9

Su vida ya no era como la había concebido veintiséis años atrás, pensaba Temari mirando por la ventana de otro de los múltiples deportivos que tenía ese hombre. La noche anterior, un precioso Ferrari había volado por los aires con ella dentro. Pero en esos momentos, estaba a bordo de un Porsche Cayenne negro, perfectamente equipado, con las últimas tecnologías, tal y como lo había estado el anterior vehículo italiano.

Sonaba la canción de She doesn't mind de Sean Paul. Habían salido de la casa a través de un parquin, cómo no, circular, ubicado bajo tierra. Un túnel privado los hacía llegar al exterior y los ubicaba directamente en la carretera colindante.

Retomaba los pensamientos sobre su vida; pues sí, ahora había cambiado mucho. La seguridad de antes siempre fue ficticia, no era real. Ahora tampoco se sentía precisamente segura, porque no sabía ni quién era. Su metabolismo y su biología celular habían mutado. En esencia, en mentalidad, era exactamente la misma persona, aunque ahora se sentía mucho más poderosa y con más capacidad para adaptarse a los cambios repentinos. Sin embargo, temía a aquello que podría llegar a ser y le aterraba cometer algún error que la pusiera en peligro, a ella y a los que la rodeaban.

¿Por qué se arriesgaban a salir cuando el sol todavía estaba en lo alto? ¿Y, si los vanirios volaban, a qué venía esa manía de coger los coches?

—¿En qué estás pensando? —preguntó Shisui, muy concentrado en la carretera.

—Como si no lo supieras.

Él sonrió aprobador. En realidad sí que lo sabía. Estaba ahí siempre, de un modo o de otro; y Temari entendía que por mucho que ella se lo pidiera, tampoco iba a ceder en darle esa libertad. Necesitaba esa conexión con ella y saber cómo se sentía a cada momento.

—¿Quieres que te conteste a tus preguntas?

—Sí. Pero mi mente es mía. Podrías dejarme espacio. Ya sabes que no te voy a traicionar y que quiero ayudaros.

—No estoy ahí permanentemente —rectificó él—. No te lo tomes así. No voy a obligarte a pensar en nada, ni voy a modificar tus recuerdos ni tus experiencias. Solo estoy por ahí como un sensor. Si algo te asusta, si algo te hace sentir mal, yo también lo sentiré. Y, respondiendo a tu pregunta, te diré que intentamos aparentar normalidad. Volamos solo por las noches.

—Pero, saliendo como lo hacéis en horas en las que todavía alumbra el sol, os exponéis tontamente al peligro.

—Lo hacemos porque no queda otra. Vamos a un lugar que está bajo tierra; allí no hay rayos de ningún tipo, pero tenemos que ir hasta allí con nuestros coches equipados. Están blindados, los cristales son opacos y macizos, contra cualquier tipo de impacto. Vamos asegurados, y lo hemos hecho así siempre. Hay que sacar partido de nuestras debilidades, ¿no crees?

—¿Y por eso os compráis cochazos de miles de libras? ¿Para sacar partido?

—Es un lujo que nos podemos permitir, nena. Si se puede, ¿por qué no?

Como ella nunca se había dejado llevar por los lujos no entendía ese modo de vida. Y eso que su cuenta de ahorros no era nada desdeñable y que recibía un sueldo desorbitante; pero no entendía el lujo si no era para exponerlo o para seducir a los demás; y estaba poco interesada en eso.

Se estiró las mangas de la camiseta negra D&G con escote bastante pronunciado. Era sorprendente la cantidad prolífica de bolsas que Shisui le había entregado con el logotipo de PurseValley, una tienda en Internet de marcas exclusivas.

Y todos esos zapatos... Tan inverosímiles, por cierto. Había ropa suficiente como para no ponértela toda en una vida. Pensar en el dinero que se había gastado la incomodó. Ella no era mujer de grandes marcas ni de ir muy a la moda. Prefería ser práctica y no comerse la cabeza combinando colores ni nada de eso... Una vez, solo una vez, había encargado unas Damier Azur de Louis Vuitton para Ameyuri en esa tienda; ni siquiera las compró para su uso personal.

Pensar en su excompañera de Newscientists la amargó, porque descubrir que Ameyuri lo sabía todo, alguien que había pensado que era su íntima amiga, fue tan decepcionante... La había traicionado de un modo tan ruin la muy...

—¿Te gusta la ropa, Huesitos? La han pedido las chicas para ti.

Y encima se la habían comprado las «chicas» vanirias... Ahora entendía lo de los zapatos. Todos tenían un tacón de infarto, ideal para tropezar y acabar con un trauma craneoencefálico. Apretó los dientes e intentó aparentar una absoluta indiferencia.

—¿Cómo sabían mis medidas?

—Yo se las he dicho.

—¿Cómo las sabías tú? No he llevado ropa desde que he estado contigo.

Shisui levantó las cejas y luego soltó la palanca de cambios para alzar la mano izquierda, mostrándole la palma y girándola de un lado al otro.

—Una ochenta y cinco —le miró los pechos— cabe perfecta aquí. Tengo ojo clínico para esas cosas, bonita.

—Por Dios...

—Y luego, solo hay que verte. Eres delgada.

Temari echó un vistazo a su nuevo atuendo. Incluso la ropa interior le iba como un guante. Lo que no entendía era la fascinación que esas mujeres tenían por los tangas y los sostenes. Eran unas locas de la moda. Por lo demás, solo llevaba un tejano de la misma marca que la camiseta y esos peculiares Manolo Blahnik tuneados con estampaciones de calaveras.

Las iba a matar. Se suponía que iba a trabajar, no a un encuentro con los Ángeles del Infierno.

Ella nunca iba mal vestida, ni nunca había necesitado llevar cosas extravagantes como esas para llamar la atención. Y ahora la querían convertir en una fashion victim. No se veía capaz. Solo de pensarlo le daba migraña.

—Eres tan guapa, Huesitos, que no entiendo por qué no te has sacado más partido. Alta, rubia, con unos ojos de pecadora...

—¿Ojos de pecadora? ¿Perdón? —Se echó a reír sorprendida por la observación.

—Y sexy como una amazona. Esos zapatos que llevas me ponen como una moto. Parece que tengas piernas interminables, de esas que rodean la cintura de un hombre mientras...

—Corta el rollo —inquirió ella, más afectada de la cuenta por sus palabras. Si oír su voz ya la hipersensibilizaba, escuchar que la elogiaba de ese modo la ponía frenética. Ya era suficientemente duro estar encerrada en un espacio tan pequeño con un bizcocho de canela al lado. «Esto no lo podré soportar. Ya tengo hambre otra vez». Pero tenía que disimular su excitación. Giró la cabeza hacia él, estudiándolo como si fuera un ser extraño, que en realidad, lo era—. Creo que a los hombres os pone todo.

—A mí me pones tú —contestó sin dar especial énfasis a su afirmación—. Pero me gusta que seas dura —sonrió como lo haría el malvado de cualquier película que tenía la situación bajo control—. Eso hace la partida más interesante y tu rendición mucho más dulce.

