11

Notting Hill

Ladbroke Road

A Tema le parecía un insulto a la vida y a las leyes físicas tener tanto poder de sugestión. Los vanirios como ella, podían manipular la conducta de las personas e inducirles para que vieran lo que ellos quisieran. Y eso era exactamante lo que había hecho Shisui con el director del HSBC en Coventry.

Veinte minutos. El pelinegro rapado necesitó solo veinte minutos para entrar y salir de la sucursal con un sobre blanco en mano. No había rellenado ninguna solicitud ni nada por el estilo porque temía que todas las cuentas y todo lo relacionado con Tema a nivel informático pudiera ser rastreado por Hidan y los suyos. No estaba dispuesto a arriesgarse; así que, sin más preámbulos y gracias a las discretas órdenes mentales que ejecutaba, lo habían guiado hasta la caja de seguridad de la joven. En teoría, eran cajas de doble cerradura y doble llave. El banco daba una al cliente y otra se la quedaban ellos. Tema no tenía la llave encima, obvio, y no se la podía dar al druida. Aun así, ¿qué importaban las llaves cuando tenías el poder de dios en la cabeza?

La chica pensaba en ello cuando el Porsche Cayenne se detuvo en Ladbroke Road, frente a dos casas adosadas de cuatro plantas cada una, con las cornisas exteriores blancas y los ladrillos que las revestían de color mostaza.

Ambas tenían un pequeño patio delantero que llevaba hasta la entrada y estaba protegido por sus respectivas verjas negras. Tema se quedó mirando al druida, esperando una explicación. ¿Qué hacían en Notting Hill?

—Estas dos casas que ves son mías —anunció Shisui quitando el contacto de la llave del coche—. La mía es la de la izquierda y la tuya es la de la derecha. No tienes que temer por nada. Todo está perfectamente acondicionado para nuestro estilo de vida.

La científica miró el sobre blanco que tenía en las manos; después a su supuesta casa y, seguidamente, al vanirio.

—En serio, ¿quién eres? ¿Pero cuántas casas tienes? ¿A qué te refieres con que la mía es la de la derecha?

—Soy tu amo y señor, tengo muchas propiedades. Y lo que oyes. No querías vivir conmigo en la misma casa, necesitabas tu espacio. Pues aquí tendrás espacio de sobra. Esta casa es para ti.

—¡Pero si estás justo al lado! ¿Qué tipo de... de espacio es ese?

Shisui sonrió y salió del coche mientras decía:

—Lo sé. ¿No es genial? Imagínate qué bien nos lo pasaremos en la reunión de vecinos.

Ya había anochecido por completo. Eran las ocho de la tarde y Londres estaba a oscuras. Y, por lo visto, iban a vivir juntos, pues esa comunidad de vecinos solo estaba formada por aquellas dos mansiones menores.

«A ver. Un momento». Tema salió del coche, descalza todavía. El ritmo de ese hombre era endiablado y, aunque ella era rápida de mente, no podía seguir sus pasos ni su modo de actuar.

—¡Shisui! —exclamó haciendo que se detuviera—. ¿Puedes parar?

Él se frenó delante del portal de su casa, la de la izquierda. Eran casas gemelas. Comprendía que Tema estuviera un poco perdida, pero no iban a discutir en el patio.

Abrió la puerta con llave, y la sostuvo para que la física entrara. Ella lo hizo a regañadientes. Dándose la vuelta se cruzó de brazos y lo encaró.

—Te escucho —dijo Shisui dejando las llaves sobre el moderno mueble de la recepción—. ¿Qué te pasa ahora?

—Hemos salido de un local subterráneo donde tengo mi particular sala de trabajo, sin mencionar que habías traído a Itachi y a Konan para presionarme y torturarme si no hablaba...

—No lo hubiera permitido.

—¡No es verdad! ¡Claro que lo hubieras permitido! ¡Y estoy muy disgustada por eso! ¿Así vas a cuidar de mí? —Se detuvo unos segundos, luchando por ocultar su frustración—. Has corrido con el Porsche como un auténtico energúmeno hasta llegar a Coventry y entrar en el HSBC como alma que lleva el diablo. Sin ningún tipo de permiso oficial, has recogido lo que había en la caja de seguridad y te has largado de ahí tan ancho. ¿Y ahora me traes a Notting Hill y me dices que tengo una casa para mí? ¡Y encima solo tengo a un vecino: y eres tú! Empiezo a sentirme un poco superada por todo.

—¿Pero tú no eras superdotada? Tenéis otro modo de encarar las situaciones adversas. Las encajáis mejor, ¿no? —Hizo una mueca con los labios.

Tema se presionó el puente de la nariz.

—Sí, soy una genio, no lo vamos a negar. Pero... No sé si voy a poder... —No sabía si iba a poder con él. Ese era el problema. Su día estaba siendo insoportable porque, además de la presión y de todos los cambios que tenía que asimilar, él la desconcentraba continuamente. Con su olor, con su manera de mirarla, con su voz. Él era como una fórmula que la enloquecía. Y no había modo de detener los estragos que estaba provocando en su sistema emocional, ni tampoco en el físico. La arrollaba sin misericordia. Así era.

Shisui se aproximó a ella y le sostuvo el rostro con manos increíblemente dulces y llenas de calor.

