4

En realidad, Temari no había visto nada más de la casa en la que estaba que aquella sala circular en la que el vanirio la había tenido retenida durante tantos días. Ya había advertido que era parcialmente redonda y que no tenía esquinas, pero no recordaba que el baño también era así. Había estado tan nerviosa al estar con él, se había sentido tan mal y le dolía tanto el cuerpo, que no pensó en observar lo que la rodeaba cuando, días atrás, la había metido en aquella ducha, manoseando todo su cuerpo a libertad. Desnudos. Sabía que la había mordido, de eso se acordaba. Y también recordaba su piel bronceada, su cuerpo: casi dos metros de músculos y largas extremidades; y sus ojos: esos ojos negros, inhumanos y llenos de secretos.

Pero cuando, esta vez, Shisui encendió la luz del baño y entró con ella en brazos, su cerebro pareció registrarlo todo por primera vez: los inodoros, el lavamanos, las cabinas de hidromasaje y el jacuzzi estaban diseñados para adaptarse a paredes curvas. El baño era muy masculino: gris y blanco, pero con accesorios de colores rojos que le daban un aire un poco más alegre. El suelo liso era de gres porcelánico gris oscuro y estaba impoluto. El jacuzzi y la cabina de hidromasaje daban ambos al ventanal de cuerpo entero, igualmente curvo, que ofrecía unas vistas mágicas y místicas de un bosque interior. Uno que ella no acababa de ubicar. Tenía la impresión de que aquella casa era como una especie de ovni, como una nave espacial, y que además, parte de esa casa debía de estar bajo tierra, aunque todas las ventanas daban a una zona exterior. No entendía nada.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —curioseó ella mientras la dejaba tocar con los pies en el suelo de la cabina. Estaba frío y su piel se erizó.

Entraron los dos, y Shisui cerró la puerta de cristal para que el agua no salpicara. No tenía ni idea de cómo iba a aguantar sin morderla en un espacio tan reducido. Se estaba desquiciando por momentos. Aquella física tenía el poder de convertirlo en un amasijo de deseo sin pizca de razón.

—Dime —dijo él, mientras unas luces azuladas y amarillas emergían del equipo de hidromasaje. El agua emanó de los multichorros, y el impacto en el cuerpo de la joven hizo que se estremeciera y gimiera entre el placer y la sorpresa—. ¿Está fría?

—No. No... Está bien.

Shisui miraba a placer el cuerpo de la científica. Apretó los dientes, y chirriaron sus colmillos. Por Ceridwen, ya los tenía expuestos. Ella era deliciosa, y tenía la sensación de que ni siquiera era consciente de lo sexy que era.

—Date la vuelta y apoya las manos en la pared —ordenó.

Tema lo miró y frunció el ceño.

—¿Perdón? —Un chorro de agua caliente mojó su pelo y empapó sus hombros y su pecho.

—Haz lo que te digo.

Era una orden, no había duda. Pero estaba pronunciada con una voz suave y moderada que la compelió a obedecerlo.

—Me has prometido —le miró por encima del hombro— que no harías nada que yo no quisiera.

—Relájate. Solo voy a enjabonarte —«Y voy a intentar comportarme cuando, en realidad, lo único que quiero es hacerte agujeros por todos lados».

—Sí, claro. Ya me conozco yo tus enjabonamientos —gruñó para sí cuando él sonrió y se frotó las manos repletas de jabón hasta crear espuma con ellas. La ciencia y la sabiduría conllevaban sacrificios. Y si su expiación iba a ser dejarse tocar por un hombre como él, lo aceptaría. Aunque la quisiera tocar de ese modo... No importaba. La preservación y el buen recaudo de sus fórmulas, y también su integridad como física, bien lo valían.

—Dijiste nada de besos —recordó Shisui tragando saliva—. No te los daré. ¿Confías en mí?

—No. Pero no tengo otra opción —Shisui había tenido razón. Estaba sola. ¿Qué más daba?—. Esta situación es una locura y no puedo hacer nada para encontrarle sentido. Supongo que debo dejarme llevar.

—Haces bien —replicó él con una sonrisa, acercándose a ella y empachándose de su piel—. Yo cuidaré de ti y tú nos ayudarás, como Booth y Bones.

