15

—¿Tema? —Shisui la colocó sobre la camilla que había preparado Itachi—. Ya estamos, cariño. Tema, escúchame.

El druida no sabía qué hacer. Su mujer seguía viva, pero el traidor le había hecho mucho daño; y si no fuera porque su cuerpo seguía descomponiéndose, él mismo se habría asegurado de cortarlo en rodajas bien finas.

—Daimhin —dijo Itachi—, sosténle las piernas. La joven apoyó todo su peso sobre las rodillas de la astrofísica, cuyo cuerpo no dejaba de sangrar.

—Esto te va a doler, nena. Mírame, mo dolag. Mírame —le ordenó Shisui agarrando sus muñecas por encima de su cabeza.

—Inmovilizadla bien —clamó su hermano.

—Joder, ¡ya lo estamos haciendo! —exclamó Shisui irritado, con la vena del cuello hinchada—. ¡Es mi pareja la que está sufriendo, brathair! ¡Date prisa, maldita sea!

—¿Eon? —preguntó Tema entre tosidos, expectorando brotes de sangre coagulada por la luz diurna de las balas.

—Tssss... Eon está con Karin y Tenten. Está bien, le has salvado.

—El el acelerador... El ordenanador... Hidan...

—Está apagado, nena. Y el correo no salió de la bandeja de salida. —Le acarició la mejilla y puso su frente contra la de ella, dándole un beso inverso en los labios.

—Lo he matado —sentenció incrédula—. Lo he...

—Oh, sí —dijo orgulloso Shisui—. Le has cortado la cabeza al topo.

—Lo hehe sentido por él. Haha sufrido mucho.

—No lo sientas —ordenó Daimhin censurándola—. Novata, no la cagues y retira lo que has dicho.

Itachi llamó la atención a la joven rapada, y esta se mordió la lengua y se calló.

—Shisui... Ven —gruñó Tema intentando mover las piernas, levantando su cuerpo vanirio cada vez que hacía ese movimiento.

—¡Sostenla bien! —advirtió el sanador—. Voy a extraerle el punzón de las costillas; no quiero hacerle más daño.

—¡Ya lo hago! Pero no es fácil. ¡Es fuerte! —se quejó Daimhin poniendo todo su empeño en ayudar a Tema.

—Yo te ayudaré —Carrick apareció por detrás y apoyó sus manos sobre los muslos de la herida, deteniendo sus movimientos.

—Ven —repitió Tema a Shisui, mirándolo con los ojos entrecerrados, ajena a las discusiones que había a su alrededor. Apenas sentía su cuerpo.

—Dime, nena. —El druida se inclinó todo lo que pudo.

—Acércate más... —susurró mareada.

Él tragó saliva y colocó la oreja cerca de sus labios. Nunca hubiera imaginado que nadie en el RAGNARÖK pudiera traicionarlos. Habían querido matar a su ratita.

Mo dolag, lo siento...

¡Ñam! Tema lo mordió en la garganta mientras él la inmovilizaba de las muñecas y Carrick y Daimhin por las piernas.

Shisui sacó toda su fuerza de voluntad para apartarse, porque nada le gustaba más que sentir sus colmillos perforando su piel, pero no era bueno permitir que bebiera en ese momento, así que se retiró y, al hacerlo, rasgó la piel del cuello.

—¿¡Por qué te alejas?! —le gritó ella con lágrimas en los ojos—. ¡Quiero beber de ti! ¡Ven aquí! ¡Quiero que me alimentes! —exigió desesperada, sin importarle si había gente presente.

—No puedes beber de mí ahora, nena —graznó Shisui como un salvaje—. Cicatrizarían tus heridas, y tenemos que extraerte las balas de luz.

Ella iba a protestar. ¿Cómo que no le podía morder? Era lo que necesitaba, no podía pensar en otra cosa. Se estaba muriendo, y su último pensamiento había sido que no iba a volver a verlo; y esa idea lacerante, la había demolido más que las heridas. Ahora quería que la esencia de Shisui recorriera su cuerpo; y necesitaba que la abrazara, no que la inmovilizara con sus manos como grilletes.

—¡Shisui, me duele! ¡Aarrrgh! —curvó todo el cuerpo hacia arriba, levantándolo de la camilla de modo que incluso Carrick y Daimhin se elevaron. El alarido que desgarró su garganta se tuvo que oír en medio continente.

Itachi extrajo el punzón, de unos quince centímetros y, seguidamente, se dirigió a la herida de su estómago. La bala le estaba quemando los músculos y los órganos. Introdujo dos tenazas y, con la ayuda de las herramientas, logró arrancarla. Itachi aplastó la bala con el pie, y su luz se fundió.

Tema quería liberarse y que dejaran de hacerle daño, pero era imposible.

Le dieron la vuelta para extraerle la bala que se hallaba alojada en su trasero. Sabedora de que no podía hacer nada para evitar el dolor, hundió el rostro en la camilla y dejó de pelear.

—Está bien, novata —susurró Daimhin, calmándola con voz dulce—. Estás siendo muy fuerte y lo estás haciendo muy bien.

Itachi iba derecho a bajarle los pantalones, pero Shisui le agarró la muñeca y negó con la cabeza.

—Solo queda esta —señaló el sanador, mirándolo con comprensión.

—Yo la extraeré, brathair.

Itachi y Shisui se intercambiaron las posiciones. Carrick y Daimhin continuaron sosteniendo las piernas de la científica, que no podía tenerlas quietas, ya que la bala estaba quemando toda su musculatura desde el trasero a la cadera y hacia abajo hasta el tobillo.

Shisui le bajó parte del pantalón y expuso su nalga maltratada. Apretó los dientes con rabia y profirió un juramento.

—Nena, voy a ser rápido. —Le introdujo las pinzas, rasgando parte de su carne. Tema clavó las uñas en los brazos de Itachi. Cerró los ojos con fuerza; mordió la sábana que cubría la camilla y la rasgó con los colmillos.