—¿Crees que no entiendo cómo te sientes? —sus ojos negros rebosaban comprensión. Tema tragó saliva, ocultando un adorable estado de inseguridad—. Sé cómo te sientes porque experimento cada emoción que tienes —tomó su mano y la colocó sobre su corazón—. Aquí. La experimento aquí. Te juro que estoy intentando darte tiempo y espacio para que veas lo que yo. De hecho, estoy disminuyendo mis revoluciones porque no puedo atemorizarte y decirte qué es exactamente lo que yo quiero de ti ahora. Te asustaría. Y no quiero que tengas miedo estando conmigo.

—¿En serio? —contestó con ironía—. Pues no lo ha parecido. Desde que te conozco te he tenido miedo.

—Sí —asintió él—. Pero ambos sabemos que no tienes miedo de mí, sino de lo que provoco en ti.

Tema no iba a ser hipócrita negando esas palabras. Sí. Shisui le abría un mundo que ella había cerrado a cal y canto. Y se sentía mal por desear conocer más de él, porque tenía la sensación de que, confiando en él, traicionaba a su madre y a su hermana. Él era un hombre, y los hombres vampiro habían abusado y asesinado a su familia sin clemencia.

—Sí. Soy un hombre —gruñó, agotado por defenderse de los pecados que otros habían cometido—. Joder, claro que lo soy. Pero si no te das cuenta de las diferencias, Tema, es que o no lo estoy haciendo demasiado bien o tú estás echada a perder. Y eso es imposible, porque eres mía, eres mi cáraid —observó con orgullo que esas palabras provocaban un cambio en el olor personal de su mujer y también en su mirada. Sus ojos de oro y esperanza se fundían por el deseo, tal y como se deshacía él por tenerla delante y notar que ella empezaba abrirse a la posibilidad de pertenecerle. Esa mañana lo había sentido en la ducha, mientras bebían el uno del otro; y ahora, en ese momento, también lo experimentaba—. No hay nada más valioso para mí que tú.

Ella no sabía cómo responder a eso. Se relamió los labios y miró nerviosa hacia todos lados para no quedarse embobada con aquella boca que el demonio había otorgado a ese hombre. ¿Cómo sería besarle? ¿Qué sentiría?

Shisui, que leyó lo que ella estaba pensando, se estremeció por la fuerza de la tensión sexual que había entre ellos. No tenía ni idea de cómo decirle que quería arrancarle la ropa y aplastarla contra la pared. Pero, si lo hacía, no habría sido iniciativa de ella. Y él quería que Tema dijera lo que quería.

Se estaba poniendo duro solo de pensar que su cáraid jamás había estado con un hombre. Haría un esfuerzo y retomaría el control de su monstruo interior, el mismo sádico que le decía: «Fóllatela. Fóllatela. Es tuya».

—Está bien, nena —le colocó un mechón de pelo rubio detrás de la oreja y pegó su frente a la de ella, respirando forzosamente—. Está bien, calma... Mira, voy a enseñarte tu casa, a darte algunas cosas que necesitas...

«¿Por qué me pone tan en guardia? ¿Por qué parece que sus ojos sonrían y me traspasen...? ¿Que brillen como si tuvieran rayos X es normal? No. Por supuesto que no lo es. Tiene una de esas barbillas como los héroes de Marvel o DC CÓMICS, a lo Bruce Wayne. No, no... Mejor a lo Clark Kent. Y su boca... ¿Tengo hambre?».

—¿Tema?

—¿Hum? —contestó sin dejar de mirar sus colmillos.

—¿Me dejas que te enseñe tu casa?

—Ah... —parpadeó repetidamente. No estaba siendo nada discreta—. No hace falta. Dame las llaves —liberó la mano que retenía sobre su corazón.

—¿Te gusta mi barbilla?

—Oh, por Dios, déjame tranquila, ¿quieres?

Shisui se apartó halagado, intentando no oler el aire viciado con perfume a fresas. Pero era imposible. Su olor rodeaba todo.

—En la primera planta te he dejado la ropa que compraron para ti. También hay un teléfono con toda la información que necesitas y todos nuestros contactos. Ah... Y me he permitido la licencia de traerte unas cuantas cosas que espero que te gusten.

—¿Y cuándo has hecho todo eso? Se supone que has estado tan ocupado como yo...

—Un móvil y la tecnología 3G hacen que tengas el mundo en tus manos, nena.

Tema entornó los ojos.

—Claro, cómo no. De todos modos tengo mi propio dinero —se atusó el pelo con la mano izquierda y resopló—. Me siento como una mantenida.

—No te sientas así. Me da placer poder regalarte cosas. Y ya no puedes utilizar nada de lo que tenías, nena. Intentaremos que Deidara hackee tu cuenta bancaria sin que se registre en tus movimientos, pero mientras tanto, esto es lo que hay. Ya sabes que van detrás de ti.

—O de ti —repuso ella—. Hidan quería tu don. Algo tuyo. Recuerdo todo lo que dijo sobre ti mientras me mordía. No lo he olvidado —asumió con seguridad—. ¿De qué se trata?

Shisui todavía no sabía lo que quería Hidan de él porque, hasta entonces, sus verdaderos dones vanirios no habían despertado; pero no había olvidado su interludio con el vampiro. ¿Cuál era su don real? Solo la sangre de Tema podía dárselo, y ya se lo había hecho. Le había devuelto la capacidad de sentir.

¿Era eso lo que quería Hidan?

