12
—¿Estás bien, nena?
Tema no se atrevía a moverse. Quería arrancarle la ropa a ese hombre que había hecho magia con sus manos y había cuidado de un niño pequeño y enfermo. Había algo demoledor en la imagen de un guerrero protegiendo a un crío; era algo romántico y platónico que estaba en la psique femenina, como si fuera uno de los estereotipos ideales para una mujer.
Y ella no era indiferente a esa imagen.
Le arrancaría la camiseta negra y esos pantalones negros holgados que le caían por la cintura y marcaban sus caderas. Iba descalzo, y sus pies eran tan sexys que hasta le apetecía lamerlos. La serpiente que le rodeaba el brazo cada vez le gustaba más. ¿Qué más había en él que la abrumaba? Ah, sí: todo.
Ahora lo veía como un héroe, muy diferente de cómo lo vio días y semanas atrás.
Sí. Era un héroe que había sufrido en sus manos y que, lejos de vengarse de ella haciéndole un daño irreparable, le había dado una nueva oportunidad; otro modo de vida, de existencia.
El mundo se abría ante ella con otro prisma. Y, gracias a eso, había asistido a algo tan increíble como la manipulación natural de los campos cuánticos. Shisui podía hacerlo sin máquinas, sin aceleradores, sin medidores... Él podía, y eso la puso tan a cien que la ropa le molestaba.
Pero ni siquiera eso era lo mejor. Lo mejor era saber que ese guerrero celta, un druida de pies a cabeza, podía llegar a pertenecerle.
Nunca había sido dueña de nada. Ser o no ser dueña de algo era, incluso, un término demasiado posesivo como para apreciarlo. Pero creer que Shisui podía ser de ella, y darse cuenta de que ella, por primera vez, quería ser de él, estuvo a punto de ponerla de rodillas.
«Sí. Quiero probarlo. Quiero que me valore y que me pertenezca». Pero, ¿cómo se suponía que lo iba a lograr? No tenían mucho en común.
Sin embargo, tenía mucha sed y poca idea de seducir; y Shisui era tan grande, tan enorme y tan llamativo... Él afirmaba que la deseaba. Pero no la trataba de diferente manera que a las demás mujeres con las que se había cruzado. Y eso le había puesto tan celosa...
«¿Le gusto de verdad? ¿Le gusto solo porque le he devuelto su don? Le gusto porque soy su despensa».
—No pienses más —él dio un paso hacia ella, obligándola a mirarle, a que no retirara esos hermosos ojos llenos de curiosidad, miedo y deseo—. Déjate llevar ahora mismo, Tema.
—No sé cómo acercarme a ti —confesó, llenándose de su olor a canela—. Nunca me he interesado por un hombre. Apenas controlo mis reacciones y...
Él emitió un sonido de satisfacción e incredulidad.
—Yo te diré cómo. No te apartes.
Shisui se inclinó poco a poco y descendió la cabeza hasta colocar sus labios en un ángulo idóneo para besarla.
Era un corderito un poco contradictorio. Por un lado estaba insegura y asustada pero, por el otro, en cuanto supiera y entendiera de verdad que él jamás le haría daño, esa mujer iba a soltar a la leona interior, la que él sabía que amarraba con todas sus fuerzas y, entonces, que todos los dioses celtas lo cogieran confesado. Porque Tema iba a ser igual de metódica y apasionada en la cama como lo era fuera de ella, con todo lo que le gustaba. Tema era cazadora, tanto o más que él.
—¿Vas a huir, gallina? —Su boca estaba a un centímetro de la suya—. Se acabaron los rodeos, Tema.
—No quiero huir.
—Entonces, ¿quieres probarme?
—Shisui... —Los párpados le pesaban, sus palabras la avergonzaban y su piel ardía—. Deja de presionarme, por favor... Yo... no entiendo lo que me pasa...
—Si quieres probarme, dilo. Pídemelo. Ahora.
«¡Claro que quería probarlo!». Entendía la actitud de Shisui. Quería asegurarse de que lo que iban a hacer iba a ser de mutuo acuerdo.
—Quiero... Quiero probarte —afirmó acercando su boca a la de él.
—Acércate más.
Ella lo hizo.
—¿Has dado alguna vez un beso vanir?
Tema negó con la cabeza. Temblaba de excitación.
—Bien —gruñó Shisui—. Pruébame. Enséñame cómo besas.
Y no se lo pensó dos veces. Se acercó a su viril y sensual boca y rozó sus labios delicadamente. Giró la cabeza y se colocó de puntillas para acceder mejor al beso. Cuando los esponjosos labios de ambos se unieron, Tema sintió que moría y revivía en un mismo instante. La lanzaban por los aires y caía al vacío. Ese hombre era el fruto prohibido.
Sus labios insistieron, esperando una respuesta de Shisui que no llegó. Impaciente, se apoyó en sus extraordinarios hombros y disfrutó del tacto de su piel. Incluso sus manos sentían placer al entrar en contacto con su cuerpo. Sus dedos querían hacer una ola y correrse a la vez.
Gimió impotente, anhelante por que él colaborara y demostrara que le gustaba lo que estaba haciéndole. Le besó tentando sus labios superior e inferior. Quería que él abriera la boca, pero permanecía impertérrito.
—¿Shisui? ¿No me vas a besar? —murmuró sobre sus labios, observando sus ojos negros entrecerrados. ¿Qué le pasaba? Se lo estaba poniendo difícil el condenado. Juraría que estaba tan excitado como ella.
—¿Quieres que te bese?
—Sí.
Alzó una ceja y esperó a que Tema entendiera lo que eso implicaba. La joven parpadeó y sus ojos de oro y esperanza se llenaron de clarividencia.
—¿Te lo tengo que pedir todo? —preguntó insegura y herida.
—Por supuesto, nena. No quiero que haya ni un puñetero mal entendido entre nosotros porque, si me das luz verde, no podré detenerme. Y quiero que lo tengas claro. Esta noche follamos sí o sí.
Tema asumió todas las consecuencias del acto. Follar era una palabra que no le gustaba, pero Shisui era franco y directo cuando se sentía ansioso. Y ella también lo era. Las facciones del pelinegro estaban endurecidas por la tensión.
La científica nunca hubiera podido negarse, aunque lo desease. Su cuerpo estaba activado y solo el druida sabía cómo apaciguarlo. Y quería. Vaya si quería.
—De acuerdo. Bésame. Dame un beso Vanir, Shisui.
Una hada rubia de ojos verdes y que olía a fresas le estaba pidiendo un beso Vanir. Y los besos Vanir eran su especialidad. Él los había inventado, joder.
—Mo dolag... —ronroneó agradecido y relajando los músculos—. Por fin. Ven aquí.
Todo el control y la precaución se perdieron en el arrollador beso que le dio Shisui. El druida hundió las dos manos en el pelo de Tema y la retuvo, profundizando en su boca, mordiéndole los labios y luego lamiéndoselos para calmar el escozor.