—¿Mi rendición? ¿Podemos dejar este tema, por favor? —Esperaba preguntas, pero no esas. Desde que se habían tocado y habían bebido el uno del otro, su supuesto compañero no le había preguntado ni una vez cómo se sentía, ni lo que había experimentado en el intercambio. Ella nunca había bebido sangre, ni tampoco tocado a un hombre íntimamente con ese abandono; pero a Shisui, ese insignificante detalle, le daba igual, claro. Se había ido, y la había dejado sola en la habitación. Sola con sus pensamientos y con algunas imágenes que la habían bombardeado. Recuerdos de otra época en tierras verdes sin urbanizar; de niños hablando y comiendo alrededor de un fuego; tiempos de magia y de sabiduría, de caza y de clanes, de predicciones en las estrellas. ¿Eran los recuerdos de él? Tenía que ponerlos en orden y leer algún libro de cultura celta, porque necesitaba saber todo lo concerniente a su civilización y a ese hombre que le arrancaba la racionalidad de cuajo.

Shisui, por su parte, se sentía muy orgulloso de ella. Temari había pasado por una experiencia realmente traumática, no solo en su transformación. De pequeña, había visto lo que los vampiros habían hecho con su familia; cómo habían abusado de su hermana y de su madre y luego las habían matado. No le extrañaba nada las reservas y los miedos que había desarrollado hacia los hombres y, con todo y con eso, con él había respondido.

«Lo hace siempre», ronroneó internamente. Él era su hombre, su pareja: solo él podría estimularla así. Y la rubia a su izquierda se estaba dando cuenta. Debía de ser muy incómodo, para alguien que se había negado la posibilidad de enamorarse del sexo masculino, despertar a la vida y a la sensualidad animal con uno que tenía una polla entre las piernas.

No la presionaría mucho; debía ir con cuidado. Su conciencia y sus principios le impedían ser cruel con ella y obligarla a aceptarle. Ya lo había sido al principio, tocándola sin su permiso y llevándola al límite de la necesidad vaniria, pero su venganza había acabado. Ahora solo quería que ambos se reconocieran.

En otros tiempos, los guerreros antiguos ya la habrían reclamado a la fuerza. Antes se hacían las cosas así. Si querías a una mujer, te la llevabas. Pero él había evolucionado y nunca había tenido una naturaleza agresiva. Nunca. Sus padres, los únicos druidhs del clan keltoi casivelano, le habían dado unos valores que perduraban incluso en la eternidad. Era espiritual, y su esencia se centraba en trabajar con su entorno y con el respeto a todo ser viviente. Era un druida, no un guerrero vikingo.

Aun así, su bestia negra, la que todos los vanirios tenían en su interior, exigía la unión íntima con su otra mitad. Y él anhelaba esa unión. Llevaba siete días con ella. La había tenido desnuda, esposada y dispuesta. Y no la había poseído. Pero la bestia rugía cada vez con más fuerza. Debía aprender a domarla, porque lo último que deseaba era hacer daño a su ratita de laboratorio. Tenía que tener cuidado con ella; porque esa mujer, con aspecto de femme fatale, era mucho más vulnerable de lo que aparentaba ser. Y el hecho de que todavía levantara la cabeza y no se hubiera derrumbado ante los cambios y los giros inesperados de su vida le estaba robando el corazón y lo ponía de rodillas.

—Tema —pronunció su nombre con una dulzura hasta ese momento nunca demostrada. Y lo pronunció por primera vez en voz alta.

«¿Humph? ¿Tema?», ella se envaró. Era la primera vez que la llamaba por su diminutivo. Así la habían llamado siempre sus padres... Así la llamaba su hermana mayor, Hannah. Imágenes de ellas juntas, tiernos recuerdos de una época feliz y sin miedos la azotaron cruelmente, flagelando su corazón. Los vampiros le habían robado la piedra angular de su vida: su familia. Y por muchos años que pasaran, no se había podido reponer del golpe.

—Eres una mujer excepcional, y siento admiración por ti —afirmó rotundo.

Ella inclinó la cabeza, consternada por la sinceridad de sus palabras. Lo decía de verdad; era algo que ese sexto o séptimo sentido que desarrollaban los vanirios percibía como auténtico. No la engañaba ni lo decía por decir. Y saber que él pensaba eso de ella la llenó de luz.

—¿Por qué sientes admiración por mí? Te hice daño y he causado problemas.

—Siento admiración por ti por no sucumbir. Por no rendirte. Ni cuando fuiste pequeña ni ahora, después de todo lo que has vivido estos días.

Ella se sonrojó y el corazón latió desaforado. Súbitamente, tuvo ganas de desenganchar el cinturón de seguridad, sentarse sobre el regazo de Shisui y hundir el rostro en su cuello, buscando mimos, atenciones y cariño. Desde que habían salido de la casa, se sentía mal porque tenía la sensación de que, físicamente, él sufría mucho por ella, e incomprensiblemente, ella empezaba a sufrir por él.

No quería pelearse más; las cosas ya estaban hechas y no había manera de deshacerlas. Por tanto, solo le quedaba aceptarlas, y si con el tiempo no se acostumbraba a esa vida, tendría que encontrar un final, pero dejando sus cuentas pendientes solucionadas en tierra.

Respondió al halago, reprimiendo las ganas de tocarlo.

—No... No sé cómo lo hago —suspiró cansada—. Pero siempre he crecido ante la adversidad. No me gusta compadecerme.

—Lo sé. He visto lo que los vampiros de Hidan hicieron con tu familia. Tú fuiste una víctima de ellos, y lamento mucho que murieras esa noche.

Ella no comprendió eso último.

—No morí. Hidan me...

—No. Sí que moriste, nena. Negaste una parte de ti, una suave y dulce. Y la otra la dedicaste plenamente a tus estudios, centrándote en el desarrollo de tu inteligencia y enterrando tu lado más emocional. Mataron a la Tema que podrías haber sido.

No lo pudo negar. Shisui tenía más razón que un santo.

—La otra la dediqué plenamente a la venganza —reconoció sin rodeos—. Mis estudios siempre me gustaron, pero mi móvil no era otro que ayudar a aniquilar a los vampiros; y si para ello había que abrir un agujero de gusano para llegar hasta su mundo y destruirlo, lo haría encantada. Esa ha sido mi misión. Pero... Hidan también me engañó, y mis esfuerzos han sido dirigidos para hacer el mal en vez del bien —añadió con voz temblorosa. Apretó los puños con frustración.

—Nos vengaremos juntos, Tema. Hidan es nuestro archienemigo —la miró fijamente, con una promesa en sus ojos negros—. Como en los cómics.

La joven sonrió débilmente y él añadió:

—Te hizo daño y me lo hizo a mí —asintió con frialdad—. Morirá . Y punto.

Ella tragó saliva, insegura. Quería coger a Hidan y arrancarle la piel, esa era la verdad. Pero también le urgía asegurar la información y la fórmula final que había desarrollado.

Permanecieron en silencio. Shisui se movió incómodo en la silla y la miró de soslayo.

—¿Podrás vivir sin el sol?

¿Podría? No lo sabía.

—No lo sé —contestó serena. El amanecer formaba parte del ciclo de la vida, y ella ya no lo iba a poder ver. A partir de ese momento, vería el mundo a oscuras y bajo luz artificial. Eso deprimiría a cualquiera, ¿no?—. Me faltarán muchas cosas. Yo... he prometido ayudaros, y hasta que no lo consiga no tomaré mi última decisión al respecto de ser como vosotros.

—No hay decisión que tomar —gruñó él, irritado—. Si crees que voy a dejarte ir ahora que eres mía, que eres vaniria como yo, es que estás chiflada.

