6
Consejo Wicca
Dudley
—Eres un héroe para ellos, druidh —aseguró Tsunade apartando los ojos almendrados del cuerpo de Tema y centrándose en él—. Celebro tu vuelta. Te necesitamos.
—Ellos son mis héroes, Maru Tsunade. No yo.
La rubia negó con la cabeza y se descubrió el rostro.
—¿La reconoces? —preguntó mirando a la joven de pelo muy corto y claro que había iniciado el canto.
Shisui miró a la chica de cabeza rapada y sintió una conexión muy personal con ella.
—Es Daimhin. Mi hija —resolvió Tsunade. Al decir eso, sus ojos marrones se oscurecieron y se volvieron a centrar en Temari—. Y el de al lado es mi amado Carrick. Mi hijo mayor.
Por la Morrighan, pensó Shisui... Sí, eran ellos. Ninguno de los dos le retiró la mirada, pero se notaban nerviosos y ligeramente avergonzados.
—Todos ellos coinciden —prosiguió Tsunade—, en que durante las últimas semanas de su confinamiento recibieron una energía sanadora, una que les hizo sentir mejor y con fuerzas suficientes como para continuar justo cuando las torturas de los guardias eran cada vez más severas. Admiten sin rodeos que eras tú quien les arropaba de ese modo, y yo... —Tsunade apretó los labios y parpadeó para alejar su emoción—, yo, en nombre de todas las madres que se hallan hoy aquí, y no son muchas, te quiero dar las gracias por eso.
—Por eso —aseguró Dan levantándose. Caminó hacia Temari y hundió la mano dentro de su capucha negra para agarrarla del pelo y tirar de ella hasta levantarla—. Y por traernos a la humana. No creo que saciemos nuestra ansia de venganza, pero nos servirá para calmarla un poco.
Shisui no tardó ni dos segundos en amarrar el antebrazo del igualmente rubio Dan y apretarlo como advertencia.
—Traigo a la humana, es cierto, pero no para la finalidad que os imagináis.
—No hay otra finalidad posible —dijo Asuma, con su barba oscura y su pelo largo, colocándose al lado de Dan—. Vamos a matarla. Vamos a hacerle sufrir; y todos y cada uno de nosotros beberemos un poco de ella —Kurenai, como mujer vaniria que odiaba que su hombre bebiera de otra mujer, siseó y le enseñó los colmillos a Temari en advertencia— para averiguar todo sobre la organización.
—No servirá de nada —lo cortó Shisui—, ya lo he hecho yo. La humana no es tan culpable como creéis. —Debía defenderla ya—. Es verdad que me torturó, pero lo hizo solo conmigo. No lo hizo con nadie más. Nunca puso una mano sobre vuestro hijos.
—Pero sí que nos veía a nosotros —gritó uno entre la multitud. Tenía ojeras y cicatrices por todos lados. Además, estaba muy delgado—. Y nunca nos ayudó. Se lo pedimos muchas veces, y no nos hizo ni caso.
—¡No sabía que érais lo que érais! —protestó Temari agarrando la ancha muñeca de Dan, que todavía la tenía retenida del pelo.
—¡Cállate! —le gritó Dan.
—Suéltala. —Los ojos oscuros de Shisui fulminaron al Rix, pero este no se amilanó.
—Suéltala inmediatamente —la voz de Deidara tronó en el salón y todos le escucharon.
Dan miró hacia atrás y negó con la cabeza.
—Eres nuestro líder, es cierto —dijo Tsunade mirando a Deidara—, pero no puedes comprender lo que sentimos. No puedes entender que...
—¡Me es indiferente lo que sintáis! —gritó Deidara con voz más alta, impulsándose en su trono—. El dolor es el mismo venga de un padre o de una madre, o de una cáraid, o de un hijo... ¡Es dolor igual! Somos vanirios. Nos hacen daño como clan, no como individualidades. Siento lo mismo que vosotros, os lo aseguro —les explicó con voz calmada—. Pero tenemos que escuchar a nuestro druidh. Shisui ha regresado. Ha sufrido torturas y aberraciones de todo tipo. Y creo que si tus hijos opinan de él que es un héroe es porque son muy conscientes de a lo que ha tenido que sobrevivir.
Daimhin y Carrick asintieron. Y todos los demás también.
—Ahora suelta a la chica, Dan —ordenó el líder.
Dan la soltó a regañadientes y se dirigió a su cáraid.
—No puedo hacer este papel —expresó Tsunade mirando a su marido—. Lo único que me apetece es arrancarle los ojos a esa zorra —gruñó. Dan obligó a Tsunade a sentarse, y solo Deidara quedó de pie como miembro del consejo.
—Brathair —dijo el vanirio rubio de ojos azules, saludándole con cariño y ofreciéndole el antebrazo—. No te imaginas la alegría que me da verte.
—Lo mismo digo, Rix Deidara —contestó Shisui mirando su atuendo aceptando su mano y alzando una ceja interrogante—. ¿Ahora eres Rix?
