8
El más absoluto de los silencios.
La nada. La oscuridad. ¿Cómo podía la conciencia estar presente en un estado como aquel?
Y, de repente, un pequeño zumbido en los oídos, seguido de una voz de hombre que no le parecía desagradable; el sonido de una silla chirriar al deslizarse por el suelo.
—Él tiene que notarlo —dijo la voz masculina.
A continuación, escuchó unos pasos ágiles y nada pesados. Era una mujer. ¿Cómo lo sabía? Ni idea.
—¿Le llamamos? —preguntaba la voz femenina con energía e impaciencia.
—No hará falta —contestó el hombre.
—¿No hará falta? Deidara está ahí abajo desde hace ocho horas con tu hermano, que se ha convertido en una mezcla entre suicida y Hulk. Créeme, sí que hace falta —decía la voz con urgencia—. No sé cuántas fracturas llevan ya.
Hulk. Ella conocía a ese héroe de MARVEL. De hecho, le encantaba. Un hombre inteligente, pero con una brutalidad incontrolable en su interior, luchando por manejar ese don y tener dominio de sí mismo. Sí, era un gran super héroe, sino el mejor.
—Él ya lo sabe. Es su cáraid. Tiene que sentirla —replicó el hombre.
—¿Y qué hace que no está aquí ya?
Bum. Bum.
El latido de un corazón.
Bum.
El suyo. Estaba escuchando el rítmico movimiento de su músculo motor.
Bum.
Inhaló el aire y, entonces, una increíble gama de diferentes olores la invadió. Había un olor especiado y sutil a su mano derecha, como a vainilla; y otro más frutal y dulce a su izquierda parecido a un pastel de queso y frambuesas. El aroma de un hombre y de una mujer.
Inseparable, a su alrededor, flotaba el olor a canela. Sí, señal de que había regresado a la cárcel de ese vanirio. Y luego olía algo más, como a fresas, pero era una esencia que parecía venir de su cuerpo. ¿Suyo? ¿Olía así? Qué raro...
La sangre recorría sus venas, sus músculos; alimentaba sus órganos. Su cerebro, incluso sin tener los ojos abiertos, estaba registrando todo lo que sucedía en su interior y, también, a su alrededor.
¿Su cerebro estaba trabajando? ¿Hasta cuándo? ¿Aquella era la mutación? ¿Pero no había muerto? Recordaba el fuego y la explosión. Y después nada más hasta ese momento.
La tenían en una cama, esponjosa y suave. Nada de camillas.
Oyó el sonido de una compuerta al abrirse y vino a su nariz un olor a cítrico, como a limón. Se trataba de una mujer, una mujer que no hacía ruido al andar.
—¿Cómo está, mo priumsa? Oh, vaya... —Se detuvo frente a ella— . Es muy bonita, ¿verdad, Karin?
¿Bonita? ¿De quién estaban hablando? ¿De ella?
—Ya era bonita antes, Konan —aclaró la otra voz de chica—, pero el odio que inspira hacía que pareciera un ogro a tus ojos.
—Sí, supongo. Pero ahora es...
—¿Más?
—Sí. La conversión la ha hecho... como radiante.
Tenían que estar riéndose de ella. El hombre se inclinó hacia su rostro; era como si lo pudiera ver en su mente. Permanecía con los ojos cerrados, pero era capaz de ver lo que ocurría en su entorno y cómo se desarrollaba todo.
—Su cuerpo ha cicatrizado a la perfección y me alegro por mi hermano —celebró él levantando uno de sus párpados—. La hemos traído hecha un desastre.
Así que ese hombre de voz profunda e inteligente era el hermano de Shisui: Itachi.
—Menos mal. Pobrecita, debió de sufrir mucho —dijo la pareja del líder vanirio.
—No se enteró de la explosión, y eso hizo que dejara de sufrir el dolor de la conversión —comentó el hermano de su carcelero.
—Mo duine, ¿insinúas que, después de todo, tiene que dar las gracias a que unos vampiros la hayan hecho volar por los aires? No la veo agradeciéndolo.
—Ni yo —la otra chica soltó una risita.
Ella intentó verlas. Sí, tenían que ser las dos que la habían interrogado. La de ojos carmín y la de ojos cafes. Qué bien se lo pasaban a su costa, las muy perras. Las dos le caían como una patada en el culo; y ella a ellas suponía que también.
Sí que había sufrido. El dolor había sido corto pero intenso. Se había quemado, los cristales le habían cortado la cara y el cuerpo, y recordaba que uno largo le había atravesado el ojo... No. No se lo había pasado bien. Y, sin embargo, había agradecido su muerte, porque eso suponía no convertirse en nada que tuviera colmillos. ¿Y de qué había servido? Había sido inútil. Seguía viva y, seguramente, más ciega que Stevie Wonder.
—Al menos, ya es una de las nuestras.
«¿Cómo? ¿Ya?». Intentó mover las extremidades. Quería escapar de ese lugar, pero no lo podía conseguir: ni brazos ni piernas aceptaban sus órdenes. Se sentía entumecida y contrariada. Despierta a más no poder mentalmente, de hecho su cerebro captaba todos los estímulos, pero con su cuerpo tomándose unas vacaciones.
Sonó un teléfono con la canción de Buffy Cazavampiros, otra de sus series fetiche. La chica de ojos carmín contestó:
—Dime, Tenten. Está mejor. Sí, parece que sí... A ver cuando abra los ojos. Dispara —permaneció en silencio—. ¿Ahora? De acuerdo, vamos para allá. ¿Quiénes? ¿Otra vez? ¿Está Rise ahí contigo? Menos mal... ¿Y las humanas? Ay, por Dios, un día de estos se las van a cargar. Bueno, nosotras dos ahora vamos para allá. Hasta ahora, nena.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la pareja del doctorcito.
—Konan, deberíamos ir al RAGNARÖK. Ha habido problemas otra vez...
—Perfecto —replicó la otra sin ganas—. Demasiados guerreros juntos. Demasiada rabia por salir.
Aquella mujer, que flotaba en vez de caminar, llegó hasta donde estaba su pareja y le dijo algo al oído.
—En cuanto suba Shisui quiero que te largues de aquí. Y me gustaría que dejaras de tocarla.
—Le estoy haciendo un reconocimiento —contestó él sanador.
—Yo la veo perfecta.
—Eudmhor, Konan (Celosa, Konan) —susurró él con una sonrisa—. ¿Tienes hambre, princesa?
La energía se tornó espesa entre ellos y ¡Temari estaba en medio comiéndosela toda! Se estaban mezclando sus olores como si de Ambi Pur se tratase. Justo cuando creía que la vaniria no iba a contestar a esa pulla, soltó un leve ronroneo panteril. Sexy. Oscuro. Pecaminoso.
—Me voy —se despidió la de pelo azul dándole un beso en los labios—. Cuidadito, príncipe.
—Ten cuidado tú, amor. El sol está en lo alto. No bajes las ventanillas hasta llegar a la BlackCountry.
—Claro, amor.
Se abrió la puerta, señal de que las dos mujeres se iban; pero entonces, la que no estaba celosa dijo:
—En un par de horas traerán la ropa que hemos encargado por Internet para ella —sonrió maliciosamente—. Se sentirá más cómoda con el cuerpo cubierto. Y, por favor, Itachi:haz que salga el loco de mi guerrero de ahí abajo, ¿de acuerdo? Que dejen de pegarse. Os esperamos en el Jubilee Park.