—Ya. Claro —¿Iba a ser así de fácil? ¿Y luego podría seguir con sus estudios y con una nueva vida lejos de allí? No. Lo dudaba muchísimo. Aun así, aquella era una oportunidad para seguir investigando a esos seres llamados vanirios. Ni Hawkins, ni Einstein, ni Newton habían tenido la posibilidad de estudiar a una especie distinta, claramente extraterrestre. Debería ser un buen estímulo para seguir adelante con su peculiar trato—. ¿Te gusta Bones?

—Me gusta todo lo que tenga largas piernas y sea inteligente. Pero tú no eres de esas —susurró, rozando su lóbulo con los labios, provocándola—. ¿O sí? Te voy a llamar Huesitos a partir de ahora. Huesos ya está agenciado por la doctora Brennan y ella me pone como un toro, así que sería injusto ponerte el mismo apodo. Huesitos es una buena versión. Ni tan guapa, ni tan inteligente como ella, ¿no crees? Una versión minimizada.

Temari miró hacia adelante, a la pared revestida de pequeños azulejos blancos. No le gustaban nada esos comentarios. Cero. De hecho tenía ganas de abofetearlo por decirle algo así tan abiertamente, más aún cuando se sentía tan vulnerable, desnuda y a su merced. Pero no iba a demostrarle que se sentía ofendida cuando ni ella sabía por qué. Desde luego, ese hombre era un auténtico ligón, y también un salido. Y volvería a tocarla otra vez; y ella enloquecería de nuevo. Y, ¿qué diría entonces? Gemiría otra vez, como ya había hecho antes. Apretó los dientes y sacudió la cabeza. Era incapaz de controlar a su cuerpo.

—¿Te sientes contrariada? —Shisui pasó sus manos por sus caderas, frotó su vientre y las subió hasta el abdomen. Él se sentía como un volcán—. Es normal que reacciones a mí. Es natural.

—Es normal en un país donde los conejos tienen relojes y los gatos son lilas y a rayas.

—Esa la he visto. La Bella y la Bestia, ¿verdad? —dijo él haciéndose pasar por lerdo.

Temari puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—Dime la verdad: ibas para ser inteligente, pero te quedaste cigoto.

Shisui la colocó a propósito bajo el chorro de agua más potente y disfrutó de la exclamación de sorpresa de la joven.

—Eres muy sensible. —Escupió agua y se apartó el empapado pelo de los ojos.

—Y tú —volvió a arrinconarla, y aprovechó para masajear su abdomen—. Miénteme y dime que no te calman mis manos. Que no calman ese dolor enfermizo que sientes por todo el cuerpo —subió las manos un poco más y abarcó los pechos con ellas—. Te calman como me tranquiliza a mí tocarte.

—No me calman. Me... incomodan. —Pero estaba ardiendo. El corazón iba a salírsele del pecho y le dolían los pezones—. Es tan extraño... Está tan fuera de lugar.

Shisui sonrió; apartó las manos de sus tetas, para dejarlas en sus caderas. Pobre ratita asustada. Si supiera que se la estaba imaginando haciendo todas las posturas sexuales que conocía...

—Me ibas a hacer una pregunta. ¿Cuál era?

Ah, sí. La pregunta.

—Eh... —Por Dios. Se le había ido el hilo de la conversación—. Eh... ¿Por qué las habitaciones circulares? ¿Es toda la casa así?

—Si te lo dijera —contestó él, frotando su garganta con la nariz y repitiendo lo que ella le había replicado anteriormente—, tendría que matarte.

En realidad, Shisui no tenía por qué ser amable con ella, pero pensar que no quería explicarle nada sobre quiénes eran o qué hacían ahí la frustró más de lo debido. Necesitaba investigar un poco y llevaba muchos días sin enriquecer su mente con otras informaciones que no fueran pieles desnudas, bíceps hinchados, ojos negros de demonio y hoyuelos en barbillas viriles. Necesitaba dejar de pensar en él, en su propia desnudez y en su piel resbaladiza por el agua. Una conversación la distraería.

—Seguro que con lo listo que eres confundiste el plano arquitectónico con la hoja de instrucciones de Simon. Por eso te salió la casa redonda.

