Hora 5:15 - La huida y la espera

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-``¡Vámonos de aquí, Terence, es peligroso!´´ le dijo Adrian poco después, arrastrándolo lejos de la rampa.

-``¡Aún no se ha dicho la última palabra… Todo lo que pase de ahora en adelante dependerá sólo de nosotros! Antes de morir, Stevens me ha aconsejado de ir al punto extremo de la proa y esperar ahí el hundimiento. será mejor hacerlo antes de que el barco esté más inclinado. ¡Aún podemos caminar!´´.

Terence se despertó de su letargo y empezó a seguirlo torpemente.

Al darse cuenta que, en la agitación de aquellos momentos, su amigo se había quedado sin chaleco salvavidas, Adrian se quitó el suyo y se lo entregó. -``¡Quiero que este lo tengas tú! ¡Ya no hay más!´´.

Él intentó rechazarlo. -``No puedo aceptarlo, Adrian...´´.

Pero el tono del oficial era irrebatible.

-``Quiero que lo uses tú...´´.

Acercándose, le estrechó la mano con sinceridad.

-``Eres un gran hombre, amigo mío. ¡Ha sido todo un honor haberte conocido!´´.

Terence abrió muy bien sus ojos.

-``¡También para mi lo ha sido!´´.

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Ni siquiera pudo terminar su frase porque el grito agudo de Morgan los hizo estremecer.

-``¡Oficiales, romped las filas! ¡Sálvese quien pueda!´´.

De repente no se escucharon más órdenes por seguir ni proceduras que respetar.

El instinto de sobrevivencia se había convertido en el único guía de aquellas quinientas almas.

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Mientras tanto, los maquinistas también habían escapado hacia cubierta, permaneciendo hasta ese momento en las bombas para retrasar lo más posible el hundimiento y garantizar la luz eléctrica necesaria para completar las operaciones de rescate.

Terence y Adrian intuyeron de inmediato que dentro de pocos minutos cesaría el brillo de las luces, obligándolos a continuar en la oscuridad más espesa.

Intentaron avanzar con dificultad, mientras la proa continuaba a levantarse lentamente de la superficie del mar, irguiéndose de manera imponente desafiando el cielo estrellado.

Detrás de ellos escuchaban los gritos desesperados de quien había reaccionado demasiado tarde y habían sido cogidos al improviso por la furia del agua que ya invadía completamente el interior.

Bajo sus pies, el casco crujía pavorosamente causado por la aterradora presión a la que se sometía su quilla.

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-``¡Vamos Terence, subamos a la proa saltando la barrera!´´ le gritó Adrian sin más aire en los pulmones.

Terence lo siguió saltando también él la barandilla que impedía el acceso a los pasajeros hacia las extremidades del barco.

Un gélido escalofrío le bloqueó la respiración en el pecho cuando pasó junto al punto exacto en el que pocas horas antes él y Candy se habían escondido, descubriendo emocionados su primera tímida intimidad.

Podía sentir aún entre sus dedos la dulce emoción de su piel blanca y suave. Cerró los ojos y sintió de nuevo su pequeña mano acariciando su rostro.

Si en verdad la muerte lo esperaba al final de aquella larga noche, le gustaría ser acogido por ella con la misma dulzura de sus caricias…

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A unos cien metros del trasatlántico, los botes avanzaban lentos y juntos como en una triste procesión, iluminados por el suave resplandor de las linternas de carburo.

Eran más de mil personas que huían pero entre ellas reinaba un silencio absoluto.

Los pasajeros permanecían sentados con las miradas agachadas.

Cada uno reviviendo continuamente en sus cabezas sus propias pesadillas.

Estaban quienes habían visto morir a toda su familia y quien se había encontrado a un paso del abismo. Todos ellos, como fuera, habían perdido algo aquella noche. Jamás podrían volver a mirar con la misma ligereza la vida que la suerte les había concedido de conservar.

Entre aquella masa de ojos perdidos y mudos, Candy se encontraba rígida y con frío.

Con las rodillas acurrucadas en su pecho. Rodeándolas con sus manos y sus dedos inquietos rasgando su piel.

Varias veces había dirigido su mirada hacia aquella niña que temblaba espantada, abrazada a su padre.

Él de vez en cuando levantaba su rostro avergonzado hacia ella.

Después de evitarlo por largos minutos, la chica también lo miró.

Tragó con dificultad la saliva que se había acumulado en su garganta como una piedra y se esforzó por no sentir rencor hacia él.

-``Dame la fuerza para amar siempre y a toda costa...´´ se repitió en un susurro para no colapsar.

En medio de aquella furiosa lucha interior, sintió una caricia gentil.

Se había acercado a ella inclinándose visiblemente con todo su cuerpo desde la fila de lugares frente a ella, a pesar de sus dolencias. Por algunos segundos la mano vivida, marcada por las arrugas, había apretado la suya, infundiendole calor.

-``¡Emily!´´ exclamó girando su rostro hacia ella instintivamente.

La anciana poetisa estaba sentada casi frente a ella pero no la había visto hasta ese momento.

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Cuántas cosas le hubiera gustado decirle a aquella mujer…

¡Su Terry, su hombre, dulce y valiente, se había quedado en aquel barco para enfrentar el infierno! ¿cómo podría soportar seguir adelante si no pudiera volver a abrazarlo?.

´´Nunca se acepta realmente perder el amor; es la cosa más insensata y cruel que pueda suceder en la vida… ¡Emily, tiene razón!´´. pensó sin lograr emitir ningún sonido.

A ella le había pasado más de una vez.

Sus rostros tristes intercambiaron un apoyo mutuo en aquella penumbra.

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Valor.

Le había prometido a él que lo tendría.

También Emily había afrontado su vida con valor.

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Su bote, el número ocho, era el último del grupo.

En línea de aire era el más cercano al barco, en primera fila frente a aquel horrendo espectáculo que estaba ocurriendo.

Podían percibir perfectamente, como público impotente, los ruidos y los gritos de terror y sufrimiento que se elevaban desde el casco hasta las aguas que lo rodeaban.

Y desde aquel punto de observación ``privilegiado´´, pudieron asistir al último acto dramático del Maury y de sus sueños de gloria.

De repente, pareció que la pendiente del casco, empezó a aumentar rápidamente.

La proa ya había alcanzado completamente un ángulo de casi treinta grados respecto a la superficie del mar.

La mastodóntica figura de colores inconfundibles rojo y blanco de la Cunard, parecía ser atravesado por un parpadeo violento debido al aplastamiento de la quilla y la dilatación de la superestructura.

Ante la tensión del casco que se plegaba en sí mismo, también la cuarta chimenea de la proa se desprendió como las demás, cayendo en cubierta aplastando a las personas que habían encontrado refugio ahí.

Al mismo tiempo, el circuito eléctrico cedió; las luces a bordo empezaron una larga e inquietante intermitencia antes de apagarse definitivamente.

Con un movimiento brusco que pareció un desgarre, la proa se movió hacia atrás bajando nuevamente por unos instantes. Era un signo de que el casco bajo presión había alcanzado el punto de ruptura.

Con los ojos desorbitados, todos observaron consternados aquel coloso romperse en dos, como un pedazo de pan entre las manos, justo en medio de la segunda chimenea de popa.

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Desde los botes se elevó sólo un ruego.

``¡Que Dios los ayude!´´.

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¡Aviso a los lectores! Dado que estos capítulos son muy cortos, hoy también publicaré otro. ¡Disfruta la lectura!

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¡Gracias de todo corazón a quienes me están leyendo y a quienes quieren dejarme un muy apreciado comentario!