16

El día en el RAGNARÖK se vivió con mucha intensidad. Homura y Deidara informaron a los clanes sobre lo que había sucedido.

Las sacerdotisas calmaron los nervios de los niños más jóvenes, pues sabían de lo ocurrido y estaban muy afectados.

Tema entró de nuevo en su sala de trabajo, impoluta y en orden, como si unas horas atrás no hubieran intentado matarla y no se hubiera teñido todo de rojo.

Shisui la acompañó, controlándolo todo con ojos de halcón. Eon era como una especie de paparra enganchada a su pierna, pero al druida no le molestaba. Los niños eran su especialidad, aunque Tema dudara de ello.

—Me quedaré contigo —dijo sentándose en una butaca y observando el modo de trabajar de la científica.

Tema asintió conforme, pues le necesitaba cerca para sentirse mejor y más segura. No es que estuviera asustada, ni tampoco que el ataque hubiera mermado su confianza; pero, aunque lo hubiera hecho, no tendría tiempo para la autocompasión, pues necesitaba encontrar un bloqueo para aquello en lo que durante tantísimos años había trabajado para crear y poner en marcha.

Encendió los ordenadores y le preguntó a Shisui:

—Deidara es hacker, ¿verdad?

—Sí. El mejor —contestó sentando a Eon sobre sus rodillas.

Tema se quedó sin respiración al verlos juntos. Eon parecía diminuto al lado del druidh, pero ambos encajaban a la perfección. Carraspeó para salir de su aturdimiento y añadió:

—Necesitaríamos varios monitores para controlar los campos electromagnéticos: y para ello nos haría falta entrar en el programa de la Nasa. Debemos ayudar a Riku y confirmar que lo que él ve puede ser una realidad y no una intuición. Contrastaremos la información.

Como si sus palabras fueran órdenes, Shisui desapareció con Eon, y al poco tiempo, volvió con el líder del clan keltoi de la Black Country.

—¿Qué necesitas, Tema? —preguntó Deidara.

—Necesito que te conectes a los satélites de teleobservación de la NOAA —contestó revisando el microacelerador y recolocando el blanco, ahora más conocido como «Degollador»—. Detectan la radiación electromagnética y nos ayudarán para tener todos los puntos controlados en Inglaterra. El vórtice que utilizarán se está creando aquí, pero necesitamos saber con exactitud cuál de esos puntos, que tanto Riku como nosotros controlamos, es el que más energía cuántica está creando.

Deidara sonrió y se frotó la barbilla con el pulgar.

—Ahora mismo lo preparamos.

—¿Tardarás mucho? —preguntó insolentemente sin apenas mirarlo.

El líder se envaró y le lanzó una mirada de perdonavidas. Shisui miró al techo y cogió aire para no reírse de su amigo en su cara.

—¿Sabes quién soy, científica?

Tema levantó la vista de su aparato y parpadeó sin comprender la pregunta.

—¿Es una pregunta trampa?

Los ojos azules de Deidara chispearon con desdén y la señaló con el dedo.

—Tú puedes construir aceleradores y lo que te dé la gana, Einstein; pero yo voy a hacer algo mejor. No solo voy a dirigir los satélites cómo y cuándo yo quiera; además, voy a crear una aplicación para incluirla en nuestros teléfonos y tendrá una alarma de aviso que nos informe del punto electromagnético con más actividad.

—Oh, ¿de verdad?

—Sí.

—Sería genial que pudieras hacer eso —se agachó de nuevo para que no viera la sonrisa que se estaba dibujando en sus labios. Era tan fácil provocar a los hombres. Solo hacía falta poner en duda su competencia—, en menos de dos horas.

El vanirio sonrió abiertamente y le enseñó los lustrosos colmillos.

—No necesito tanto.

En décimas de segundo, Deidara desapareció a la velocidad del rayo.

Shisui observó a Tema complacido y la repasó de arriba abajo. Era una hermosa manipuladora. Había picado a Deidara de forma maestra.

Ella lo miró por encima del proyector del acelerador y sus ojos verdes y llenos de luz sonrieron, conocedora de lo que estaba pensando.