—Todavía no lo sé. Kakashi y Obito están siguiendo el rastro de los vampiros de ayer noche. Quieren saber de dónde vinieron. Lo que está claro era que querían eliminar a alguien, por eso tenían el explosivo. No venían solo a buscar sangre. Sea como sea, no voy a perderte de vista. Yo te protegeré. En realidad, tú tienes que vivir junto a mí, nos necesitamos; pero no quiero presionarte más, por eso quiero que estés a gusto en esta casa, aunque me vas a tener al lado. Cuando me necesites, cuando te haga falta —bajó el tono de voz y la desnudó con la mirada—, solo tienes que venir a por mí y pedirme lo que quieras.

Tema asintió, pensando que no necesitaba nada de él con tanta desesperación, pero siendo consciente de lo mucho que se engañaba. Movió los dedos de las manos, y esperó a que el druida colocara las llaves sobre su palma.

Cuando lo hizo, se dio media vuelta y salió de la casa para entrar en la que supuestamente iba a ser su nuevo hogar.

Cualquiera de las casas de ese hombre era digna de una revista de arquitectura y diseño. Tema nunca se hubiera quejado de su funcional y cómodo apartamento en el Soho. Lo había pagado con su esfuerzo, al igual que su coche, que ya nunca podría conducir de nuevo. Kisame quería que ella viviera en su mansión y siempre estuvo dispuesto a darle lo mejor, el muy hijo de puta; pero ella nunca cedió a ese tipo de facilidades.

No obstante, no era tan estúpida como para no valorar que esa casa que Shisui le había dado era una loa al buen gusto y a la calidez. El parqué claro y pulido, las paredes blancas y amarillas, el mobiliario en colores también claros... Y, Dios... Olía a él. Y ella no podía evitar sentirse como si la estuviera arrullando con una manta a todas horas.

Se estaba tomando un baño de agua caliente en la bañera blanca con pies de garras de oro, y con el dedo gordo del pie jugaba con las gotas de agua que, perezosas, caían del grifo.

Había dejado un libro de mitología nórdica y otro celta sobre el inodoro. Los tomó de la biblioteca. Cuando saliera de su pequeño paréntesis los leería. Y sabía que lo iba a hacer muy rápido. Del mismo modo que en su nueva sala de trabajo lo había preparado todo a una velocidad inhumana.

La conversión era maravillosa.

Naturalmente, ya no era como los demás.

La casa tenía cuatro plantas. En la primera había una cocina office, un inmenso salón con varios ambientes que daba, a través de un escaparate de cuerpo entero, al jardín trasero, no muy grande pero muy chillout. A ese hombre le encantaban los Budas, y en ese jardín dotado con chispazos Zen, había uno enorme: un Buda de Kamakura de piedra caliza. Precioso. Y, a mano izquierda, una piscina cubierta y climatizada. Parte de ella entraba en el salón, como si no estuviera del todo invitada.

En la segunda planta había tres habitaciones suites con baño y ducha incluidos, y un descomunal vestidor en el que Shisui había dejado todas sus bolsas de PurseValley. Se había permitido la licencia de colocar la ropa en cada percha, cajón o estantería. En la tercera, encontraba un gimnasio con las últimas maquinarias en aeróbico y, al lado, aquella asombrosa biblioteca con varios niveles que había cotilleado con satisfacción. Y la cuarta y última planta tenía una terraza de unos cincuenta metros y un estudio en el que podría trabajar horas y horas y morirse de gusto por ello.

Esa era su vida ahora. Era la misma persona que días atrás, a excepción de que tenía dones y sabía en qué bando trabajaba. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera y suspiró, clavando sus extraños ojos en el techo.

Shisui quería que estuviera bien. Pero ella solo estaría a gusto cuando Hidan y Kisame murieran. Así de sencillo. Sentía tanto rencor hacia ellos, que la rabia, en ocasiones, no la dejaba respirar. Pero procuraba mantenerla bajo control. Del mismo modo que siempre luchó por controlar su temperamento. Shisui y los demás podrían opinar de ella que era fría, pero la lava corría por debajo de su piel como veneno; y con sus cambios biológicos y neurológicos ya no le parecía tan mal sacar a pasear su carácter. Él se lo había dicho: se estaba reprimiendo.

Se acabó la represión.

Exhaló y cerró los ojos. No acababa de relajarse. No podía.

Al día siguiente construiría el acelerador. Si funcionaba, ella misma querría cruzar al otro lado para descubrir ese mundo que la humanidad se estaba perdiendo por culpa de la ignorancia popular. Pero no lo haría; al contrario: intentaría encontrar el modo de cerrar los portales.

Menudo estigma acarreaba la especie humana. Miedo, ignorancia y falta de curiosidad, tres defectos imperdonables. ¿Cómo se suponía que iban a evolucionar como civilización si, durante milenios, se habían creído el ombligo del universo? Si supieran la verdad, ¿qué sucedería?

¿La vida seguiría igual en la Tierra?

Mec mec.

El sonido de los mensajes de su nuevo iPhone retumbó.

De: Consejo Wicca! Rix Deidara

Ayer el Engel y los suyos recuperaron a Seier!

Ahora solo queda Gungnir!

Siguen en Escocia y esperamos nuevas noticias!

Genial. Ahora ya estaba incluida en los contactos de todos y podría informarse de lo que acontecía en relación a los tótems y todo lo demás, como si formara parte del grupo de «vanirios, berserkers, híbridos y amigos».

Habían recuperado el martillo y una espada. Una noticia genial. Echó una mirada de reojo a los libros que había cogido de la biblioteca y salió de la bañera, con su cuerpo regalimando agua por todos lados.