—En realidad, lo confundí con el tablero del Trivial, pero los arquitectos no dijeron nada. Ya sabes, quesito va, quesito viene...

Temari sonrió, pero lo hizo tímidamente.

—No voy a decírselo a nadie —aseguró ella, imprimiendo dulzura y tranquilidad a sus palabras—. Es solo que me interesa saber cosas sobre vosotros. Soy inofensiva y tú me vigilas. A lo mejor hablar hará todo más distendido.

Él sonrió para sí, la miró de reojo y asintió. Aquella chica era peligrosa. Sabía manipular a los demás. Su cáraid no era una tonta pusilánime. Y él se moría de hambre.

—Digamos que nos gusta el círculo.

La sonrisa de ella se hizo más abierta; miró al frente y dejó que él la enjabonara, con menos reticencias que antes.

—¿Por qué?

—Porque la energía fluye constantemente. No se estanca en esquinas, como suele pasar en las casas cuadradas —deslizó la mano hacia delante y coló un dedo en su ombligo, rotándolo y limpiándolo con jabón—. Para mí es importante el caudal de prana y energía.

—Ajá... El prana... —Tema dio un saltito de sorpresa cuando Shisui presionó su ombligo—. ¿Crees... crees en la energía? ¿En el prana y todo eso?

—Eres física cuántica. ¿Soy estúpido por creer en ella?

—En realidad, el nombre correcto es astrofísica. Creo que —cerró los ojos y se mordió el labio inferior al sentir aquel incisivo dedo jugueteando con su ombligo. Le hacía cosquillas—... que tu concepto de energía es diferente al mío. —Abrió sus ojos verdes azulados y los clavó en la pared. ¿Por qué? ¿Por qué sentía tan bien y correcto lo que ese ser le estaba haciendo cuando ella era plenamente consciente de que aquello estaba mal y era poco natural?

—Para mí es mejor vivir en un lugar en forma circular. Esta casa está alineada con las coordenadas de la tierra —pasó una mano entre sus nalgas y se endureció cuando la escuchó gemir. Joder, lo mataba. Estar cerca de ella iba a acabar con él. Le hubiera gustado sincerarse y abrirse a ella, pero la situación no era la idónea; y no le iba a decir que un druida antiguo, versado en la magia Wicca, necesitaba los terrenos circulares para sus protecciones y sus hechizos. Tampoco le diría que su don había permanecido dormido durante milenios, hasta que apareció ella. Ahora, ese caudal de magia y luz de los ancestros y la naturaleza empezaba a correr de nuevo por sus venas, con más fuerza que nunca. Y ella era la responsable— . Parte de la construcción está bajo tierra, aunque tiene luz exterior.

—El bosque que vemos desde aquí, ¿es real? ¿No es una imagen holográfica?

—No —Shisui se echó a reír—. Es real.

—Pero... Vosotros sois débiles a la luz del sol, como los vampiros; y esta casa está abierta al exterior. No lo comprendo, te expones al peligro.

—Los cristales son de doble capa y están cubiertos por láminas de protección solar. La radiación no entra.

—Interesante... ¿Y no tienes miedo de que alguien te encuentre si te ve a través de los cristales?

—Nena, soy un vanirio. Yo no temo a nada.

—Oh, por Dios. Viva los machos... —susurró con aburrimiento.

—Aquí nadie me encontrará. Además, los cristales son retrorreflectores, se mezclan con el ambiente. Nadie ve lo que sucede en el interior, porque nadie ve los paneles de cristal.

—Camuflaje con el entorno.

—Síp.

—No eres tan tonto entonces. ¿Dónde estamos? ¿Seguimos en Inglaterra?

Shisui no podía ni siquiera entablar una conversación civilizada. Era un vanirio, y ella su cáraid. En lo único en lo que pensaba era en estar entre sus piernas y morderla hasta que gritara basta. Le dolía la cabeza de los esfuerzos que tenía que hacer para no manosearla a placer. ¿Le había prometido que la respetaría? Era un gilipollas.

—Sí. Estamos en una de mis casas. En Crishall Common.

—¿Una de tus propiedades?

—Todos los vanirios tenemos nuestras propiedades. Muchas —especificó.

—¿Sois ricos?