—Los hombres sois sencillos —añadió con diversión.

Shisui se encogió de hombros y meditó sobre lo que podría suceder esa noche.

Tema debía luchar con las mismas opciones que los demás; por tanto, esa misma tarde la instruiría para que se supiera defender. En Newscientists le habían enseñado a defenderse; pero la guerra también se versaba en saber atacar.

Al final, Deidara Kamiruzu convirtió la sala central del RAGNARÖK en un observatorio de la Nasa. Había instalado tres pantallas de plasma casi tan grandes como las de un cine, en las paredes de roca del local. En ellas, la Tierra aparecía extendida en un mapamundi y había pequeños puntos de actividad electromagnética reflejados en ella. La mayoría coincidía con el dibujo de Riku. Esta vez los más llamativos estaban en Inglaterra, tal y como había dicho Tema, aunque el pequeño había visualizado más puntos marcados de los que salían en la pantalla.

Obito y Kakashi habían llegado de su barrido de Coventry, pero no habían hallado el paradero del grupo hostil que había desarmado el HSBC.

Obito tenía a Riku a horcajadas sobre sus hombros y Shisui hacía lo mismo con Eon. El pequeño de tres años apoyaba una mano sobre la cabeza afeitada del druida, y la otra sobre la del berserker de pelo platino que, al lado de ellos, sonreía y los miraba de reojo.

El berserker moreno explicaba a su pequeño sobrino lo importante que era él para el plan y lo que tenía que hacer en su siguiente viaje astral. La cabeza morena asentía y escuchaba a su tío. Y Koharu y Homura hacían lo propio con Nori. La pequeña rubia adoraba a los líderes del clan berserker y escuchaba atentamente lo que decían sus mayores. Jared, uno de los hijos de Kurenai e Asuma, molestaba a Nori haciéndole burlas con la cara, pero la cachorra lo ignoraba.

En una esquina, Tema observaba la curiosa escena de aquellos guerreros con los niños pequeños. Cruzada de brazos y apoyada en la pared, disfrutaba de una imagen única que nada tenía que ver con las pantallas.

Konan y Tenten se colocaron cada una a su lado y copiaron su gesto.

Tema se incomodó y se preparó para cualquier ataque verbal o mirada desdeñosa, pero, en vez de eso, le hicieron compañía en silencio hasta que Konan dijo:

—Incluso en el mundo de guerra en el que vivimos, hallamos destellos de luz, ¿verdad?

Ella miró a la vaniria, la Elegida, y supo que tampoco hablaba de lo que reflejaban las imágenes del mapamundi. Hablaba de ellos. Los que eran como Shisui, Obito, Kakashi, Itachi, Deidara, Homura…. Hombres que protegían y cuidaban. Que eran inmortales en la lucha, pero para los que el amor y el respeto hacia los suyos les llenaban de debilidades y de mortalidad.

Se maldijo por haber sido tan recelosa en cuanto a los hombres. Había perdido la fe en ellos, pero su druidh le estaba abriendo los ojos, al principio con crueldad, y después con un amor y una sensibilidad espectacular. Una que la hacía ponerse de rodillas.

No todo estaba perdido.

—Adoro a tu pareja —dijo Tenten con sinceridad—. Él me ayudó a conquistar al hombre que me vuelve loca y al que amo.

—Sí, Shisui es mi cuñado favorito —añadió Konan.

—¿Me estáis advirtiendo sobre algo? —preguntó sin mirar a ninguna de ellas—. Ahora viene cuando decís, «¿si le haces daño, te matamos?».

Tenten se giró hacia ella y esperó a que Tema la mirara. La científica lo hizo y Tenten arqueó las cejas.

—Ahora viene cuando te digo que esta noche yo voy de Viuda Negra, Karin de Electra, Konan de WonderWoman y tú...

—No me lo digáis: voy de la Muerte —contestó cínica—. Y estáis mezclando personajes de Marvel con DC Cómics. No está bien.

—No nos importa.

—Ya veo.

La Cazadora le dirigió una mirada a sus zapatos.