Se cubrió con una toalla y tomó las enciclopedias en sus manos. Sí. Empezaría a leerlos, se documentaría; y después, con una base más aceptable, podría interrogar a Shisui sobre todo lo que había leído en su sangre al beber de él.

Era un vanirio. Pero era un druida celta casivelano.

Quería saber.

Y qué mundo tan fascinante era. Sin darse cuenta, en poco más de una hora, se había leído los dos libros y había aprendido más de celtas y noruegos que en una de esas clases avanzadas universitarias de Historia. Asombrada por lo rápido que asimilaba todo lo que leía, soltó una carcajada repentina.

—Esto es la leche —susurró acariciando el lomo de Celtic Mythology de Ward Rutherford—. Estoy con un keltoi con colmillos y yo tengo superpoderes. Alguien de MARVEL tiene que explicar esto.

Su cerebro se había superdesarrollado y ahora se daba cuenta de que podía aprender todo lo que quisiera y más. Su miedo inicial a ser una zombi sin capacidad de razonar se había disipado y, por primera vez, disfrutó del echo de sentirse y saberse diferente. Finalmente, comprendió que podría conseguir todo lo que se propusiera, pero nunca podría jugar a ser Dios.

Esa era la diferencia entre los buenos y los malos. La diferencia principal entre vampiros y vanirios, o entre los jotuns de Loki y los asgardianos de Odín y Freyja.

Sí. Esa batalla entre ellos, ese famoso conflicto, estaba registrado en los libros como si de leyendas se tratase. Pero no lo era. Ahora lo comprendía, aunque tendría que hacer alguna pregunta a Shisui para aclarar algunos términos.

Y supo, en un momento de iluminación y de verdad, que ella sería de los buenos para siempre, y aunque había dudado de la naturaleza de su especial vecino, Shisui también era noble y bondadoso. Prueba de ello era que, siendo un druida, uno respetado en su clan, todavía no había utilizado sus dones para hacer daño a nadie ni para someter a los humanos bajo su poder. Y podía. Daba igual si manejaba la física cuántica o la magia; albergaba en su interior una fuente inconmensurable de conocimiento, y ella estaba deseosa de saberlo todo y conocerlo a fondo.

La científica se giró y estudió su reflejo desnudo en el espejo. Ella era una mujer. Nunca había sentido deseo por ningún hombre, se había negado a ello, pero con el vanirio era diferente e incontrolable. ¿Cómo podía sublevarse a su sensualidad? ¿Cómo podría no hacerlo?

Y peor todavía. Sabiendo que la estaban buscando, que ya había sufrido un ataque por parte de los vampiros y que el bien de la Tierra dependía mucho de esos vanirios y berserkers de los que ella ya formaba parte, ¿por qué su único pensamiento era el de ir a por el pelinegro y morderle hasta dejarlo seco?

Lo cierto era que se sentía cansada de sí misma y de sus reservas. Y ya estaba bien. Él la había convertido en vaniria y la había forzado a ser su pareja; y por su culpa se sentía tan desesperada y vacía. Ahora, que se atuviera a las consecuencias.

No le habían gustado las mujeres, pero se había sentido segura con Ameyuri y había realizado sus primeros pinitos sexuales con ella. Se había dejado querer porque era agradable recibir la atención de alguien, aunque siempre le había dejado claro que no quería nada serio con ella y que solo era su amiga.

Ahora sabía que sus hormonas, las de verdad, las instintivas y salvajes, se disparaban por Shisui; y ya no la asustaba como antes, al contrario. Ese hombre era un imán para su progesterona.

¿Y no iba a probarlo? Debía hacerlo.

Al menos, si iba a morir y estaba en peligro, quería saber lo que era la intimidad con un guerrero de más de dos mil años de edad. Quería dejar atrás su trauma y descubrirse a sí misma.

Como Daimhin lo estaba haciendo.

Y como todos esos guerreros que habían rescatado intentaban hacer día a día. Ya no se iba a esconder más. ¿Dolería? ¿Le haría daño? ¿Cómo sería? Una imagen inesperada de ellos dos desnudos con todo detalle, entrelazados en una cama, practicando todo tipo de posturas le atravesó fugazmente.

¡Shisui, salte de mi cabeza!

¿Qué? Ni hablar, nena. Te huelo desde aquí, y te juro que como cruces mi puerta, voy a acabar enterrado en ti hasta la empuñadura, ¿me has oído? ¡Me estás torturando, joder! ¿No te doy pena?

Puedo sacarte de mi cabeza. Sé muy bien cómo hacerlo. He aprendido y puedo...

Sí, bla bla bla... Soy superdotada bla bla bla... Pues hazlo, y procura que no reciba ni una imagen más de lo que estás imaginando o de lo contrario también te mostraré lo superdotado que soy.

El cretino le estaba hablando de su polla. Tema se imaginó una puerta mental y la cerró de golpe. Sí, la mente respondía a las imágenes figuradas. Precavida, cerró esa puerta con varios cerrojos y la aseguró con una mesa metálica.

«Por Dios, este hombre va a acabar conmigo».

Deja de escaparte, ratita. Me gustaría que te reunieras conmigo.

¿Por qué?

Mi hermano trae a un niño vanirio que está muy enfermo. Le cuesta recuperarse.

Pero tu hermano es el sanador. Si él no puede, ¿qué le hace pensar que otros tienen la solución?

Cree que puedo ayudarle, tiene fe en mí. Y yo quiero que tú nos ayudes en su diagnóstico. Conoces las sustancias que aplicabais en Newscientists, ¿verdad?