—Esto ya te lo contaré más tarde —le susurró el nuevo miembro del Consejo—. Ahora hay que aclarar el conflicto y solventarlo de un modo que nos deje a todos satisfechos.
—No sé cómo. El clan no aceptará otra cosa que no sea su sacrificio.
—Expón tus razones y explica quién es esta mujer a los miembros del Consejo. Después esperaremos el veredicto y veremos qué podemos hacer.
Shisui agarró a Temari del brazo y la colocó a su lado. Explicó toda la historia de la humana tal y como él la sabía. Cómo Hidan, en vez de matarla, al igual que hizo con su hermana y su madre, decidió aprovecharla en su beneficio debido a su descomunal inteligencia..
—El vampiro modificó su cabeza mediante la manipulación mental con la ayuda de un hechizo de Murasame, y eso hizo que ocultaran su verdadera apariencia a sus ojos humanos. Hidan le contó una milonga sobre nosotros y le hizo creer que éramos los malos, los vampiros —Shisui miró a Tema como si fuera estúpida.
Karin se inclinó hacia adelante y prestó toda la atención posible en las palabras del druida. Tsunade e Kurenai hacían lo mismo, pero con más reticencias. Asuma, Dan y Deidara solo atendían.
—Fue adoptada por Kisame Hoshigaki —continuó Shisui— de ahí su apellido. Kisame le dio la formación que una superdotada como ella necesitaba, y ella se encargó de graduarse con el Summa cum laude en sus respectivas carreras: Astrofísica y Medicina. Trabajaba en Newscientists para el descubrimiento de los portales dimensionales.
—Portales electromagnéticos —le corrigió ella, siguiéndolo con seriedad.
Shisui la miró de reojo. Karin y Deidara arquearon las cejas sorprendidos y se miraron el uno al otro con una sonrisa ligera de complicidad.
—No me interrumpas —gruñó Shisui entre dientes. Continuó—: La humana nunca había torturado a nadie ni ha formado parte de ninguna cacería, excepto conmigo. Murasame vio a través de la magia seirdr que ella podía afectarme de algún modo y, entonces, utilizando a la traidora de Emi, la coló en el Ministry of Sound el día en el que Homura y Koharu se prometieron. Yo la vi y la seguí, y fue cuando me secuestraron. Me llevaron a CapelLeFerne, y utilizaron a la humana para torturarme. Pero ella no sabía lo de los miembros de los clanes, y —se detuvo con una mirada de advertencia al mismo guerrero que se quejaba de que ella sí que los vio y no hizo nada—, si os veía, pensaba que érais justo todo lo contrario. Además, en su defensa, solo puedo decir que en el bosque de Tunbridge Wells ella nos ayudó. ¿No es así, Maru Karin?
La híbrida entrecerró los ojos carmín y lo miró aprobatoriamente.
—El druidh tiene razón. En Tunbridge Wells ella fue la que nos avisó de que el intercambio que se estaba dando era falso. El Shisui que nos daban era un clon. Así descubrimos el Memory.
—¿Por qué te afectaba ella? —preguntó Tsunade, cada vez más interesada en su historia.
—¿Cómo?
—Dices que Murasame vio que ella te afectaba y por eso la utilizaron. ¿Cómo te afectaba, exactamente?
Shisui dio un paso al frente y se colocó delante de Temari. Llegaba el momento de la verdad. Sería el hazmerreír del clan por encontrar a una pareja que lo había torturado.
Temari se sorprendió ante aquel gesto. La estaba protegiendo tal y como había prometido.
—Es mi cáraid.
Los miembros del Consejo hicieron todos el mismo gesto: apoyaron las espaldas en el respaldo de las butacas y se miraron confusos. Todos menos Deidara y Karin, que ya sabían la noticia por Itachi y Konan.
Obito soltó una risa ahogada, pero recibió el codazo de Tenten en las costillas, que no se podía creer lo que acababa de oír. Shisui entonces miró a la Cazadora y se encogió de hombros; y Tenten negó con la cabeza incrédula. «¿En serio?», decían sus ojos castaños.
Shisui asintió a aquella pregunta muda.
Temari los miró a ambos, y esa conversación privada le molestó. El vanirio estaba hablando con la de las flechas que emitían luz. Todavía le molestaba el muslo siempre que recordaba a Tenten
Para más inri, los demás presentes murmuraron y la miraron con más desaprobación de la que habían demostrado.
—¿Es tu cáraid? ¿Esta humana es tu pareja de vida? —Dan hizo un escáner de cuerpo entero a la científica.
Tsunade se levantó y caminó hasta Shisui.
—Apártate. No la voy a morder —pidió la Maru del consejo de Dudley.
—No podéis hacerle daño. Es mi pareja —advirtió el druida cuadrándose.
—Ha hecho daño a uno de los nuestros. Te torturó, Shisui. A nuestro Druida —puntualizó mostrando los colmillos—. Dices que es muy inteligente, ¿y la retrasada se cree que somos vampiros? ¿Qué tipo de inteligencia es esa?