—Bueno, al parecer, te van las calaveras, ¿no?

Esa chica era insultantemente directa y tenía un sentido del humor muy agudo.

—Tranquila, Dr. Jekyll, vas a ir de Ms. Marvel —dijo finalmente.

Tema se descruzó de brazos, ofendida.

—No. Yo quiero a Catwoman —protestó seria e inflexible.

—No puedes. Tsunade es Catwoman. Los trajes ya se han comprado —contestó Tenten echándose a reír, disfrutando de la contrariedad de Tema.

Tema no entendía por qué la habían elegido como Ms. Marvel. Era un personaje demasiado exhibicionista, y encima Tsunade era quien tenía a la mujer gato. No iba a poder cambiárselo sin que le sacara las uñas.

Lo más impactante era que estaban contando con ella, incluyéndola en su plan de acción para esa noche. Esas chicas eran chicaschicas. Las mujeres con las que Tema solía ir antes eran más bien masculinas y serias, seguramente, debido a su profesión y al ambiente en el que trabajaban. Pero ellas... Konan, Tenten, Karin... Le recordaban a su querida hermana Hannah. Femeninas y con otra esencia.

—Aquí hacéis las cosas demasiado rápido —opinó molesta por el disfraz, pero secretamente agradecida por que contaran con su ayuda.

—Sí, el fin del mundo pide, exactamente, medidas extremas y desesperadas —contestó Karin caminando hacia ellas con cuatro bolsas en cada mano—. ¡Vuestro atrezzo!

Daimhin observaba a las chicas y deseó poder luchar con ellas, ser tan apta y fuerte como para enfrentarse al mundo.

Su madre, Tsunade, se colocó tras ella y apoyó las manos sobre sus hombros. Sentía el pesar de su hija y estaba cansada de ser prohibitiva con ella. Pero se la habían quitado cuando era muy pequeña... ¿Cómo no iba a querer cuidarla ahora y cobijarla de todo el mal que había visto?

—Con esos tacones eres altísima —le dijo suavemente.

Ella se encogió de hombros. Sus tacones de calavera eran su propia bandera. Como la que sacudía la novata, que no dejaba que nadie la pisara.

—Nunca me cansaré de protegerte, Daimhin —le dijo mientras miraba cómo abrían las bolsas—. Sé que estás cansada de que te trate así —susurró con dolor en su corazón. Pero ella era su madre, y la habían privado de su compañía demasiados años—. Pero no sé hacerlo de otro modo. Perdí la práctica cuando os arrancaron de mi lado.

Daimhin colocó una mano sobre la de la mujer que más quería en todo el mundo. La entendía, comprendía el amor de madre, y sabía lo culpable que se sentía por ello. Sin embargo, había pasado demasiado tiempo encerrada con personas que la maltrataban como para sufrir otro encierro con personas que la amaban.

—Y yo siempre querré que me quieras así, mamaidh —contestó. Sus ojos desprendían tristeza—. Pero no sé cuánto tiempo nos queda. Y tú lo sabes también. El cerco se estrecha y, aunque van tapando flecos, la maldad nunca se acabará de erradicar. Me... me mataron una vez y me ocultaron en un agujero oscuro bajo tierra. No quiero seguir muriendo en otro — aseguró apretándole los dedos—. Quiero pelear, con mis heridas y con todo lo que acarreo. No quiero seguir oculta.

—Daimhin —la abrazó por los hombros y pegó su mejilla a la de ella—. Mi pequeña barda... —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Tú eres la más fuerte de todas las mujeres que conozco —le aseguró—. Y me siento orgullosa de que seas mi hija.

Tema, que estaba valorando los accesorios de su disfraz, alzó los ojos y las miró. Otra hubiera apartado la mirada de una escena tan íntima, pero la científica no lo hizo, hipnotizada por la emotividad y lo descarnada que era la escena. Daimhin y Tsunade eran muy parecidas. Y las dos sufrían la una por la otra.

