tienes en esa cabecita. Nada más.

Ella sonrió sin ganas.

—Crees que soy tu pareja. —Ahí lo había pillado—. Hace un momento me lo has dicho. A tu pareja nunca la tratarías tan mal. Tienes la oportunidad de convencerme.

Shisui sintió una oleada de orgullo hacia ella. Tan metódica. Tan práctica. Y le ponía todo burro con esa actitud de sabelotodo impertinente. Iba a disfrutar de ella, de sus discusiones y también de su cuerpo. De todo. La arrasaría sin compasión.

—¿Me lo vas a jurar o no? —preguntó ella impaciente, mirándolo de frente.

Shisui arqueó las cejas. Todo eso que Tema no quería que hiciera ya había empezado a hacerlo. Y se cortaría la polla antes que privarse de lo que su pareja tenía para él. Dos mil años de espera y un mes de torturas en manos de su mujer no iban a doblegarse por un ruego lleno de miedos infundados. Ni hablar. Mentiría. Mentiría como un truhán; y esperaría a que una joven tan inteligente como ella supiera a ciencia cierta, nunca mejor dicho, que su transformación en vaniria iba a ser lo mejor que iba a sucederle en la vida. Algo realmente mágico. Algo que la ciencia nunca podría explicar con palabras adecuadas que no fueran magia, genética divina y vinculación de pareja. Y eso era como sánscrito para su chica rubia, escéptica y temblorosa.

No iba a ser fácil. Bueno, la vida no lo era tampoco.

Iba a ser un caos; pero el orden no existía sin él, por tanto, bienvenido fuera.

—Te lo juro —repitió él agrandando su mentira.

—¿Por Dios?

—¿Por Dios? —Se echó a reír—. ¿Eres creyente?

—Es una expresión.

—No. Te lo juro por Ceridwen.

Tema frunció las cejas.

—No sé quién es. Júramelo por Newton. O por Einstein. ¿Sabes quiénes son?

Shisui comprendió entonces que Tema pensaba que él era un lerdo integral, y que la muchacha no tenía ni idea de quiénes eran los de su clan keltoi: seres con culturas ancestrales a sus espaldas y conocimientos versados en todo tipo de ciencias. La joven iba a sorprenderse mucho cuando la instruyera en su mundo.

—¿Son pasteleros? —preguntó él serio—. ¿Diseñadores? A los vanirios nos encanta la moda, guapa, pero a estos no los conozco.

Ella no demostró ningún sentido del humor ante su pregunta.

—Bromeas, ¿verdad?

—¿Bromeabas tú? —rebatió él destilando encanto por todos los poros de su piel. Ella negó con la cabeza, pero la comisura de su labio se estiró imitando el amago de una sonrisa.

«Estoy loca si confío en él, pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? De todos modos, mantén los ojos abiertos, cerebrito», se dijo a sí misma. Levantó la mano y se la ofreció. Shisui se encontró salivando por meterle la lengua en la boca; pero no lo hizo y aceptó su mano como un experto negociador.

—Trato hecho.

—Bien. Pero no harás nada que yo no quiera. Última cláusula del contrato.

Él sonrió y asintió con la cabeza. Pinocho a su lado era un maldito Santo.

—De acuerdo —«Lo llevas claro, muñeca».

—No me beses en la boca. No quiero —señaló sus colmillos vanirios retráctiles—. Yo no... no me fío de esos. No me gustan.

—¿No quieres que te bese? —¡Pero si él se moría de ganas!

—No. Es demasiado... Demasiado personal. Y los colmillos en una boca no son de fiar. Si vemos esto como una transacción de intercambios comerciales, será mejor, ¿no crees? Tú me proteges y yo a cambio os ayudo con la información que poseo. Pero los besos sirven para las vinculaciones emocionales, y tú y yo no tenemos de eso. Ni lo tendremos, claro.

—Es imposible que no te bese.

Ella se tensó ante el comentario rotundo.

—Si lo haces, romperé el trato.

—Igualmente no podrías ir a ningún lado. No tienes ese poder.

—Me decepcionarías y no podría confiar en ti otra vez. De hecho, es de revisión médica que yo intente confiar en ti de alguna manera, pero me la juego. Me la juego contigo, Shisui —y lo pronunció tan bien que ella saboreó la canela en su boca y a él por poco le saltan lágrimas de emoción. En ese momento, se creó un ambiente eléctrico entre ellos, pero hizo bien en evitarlo.

El druida valoró la oferta. Bueno, eso era mejor que nada. Perfecto. La tenía justo donde la quería: en la cama, más accesible de lo que había estado en más de un mes, desnuda por completo, sin ninguna vergüenza, y dispuesta a colaborar con él en todos los caminos que iban a explorar juntos. Los humanos eran tan tontos por no creer en la magia ni en las parejas eternas... ¿Pero qué culpa tenían ellos si los educaban así?

Nunca había negociado nada con una mujer. Él mandaba, pedía y exigía, y todo le salía a pedir de boca. Todas querían lo que él tenía para dar, aunque él nunca había disfrutado de ello. Nunca había recibido nada que le hiciera sentir bien.

Pero con Temari... Con ella no.

Ella le había enseñado lo que era el dolor y la amargura.

Ese pacto entre los dos, más falso que una libra triangular, iba a dejar que la tocara sin sentir ni un gramo de culpabilidad y sin pensar en que se estaba comportando como un mentiroso abusador. Iba a permitir que recibiera, por primera vez, algo bueno de ella que no fuera solo su sangre. Temari, buena o mala, estúpida o inteligente, era de él. Y ya era hora de que tomara lo que tenía para dar.

—Bien —Shisui la miró de arriba abajo—. ¿Tenemos los conceptos claros?

—Sí. Creo que sí.

—Yo digo cuándo empezamos. Empezamos ahora mismo —Shisui se levantó con ella en brazos—. En la ducha.

—¿Cómo? Espera, no...

—Sí. Ya he cedido demasiado, rubia. Y vamos a remojarnos un poco.

Temari quiso desmayarse en ese preciso momento. Estaba desnuda con él, pero no era su desnudez lo que la preocupaba. Era la enorme erección que tenía ese hombre entre las piernas.