Finalmente, el druida se llevó la bala consigo, la tiró al suelo y la sangre salpicó alrededor. Después, la pisó con fuerza hasta reventarla y la diminuta luz diurna que en el interior de un cuerpo vanirio tanto daño hacía se apagó inofensiva en el exterior.

Tema desclavó las uñas de la piel del sanador y se relajó cuando se dio cuenta de que ya no había dolor. Nada la abrasaba en su interior; el suplicio, el maldito calvario había pasado. ¿Cómo una balas tan pequeñas podían ocasionar tanto daño a unos seres tan poderosos?

Shisui sonrió y le acarició el pelo.

—Porque siempre tienen que inventar algo nuevo para jodernos, mo dolag —contestó Shisui, limpiándose el sudor de la mejilla y la frente con el antebrazo. Lo pasaba tan mal cuando Tema sufría... Él había sufrido una vez en sus manos, pero no quería que ella lo hiciera jamás. Su dolor le dolía más que el suyo propio—. Dejadnos solos —pidió el druida a sus compañeros.

Itachi se inclinó hacia Tema y le susurró:

—Eres una serpiente valiente. Gracias por lo que has hecho hoy.

Tema se tensó al oír sus palabras, más por la sorpresa que por otra cosa. Itachi Uchiha le había dado las gracias. ¿Por qué? ¿Por matar a Goro? ¿Por proteger a Eon? ¿Por no dejar que la fórmula saliera del RAGNARÖK? Los demás podían valorar lo que ella había hecho, pero no se sentía nada bien.

Itachi asintió con la cabeza y le dijo a su hermano:

—Toda tuya, brathair.

Cuando Daimhin, Carrick y el sanador se fueron de la sala de curas, Shisui acarició la espalda de su chica, que se levantaba rítmicamente, cogiendo aire con suaves pausas. Estaba agotada; tanto, que apenas podía moverse.

El druida se sacó la camiseta y la tiró al suelo. Tomó a Tema en brazos y, con su poder telequinésico, acercó una silla acolchada negra que había cerca del escritorio de la consulta, y tomó asiento con su valiente joven sobre sus rodillas.

La abrazó durante un par de silenciosos minutos que jamás habían dicho tanto. El silencio era parco en palabras, pero el lenguaje no se expresaba solo mediante vocablos. Hundió el rostro en su pelo para rozarle el lóbulo de la oreja.

—¿Me das un mordisco, banpriunnsa. Princesa? —murmuró con ternura, aunque la tensión de su cuerpo hablara de otros anhelos más primitivos.

Tema sorbía por la nariz, apoyó la mejilla en su hombro y pasó su mano manchada de sangre por el torso de Shisui. Lloraba porque ahora sabía que no quería volver a pensar en dejar de verlo. Cuando estaba en la sala, herida, creyendo que Goro iba a acabar con ella, descubrió que no quería morir.

Su proyecto, su invento, funcionaba y eso era algo que ya sabía; un escollo menos y otra medalla para su inteligencia y su ego. Pero ya no importaba.

Entonces, estaba con Eon y quería protegerlo; al crío no le podía pasar nada, no se lo perdonaría y, aun así, protegerlo no fue lo más importante.

La única verdad en esa sala era que no quería morir porque se perdería a Shisui, a ese druida vanirio que poco a poco, y debido a la intensidad de los momentos que estaban viviendo juntos, se estaba colando bajo su piel.

Shisui hacía que la ciencia no fuera lo más excitante en su vida.

Ahora empezaba a serlo él: un hombre sin fórmula, un corazón sin desentrañar. Un reto para su curiosidad y para su alma. Y aquella mañana lo había herido con sus palabras. Era cierto que su personalidad distaba mucho de ser sutil. Decía las cosas sin ánimo de ofender, pero sin ser muy precavida. Lo peor era que quiso hacerle daño, porque él le había hecho daño a ella al haber estado con tantísimas mujeres, al ser un peligro para todo aquello que llevara faldas o tacones. Los celos la destruían y la quemaban como el fuego, pero no lo podía evitar.

Desesperada por aquel pensamiento, perdida por la conmoción al entender lo que aquello significaba, se removió contra él y hundió su nariz en aquel músculo hinchado que tenía ese hombre entre el cuello y el hombro: el trapecio. Solo los hombres en tan buena forma como su druida podían tener aquel cuerpo y marcar ese músculo insolente con tanto orgullo.

La canela persistía; lo haría siempre. Tema lamió el músculo de un extremo al otro y se agitó sobre su cuerpo hasta que se pudo poner a horcajadas sobre sus piernas sin dejar de hacer lo que hacía. Lo lamería siempre. Le encantaba el tacto de su piel contra su lengua.

Él clavó los ojos en el techo, asombrado. Sus pupilas brillaban, desprendían luz a través de la tenue luz de la sala. El pelo rubio de Tema cubría la expresión de su rostro, pero Shisui sabía que estaba alterada. Él la ponía en ese estado, y nada le alegraba más. El frenesí del ataque había descontrolado por completo su adrenalina, y ahora necesitaba desahogarla.

—No voy a dejarte sola nunca más, nena —aseguró poniendo una mano sobre su nuca, animándola a que lo lamiera y lo mordisqueara justo como estaba haciendo—. Muchos te quieren para ellos, pero no tienen ni idea de que tú no eres para ninguno. Solo para mí. Ahora bebe y recupérate.

Tema no esperó más. Le mordió en el cuello y bebió. Su sangre era indispensable para ella, sabrosa, reconfortante y única. La canela tenía un punto más picante debido a la ansiedad que el vanirio había pasado al verla en peligro.

Eso la contrarió y también le agradó. Shisui tenía que pasarlo tan mal por ella como ella empezaba a pasarlo por él, sino no sería equitativo. No sería justo.

Le sostuvo el cráneo rapado y le echó el cuello más hacia atrás. Se contoneó sobre él, meciéndose contra su entrepierna, deseosa de que él la hiciera suya. Era la unión más completa: sangre y sexo. No obstante, tenían demasiado ropa por delante para alcanzar lo segundo.

Nunca te lo he dicho, pero me encantaba tu pelo largo, druidh.