Tsunade se arrepentiría cada segundo por la decisión que iba a tomar, pero el respeto que tenía hacia su hija le obligó a tomar esa postura. No quería ver a su pequeña infeliz, y no quería ser ella el motivo de su recelo:

—Para mí no hay mejores guerreros que Carrick y tú, porque peleasteis y sobrevivisteis en inferioridad de condiciones. Ahora, puede que llegue el momento de que luchéis contra ellos de igual a igual.

Daimhin abrió los ojos como platos y encaró de golpe a su madre, como si no hubiero oído bien. Ambas se miraron y reconocieron su misma sangre en el brillo de su mirada, en sus rasgos, en su constitución, en el amor que reflejaban la una en la otra.

—Lucharé en tu nombre, mamaidh —prometió emocionada—. Y en el de mis hermanas.

—Lo sé, mo leanabh —tocó sus mejillas y sonrió al ver la libertad en sus ojos rasgados y tan parecidos a los suyos. Lo haría porque Dan y ella lucharían en nombre de sus hijos. En nombre de Daimhin, en el de Nayoba y Lisbet. Y en nombre de su hijo Carrick.

—No quiero luchar para vengarme. Lo hago para proteger a los que quiero y para vengar a aquellas que no pudieron sobrevivir como yo —dijo con la garganta atorada.

—Lo sé, cariño —Tsunade la abrazó con fuerza—. Sé que lo harás por eso. Pero a mí me gustaría tenerte siempre protegida... —murmuró acongojada—, porque eres mía y no... No quiero que nadie vuelva a hacerte daño.

Mamaidh...

Y así, madre e hija se fundieron en un abrazo que cerraba una diferencia. Aunque los recuerdos permanecieran, la vida seguiría adelante; y Tsunade esperaba que por cada corte que su hija infligiera con sus espadas, una cicatriz de su alma se cerrara.

La Maru de Dudley alzó los ojos hacia su hijo Carrick, el cual vestía de negro, apoyado en la pared contraria a la que ellas estaban, observándolas con ojos atormentados. Él era más difícil. No dejaba que lo tocara; le costaba horrores acariciarlo, pero lo amaba igual que a ella. Su hijo asintió y dibujó un símil de sonrisa que no llegó a sus ojos de Peter Pan, porque su niño mayor era un hombre perdido robado cuando era un crío. Carrick era un guerrero como Dan, tan letal y audaz que esperaba que en sus ansias de venganza encontrara parte de la paz y la dulzura que le habían arrebatado.

Tsunade y Dan lo tenían decidido: podría luchar cuando quisiera, porque a Carrick ya no lo podían controlar, ni tampoco a Daimhin.

Nadie tendría derecho sobre sus hijos nunca más, ni siquiera ellos.

Ya eran adultos. Y eran libres.

Tsunade cogió la mano de su hija, y caminó con ella dirigiéndose a Shisui.

—Es toda tuya —le dijo.

La joven miró a su madre sin comprender. Shisui se giró con Eon subido a coscoletas sobre sus hombros. Sonrió con dulzura a Daimhin y miró con orgullo a Tsunade.

—¿Qué pasa, mamaidh? —preguntó la barda.

Obito y Kakashi miraron la escena extrañados. Y Tsunade contestó a su hija con calma y serenidad:

—Una vaniria necesita su sello de identidad para luchar, mo ál leanabh. Mi hermoso corazón.

—Toma —Shisui pasó el crío a Kakashi, y el berserker lo agarró como un saco de patatas. Eon gorgojeó feliz.

El druida frotó sus manos frente a Daimhin y cerró los ojos.

—Barda, hija de mis amigos brehons Dan y Tsunade.

—¿Sí? —preguntó nerviosa.

—¿Te gustaría recuperar tu pelo?

La joven parpadeó sin comprender y después abrió los ojos con sorpresa y esperanza.

—¿Mi pelo? —Se tocó la cabeza inconscientemente, como si todavía pudiera acariciarlo. Sus cicatrices todavía se veían, pero con el tratamiento hemoglobínico y el hierro que les facilitaba Itachi, poco a poco las señales iban desapareciendo. ¿Su pelo? Su hermoso pelo tan rubio que parecía blanco... Todavía lo recordaba. Y recordaba las trenzas que de pequeña su madre le hacía. Ella las adoraba.