—Dame tu lengua —le introdujo la lengua y se conmocionó cuando Tema le obedeció. Con timidez al principio, y con más entusiasmo después.
Qué bien sabía. Qué caliente y suave era su lengua. La joven se abandonó a su abrazo, al modo que tenía de dominarla, y cedió gustosa a la sensación. Había pensado que le daría miedo, que la asustaría estar con alguien mucho más fuerte que ella, pero descubrió que lo que más le gustaba de él era eso.
Su poder. Su fortaleza. Su físico. Tan duro y compacto en los lugares en los que ella era delgada y suave. Te sublevabas porque así lo decidías, y porque confiabas en la otra persona. Eso era el sexo entre un hombre y una mujer. Pero aunque ella no tenía confianza en Shisui, su cuerpo pensaba lo contrario.
Shisui succionó su lengua varias veces, y Tema sintió que sus pezones se ponían en guardia. Le dolía la piel... bendita naturaleza llena de opuestos.
—Te tengo, Tema —la cogió en brazos, y la obligó a que le rodeara las caderas con sus largas piernas. La colocó de modo que su pene rozara su sexo.
La rubia cerró los ojos y se mordió los labios con los colmillos.
—No puede ser... —susurró impresionada—. Mi cuerpo se calienta cada vez más y más.
Y más que se iba a calentar, pensó Shisui. La besó de nuevo, y rozó su garganta con la nariz.
—¿Y qué hacemos con Eon? —preguntó ella para coger aire.
—Eon está descansando. Dormirá un buen rato. La pregunta es: ¿qué voy a hacer contigo?
Caminó con ella hasta la cocina y la colocó sobre el islote central, tirando de un manotazo los utensilios metálicos y algunos de los platos que había preparado. Se ubicó entre sus piernas, ejerciendo presión y rotando las carreras. Los pantalones de algodón de ambos no eran muy gruesos y permitían que el roce fuera hipersensible.
Shisui la retuvo por los pelos de la nuca y lamió sus labios perezosamente. Tema sollozó, luchando por recuperar el contacto, por probar su lengua y comerse su sabor; pero él no se lo permitía.
—Quieta. Ahora, dime: ¿qué quieres que te haga?
Tema apenas oía su voz. Su sexo palpitaba y sabía que se estaba preparando para su invasión. Ese desenfreno vanirio era un cúmulo de despropósitos. Pero, ¿a quién le importaba?
—Házmelo todo —contestó desinhibida—. Pero quítame esta locura de encima. Es insoportable.
Shisui sonrió y le bajó los tirantes de la camiseta hasta que asomaron sus pechos.
—¿No llevas sujetador? ¿De dónde coño has sacado estas camisetas? —rozó las letras blancas.
—Tus amigas. Han creído que —se detuvo al sentir que él le magreaba los senos —. Oh, por favor...
—¿Qué han creído?
—Que... que me iba a molestar llevarlas. Pero me gustan.
—¿Einstein piensa que eres relativamente sexy? —leyó excitado.
—Sí. Eso piensa.
—Einstein no tiene ni puta idea. En ti no hay nada relativo. Toda tú eres una apabullante realidad. Y estás condenadamente buena.
El druida movió las palmas de las manos sobre ellos y meció las caderas como si ya estuviera dentro de ella. Le gustaban mucho sus tetas. Eran preciosas.
—¿Te sientes mal por actuar así conmigo? —le presionó los pezones con fuerza y los rotó con el índice y el pulgar. Ella se quejó, pero disfrutó de la particular caricia.
Tema no entendía la pregunta. ¿Así cómo?
—¿Como si fuera una fresca? —La respuesta hizo que Shisui se inclinara y se metiera un pezón en la boca. Y ella perdió el hilo de lo que estaba diciendo. Le sostuvo la cabeza para asegurarse de que no dejara lo que estaba haciendo. Él succionó con fuerza y torturó el sensible brote durante minutos, y a ella se le saltaron las lágrimas. Cuando acabó con él, miró el otro con anhelo—. Shisui...
—No eres una fresca por querer estar con tu pareja y aceptar lo que yo quiero darte —juró, metiéndose el otro pezón en la boca. Lo dejó rojo e hinchado, y tan estimulado que incluso palpitaba—. No me gusta que infravalores esto. No es ningún calentón.
—Podría decirte que discrepo, pero... Ahora mismo no sabría argumentar mi postura —reflexionó con su aplastante lógica.
—Qué fría eres... Me partes el corazón —bromeó él—. Tu postura es la correcta, ¿ves? —Le abrió más las piernas y se frotó contra ella, con fuerza y golpeando el punto exacto—. ¿Quieres correrte, Tema?
La rubia intentó abrazarse a él, ocultar su rostro para paliar su sensación de exposición; pero el druida lo quería todo, y no iba a permitir que se escondiera.
—Ni hablar —volvió a tirarle del pelo y le inclinó la cabeza hacia atrás—. Llevo siglos esperando esto. No me retires la cara —con la otra mano le bajó los shorts de algodón y la dejó completamente desnuda. Su sexo brillaba por los jugos de su excitación.
Los ojos negros de Shisui se clavaron en su entrepierna lisa. Sus colmillos explotaron en su boca y las aletas de su nariz se dilataron por el afrodisíaco olor.
—¿Tema? —Esperó su invitación haciendo circulitos sobre el inicio de su raja.
—Maldito seas —la iba a hacer suplicar—. Sí. ¡Sí, tócame!
Shisui la besó y, al mismo tiempo la acarició entre las piernas.
—Oh, joder —lamentó ella, presa de temblores que avecinaban un éxtasis atronador. Se dio cuenta de que tenía una convicción paupérrima. Esa misma mañana le había dicho que no iba a lograr sacar de ella más que su sangre y que su relación no podía ser sexual; incluso había asegurado que no le iba a gustar beber de él. Ahora estaba abierta de piernas, muerta de ganas por clavarle los colmillos; y lo mejor era que jamás se había sentido tan bien. Sentía en lo más profundo de su ser que eso era lo correcto. ¿Cómo podía ser?
Shisui le introdujo dos dedos sin avisar. Ella le clavó las uñas en los hombros y lanzó un grito de placer y de sorpresa.
—Abre los ojos y mírame —ordenó con voz dura.
Ella lo hizo y... ¡Pam! Se corrió. Así, sin más. Como si ese hombre supiera lo que tenía que hacerle y en qué lugares debía presionar para que llegara al clímax en un santiamén.
Perdida, se balanceó contra su mano, adelante y hacia atrás, y disfrutó del roce de los dedos de Shisui en su interior. Cómo los movía, cómo la apretaba...
Dios. Qué liberador era aquello.
Él los extrajo de su interior y se bajó los pantalones hasta media pierna. Tampoco llevaba ropa interior, así que su erección salió propulsada hacia adelante.
Tema todavía se estremecía por el orgasmo cuando sintió que algo enorme la tanteaba en sus partes más íntimas.
—No, no... Espera un momento —intentó apartarlo, pero él era demasiado fuerte.