La puerta se cerró y ella se quedó a solas con el médico.
Las manos masculinas la inspeccionaron. Le realizaron la prueba de Babínski en la planta del pie. Como si fuera una recién nacida.
—Tienes una estructura ósea muy buena, atharneimhe.
Serpiente. La había llamado serpiente. Qué simpático.
Y y creo, doctor, que tú no deberías de tocarme si no quieres que la diva que camina como Jesús sobre los mares te degolle.
¿Rubia?
Tema se quedó sin aire. El corazón se le detuvo de golpe, para luego latir acelerado. La puerta se abrió de par en par, y ella se alarmó al sentir su voz en su cabeza de un modo tan alto y tan claro. Era Shisui. ¡Shisui le estaba hablando!
—¿Está viva? —preguntó su carcelero, emocionado—. He... He escuchado su corazón.
Por favor, se oía tan desesperado que incluso ella se sintió culpable de estar como estaba. La canela se intensificó. Unos pasos cojeantes y frenéticos golpearon el parqué. Era él. Era el vanirio. Acababa de entrar en la habitación, arrastrándose como si no tuviera fuerzas. Itachi carraspeó, dio dos pasos hacia atrás y se bajó la camisa blanca que tenía arremangada sobre los antebrazos.
—Joder, tienes un aspecto horrible. Ella está viva y despertándose. Estará hambrienta, brathair. Os dejo solos.
Antes de que Itachi saliera por la puerta, supo que Shisui lo había abrazado y le daba golpes reconfortantes y llenos de cariño en la espalda.
—Tha mo thaing agad airson na roinn thu, brathair. Agradezco lo que has hecho.
—No me tienes que agradecer nada, hermano. Me alegra poder ayudarte.
—Bien. Te debo una. Y ahora lárgate de aquí. Quiero dar la bienvenida a mi pareja.
La puerta se cerró y Shisui quedó solo ante ella.
Solo ella, completamente diferente a quien había sido, ante Shisui.
Uno. Dos. Tres pasos. Y ese hombre, que olía de maravilla, estaba mirándola fijamente, apoyando sus manos sobre la cama, a cada lado de su cuerpo. Permaneció un par de minutos observándola. Lo notaba. Lo sentía. Sus ojos acariciaban su piel.
—No me puedo creer lo bonita que eres. Han sido las horas más largas de toda mi vida. Más, incluso, que las que pasé en tus manos mientras jugabas conmigo al Operación.
Tema tembló internamente. Su cuerpo. Su cuerpo estaba despertando. Nunca se había sentido mejor físicamente de lo que se sentía en ese momento. ¿Cómo era posible? La habían quemado casi a lo bonzo; había sufrido la conversión, y después de todo eso... Tenía la sensación de que era capaz de hacer todo lo que se propusiera. Todo. No había ni un secreto para ella. Ni un ligero dolor muscular, ni una migraña, ni un escozor, ni una quemadura... Nada.
Y lo más contradictorio era aquella emoción tan reconfortante al oír esa voz que ya conocía. Por favor..., estaba acabada, loca y desquiciada, ¿no?
Se sentía feliz, casi eufórica, por olerlo y por tenerlo tan cerca de ella.
Y tenía hambre. Y no hambre de comida física, sino, auténtica sed. Ganas de hincarle el diente. Era una necesidad repentina que había despertado en su interior como una supernova.
Abre los ojos, Bella durmiente. Déjame ver lo que han hecho los dioses para mí.
Esa voz en su cabeza otra vez.
Y entonces sintió algo esponjoso sobre sus labios. Algo cálido que la llenaba de muerte y de vida, de dolor y de pasión, de miedo y de valentía, de vulnerabilidad y de seguridad. Todo lo bueno y lo malo a la vez.
Nunca había sentido nada con los besos que le habían dado. Nunca. Y ahora, el guerrero la estaba besando, y ella tenía ganas de llorar y de que la abrazara.
Necesitaba eso. ¿Desde cuándo? No lo sabía. De hecho, no sabía cuánto lo necesitaba hasta que él la besó. Incluso le hormigueaban los dedos por las ganas que tenía de agarrarse a él, pero, para no hacerlo, se aferró a la sábana.
La sensación de dependencia le provocó vértigo e, igual que en el cuento, hizo que abriera los ojos como impulsados por un muelle.
Un beso de amor verdadero despertó a la princesa.
Pero aquello no era amor. Ella no sabía nada de eso, no tenía ni idea. Y no se creía lo de las parejas de vida, aunque era cierto que las reacciones de su cuerpo le demostraban lo contrario. Aun así, necesitaba comprenderlas. Era una persona racional y empírica y no le bastaba que le dijeran «así son las cosas en el mundo Vanir».
Él también tenía sus ojos negros abiertos, aunque un poco amoratados, mientras seguía besándola dulcemente, como una caricia.
Cuando el uno se vio en el otro, el tiempo se detuvo lo suficiente como para reconocer en ese silencio lo que ella nunca se había atrevido a aceptar y acababa de descubrir. La primera verdad universal que se le había revelado: le gustaban los hombres. O, al menos, le gustaba él.
Y quería que siguiera besándola siempre. Pero estaba dolida y se sentía traicionada por lo que le había hecho.
Ahora era una vampira, o una vaniria, porque él lo había decidido así. Y, con el paso del tiempo, perdería su esencia y su inteligencia. Gracias a él. Maldito capullo. Y no podía soportarlo. No podía. Se entregaría al sol en cuanto pudiera.
—Te odiaré toda mi vida, vanirio —susurró con los labios de él todavía pegados a los suyos.
—Tienes los ojos más increíbles que he visto en todo el mundo. Increíbles.
—Te dije que no me besaras.
—Tu boca está hecha para eso.
—Te has reído de mí.
—No te imaginas lo espectacular que eres. No... No tengo palabras —le acarició el pelo largo con un cuerpo y un volumen lleno de vida. Como ella—. Me dejas sin respiración, nena.
Temari se incorporó de un modo innatamente seductor, como una bailarina de striptease. La sábana blanca que cubría su cuerpo desnudo se deslizó hasta descubrir sus pechos.
Miró hacia abajo para comprobar que no tenía ningún pudor con él. La había tenido desnuda anteriormente y ahora no era diferente. Antes estaba encarcelada en su casa; ahora estaba atada a él de modos más duros y estrictos.
Shisui se relamió los labios resecos, admirando la increíble belleza de la joven.
Ella lo miró a su vez, y sus largas pestañas rubias aletearon con coquetería. Sus ojos eran de un verde que casi parecía amarillo. Eran más claros que los de Deidara, pero los suyos tenían pequeñas motas amarillentas, como si el sol hubiera decidido dejar parte de su impronta en ellos. Las pupilas negras y dilatadas estaban fijas en él, en su persona. ¿Era consciente de lo que estaba haciendo? La vaniria en ella había tomado el control; y la humana mojigata e insegura se había esfumado.
—Sé que me odias —dijo Shisui—, pero no está bien odiarme y mirarme de ese modo.
—Puedo ver. Puedo... Un cristal del tamaño de Inglaterra me atravesó la córnea... Y... —cortó su explicación—. Te han golpeado —apreció, viendo el rostro lleno de moratones y cortes del vanirio.
—Tenían que hacerlo. Pero el otro ha quedado peor.
—¿Puedo hacerlo yo?
Oh, ¡por todos los dioses! Incluso su voz ahora sonaba más dulce y sexy que antes, pensó Shisui. ¡Vivan Freyja y su vanidad!