Sí. Pero no sé si utilizaban otras cosas. Comentó preocupada por el crío que no conocía. Recuerda que he vivido engañada durante... ¿Toda mi vida? Solo sé que no sé nada.

Oh, nena, cómo me pone que parafrasees a Elvis.

Tema soltó una carcajada y tosió por la falta de práctica. Jamás se había reído así. Se miró en el espejo. Estaba cambiando.

Ven cuando puedas, ratita, y ayúdame con el pequeño.

Claro... Dame unos minutos y bajo.

Y, Tema...

¿Sí?

Después comeremos. Aseguró con voz innegablemente seductora.

Tema no contestó a su último mensaje telepático.

Cerró los ojos y suspiró.

Nada, ni siquiera los quarks, la habían estimulado más que ese hombre. De Shisui no solo le gustaba su físico, sino también su sentido del humor y su agudeza mental. Y su olor... Joder, su olor era, definitivamente, lo que la mataba poco a poco.

El druida era una fórmula que no tenía resultado todavía. Al menos, no uno comprensible. Le afectaba a niveles que no comprendía. ¿Y eso no era lo mejor para una investigadora?

Sí. Estaba decidido.

La ciencia se basaba en las observaciones empíricas, y no en la fe ni en las suposiciones. La ciencia, al igual que las matemáticas, nunca engañaba. Y ella quería saber si el sexo entre un hombre y una mujer era una fórmula perfecta repleta de química incontestable.

Bien, intentaría por todos los medios darle un respiro a su hambre y a su cuerpo, e iría a por el vanirio esa misma noche.

Ella era valiente, aunque él creyera lo contrario.

Con ese objetivo, salió del baño y se metió en su vestidor.

¿Qué se pondría?

.

.

.

Shisui estaba sirviendo la mesa. O hacía algo como cocinar para ella, o se iba a buscarla y le arrancaba la ropa.

Tema era una de esas mujeres excepcionales que hacían que un hombre enloqueciera y la temiera por partes iguales. Sí, era hermosa. Muy hermosa para él. Pero no era esa cualidad la que lo ponía tan nervioso y lo excitaba tanto. Eran su inteligencia y aquella fachada de frialdad y autodominio. Las mujeres que había conocido, todas aquellas que él se había follado y se habían abierto de piernas a la primera de cambio, eran complacientes y sumisas.

Pero la astrofísica no era de esas.

Sus protecciones, los escudos punzantes de su alrededor, hacían imposible que un hombre se le acercara. Se la podía admirar de lejos, pero ella nunca te daría bandera blanca para tocarla. Bien por sus miedos, bien porque no encontraba a una persona que la enriqueciera lo suficiente o que pudiera darle lo que ella necesitaba, la joven rubia de ojos de hada era inalcanzable para todos los mortales, excepto para él.

Porque él era un sabio inmortal y un demonio viejo. Y el demonio sabía más por viejo que por demonio.

¡Y qué rápido aprendía la condenada! Su vaniria superdotada iba a reírse de todos los que intentaban incomodarla. Había plantado cara a Konan, a Tenten, a Tsunade... No se cortaba ni un pelo. Contestaba a todos con esa elegancia helada y esa honestidad que sorprendía a los demás; y a él lo ponía cachondo.

Y aun así, estaba preocupado y no se engañaba; Tema era una piedra angular para Hidan. La estaban buscando y querían lo que ella tenía: su sabiduría, su fórmula para abrir portales permanentes. Los vanirios y los berserkers debían protegerla y matar a Hidan y a Kisame antes de que estos dieran con ella.

El timbre de la puerta sonó.

Shisui sonrió y miró la mesa que había decorado con velas, flores silvestres y un delicioso menú. A su chica le gustaría y él era un conquistador.

Abrió la puerta y se encontró con el sanador. Su hermano Itachi traía en brazos al pequeño de tres años que habían rescatado de CapelleFerne y que no parecía recuperarse de sus heridas ni tampoco de aquella constante debilidad.

Itachi lo miró con preocupación.

—¿Esta casa es segura?

Shisui se echó a reír.

—Por supuesto. No sale en los radares, la protege una cúpula antimisiles y además tiene un sistema de reconocimiento muy avanzado. Espera —le detuvo antes de que cruzara el marco de la puerta. Abrió una pequeña caja metálica empotrada en la pared y tecleó la pantalla táctil—. Déjame desconectarlo un momento o se dispararán las alarmas. El niño no está insertado en la tarjeta visual del sistema.

—Me tienes que decir cuántas casas tienes, tío. No pienso perderte de vista otra vez.

—Relájate, brathair. Ya puedes entrar.

Itachi cargó con el niño y entró en la casa diciendo:

—No se recupera. Sus constantes caen en picado. No sé qué mierda le sucede y me estoy frustrando.

Shisui tomó al pequeño de brazos de Itachi. Era el crío pelirrojo de ojos azules claros que lo había mirado en el Consejo y que estaba agarrado a la mano de Daimhin.

—¿Cómo se llama?

—Eon —contestó Itachi tomándole el pulso con la muñeca—. Es la tercera vez que se desmaya en el día de hoy: se queda como muerto, como si no tuviera batería.

Shisui lo colocó sobre el sofá marrón. El crío estaba tan pálido que su piel parecía transparente.

—Le he hecho transfusiones y le he dado vitaminas. No tiene nada roto, y sus heridas han cicatrizado, pero —explicó frustrado— se desconecta. Y no soporto verlo sufrir.