Algo punzó su corazón cuando pensó en abandonar a ese hombre. No lo comprendía. ¿Cómo podía sentir esas cosas por él? Era todo tan contradictorio que no quería buscar razones ni explicaciones a la relación que empezaban a desarrollar.

—Ya te he dicho que solo yo decidiré mi desenlace —contraatacó ella—. Hasta donde yo sé, los vanirios sois inmortales, pero tenéis puntos flacos. Podéis morir si os arrancan el corazón, os cortan la cabeza o bien os exponen al sol. Tres modos de morir que, bien ejecutados, acaban con esa longevidad que los dioses os han dado. Nada me va a obligar a llevar un modo de vida que no quiero, Shisui. Nada.

—Has disfrutado de lo que hemos hecho en la habitación. Me has tocado y he compartido mi sangre contigo. Hemos conectado. Nunca has conectado con nadie —le dijo herido por su rechazo—. Nunca a esos niveles; y tú y yo podemos hacerlo. Lo haremos. ¿Y crees que después de eso te vas a inmolar? —sonrió con desdén—. Escúchame bien, bonita —Oír que Tema todavía tenía ganas de arrancarse la vida le ponía de mal humor y lo convertía en un agresor verbal—: No falta mucho para que me ruegues que te toque otra vez y te posea. Mira. —Cogió su mano con rabia y se la puso sobre el paquete—. ¿Sientes lo dura que está? Está así desde que te conozco, Tema. Incluso cuando me cortabas y me abrías en canal como a un cerdo, yo estaba así por ti.

—Eso es enfermizo...

—¿Lo es? Tú eras humana y no podías experimentar como nosotros el amor y la atracción entre parejas. Pero ahora eres vaniria; y sabrás lo importante que es que nos toquemos y nos acariciemos. Esto va más allá de la química y de tu ciencia. Esto se llama destino.

—Es solo atracción sexual —gimió ella, con los ojos claros y descarnados llenos de interés. Se calentaba por el roce y por la testosterona del guerrero. No le daba miedo. Él no. Y eso era lo más terrorífico de todo.

—¡Y una mierda si lo es! —gritó sin mirar a la carretera—. Lo sabrás. Cuando te tome y me meta en tu cuerpo, cuando te posea, nunca más volverás a repetir esas palabras. ¿Me has oído? Te estás comportando como una cobarde; y debajo de esa fachada hay mucho más que eso. No me decepciones ahora.

Ella parpadeó relamiéndose los labios. Le dolía que él la riñera y le gritara. Y también le lastimaba sentir su dolor y su miedo. Vaya... él no la quería perder. Se sintió más valiosa y valorada de lo que se había sentido jamás, y le gustó ser importante para él. No solo por su sangre, ni por el sexo, sino porque tras esas necesidades primarias, en su preocupación, había auténtico interés por quien era ella.

—No soy cobarde, druida —replicó intentando mantener las emociones a buen recuado—. Me estoy enfrentando a ti, a esto —intentó retirar la mano, pero él no la dejó—, yo... No me estoy escondiendo.

—Lo eres. No eres valiente por enfrentarte a mí, Tema. Serías más valiente si aceptaras tu realidad y llevaras la verdad por delante.

—¿Y cuál es esa verdad? Ilumíname.

—No te pongas cínica conmigo —le advirtió, apretándole la mano contra la polla—. Porque sé lo que te gusta, Tema. Lo he visto. Y lo ocultas. Estás ocultando esa parte de ti. Y no lo haces solo porque hayas sufrido un trauma. Lo haces porque no sabes cómo lidiar con ella, y te avergüenza pensar así. No la entiendes. Pero yo sí. Y cuando estés preparada, te enseñaré a jugar con tu fiera. Pero no me provoques mucho, porque mi paciencia y mi autodominio pende de un puto hilo.

Ella se estremeció. ¿De qué hablaba?

—Soy todo lo que has estado buscando. Todo, Tema. Aquello que no podías aceptar desear pero que tomaba vida en un rincón reprimido y prohibido en ti. Y si nos niegas, si me niegas, si tú entierras esa fiera que está desgarrándote el alma ahora mismo, nos destruirás. Así que no me jodas.

—Pensaba que estabas pidiendo eso a gritos, druida —replicó antes de pensárselo dos veces—. Estás desesperado por que te jodan, ¿en qué quedamos?

Él le apartó la mano del paquete, asombrado por su franqueza y su poca vergüenza. Sí, estaba desesperado por hacerlo con ella. Se inclinó y le susurró, enseñándole los colmillos:

—Estoy deseando estar contigo, nena. Aunque ya me has jodido suficiente. Pero no seré yo el que venga llorando desesperado porque necesita que lo follen. Recuerda esta conversación cuando vengas esta noche a por mí con un descomunal calentón.

Ella cerró los dedos de la mano, que aun le ardían por el contacto, y retiró la mirada, clavándola al frente de la carretera. Odiaba que la hablara así. Pero más se reprendía por haber sido ella la primera en atacar. Lo hacía cuando se veía amenazada; y Shisui era un aviso constante. Uno que le decía: «Si te hundes en él, si le dejas entrar, ¿qué será de ti?». Además, ella ya tenía un calentón. Entonces, ¿qué se suponía que iba a sentir pasado el tiempo?

Entraron en la zona del Jubilee Park, lugar en el que se encontraba ese local llamado RAGNARÖK. Un punto de unión, de trabajo y de recu peración de los clanes de vanirios y berserkers. ¿También les uniría a ellos?

Shisui nunca se hubiera imaginado que pudiera haber un cónclave como el RAGNARÖK para todos los guerreros. Tan diferentes como habían sido, con tantas rencillas, ahora tenían un club social en el que intercambiar información y crear nuevos vínculos.

En Tipton, había una solitaria cabina telefónica que te llevaba a otro mundo. Quería que Tema formara parte de ese mundo, que le gustara y viera lo que él veía.

La joven iba un paso por detrás, un poco cabizbaja. Estaba pensando en lo que le había dicho. Y eso no estaba bien. Shisui debía aprender a reprimir un poco a aquel macho que resultaba herido con tanta facilidad, y atacaba de modo reflejo ante una ofensa.

Arrepentido se detuvo y le ofreció la mano, ofendido todavía por lo que ella le había dicho, pero también culpable por cómo él había entrado en la provocación.

—Vamos, Tema —esperó con la palma levantada—. Entremos juntos. Cuanto antes vean que estás conmigo de verdad, antes te aceptarán. Eres una de los nuestros.

—No va a colar —contestó insegura.

Él le cogió la mano, y tiró de ella. Su cáraid estaba asustada.

—Sí colará. Te presentaré formalmente, como si te conocieran de nuevo. Y después te enseñaré tu lugar de trabajo.

Con reticencias, entraron en la cabina roja. A Tema le vinieron imágenes de Clark Kent y Superman, todo muy surrealista. Shisui marcó el número secreto que Deidara le había dado en el teclado. El suelo se abrió y una plataforma de cristal les llevó hasta un subterráneo.

—Es raro, ¿verdad? —preguntó el druida suavizando un poco la tensión entre ellos.