Él gimió ante el mensaje telepático, le abrió más las piernas con las suyas, le puso las manos en las nalgas, y empujó hacia arriba para rozarse contra su entrepierna.

—Joder, Tema —ronroneó bajándole los tirantes de la camiseta negra, cuyo mensaje frontal estampado en dorado decía: «Cedo mi cuerpo a la ciencia». Pero la o de cuerpo y la primera e de ciencia estaban agujereadas por las balas y el punzón. Con un gruñido, tiró de la camiseta y se llevó con ella los tirantes del sostén y también las copas. La piel blanca de sus pechos se había teñido de rojo, recuerdo de las heridas sufridas que ahora, gracias a su sangre, cicatrizaban rápidamente. Heridas de guerrera, pensó él con orgullo. No podía hacerle el amor ahí, pero quería, quería...

Tema siguió bebiendo hasta que se le pasó el miedo, hasta que el calor de Shisui llegó hasta ella. Fue consciente del pene grueso que se hinchaba cada vez más bajo el roce de su entrepierna y, también, del olor corporal de ambos, el que exudaban sus cuerpos cuando querían aparearse como animales. Como la noche anterior.

Pero nada parecía suficiente, ella no tendría suficiente. Necesitaba más. ¿El qué? No lo sabía, pero desde luego era mucho más. Desclavó los colmillos y recostó la frente en su hombro, sacudiéndose encima de él, buscando el contacto en ese punto que le haría ver las estrellas.

—Quiero hacerlo —gimoteó soltando las riendas de su control—. Necesito hacerlo contigo.

Claro que necesitaba hacerlo. Un segundo más y Goro podría haber cortado la cabeza de Tema. Una décima más y él habría perdido a la persona más importante en su vida. Maldita sea, ese pensamiento lo estaba matando.

Shisui se incorporó un poco y la colocó sobre sus piernas de modo que ella pudiera apoyar la parte trasera de sus rodillas sobre sus hombros, y su espalda sobre sus fuertes muslos. Coló los dedos en la cinturilla de los pantalones y se los deslizó hasta las rodillas, llevándose las braguitas negras con topitos blancos en ese movimiento.

Tema le lanzó una mirada lánguida y se pasó la lengua por el labio superior y luego por el inferior.

—¿Quieres que te pruebe aquí? —preguntó él, deslizando lentamente el dedo índice por su raja suave y lisa. Ya estaba húmeda para recibirlo.

Ella entreabrió los labios, mostrando sus colmillos. Sus pestañas aletearon ante la repetitiva caricia y tragó saliva.

—Sí.

—¿Te lo han hecho alguna vez? ¿Te han lamido?

—Sabes que no.

Él sonrió con malicia y llevó la otra mano, que no estaba tocando su sexo, al pecho derecho de Tema. Le pasó el pulgar por el pezón, que se irguió sensible a su roce.

—¿Shisui?

Él ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, pero le tapó la boca con la mano porque oír su voz lo enloquecía; y necesitaba mantener el control para no poseerla ahí mismo. Ella abrió los ojos sorprendida y, entonces, sintió algo que la ensanchaba por dentro. Shisui metió tres dedos enteros en su interior hasta los nudillos, observando en todo momento cómo su sexo se abría, se sonrojaba y se estiraba por lo que él le hacía.

La joven movía la cabeza hacia un lado y hacia otro, pero no podía oír sus propios gritos porque su mano se lo impedía; y eso la excitaba, la ponía frenética.

Shisui sabía quién era Tema, sabía lo que ella necesitaba; pero a la ratita todavía le faltaba dar un paso para llegar a su plena conciencia sexual, para conocer sus verdaderos gustos en la cama. Si el destino se lo permitía, él se los enseñaría todos.

Amar a una mujer era una sensación poderosa; porque saber que Tema dejaba que él le diera placer le llenaba de poder y de humildad. Introdujo los dedos más profundamente y observó como su clítoris se hinchaba y salía a saludarlo. Entonces empezó a rotar los dedos, a sacarlos y a meterlos como haría con su miembro, pero no tan profundamente y, después inclinó la cabeza y, sin pedir permiso a nadie, lamió el clítoris perezosamente, impregnando su lengua y su paladar del inconfundible sabor de su mujer. No se lo haría como él sabía, pero le daría lo suficiente para que la próxima vez le pidiera más.

Ella tenía los ojos vidriosos. Movió las caderas arriba y abajo y dejó caer los brazos para sostenerse en los gemelos del druida, cuyas botas negras y desabrochadas los cubrían parcialmente. La imagen, llena de decadencia y abandono, bien podría haber sido la de una película porno. Pero ahí había más que sexo, y ambos eran conscientes de los símiles y las diferencias entre una cosa y la otra.

Shisui curvó los dedos en su interior, dio un último y suave lametazo al clítoris y frotó el punto G de Tema, que cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás hasta que su pelo largo y rubio cayó como una cascada sobre el suelo, y gimió abriendo las aletas de la nariz.

El orgasmo fue infinito. Una oleada de placer que pasó por su entrepierna y llegó hasta sus pechos, palpitando a cada espasmo y creando pequeños epicentros por todo su cuerpo.

Una sensación pura, loca de libertad y gusto supremo, igual que la extraña y dependiente relación empática que se gestaba entre ellos a cada minuto que pasaba. Y esa sensación era, definitivamente, lo contrario a la muerte que ambos habrían encontrado si Goro hubiera acabado con la vida de Tema.

Todavía le temblaban las piernas.

Tema salía de las duchas de las instalaciones del RAGNARÖK y se secaba el pelo con una toalla oscura. Shisui la había llevado hasta allí para que ella misma se aseara y se sintiera más cómoda. Mientras reordenaba sus ideas, sabía que estaban recogiendo su sala de trabajo; que había un grupo del clan limpiando los suelos, las paredes y la mesa de las salpicaduras de sangre. También había oído, por boca de Shisui, que Obito y Kakashi iban a salir a Coventry para investigar sobre el paradero de aquellos que destrozaron el banco HSBC.