—Me engañaron —replicó Temari. Odiaba que la tomaran por estúpida, pero comprendía perfectamente la incredulidad de esa hermosa mujer—. Me manipularon.
Tsunade la miraba como si no valiera nada.
—A mí también me engañaron —dijo Karin, intentando suavizar los ánimos.
—No fue lo mismo —Tsunade se giró hacia ella con el rostro arrepentido—. Tú no sabías nada sobre este mundo. Ella sí —señaló a la astrofísica—. Pero eligió mal. Ahora, Shisui, deja que la humana se explique. Queremos oír su opinión.
Ah, no. Temari no podría hablar ahí. Con lo honesta que era no sabría mentir y, entonces, negaría muchas cosas que él afirmaba tan rotundamente como, por ejemplo, que eran pareja. Shisui se metió en su cabeza e intentó coaccionarla.
—Desvincúlate —ordenó Tsunade—. Estás en su mente, siento las vibraciones —se quejó la rubia mirando a Shisui—. Creo que todos deseamos escucharla.
—No acepto órdenes. Soy el Druida, Tsunade —esta vez, Shisui usaba un tono mordaz y agresivo.
—¿Estás en mi cabeza? —Temari se apretó las sienes—. ¿Cómo puede ser que no me dé cuenta? ¡Sal!
—Cállate —Shisui se giró y la encaró.
—Shisui —Deidara movió la mano y lo invitó a apartarse para que todos vieran a la humana—. Deja que la oigamos.
—Aparta, vanirio —le empujó Temari, pero este no se movió—. Yo... No estoy orgullosa de lo que he hecho —gritó por encima del enorme hombro de Shisui—. Pero... Cuando a una la engañan, tiende a confundir la realidad. De hecho, yo solo me limitaba a mi trabajo. A nada más. Y es verdad que torturé a uno de los vuestros, y... al principio lo disfruté —miró de reojo al susodicho, el cual tenía un músculo que hacía espasmos en su mandíbula—. Pero después dejó de gustarme.
—¿Por qué dejó de gustarte? —preguntó Karin.
—¡No sé por qué! ¡Debía disfrutarlo y al final no lo hice! Pero quiero dejaros claro algo: no estoy aquí para suplicar por mi vida. Soy astrofísica y no tengo nada importante ni nada que perder, a excepción de mis estudios y mis descubrimientos. Nadie está más arrepentida que yo de lo que he hecho, y voy a tener que vivir con ello, o... —clavó sus ojos verdosos azulados en los marrones de Tsunade—, o morir. De hecho, prefiero esto último, porque así, todo lo que sé morirá conmigo y no os pondréis en peligro innecesariamente.
—Ya estamos en peligro, ¿no lo sabías? —Kurenai se retiró la capucha de la cabeza y la miró desafiante.
—Lo sé. La Tierra está en peligro —juró Tema—. Entiendo que lo estamos y es posible que yo no haya ayudado a suavizar la situación. —Ella había trabajado con los portales y Hidan había bebido de ella, pero sabía perfectamente que nadie podía leer lo que había aprendido. Tenía una técnica para ello, una que había perfeccionado a base de duras horas de trabajo—. Pero no sé quiénes sois... No sé qué sois exactamente. No entiendo vuestras costumbres, ni por qué bebéis sangre ni nada de eso... Ni sé por qué tenéis esos... poderes o dones, como los queráis llamar.
—¿Es tu cáraid y no le has explicado nada de nosotros? —Deidara le reprendió.
—Por supuesto que no. Me ha dejado casi una semana esposada a su cama —explicó ella con rabia. Todavía estaba herida por ese trato—. No hablaba conmigo.
—Al menos no te mató. Cosa que yo hubiera hecho —apuntó el moreno y alto Asuma.
Temari tragó saliva.
—Y eso de las cáraids... No sé lo que son. Pero no me lo creo. No... No lo siento como vosotros. Dice que soy su pareja de vida pero eso es absurdo.
Tras esas palabras se escuchó una exclamación de asombro. El druida no se podía creer que hubiera dicho eso públicamente. Le estaba avergonzando. Ahora ya tenían la excusa perfecta para hacerle daño.
Los miembros del Consejo hablaron entre ellos. El salón debatió qué era lo mejor que podían hacer con la intrusa.
Dan se levantó y habló ante todos:
—Tal y como yo lo veo, Shisui, eres nuestro druida, un miembro muy importante del clan, pero aquí hay tres inconvenientes claros. Dices que ya has encontrado a tu cáraid, aunque ella lo niega. Ella no siente nada de eso. Ni siquiera estáis anudados.
—No. No lo estamos.
—Ella es humana. No es una vaniria.
—Sí —apretó los dientes con frustración—. Es humana.
—Y, para colmo, no te ha revelado la información tan importante que dice tener.
—Ni lo diré, si pensáis matarme —aseguró la científica valiente—. Nadie debe saber eso.
Dan arqueó las cejas y todos los vanirios levantaron las copas en señal de desaprobación. Exigían su sangre. Esa humana era una inconsciente.