Shisui asintió y acarició la cabeza afeitada del niño.

—¿Y por qué crees que puedo ayudarle?

—Porque donde no llega la ciencia, empieza la magia. Tus dones han despertado, druidh.

Shisui meditó sus palabras.

Sí. Sus dones habían despertado, pero ni siquiera él sabía cuánto poder tenía ahora.

—¿Te acuerdas de la flor? —preguntó Itachi sentándose al lado del cuerpo inconsciente de Eon.

El druida evocó ese recuerdo y sonrió con melancolía. Eran pequeños y estaban en el poblado casivelano, cerca del río Támesis. Itachi y Konan admiraban la belleza de una magnolia cuando Kakazu llegó con todo su ímpetu y su soberbia y la pisó con fuerza hasta aplastarla. Konan se había quedado muy triste al ver la ira de Kakazu y el destrozo de la flor, y Itachi no sabía cómo consolar a la pequeña. Entonces llegó él.

—Kakazu la aplastó —explicó Itachi—. Pero tú llegaste y te acuclillaste a nuestro lado, mirando el tallo partido y los pétalos quebrados. Konan parpadeaba para detener sus lágrimas y tú le sonreíste. Colocaste las manos alrededor de la flor, cerraste los ojos y susurraste: tha I falláinn dharíridh. Ella está sana. Y así, ante nuestros ojos, la flor revivió: su tallo se unió y los pétalos se llenaron de vida y de color, como si nunca hubiese sido pisada.

—Sí. Lo hice —reconoció Shisui—. Ese día le dije a athair que aceptaba mi don y que sería el druida del clan. Cuidaría de todos para siempre.

—Lo sé. Padre estaba tan orgulloso... ¿Sabes? Lo recuerdo a menudo, ese momento no se va de mi cabeza —juró apasionado—, y siempre he creído que, si pudiste hacer eso con la flor, ¿qué te impide hacer lo mismo a una escala mayor? Estabas lleno de luz en ese momento, tío. Todo tú transmitías poder. Yo puedo sanar, me gusta la medicina. Pero creo que hay unos límites en ella. Y donde yo no llego con mis conocimientos, puedes llegar tú con los tuyos. Y no me importa no comprenderlos si dan resultados.

Su hermano era un hombre sincero y noble. Y Shisui siempre lo había querido, incluso más que a sí mismo. Ahora sabía por qué: Itachi siempre había sentido que su capacidad de sanar era menos importante que la de ser druida del clan y aun así, jamás lo envidió. Siempre le animó a que intentara todo y a que siguiera ejercitando su magia. Amor incondicional, eso era Itachi para él.

—Aquella noche...

—¿Cuál?

—La noche que la jodimos, Shisui. La noche de Caledonia.

—Yo la jodí —replicó el druida—. Tú no hiciste nada. Yo fui quién reventó a los romanos con Hidan y Kakazu. Tú solo entraste al poblado para ver si había alguien con vida. Yo no. Yo bajé a matar.

—No importa —aseguró su hermano—. Nos afectó a los dos por igual. Yo estuve dos mil años separado de Konan; y a ti también te hicieron pagar. Soy tu hermano y sé que hicieron algo contigo; algo relacionado con tu pasión por la magia porque, después de esa noche, nunca fuiste el mismo.

—Sí. Me jodieron —apretó la mandíbula. Joder, se lo habían quitado todo.

—¿Qué te hicieron?

—Digamos que dejé de sentir pasión, en todos los sentidos. Perdí las emociones y también mi facilidad de convocar mi don. Cada vez era más difícil —se observó las manos—, hasta que, al final, desapareció. La magia en mí... se fue. Frey me dijo que mi don regresaría en el momento en que encontrara a mi cáraid. Durante todos estos siglos, usé rituales y conocimientos; sin embargo, mi don natural estaba muerto. Fingí que todo iba bien. Pero no era así. Nadie se dio cuenta de lo que me sucedía.

—Yo sí —aclaró Itachi—. Tu mirada se apagó.

No se podía engañar a un hermano.

—¿Y ahora es diferente? —inquirió Itachi—. ¿Esa mujer te ha cambiado en algo?

Claro que sí. Tema le había devuelto las sensaciones y el interés por aquello que le rodeaba. Ella era su magia y la amaría eternamente por ello.

—Por supuesto. Ahora mi poder ha regresado.

—¿Pero...? —Itachi sabía que su hermano tenía miedo de algo y no sabía de qué.

—Pero... No sé cómo soy de poderoso.

Ya lo había dicho. Sí, su principal miedo era sobrepasarse y provocar que los dioses volvieran a putearlo por abusar de su poder. Y tenía tanto que no sabía cómo no explotaba. Su pareja le había dado una brutal fuente de energía interna. Lo notaba en el temblor de su cuerpo y en la electricidad de su piel.

—El druidh siempre mira por el bien del pueblo —lo tranquilizó—. Nunca harías nada que nos pusiera en peligro.

—¿Por qué estás tan seguro? —él no estaba tan convencido. El poder conllevaba responsabilidad, y superado como estaba por todas las emociones que provocaba su mujer en él, no sabía si llegaría el momento en que la euforia y la preocupación por ella le hiciera perder el control—. Soy una especie de condensador. Como una puta dinamo. Desde que bebo sangre de Tema, mi poder aumenta, y también mi deseo por ella. Y no sé cómo rebajar esa energía que crece y crece —apretó los puños—. Es como si necesitara descargar adrenalina constantemente. A veces, incluso veo borroso, como si los objetos se desdoblaran. Hay algo en mi interior que se calienta y quiere estallar. Sin ir más lejos: la otra puta noche, cuando nos atacaron. Itachi, tío... Creo firmemente que podría haber volado Dudley con un barrido de energía. Y me asusté.