Hidan buscaba su fórmula porque no quería perder tiempo en descifrarla y, al no hallarla, decidieron arrojar al traidor para que él mismo solventara el problema.

Malhumorada por la falta de respeto y consideración hacia su persona y su labor, se colocó una camiseta blanca que Daimhin le había traído, un par de tejanos azules oscuros y se sentó en la banqueta de madera para calzarse sus preciados zapatos rojos tuneados con calaveras.

Estaba sola en las duchas; los compartimentos eran individuales, cubiertos por cristales opacos, pero luego había una zona común con banquetas de madera, varios lavamanos, espejos, secadores y botiquines. Como si se tratara de los vestuarios de un gimnasio de lujo.

Pero ni siquiera el RAGNARÖK era tan seguro como parecía. La habían intentado matar, rodeada de guerreros que debían protegerla y, aun así, habían burlado su seguridad desde dentro, infiltrando a un traidor.

Se pasó las manos por el pelo húmedo y clavó su vista verde y amarilla en el espejo. Habría movimiento en el clan.

Ahora, todos sabían que Hidan conocía lo del iridio; y aunque Goro no había logrado enviar la fórmula final, Newscientists tenía buenos científicos que tardarían poco en resolver la ecuación y utilizar la cantidad necesaria de iridio puro para estabilizar el acelerador. Y, si sabían eso, abrirían una puerta en cualquier lugar y todo el trabajo se iría a la mierda.

—¿Te encuentras mejor? —Shisui entró en el vestidor y se paró tras ella. El druida le alzó la barbilla, ahora mucho más sereno que cuando le había puesto las manos encima en la sala de curas. Más controlado, sin duda.

Ella asintió y lo miró fijamente a través del cristal. Él no había bebido de ella, no lo había hecho. Ella, en cambio, sí. Y mucho además. Se fijó en que Shisui tenía los nudillos ensangrentados y le agarró los dedos para inspeccionarlos.

—¿Qué has hecho? ¿Qué te ha pasado? —preguntó preocupada. El druida miró hacia otro lado, como un niño al que había pillado con las manos en la masa.

Tema pasó el pulgar por las rascadas, dirigió sus labios a las heridas y las lamió con cuidado y pericia, esperando a que estas se cerraran ante su caricia. No pensó en lo que hacía; solo sintió que debía de hacerlo, porque Shisui cuidaba de ella, y ella también quería cuidar de él.

—¿Con quién te has peleado?

—Con la pared del gimnasio —explicó, encogiéndose de hombros.

Tema agitó la cabeza sin comprender la contestación.

—¿Por qué?

—Me he imaginado que era Goro. Necesitaba descargar la furia que siento adentro, Tema. Me... Me está matando —gruñó desesperado—. Ese hijo de puta estaba aquí, esperando el momento para... Para engañarnos y hacerte daño. Odio no haberme dado cuenta.

El rostro de la joven se suavizó. Por Dios, ¿porqué era así con ella? ¿Por qué se sentía tan responsable de todo lo que le sucediera? Y, ¿por qué le gustaba tantísimo saber que eso era así?

—No lo puedes saber todo, druida. No lo puedes controlar todo.

—Sí. Debería. Debería hacerlo por ti.

La científica inclinó la cabeza a un lado y, todavía con los dedos entre los suyos, le dio un beso en el dorso de la mano.

—¿Eres así de verdad? ¿No es una pantomima para alelarme? —preguntó más para sí misma que para él.

Shisui no comprendió la pregunta y arrugó el entrecejo.

—Eres dulce, Shisui —era un rompecabezas para ella—. Me dejas perdida.

—Y una polla soy dulce. Soy un cabrón egoísta, y deberías saberlo.

—No —replicó Tema, conmocionada por la preocupación en los ojos del druida. Hacía un momento le había regalado un orgasmo maravilloso y la había alimentado. Y después de ocuparse de sus necesidades, se encargó de su propia frustración golpeando la pared del gimnasio hasta abrirse la carne. Era único y adorable; y Tema caía y caía en un pozo profundo de sentimientos hacia él, a una velocidad que podía matarla. No. Ya estaba en el pozo—. Esta mañana no quise decirte lo que te dije...

—Oh, sí que quisiste. Pero es normal que pienses así. Estás asustada y te cuesta creer en los demás.

Tema asumió la veracidad de lo que decía Shisui. Tenía razón.

—¿Te encuentras mejor ahora? ¿Le has dado su merecido a la pared?

Shisui resopló y negó con la cabeza.

—No. Siento que voy a estallar... Mi hermano me ha dicho que soy como una especie de condensador. Algo está pasando en mi sangre y en mi cuerpo. No sé lo que es. Pero pasa algo y está todo relacionado contigo. Con tu sangre.

Ella le acarició el surco de la barbilla y se puso de puntillas hasta casi alcanzar la misma altura de sus ojos.

—¿Te molesta? —alzó una ceja con diversión.

—No. Pero es una sensación extraña. Es como si tuviera más poder del que estoy dispuesto a asimilar.

Ella pensó en sus palabras. Shisui era un druida; su poder y su magia eran indivisibles de su persona. Pero, por algún motivo, su nueva energía lo sobrepasaba. Igual que la sobrepasaba a ella el tenerlo delante, verlo tan hermoso, turbado e intranquilo por ella.

Druidh.

—¿Sí?

—¿No tienes sed? Antes no... No has bebido.

Él le levantó la barbilla, le puso el pelo rubio detrás de su oreja y le acarició el pómulo con el pulgar.

—No te preocupes por mí. Hoy no he sido yo el que ha luchado, sino tú. Y me honra poder alimentarte. Pero no puedo beber de ti ahora. No aquí.

Tema estaba sensible y susceptible; y no sabía controlarse.

—¿Por qué me rechazas otra vez? No lo comprendo... —rezongó cabizbaja, empujándolo y apartándolo de ella.

Shisui la rodeó por la espalda y la inmovilizó para contestarle al oído.

—Ata en corto a esa fiera vaniria, Tema, porque tiene muchísimo carácter.