—No. Ya lo hiciste, ¿recuerdas?
—En el Consejo me has traicionado, incluso cuando habías prometido no hacerlo —Temari iba al grano, no se andaba con tonterías—. Y después me he quemado y he volado por los aires, incluso cuando habías jurado protegerme. No confiaré en ti, jamás. ¿Eres consciente de eso?
El guerrero ni siquiera se inmutó ante esa acusación.
—No volveré a engañarte, pero era necesario. Te necesitamos de nuestro lado. Yo te necesito. Cuando veas todo lo que puedes llegar a hacer siendo como eres, me lo agradecerás. Pretendía que fuera un castigo ante todos para que se les quitaran las ganas de vengarse y de acabar contigo; por eso te mordí públicamente. Pero verás que esto, tu nueva condición, no es un castigo, nena.
—Eres tan obtuso... ¿Una mujer como yo nunca se vanagloriaría de ser un vampiro? ¿Cómo? Voy a perder mi cerebro en cualquier momento... —sus ojos se enrojecieron por la pena.
—No, no lo vas a perder.
—Sí lo haré —replicó ella—. Los vampiros envejecen a una velocidad inusitada y pierden la capacidad de razonar. Así son. Así sois.
—¿De verdad? ¿Y tú has estado en el Consejo Wicca, nena? ¿Has visto a alguien descerebrado, babeante y decrépito allí? Pensaba que eras más observadora. A lo mejor no eres tan inteligente como te crees. Soy un vanirio, joder.
Temari se calló y apretó los puños llena de rabia. Bueno, tenía razón. La verdad era que los vanirios eran hermosos y no se veían afectados mentalmente. Pero había visto otros que...
—Puede que os consumáis más tarde.
—Tengo dos mil años, muñeca. Creo que hace tiempo que debería haberme convertido en un puto Gollum y no lo he hecho.
—¿Puto Gollum? ¿Crees que estoy bromeando? —esa era la ira helada de Temari. No era volcánica, no era explosiva. Era cortante como una navaja y mucho peor que la ira temperamental, porque sus efectos eran más devastadores y más duraderos.
—Escúchame bien.
—No. Escúchame tú —lo empujó con tanta fuerza que Shisui salió disparado hacia atrás, cayendo al suelo con una sonrisa. Se miró las manos con asombro. ¿De dónde había salido toda esa potencia?—. Oh, guau... —susurró.
Anonadada por su fuerza, aprovechó para mirar a su alrededor. Su visión se había rectificado. Ella necesitaba gafas para trabajar, tenía vista cansada; pero ahora veía a las mil maravillas, todo con un detalle preciso y exacto.
Aquella era otra habitación circular. Era de día. Aunque los rayos no entraban con naturalidad en el interior de la sala; sí se veía que las plantas y los árboles brillaban bañados bajo su claridad, creando entrañables sombras en el bosque. Era una habitación muy parecida a la especie de sótano natural en el que la había tenido encarcelada días atrás, pero no era el mismo. Ahí no había esposas en el cabecero. Pero sí una televisión de plasma de ochenta pulgadas delante de un sofá chaise longue de color beige para, al menos, ocho personas. Una alfombra blanca cubría el parqué claro.
—Oh, vaya —repitió él, apoyando un codo en el suelo y recostando la mano sobre su palma—. Vaya, vaya con la ratita... ¿Ahora eres fuerte?
—A mí no me hace gracia, memo —se lanzó sobre él como una gata.
Shisui soltó una carcajada llena de vitalidad. La agarró al vuelo y la inmovilizó, levantándose con ella en brazos y caminando hacia el espejo que había en la pared.
Temari estaba cubierta con la sábana blanca, y los largos mechones rubios y brillantes le enmarcaban el rostro ovalado. El hoyuelo de su barbilla temblaba por la indignación, y al vanirio le entraron ganas de lamerlo y mordisquearlo. ¡Por Ceridwen! Se la quería comer entera. Pero lo mejor de todo era su boca. A través de su suculento labio superior se asomaban dos colmillitos blancos y puntiagudos, tan femeninos como su dueña.
—Mírate, muñeca —le ordenó Shisui por encima de su hombro, apretándola contra él para que no pudiera revolverse como una culebra—. Mírate, joder. Y no me digas que no eres lo más sexy que has visto en tu vida. ¡Los vampiros no se ven así! Es como si tuvieras luz...
Los ojos verdes y dorados de la científica se clavaron en el espejo. Se reconoció en él, en su reflejo, pero en realidad no era ella. Era una expresión de lo que ella había sido, elevada a una enésima potencia, como una raíz cuadrada.
Parecía que brillaba; era la misma persona, pero sus ojos tenían un color más claro y especial. Y aquel pelo... Hacía siglos que no iba a la peluquería. ¿De dónde demonios había salido esa melena de repente tan rubia y tan saneada? Y su boca. Le escocían las encías. Retrajo el labio superior y vio sus colmillos.
—Por Newton, Hawkins y todo ser superdotado... Mis ojos... Mimis colmillos... Tengo colmillos... ¿Qué es esto que me ha pasado?
—Te has transformado. Se llama: la conversión. Eres una vaniria, nena. No una vampira. Hay muchas diferencias. No tienes la piel translúcida, ni los ojos inyectados en sangre, ni pensamientos psicóticos sobre sangre, muerte y destrucción, ¿verdad?
Bueno, tenía pensamientos de sangre, pero tenían que ver con la sangre de ese hombre que tenía pegado a su espalda.
—No. No los tengo. Y tú estás asqueroso.
—Gracias. Resulta que estuve a punto de volverme loco porque pensaba que habías muerto, y tuvieron que ponerme a un guardián para que no me abriera las venas o me arrancase yo mismo el corazón. Aunque, conscientemente, sabía que no ibas a morir; pero no podía soportar vivir en un mundo en el que no existieras.
—Eso es de Crepúsculo. —Replicó ella anonadada por la increíble imagen que presentaban ambos juntos. Él con el pelo negro azabache y ella con su pelo rubio, él hecho polvo y ella medio desnuda—. Incluso yo la he visto.
Shisui sonrió y se encogió de hombros sin avergonzarse.
—Digamos que no lo he pasado nada bien mientras tú estabas aquí arriba recomponiéndote. No aguantaba no oír el latido de tu corazón —«Buf. Estoy fatal. Yo nunca hablo así... Pero esta mujer me hace trizas la cabeza».
—¿Puedes oírlo?
—Sí.
—¡Por favor...! —Temari se cubrió el rostro con las dos manos—. ¿También sois medio perros?
—¡No, joder! —exclamó ofendido—. Ten cuidado con lo que insinúas. Los chuchos son otros, no yo. Mira, cachorra, tú no tienes nada que ver con los vampiros —le retiró las manos con suavidad—. El vampiro es un sociópata. El vanirio, si encuentra a su pareja y si es transformado por ella, es sociable con su entorno y es sano mentalmente, siempre y cuando se alimente solo de su cáraid —se miraron a través del espejo—. Yo soy tu cáraid —le guiñó un ojo—. Tienes el pack completo.
A ella se le puso todo de punta. Ese hombre guiñaba el ojo de una manera que hacía que se empapara entre las piernas. Y volvía a decir eso de los cáraids.
—No lo entiendo. Pero tú... me hiciste creer que... Nunca me has explicado las cosas, vanirio. Nunca —negó disgustada con la cabeza.