—Raro no es una palabra que utilizaría para definir esto —contestó mirando a su alrededor. El insólito ascensor vidriado permitía ver la tierra y la piedra exterior que lo recubrían. Habían hecho un agujero en la corteza terrestre, uno que bajaba al inframundo. Sonrió al descubrir que la idea no le desagradaba, al contrario, era excepcionalmente curioso.

—No estés nerviosa. No te tratarán mal —intentaba tranquilizarla por todos los medios, pero se quedó pasmado al ver que Tema estaba más pendiente de la construcción de aquella caja cuadrada que de a quien se iba a encontrar abajo. La rubia era un bicho curioso al que le gustaba observarlo todo. No podía haber ninguna duda: el mundo Vanir iba a gustarle.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Tema se quedó de piedra. Había lagos iluminados en forma de jacuzzis naturales. El agua se filtraba por la roca y creaba formas maravillosas, llenas de fantasía.

Los techos y las paredes estaban revestidas con roca clara y marrón, y las luces que había en el interior de las lagunas eran blancas, naranjas y verdes.

A mano izquierda, tras una mesa de recepción que surgía de la misma piedra natural del suelo, un letrero grabado en oro con la palabra RAGNARÖK refulgía con orgullo. Y, entonces, una puerta corrediza ubicada bajo el letrero se abrió. Y de ella salieron cuatro chicas.

Chicas. No vanirias ni berserkers. Solo... chicas.

Shisui inhaló y Tema copió el gesto innatamente.

—¿Sois las humanas? —preguntó el druida. Le parecía sorprendente que cuatro humanas formaran parte de ese lugar y trabajaran rodeadas de todos ellos. Los tiempos estaban cambiando. Las cuatro chicas, al verlo, se quedaron mudas, como si les hubiera dado un derrame cerebral ipso facto.

—Sí —contestó Shizune nerviosa, mirando a uno y a otro—. Lamentablemente, ¿verdad? —añadió comiéndose con los ojos a Shisui.

Tema levantó una ceja rubia y entrecerró los ojos.

—Soy Shisui Uchiha. Encantado —sonrió como había hecho siempre a las mujeres bonitas. El grupito de humanas, sin excepción, desencajaron las mandíbulas.

—Me desalo... —Susurró Shizune dando un codazo con disimulo a Ayame.

—Ah... Sí —se apresuró a contestar Ayame—. Sí... Deidara nos ha dicho que vendrías... acompañado —añadió repasando a Tema con cara de pocos amigos y clavando sus ojos marrones en los Manolos de la vaniria. Hizo un gesto de desdén con los labios, pero lo disimuló al dedicarle una mirada de adoración al hombre de al lado—. Os están esperando, guapo.

El druida asintió, le guiñó un ojo y entró con Tema agarrada de su mano.

La vaniria echaba miradas furtivas a esas cuatro mujeres por encima de su hombro; y su agudizado oído llegó a escuchar que la morenita con cola de caballo decía:

—Nenas, he mojado las bragas.

—Tú y todas las mujeres de este planeta, Shizune — contestó la más bajita de todas con el pelo castaño y ojos marrones.

—¿Esto te ha pasado siempre, playboy? —preguntó la científica sin poder morderse la lengua.

Él se encogió de hombros y sonrió mirando hacia otro lado.

—Claro.

—Entonces ya lo entiendo.

—¿El qué?

—Entiendo por qué eres tan rico. Las mujeres pagaban por acostarse contigo.

—Nena —contestó con arrogancia—. No te voy a decir que no.

La joven se enfureció ante la respuesta, pero haría bien en no demostrárselo.

La recién convertida no se sorprendió al ver que las salas de ese lugar también eran circulares. Estaban salpicadas de mesas redondas blancas, equipadas con ordenadores Mac de última generación. Había bancos acolchados rojos y blancos, y pequeños rincones hechos para comer, estudiar o trabajar. Era como si el espíritu de las discotecas, las bibliotecas y los clubes sociales se hubieran unificado para crear el RANGANÖK.

Los salones de las plantas superiores con balcones, que daban a la primera planta central, estaban acristalados, como los privados de los salones VIP.

Shisui silbó impresionado.

—El chucho ha hecho un buen trabajo —murmuró. Para él también era su primera vez en aquel lugar.

—¡Shisui!

De repente, una sonriente Tenten apareció en uno de los balcones, saludándolo con la mano. El druida no se lo pensó dos veces. Cogió a Tema en brazos, dio un salto y se encaramó a la planta superior para ir hasta la Cazadora.

Tenten siempre le había inspirado confianza, y habían desarrollado una extraña relación. Sentía cariño por la del pelo rizado y castaño y, también un gran respeto por ser quien era en los planes de los dioses.

La Cazadora, que vestía con un tejano y una camiseta blanca, tenía un aspecto natural y sexy. La vaniria, resentida por lo que le había hecho en el interrogatorio, la miró recelosa.

«Esta es la de las flechas».

—Déjame en el suelo, por favor —pidió Tema con educación. Tenía que aprender a hacer eso. A volar... Era un poco humillante ir cargada en brazos del druida, como si fuera una incompetente.

Shisui la obedeció, sin apartar la sonrisa y la mirada de Tenten.

—¡Por favor, qué guapo estás! —exclamó Tenten dando un paso al frente y abrazándolo con fuerza—. ¡Me alegra tanto que estés de vuelta!

Shisui se sintió bien al recibir el cariño de Tenten y reconocerlo como tal. La alzó del suelo y la abrazó con fuerza, para acto seguido volverla a dejar en su sitio.

—¡Tenten! ¿Cómo está la chica más bonita del local? —preguntó él, zalamero.

Sin embargo, a Tema aquella cercanía entre ellos no le gustó en absoluto. ¿La chica más bonita?

Shisui le había dicho que él tenía a un monstruo en su interior y ella a una fiera. Pues esa fiera estaba arañándole e instándole a que sacara los colmillos.

Tenten era muy guapa, menuda y con una fuerza y energía sobrecogedoras. Le caería bien si no la hubiera atravesado con una flecha y no estuviera manoseando a Shisui.

«No lo toques», rugió la fiera. Entonces, la Cazadora se apartó del vanirio y la miró de arriba abajo, sonriendo al ver sus zapatos.

—Vaya... Te queda bien la... ropa —alabó, no sin retintín. Esos zapatos los había elegido ella.

—Gracias. ¿Robin Hood y los demás están bien? —soltó de repente Tema.

Tenten parpadeó, agrandó los ojos ambarinos y soltó una carcajada.

—Oh, caray. Menudo humor ha sacado esta —la señaló con el pulgar, mirando a Shisui con diversión—. Robin está muy bien, guapa —respondió contestando a la pulla de la rubia—. De hecho me ha dicho que estaba dando caza a tu padre, el doctor Frankenstein.

Las dos chicas sonrieron falsamente, y Shisui disfrutó con el interludio. Tema estaba sacando las uñas y él lo percibía en su olor. Los celos tenían perfume a fresa ácida.

Las compuertas de la sala contigua se abrieron; y de ellas, un Kakashi y un Obito sudorosos, vestidos con sus ropas de capoeira, marcando los músculos de sus enormes cuerpos, emergieron resoplando y dirigiéndose a ellos.

—Procura no tocar mucho a Tenten, colmillos —le dijo Obito caminando hacia él amenazante y señalándolo con el dedo índice.

Tenten puso los ojos en blanco y Shisui lo miró indiferente.