Ella ya lo empezaba a adivinar, pero le gustaba que saliera. Su nueva esencia estaba ahí, dispuesta a dejar sentado a todo el que la desafiara.

—Si no me vas a dar lo que quiero, deja de provocarme —contestó arisca—. ¡Y deja de oler así!

—¿Cómo? ¿A canela? —El rio por lo bajini—. Me gustas tanto, rubia... Me encanta tu honestidad y lo franca que eres. Dices las cosas como las sientes; y no maquillas nada, no hay filtros. ¿Me preguntas por qué no bebo de ti? —pasó la lengua por su garganta—. Porque no me fío de mí mismo, Tema. En cuanto te muerda voy a querer algo más, y no puedo hacerlo aquí.

Y a ella le honraría que él la mordiera, que se lo hiciera ahí en «modo descontrolado»; pero aunque a la fiera y a su parte sexual no le gustaba ese control, su parte racional entendía que había cosas más importantes en las que pensar.

—No hay nada más importante para mí que tú y tus necesidades. Nada, Tema —giró su cara de hada entre sus manos y la besó en la comisura del labio—. Pero no quiero acostarme con mi cáraid aquí. ¿Sabes por qué?

—¿Por qué? —preguntó con voz débil.

—Porque tu olor es mío —sus ojos negros se oscurecieron y la desafiaron a que lo negara—. De nadie más. Y tus gemidos también son míos. De nadie más. No estoy dispuesto a compartirlos con otros.

Ella exhaló más descansada al oír eso. Su lado perverso, ese que no sabía que tenía, la fiera atrevida y sensual que moraba en su interior se levantó para husmear con el hocico y se relamió, esperando el momento para atacar.

—Y además tenemos que salvar el mundo —añadió ella para quitarle intensidad a sus palabras.

—Salvaremos el mundo mientras esté en nuestras manos. Pero entre el mundo y tú, te aseguro que te elijo a ti.

Ella no supo qué contestar. La fuerza de sus emociones se aglutió en su garganta.

—Mi Huesitos —la abrazó, cubriéndola compasivamente con sus enormes brazos—. Me vuelves loco. Es demasiado para ti, pero eres fuerte y lo estás asimilando todo muy bien —le dijo al oído—. Cuando por fin comprendas que nadie va a quererte y cuidarte como yo quiero hacerlo, podrás rendirte y entregarte a mí como en realidad deseas. Vamos avanzando como las hormiguitas, ¿verdad, nena?

—No me gusta que me hables como si fuera una niña pequeña.

—Eres mi niña pequeña y quiero tratarte como nadie lo ha hecho —la besó en la otra comisura—. Como a mí me dé la gana. Entrégate a mí, Tema. Hazlo de verdad y podremos luchar juntos sin tener que pelear contra lo que despertamos el uno en el otro. Pero hazlo, porque no tengo paciencia —la amenazó suavemente.

Ella no contestó y se apartó sutilmente. ¿Rendirse? ¿Es que no lo había hecho todavía?

—¿Estás preparada para venir conmigo? —preguntó.

—¿Adónde?

—Vamos a preparar una ofensiva; y tenemos que hablarlo entre todos. Quieren que estés ahí.

—¿Yo? ¿Por qué? —preguntó confusa.

—Porque ahora eres de los nuestros. Porque hoy te has ganado el respeto del clan.

Ella no quería el respeto de nadie. Solo que dejaran de señalarla con el dedo y de juzgarla. Si la actitud hacia ella cambiaba, lo agradecería. Pero tampoco buscaba la aprobación de los demás ni el caer bien.

—Quiero ver a Eon antes —repuso seria. Eon la había intentado proteger en cuanto Goro entró a la sala, y solo tenía tres años. La aceptación de los demás podía esperar.

—Él estará ahí. No ha dejado de llorar desde que lo apartamos de tus brazos. Tiene unos pulmones increíbles. Tenten y Karin han considerado que, por el bien de sus tímpanos, es mejor que tú te hagas cargo de él. Así se tranquilizará.

Tema bajó la cabeza y sonrió con sutileza. ¿Tenten y Karin habían pensado eso? ¿Tan pronto habían olvidado que ella era como una versión femenina de Loki?

—Está bien.

—¿Seguro?

—Sí.

Shisui entrelazó los dedos con ella y la llevó de la mano por todo el local, sacando pecho como si fuera un trofeo, presumiendo de su cáraid. Los guerreros estaban alterados y más de uno se había quedado muy afectado al saber que Goro había decidido pasarse al bando equivocado. Él había sido un guerrero maltratado, un cabeza rapada; y aunque muchos estaban quebrados en el alma, la palabra y el honor en ellos seguían intactos. Por eso lamentaban la actitud del fallecido vanirio.

Los guerreros jóvenes y adultos miraban a Tema entre sorprendidos y cautos; pero ya no había nada de recelo. La científica había protegido con uñas y dientes a uno de los suyos y, además, había evitado que Goro tuviera éxito en su misión. Y lo había hecho sola, sin poder reclamar la ayuda de nadie.

—No me gusta que me miren —dijo en voz baja, con las mejillas sonrojadas—. Me da vergüenza.

—No te miran. Te admiran, que es diferente —le apretó los dedos de un modo reconfortante y sonrió—. Vamos, banpriunnsa.

La sala en la que les esperaban Deidara, Homura, Koharu, Karin, Tenten y Tsunade parecía más bien una sala de cóctel. Pero le gustó ese aspecto desenfadado, porque era mucho más relajante que la sala del Consejo en la que se le había juzgado y donde Shidui le había dado el mordisco de gracia para transformarla.

Las paredes eran de piedra natural, propia del interior de la tierra. Las luces azuladas y naranjas los iluminaban desde el suelo hacia arriba. Las mesas eran blancas y los sillones de piel fina y blanca estaban acolchados por si alguien quería estirarse y tomarse un descanso.