—No me apetecía mucho hablar contigo. Yo no te hice creer nada, ratita. Ni te expliqué ni te dejé de explicar. Tú y tus juicios lo habéis liado todo. No yo.
—¿Cómo te atreves a decirme eso? —lo miró con gesto asesino—. No has ayudado a solventar mis dudas ni mis miedos. Me intentaste intimidar, me asustaste. Yo no tengo ni idea de tu mundo; y has hecho que creyera durante estos días que o bien ibas a matarme, o al final ibas a pudrir mi cerebro. Tú no te imaginas... —murmuró mordiéndose el labio inferior y negando con la cabeza—. No te imaginas la ansiedad que he tenido pensando que me convertiría en una especie de analfabeta psicópata chupasangre que... —exhaló cansada y lo miró recriminatoriamente— . Ha sido angustioso. Y tú has sido un cretino.
—Está bien, nena. Quiero que me escuches. No te lo voy a volver a explicar más. ¿Me vas a prestar toda tu superdotada atención? —pidió humildemente.
—Yo escucho a los buenos oradores —levantó la barbilla—, siempre y cuando mantengan mi interés. Espero que no tengas problemas para centrarte y que luego te vayas por las ramas.
—Eso sería una tonte... Uy, mira, una mosca.
Temari miró hacia otro lado y puso los ojos en blanco. Ese hombre nunca hablaba en serio.
—Somos vanirios, guerreros antiguos creados por los dioses escandinavos para proteger a la humanidad de las artimañas de Loki —le explicó al fin—. Freyja, Frey y Njörd, los dioses Vanir, mutaron genéticamente, si prefieres que te lo diga así, a los guerreros más importantes que han ido poblando la Tierra.
Ella arqueó las cejas y le obligó a detener su discurso con una mirada incrédula.
—Dioses... ¿Dioses de los de verdad? Es decir, Dioses dioses.
—Sí. Dioses.
—¿Sabes que lo que me estás diciendo puede cambiar la religión y la historia de la humanidad tal y como la conocemos?
—¿No la cambiaba antes, cuando creías que veníamos de algún lugar del espacio exterior para acabar con —se movió como un robot y habló con voz mecánica— el planeta Tierra?
Ella meditó la respuesta.
—Bueno, sí. Pero os puedo tratar como seres de otras especies... Es más sencillo. Darwin hizo su tratado de la Evolución de las Especies, ¿verdad? Y todos lo aceptamos. ¿Por qué no íbamos a creer en otras vidas fuera de nuestro sistema solar? Es lo más obvio, ¿no? Sin embargo, lo que me estás contando ahora... Me estás hablando de dioses. Plural. La idea, entonces, de un dios creador queda obsoleta... —susurró ensimismada con la mirada perdida.
—Pero es cierta. Ahí tienes la prueba —la señaló a través del espejo—. Moriste, sitíchean (hada). Los dioses nos dieron el don de poder convertir a la gente a través de nuestra sangre. Y gracias a mi sangre mágica —aclaró— estás aquí otra vez. No hay mayor confirmación, ¿no te parece?
—Está bien —se apretó el puente de la nariz—. Digamos que acepto tu teoría. ¿Por qué hicieron eso los Vanir? No conozco la mitología nórdica excepto —se sonrojó— por los cómics de Thor.
—¿No? Entonces no eres tan lista, ¿verdad? —«Por todos los dioses, esta mujer no acepta una provocación». Ante el gesto serio de ella, el vanirio continuó con su discurso—. Los Vanir hicieron eso porque Loki estaba ganando terreno. Existían los lobeznos, que eran la versión mala de los berserkers, y la época tenebrosa estaba arraigando con fuerza en el Midgard. Así que, si existían los berserkers, que representaban a Odín luchando en nombre de los humanos, también debía de haber una representación de los dioses Vanir. Mutaron a guerreros celtas, a samuráis, a highlanders... A todos esos humanos versados en el arte de la guerra; y lo hicieron porque ellos no sabían pelear. Los Vanir son los dioses de la belleza, la magia, la fertilidad, la riqueza y la cultura; no saben nada del arte de las espadas, ni de la lucha, ni de defensa, ni...
—Ya. Y a vosotros os transformaron.
—Sí, en Stonehenge. Somos celtas, guerreros keltois de la época de los casivelanos.
Temari parpadeó lentamente, recibiendo esa información con asombro.
—No puede ser... —Se giró y lo encaró con interés—. Tengo una pieza viva de Museo frente a mí. Continúa, por favor —empezó a caminar a su alrededor.
—Los Vanir descendieron de los cielos y nos explicaron lo que debíamos hacer —la miró de reojo mientras ella lo estudiaba con creciente fascinación—. Nos regalaron la inmortalidad, muchos dones y, también importantes debilidades. Lo único que debíamos hacer era proteger a la humanidad y defenderla de los lobeznos y de Loki. Para ello no debíamos beber sangre, excepto la de nuestra pareja de vida; porque si bebíamos sangre y nos dejábamos llevar por nuestros impulsos, al final nuestra alma se oscurecía y Loki venía a tentarnos. Y casi siempre ganaba el Timador. El problema es que muchos vanirios llevaban siglos buscando pareja y no la encontraban. La sed de sangre sigue ahí, en nuestra modificación genética. Y la ansiedad y la desesperación pudo con algunos de nosotros; y de ahí surgieron los vampiros: como Hidan, Kakazu, Daibutsu, Delta... Ellos empezaron a beber sangre humana y decidieron entregarse a Loki. Odian defender a seres débiles como los humanos. Y se han rebelado, tal y como hizo Loki con el plan de Odín.
—Odín... Loki... Los conozco. Loki es hijo de Odín. Viven en el Asgard.
¿Por qué no entraba en catarsis con todo lo que le estaba contando? ¿Por qué su mente racional no reaccionaba rechazando toda aquella absurda y fantástica realidad?
Porque podía creer en ello sin problemas. ¿Por qué no? Había encontrado el modo de abrir portales dimensionales, y solo conseguirlo le demostraba que otros universos existían. ¿Y si el Asgard del que hablaban los cómics de Thor no se trataba exactamente de otro mundo superior tecnológicamente hablando? ¿De seres más avanzados con sus propios dioses?
—Error. Loki no es hijo de Odín; eso dice el cómic, pero no es la realidad. Loki es hijo de los Jotuns, no es ni hermanastro de Thor, ni hijo del tuerto. Odín desterró a Loki por rebelarse contra el plan de la humanidad.
—¿Odín tiene un plan? —Se detuvo delante de él, mirándolo de arriba abajo.
—Odín quiere que la humanidad abra los ojos y crezca espiritualmente. Y no deberías mirarme así...—Ella dio un respingo y Shisui sonrió—. El dios nórdico quiere que los humanos valoren lo que realmente importa, que se conviertan en maestros de sus propios maestros. Loki os detesta, detesta el planeta y la raza que lo habita. Cree que estáis destinados a servir, que la libertad que creéis tener y que exigís es efímera y falsa. Y para demostrarle a Odín que se ha equivocado con vosotros, quiere destruir vuestro mundo acelerando el Ragnarök: la batalla de los dioses o el final de los tiempos. —Hundió el rostro en su garganta e inhaló profundamente—. Pero nosotros se lo estamos impidiendo como mejor podemos: luchando. Ratita, no me mires así... Me estás matando.
Temari se tensó, se dio la vuelta y clavó la mirada en el espejo. Le gustaba mucho mirarlo.