Shisui asintió y la miró, viendo aquello que nadie más que él podía ver. Su auténtica geasa se estaba manifestando.

Todos y cada uno de los días que había investigado en la Tierra, sus ansias por meditar, sus ganas de conocimiento, su pasión por las artes orientales, por el kundalini y su profunda espiritualidad... Todo había dado sus frutos. Y su cerebro ahora procesaba la información haciéndola palpable a su visión. Todo había tenido un sentido, una razón de ser. Él había sido así, el más metafísico y espiritual de todos, no solo por su alma de druida y sueños, sino para que un día, un día como aquel presente que vivía, pudiera comprender el don que Tema le había dado y ayudar a los demás.

—Relájate, barda —susurró, adorándola con los ojos—. Cierra los ojos e imagina tu larga melena hecha de rayos de sol —alzó sus manos y las colocó sobre su coronilla—. Evoca cómo eras antes de que los malos te cogieran, Daimhin. Tu esencia fuerte y pura sigue ahí, en un lugar de tu corazón.

A Daimhin le tembló la barbilla, pero obedeció las directrices de su druida Shisui. ¿Cómo no iba a obedecer al hombre más mágico del clan?

—Imagínate rodeada de sol, iluminada.

La chica se imaginó alumbrada por el sol que tanto daño le había hecho en Chapel Battery. Los hijos de perra los habían sacado varias veces durante el día, como si fueran fruta que madurar, para que el sol les quemara y después estudiar su rápida recuperación, que a causa de su debilidad, ya no era tan acelerada.

Se imaginó con un vestido blanco, sobre lo alto de una montaña, rodeada del poblado que tantas veces había visto en sueños, descrito por las palabras de sus padres. El sol le daba en la cara y su vestido se mecía por el viento; los rayos del astro rey no la lastimaban, las mariposas agitaban las alas a su alrededor, y ella sonreía y recitaba palabras que hacía que todo a su alrededor reverdeciera y floreciera.

En su visión, alguien la miraba. Alguien apoyado en un árbol, con una pierna musculosa cruzada delante de la otra. Tenía los bajos de los pantalones negros arremangados y los pies descalzos. Llevaba una camiseta blanca de manga corta y una sonrisa impertinente en los labios. Sus ojos eran amarillos por completo y tenía una cresta azabache en su cabeza. Era muy guapo. Enorme, mucho más alto que ella.

El chico de la videoconferencia. El que estaba en Escocia y tenía al híbrido Kawaki sobre sus rodillas. Izumo se llamaba. Lo había visto hacía tres días y no había vuelto a aparecer.

¿Estaría bien?

En su ilusión ella lo miraba por encima del hombro y le sonreía con confianza, porque era un pensamiento y porque, en su cabeza, ella era como Dios.

Shisui sonrió al ver que los labios de Daimhin se estiraban para dibujar una tímida pero auténtica sonrisa. Los allí presentes no verían lo que él. No podrían ver cómo el cuerpo de la joven vaniria se iluminaba y cómo se formaba extrasensorialmente el campo cuántico que la creaba. El original. Su estructura inicial. Había un halo maravilloso que reseguía su cuerpo; un halo con pelo largo y rubio, sin cicatrices. Esa era Daimhin antes de que la secuestraran. Su esencia pura. Y él podría reestructurarla. Porque ese era su don. No se trataba del éter. No se trataba del aura. No, no era eso.

Shisui no se atrevía a decir lo que era realmente, pero lo podía ver alrededor de toda forma vida. Era como una especie de polvillo dorado lleno de luz.

Y le gustaba. Le encantaba verlo.

Sus manos ardieron y sintió una presión en el pecho. Las sensaciones estaban ahí y debía aprender a sobrellevarlas. Por lo visto, él atraía esa energía; y si la acumulaba demasiado tenía contraindicaciones. Debería aprender a dosificarla y encontraría un modo; pero, mientras tanto, Daimhin se merecía su melena.