El Rix de Dudley levantó tres dedos:
—Humana —bajó un dedo—. No es tu cáraid —bajó un segundo dedo—, ella al menos no lo reconoce. Y no nos da la información que necesitamos —bajó el tercer dedo—. ¿Trabajabas en los portales, mujer? —intimidó a Temari—. Entonces, sabrás que abrieron uno en Colorado, en Las Cuatro Esquinas.
Ella abrió los ojos asustada y negó con la cabeza. Shisui no le había hablado de ello, no le había contado nada. De hecho, ¿de qué habían hablado? De casi nada. Ella era su rehén y él, su carcelero. Luego quiso hacer el trato absurdo de protección y establecer esa frágil tregua; pero ella estaba en serios apuros ahora, y parecía que ese que llamaban druida no tenía poder suficiente como para modificar su destino.
—No sabía lo del portal. No, no lo sabía... Si abrieron un portal, no pudo durar mucho. La fórmula es incorrecta.
Deidara sonrió sin ganas.
—Tienes razón. El portal no duró mucho, pero sí lo suficiente como para que robaran tres objetos. ¿Tú ayudaste a crear ese portal?
—Sí. Bueno, yo... he investigado sobre los quarks, las cargas de protones y la posibilidad de abrir agujeros de gusano. He trabajado en ello durante muchos años.
—Pues tu trabajo ha dado los frutos, pero en el bando equivocado.
—Lo siento... ¿Dices que han robado tres objetos? ¿De dónde?
—Tres tótems de los dioses.
Dios mío. ¿El portal había abierto un túnel dimensional y habían robado algo de otra realidad? ¿Insinuaba eso el rubio de ojos azules?
—¿De dónde, exactamente, han robado esos tótems? ¿Se ha... Se ha abierto una puerta en otro mundo? Dios... —repitió para sí misma—. Dios, esto cambiaría la historia y el concepto que tenemos de nuestro entorno. Es... increíble. Yo..., me encantaría poder verlo.
—¡Maldita sea, Shisui! —le gritó Deidara perdiendo la paciencia—. ¿En una semana no has podido explicarle nada? Esta humana no tiene ni idea de lo que somos.
El vanirio lo fulminó con una sonrisa asesina.
—No eres tú, Rix Deidara, un ejemplo de comunicación. Karin tampoco sabía nada de quiénes éramos. Y yo claro que no he conversado con ella sobre nada. Mis problemas son míos; y solo yo sé cómo solucionarlos. Tú no sabes cómo me siento respecto a ella.
—El portal que tú averiguaste cómo abrir, humana listilla —recalcó Tsunade desde su trono—, puede traer con ello un Armagedon. El Ragnarök, ¿entiendes? El Final de los Tiempos; eso por lo que nosotros llevamos milenios luchando para que no se haga realidad. Han robado tres objetos de los dioses y con ellos pueden acelerar las cosas.
—Ya han recuperado uno —especificó Karin—. Ahora solo falta Seier y Gungnir, la lanza de Odín.
—¿Odín? Pero..., un momento ¿de qué dioses estáis hablando? —preguntó Temari cada vez más confusa—. No tengo claros algunos conceptos —se retorció las manos.
—Tu supuesta pareja debió explicártelo —repuso Tsunade.
—Él me odiaba. ¿Cómo iba a hacerlo? —la astrofísica abrió los brazos desesperada—. Creo que todavía me odia...
—Silencio —le amenazó Shisui.
—No me importan los problemas que hayáis podido tener —aclaró Maru Tsunade—. Por lo que a mí concierne, gracias a tus estudios han descubierto cómo abrir una puerta. Eres culpable de eso también. Podrán abrir muchas más.
—No. Maldita sea... Ellos necesitan mantener la puerta abierta —comentó Temari, limpiándose el sudor de las manos en la túnica negra—. Se suponía que querían estudiar esa realidad por donde salíais todos vosotros, suponiendo que veníais de algún lugar del cosmos... Y querían destruir vuestro mundo para que dejarais de llegar a la Tierra e infectar al ser humano. Yo trabajaba con eso, pensando que los vampiros, tal y como ellos me explicaron, eran razas alienígenas que venían del espacio exterior. Nada de hechizos ni brujerías, nada de esas leyendas urbanas que pueblan la tierra sobre los hombres con colmillos. Pensaba que erais vampiros, que vosotros lo erais. Trataban de demostrar que, si hay vida extraterrestre, no erais pacíficos precisamente. Empecé el proyecto privado pensando que estaba haciendo lo correcto, ¡pensaba que hacía el bien!
—En realidad, trabajabas pensando en tu ego como científica —la atacó Kurenai—. ¿No buscáis eso los humanos? ¿Hinchar vuestra vanidad y vuestra soberbia? ¡Os estamos protegiendo y vosotros nos atacáis! ¡Y tú querías abrir un portal en la Tierra, humana ignorante, sin ser consciente de lo peligroso que es eso!
—¡Eso no es verdad! —No del todo—. Trataba de abrir uno para controlarlo, y para vengarme también. La Tierra abre portales menores y lo hace naturalmente y de modo espontáneo. ¿Por qué no la pones en tela de juicio a ella también?