—Te he dicho que no me detuvieras.
—¡No quiero detenerte! —gritó asustada—. Pero es que... ¡Eres muy grande! Y eso no puede... Es que no puede... Es imposible que entre, Shisui. En serio —negó con la cabeza. Recordó la película absurda que vio una vez, la de La cosa más dulce, y le vino a la mente el estribillo de la canción: «No, no puede caber aquí... No puede caber aquí...». Imposible.
El druida se enterneció por ella. Esa Tema dubitativa e insegura era nueva para él. Estaba tan guapa ahí sentada, húmeda, sonrojada y llena de sus marcas en los pechos, que no quería perder más tiempo. Necesitaba introducirse en su cuerpo.
Shisui la empujó suavemente para que se estirara sobre la mesa, muy fría al tacto, sensación que Tema agradeció.
—¿Me vas a hacer daño, druida? Yo nunca...
—¿No eres virgen, verdad? No tienes himen…
—¡No! No lo soy. Yo hacía hípica y... Bueno, a las amazonas les pasa eso. A veces, el himen se rompe solo.
Shisui lo sabía. Había visto a Tema cabalgando.
—Pero nunca he estado con un hombre. Y mucho menos he probado algo así. —Descendió los ojos por su musculoso cuerpo hasta depositarlos en su verga. Madre del amor hermoso, no podía ser real. Era gruesa y larga, muy grande, muy... hinchada.
—Nena, me matas si me miras así.
Tema observó que tenía el prepucio húmedo y rosado.
Shisui se cogió el tallo y volvió a colocarlo en el portal. Tenía ganas de llorar de alegría. Milenios sin disfrutar del sexo, follándose a toda mujer que tuviera delante, esperando que, por un milagro, encontrara a su cáraid entre ellas. Ninguna le había servido.
Excepto Tema. La más mala. La más lista.
La rubia oscureció la mirada y sonrió con malicia.
—¿Has estado con tantas mujeres? —gruñó repentinamente. Eso la mataba. Le ofendía y la hería—. No has perdido el tiempo.
—Te buscaba.
—¿Entre las piernas de otras? —Rodeó su cintura con los muslos y clavó los dedos en sus prietas nalgas. Odiaba eso. Sentía rabia e ira al saber que Shisui había estado con otras mujeres; pero no imporaba, ¿no? Ahora estaba ahí con ella.
—Tú también has estado con otras mujeres, nena, y no estoy celoso por ello.
—Sabes perfectamente que no es lo mismo. Es ridículo que hagas esa comparación. Y lo que yo haya hecho con Ameyuri...
—No importa. No sabes cómo me gusta oler los celos en ti. Pero no tienes que temer a nada, Tema —se impulsó hacia adelante y se empaló poco a poco, centímetro a centímetro—. Solo existes tú de ahora en adelante. ¿Lo sientes? ¿Sientes cómo me meto en ti?
Tema alzó una mano, lo cogió de la nuca y lo inclinó hacia ella.
¡Sí que importaba!
Shisui iba a besarla en los labios, pero ella le hizo la cobra, y aprovechó para morderle, abrir la boca y clavarle los colmillos en la yugular. Bebió hasta hartarse y acompañó los sorbos con las punzantes estocadas de Shisui.
Sí que importaba. Otras mujeres lo habían tocado y manoseado. Los celos y ella no eran compatibles. No sabía cómo manejarlos porque nunca había experimentado esa sensación de propiedad hacia alguien. Y aunque sabía que no iba a hacerle ningún bien, sí que quería leer en su sangre lo que el druida había hecho antes de conocerla. Porque era una masoca. No tenía mucha experiencia. Shisui la estaba penetrando sin remisión, y le ardían los músculos internos. Pero eran un dolor y una sensación bienvenida. Nunca había albergado nada tan grande. Los escarceos con Ameyuri habían sido superficiales y no incluían penetraciones. Ni mucho menos como esa que estaba sufriendo su pobre sexo en ese momento.
Por favor, ese hombre se metía tan adentro que lo sentía hasta en la garganta.
Shisui y ella eran muy parecidos. Ambos habían anhelado algo que no encontraban en nadie. Pero había una gran diferencia en el modo de proceder de cada uno: él se había tirado a un ejército de mujeres solo con el objetivo de encontrar a aquella que le devolviera el don, sin importar si sentía o no sentía algo por esa persona.
Mientras Tema bebía, veía a cada una de esas mujeres. Cientos y cientos de hembras pasaban por su cama. Las cosas que les hacía... Lo que a él le gustaba... Y aunque sentía que él no había sido feliz con aquello, no le dolía menos. La laceraba ver todo eso. Tantas mujeres desnudas; algunas contra una pared, otras en la cama, atadas, en el suelo, colgando de... ¿Eso era una vara? En todos lados, en miles de posturas. Y todas le besaban. Y él aceptaba sus besos.
Sin poderse controlar, se le llenaron los ojos de lágrimas y se insultó mil veces a sí misma por ser tan estúpida. ¿Qué esperaba? ¿Que ese playboy inmortal que estaba entre sus piernas tuviera tan poco recorrido sexual como ella? ¿Por qué sentía que la había traicionado?
Ofendida por sus recuerdos, desclavó los colmillos.
Shisui había actuado así. Era una realidad que no podía borrar.
Pero ella no había obrado igual.
Había optado por compartir su tiempo con mujeres, porque los hombres le daban miedo, no porque no le gustaran ni le fueran atractivos. Ahora lo entendía. Pero Ameyuri siempre había querido más que roces y caricias, y ella nunca había cedido porque no quería herirla. Jamás se hubiera enamorado de Ameyuri, sobre todo porque, químicamente, su cuerpo no reaccionaba a ella. La había querido como amiga, eso sí. Pero después de todo, ni siquiera su amistad había sido real.
En cambio, lo que estaba haciendo el vanirio en su cuerpo sí que lo era. Tema veía las estrellas, por el dolor y por el placer. Jamás pensó que se excitaría con la sensación de ser estirada de ese modo. Pero lo hacía. Y cuanto más penetraba él, más se humedecía ella.
—Tema... Eres pequeña. Estás muy apretada.
—No me digas... —gruñó contra su hombro—. ¡Oh, por favor! ¡No pares!
—¿No quieres beber más?
—No. Ya he tenido suficiente —Sí. No quería ver esas cosas que la molestaban. Ella no tenía nada que hacer contra los siglos de soltería del vanirio, ni tampoco tenía ningún derecho a recriminarle nada.
Shisui sonrió secretamente. Le retiró el pelo rubio del cuello, y lo expuso a sus ojos.
—Voy a meterme muy profundo. Por completo, nena. Te vas a volver loca. ¿Estás preparada?
—¿Para qué?
—Para esto.