—No nos preocupamos por el dinero. Seríamos muy estúpidos si, siendo inmortales como somos, no hubiéramos dado con el modo de crear una fortuna, ¿no te parece? —Apoyó la barbilla sobre su delicado hombro y miró hacia abajo. Por favor... Su piel era tan suave que sus dedos se corrían con solo rozarla. Deslizó la mano del ombligo por el vientre y la dirigió al sur.

—Oye...

—Chist... Ya te he dicho que no voy a hacerte daño. Y este es el trato —gruñó desesperado.

—Sí, pero es que... —Siguió su mano con la mirada. Aquella enorme mano se posó sobre su sexo. Las palpitaciones no tardaron en aparecer, y sintió su cuerpo despertarse como el motor de un Ferrari: de golpe y a una velocidad de vértigo. Se hinchaba, se estaba hinchando y humedeciéndose. Su cuerpo se preparaba y saltaba de alegría por la cercanía de aquel guerrero que le hablaba de energía, casas redondas y del dinero que los de su raza habían conseguido reunir. Posó su mano sobre su ancha muñeca, como si quisiera apartarla de ella, pero se fijó en algo que no había estado allí cuando lo había torturado. El vanirio tenía una impresionante serpiente negra y roja tatuada en el brazo. El cuerpo de la serpiente se enrollaba desde el hombro hasta la muñeca, y la cabeza triangular se posaba en el dorso de la mano, con unos ojos verdosos azulados y reptiloides que parecía que cobraran vida. ¿Cuándo se lo había hecho?—. ¿Te has hecho un tatuaje?

—Sí —Shisui acarició sus rizos púbicos superficialmente. Ronroneó como un felino.

—¿Cuándo?

—Hace un par de días. Conozco a una mujer que es una artista con las agujas. Está en el Soho.

La confesión la indignó. Apretó los dientes y se le llenaron los ojos de lágrimas. Ese idiota se había hecho un tatuaje mientras ella estaba muriéndose de dolor, esposada a su cama. ¡Había estado a punto de morderse la lengua y tragársela solo para dejar de sentir esa agonía! Y mientras, ¡¿el pelinegro se estaba haciendo un dibujito en el cuerpo?! Aun así, no tenía derecho a ninguna pataleta, porque su reacción bien podría asemejarse a la de una mujer herida o celosa, cuando entre ellos dos no había nada de eso. No había razón para comportarse así. ¿Qué le pasaba? Necesitaba tomar ansiolíticos urgentemente.

—¿Te gusta? —preguntó él sin dejar de observar su reacción. La leía. La estaba leyendo en cada gesto y en cada parpadeo metódico que ejecutaban sus ojos. Y estaba en su cabeza. Ella no lo sabía, pero estaba en su cabeza. Veía retazos de lo que estaba pensando. Y era muy interesante. Pensaba en la chica que le había hecho el tatuaje y se la imaginaba muerta. Vaya, vaya...

—¿Una serpiente? —Tema parecía hipnotizada por la mirada de aquel reptil.

—Sí.

—¿Por qué te la has hecho?

Shisui sabía el porqué, pero no se lo iba a decir.

—¿Por qué no?

—No me gustan los tatuajes. Me parecen frívolos y barriobajeros. ¿No tienes ninguno que ponga Amor de madre?

El druida se la devolvió colando un dedo entre sus labios vaginales y acariciándola perezosamente, lo bastante como para excitarla pero no lo suficiente como para que lograra una liberación.

—¿Te he ofendido? —lo miró por encima del hombro, respirando con dificultad y deseando que ese dedo no se detuviera por nada del mundo. Tenía las mejillas rojas, el pelo rubio mojado, echado hacia adelante, y los carnosos labios que le temblaban y estaban marcados por sus pequeños dientes. Estaba tan excitada y sorprendida por su reacción que se mecía contra su mano, incluso mientras intentaba desafiarle. Se había convertido en una fresca descocada. Iba a perder la cordura.