—Lo que fuiste, permanece, Daimhin —evocó con el don de invocación.

Tsunade se llevó la mano a la boca abierta ante lo que estaban viendo sus ojos.

Shisui reseguía la figura de Daimhin, dibujando la forma luminosa que aparecía ante sus ojos: desde la cabeza hasta los hombros, continuando por los brazos y llegando hasta las muñecas, sin tocarla en ningún momento.

Para estupefacción de todos, el pelo de la chica creció con fuerza, dibujando una gama de colores rubios increíbles; algunos mechones parecían casi blancos. Su pelo llegó hasta los omóplatos y las puntas se curvaron ligeramente hacia arriba.

—Por Brigit... —musitó Tsunade con asombro y emoción.

Shisui exhaló el aire que retenía en sus pulmones y valoró lo que acababa de hacer.

Daimhin era una hermosura, un auténtico caramelo. Sus pestañas, largas y rubias, le rozaban los pómulos; sus labios sonreían por el pensamiento que mantenía en su cabeza, tenía unos ojos grandes y sutilmente rasgados hacia arriba y unas cejas finas muy rubias y arqueadas. Pero esa chica tenía una mirada que evocaba el vacío y a la venganza, y sabía por qué era así. Él solo pasó unas semanas en Newscientists. Ella años.

—Abre los ojos, Daimhin —ordenó con convicción.

Ella lo hizo. La habían rodeado creando un círculo a su alrededor.

Konan, Karin, Tenten, Kakashi, Obito, incluso las sacerdotisas estaban apoyadas en las barandas de las plantas superiores, con todos los niños perdidos mirando estupefactos lo que acababa de suceder. Los guerreros, no todos, al escuchar el silencio reinante, también dejaron sus entrenamientos para ver lo que sucedía.

Koharu y Homura, que estaban separando a Nori y al vanirio Jared de una nueva discusión, se unieron al asombro general. Jared le había quitado la goma de una de las coletas y ahora tenía el peinado mal, ¡y Meygan nunca iba mal! Pero Nori parpadeó con toda su inocencia, y le importó bien poco la goma robada, porque su amiga Daimhin había recuperado su melena y ahora parecía una princesa. A la niña le hicieron chiribitas los ojos.

—¡Su pelo! —exclamó Nori liberándose del amarre de Koharu y corriendo como una cachorrita desaforada hacia Daimhin. Se coló entre los adultos, haciéndose hueco con su diminuto cuerpo y, parándose enfrente de Daimhin, repitió señalándola—: ¡Tu pelo, Daimhin! ¡Tu pelo! ¡Tu pelo! ¡Lo veo!

Daimhin se llevó la mano temblorosa a la nuca y se estremeció cuando en vez de piel lisa y pelo pincho, acarició algo largo, liso e hiloso, suave como el satén. Se cogió un mechón, sin atreverse a parpadear por miedo a que la sensación desapareciese, y lo llevó ante sus ojos. Sus puntas rubias y largas estaban ahí. Rozó el mechón con el índice y el pulgar y se lo llevó a la nariz. Lo olió y cerró los ojos, llenos de lágrimas de agradecimiento e incredulidad. Dos gotas saladas resbalaron por sus mejillas, pero Shisui se las limpió con los pulgares.

Taing dhut. Gracias —agradeció la chica con voz ahogada.

Shisui negó con la cabeza, como si no le diera importancia a lo que acababa de hacer.

—Guerrera Daimhin. —La saludó y proclamó ante todos. Alzó los ojos y miró a todos los que se congregaban a su alrededor, en las plantas superiores, en todos lados—. ¡Estoy dispuesto a hacer lo mismo a quien lo desee!

Tema, que había presenciado todo desde la pared en la que seguía apoyada, se sintió absolutamente perdida por las emociones. Feliz por Daimhin, por Tsunade... Y agradecida; agradecida por primera vez con la vida por haberle dado la oportunidad de ver aquello en directo. Un acto desinteresado y altruista, un gesto sanador tan hermoso que, sin querer, había hecho que llorara. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

Shisui era increíble. Hoy le estaba demostrando lo diferente que era de todo aquello que había temido. Solo habían hecho falta unos días con él para darse cuenta de que las convicciones y los miedos creados durante años no valían nada ni tenían ninguna base.