—Vete a recibir profecías, y deja a la Cazadora tranquila, chucho. Ella no se merece cargar contigo —de todos los berserkers, Obito era al que más le gustaba provocar. Obito entrelazó los dedos con Tenten y la apartó de él de forma tierna y a la vez posesiva.

Tenten sonrió con tanto amor a Obito que Tema sintió que su mundo se resquebrajaba y no valía nada. ¿Eso se podía conseguir entre un hombre y una mujer? ¿Esa adoración perpetua y sin máscaras? Obito era un hombre amenazador, con ese piercing de ónix en la ceja y aquella mirada dura, excepto cuando miraba a Tenten. Entonces, el mundo a su alrededor desaparecía.

—Tema, Obito es el noaiti del clan berserker, es un chamán —le explicó Shisui, poniéndole una mano en la parte baja de la espalda—. Él construyó este sitio. Y Kakashi es un berserker que... ¿Qué coño eres tú, tío? —preguntó al de pelo platino, ojos negros carbón y un pendiente en la oreja.

Kakashi sonrió con malicia y tomó la mano de Tema para darle un beso en el dorso.

—Soy un caballero —contestó—. Volvemos a vernos, científica. Pero tú has cambiado —dijo el berserker, consciente de la ira que estaba despertando en Shisui y muy entretenido con ello.

—No tanto. Me han salido colmillos. Eso es todo —contestó Tema. Con la mano todavía entre la de Kakashi, se giró hacia Shisui para preguntarle—: ¿Cuándo podré ponerme a trabajar?

Shisui tenía la vista oscurecida fija en las manos unidas de Kakashi y Tema. Ella estudió su semblante. Sí, estaba enfadado.

No lo toques.

No soy yo. Ha sido él. Contestó interesada por su comportamiento neandertal.

Entonces, suéltalo. No quiero olerte y detectar olor a perro en tu piel.

—Ni yo quiero oler a zorra en la tuya —esto último lo expresó en voz alta, con tanta contundencia y espontaneidad que los dos se sorprendieron. Se sonrojó y apretó los dientes, frustrada con sus reacciones territoriales. Ello no era así. Aunque nunca había tenido nada por lo que sentirse realmente posesiva.

El resto carraspeó y Tenten se cruzó de brazos, entretenida con la situación.

—Ah, pues sí. Parece que sí que sois pareja —concluyó Tenten.

—Odio cuando os quedáis en silencio tanto rato y habláis mentalmente entre vosotros —intervino Kakashi picajoso—. Es como si os hubieran puesto en modo pausa.

Pero ni Tema ni Shisui se dieron cuenta de los comentarios a su alrededor. Aquel último intercambio era muy delatador en cuanto a los sentimientos posesivos que empezaban a nacer entre el uno y el otro.

Tenten los llevó a la sala donde estaban trabajando. Shisui sabía por boca de Deidara que había pasado algo entre los guerreros, pero todavía no había conocido el qué.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó el druida con Kakashi y Obito caminando tras él.

—Los guerreros están alterados y sienten impotencia —explicó Kakashi—. El tiempo confinados como animales les ha vuelto agresivos, y ahora no saben luchar y defenderse a la vez. Es como si tuviéramos que enseñarles desde cero —explicó el empático berserker—. Cuando atacan, lo hacen sin protegerse. Están cegados por el rencor. Obito y yo acabamos de salir de una sesión con ellos.

Por eso estaban sudorosos, pensó Tema.

—Kakashi nos está ayudando mucho —añadió Tenten—. Su empatía hace que entendamos mejor por lo que están pasando y, de este modo, Karin, Konan, Rise, Koharu y yo podemos saber cómo tratarles.

Kakashi les siguió explicando que, además de estar débiles, muchos no se sentían a gusto en sus pieles. Tenían ganas de venganza, pero también había mucho autodesprecio en ellos por no haber sido lo suficientemente competentes o combativos para vencer a aquellos que durante tanto tiempo les habían tenido cautivos.

La convivencia entre ellos y la necesidad de purgar sus almas de la suciedad que solo ellos veían estaba siendo más difícil de lo pensado.

—Karin y Konan están entrenando en la sala de lucha. Ellas tratan a los más jóvenes.

Las palabras de Tenten tenían una tristeza tan palpable que cortaba a Tema por la mitad. Saber que ella había estado ahí y no se había dado cuenta de la verdad era una herida difícil de sanar. Un golpe duro y cruel a su ego.

—Deidara y Homura están preparando un nuevo plan de protección para Dudley. Ayer les sorprendió mucho recibir la visita de los nosferatus suicidas —añadió Obito.

—¿Y mi hermano? —preguntó Shisui interesado. Itachi tenía que estar ahí si Konan se encontraba en las instalaciones.

—Está en su sala. Está cerca de la de la científica —explicó Tenten mirándola por encima del hombro—. Ahora mismo trata a un niño vanirio. No está muy bien. Se encuentra débil y tiene vahídos; se desmaya a menudo. Itachi está analizándolo.

Llegaron a otra sala circular con una compuerta metálica. Tenten puso la mano en el lector de infrarrojos y esta se abrió para reflejar un auténtico gimnasio de preparación física con potros, con tarimas de kárate y de boxeo, repletas de pesas y máquinas de entrenamiento. El Awake and Alive de Skillet sonaba con fuerza, como si fuera una discoteca. Su letra se coló bajo la piel de la científica.

En el centro de la tarima, objeto de más de veinte pares de ojos inocentes y castigados, se hallaba una deslumbrante Konan agitando su katana de un lado al otro. Su melena azul y lisa se movía como un manto estelar y uniforme, con elegancia y precisión. Sus movimientos eran rápidos y premeditados, pero dotados de una plasticidad propia de una bailarina.

—Ella es Konan Kamiruzu —le dijo Tenten, forzándose por ser amigable e intentando olvidar que aquella mujer rubia, alta y de belleza ártica había sido artífice indirecta del robo de los tótems, además de la verdugo de su amigo Shisui. Perdonar no era tan fácil, pero ella lo intentaría.

—La recuerdo —contestó crispada. ¿Cómo se suponía que tenía que mirar a la cara a las personas que le habían secuestrado y después le habían hecho daño? Konan, y sobre todo Itachi, estuvieron desesperados por conocer el paradero de Shisui. La habían odiado, era irreversible; y no podían, de repente, dejar de sentir esa ira hacia ella.

Yo lo hice, Huesitos.

Ella cerró los ojos, tocada por las palabras de Shisui. Sí, él lo estaba haciendo. ¿Pero se esforzaba mucho o sentía de verdad el perdón?

Lo hago porque me importas más tú que el dolor que me hayas podido infligir. Te estás portando muy bien, y eso me complace, Tema. Gracias.

Las palabras de Shisui eran como agua para su corazón marchito: podrían hacerlo florecer.

Ellos también. No están siendo tan duros como imaginaba. Reconoció afectada.

Al fondo, la pelirroja de ojos carmín, la híbrida, enseñaba a los más pequeños a manipular los objetos sin tocarlos.

—Karin es una híbrida, mi mejor amiga, y es la pareja del nazi de Deidara —narró Tenten resuelta—. Son los únicos que te defendieron en el Consejo Wicca, ¿lo recuerdas? —Tema ni siquiera contestó a la pregunta— . Es berserker y vaniria, y tiene un gran potencial para la lucha.