—No me cabrees, rubia estúpida —le gritó Kurenai—. No tienes ni idea de quiénes somos. Pero te aseguro que tú y los tuyos habéis colmado el vaso de nuestra paciencia. ¡No os vamos a dejar pasar ni una más! ¿Entendido? Y si tenemos que empezar contigo, ¡lo haremos!
—¡Mi familia murió a manos de esos seres! ¡Por eso os odiaba! —Temari debía defenderse. No iba a caer sin exponer sus razones—. Yo solo quería entender cómo funcionaban los portales, cómo poder romper la barrera de Kelvin, cómo interactuar con los algoritmos de rastreo... ¡No quería títulos honoríficos! ¡Quiero acabar con los vampiros tanto o más que vosotros! ¡Los odio!
—¿De verdad? Entonces, dinos ahora mismo lo que queremos saber —replicó Tsunade—. Dices que ese portal que abrió Hummus no era el correcto. ¿Qué es lo que sabes sobre ello y no dices? Es justo lo que necesitamos. Cuéntanoslo y puede que seamos benevolentes. Es tu oportunidad, humana.
La rubia agachó la cabeza y negó con la cabeza. No. No podía decírselo porque la verdad era que ni ella lo sabía. Era una información demasiado importante como para enseñársela a nadie. Sabía cómo dar con ella, claro. Porque se había encargado de guardarla. Pero también sabía que quien leyera en su sangre o en su mente no podría entender nada, no encontraría nada. Aunque la información estaba ahí, solo para que ella pudiera descodificarla. Solo ella.
—No lo sé. No tengo la información aquí mismo. Yo... la tengo aquí —se señaló la cabeza—. Pero está codificada. Lo hice así para que nadie pudiera leerme. Ni siquiera Hidan, Kisame, Kakazu y todos los demás lo averiguaron. Es una información en exceso peligrosa. No está bien que la gente la sepa.
—¿Y tú sí? ¿Eso es lo que me estás diciendo? —replicó Dan—. ¿Nos estás tomando el pelo? Yo creo que no necesitamos más —comentó mirando a todos los allí presentes—. Esta humana no nos va a ayudar. Pero nos lo dirás; nos lo dirás por las buenas o por las malas. Peanás Follaiseach!
En el centro del pentágono se abrió una compuerta circular en el suelo, y de ella emergió un tubo metálico con unas cuerdas desgastadas en la parte superior.
Dan e Asuma agarraron a Temari por los brazos.
—No, por favor —Karin se levantó y negó con la cabeza—. No hay razón para matarla ni para azotarla. Ella no sobreviviría a dos mil azotes.
—¡¿Dos mil?! —gritó la científica, pálida.
—Torturaste a un vanirio, guapa. ¿Cuántos años crees que tiene? Un azote por cada año de su vida —le explicó Kurenai.
—Me niego —dijo Karin.
—¡Nosotros también! —exclamaron Konan y Itachi, dando un paso al frente.
—Las leyes del clan vanirio son claras, Maru Karin —le explicó Tsunade—. Esta mujer no nos sirve.
—¡Creo que no me habéis entendido! —gritó Shisui, exponiendo sus colmillos y empujando a los dos Rix de Dudley y Segdley. Liberó a Temari y la cubrió con su cuerpo—. He dicho que es mi cáraid. Ella me está devolviendo mi don. Si la matáis, ¿qué creéis que me sucederá? Soy el druidh.
Asuma dio un salto por los aires y se plantó delante de ellos.
—¿De qué hablas?
Homura Mitokado se adelantó a la multitud con su intimidante presencia y habló en voz alta:
—El noaiti recibió una profecía que todos tenemos presentes. No podemos obviar lo que dice.
Obito Njörd se colocó al lado del líder berserker y asintió. El moreno clavó sus ojos negros en Shisui y en Temari y recitó:
—El amor y el perdón abrirán los ojos a las almas heridas, y el humano conocedor de vuestro mundo se pondrá de vuestro lado. Solo si el magiker expulsa el veneno que hay replegado en su corazón. El magiker es el hombre de la magia. Shisui es un druida, ¿qué hay más mágico que eso? Estamos rodeados de dolor, de almas heridas —señaló a todos los miembros de los clanes, sobre todo a los rapados—. Ellos deberían tener la última palabra, si perdonar o no. El humano —señaló a la rubia con la cabeza—, conocedor de nuestro mundo, se pondrá de nuestro lado.
El silencio invitó a la reflexión. Los miembros del Consejo meditaron la profecía sin dejar de observar al druida y a su supuesta cáraid.
—¿Te estoy devolviendo tu don? —preguntó ella en voz baja, sepultada bajo sus brazos.
—Hazme un favor, Huesitos: cierra la puta boca.
Ella se tensó y asintió temblorosa. Eso sí que le estaba dando miedo. No sabía lo que era ese palo que había salido del suelo, ni para qué servían las cuerdas... ¿Y qué era eso del Pene Follador? No había entendido lo que habían dicho. Rectificación: lo de «muerte» sí que lo había entendido. Y la profecía... ¿Esa profecía hablaba de ella?