Tenía que aceptarlo. Sí. Se estaba enamorando de él y estaba loca por sus huesos. Porque si esas sensaciones que desbordaban los latidos de su corazón no eran las del más purísimo amor, entonces, ¿qué lo era?

No era el hambre, no era la necesidad, sino esa amalgama de sentimientos que florecían en su pecho como una flor. Tema nunca había creído en aquello que no podía ver. Pero había llegado el momento de creer y de aceptar quién era ella y qué papel jugaba ese hombre, druida, guerrero y vanirio en su vida. Sin importar el tiempo que hacía que lo conocía, sin considerar si era pronto o alocado considerarlo como su única y auténtica pareja. Las emociones, los sentimientos y la vinculación estaban ahí, y no podía negarlo.

Shisui le había repetido una y otra vez que era su cáraid. Suya. Y ella ahora estaba descubriendo que quería serlo de verdad. Y pensó en gritar: ¡mío!

Y sí, eran guerreros y estaban en una lucha permanente e interminable. Pero los vanirios y los berserkers tenían destellos de amor y cariño, como había insinuado Konan, en su día a día, no siempre estaban con el hacha de guerra alzada.

Y mientras pudiera, quería disfrutar de esos destellos con Shisui. Y haría lo posible por demostrarle qué era lo que necesitaba de él, aunque ni ella sabía ponerlo en palabras, ni tampoco en hechos... Dios, estaba tan asustada de sus sentimientos...

Quería su fidelidad; que nunca jamás volviera a engañarla, y que cuidara de ella como nadie había hecho.

Porque ella se moría de ganas de cuidar de él, por muy ridículo que eso sonara. Y ahora necesitaba ofrecerle su sangre, pues sabía que el vanirio estaba hambriento por ella. Tema quería abrirse lasvenas... La idea de hacerlo la excitaba y la sometía. Pero se las abriría para él. Solo para él.

Se abrazó a sí misma y miró las bolsas de los disfraces que debían ponerse esa noche para infiltrarse en la fiesta. Sería la pareja del druida. Ahora, lo único que tenía que hacer era demostrarle lo mucho que le importaba; pero aquella era la tarea más difícil, porque tenía habilidades sociales cero; y solo le había dicho a tres personas en toda su vida lo mucho que las quería. Las tres estaban muertas, se los arrancaron de su lado, y decidió no decir a nadie más esas palabras, por miedo a que alguien viniera y también se lo arrebataran.

Pero Shisui y su benevolencia le estaban devolviendo la esperanza. ¿Sería lo suficientemente valiente como para admitirlo?

Karin se alejó de la multitud e igualmente emocionada por el detalle del druida y el renacimiento de Daimhin, se acercó a Tema.

—Vamos a necesitar otro traje para Daimhin. Cuantos más guerreros seamos, mejor. Necesitamos toda la ayuda posible.

Tema intentó ocultar sus lágrimas y carraspeó. Odiaba parecer débil ante esas mujeres.

—Ah... —atinó a decir.

Karin la estudió con sus ojos intimidantemente carmín y dio dos pasos hacia ella. Le levantó la barbilla y le dijo:

—Así que es verdad.

—¿El qué? —preguntó asombrada por aquel gesto de la híbrida. ¿Es que no sabía lo que era el espacio personal? ¿Por qué la tocaba?

—Que eres capaz de llorar. Que no eres tan mala.

—No soy mala —replicó ella—. Son leyendas urbanas.

Karin se echó a reír; y su risa sonó a música y a confianza.

—Eso parece —murmuró mirándola de arriba abajo y liberando su barbilla—. Shisui me ha dicho que eres una friqui de los cómics.

Tema gruñó y puso los ojos en blanco.

—¿Shisui te ha dicho eso? —contestó entre dientes y fulminando al druida con los ojos—. Shisui no sabe lo que es la intimidad.