—Así que los vampiros salieron de vosotros. Igual que los lobeznos salieron de los berserkers.
—Exacto. Y no, no somos extraterrestres.
—Pero los dioses que os crearon bien podrían entrar en esa catalogación. Son de un universo paralelo, del espacio exterior. Fascinante —murmuró, ensimismada con el pelo tan negro y corto que tenía ese hombre—. Y también sois, de algún modo, culpables por la llegada de los vampiros y de los lobeznos. Como los Gremlins, ¿no? Gizmo era adorable, pero lo que salía de él, si se reproducía, era malo y asqueroso.
El druida asintió y se inclinó para rozar su cuello con la nariz. Bueno, podía aceptar esa comparación que echaba su hombría por tierra.
—Igual que hay humanos malos y animales depredadores, también ha habido berserkers y vanirios que se han hartado de defender al ser humano y que prefieren dominarlos y exterminarlos —dirigió los labios al lóbulo de su pequeña oreja y lo mordió ejerciendo una presión poco dolorosa—. El bien y el mal está en todos y en todo.
No... ¿Por qué la tocaba así? ¿Por qué le gustaba a ella?
—Yo... —Por favor... Su cuerpo se estaba preparando para él, pero no su conciencia, no su razón—. No quiero perder mi cabeza, Shisui. No quiero perderme, quiero seguir siendo quien soy. No sé si esto es bueno o malo. Me siento muy insegura ahora.
—No lo harás —murmuró sobre la piel de su hombro—. No te perderás porque yo no lo permitiré. Ahora tienes mucha más capacidad que antes para almacenar información, para aprender y para desarrollar nuevas ideas. Tu inteligencia será superior. Mi sangre te ha otorgado dones, Huesitos. ¿Entiendes eso? No te ha envenenado. No te he hecho peor. Tienes debilidades, de acuerdo —pensó en el sol que nunca más podría ver, y se entristeció por ella—. Pero comparado con tus nuevas virtudes, son irrisorias. Serás como siempre has sido, pero una versión mejorada. Huesitos 3.0.
Temari agrandó los ojos. Ella no esperaba nada de eso. No esperaba que Shisui le diera la oportunidad de disfrutar plenamente de todas sus aptitudes. Los días que la tuvo recluida, estuvo aterrorizada de perder su mente y su cabeza si él la transformaba. Había preferido morir a ser la esclava de nadie.
Pero estaba frente al espejo, con ese guerrero antiguo tras ella, y su sangre mutada por los dioses había sido tan poderosa que incluso le había otorgado esos mismos dones a ella. Aun así, todo iba demasiado deprisa. Había sido todo demasiado duro y traumático.
¿Se suponía que tenía que acceder a todo lo que ese hombre le pedía?
¿Se suponía que iba a amoldarse a su nueva vida y su nueva naturaleza así como así? Sí, era una mujer práctica que no había temido nunca nada, seguramente porque lo había perdido todo de pequeña y, después, mientras crecía y la manipulaban, nada le importó lo suficiente como para temer que eso también se le escapara entre los dedos o se lo quitaran. Excepto sus estudios y sus conocimientos, que era lo único valioso que tenía. Y había pasado unos días terribles pensando que eso también se lo iban a arrebatar. Pero no había sido así. Miró al hombre increíblemente hermoso y corpulento que tenía ante sí y no supo qué decir ni cómo actuar.
—¿Qué dices, Huesitos? ¿Estás dispuesta a descubrir este mundo? ¿Eres de los nuestros?
¿Lo era? Ahora era una vaniria, pero no entendía todo lo que esa palabra comportaba. Necesitaría un maestro, y no sabía si Shisui sería el idóneo. Él la había traicionado; y saberlo le dolía mucho, le dolía a la altura del pecho. «¿Esto son los sentimientos? ¿Así son?». Maldita sea, le dolía tanto que tenía ganas de llorar. Pero no era mujer de ponerse a sollozar en una esquina culpándose por su buena o su mala suerte. Era una mujer que caminaba cada día con un objetivo; práctica y resuelta. Y ese objetivo todavía no se había perdido; y sentía que esta vez estaba en el bando correcto para poder ayudar.
—Shisui —se dio la vuelta y echó la cabeza hacia atrás para encararlo—, voy a serte franca. Todavía no sé si salir corriendo de esta habitación y atravesar la primera ventana que vea para que me queme un rayo de sol y acabe con mi vida, o bien si aceptar lo que parece que soy ahora e intentar hacerme con mi cuerpo y mi entorno. No sé lo que hacer. No es fácil para mí.
El druida la entendió, pero para él solo había una salida posible.
—Acepta el hecho de que las cosas no suceden porque sí. Hay un motivo, una razón detrás de cada acto y suceso en nuestras vidas. Si eres mi vaniria ahora, será porque debes serlo. Los vanirios apreciaremos tu ayuda, científica. Valoraremos tus conocimientos. Y yo agradeceré que te quedes conmigo, porque así es como debe de ser —le acarició la barbilla con el pulgar.
—Yo quiero ayudaros —afirmó la joven pasándose la lengua por los colmillos. «Me apetece morderle. Me apetece mucho»—. Si antes lo he hecho mal, es mi oportunidad de enmendarlo; y no me importa que me odien mientras tanto. Quiero hacerlo porque es lo que debo de hacer.
—No te odian —repuso él.
—Me odian, pero quiero quedarme.
—Me alegra oír eso —reconoció con los colmillos expuestos como los de ella. «La cachorra se muere de ganas de morderme».
—Pero no creo que pueda dar más. No comprendo esta dependencia ni esa necesidad entre vuestras parejas, en términos... románticos. Y no... Yo no me desenvuelvo bien con eso —estaba nerviosa y, al mismo tiempo, cada vez se acercaba más a su cuerpo—. No me has respetado en ningún momento, me has engañado, me has traicionado —se acongojó y tragó saliva—. No voy a darte más de lo estrictamente necesario, solo lo que nos haga falta para sobrevivir.
Shisui inclinó la cabeza a un lado y parpadeó solo una vez. Tema le estaba diciendo que podría compartir unas cosas con él, pero otras no. Es decir, que podía beber de él porque era lo que ambos necesitaban para continuar, pero no quería compartir nada más. Él comprendía su posición, pero no estaba de acuerdo. Temari era su pareja, nadie cuidaría mejor de ella que él. Pero sabía que le había hecho daño y que estaba resentida. Ya había sido un egoísta y un bárbaro al haberla mordido en público, así que, si ella se sentía mejor teniendo ese espacio ficticio entre ellos, como si fueran humanos, entonces él estaría de acuerdo en dárselo. Pero solo porque sabía que el tiempo que pudieran estar separados le haría darse cuenta de lo indispensables que eran el uno para el otro.
Ella todavía no lo creía.
Él sí. Porque estaba profundamente encaprichado de su mujer; y porque solo un vanirio entendía el tipo de vinculación única e inexplicable que existía entre parejas.
—¿Me estás insinuando que tú y yo solo tengamos una relación meramente alimenticia?
Había algo salvaje y animal en ella que se estaba removiendo inquieto y en desacuerdo por aquella pregunta. Nunca había sentido esa fiera interna que ahora despertaba como lo hacía la bestia de Hulk ante la rabia. Temari no sabía qué era lo que le sucedía, pero su cabeza quería seguir adelante con aquella proposición, aunque la fiera se negara de aquel modo tan vehemente.