—Estoy aterrada. Sé que no lo parece, pero son mis nervios...
—Lo sé —susurró en su oído—. Déjalo en mis manos. —Alzó la voz y decretó—: Mis cabezas rapadas decidirán qué hacer con ella. Se acatará lo que vote la mayoría. Pero si muere, si al final decidís qué hay que eliminarla, yo me iré con ella.
—Eso es inconcebible —protestó Itachi—. Tú no te irás, maldita sea.
—Será mi decisión. ¡Yo os estoy ofreciendo un trato! Que decidan los que más ofendidos deben estar.
—Te escuchamos —Deidara no quería que aquello acabara así. Pero era la opinión pública y todos debían acatar lo que ordenaba la mayoría. La mayoría pedía la muerte de Temari y eso no era bueno.
—¡Castigo y muerte! —gritaban algunos berserkers maltratados que no entendían lo que era la cáraid para un vanirio.
—¡Callaos! —ordenó Homura alzando la voz.
Todos obedecieron al instante. Koharu, como orgullosa mujer de Homura, sonrió a Temari y le guiñó un ojo, pero esta, que seguía sepultada entre los brazos de Shisui, frunció el ceño y hundió el rostro en el pecho del vanirio.
—¿Qué trato nos ofreces? —Tsunade no podía creer que se estuviera pactando sobre la humana.
—Necesito mi magia —explicó Shisui con serenidad—. Necesito mi don y ella es la única que me lo puede dar. Sé que queréis que ella pague sea como sea, aunque en parte sea inocente. Yo solo puedo hacer que cumpla su deuda convirtiéndola en aquello que ha odiado y ha ayudado a destruir indirectamente.
Temari palideció y levantó la cabeza de golpe.
—¡¿Qué has dicho?! —gritó ella muerta de miedo—. ¡No! ¡No! ¡Eso no es lo que me has prometido!
Tsunade alzó una ceja rubia platino y sonrió a Dan. Kurenai e Asuma hicieron lo mismo. Sí, eso podía apaciguar las ganas de sangre.
—¡Pero lo haré yo! —aclaró Shisui.
—Aquí y ahora —ordenó Dan lleno de morbo—. Lo harás ante todos los miembros del clan. Será un castigo público en toda regla.
Deidara y Karin miraron a la humana con preocupación. Una conversión. Iban a hacer una conversión ante todos. Nunca se había hecho algo así.
—¿Qué deciden los miembros de los clanes? —preguntó Deidara a los rapados. Los vanirios alzaron el dedo pulgar, Daimhin y Carrick a la cabeza. Los berserkers patearon el suelo conformes con aquella decisión.
—No hay más que hablar —Deidara cerró el debate.
Karin se llevó una mano al corazón. No iba a ser agradable, y lo único que podía hacer por la humana era estar a su lado y mirarla para que supiera que no iba a estar sola.
—¡No! —Temari lloraba como una Magdalena—. ¡No, Shisui! ¡Me lo prometiste! ¡Prefiero que me maten!
—¡Cállate! —le gritó él, controlando sus patadas y sus arañazos—. Ya te dije que eso no era una opción para mí. Nunca lo fue. Tú eres mi pareja.
—¡No soy tuya! —gritó con las venas del cuello hinchadas—. ¡No lo puedo ser! ¡No lo seré jamás!
Temari estaba en medio de un ataque de pánico, apenas podía respirar. No podía sucederle. No podía... ¿Qué pasaría con sus conocimientos? ¿Adónde irían a parar? ¿Dejaría de ser ella? ¡Se quería morir!
Shisui le ató las muñecas con las cuerdas de la vara metálica y la colgó con los brazos extendidos hacia arriba. Los pies descalzos de Temari no tocaban el suelo, y su cuerpo se movía de un lado al otro, presa de mil temblores.
—¡No me puedes convertir! ¡Dijiste que eran tres intercambios! ¡Tres! —replicó, con las mejillas húmedas por las lágrimas y los ojos verdes azulados llenos de desconsuelo—. ¡Os está mintiendo! ¡Yo no he bebido de él en ningún momento! ¡Está mintiendo!
Shisui apretó los dientes y su mirada negra se convirtió en eléctrica. Fue en ese momento cuando Temari vio en su reflejo que estaba ante un hombre que tenía el poder suficiente como para aplastarla como una colilla, y comprendió sin lugar a dudas, que la había engañado.
Los vanirios eran seres realmente poderosos, los vampiros también lo eran.
Los vanirios bebían sangre; los vampiros también.
Los vanirios tenían poderes telepáticos; los vampiros también.
Los vanirios eran débiles a la luz solar; los vampiros también.
Si los vanirios podían volar; los vampiros también, ¿no?
¿Entonces en qué se diferenciaban? ¿Unos eran buenos y los otros malos? Ella bien podría ponerlos a todos en el mismo saco. Shisui era el peor.
—¿Me has mentido, verdad? —le acusó ella con la voz temblorosa.