Las humanas traían bebidas en una bandeja plateada y seguían sonriendo a Shisui y a todo guerrero que se moviera. Tema lanzó una mirada fulminante a la que tenía el lunar en la barbilla, sin duda, la más descarada; y esta, ni corta ni perezosa, le dirigió una sonrisa maligna y se alejó con la zafata vacía.

Eres increíblemente celosa. Ronroneó Shisui.

No soy celosa. Soy detectora de zorras.

Shisui se echó a reír y retiró una silla caballerosamente para que tomara asiento.

Todos la miraron y ella no supo dónde meterse. Odiaba esas inspecciones, pero no tenía nada que ocultar, así que no bajó la cabeza en ningún momento.

—Gracias, Tema —Deidara le hizo una reverencia con la cabeza—. Con tu acción de hoy te has ganado todos los ceros de más que me pedías.

Ella lo miró a su vez, sin saber si sonreír o no.

—Lo que he hecho hoy podría incluirse como un extra en la paga doble. No está incluido en el sueldo.

Deidara se rio y la astrofísica quedó noqueada. Madre mía, ese hombre era arrebatador cuando sonreía.

—No intentes sacarle ni una libra más —intervino Tenten con un tono mucho más afable del que había utilizado anteriormente para dirigirse a ella—. Es un tacaño.

Karin se cruzó de brazos.

—Ya estamos.

Tsunade no apartaba sus ojos marrones de Tema. Pero no había prejuicio en su actitud, ni tampoco acritud; esta vez había interés y curiosidad.

—En serio —continuó Deidara—. Agradecemos que protegieras a Eon y que hicieras lo posible por salvaguardar esa fórmula tan preciada que tienes en tu poder.

—No creo que sirva de mucho ya—confesó ella—. De algún modo Hidan ya sabe lo del iridio. No sé cómo lo han averiguado...

Deidara sacó un diminuto micro y lo dejó encima de la mesa.

—Estaba en tu sala, en la base de uno de tus microsopios. Tiene un alcance muy grande y registraba todo lo que decías. Al saber que Goro era el topo de Hidan hemos rebuscado entre sus cosas y hemos dado con esto otro. —Mostró un pequeño receptor grabador de ondas y lo dejó al lado del micro—. Goro tenía acceso a todo lo que se decía ahí.

Tema miró a Shisui alarmada.

—Pero si Goro tenía acceso a todo, puede que también le dijera a Hidan la ubicación del RAGNARÖK y cómo llegar hasta vosotros.

—No, no es posible —explicó Homura—. Somos conscientes de lo que puede llegar a ocasionar el maltrato en un guerrero, y no podíamos arriesgarnos a insertarlos en el clan de nuevo tan abiertamente. Los trasladamos desde el helicóptero a un autocar con cristales tintados y desde ahí los llevamos al RAGNARÖK sin que supieran en ningún momento donde estaban. Temíamos que algo así pudiera pasar; aunque no pensamos que después de todo lo que les habían hecho, uno de los nuestros se pasara al bando de Loki; pero era una posibilidad. Les hicimos tests previos para comprobar su verdadero estado mental y, al margen de los traumas que puedan tener, no había nada por lo que sospechar. Goro, simplemente, nos engañó.

—Pero no lo entiendo... ¿No los registrasteis al recogerlos del helicóptero? ¿No visteis el microtransmisor ni el receptor?

—Esos microtransmisores son nuestros —explicó el líder berserker—. Los tenemos en la sala de armas. Les estamos enseñando a cómo funcionar. Muchos de estos guerreros tienen que empezar de cero, sobre todo los más jóvenes. Nosotros los formamos. Goro ayudó a colocar todas las pantallas táctiles de acceso en casi todas las salas.

—Incluida la mía —entendió Tema. Por eso el vanirio había sabido entrar. Él mismo se había registrado para que tuviera acceso directo a su sala.

—Sí, nena —afirmó Shisui poniéndole una mano sobre la rodilla—. Aprovechó y colocó el transmisor. Sentimos no habernos dado cuenta de ello.

—Yo también. Pero, ¿cómo ha podido Goro comunicarse con el exterior? ¿Cómo pudo transmitir lo del HSBC y lo del iridio?

—Los clanes pensaron que sería buena idea que los guerreros volvieran a interactuar con el ambiente —dijo Shisui—. Y han empezado a salir con guías desde hace tres noches, fuera de la Black Country. Los ordenadores están preparados para que no se emita ningún tipo de información saliente. No se pueden mandar correos, ni conectarse con cuentas a páginas de Internet, ni nada de eso. El foro es lo único que permanece abierto. Pero entre las posesiones del traidor hemos hallado este móvil —dejó una Blackberry negra sobre la mesa—. Es de un humano. No sabemos qué haría con él, pero se quedó con su teléfono. En su registro de llamadas salientes hay solo dos llamadas: una antes de ayer, después de tu juicio, y otra ayer por la noche, cuando salimos de aquí en la dirección Coventry. Todo cuadra. Por eso nos atacaron en Dudley y, por esa misma razón, hoy de madrugada han atracado el HSBC. Han seguido nuestros pasos.

Tema apretó los dedos de las manos, y Shisui le acarició el dorso con el pulgar para que se relajase. Ya no podían arreglar lo que había pasado, ni tampoco cometer los mismo errores.

—¿Habéis localizado el teléfono? ¿De dónde es? Es Hidan quien está al otro lado de la línea —afirmó convencida—. Si lo registráis...

—Ya lo hemos hecho, nena —contestó Shisui—. La llamada se hizo a Escocia; esa era la ubicación del teléfono al que llamó. Ahora ya no lo podemos localizar porque está fuera de servicio. Han extraído la tarjeta y se han deshecho del móvil.

—No podemos hacer más por el momento. Konan y Itachi están introduciendo anclajes mentales en los chicos, para que esto no vuelva a suceder —Deidara apoyó los codos y se inclinó hacia adelante—. No queremos más enemigos en casa. No obstante, nos hemos deshecho de un traidor y, a cambio, hemos ganado un aliado —la miró con orgullo y reconocimiento—. ¿Eres de los nuestros, científica?

La pregunta trivial más importante que le habían hecho en su vida.