—Sí. No te conozco. No confío en ti. Pero tengo mucha sed. La verdad es que quiero morderte... Explícame por qué.
A Shisui se le puso tan dura que creyó que iba a atravesar el estómago de Temari con su erección.
—Es porque somos cáraids. Ya te lo he dicho. Nos alimentamos el uno del otro y eso nos mantiene bien y saludables. Somos pareja, nena, aunque tú lo niegues.
—¡Yo no puedo ser tu pareja! ¿No lo entiendes? —Era la primera vez que perdía los nervios.
—¡Ya está bien! ¡Escúchame! —gritó, zarandeándola por los hombros—. ¡¿Crees que Murasame vio lo que vio por diversión?! ¡Él podía ver el futuro y supo que tú me pertenecías! ¡Yo, sin saberlo, te vi en el Ministry y me volviste loco, por eso te seguí!
—Había muchas otras mujeres.
—No es verdad. Solo una para mí. Hacía dos mil años que no sentía nada, que no podía oler nada que me diera placer, que no sentía ni las caricias ni el tacto de nadie en mi piel. Cero, nena. ¡Cero!
Ambos se quedaron en silencio, mirándose fijamente.
—Cuando te vi, te olí por primera vez. En veinte siglos, el primer olor que me vino a la nariz fue el tuyo —le cogió por las muñecas y colocó sus palmas abiertas sobre su pecho—. Y fueron tus crueles manos lo primero que sentí en mi cuerpo. Tú me devolviste los sentidos y la vida, aunque solo me hicieras sentir dolor.
Ella cerró los ojos, consternada por lo que oía. Lamentaba muchísimo haberle hecho tanto daño. No sabía qué hacer para compensarle, pero él se había encargado de pagar esa deuda convirtiéndola y mordiéndola ante todos. Cuando recordaba ese momento, le entraban ganas de gritar por la impotencia.
—¿Dos mil años sin sentir nada? —repitió ella con tristeza—. Entonces, ¿ahora se supone que me estás abocando a mí a una eternidad que yo no había elegido, por muy buena que pueda ser esa perspectiva para ti? Odiaré beber sangre —gruñó con lágrimas en la garganta—. No volveré a ver la luz del sol. Y la gente con la que voy a estar siempre me tendrán inquina. ¿Esa es una buena eternidad para ti? ¿Estás orgulloso de tu venganza?
Shisui negó con la cabeza. ¡Su mujer era muy testaruda y estaba ciega! Pero, ¡de acuerdo! ¿Ella quería eso? ¿Quería que vivieran separados? ¿Quería no tener nada que ver con él excepto para los intercambios estrictamente necesarios? ¡Pues bien!
—¡Maldita sea! ¡¿Estás segura de que quieres hacernos esto?!
—¡No estoy segura de nada! Pero me aterroriza lo que me has hecho y no estoy preparada. Necesito sentirme a salvo y recuperar un poco el control. ¿Tampoco vas a respetar esta decisión?
Shisui la miró y se rió sin ganas. Estaba pidiendo al ser más emocionalmente impaciente y arrollador que existía que tuviera paciencia y que le diera un espacio que él necesitaba invadir urgentemente, solo porque ella necesitaba recuperar el control.
—No lo vas a soportar. Ni tú, ni yo —le aseguró Shisui.
—Voy a intentar vivir con vosotros. Os lo debo —aseguró la joven temblando por energía que fluía entre los dos—. Voy a ayudaros en lo que pueda. Pero todos los seres debemos ser capaces de elegir nuestro destino. Tú me has obligado a convertirme en lo que tú eres porque estás seguro de que nos pertenecemos y porque querías vengarte de mí. Dijiste que yo te devolvía el don y, seguramente, ese fue tu principal motivo para hacer lo que hiciste. Bien, objetivo alcanzado. Pero a partir de ahí, yo decido si seguir adelante con esto o no.
Y lo peor, reconocía Shisui, era que esa chica tenía sus emociones y sus deseos bajo un control envidiable. Esa mujer tan mental acababa de decir una verdad universal. Y él, que además de haber sido arrogante con ella se creía que también podía ser un guía espiritual para todos los demás, estaba violando la ley más importante de todas: «Todos somos dueños y responsables de nuestra vida y de nuestras decisiones».
El vanirio quería pasarse esa ley por el escroto.
Pero el celta, el druida, el hombre sabio que él era y el que sus padres le habían enseñado a ser, solo podía ceder ante la decisión de su joven pareja. Aunque él no la había convertido porque ella le devolvería el don mediante su sangre.
Él la había convertido porque, gracias a ello, podría empezar a amarla más de lo que ya empezaba a hacerlo.
—De acuerdo, Huesitos. No te voy a presionar. ¿Qué es lo que me pides?
—No te estoy pidiendo permiso —aclaró ella—. Quiero empezar a trabajar cuanto antes y asegurarme de que lo que yo descubrí es cierto. Y, después, quiero trabajar en un proyecto que contrarrestre mi trabajo. Quiero vivir sola y en algún lugar seguro. Necesito mi espacio.
—Vivirás en un lugar seguro, pero tendrás vigilancia. Y, si lo deseas, hoy mismo puedes empezar a trabajar, pero en nuestras instalaciones —puntualizó él.
—Bien.
—Bien. ¿Algo más?
Ella no supo qué contestar. No tenía nada más que objetar. ¿Tan fácil había sido?
—¿Ya está? ¿No hay un no?
—Te he dicho que de acuerdo —repitió cansado. No tenían mucho más que decirse, pero había algo básico entre ellos que sí que debía quedar claro. Shisui no iba a negociar con ello.
—Lo que estoy haciendo contigo es una excepción y me cuesta mucho aceptarlo —expresó no sin dificultades—. Pero hay algo que es más importante que todo lo demás. Y si no lo hacemos con normalidad, ambos nos volveremos locos. Tú no podrás concentrarte, y yo tendré ganas de arrancarme las cuencas de los ojos. Lo has dicho antes. Hay algo que nos hace falta para sobrevivir.
A ella le picaron los colmillos con rabiosa urgencia y él se relamió los labios.
—Beberemos el uno del otro tantas veces como deseemos. Siempre que nos lo pida el cuerpo —exigió él.
—¿No podemos normalizarlo? Dos veces al día. Me tengo que hacer a la idea.
Al druida se le escapó la risa. Quería una rutina, la muy sádica, y ni ella iba a poder soportarlo. «De acuerdo, ¿eso quieres? Eso tendrás».
—Perfecto. Debes de estar sedienta después de la conversión. ¿Quieres beber de mí ahora? Ya sabes, entra dentro de la toma mañanera, bebé —Shisui se quitó la camiseta por la cabeza y se quedó con su torso musculoso al descubierto.
¡De perdidos al río!
A la recién convertida vaniria le empezaron a sudar las manos ante tanta perfección física. «¿Qué pasa? ¿No te puedo morder con la camiseta puesta?», preguntó al hombre con su nueva mirada.
No había nada más perfecto que él, incluso con los moratones. Pasó los dedos con suavidad por uno especialmente morado y verdoso. No le gustaba que le hubieran hecho daño.
—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó preocupada—. ¿Quién era tu guardián?
—¿Te preocupas por mí, Huesitos? —Oh, lo estaba acariciando de verdad, y se sentía tan bien... Y eso que solo eran sus dedos rozando su piel; pero no había maldad ni saña en ellos, era una caricia real. Su cáraid —. No lo hagas. Muerde y calla.