Él la mordió y la penetró con fuerza y hasta el fondo. Tema intentó relajarse, pero no podía: era como si le estuviera haciendo un lifting vaginal. Si ese hombre le hubiera ordenado que se moviera, ella solo podría haber movido las pestañas. El mordisco y el ardor entre las piernas la volvieron loca y la convirtieron en gelatina, en una muñeca sin voz ni voto que únicamente aceptaba todo lo que él pudiera darle. Encadenó un orgasmo tras otro mientras bebía de ella, y por un momento creyó que iba a morir. La pequeña muerte lo llamaban.
Shisui sentía que le oprimía. Le oprimía el pene, el alma y parte del corazón. Tema no se estaba entregando a él, no como él deseaba. Pero se estaba ofreciendo como nunca lo había hecho y eso lo satisfizo mucho. La tomó de las caderas y se abandonó al placer, pistoneando su cuerpo como una máquina. La cocina se llenó de olores mezclados. El sexo tenía uno especiado, muy particular, que los excitaba más.
Shisui levantó las caderas de Tema y empujó hacia adentro al tiempo que dejaba caer la cabeza hacia atrás, rugiendo como un animal, disfrutando de un increíble y eterno orgasmo. El mejor y más especial que habían tenido nunca.
Sus cuerpos sudorosos seguían pegados. Él la aplastaba contra la mesa y ella luchaba por respirar, todavía rodeando su cintura con sus piernas. Las ingles le ardían, y se sentía magullada internamente.
Shisui acariciaba su pelo, y respiraba con la nariz pegada a su cuello. Lamió las incisiones del mordisco y notó cómo su útero era víctima de nuevos espasmos.
El cuerpo de su pareja. El cuerpo de una diosa.
Su vaniria neonata era increíble.
Tema tenía los ojos dilatados y llenos de lágrimas clavados en el techo. Intentó hacer un repaso de lo que era la copulación entre ellos, entre vanirios. Pero no encontraba palabras para describirlo.
Si creía en la magia, no iba a ser ni por la historia de los dioses, ni por el hecho de que Shisui pudiera manipular los campos cuánticos, ni por los dones que pudieran tener... Creería en la magia por el modo que tenían los vanirios de conectar, de hacer el amor. Uno era parte del otro. Nada se le ocultaba a la pareja, todo se veía en el intercambio. Las almas y la energía de ambos se entrelazaban, construyendo una conexión única e indefinible.
Estaba tan sobrecogida que se sintió humilde por primera vez. Era una mujer superdotada, pero permitir que Shisui le hiciera el amor le había revelado que no sabía nada. Nada de nada.
Liberó sus nalgas poco a poco. Le había clavado las uñas, y menos mal que no las tenía largas. Él contrajo el trasero y ella siseó al notar su enorme miembro salpicando de nuevo en su interior.
—Shisui.
—Hum.
—El techo está lleno de cosas.
El druida levantó su adormecida vista y sonrió al darse cuenta de que absolutamente todos los utensilios que había sobre el mobiliario estaban imantados al techo. Su energía, la energía de la copulación, había provocado un vacío de gravedad; por eso sartenes, ollas, platos de comida, cucharones, cuchillos y todo lo que no estuviera conectado a una fuente de alimentación, había salido disparado y había perdido gravitación, como si se tratara de una cámara espacial.
—Somos dinamita, nena. ¿Te has dado cuenta? Hacemos que todo a nuestro alrededor salte por los aires.
—Eres tonto... ¿Shisui? —acarició su espalda. Ni siquiera se había quitado la camiseta. ¿Tanta prisa habían tenido?
—¿Hum?
—Has eyaculado dentro de mí.
—Uf, sí... —Se incorporó, apoyándose en un codo. Le acarició el vientre con un dedo y lo coló en su ombligo—. Un montón de esperma para ti, nena. Pequeños mini vanirios revoloteando por tus trompas. Imagínatelos: mi inteligencia suprema y tu cuerpo de Barbie. —A Shisui le encantaba provocarla y tomarle el pelo.
¡Ja! ¡Qué bonita respuesta! Tema le tiró del lóbulo de la oreja con fuerza.
—¿Hola? Eso no es sano. Nada sano —¿Un mini vanirio? Con los ojos de Shisui, el pelo negro, un hoyuelo en su barbilla, su sentido del humor y su cerebro... El de ella, claro. Se enterneció al pensarlo. ¡Con lo que le gustaban a ella los niños! Siempre había querido tenerlos... Pensaba tenerlos cuando fuera un poco más mayor. Se había marcado como fecha los treinta y cuatro. Y se lo habría hecho in vitro, claro, porque con la poca gracia que le hacía que un hombre la tocara... Menos él. Menos Shisui. Por favor, ya no razonaba bien. ¿Cómo iba a querer tener niños con él?
El sonrió con más ganas.
—Los vanirios no enfermamos ni contagiamos nada. No te preocupes.
—No lo digo por eso, cigoto. Es una falta de consideración a tu pareja; ni siquiera me has preguntado. Menos mal que hoy no es un día probable para un embarazo...
—No hilabas más de tres palabras seguidas y apenas me oías. Estoy convencido de que si te hubiera propuesto ponerme un gorrito, tú lo habrías asociado con una boina.
—El lerdo en este equipo eres tú, no yo.
Shisui soltó una carcajada y le retiró dulcemente un mechón de pelo rubio de los ojos.
Se quedaron en silencio.
El druida lo supo. Nunca había sido más feliz que en aquel momento, sepultado hasta la empuñadura en el interior de su mujer. Y también supo la verdad de Tema: quería tener bebés en un futuro. Y él no le había explicado que a las vanirias les costaba procrear. Podían quedarse embarazadas, pero el estrés al que eran sometidas por parte del hambre vaniria les pasaba factura. Como había pasado con el bebé de Gay y Anko hacía unas semanas. Su hermano Itachi había estado en el parto y se lo había explicado. Deirdre había muerto en la barriga de su madre.
Ese hecho sería otro inconveniente más para su relación. La había convertido sin su permiso, le había quitado el sol y, además, posiblemente, nunca podría concebir. Tema siempre le echaría en cara esas cosas. Y él reconocía sus errores, pero no quería ser el culpable de su tristeza. Y lo sería.
Ahora, había logrado que cediera a la intimidad con él. Pero anhelaba algo más. Anhelaba que también le abriera su corazón. Que se mostrara tal cual era. Todavía no les había salido el nudo perenne. Los dioses no les habían anudado. Lamentándose por la situación, se retiró para dejarla respirar y colocó una mano a cada lado de su cabeza.
—¿Te he hecho daño, muñeca?
Tema lo miró con curiosidad. Había una expresión muy tierna en su rostro.
—¿Estás dentro todavía?
—Joder, claro que sí —echó las caderas hacia adelante y se excitó de nuevo.
—Entonces me has dejado insensible —sonrió. Le estaba tomando el pelo.
Shisui arqueó sus cejas y curvó los labios hacia arriba.
—La científica sabe hacer bromas.
Tema se encogió de hombros.
—Pse.
—¿Te ha gustado hacerlo conmigo? —preguntó, sabiendo la respuesta de antemano. No obstante, quería oírselo decir.