—¿En serio? —Itachi arqueó las cejas—. Bueno, es normal; me ha pasado lo mismo cuando Konan ha estado en peligro. Sientes que te vas a morir...

—No, joder... No se trata de eso, no de la relación de cáraids. Es otra cosa que no sé explicar.

Su hermano lo estudió y asintió con incomodidad. No sabía lo que la sangre de Tema provocaba en Shisui, pero siempre podría estudiarlo. Los dioses habían castigado a su hermano con la insensibilidad y la apatía. Podría ser que, ahora, esas emociones durante tanto tiempo dormidas estuvieran sobrepasándolo.

—Si te quedas más tranquilo, mañana podemos hacerte unas pruebas para medir tu energía y analizar tu sangre. Mientras tanto, ¿por qué no probamos con ayudar a Eon? Él te necesita.

Por supuesto. El niño necesitaba su ayuda, y nada le gustaría más que ver cómo abría esos ojos azules de nuevo. Era un druida. Tenía el poder de evocar la energía y manipularla a su antojo. ¿Podría equilibrar la del chiquillo?

Se arrodilló frente a Eon y se concentró en su débil corazón. El pequeño vestía con un chándal gris y se veía diminuto al lado de ellos.

Shisui se apenó por él. Ahora no le era difícil conectar con los demás y por eso sentía la fragilidad de aquel pequeño de tres años como si fuera suya. Focalizó en sus constantes vitales, en su respiración y en la circulación de su sangre. Las cicatrices de su cabeza le debilitaron las piernas y su estómago se encogió, pero eso no impidió que conectara con su esencia más pura.

Frunció el ceño.

Eon estaba agotado. Su energía vital se apagaba, y cualquier agente externo agresivo podía poner en peligro su vida. No sabía por qué, ya que, en principio, ni los vanirios ni los berserkers enfermaban. Pero aquellos niños habían estado expuestos a todo tipo de experimentos y sustancias y, seguramente, una de esas sustancias químicas estaba provocando aquel desbarajuste en su cuerpo.

—Hay algo alrededor del pequeño. Algo que intenta agredirle. No sé lo que es.

—¿Un virus? —preguntó Itachi.

—¿Un parásito? —la suave voz de Tema atravesó la sala.

Apareció en el portal del salón, con una camiseta negra de tirantes que ponía: «Según Einstein soy relativamente sexy». Llevaba unos pantalones cortos de algodón del mismo color que le quedaban como un guante y unas zapatillas playeras negras. Se había pintado las uñas de las manos y de los pies de negro, escogido de entre la gama de lacas que le habían comprado las tres psicópatas.

Quería mostrarse tal y como ella era. Era una mujer sencilla a la que no le gustaba mucho llamar la atención. Ese atuendo, en teoría, no debía hacerlo. Pero parecía todo lo contrario, a tenor de las miradas que le echaban los dos vanirios.

Shisui tragó saliva al verla, y Itachi se mareó al inhalar el perfume de la atracción entre su hermano y la científica.

—Yo... —Confundida y extrañada por la escena que veía frente a ella, señaló con el pulgar a sus espaldas y dijo—: He entrado por una de las puertas comunicantes entre tu casa y la mía —explicó acercándose a ellos y arrodillándose al lado de Shisui para inpeccionar a Eon—. ¿Se pondrá bien? —le levantó los párpados y palpó sus pulsaciones.

Shisui y Itachi la miraron con sorpresa, el primero sobre todo. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Habían estado tan concentrados en el poder que evocaba Shisui que no se fijaron en si tenían o no observadores.

—Está muy mal —Shisui intentó no prestar atención al pelo suelto y rubio de su mujer, ni al sobrecogedor olor a fresas. Así que, concentrándose de nuevo, se hizo uno con la esencia del pequeño. Podía aliarse con él.

—¿Le habéis realizado análisis toxicológicos? —la rubia alzó la cabeza, esperando la respuesta de Itachi.

—Sí. No hay ni rastro de drogas —contestó el sanador.

Mientras tanto, Shisui cogió el dedo índice de Eon y lo mordió ligeramente, solo para que una gota de su sangre cayera en su lengua y él pudiera discernir lo que realmente ocurría con su organismo.

—¡No puedes beber de él! —exclamó la chica, aterrorizada.

—No te preocupes. Deja que haga su trabajo, es solo una gota de sangre —sostuvo Itachi—. Eso no le hará nada.

—Pero...

—Deja que haga su trabajo, atharneimhe.

Shisui cerró los ojos y dejó que la hemoglobina de Eon hablara por él. No era suficiente como para ver nada del pasado del crío, ni siquiera un destello; pero sí que podía dar un diagnóstico perfecto sobre su estado de salud. Y no porque supiera más que el sanador, sino porque él tenía el don de trabajar la energía de todo ser viviente y había desarrollado durante mucho tiempo la capacidad de trabajar con los olores y los sabores corporales, técnicas aprendidas en Oriente.

—Su sangre tiene metal —gruñó abriendo los ojos—. Está intoxicado.

Itachi asintió con tranquilidad.