Temari resopló ante la orden. Beber se había convertido en una urgencia para ella. ¿Le iba a gustar o no?
—¿Cómo... Cómo lo hago?
—¿Quieres que sea yo quien te muerda primero, listilla? Así ves el procedimiento —se pitorreó él, muerto de deseo. Ella echó un vistazo a su cuerpo semicubierto por la sábana. Tenía el cuello y los hombros al aire libre, podría morderla en la carne expuesta.
—Está bien —contestó echándose la melena rubia toda sobre un hombro. Era absurdo, porque él ya la había mordido otras veces; pero había estado tan asustada y nerviosa que no había prestado mucha atención y no había sido tan consciente como en ese momento.
—Te morderé donde yo quiera. No cederé ante eso. Es lo justo, ¿no te parece? —El druida agarró la sábana por la parte del pecho, ante la estupefacción de la joven, y la retiró con una lentitud que erizaba los nervios.
Él iba a morderla, ¿pero dónde? La iba a dejar completamente desnuda.
—Estoy muy desnuda —aclaró ella sin atreverse a mirarlo. Una intimidad así con un hombre, y esta vez de mutuo acuerdo, era rara, pero también... emocionante.
—¿Y eso me lo dices para que me eche atrás? —Shisui apartó la sábana de la parte frontal de su cuerpo y arremolinó los extremos alrededor de su propia cintura para tirar de ella como si se tratara de una cuerda o de un grueso cinturón.
El cuerpo de la joven dio un brinco hacia adelante y chocó contra el torso duro y caliente del vanirio.
Él ronroneó de placer. «La piel. Siento su piel, siento su calor... Sus pezones se me clavan en el abdomen».
Temari no entendía lo que estaba pasando con su cuerpo, pero se había vuelto loco, no había duda. Se estremecía, temblaba, y se sentía hinchada por todos lados. La sábana que sostenía Shisui ahora solo cubría sus nalgas. Entonces, el druida ató los extremos a su propia cintura, y quedaron los dos pegados como lapas, rodeados por la tela blanca.
—Ahora ya no te escaparás —murmuró, hundiendo sus dedos en su pelo rubio. Ella gimió por la trivial caricia. Tenía el cuero cabelludo demasiado sensible.
—No me voy a escapar. Tengo sed —contestó ella, inocentemente seductora.
«Será largarta», pensó él. Cogió su pelo en una mano y tiró de su cabeza hacia atrás. La rubia lo miraba con interés y con ojos curiosos, ojos de científica excitada. El alzó las comisuras de sus labios con insolencia y le enseñó los colmillos.
—¿Los ves? Van a ir bien adentro, nena.
—Luego me tocará a mí —replicó sin perderle la mirada, y prestando especial atención a sus colmillos, más gruesos que los de ella. Shisui pasó su lengua por su garganta y la lamió, dándole un anticipo del lugar en el que iba a sepultar sus caninos.
Ella se apoyó en sus hombros y se amarró bien a él.
Shisui le dio un ligero chupetón que la joven disfrutó con disimulo. Sí, le encantaba sentir sus labios ahí. Y también su lengua, húmeda y resbaladiza. Pero, de repente, Shisui abrió la boca al tiempo que la echaba más hacia atrás y le clavó los dientes con desesperación. Ella abrió los ojos con sorpresa, pero luego se dejó llevar por la sensación. Desgarradora y extasiante. No había otra definición para aquello.
Esta vez sentía su mordisco diferente. Lo sentía puro y adecuado. Él sorbía con delicadeza pero sin perder ritmo ni insistencia. Temari percibía la sangre como lava caliente y espesa. Le clavó los dedos en las clavículas y Shisui ronroneó.
Sintió toda una serie de espasmos vaginales que la hicieron sollozar y cerrar los ojos con fuerza; y después sintió cómo su útero se contraía. Por favor, necesitaba que algo la llenara o la tocara ahí.
Él la abrazó con más fuerza y ella se lo permitió.
Shisui desclavó sus colmillos, le pasó la lengua por las incisiones y la sostuvo con una mano para poder acariciarle el mordisco con los dedos de la otra. Al beber de ella, se vio de nuevo como el druidh que había sido en su aldea siglos atrás. Recordó su hogar, porque la sangre de su pareja era su casa, y los recuerdos le llenaron de melancolía. Joder, incluso había vuelto a recordar a sus padres. Hacía muchos siglos que ya no se acordaba de cómo eran.
—Eres deliciosa. Como un fresón jugoso y esponjoso, exclusivo para mí —explicó con la voz ronca.
Cuando ella abrió los ojos se quedó sin respiración.
Shisui no tenía un solo corte en su cuerpo. Los moratones iban desapareciendo, desvaneciéndose como si nunca hubieran existido. Sus ojos negros, llenos de risa y a la vez de malicia, brillaban provocando esos destellos inhumanos que le probaban que estaba ante un ser tan poderoso como Dios. Y ese Dios sonreía con ternura y con sabiduría, acariciando las marcas que los colmillos le habían dejado en la garganta.
—¿Te ha gustado? —preguntó él. Las pestañas de la joven aletearon nerviosas, pues no comprendían la pregunta. Era obvio que lo había disfrutado.
—Sí —carraspeó—. Me ha gustado mucho —contestó con franqueza.
Él sonrió más tranquilo. Eso era lo mejor de ella. No mentía. Era franca, honesta y directa; y lo que algunas tardarían en reconocer solo por hacerse las remolonas, ella no lo haría. ¿Por qué fingir que no sentía nada cuando lo sentía? El problema de esa chica tan fascinante era que, aunque hablaba sin rodeos, necesitaba comprobarlo todo. Como necesitaba comprobar que la separación entre ellos iba a ser inviable; y él, que era un sátiro y un juguetón muy cruel, iba a disfrutar de su rendición. No se lo iba a poner fácil. Pero era un desafío. Y estaba convencido que su decisión no iba a durar ni un día.
Ella caería. Igual que él.
—Te toca —adujo el vanirio, todavía paladeando el sabor de la sangre de su chica.
—Sí... Me toca —repitió hipnotizada por el pectoral de Shisui.
Temari actuó sin pensárselo dos veces.
Tenía una sed que se moría y ansiaba morderlo con desesperación. Fue directa, precisa y resolutiva. Lamió el pecho de Shisui, justo encima de su corazón y, sin mucha ceremonia, lo mordió. Hizo fuerza con la mandíbula, lo suficiente como para sentir que los colmillos agujereaban la curtida piel hasta atravesar el músculo; y después aprovechó para beber de la sangre que corría en su interior.
Shisui gritó y sostuvo su cabeza contra él mientras se endurecía bajo los pantalones.
Fue como quedar cegada por un rayo de luz después de vivir en la oscuridad. La sangre de ese hombre era fresca, sabrosa y con regusto a canela. Y ella bebía y no se podía saciar.
Sorbía una y otra vez, cada sorbo mayor que el anterior, moviendo sus caderas hacia adelante y hacia atrás, simulando el acto sexual. Gimió y succionó con tanta pasión que Shisui se volvió loco.
—Bebe, mo dolag. Pero ven aquí. Voy a calmarte el dolor —mientras ella sorbía, él levantó una de sus piernas sosteniéndola por debajo del muslo, y la apoyó en su cadera—. Será mejor así para ti. —Entonces coló una mano entre sus cuerpos y la tocó en su centro.