Tema pensó que ella misma podría escaparse en algún momento y aprender sus nuevas aptitudes con ellos. Seguramente, la pelirroja disfrutaría dándole una paliza y ella se podría desfogar de la tensión acumulada esos días.

Miró a todos y cada uno de los chicos que había allí. Eran de diferentes edades, y todos tenían la cabeza rapada, incluso las chicas.

En una esquina, intentando desentramar una especie de puzle, había un par de gemelos muy concentrados. Entonces, se les acercó un chico rubio, algo mayor que el resto, tendría unos veinte años. Tsunade había dicho que era su hijo. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí: Carrick. Carrick les animó a que continuaran mientras les acariciaba la cabeza con cariño. Los gemelos se sonrieron agradecidos. Ese chico también tenía cortes en el cráneo, como todos los demás. Sí, ella conocía esos cortes de cirugía. Sabía lo que hacían los cirujanos de Newscientists y los neurobiólogos con los vampiros. Se le llenaron los ojos de lágrimas al comprobar que nunca se trató de vampiros. No eran humanos, de acuerdo, pero eran buenos y no tenían nada que ver con los desquiciados de los chupasangre.

Tenía ganas de esconderse y echarse a llorar. Sentía que se iba a derrumbar.

Está bien, mo dolag. Está bien. Respira y relájate. Tú no les has hecho nada.

Ella alzó los ojos llorosos, le miró y negó con la cabeza. No les había pegado, ni cortado, ni quemado, ni nada de esas cosas que sabía que hacían a los supuestos vampiros; pero su ignorancia había hecho el mismo daño o más, y ser consciente de eso la laceraba.

La hija de Tsunade, la joven que se había puesto a cantar en el Consejo Wicca el día anterior, alzó la mirada de lo que estaba haciendo la Elegida y puso toda su atención en Tema.

Ella la miró a su vez, incapaz de apartarle los ojos y pensó: ¿había algo más hermoso que un animal salvaje resucitado de las cenizas?

Por Dios, esa chica no era una víctima, era una superviviente. Lo veía en el fuego de sus ojos claros y en el aplomo y la gracia con la que se levantaba. Seguramente, tenía muchas heridas en su interior, pero no las mostraba. Estaban ahí, y eran de ella, y los demás no tenían por qué ser testigo de su dolor.

Daimhin se apartó de la tarima y caminó hacia ellos, con la katana que le había regalado la Elegida sostenida en su mano derecha y el filo de la hoja apuntando hacia el suelo.

Konan y Karin dejaron lo que estaban haciendo y siguieron la escena con curiosidad. Sabían que Daimhin no haría daño ni insultaría a la cáraid de Shisui; pero esa joven tenía la peculiaridad de ponerte los vellos de punta con solo una mirada.

—La más valiente —musitó Shisui con orgullo.

La científica carraspeó, tan tensa como lo podía estar una cuerda.

—Hola, druidh —lo saludó Daimhin.

—Hola, barda. Estás preciosa.

Lo estaba, pensó Tema. Se tenía que ser muy guapa para que el pelo a lo Sinéad O' Connor pudiera quedar bien. Daimhin tenía esa estructura ósea fina y elegante. Llevaba unos pantalones tejanos cortos con los bajos deshilachados y una camiseta negra de tirantes. Su rostro bien podría haber pertenecido a un elfo o a un hada y sus ojos, rasgados hacia arriba, eran grandes como los de un niño pequeño. Tenía ese tipo de labios por los que un hombre lloraría. Pero Daimhin, aunque no tenía una complexión voluptuosa, ya no era una niña, ni en espíritu ni físicamente, y harían bien en no tratarla como tal.

Ni corta ni perezosa, con un descaro que para nada quería disimular, la rapada hizo un escáner de su persona. Se entretuvo más de la cuenta en sus zapatos de calaveras, pero no los miraba con sorna. Al contrario.

Maru Karin y mo Konan me han pedido que sea yo quien muestre a tu cáraid el lugar donde va a trabajar —dijo sin apartar los ojos de los tacones.

Shisui levantó las cejas negras y miró a sus dos amigas. Las dos hicieron como que hablaban la una con la otra. Konan y Karin querían que Tema se sintiera culpable, y le ponían a Daimhin delante como un recordatorio de lo que ella no había visto en esos túneles de Chapel Battery.

—¿De verdad? —preguntó Tema echando un vistazo a las dos mujeres. No era difícil saber lo que pretendían.

Tenten carraspeó a su espalda y Tema la miró por encima del hombro. Ella ya se sentía suficientemente mal como para que intentaran molestarla más de la cuenta. Pero ella no era mala. Se lo iba a demostrar a todos, sin importar si al final decidía quedarse con ellos o no.

Seoll dhomh an taigh agad. Enséñame tu casa. —Decidió hablar en gaélico porque ese era el hogar de la chica, su territorio, y quería que Daimhin supiera que entendía su animadversión y que sabía que era consiente de que era una intrusa para ellos. Pero no venía a hacer daño, solo quería ayudar.

La joven vaniria no mostró sorpresa ante el dominio del gaélico de la científica. Solo asintió y contestó esperando a que la siguiera:

Seolla mi dhut. Te la enseñaré.

Shisui, que en todo momento podía leer la mente de su pareja, sintió una oleada de orgullo por su cáraid. No se escondía, no se amilanaba, aceptaba lo que estaba pasando y quería ponerse a trabajar ya. Por ellos. La ratita se sentía tan culpable que le urgía sanear su conciencia; aunque ella, en realidad, había sido otra víctima más de las manipulaciones de Hidan y Loki. Quiso sacarla de ahí y dejar de exponerla de ese modo. Deseó abrazarla y hacerla suya para demostrarle lo importante que era para él. Pero si Tema quería encontrar su lugar entre ellos, debía de hacerlo así: con un par de huevos.

Viendo que Tema seguía a Daimhin, el druida aprovechó y le dijo a Obito con seriedad:

—¿Están tus sobrinos, Riku y Nori, por aquí?

El berserker asintió.

—En la sala inferior, con las sacerdotisas y con Rise. ¿Qué quieres de ellos?

—Me gustaría señalar en un mapa cuáles son los puntos que Riku aprecia como posibles portales. Y también necesito el don del dibujo de tu sobrina Nori. Quiero que me escenifique una imagen.

Daimhin encendió las luces de su nueva oficina circular, cómo no. Tema no podía creer que tuviera su propia sala de trabajo bajo tierra. Pero no era una sala de trabajo cualquiera: era la mejor. Equipada con ordenadores nuevos, con las últimas tecnologías y toda el instrumental necesario para realizar divisiones atómicas.

Necesitaría ayuda para construir su acelerador de partículas de baja intensidad, probablemente de un microamperio, y hacer las pruebas pertinentes. Su sala era grande y tenía espacio suficiente para trabajar y moverse a sus anchas. Pero necesitaba su información. Le urgía para empezar a desarrollar su proyecto y comprobar que tenía razón, que había descubierto el modo de abrir un portal permanente entre universos. No obstante, ahora era diferente; y, aunque los seres que la rodeaban sentían hacia ella una creciente antipatía, no sabía para qué fin iban a utilizar ellos su información, tan peligrosa como conocer la invocación del demonio. Tema no se la quería dar a nadie, pero les ayudaría en intentar evitar que Hidan y los demás pudieran abrir otro portal inminente aprovechando otro punto electromagnético activo como el que se estaría creando en breve en la Tierra. Ella había hallado el modo de abrir las puertas; ahora debía encontrar el modo de cerrarlas. Hidan no cesaría en sus intentos. Él quería mantener la puerta abierta, aunque de momento, nadie sabía cómo hacerlo.