¿Era una vaniria? Sí.

¿Trabajaba con ellos? Sí.

¿Le caían bien? Asombrosamente, y aunque todavía había algunas diferencias, la respuesta era afirmativa. Entonces, ¿se quedaba en ese bando? ¿Con el druida y aquella locura innombrable que sucedía cada vez que estaban solos? ¡Sí!

¿Se arrepentiría? ¡Sí!

Pero ya estaba hecho, así que echó los hombros hacia atrás y con serenidad respondió:

—Lo único que sé es que nunca he formado parte de los otros. Y si estar contra ellos es estar a vuestro favor, entonces sí: estoy de vuestra parte.

Shisui sonrió y tuvo unas ganas locas de besarla delante de todos, pero en vez de eso, miró a Tenten y le guiñó un ojo. Y Tenten se echó a reír feliz por él. Shisui necesitaba a alguien íntegro a su lado; y la Cazadora, aunque nunca había conocido a ninguna mujer con la personalidad de la científica, sabía que Tema Sabaku tenía un par de huevos y no era fácil de doblegar.

—Tema, ¿funcionó tu microacelerador? —preguntó Homura, siempre haciendo preguntas directas y sin rodeos.

—Sí. Perfectamente —contestó Tema, todavía ofuscada por los errores cometidos y por la decisión que acababa de tomar.

—La pregunta es: ¿pueden construir un acelerador y abrir una puerta permanente? —Formuló la pregunta mejor.

—Si dan con la cantidad de iridio necesaria sí —contestó sin más—. Y lo harán. O serían muy estúpidos si no lo lograran. El dibujo de Riku indica que el vórtice más activo ahora es el de Inglaterra. La energía electromagnética así lo indica. Cuando llegue a su punto álgido, si tienen el iridio disponible, podrían abrirla sin problemas. Pero tienen que encontrar cuál es la ubicación real del vórtice.

—Vaya... eres una genio de verdad —dijo la Cazadora con admiración.

Tema no contestó. No hacía falta. Era obvio.

—Y necesitan iridio puro y mucha cantidad. Lo que me has facilitado hoy es algo irrisorio para la cantidad de metal que a ellos les hará falta. Lo mejor es que dudo que puedan conseguir el material en tan poco tiempo; eso es algo que cuenta a nuestro favor. Lo más probable es que el centro electromagnético no tarde en activarse; y dudo que tengan el metal necesario para entonces.

—El iridio que te facilité lo extraímos de las bujías de los coches —explicó Deidara.

Tema sonrió y arqueó una perfecta ceja rubia.

—Muy ocurrente. Aunque para un acelerador de ese calibre necesitaréis extraer el iridio de, al menos, cien mil bujías. Seguro que hay fábricas de extracción en Inglaterra... Actúan bajo encargo pero, aun así, necesitan tiempo para purificarlo. Sea como sea, si Hidan pretende aprovecharse de este vórtice que se está abriendo en Inglaterra, es porque tiene pensado conseguir el iridio. Podría haber demorado su ataque contra mí. Pero les corre prisa y no quiere margen de error. Por eso quería asegurarse la fórmula. Se enteró de lo del iridio ayer por la noche. No podrá conseguirlo tan rápidamente, y menos purificado. El vórtice se activará totalmente antes de que ellos puedan conseguir el metal. A no ser, como ya he dicho, que Hidan haya encontrado el modo de dar con él.

—Iridio puro... Un momento... —Karin se levantó y abrió los ojos como platos—. ¡Un momento! ¡Por Dios! ¿Cómo no he pensado en esto antes? ¿Sabéis quién es Christian Bolsöm?

Todos la miraron extrañados. ¿De qué hablaba la híbrida?

—No os lo vais a creer pero... Es un diseñador noruego de esculturas —explicó, mirándolos como si fueran unos ignorantes.

—¿Y qué, nena? —preguntó Tenten atuzando su pelo castaño con las manos—. Habla rápido o calla para siempre.

—Esta noche se preestrena en el cine IMAX de Londres la película de Los vengadores. Christian Bolsöm ha decidido participar en el evento legando una estatua que represente a Iron Man y que se convierta de modo perpetuo en el guardián de la plaza de la calle Waterloo en Lambeth. La cede a Londres permanentemente.

—¿En serio? —preguntó Tema emocionada—. Me gustan los Vengadores —los héroes de Marvel. Sus héroes—. Pero no entiendo qué tiene que ver con esto.

—Yo ya sabía lo de la fiesta de Marvel —asintió Tenten.

—La cuestión —continuó la híbrida— es que Christian Bolsöm hace sus estatuas con una mezcla de... ¡Osmio e iridio! Dicen que la estatua medirá varios metros de altura —Karin se cruzó de brazos con orgullo y sonrió con sus ojos carmín haciendo chiribitas—. Tienen pensado hacer una exposición espectacular. Como es la película de Los Vengadores, Marvel organiza una fiesta temática cuya premisa principal es ir caracterizado de uno de sus personajes de Marvel.

Deidara y Homura se miraron y parpadearon incrédulos. Karin acababa de darles la primera pista sobre el paradero de Hidan.

—¿Acaso no leéis los periódicos? —les recriminó.

—Pues mira, precisamente hoy no nos ha dado tiempo —contestó Tsunade, fijándose en los zapatos rojos de Tema. Sabía que le había regalado unos negros y espectaculares a su hija Daimhin. ¿Debería darle las gracias?

—Es una Mitokado, mi nieta, ¿qué esperabas? —apuntó Homura iluminado de ego.

Deidara la acercó a él y le dio un rápido y duro beso en los labios.

—Es una Kamiruzo. Hermosa y lista. No se puede pedir más.

—Hay para todos —contestó Karin, poniendo paz y aceptando el beso de su macho.

—¿Esta noche nos vamos de carnaval? —Preguntó Shisui, excitado. Necesitaba acción. Le urgía una buena pelea en la que poder sacar toda la ansiedad que había sentido esos días.