—Has bebido de mí dos veces.
—¡Mentiroso! ¡Traidor y carroña!
—Simplemente te he preparado para este momento, ratita. No debes temer. No...
—¡No me digas cómo debo sentirme, hijo de puta! —gritó, intentando darle una patada en el estómago. Shisui la esquivó y le agarró de la pierna—. ¡Ni se te ocurra hacerme esto! —Buscó a Tsunade y a Kurenai con los ojos. Ellas la odiaban y seguro que querrían matarla. Buscó su conmiseración—. ¡Prefiero morir! ¡Matadme! ¡¿Me oís?! ¡Matadme!
Las dos vanirias apartaron la mirada y la ignoraron.
—Vaya. La humana es una fiera... —comentó Dan riéndose.
El druida le amenazó con los ojos y Dan levantó la mano en señal de disculpa.
La sala del Consejo Wicca observaba lo que allí iba a suceder. En silencio muchos, algunos con recelos; los maltratados con ansias de venganza; los más íntimos de Shisui, como Konan, Itachi y Deidara, con justicia; y otros, que comprendían al ser humano, como Tenten, Koharu y Karin, con palpable incomodidad.
Los berserkers estudiaban la escena con asco y repugnancia.
—Joder, ¿van a beber? —preguntó Obito haciendo una mueca—. ¿Nos tenemos que quedar, Homura?
El leder se encogió de hombros y asintió.
—Representamos a nuestro clan. Quedarnos es una prueba de que estamos de acuerdo y de que se ha saldado la ofensa.
—Yo no estaría tan convencida de eso... —dijo Koharu observando la actitud de Temari—. Esa chica va a acumular mucha rabia, y dudo que se vaya a poner de nuestra parte tal y como dice la profecía. Las «almas heridas» están actuando desde la venganza, no desde el perdón —apreció fijando los ojos en Daimhin y Carrick—. Y Shisui, si es el magiker, no es precisamente un remanso de paz; y la está convirtiendo sin su permiso.
—Bueno, kone —Homura se cruzó de brazos—. Esperemos que el tiempo lo cure todo.
—El tiempo no cura las heridas, Homura —vaticinó Kakashi moviendo el hombro herido. La valkyria Naori le lanzó un puñal Guddine y desde entonces la herida no había cicatrizado—. Solo las oculta con el polvo. Estoy de acuerdo con tu kone. Solo queda esperar el desenlace de toda esta serie de despropósitos.
—¿Qué hubieras hecho tú? —le preguntó Obito a Tenten.
La Cazadora se estremeció al escuchar los gritos de Temari. ¿Era un trato justo? No le gustaba ver a una mujer sufrir.
—Yo... No lo sé —sacudió la cabeza—. No sé cómo lo ha pasado Shisui, pero lo que está claro es que, si esa Einstein es su cáraid, no la va a dejar escapar. Y, desde luego, yo no veo amor por ningún lado.
—Bueno, el amor se tiene que pelear día a día —le susurró Obito dándole un beso en la mejilla—. Y estos dos pelearán mucho. Como esas novelas que tanto te gustan en las que los protas se discuten por sus diferencias y luego se reconcilian como conejos...
—Son las mejores, ¿acaso no lo sabes, lobito? La vida es caos. El amor también lo debe de ser, de lo contrario, sería falso.
—¡Tienes que parar, vanirio! —gritaba Temari, inmovilizada por los brazos de Shisui—. No me hagas esto... Te lo ruego —hipó como una niña pequeña.
Estaba desesperada y nadie la iba a ayudar. Seguramente, así se habían sentido esos chicos y guerreros maltratados en las plantas inferiores de donde ella trabajaba. Ella no los ayudó.
Se la estaban devolviendo. Ojo por ojo. Sintió las manos de Shisui en el interior de la túnica y notó cómo rasgaba parcialmente la parte que le cubría los pechos. El vanirio posó una mano abierta sobre su pecho izquierdo; y lo más humillante fue que este reaccionó, levantándose contra su palma.
—¡Te odio! ¡Te odio, Shisui! —gritó ella, echando el cuello hacia atrás.
—Tranquilízate, joder —gruñó—. Eres una mujer inteligente, Huesitos. Sabías que esto iba a suceder.
—¡No! ¡Yo confié en ti! —se le fueron las palabras cuando él levantó ligeramente su pecho y lo expuso solo a sus ojos—. ¡Suéltame, por favor! ¡¿Qué vas a hacer?! —La gente les estaba mirando, pero nadie tenía pleno acceso a su parcial desnudez.
—Ya verás —Shisui se colocó entre sus piernas y le enseñó los colmillos—. Primero te muerdo yo. Luego tú beberás de mí.
—¡Que te den, cabrón! —sollozó ella—. No cuentes conmigo para nada, ¡¿me oyes?! No voy a ayudarte. ¡No os pienso ayudar! —exclamó encarándose a la multitud. No podría hacerlo. Después de eso perdería su inteligencia; ella misma desaparecería.
Y entonces el druida abrió la boca y le clavó los colmillos en la parte superior de su cremoso pecho.