Debía intentarlo y ayudarles. Y luego ya decidiría qué hacer con su existencia. ¿Cómo habían logrado en tan poco tiempo reunir todo ese material científico para ella?

—¿Hablas en voz baja?

Tema dejó de acariciar un microscopio negro de efecto túnel y centró su atención en la joven que analizaba cada uno de sus movimientos, y que todavía sostenía la katana en la mano. ¿Seguía pensando en voz alta? La conversión no eliminaba viejos hábitos.

—Solo estoy pensando.

Daimhin hizo un barrido de la sala y luego detuvo los ojos en ella, como si pudiera traspasarla con la mirada.

—Esta sala la han ayudado a construir todos los miembros de los clanes, los cabezas rapadas como yo.

—Muchas gracias.

—¿Qué es lo que vas a hacer aquí?

Esa chica tenía una voz muy hermosa.

—Seguiré trabajando en mis investigaciones y...

—¿Buenas o malas, doctora?

—¿Cómo?

—¿Si se trata de investigaciones para hacer algo bueno o para destruir, como hacen los de Newscientists?

Los ojos de ambas se midieron con desafío y también con algo de desconfianza.

Tema la comprendía, se podía poner en su piel. Esa chica no la conocía; solo sabía que había colaborado con su enemigo y que ahora era una vaniria como ella, con un salón propio en su club que ocupaba parte de su celoso territorio seguro.

—Quiero creer que es para algo bueno o, como mínimo, para evitar algo muy malo —asumió la científica con honestidad—. Aunque también pensaba que antes hacía lo correcto —se encogió de hombros, responsabilizándose de sus errores—. Trabajo a ciegas. Pero puede que a ti no te importe lo que yo pueda decir y hagas como todos: juzgarme.

Daimhin miró de refilón sus zapatos de calaveras y después apretó los dientes con frustración. Después de un interminable silencio la joven dijo:

—No. No te voy a juzgar. —Pasó un delgado y femenino dedo por encima de la mesa gris que había a su espalda.

Los hombros de Tema se relajaron y soltó el aire de los pulmones que no sabía que retenía. Esa chica tenía una complexión delgada, pero era muy femenina, y había una fuerza en ellaquelaabrumabaylaavergonzaba a partes iguales. El pelo le había crecido rubio y fuerte, pero las cicatrices en los laterales del cráneo todavía se podían ver.

—¿Tienes miedo de no estar con los buenos ahora? —Daimhin la miró con aquellos enormes ojos color caramelo y azulados, jugando con el mango de la espada.

Tema apretó los dientes. ¿Que si tenía miedo? Estaba acojonada. No quería volver a equivocarse.

—¿Es por eso que no le dices al druidh lo que sabes? —indagó Daimhin, tocando un aparato que parecía una impresora—. Él dice que que estás ocultando la información porque no te fías. ¿Qué es esto?

—Un espectrofotómetro. Mide la relación entre valores fotométricos y estudia las reacciones químicas que se producen en las muestras que analizo —tragó saliva—. Y sí a todo. A todo lo que me has preguntado. El druidh tiene razón.

—Si eres buena, nunca vas a estar más segura que con nosotros —dejó el aparato y se enfundó la espada en la espalda—. El druidh sabrá qué hacer con la información que le des.

—No lo creo.

Daimhin se dispuso a abandonar la sala, pero cuando pasó por su lado, la rubia de pelo largo la agarró del brazo con suavidad. La hija de Tsunade miró los dedos que la amarraban y sus ojos se aclararon, convirtiéndose en mares tormentosos de lava y hielo. Pero Tema no se amilanó. Veía en Daimhin a su hermana y a su madre; se veía a ella misma, y a todas esas mujeres que no habían podido luchar contra la fuerza bruta de aquellos que eran más grandes y poderosos.

—Siento mucho lo que te hicieron —las palabras heladas, pero también llenas de emoción, cayeron como un peso muerto entre ellas.

Un pequeño músculo tembló en la mandíbula de la joven.

—También te lo hicieron a ti —contestó Daimhin de forma letal—. Tienes tanto miedo a los hombres como yo —no se sintió mal cuando los ojos de Tema se llenaron de lágrimas sin derramar—. Hoy Konan, Karin y Tenten nos han explicado a todos lo que te pasó y por qué estabas tan confundida. Nos han explicado lo de Hidan y Murasame. Sabemos que te manipularon. Y también sé que mataron a tu padre, a tu madre y a tu hermana delante de ti.

—No tienen ni idea. Ni idea —reafirmó con contundencia. Le daba tanta rabia que pudieran hablar de ello con esa frialdad. Se trataba de su familia. Ellos sufrieron durante horas un maltrato inclemente y cruel, y luego los mataron. El último recuerdo que tuvieron fue el de ella, bajo la cama, acurrucada y muerta de miedo, esperando a que aquella pesadilla llegara a su fin—. No saben lo que pasó. No saben lo que yo vi.

—Créeme, doctora —sonrió con un cinismo impropio de su juventud—. Nosotros sí lo sabemos. Yo sí lo sé. Por eso me alegra que los tuyos murieran.

Tema apretó el brazo de Daimhin con fuerza, pero la joven no rectificó. Esas palabras fueron como una bofetada.

—Retíralo —gruñó a un centímetro de la nariz de la vaniria. No era agresiva, pero la normalidad con la que había dicho algo tan grave la desató—. Ahora mismo, Daimhin. Retíralo.

Ella negó con la cabeza.

—No. No lo haré. Después de que te traten así, lo último que quieres es vivir con esos recuerdos. Yo vivo con ellos a cada minuto, doctora —aclaró más afectada de lo que deseaba—. No se lo deseo a nadie.

Tras esa confesión descarnada y sincera, algo se creó entre ellas. Un tipo de vinculación invisible que les demostraba que no eran tan diferentes como pensaban.

—Tenemos en común más de lo que te imaginas —aseguró Daimhin, mirándola sin hostilidad—. Pero yo sigo adelante; y en cambio tú, que no sufriste lo que ellos ni lo que nosotros, sigues empeñada en esconderte. Honra a tu familia disfrutando todo lo que puedas de aquello que te rodea y deseas. Si no lo haces, ellos habrán ganado. Y no queda mucho tiempo, doctora. Tarde o temprano todo volará por los aires; y no habrá nada que lamentes perder porque no habrás vivido nada con la intensidad suficiente como para echarlo de menos.

Otra bofetada más. Una verdad que había silenciado.
Dos lagrimones imparables se deslizaron por sus mejillas.

—Te gusta mucho el druidh —confirmó Daimhin de repente—. Es un hombre de honor —añadió con admiración—. Pero tu corazón todavía no lo sabe. No todos los hombres son malos, ¿no?

—¿Me lo preguntas a mí? Yo no tengo ni idea —reconoció sin ánimos de limpiarse las gotas saladas en su rostro. Se sentó en una butaca blanca que había delante del monitor de infrarrojos. Se encontraba mal y tenía ganas de ver a Shisui; y tan solo hacía unos minutos que se habían separado. Qué ridícula.