—Síp —Karin sintió simpatía por la científica. Ellas eran muy parecidas. Su conversión fue traumática en todos los sentidos, tenían a un vanirio poderoso e importante con ellas, y no era fácil despertar a una nueva vida con, pasión desaforada, dones y sangre. Sentía la necesidad de ayudarla—. Quiero hacer un trato contigo.

—¿Un trato? —se encogió de hombros—. ¿Cuál?

—Tú me ayudas a decidir un traje para Daimhin y yo te ayudo a entender la relación de pareja de los vanirios y a controlar tus dones. Te lo explicaré todo —arqueó las cejas rojas repetidas veces—. ¿Qué me dices?

—Eso suena a excusa para ayudarme. ¿Tan perdida me ves? —a Karin la llamaban Maru, como a Tsunade y a Kurenai. Era una mujer con peso en el clan y era la nieta de Homura. Toda ella exudaba poder y distinción. Y esa mujer quería ayudarla.

—Nena, tienes los colmillos expuestos, la mirada tan clara que demuestra lo turbada y excitada que estás y las mejillas rojas; no dejas de mirar a Shisui como si fuera un helado, y matas con los ojos a cualquier mujer que se le acerque.

—Yo no hago eso —explicó frustrada—. Simplemente, él no debería sonreír, ni coquetear tanto.

—Tiene alma de playboy —replicó sin darle importancia.

Tema resopló molesta.

—Eso mismo le he dicho yo.

—En cualquier caso, nos sorprende que no te hayas echado sobre él y le hayas arrancado la ropa aquí mismo. Por tanto, sí: te veo descontrolada.

La rubia sonrió sin ocultar su vergüenza. ¿Les sorprendía? ¿En plural?

—Así que soy popular... —se mordió el labio inferior y miró de reojo al druida—. ¿Habláis de mí?

—Mucho. Eres un enigma para nosotras. Te queremos odiar, pero hay algo que... —chasqueó la lengua—, nos lo impide. Y lo que has hecho hoy ha decantado la balanza a tu favor.

—¿Y qué os hace pensar que necesito vuestra compañía?

Karin suspiró y negó con la cabeza.

—¿Ves? Esa es la actitud que hace que queramos odiarte. ¿Sabes? Yo también empecé con muy mal pie en el clan; pero luego descubrieron que no era lo que ellos creían y, ahora, me adoran —aseguró—. Te podría explicar más cosas, pero si no me necesitas... —Hizo el amago de darse media vuelta para irse.

Tema divisó a Daimhin y después al motivo de su descontrol, que se estaba dejando achuchar como un peluche por las vanirias a quienes estaba ayudando a recuperar su aspecto. Sin pensárselo dos veces, agarró a Karin por la muñeca y contestó:

—Daimhin debe ser Supergirl. No es de Marvel... Pero como a vosotros eso os da igual... —siempre había sido una apasionada por aquello que le gustaba. La física y la ciencia se habían llevado su tiempo, y su cerebro. Pero ahora quería invertir su pasión en escuchar a su corazón. Necesitaría toda la ayuda posible.

Karin sonrió, achicó los ojos, le pasó un brazo por encima de los hombros y exclamó:

—Tengamos una charla entre mujeres, científica. Te voy a explicar el ABC de los cáraids.

Y se llevó a Tema a una mesa aparte de la sala de reuniones del RAGNARÖK, en la que hablaron largo rato sobre el mundo de los vanirios y sus hembras. Mientras, Shisui obraba su magia con aquellos cabezas rapadas que deseaban su antiguo yo.

En el tiempo que estuvo con la pelirroja de ojos carmín, la científica se sorprendió por muchas cosas y se entristeció al oír otras que Shisui no le había dicho. Preguntó y solventó dudas; y se maravilló ante la facilidad de palabra que tenía Karin, lo sencillo que era hablar con ella y lo que había sufrido con Deidara al principio.

Después de su larga y fructífera conversación, un nuevo vínculo nació entre ellas. Y esperó que fuera uno que construyera los cimientos de una nueva amistad.

Una que nunca había tenido.