—¿Tú qué crees? Además, seguro que te has metido en mi cabeza y lo has averiguado.
Él la tomó de la barbilla y la inmovilizó, cansado de esa contestación.
—No importa. Eso no importa, Tema. Lo único que eso garantiza es que no me puedes engañar. Pero quiero oírtelo decir.
—Tienes demasiado ego —replicó ella.
—Solo quiero que me lo admitas. Dejaré de preocuparme cuando me lo digas.
Ella parpadeó y sin apartarle la mirada dijo:
—No sé si siempre es así, pero... Oh, Dios del falo, me ha gustado mucho —se incorporó poco a poco y lo acarició con sus paredes internas. Echó el cuello hacia atrás y miró el techo, curiosamente decorado—. Estoy convencida de que los hombres no tienen eso que tienes tú entre las piernas. Pero también sé que no es todo tuyo y que es un atributo de los dioses —clavó la mirada en un par de cucharones metálicos.
—A mí no me trataron. Yo ya era así —le apretó las nalgas. Quería hacerle el amor de nuevo.
—Oh, venga ya —lo empujó para que se saliera de ella—. Eres tan presumido... seguro que las tenías a todas locas.
—Existen dos tipos de mujeres, nena: las que me aman y las que todavía no me conocen.
—Qué pena que no recuerdes el nombre de ninguna de ellas —espetó. Si volvía a hablar así, le iba a cortar los huevos. Así de claro. Seguro que muchas lo adoraban por gamberro y descarado. Pero dudaba que todas las mujeres a las que se había beneficiado le recordaran con cariño. No había aprecio en un corazón roto, solo resentimiento—. ¿Eso que hay ahí es una pizza? —Señaló un amasijo de masa y tomate que había ido a parar al lado de un ojo de buey.
Sí. Era una pizza. Pero él no quería hablar sobre lo que reposaba en el techo. Él quería volver a hacer que se corriese. Y quería hacerla gritar de verdad.
—Sí, lo es.
—La quiero.
—Después.
—Pero yo tengo hambre ahora —protestó, mientras la estiraba otra vez en el islote.
Quería hacerlo otra vez. Lo querría hacer siempre, pero tampoco quería parecer una desesperada. Debía mostrar un mínimo de dignidad y domar a esa novata fiera ninfómana que le rasgaba la piel. Sería una adicta de por vida en caso que, finalmente, aceptara quedarse con él.
—Yo también tengo hambre. Por eso puedes morderme tantas veces como quieras, que yo —la penetró con fuerza y la mordió en el hombro— haré lo mismo.
Lo hicieron dos veces más, las dos sobre el islote. Tema no podía, ni quería, detenerlo. Shisui era un hombre muy grande, muy bien dotado, y hacer el amor con él era un poco incómodo al principio. Pero después... Después era como estar en otro mundo.
Todo la enloquecía: su olor, su modo de besarla, su manera de acariciarla, su dolor... Y lo intenso que era. Cómo la miraba, como si no hubiera nadie más en el universo. Solo ella y su cuerpo.
Desconocía la fuerza de esas emociones, la pasión de sus instintos... pero estaban ahí. En él. En ella. Cuando estaban juntos. La tercera vez, después de que llegaran al clímax, Shisui la cogió en brazos y la llevó a la chaise longue marrón que había al otro lado del salón.
—Quédate aquí. Yo me encargo de todo.
Tema no tenía fuerzas para protestar, así que se abandonó a sus cuidados. Observó todos sus movimientos con atención. Él se subió los pantalones, miró todo a su alrededor y empezó el espectáculo. Se movía a una velocidad supersónica: cubrió a Eon con una manta roja; se dirigió a la cocina, y allí ordenó y limpió todo; preparó unos platos de comida en tiempo récord y sacó un par de bebidas del frigorífico.
—Esta casa no era circular —apuntó Tema—. Pero has rebozado las esquinas y las has hecho curvas.
Shisui cargaba los platos como un camarero especializado. De su antebrazo colgaba un trapito azul oscuro. Se sentó a su lado y puso la bandeja sobre la mesa que había al lado de la chaise longue.
La miró fijamente y ella sonrió confusa.
Con toda naturalidad, abrió las piernas de Tema suavemente y le pasó el paño húmedo entre las piernas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó azorada.
—Estoy cuidando de ti, mo dolag —dejó el paño unos segundos sobre la carne hinchada y rojiza, y esperó a que ella se relajara—. Eso es.
—Me da vergüenza —era demasiado íntimo.
—Acostúmbrate. Me gusta cuidar de lo que es mío. Y esto es mío —apretó el paño contra ella, y ella tembló.
Apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y lo miró entre sus tupidas pestañas. Palabras como mío y tuyo no habían tenido significado anteriormente, pero ahora cobraban fuerza dentro de ella, se asentaban en su mente y también en algún lugar cálido de su corazón. Se dio cuenta de que quería algo único para ella. Ser necesitada de un modo loco, como parecía que Shisui la necesitaba. Como sabía que ella iba a necesitarlo si seguían estando juntos.
¿Era bueno o malo? ¿Sería peligroso dividirse de ese modo para querer al vanirio de ojos mágicos? No sabía lo que era el amor. No tenía ni idea. Pero podría parecerse al anhelo que sentía cuando no estaba cerca de él y a la plenitud de la que gozaba cuando él la tocaba o hablaba mentalmente con ella.
—Los celtas keltois como yo, los que seguimos arraigados a nuestros ancestros, seguimos creyendo en la naturaleza del círculo. Los planetas, nuestra tierra, nuestras células y los astros que nos rigen son circulares. La naturaleza nos dice que las formas deben ser suaves. Y yo escucho a la naturaleza. Mi hermano, por ejemplo, tiene muchas casas, como yo. Pero no todas son circulares en su interior. A él no le importa. A mí sí —retiró el paño húmedo, se inclinó y le dio un beso dulce y consolador en su sexo. Ella gimió y se apartó intimidada. Y él supo que esa mujer iba a gozar tanto del sexo oral como él lo haría con ella—. Siento mucho haberte hecho daño.
Tema parpadeó. Cuando Shisui hablaba, ella se idiotizaba y se dejaba envolver por su masculina voz.
—No te preocupes. Estoy bien. —Tenía tantas ganas de preguntarle cosas sobre su pasado, sobre su cultura, que no sabía por donde empezar.
—Pregúntame lo que quieras, Tema —cogió la bandeja con pizza y se llevó una porción a la boca.
—Cuando bebí de ti conscientemente —recalcó puntillosa—, vi un poblado con chozas redondas. Había un río cerca y muchos críos jugando alrededor. Después, vi también a una pareja, creo que eran tus padres. Ellos... Ellos eran importantes en el pueblo. Muy respetados. Me... Me gustaría que me contaras de dónde vienes. No en quién te convertiste después de la llegada de los dioses Vanir. Quiero saber cuáles son tus raíces.
A Shisui ese interés le dio alas. Se sentía feliz.