—No me ofendes, Huesitos. —Cuando la tuvo bien lubricada y temblorosa, dejó de tocarla. Así sin más. Ella frunció el ceño, pero logró normalizar su respiración y recobrar el sentido común. El druida acabó de enjuagarla de un modo brusco e impersonal. Joder, sí que lo había ofendido. Resultaba que su vanidad había sufrido una afrenta. A cualquier otra mujer le habría gustado aquello; le parecería sexy y varonil que su hombre tuviera un tatuaje tan salvaje y desafiante como ese. Seguramente, cualquier otra hembra, en una ducha con él, habría tardado veinte segundos exactos en ponerse de rodillas. Pero la física no era así. Era una rara avis. Y él no era tan fuerte como creía y no iba a poder mantener su promesa. Con ella no. Con ella jamás—. ¿Qué voy a hacer contigo?

La científica tragó saliva. Necesitaba tomar aire. Se relamió los labios.

—No lo sé. ¿Qué es lo que vas a hacer? —se giró y lo encaró bajo el agua de la ducha de hidromasaje. No podía demostrar que estaba afectada por sus caricias, porque ella sabía que esas sensaciones no eran reales. No podían serlo—. Hemos dicho que me darías tu protección a cambio de mi información —dijo con voz temblorosa. No miraría hacia abajo. No miraría su escultural cuerpo, ni aquella vara que tenía entre las piernas con un tamaño desproporcionado, estaba convencida de ello. Se limitaría a encararle y a demostrarle que no la podría intimidar. Ella le servía. Y, hasta que no supiera la verdad sobre lo que había descubierto, todavía tenía un poco de poder en aquella situación. Todavía tenían una tregua y sacaría provecho de ella.

Shisui ya no aguantó más. Se volvió loco. Tenía a su mujer desnuda ante él. Olía a fresón mojado por todos lados. Ella era un manjar brillante y enardecido por su toque. Dio un paso al frente, alzó una mano y la enredó en los pelos rubios de su nuca. Le echó la cabeza hacia atrás con fuerza y maldijo mil veces. ¿Por qué le había pasado eso a él? ¿Por qué su pareja tenía que ser así? Aunque se moría de ganas de dominarla, sabía que no podía hacerlo. No de esa manera. La científica necesitaba acostarse con él siendo una vaniria, no una humana. Solo entonces podría comprender la magnitud de sus emociones. Solo así podría creer en ellos. Y no quería cometer errores irreparables. ¿Qué debía hacer? ¿Entendía ella que no podía controlar el hambre vaniria estando el uno tan cerca del otro?

—Tú no tienes ni idea de lo que soy, ratita. Ni idea —le dijo admirando la belleza de su rostro alzado hacia él—. No tienes ninguna posibilidad de controlar nada, y lo único que puedes hacer es esperar a que yo me comporte honorablemente.

—Sí —murmuró ella.

—¿Y lo haces? ¿Lo esperas?

—No —contestó acongojada y a punto de echarse a llorar. Él le daba miedo del mismo modo que un halcón asustaría a un roedor en un campo abierto—. Pero me obligo a hacerlo. No tengo otra opción y quiero creer en tu palabra.

Shisui le acarició la mejilla con el pulgar. Quería besarla y tranquilizarla, pero no podía. Se lo había prometido. Nada de besos.

—Te diré lo que vamos a hacer —necesitaba decírselo, al menos una vez. Puede que así no se sintiera tan mezquino. Quería creer que él sí había sido sincero con ella, aunque luego le borrara el recuerdo.

—¿De verdad? ¿Serás sincero?

—Sí.

A la joven se le iluminaron los ojos de agradecimiento. ¿Había sido alguien alguna vez honesto con ella? ¿Podría serlo ese hombre que quería protegerla? ¿Por qué se emocionaba?

—Gracias —agradeció con humildad.

Él apretó la mandíbula y negó con la cabeza.

—No me las des. Te voy a morder y voy a beber de ti. —Ella agrandó los ojos y abrió la boca asustada—. Después tú vas a beber de mí...

—¡No! —Temari intentó apartarse de él—. ¡Nada de intercambios! ¡Me has prometido que...!