—Eso hace que tenga graves daños en el cerebro; de ahí que sufra esos vahídos. No le llega suficiente oxígeno ni a los órganos ni al corazón.

—Pobre criatura... Todo su sistema inmunológico debe de estar por los suelos —anunció Tema—. Es un niño de cristal; necesita desintoxicarse y descansar en una cámara de aislamiento. ¿Qué tipo de metal tiene?

El druida palpó el paladar con la lengua.

—Esa una aleación extraña. Parece platino y oro, pero no lo admito con seguridad. Y mercurio. Mercurio seguro.

—Por eso tiene el hígado y los riñones en mal estado —se lamentó Itachi—. ¿Cómo se ha intoxicado por metales pesados? No lo comprendo —miró a Tema esperando una respuesta.

—No sé si en Newscientists utilizaban o no otro tipos de tratamientos para torturar a sus rehenes —se defendió ella. La miraba acusatoriamente—, pero sabiendo lo dolorosa que es la intoxicación por metales en la sangre, no dudo que no lo hubieran puesto en práctica con el niño. Solo para experimentar.

—Claro —se mofó el sanador, mirándola con desprecio—. Solo para experimentar.

Tema se levantó, con los puños apretados a los lados de las caderas.

—Estoy harta de esto. Escúchame bien, doctorcito —lo fulminó con los ojos—. Nunca en mi vida he puesto la mano sobre un niño. ¡Jamás! Y no lo hubiera hecho aunque se hubiese tratado de niños vampiros. No soy un monstruo.

La pasión con la que se defendió dejó al vanirio sin palabras.

—No he dicho nada —replicó Itachi con los ojos entrecerrados.

Aun así, el daño ya estaba hecho; y no conocían las auténticas consecuencias del envenenamiento del pequeño. Pero si había alguien que podía aislar a Eon de toda la agresión externa que su cuerpo sin defensas iba a sufrir ese era Shisui.

—Eon tiene el aura muy fisurada —Shisui acarició la carita del vanirio—, y su energía electromagnética está cayendo en picado debido a la misma agresión y atracción que provocan los metales con todo tipo de radiación a su alrededor. No va a morir, porque no lo voy a permitir —aclaró con seguridad.

—Pero Tema tiene razón —afirmó el sanador a regañadientes—. Ahora mismo es un niño de cristal. Cualquier amenaza en forma de bacteria, virus, parásito o germen puede hacer que lo pase todavía peor. Necesita recuperarse. ¿Puedes ayudarlo, brathair, sí o no?

Shisui sonrió altivo. Claro que podía. El problema era que la forma etérea de Eon, su auténtico ser, que era como un halo que rodeaba a todo ser vivo, estaba completamente difuminada. Perdida y bloqueada, como si no se pudiera llegar a ella de ninguna de las maneras. Pero en cuanto el pequeño se empezara a encontrar mejor, seguro que el aura surgiría de nuevo, se reconstituiría y él podría ayudar a equilibrar a Eon por completo, otorgándole su estado original, el más puro.

—Voy a protegerlo y a crear una cúpula a su alrededor. De ese modo, ningún agente externo podrá debilitarlo más y su sistema inmunológico se recompondrá poco a poco.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —preguntó Tema abriendo los ojos como platos.

—Con las manos, listilla. Y con mi don. Observa y verás —Por Ceridwen, mataría por ver cada día esa mirada de admiración en Tema.

El druida cerró los ojos y pasó las manos abiertas por encima del cuerpo de Eon sin tocarlo en ningún momento. Se concentró en su respiración, decidido a cuidar de Eon, a crear ese cobijo para él.

Camaigeoil Eon. Inaccesible Eon —decretó en voz baja. Sus manos se iluminaron y la luz que irradiaban entró en el diminuto cuerpo del enfermo—. Nada ni nadie tendrá acceso a ti ni a tu vulnerabilidad. Te cuido y te oculto para que sanes. En tu cúpula estás a salvo.

Tema parpadeó para entender lo que sus ojos tan críticos y científicos estaban viendo. Y no tenía palabras. No tenía palabras para describirlo. Shisui era un vanirio que podía manipular el campo energético cuántico de los seres vivos. No había otra explicación a lo que estaba presenciando.

Él lo había llamado aura. Ella lo llamaba el campo electromagnético cuántico. Y verlo en acción era como ver actuar a Dios; en caso de que Dios existiese, claro. Ese hombre tan grande y poderoso estaba tratando con tanto cuidado y mimo a Eon que sintió, vergonzosamente, que se le empapaban las bragas, que por cierto, no llevaba. Y también quiso esa atención para ella.

—Ya está —finalizó Shisui incorporándose con orgullo—. ¿Listilla, qué te ha pare...? —No pudo continuar la pregunta. La mirada que le dirigía Tema lo inmovilizó. Tenía los ojos muy claros, no parpadeaba, estaba sonrojada, sus colmillitos asomaban brillantes por su labio superior y respiraba con la boca abierta. Estaba tan excitada que el olor invadió el salón—. Joder, ¿Itachi?

—¿Sí? —el sanador era plenamente consciente de lo que estaba pasando, pero le divertía ver a su hermano tan descontrolado.

—Desaparece.

—¿Y Eon?

—Se queda conmigo —en ningún momento perdió la mirada de Tema, tan salvaje y descarnada que parecía una fiera.

—¿Seguro?

—Que te vayas. Ahora —ordenó seco y con la voz ronca.

Itachi se dio media vuelta y, con una sonrisa, huyó de la casa que apestaba a vinculación vaniria.