—Sí —le dio parte de su pizza y esperó a que ella mordiera. Cuando lo hizo continuó—. Lo que viste fue mi poblado. Antes éramos trinovantes, pero con la llegada del rey Caswallawn, el hijo de Beli Mawr, nos convertimos en casivelanos. Nuestro poblado estaba al norte del río Támesis, muy cerca de él. —Agarró un par de tomates rellenos de queso de untar con unas tiras de zanahorias y le ofreció uno a Tema, que devoraba el trozo de pizza como si fuera el fin del mundo—. Mi madre era sanadora y mi padre era el druidh. Ambos eran la base del clan, como unos guías espirituales.
—¿Cómo se elige quién es druida y quién no? —masticó el tomate con gusto y se recogió las rodillas, mirándolo con atención—. ¿De dónde viene tu don original?
—Se nace con el don —llevó la mano al pecho y la frotó contra él—. Tenemos la geasa, la magia dentro; a unos les sale y a otros no. Mi hermano Itachi se decantó por la sanación y yo me decanté por la magia. Antes de que nacieran mis padres, las personas con dones mágicos se hacían llamar filidhs; mis tatarabuelos eran uno de ellos. Tenían mucho poder, conocían todas las leyes, recopilaban la historia de los clanes y ejecutaban magia. Pero algunos de esos filidhs de los clanes britanos exigían privilegios por ello, y el Rey Conor Mac Nessa les privó de sus poderes y les inhabilitó para utilizar la magia, pues temían que hubiera una rebelión. Y los obligaron a dividirse en tres castas: los filidhs, los brehons y los druidhs.
—He leído un trozo del libro de Ballymote —reconoció lamiéndose una pizca de queso que se le había quedado en el índice. Shisui se adelantó, agarró su mano y se llevó su dedo a la boca—. Ah... El libro se llama Agallam an da Suadh, el diálogo de los sabios.
—¿Te has documentado, listilla? —le devolvió la mano y atacó otro trozo de pizza.
—Claro, me mata la curiosidad. En él dice que los brehons administraban las leyes y los druidhs manipulaban la magia y las ciencias ocultas. ¿Tus tatarabuelos fueron druidhs puros?
—Sí. Y los tatarabuelos de Tsunade fueron brehons. En cambio, los de Dan eran filidhs relegados solo a la transmisión oral de su cultura. Eran poetas. O bardos, como prefieras —se apoyó en el sofá y exhaló—. Escuchar a Dan cantar me entusiasmaba.
—Por eso su hija Daimhin tiene su don. De ahí su nombre: barda —asimiló—. Yo también la escuché cantar en el Consejo, y su voz me destrozó —se rascó la rodilla y apoyó la barbilla en ella. Mirándolo de soslayo preguntó—: ¿Y cómo... ? ¿Cómo... —Movió la mano esperando que él entendiera la pregunta—. ¿Cómo sale tu don? Ahora eres vanirio, pero antes no. La geasa de la que hablas... ¿Cómo salía? ¿De verdad los druidas erais mágicos? —sabía que la pregunta picaría a Shisui y por eso la hizo. Le gustaba que él replicara.
—Con los sacrificios, por supuesto —contestó solemnemente—. Sacrificábamos a mujeres y niños, ejecutábamos a los machos cabríos y a nuestros animales —sonrió inclemente— y nos bañábamos con su sangre. Así nos venía la geasa. Eso pone en el libro que has cogido de la biblioteca y que has leído en menos de media hora.
Claro. Shisui había visto ese recuerdo reciente en su sangre.
—Ah, ¿no es verdad? Pues menos mal, porque pensaba que tenía a un vecino sádico.
Shisui se echó a reír.
—La geasa... No te lo puedo explicar, porque no lo sé: puedo encontrarla en mi reflejo en el agua, en las nubes, en el lenguaje de los pájaros, en las plantas, en lo que me dice el viento... Simplemente, viene a mí. Me rodea.
—Te rodea ahora, porque antes le has dicho a Itachi que se te había ido el don.
—¿Has escuchado todo lo que le he dicho a mi hermano?
—Sí. Soy investigadora; tengo alma de cotilla. ¿Por qué te sucedió eso? ¿Qué hiciste para que Frey te quitara los dones?
El druida asintió y alargó el brazo para coger una botella de cristal con una etiqueta negra que pendía del cuello. En el frontal lucía una boca abierta estampada en un escudo negro y rojo. La boca tenía colmillos superiores y sacaba la lengua a lo Rolling Stone.
—¿No has visto en mi sangre nada de lo que pasó? —El tapón de corcho hizo ¡plap! Y, seguidamente, bebió a morro de la botella.
—Tengo muchas imágenes en mi cabeza y las estoy ordenando poco a poco. Me vienen en tropel y me confunden.
—Está bien, mo dolag —le acarició la mejilla y dio otro sorbo. Se limpió el líquido dorado de la comisura de los labios y le ofreció la botella a Tema, manteniéndola en alto hasta que la aceptó—. Nuestro poblado fue atacado a traición por los centuriones romanos. Mis padres predijeron el ataque mediante las runas, pero no pudieron ver el momento exacto en el que iba a suceder. Uno de los miembros de nuestro clan nos traicionó y entró al poblado engañando al vigía del pueblo, que era Deidara Kamiruzu, el cual sustituía a su padre porque no se encontraba bien. Nos emboscaron —susurró con rabia contenida. Aún recordaba la mirada de su padre clavada en él. Le atormentaba el modo en que sus ojos iban perdiendo la vida. Y le perseguían sus últimas palabras—. Quemaron nuestros chakras, y mataron a todos los guerreros del clan. A nuestros padres... Los asesinaron delante de nosotros. Se llevaron a las mujeres para prostituirlas y entregarlas a las tribus y los clanes que rindieran pleitesía a Roma. Y esperaban llevarnos a nosotros con ellos... Pero, gracias a los dioses, logramos escapar. Ise Uzumaki nos lideró y huimos a los bosques.
—Lo siento mucho —dijo afectada—. Por todos.
—Pasó hace mucho tiempo. Muchísimo.
—Pero la memoria no olvida. Yo no hay día que no recuerde cómo mataron a mi familia. Y ya han pasado muchos años de eso —reconoció con sinceridad—. Somos la suma de las experiencias que vivimos y todo nos afecta, de un modo o de otro.
—Sí. Es cierto. Luego les dimos caza y los matamos, Tema. Y, aunque estaban muertos, todavía tenía ganas de volver a arrebatarles la vida.
—¿No te sentiste mejor?
—Sí. Por supuesto que sí. Pero me hubiera encantado alargarles la agonía. El problema es que la ira, cuando arde, es destructora y arrasa con todo. Matas y punto. —Había disfrutado matando a todos los romanos del clan de Gall. A todos y cada uno de ellos. Pero, si hubiera sido más metódico, podría haberlo disfrutado más.
—No hay placer en provocar la muerte, Shisui. No lo creo así.