—Tranquila, no te va a doler. —La miró a los ojos, reteniéndola del pelo. Sus pupilas se dilataron; sus negros ojos se tornaron blanquecinos y sus colmillos refulgieron blancos y afilados—. Deja de pelear y escúchame. —Bajó el tono de voz y ella se quedó lánguida en sus brazos. Shisui sabía que no recordaría nada de aquella conversación. Él se encargaría de ello—. Vamos a intercambiar nuestra sangre; con esta vez, llevaremos dos —especificó juntando su frente a la de ella—. Lo siento, ratita. Pero no te puedo dejar escapar. Mi intención es transformarte —secó una lágrima que caía por la comisura de su ojo derecho y se sintió como un mierda por verla llorar por su culpa—. Obtendré la información que necesito y, mañana, te presentaré al Consejo Wicca. No les caes bien a nadie. Joder —gruñó—, ni siquiera sé si me caes bien a mí... Pero eres mía, ¿lo entiendes? Y no permitiré que te alejes de mi lado. Y para ello necesito anudarte a mí para toda la eternidad. Seguro que piensas que soy un despojo. —Se encogió de hombros—. Pero tú no has estado dos mil años sin sentir nada, nena. No quiero que tu mortalidad ponga en riesgo la permanencia del don que me otorgas; y si me odias por ello cuando descubras que te he engañado, no te culparé —inclinó la cabeza de su mujer hacia atrás, hasta exponer perfectamente su garganta. Se relamió los labios, abrió la boca y la mordió con ganas.

Ella gritó e intentó pelear contra él. Se lo quería sacar de encima. Shisui la abrazó con fuerza, piel contra piel, y la inmovilizó contra la pared. Sorbió de ella y se la bebió como si fuera una bebida refrescante. La sangre resbaló por el cuello de la joven y tiñó ligeramente el plato de la ducha. El druida cerró los ojos, acompasó su respiración a la de ella y recopiló toda la información que había en su ADN.

Que Temari era superdotada, ya lo sabía.

Que la primera vez que había bebido de ella iba ciego de deseo y solo le había servido para desquitarse y alimentarse, también lo sabía. Pero que estaba ante la mente más brillante, sexy, confundida y compleja de toda la historia, lo dejó abrumado.

Él era un hombre inteligente y sabio, no había la menor duda. Pero ella...Esa mujer humana, rubia aturdida tenía los hemisferios desarrollados al máximo, y unas sinapsis divididas casi en compartimentos y con postit por todos lados. Era pura organización y análisis. Y también era celosa de su conocimiento y había luchado por salvaguardar su información. Curiosamente, había protegido todo lo que ella sabía, y lo había hecho porque tenía una gran conciencia sobre lo que estudiaba y aquello que había descubierto. Pero, ¿qué era?

En su sangre vio los años trabajando para Newscientists y las cosas que ella había hecho. En realidad, no había torturado a nadie más; no se dedicaba a ser verdugo de nadie, pero sabía cómo hacer daño. El problema era que había utilizado ese conocimiento para dañarlo a él. Solo a él. Y eso le cabreaba soberanamente.

Hidan y Murasame se dieron cuenta de que ella le afectaba y de que iba a ser importante para él, y la utilizaron. Malditos hijos de perra. Había sido todo una trampa, y nada odiaba más que caer en una de ellas y, encima a manos de su más odiado antagonista. Hidan... Hidan quería su don. Y quería saber lo que él sabía. El problema era que el vampiro no tenía ni idea de que llevaba dos mil años con su don dormido y tan apático como si fuera un vegetal. Creyeron que Temari lo despertaría. Obvio que lo habría hecho si hubieran intercambiado sangre. Pero conocía la mente de ese desgraciado, y sabía que, si tenía algún interés en Temari, no iba a permitir que nadie bebiera de ella.

Por eso su don no despertó delante de ellos; pero ahora había cobrado vida de un modo que a él le costaba controlar. Había pasado todos esos días solo para estudiar su nuevo poder y entender cómo manipularlo de nuevo. Debía recordar cómo hacerlo y, también, debía respetar su magia y su energía: no podía abusar de ella o se le volvería en contra. El druida albergaba un poder descomunal, pero los grandes dones conllevaban grandes responsabilidades. No debía olvidarlo.

Siguió bebiendo.

Mediante su sangre, empezó a conocerla. La chica se había resguardado en sus estudios. Era una ratita de biblioteca, ajena a su sexualidad e ignorante de su verdadera sensualidad. Siempre llevaba ropas desenfadadas que no delinearan su cuerpo ni se aferraran a su piel. Nada de tonos llamativos. Recogía su pelo en un moño bajo y utilizaba gafas de pasta negra para trabajar. Ella creía que eso la haría menos atractiva. Pero la pobre ratita no tenía ni idea de que la hacía muchísimo más sexy y que, querer apartar de ella las miradas masculinas con ese atuendo, provocaba, justamente, el efecto contrario. Los hombres eran unos pervertidos y adoraban a las profesoras.