—Eso quiero creer. Eso dice mi mamaidh. Del mismo modo que, al parecer, no todos los miembros de Newscientists que había en esos túneles del infierno eran malos. ¿Me equivoco?

Touché. Tanta sabiduría en un cuerpo tan joven no debía de ser bueno.

—¿Cuántos años tienes, criatura? —preguntó finalmente, asombrada por la madurez de la chica, por aquella clarividencia y serenidad en su mirada.

Daimhin sonrió con tristeza.

—Hoy cumplo dieciocho años —ante la estupefacción de la física, adujo—: ¿Qué? ¿Soy demasiado joven para dar consejos? Todos me tratan como si fuera a romperme en cualquier momento —explicó cansada— y me miran con condescendencia, como si todavía fuera pequeña. Tú no me conoces. No sabes cómo era antes de que nos cogieran. ¿También me vas a subestimar? —espetó hastiada—. No soporto que me compadezcan. Odio la condescendencia.

Ya eran dos.

¿Dieciocho? ¿Aquella niña tenía dieciocho años? Parecía más joven. Pero su imagen engañaba. En realidad, no había ni un ápice de vulnerabilidad en ella, no era frágil. La habían destruído y ella había renacido como un fénix, recubriéndose de cristales cortantes que debían limarse. Y Tema no dudaba que, con el tiempo, se convertiría en un diamante.

No. Definitivamente no la trataría con compasión ni sería condescendiente con ella. Daimhin le inspiraba respeto, no pena. Y ella, tal y como había pensado en el coche con Shisui, tampoco soportaba que la compadecieran.

Las dos querían lo mismo.

—No voy a tratarte de ningún modo. Ya eres adulta, ¿no?

Los ojos bitonales de Daimhin brillaron con algo parecido a la sorpresa.

—Me alegra, porque no aguanto que la gente camine de puntillas a mi alrededor —fijó, inevitablemente, la vista en aquellos increíbles y desafiantes zapatos, con una abertura en la punta, a través de la cual asomaban algunos dedos de los pies.

—¿Prefieres que caminen con tacones? —La mirada de interés y fascinación de la cabeza rapada por su vertiginoso calzado era imposible de ignorar—. ¿Te gustan?

—Sí —agrandó los ojos y sonrió sincera—.Van mucho con mi espíritu ahora mismo.

Tema soltó una carcajada, y se sorprendió de su reacción.

—¿Porque te sientes como muerta?

Esta vez fue Daimhin quien, después de ver el poco tacto y la espontaneidad de la científica, se rio con naturalidad.

—No, novata. Porque quiero desafiar y dejar de inspirar cariño y protección. Estoy harta de eso.

Tema se descalzó y movió los dedos de los pies con gusto. La verdad era que le gustaban, pero ya se compraría otros. Era el cumpleaños de esa belleza de pelo corto y quería darle algo a cambio por tratarla con franqueza y por hablar con ella.

—Fantástico. Yo me siento igual —aseguró sarcástica. Agarró el par de zapatos y se los ofreció—. Para ti.

—¿Me los das? —preguntó con sorpresa.

—Es tu cumpleaños. Ya me compraré otros, iguales, y puede que de otros colores... —Sí, lo haría porque le habían acabado gustando. Luciría esos zapatos de nuevo, sin necesidad de que eso fuera un símbolo de vergüenza para ella, tal y como habían pretendido el trío de sádicas—. He descubierto que tengo alma de Castigador.

Daimhin miró los zapatos, se mordió el labio inferior y los aceptó.

—No sé quién es ese, pero gracias.

—Es un personaje de MARVEL. Él es... —Al ver que la chica no le prestaba atención y que estaba hipnotizada por los tacones, dejó de hablar.

—Es el primer regalo que de verdad me gusta, después de la katana que me regaló la Elegida.

Tema hizo una mueca comprensiva. La entendía. Por eso, ella nunca quería que le regalaran nada, porque la gente nunca acertaba. Seguramente porque nunca nadie la había conocido de verdad.

—No he querido fiestas ni nada por el estilo —murmuró tocando con el dedo índice una de las calaveras plateadas impresas sobre la piel negra—. No tengo ánimos para eso.

—Y eso que solo cumples dieciocho. Cuando llegues a los treinta y te salgan canas seguro que quieres fugarte del país.

Daimhin sonrió y negó con la cabeza.

—Los vanirios no envejecemos. Pero puede que para entonces todos hayamos muerto —contestó con seriedad.

«Caramba, la chica es la alegría de la huerta», pensó la científica, dispuesta a empezar a trabajar.

Creyó que la joven se iría. Tema no era muy dada a entablar vínculos con las personas, pero Daimhin se puso a observar todo el instrumental de la sala y a dar vueltas toqueteándolo todo.

—¿Me puedo quedar? —preguntó mirándola por encima del hombro mientras manoseaba un crisol de cristal transparente.

—¿De verdad te quieres quedar? —replicó la otra con sorpresa. Se cruzó de brazos y apoyó la cadera en la plataforma central, justo donde empezaría a construir el pequeño acelerador.

—Sí. Quiero ver qué es lo que haces. Me gustan estas... cosas —acarició una de las piezas metálicas que supondría parte del proyectil atómico del acelerador—. Podría ayudarte —tanteó con disimulo.

—Y los dos rubios de ese Consejo, ya sabes, los que querían matarme —señaló sin darle importancia—, ¿no se enfadarán si te quedas por aquí?

—¿Mis padres? No —contestó resuelta—. Mi madre y yo necesitamos un respiro. No soporto ver que le come la ira por lo que me hicieron. Ella no puede cambiar el pasado —comentó con pesar—, pero parece ser que no está de acuerdo. Me vendrá bien estar por aquí cuando no esté en el gimnasio con los demás.

«¿Por qué no?», pensó Tema. Necesitaría ayuda para construir el piloto y para hacer las pruebas. Y la chica tenía ganas de distraerse y de pensar en otras cosas que no fueran los maltratos que le habían infligido.

Por otra parte, también era su oportunidad para sacar provecho de la situación.

—¿Y qué me darás a cambio de compartir una sala cuántica con una física tan brillante como yo? Los estudiantes pagarían por hacer prácticas conmigo.

—Ah, bueno. Pensaba que ya te había devuelto el favor al no degollarte nada más verte —sus ojos refulgieron llenos de inteligencia y buen humor.

—Me enseñarás a utilizar mis dones. Y también quiero aprender a usar eso —señaló el mango de la katana que sobresalía por su hombro derecho.

—Está bien. Pero el druidh debería hacerlo. Él es tu macho.

—El druidh no ha tenido mucho tiempo para enseñarme nada —«No. Prefirió utilizar ese tiempo para manosearme y excitarme como una burra»—. ¿Guim? Trato —le ofreció la mano.

Daimhin encogió sus delgados hombros y asintió.

Guim.

—Aquí vamos a trabajar con cosas muy delicadas... ¿Sabes lo que es un acelerador de partículas?

Daimhin frunció el ceño.

—¿Algo que corre mucho?

Temari arqueó las cejas y negó con la cabeza.

—Ignoraré que alguna vez has dicho eso. Por Dios... Vamos a salir por los aires —susurró encendiendo los ordenadores.

Daimhin se dio la vuelta para seguir curioseando con una sonrisa divertida en los labios. La novata no era tan seria como creía.