—Esta noche —prometió Deidara— vamos a robar a Iron Man para que Hidan no lo haga. Seguro que ellos también se han percatado de la noticia. Les corre prisa por encender el acelerador antes de que el vórtice se active y se apague; y no vamos a ponerles las «piezas» fáciles.

—¿Hay algún modo de contrarrestar la energía del acelerador? —preguntó Homura—. Si dan con el iridio y deciden abrir un portal en algún sitio, ¿cómo podemos detenerlos?

Tema movió los labios de un lado al otro y pensó en la respuesta más aclaratoria:

—No lo sé. Llevo un par de días pensando en ello, y creo que puede haber un modo pero... No estoy segura. La puerta dimensional es una escalera al cielo creada de antimateria, formada por antiátomos que, en vez de estar cargados por electrones negativos y protones positivos, los hallamos al revés. Si la misma cantidad de materia y antimateria colisionan, se produce un fenómeno de aniquilación y crearía unos rayos gama que se convertirían en la llave para abrir esos mundos paralelos. El haz del acelerador debe impactar contra el vértiz o la matriz de un campo cargado de energía electromagnética. Por eso Hidan y Hummus trasladan los aceleradores a esos cónclaves de la Tierra activos; pero no los pueden escoger al azar. Lo llevaron a Colorado porque entonces era el campo más fuerte despierto y lo hicieron impactar sobre su superficie, o sobre la fuente de energía. Cuando el haz y la superficie colisionan se abre una puerta dimensional al universo, pero, ¿qué se puede hacer para cerrarla? ¿Qué se puede hacer para invertir la energía de la antimateria? Supongo que cargar el ambiente de protones y electrones con su carga adecuada; pero para eso se necesitaría una energía descomunal. Y esa energía podría tener los efectos de una supernova. Si la ponen en marcha en el vórtice de Inglaterra mientras el acelerador está en plena colisión, podría arrasar con todo Londres.

La verdad era que Tema tenía el don de explicar las cosas con sencillez para que todo el mundo pudiera entenderla, pero no dejaba de ser fascinante lo fácil que le resultaba hablar de temas que la humanidad tenía casi vetados.

—Hablaré con Obito —decidió Homura—. Riku y Nori nos tienen que echar una mano en esto cuanto antes. Tenemos que adelantarnos a sus movimientos y cogerlos desprevenidos; y el pequeño sobrino de Obito nos puede ayudar con ello. Si sabemos cuál es el punto más activo de Inglaterra, también sabremos hacia donde se dirigirán.

Koharu entró en la sala con Eon cogido de la mano. La mujer lo miraba con cara de adoración y sorpresa. El pequeño tenía el rostro lleno de churretones y los ojos azules enrojecidos de llorar.

Cuando vio a Tema, se soltó de la mano de Koharu y, corriendo con sus pequeñas piernas cortas, se dirigió hacia ella y hacia Shisui. Tema abrió los brazos y lo estrechó con fuerza, al tiempo que Shisui le acariciaba la cabeza.

—No sé lo que le has dado al pequeño —confesó Koharu hablándole con respeto—, pero Eon no puede vivir sin ti.

—Ha sido un mar de lágrimas desde que le sacaron de tu sala —explicó Tenten, enternecida por la imagen.

Tema escuchaba a todos pero solo prestaba atención al diminuto vanirio al que decían que había salvado la vida.

—Solo necesita cariño. Es un niño muy bueno —contestó besándolo en la coronilla—. Y está mejorándose, ¿verdad?

Eon asintió con la cara hundida en el pecho de Tema.

Tenten y Karin se miraron de reojo, comunicándose con el pensamiento, y Koharu se sentó al lado de la científica, estudiándola con su característica madurez y viendo mucho más allá de lo que la joven quería mostrar.

Eon alargó la mano y la puso sobre la de Shisui, levantando la mirada y sonriéndole con complicidad. El druida se extrañó al ver ese gesto, pero su pecho se llenó de luz y de comprensión. Una imagen valía más que mil palabras. Todo. Todo lo que podía desear, aquello que le emocionaba y le hacía sentir bien, lo que su alma y su cuerpo necesitaban, estaba frente a él bajo la forma de una mujer rubia y un niño de cabeza afeitada y pelirrojo.

Abrió y cerró los dedos de las manos, que volvían a arderle y a quemarle sin remisión. Desde que había visto a Tema ensangrentada, no se había podido quitar esa sensación de encima. Ni siquiera ahora que estaba a salvo.

¿Qué mierda le pasaba? ¿Tan jodido y sufrido era tener una cáraid?

No. Iba más allá de eso. Algo sucedía con su cuerpo y todavía no sabía de qué se trataba. Abrió y cerró los ojos porque su visión se tornaba borrosa de nuevo.

Todos tenían ese halo alrededor, como si se desdoblaran.

En ese momento entró Daimhin, con su katana a la espalda y Konan y Itachi detrás, que ya habían acabado de realizar anclajes mentales en los guerreros y de asegurar que no había ni uno más como Goro; y lo que Shisui vio le dejó anonadado. Daimhin tenía un halo alrededor de la cabeza, como algo dorado y largo. Y Konan emitía una increíble luz a la altura del vientre y un doble halo más potente que el de los demás.

Y entonces, sorprendido, empezó a comprender lo que le estaba sucediendo.

Aquello que de humano solo podía adivinar e intuir, ahora, gracias a la sangre de Tema, también podía verlo con los ojos físicos. El vanirio druida había despertado finalmente.

Se frotó los párpados, obligándose a concentrarse y a aceptar aquel don, y esperó a que la sensación de mareo desapareciera y deseó que no siempre viera su mundo bajo aquel nuevo prisma, porque de lo contrario, menuda putada sería.

—Esta vez nos toca mover a nosotros —Deidara observó a Homura—. Debemos avisar a las patrullas y prepararnos para estar en unas horas en Waterloo Road. Esta noche nos encontraremos cara a cara con Hidan y ese cabrón no puede salir vivo de ahí.

—Bien —Homura sonrió a su kone Koharu y le ofreció la mano para que le acompañara—. Llévame con Riku y Nori, amore.