Mientras bebía de ella, acarició la parte baja de su espalda y colocó una mano sobre su nalga. ¿Alguna vez había habido algo tan suave?

Temari no tenía contacto con hombres. Solo Hidan, Kakazu, Kisame y Danzō estaban en su cabeza. Aunque claro, la imagen que tenía grabada en ella no tenía nada que ver con la realidad. Ese cabrón de Hidan había modificado sus recuerdos, pero poco a poco iban cayendo. De hecho, ella ya había podido ver cómo eran en realidad.

También estaban las dos chicas de aspecto masculino con las que trabajaba. Eran bonitas. No se maquillaban, tenían el pelo muy corto y ambas, las dos, eran planas como tablas. Una de ellas era Ameyuri. Por todos los dioses, ¡cómo odiaba a la zorra! Por suerte, había muerto. Su hermano Itachi la había matado en el interrogatorio en la habitación del hambre.

Intentó captar imágenes de ella y Ameyuri en la intimidad porque suponía que habían mantenido relaciones. Pero solo podía ver una única imagen: ambas arrodilladas en la cama. Temari usaba una camiseta desgastada, ancha y de color rosa palo con el número 77 de color negro estampado en el frente. A su lado, Ameyuri retiraba un mechón de pelo rubio de su rostro y le entregaba una carta con las palabras High Sky Boys Club. Esta vestía con ropa de trabajo, cosa extraña, como si acabara de salir de las instalaciones de Newscientists. Shisui no comprendía nada.

Se centró en la imagen. Aquella era la casa de su chica. Su habitación. ¿No iban a hacer nada? Temari no le dejaba ver nada más, hecho que le demostró que la científica no era tan débil como había pensado. Pero no era contrincante para él. Dio un empujón y pudo escuchar cómo se rompían las barreras. La mente era muy explícita y mostraba todo de manera muy figurada. Si había barreras que te impedían ver recuerdos, solo se tenían que dinamitar.

Esta vez, Huesitos estaba con Ameyuri y unas cuantas chicas más. Estaban en casa de una de ellas, se suponía que era la de Ameyuri. La rubia hablaba con ella de manera muy distendida y Ameyuri la tocaba con familiaridad y confianza. Le ponía las manos en las caderas, le acariciaba la mejilla y ... ¡besaba! ¡La estaba besando, joder! Había algo erótico en ver a dos mujeres compartiendo sus labios; a él le encantaba, pero no le gustó ni pizca saber que su científica era una de ellas. La astrofísica le había prohibido los besos, pero no se los había negado a Ameyuri. Estaba tan celoso que le dolía el pecho. ¡Celoso de una lesbiana!

El druida gruñó contrariado. Quiso descubrir más. Aunque le molestara, quiso sentir hasta qué punto Huesitos disfrutaba de aquello. Pero no vio nada más a excepción de algunas cenas en locales japoneses y rondas esporádicas de tequilas. Y luego trabajo y más trabajo: imágenes inconexas de probetas, charlas con Hidan, conversaciones con Kisame... Manipulación de ordenadores centrales, informes protocolarios... Todo muy impersonal y aburrido. E inútil para él. Si Temari había descubierto algo tan importante, si sabía algo tan relevante para la humanidad, ¿por qué no se manifestaba en su cabeza con carteles fluorescentes y fuegos artificiales? No le cuadraba. Aquello no le cuadraba. Debería verlo. Estaba bebiendo de ella, se hallaba en su cabeza... ¿Qué era lo que Huesitos no contaba?

También recibió fogonazos de recuerdos traumáticos. Una mujer y su hija acorraladas por un gupo de vampiros. Aquello iba a acabar muy mal. Se trataba de su madre y de su hermana. Su familia había muerto de la manera más cruel, a manos de esos desalmados, y ella había intentado luchar contra ellos a su modo. Pero luchaba contra los vanirios sin saberlo. La manipulación era clara y concisa.