Shisui bebía sangre, sediento de la vida y de la luz que iba a darle su científica. La reunión con el consejo había sido violenta, pero finalmente había desembocado en lo que él quería. Perdonarían la vida de Tema, a cambio de convertirla en vaniria.
No obstante, aunque tenía la boca llena de fresa y el estómago a rebosar de vitalidad, estaba escuchando el llanto desgarrador de su pareja. Y odiaba ser él quien lo provocara. Lo odiaba de verdad. La cubrió con su cuerpo para que nadie pudiera ver su agonía. Aquel era un momento muy íntimo entre los vanirios, y estaba convencido de que más de uno tenía una erección. Pero también olía incomodidad y un fuerte resentimiento que venía de la esencia y del aroma de su mujer.
Se lo iba a poner muy difícil. Ella no le iba a perdonar fácilmente. Pero él aceptaba los obstáculos que la rubia iba a imponerle mientras ella fuera vaniria. Además, Huesitos reconocería el maravilloso don que él le otorgaba. Ahora se conectarían y ella por fin aceptaría que, aunque no habían empezado con buen pie, sus cuerpos se llamaban el uno al otro, se pertenecían.
¿El amor? Llegaría con el tacto.
El corazón de la humana se ralentizó y bombeó con debilidad.
Bien. Era el momento.
Shisui la soltó, sin dejar de cubrirla y resguardarla de los ojos de los demás, y sacó su puñal distintivo. Se hizo un corte en la yugular, a un lado de la garganta, y obligó a la joven a abrir la boca y beber de él, sosteniéndola por la nuca y con el otro brazo alrededor de su cintura.
—No —repuso ella débilmente.
Temari bebía, se ahogaba en su sangre, sorbía al intentar coger aire y, entonces, él la sumió en un ligero trance. La joven aceptó su sangre porque era suya. Todo él le pertenecía y debía comprenderlo con el paso de los días.
Estaba convirtiendo a su cáraid delante de todos. La estaba avergonzando, y también se humillaba él. Ese acto personal e intransferible debía ser privado, pero para calmar los ánimos de todo el clan se estaba exponiendo a ello. A ambos.
Cerró los ojos y echó el cuello hacia atrás, sin dejar de sostenerla.
Su pareja. Su cáraid. Su mujer. Siempre a mi lado.
Iba a ser eterna, como él. Dejaría de sentirse solo. Dejaría de pasar frío.
—Nos llevaremos bien —susurró sobre su rubia coronilla—. Deja de beber —le ordenó suavemente.
Ella lo hizo y su cabeza cayó hacia adelante, inconsciente.
Deidara carraspeó a su espalda.
—Llévatela, brathair. —Se levantó y colocó una mano sobre la tensa espalda de Shisui. Él apartó el hombro y le enseñó los colmillos.
—No la mires —graznó Shisui como un animal salvaje.
El líder de los vanirios levantó las manos para tranquilizarlo, sin sorprenderse por la actitud ácida y furiosa del druida.
—No lo hago, hermano. La conversión no es fácil y no tiene por qué ser un espectáculo. Les has dado a todos lo que querían. Está en paz. Ahora, ocúpate de que tu pareja pase el cambio lo mejor posible. Y, por todos los dioses, encárgate de que entienda quiénes somos.
—Creo que hoy lo ha entendido, y lo que ha visto no le ha gustado nada.
—Ahórrate el discurso moral, Shisui. Somos así, y lo llevamos siendo durante milenios. Lo hecho, hecho está. Ocúpate de ella, druidh —miró el rostro de la joven oculto tras su pelo rubio—. La necesitamos. Y a ti también.
Shisui escuchaba la voz de su amigo, pero estaba ocupado desatando las manos de su cáraid para cogerla en brazos. Cubrió su rostro lloroso y sus labios sanguinolentos con la capucha negra y la apretó contra sí. Después, se giró hacia el Consejo y dijo:
—A partir de hoy, ella será uno de los nuestros. No aceptaré ningún desplante ni ninguna ofensa contra ella. Si en algún momento tengo noticia de que la habéis increpado, me encargaré de buscar al instigador y lo mataré.
—Pero... —dijo Tsunade.
—Pero nada —la cortó con frialdad—. Me dará igual quién lo haya hecho. Nos movemos por el ojo por ojo, ¿verdad? Entonces, rezad porque no encuentre a nadie metiéndose con mi cáraid.
Dicho esto, se dio media vuelta y se dirigió hasta las puertas de roble que daban entrada al salón subterráneo. Las abrió mediante una orden mental y después susurró:
—Dorchadas. Oscuridad.
Las llamas de las antorchas que rodeaban aquel imperial salón circular y que iluminaban a todos los guerreros se apagaron de golpe y, seguidamente, la madera de estas se volatilizó en cientos de astillas que cayeron al suelo, creando pequeñas montañas de serrín.
Shisui dejó el salón a oscuras, tal y como él sentía su alma después de lo que le había hecho públicamente a aquella joven que le había devuelto su preciado y añorado don.