Ambos se quedaron mirando en silencio. Un silencio espeso lleno de verdades y de reconocimiento. Él la había matado para que reviviera convertido en algo diferente. Shisui apretó la mandíbula, sintiéndose culpable por ella. Tema carraspeó y dio un sorbo a la botella. Cerró los ojos y alargó el sorbo más de la cuenta. ¿Qué tipo de bebida era esa?, pensó estudiando la etiqueta negra.
—Es hidromiel —contestó Shisui—. Vanir D'Mellis.
—Hidromiel Vanir D' Mellis —repitió. Agrandó los ojos y sonrió—. La bebida de los dioses y de los celtas.
—La bebida de los Vanir, guapa... Y de los vikingos, que nos robaron la receta. Este hidromiel lo fabrico yo y lo vendo en todo el mundo.
—¿De verdad? Está muy rico.
—Sí.
Tema curioseó el logo con la boca abierta y los colmillos relucientes.
—Cómo no... Una boca vaniria.
—Es un modo de decirle al mundo que existimos de verdad. Que estamos ahí, aunque ellos ni siquiera lo imaginen. —Sí. El mundo compraría y bebería algo que un vanirio inmortal elavoraba. Esos humanos que él odiaba y amaba a la vez, vivían en un oscuro túnel en el que ellos mismos estaban encantados de conocerse. Tan egocéntricos que no veían el universo lleno de magia que les rodeaba. Eran estúpidos.
Tema le devolvió la botella.
—He visto que os tatuabais los cuerpos y os embadurnabais de barro.
—Nosotros dimos origen a la leyenda de los pictos —Shisui dio otro sorbo—. Somos los pictos originales. Dicen las leyendas que eran guerreros que se acompañaban de la magia negra. No fue así. El druida más puro del clan era yo; yo era el único que conocía las artes mágicas. Pero en los bosques teníamos aliados que eran algunos de los descendientes de los filidhs originales que se negaron a prescindir de sus poderes, desafiando la orden de Connor Mac Nessa, y convirtiéndose en proscritos. Coincidimos con una tribu de trece caledonios adolescentes. Los filidhs de los bosques estaban con ellos; nos ayudaron y creamos una tribu única.
—Allí os encontrasteis con Hidan. Él era el líder de ese grupo —entendió cuadrando todos los recuerdos que iban llegando a ella—. Un año después de la emboscada, Caswallawn murió a manos del ejército de Roma, pero los romanos no pudieron con una parte de Britania. Vosotros.
—Exacto. Los rebeldes —arqueó las cejas pagado de sí mismo—. Vivimos en los bosques muchos años; pero un día, el druida del clan recibió un mensaje —explicó sin sentirse muy orgulloso de ello.
—Tú lo recibiste —no era una pregunta—. En tu sangre he visto imágenes de runas; siempre caían las mismas. Estabas sentado frente a un fuego y...
—Sí. Siempre que tiraba las runas me salía el mismo mensaje. El viento me hablaba de cambios, y la naturaleza me decía que iba a ser más eterno que ella. Y yo no entendía a qué se referían. Hasta que las runas me indicaron lo que tenía que hacer. Recibí el mensaje y lo di al clan: treinta y tres pictos se dirigirían a Stonehenge para contactar con los dioses. Allí nos transformaron y nos dieron dones y debilidades porque, al igual que Connor Mac Nessa y Beli Mawr, no les interesaba tener a seres casi tan poderosos como ellos, no fuera a ser que un día se rebelaran en su contra. La única orden que debíamos obedecer era que nunca intercediéramos en la vida de los humanos, pues todo tenía su curso y su razón de ser. Nosotros nos encargábamos de velar por ellos en las sombras, en el anonimato. Los dioses nos hicieron débiles al sol y nos mataron de hambre, hasta que encontrasemos a nuestras cáraids, nuestras parejas de vida. Ellas serían la solución a nuestro conflicto.
Él odiaba en gran parte haber sido el receptor de esa información, porque les cambió la vida a todos; y nunca sabría decir si había sido para bien o para mal, porque era cierto que eran inmortales y tenían poderes. Pero la inmortalidad conllevaba muchos sacrificios, consecuencias irrevocables y la cruz del hambre eterna.
—¿Y durante tantos siglos tú has aguantado esa sed que decís tener?
—No, exactamente. Yo no tenía sed porque los dioses decidieron castigarme por algo que hice.
—¿Te dieron el don y te lo quitaron?
Bebió otro trago más de hidromiel.
—La misma noche que nos transformaron, Kakazu, Hidan, Itachi y yo fuimos a Caledonia, que había vuelto a ser asaltada por el ejército del César, y decidimos tomar la ley por nuestra mano. Se suponía que debíamos ejercitar nuestros recién adquiridos poderes, pero decidimos emplearlos de otro modo. Éramos keltois todavía, y odiábamos a los romanos. La transformación no suprimió las ansias de venganza y, por eso, masacramos a todos los soldados que estaban ahí presentes. Ellos habían hecho daño al que había sido nuestro pueblo y no podíamos permitir más crueldad.
—Y pagaste crueldad con crueldad.
Sí. Aquello era ojo por ojo. Pero, pasado el tiempo, todavía no se sentía culpable de aquello.
—Supongo que sí. Hidan y yo éramos los más beligerantes. Kakazu nos seguía y Itachi, simplemente, quería vigilarme y sanar a todo el que estuviera con vida —sonrió con tristeza—. Todos pagamos por nuestro error. A Itachi le hicieron una grandísima putada con su cáraid, Konan. Y a mí me quitaron la capacidad de emocionarme y apasionarme por algo. Me arrebataron la sensibilidad emocional y física. Y, por ese motivo, mi don druidh menguó y desapareció. Porque mi don va íntimamente relacionado con mi pasión y mi sensibilidad. Sin eso, estoy perdido. Y así he pasado más de dos mil años. Lo mejor de todo ha sido que la insensibilidad ha hecho que no sufriera la sed de la que todos hablaban, aunque tuviera que fingir que también la pasaba.
—¿No sentías el tacto? ¿No sentías nada? —¿Y entonces qué había hecho con todas esas mujeres?—. Todas las mujeres con las que te acostaste... —murmuró jugando con la piel del sofá.
—Mi cuerpo se excitaba y no sabía por qué. Pero no sentía nada, Tema. Cero.
La científica se alegró al oír eso. Ellas no pudieron darle lo que su cuerpo y su sangre daba al druida. Pero seguía molestándola igual.
—Pero todo eso cambió cuando me encontraste, ¿no? —preguntó directa.
—Sí —la miró buscando algún reproche en ella; pero en sus ojos tan verdes y dorados no había ni un reproche, solo una inteligencia intimidante y, a la vez, cautivadora. A veces, su Tema podía desnudarlo sin necesidad de utilizar las manos—. Aunque ambos sabemos que fuiste tú en mi busca.
Tema puso los ojos en blanco.
—¿Y qué castigo les infligieron a Hidan y Kakazu?