¿La científica era culpable de algo en realidad? Sí. Lo era. Había despertado a su animal interno, al ser desalmado y avaricioso que se hallaba en los de su raza. No la dejaría escapar. No ahora que la había encontrado.

La débil queja de la humana lo sacó de su cabeza. Estaba bebiendo demasiado y ella se quedaba laxa. Apartó los colmillos de su garganta y pasó la lengua por los orificios. Estos se cerraron al instante. Se quedó mirando los dos puntitos rojizos que había dejado y luchó contra la bestia del vanirio, ese animal interno que exigía convertirse en uno con su pareja de vida. Quería sexo. Sumisión. Pasión... Anhelaba el contacto más íntimo entre un hombre y una mujer.

No obstante, ya le haría demasiado daño convirtiéndola como para también tirársela en la ducha sin que ella lo recordara. No era tan malo, joder; por tanto, se aguantaría y no lo haría.

Huesitos ya no se tenía en pie. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Estaba un poco pálida.

—Pobrecita —musitó, acercándose a sus labios. Aquella mujer tenía un pequeño surco que le dividía la barbilla. En cierto modo, ese mentón le recordaba al de Karin por su simetría y su armonía facial. Se dio cuenta de que quería probar esa boca pero, si lo hacía, la traicionaría. Otra vez—. Bebe de mí, mo dolag. Te ofrezco lo que soy y lo que tengo —alzó una mano por encima de su cabeza, apoyándose en la pared, mientras con la otra sostenía el cuerpo pálido de su chica. Cerró los ojos y proclamó—: Cas na mo signe. Empuño mi puñal.

En ese momento, el puñal distintivo de los keltois se materializó en su mano. Acarició con el pulgar la empuñadura de marfil blanco en forma de oso levantado sobre las patas traseras. El oso tenía grabado en la barriga un triskel en todos los puñales de su clan, excepto en el suyo. En el suyo había un awen, el símbolo que se asociaba a los druidas originales. Y en la hoja del puñal había una inscripción en gaélico: An duine draoidheachd. El hombre mágico.

Llevaba dos mil años sin serlo, pero la sangre de su pareja había despertado su don dormido. Ahora podría invocar de nuevo, podría hablar con los elementos, podría comunicarse con la naturaleza y manipular su realidad. Huesitos llamaba a eso «interacciones de la ciencia con su entorno». Él lo llamaba magia. ¿Podrían llegar a un punto en común?

Deslizó la punta del puñal sobre su musculoso pecho e hizo un corte en horizontal. La sangre empezó a manar de la herida. Roja y llamativa, fluía por su piel y su torso.

—Bebe —le dio una orden mental.

La mujer parpadeó levemente y clavó los ojos en el líquido rubí. Con un ligero aturdimiento, colocó las manos sobre su pecho, rodeando la incisión. Apretó levemente la carne y eso hizo que la sangre saliera con más fuerza.

—Vaya... —susurró Shisui, mirándola con atención. Recogió su larga melena rubia en un puño y la apremió para que lo chupara.

Ella se relamió los labios y colocó su boca sobre la herida, bebiendo obedientemente y tragando, acompañándose de ruiditos que al druida le parecieron eróticos y, a la vez, muy tiernos.

—Eso es, muñeca. Eso es... —Caray, se iba a correr solo con eso—. Me cago en la puta... —susurró, moviendo las caderas hacia adelante y hacia atrás e impactando su desnuda erección contra el vientre de la astrofísica. Parecía que no se saciaba y seguía bebiendo; no solo por su orden mental, que la obligaba a ello, sino porque, al parecer, su sangre le gustaba de verdad. Cuando hubo tomado suficiente, la apartó con delicadeza—. Ya van dos, nena. Una más y eres mía para siempre.

Temari seguía aturdida, con las pupilas claramente dilatadas, todavía bajo el poder mental del vanirio. Ella no sería consciente del modo en que la arropó con una toalla negra. No notaría sus brazos rodeándola y alzándola contra él. Ni tampoco podría adivinar el momento justo en el que Shisui se metió con ella en la cama, la acercó a su cuerpo y los cubrió con la colcha.

—Duérmete, Huesitos —cuando vio que ella cerraba los ojos, añadió—. Mañana va a ser un día muy duro. Mañana entrarás de lleno en mi mundo.