Ambos se quedaron paralizados ante la sensación. Shisui inclinó la cabeza para asegurarse de que lo que tocaba era tan liso y suave como cualquier otra parte de su ser.
—¡Joder! —gritó él feliz—. ¡Freyja es mi heroína!
No puede ser. Negó ella, sonrojada.
—No hay vello, bebé —la frotó suavemente—. Me encanta.
Ella se lamentó por su divina depilación láser recién hecha y, también, por lo bien que sentía aquellos dedos en esa zona tan sensible. Se mordió el labio inferior y se entregó a la sensación de plenitud. La estaba acariciando, y ella bebía de él. No había nada más ideal y bonito que eso, pensó sin ningún tipo de duda. Y quiso más, mucho más. Su sangre le daba una vitalidad y un amor que había decidido no recibir jamás. ¿Amor? ¿Podía ser amor entre un hombre y una mujer? Si el amor era así, ella lo querría todos los días.
Atrevida como nunca lo había sido, deslizó su mano también entre sus cuerpos y colocó la palma abierta sobre el impresionante bulto que había en los pantalones del vanirio. Jamás había hecho eso. Jamás pensó que llegaría el día en que tendría ganas de hacerlo. Y su cabeza no razonaba, no comprendía por qué se lo estaba haciendo a él. Pero sus manos se movían solas.
Ahí estaba. Metiéndole mano a un tío.
Ten cuidado, Huesitos. No empieces algo que luego no puedas acabar.
Ella lo apretó en respuesta. Sus movimientos eran inseguros y poco estudiados, pero eso le excitaba mucho más. Porque sabía que Temari no había tenido experiencia con hombres, y él sería el primero; pero no así, no en ese momento. Sin embargo, dejó que lo tocara y que jugara con él, porque le encantaba que lo acariciara.
Tú lo has empezado todo. Repuso ella. Ahora no te quejes, o haz algo para detenerme. No tengo ni idea de cómo dejar de beber.
El se echó a reír y gimió cuando ella le bajó la cremallera del pantalón.
Entonces Shisui contraatacó y la acarició con dos dedos, de arriba a abajo, para luego colarlos suavemente en su interior. Los movió profundamente, sosteniéndole la pierna con fuerza contra su cadera y estimulándola con su otra mano libre.
Shisui se iba a correr con solo verla beber; no se esperaba que Temari decidiera meter la mano en el interior de la bragueta y apresarlo con dedos temblorosos.
Ella gimió de gusto con solo tocarlo.
Esto está tan duro...
Soy un puto hombre, Huesitos. ¿Ya no te doy miedo?
No lo sé. Pero no quiero parar.
¿Pararás si te lo pido?
Temari negó con la cabeza y se dispuso a masturbarlo mientras él se lo hacía a ella. ¡No iba a parar, ni hablar! No le daba miedo; lo estaba disfrutando, porque hasta donde ella sabía, no había peligro de hacerse daño entre ellos. Controlaba la situación.
Y ese intercambio se convirtió en una batalla de intenciones.
Ella bebía de su sangre y lo acariciaba. Él respondía con sus dedos en su interior y con su pulgar acariciando su clítoris.
—Vas a perder, nena —gruñó, alzando más su pierna contra él—. Estás a punto.
Temari desclavó los colmillos, y sus ojos verdes y con rayos de sol se quedaron anclados en los de él, mucho más negros que una noche de invierno. Vaya... Pensó, se le habían oscureciendo a un más.
—A ti también se te han aclarado —aseguró Shisui frotando el punto en el interior de su cuerpo que la lanzaría a las estrellas.
Dicho y hecho.
Temari abrió la boca y enseñó los colmillos al mundo. Se quejó al sentir el orgasmo azotar su cuerpo por completo. Soltó su erección porque necesitaba agarrarse a algo más alto. Su útero apretaba y soltaba los dedos del vanirio, pero este no dejaba de acariciarle aquel botón de placer sublime. Se agarró a sus hombros, y luego deslizó una mano a su nuca, y otra a la gruesa muñeca de la mano que había entre sus piernas.
El orgasmo la demolió.
Shisui ralentizó sus caricias. Al final sacó los dedos lentamente y volvió a hacer lo mismo que la vez anterior: se los llevó húmedos a la boca y los saboreó, cerrando los ojos con deleite.
Temari intentó recuperar la respiración y descansó la frente en el pecho del guerrero. Acababa de disfrutar, conscientemente, de las caricias de Shisui. Sin esposas, sin obligaciones ni intimidaciones. Acababa de echar por tierra veinte años confusos sobre su orientación sexual. ¿Cómo iba a pretender fingir que prefería a las mujeres después de eso? Y, lo peor, ¿cómo iba a acostarse con nadie más que no fuera él?
—¿Hemos... hemos hablado telepáticamente? —preguntó temblorosa, intentando poner orden en su caótica mente.
—Oh, sí —le dio un beso en la coronilla, retiró su pierna de su cadera y desató metódicamente el nudo de la sábana a su espalda. Eso hizo que ella diera un traspié hacia atrás y quedara desnuda ante él, con los muslos húmedos y el sexo liso y empapado.
Con el frío y la falta de contacto, llegaron sus reservas.
—¿Quieres hablar de lo que has experimentado?
—No... Mejor no —contestó seca y desorientada.
Los ojos de Shisui focalizaron en esa zona desnuda y la estudiaron con obsesión. Temari se tapó su sexo con una mano, sin atreverse a mirarlo.
¿Lo había seducido? ¿Había sido ella o él? Daba igual. ¡Pero menuda convicción más chapucera la suya! No confiaba en él y se entregaba de ese modo a sus atenciones...
Shisui quería más. Estaba preparado para hundirse en ella, y ella también para recibirlo. Pero no iba a aprovecharse de su creciente deseo.
—Podría abrirte de piernas, bonita, y llenarte por completo. Y los dos seríamos más felices de lo que lo hemos sido en nuestra puta vida.
Ella agrandó los ojos ante sus rudas palabras, pero se negó a mirarlo.
Shisui la comprendió. Tan solo acababa de empezar y la cachorra estaba superada por todo lo que había sentido al beber de él. Cuando ya no pudiera más, ella explotaría y le rogaría que la tomara, porque el deseo y la necesidad de tocar y de poseer a la pareja era tan enfermizo como el hambre de su sangre. Y no faltaba mucho para ese estado desesperado. El deseo era lo peor.
Sería paciente por ella.
Así que, en ese momento, hizo de tripas corazón, y se dirigió a la puerta de la habitación, pasando de largo y dándole el espacio que ella reclamaba.
—En cuanto llegue tu ropa —dijo con voz áspera—, te llevaré al RAGNARÖK. Allí han preparado una sala de trabajo para ti.
Temari no tenía ni idea de lo que era el RAGNARÖK, pero estaba muy familiarizada con la palabra trabajo.
—Bien —contestó ella sin darse media vuelta.
La puerta se cerró, dejándola a solas con su convulso cuerpo y su azorada mente. Cerró y abrió los dedos de las manos. Se apoyó en el espejo y dejó que su espalda resbalara por él hasta acabar sentada en el parqué.
Ese mundo en el que se requería beber sangre, era pasional y visceral, y todas las sensaciones se multiplicaban hasta dejarla a una como un completo manojo de nervios.
¿Y alguien podría explicarle por qué tenía ganas de llorar?
¿Por qué se sentía abandonada desde que él la había dejado de tocar y se había ido de la habitación?