—Eso no lo sé. Pero sí sé que Hidan y Kakazu se entregaron a Loki. Decidieron convertirse en vampiros.
—¿Y cómo se hace eso? ¿Se decide así, tal cual, de la noche a la mañana?
—Loki descendió a la Tierra de un modo onírico, astral y mental. Él busca a los vanirios que están entre la línea del bien y del mal, a aquellos que quieren ceder a la sed, y les ofrece otro tipo de inmortalidad. Hace lo mismo con los berserkers. Les abre la veda a un mundo sin reglas y sin leyes, una realidad sin honor, llena de genocidios y en la que la sangre y las almas son gratuítas. Hidan y Kakazu se agotaron de esperar a sus cáraids, y tardaron muy poco en aceptar el trato de Loki; pero mantuvieron todo lo que pudieron y más de su naturaleza vaniria.
—Loki hace un pacto con ellos. Como un pacto con el Diablo. Y él se queda su alma o algo así, ¿verdad? —Por Dios, que una astrofísica pudiera hablar de estas cosas sin ni siquiera ponerlas en duda, decía mucho de lo que había llegado a afectarla su tranformación.
—Sí. O algo así —se echó a reír y la miró de arriba abajo.
—Hidan, Hummus, Kakazu, Delta, Kisame y todos los demás... Trabajan para Loki, que es como una especie de voz en off maligna.
—Eso es. Me alegra que lo entiendas, listilla.
—Créeme, lo intento. —Sí, lo hacía, y en realidad no le era muy difícil—. He visto a los dioses transformándoos. Parecían humanos como nosotros... No entiendo la complexión humanoide que tienen. La dimensión de la que provengan, sea cual sea...
—El Asgard, nena. El Asgard.
—Da igual lo que sea, ¿es como otro tipo de Tierra con las mismas características que nuestro planeta?
—No lo sé. Según tengo entendido, Konan y la Cazadora han estado con Freyja y con Odín. Pregúntales a ellas. —Sus manos la echaban de menos, así que la cogió y la sentó sobre sus piernas—. Hola —sonrió y le dio un suave beso en los labios.
—Hohola —contestó, todavía pensando en sus teorías sobre el tipo de naturaleza del Asgard. No estaba incómoda del todo, pero esa cercanía era muy íntima y no se familiarizaba con ello. Shisui le había explicado cosas que necesitaba comprender y era un gesto que agradecía.
—Voy a querer tocarte siempre, Tema. Y tú vas a querer tocarme a mí. Tienes que acostumbrarte a esto; aunque seré bueno y esta noche te dejaré tranquila, ¿de acuerdo?
Sintió una incomprensible punzada de decepción que luego fue sustituida por la cautela. Bueno, mejor que no volvieran a tener sexo esa noche o Shisui le fundiría el cerebro; y mañana necesitaba trabajar.
La conversación había sido constructiva e interesante. Y aunque la joven seguía teniendo muchas preguntas, también necesitaba cerrar los ojos y hacer descansar al cerebro, su herramienta de trabajo más preciada.
—Me gustaría irme a dormir —propuso con la vista fija en el pequeño Eon—. ¿Él se va a quedar aquí?
—Sí. Como tú. Vamos a dormir aquí mismo. Así —rodeó su cintura con ambos brazos y la pegó a su cuerpo—, abrazados como un par de tortolitos.
Ella se tensó un poco, pero luego se relajó sobre él.
—No es buena idea. Yo no he dormido nunca con nadie.
—Lo sé.
—Solo con mi hermana Hannah —apoyó todo su peso sobre el de él y alzó la vista a su cara—. Solo con ella.
—También lo sé —aseguró con suavidad—. Pero si quieres dormir bien, tenemos que estar cerca, en contacto. Yo me relajaré con tu olor a fresa y tú, lo harás con el mío a canela.
—¿Cómo sabes que te huelo así? —preguntó asombrada.
—Porque es tu olor favorito, Tema. Y te gusta su sabor, tanto como te gusta el mío.
Increíblemente, la científica se encontró dando un bostezo cual tigresa saciada, estirándose sobre él en el sofá. ¿Por qué estaba tan bien eso? ¿Por qué? Tantas preguntas que no tenían respuesta... Tenía que dejar de pensar. Cerró los ojos y suspiró.
—Esto es una locura —susurró abatida.
—No es verdad. La locura es lo que hay ahí afuera. Lo que existe entre nosotros es otra cosa que no tiene nombre, listilla —murmuró sobre su cabeza, acariciando sus largos mechones, rubios y suaves—. ¿Empiezas a confiar en mí?
Tema se tomó su tiempo para responder.
—Me siento bien aquí. Así, de este modo —se acomodó entre sus brazos y coló una pierna entre las de él, belludas y mucho más musculosas.
—Suficiente, por ahora. —Abrió la parte inferior de la chaise longue y sacó una manta de color azul. Los cubrió a ambos y dejó que ella se moviera contra él tanto como deseara—. Mañana abrirás el código QR desde uno de los ordenadores del RAGNARÖK. Quiero ver qué es eso que tu mente ha inventado y me gustaría ayudarte a hallar la contraparte a tu proyecto.
—Es algo demasiado complejo para ti —musitó sobre su pecho, hundiendo el rostro en él y relajándose poco a poco.
A Shisui el pecho le tembló de la risa y se pasó uno de los mechones de su largo pelo por los labios. Le hacía cosquillas demasiado estimulantes.
—¿Druidh?
—¿Sí, nena?
—Lo que dijo Tsunade en el Consejo... ¿Los arrullaste? ¿Cuidaste de ellos?
Él parpadeó y entendió al instante a quién se refería. Hablaba de Daimhin, Carrick, los gemelos, los guerreros adultos y todos los que habían estado a punto de romperse en Capel Battery. Inhaló su mechón y cerró los ojos.
—Sí. Lo hice. No hay nadie más valiente que ellos. Sobrevivieron: y esa es la prueba de su valía. Mientras estuve ahí —recordó amargamente—, quise transmitirles que no estaban solos, y les ofrecí parte de mi energía que tú, con tu presencia, despertaste.
—Por eso te admiran tanto. Por tu compasión. Por lo que les diste.
—Pero no me compadecí de ellos —replicó con seguridad—. Los veneraba, por eso les protegía. Mi energía salió hacia ellos en forma de veneración, no de compasión. Los admiré —añadió desviando la vista al pequeño bulto pelirrojo que había en el otro extremo del sofá—, por mantenerse en pie tanto tiempo.
Algo dulce rozó su pecho. Eran los labios de Tema que, con sutileza, le habían dado un beso tan dulce y suave como el roce de las alas de una mariposa.
—Gracias —dijo ella cerrando los ojos y cayendo en un sueño reparador.
Shisui tragó saliva y hundió la nariz en su pelo. Sabía que debía dejarla descansar, que no la podía tocar y que no podía abusar de su tregua. Pero Tema era suya. Y despertaba todos sus instintos, y estaba en su derecho de disfrutar de ella... Sería una noche muy larga.
