17
A Shisui no le hacía gracia separarse de Eon. El pequeño despertaba sus instintos protectores, y no solo eso; parecía que los había elegido, tanto a él como a Tema, como sus nuevos padres.
Pero la hora de prepararse se acercaba. Los críos se ocultarían en el RAGNARÖK y se quedarían a cargo de las sacerdotisas y de las mujeres berserkers que habían decidido ayudar en sus cuidados. Los guerreros recuperados que estuvieran dispuestos a luchar, lucharían, pues ya no podían negarles nada.
Si todo salía como ellos vaticinaban, Hidan estaría en el IMAX, esperando la oportunidad para llevarse todo aquel cargamento de iridio y osmio en forma de Iron Man. Y ellos debían impedir que la empresa del vampiro se llevara a cabo.
Por lo que Shisui sabía, el Asgard ya no tenía guardián. Heimdall se hallaba en paradero desconocido; y si abrían una puerta hacia el reino de Odín, nadie podría barrarles el paso. El Asgard estaba vendido sin su amo de llaves. La situación no solo era crítica; era además, espeluznante.
Con todo lo que se les echaba encima, su inexperta pero audaz mujer necesitaba un curso acelerado de habilidades vanirias, y decidió que era el momento de instruirla. Por eso se encontraban en el ascensor que los dejaría en el Jubilee Park, en pleno atardecer inglés.
Tema parecía nerviosa por su presencia. Como si no supiera lo que le esperaba. Y así quería que se sintiera; porque a su lado, cada hora, cada día, sería una aventura que debía merecer la pena. Porque habría momentos desagradables como los que había vivido esa mañana. Habría dolor, heridas, sufrimiento y guerra; por todo eso los momentos en los que no estuvieran luchando debían de ser memorables. Lo mejor para su cáraid, siempre.
Entrelazó los dedos con los de ella y caminó por el césped, húmedo de la suave lluvia que se había precipitado durante el día. Inglaterra: tierra de agua y paraguas, pensó.
Tema miró a su alrededor y se chocó contra su espalda cuando él se detuvo en seco. Shisui la tomó por la cintura y alzó el rostro hacia el cielo. Todavía caían gotitas, recuerdos de las lágrimas del cielo.
—Entonces, ¿por fin me vas a enseñar cosas de tu mundo? —preguntó ella con inconfundibles ojos curiosos.
El druida bajó los ojos hacia su boca y sonrió con indulgencia.
—Veo que has estado con Karin y que te ha contado todo lo que necesitabas saber.
«Uy, todo y más», pensó ella, enigmática.
—Sí, me ha explicado amablemente todo lo que tú no me has dicho —se lo soltó sin preámbulos. Como a ella le gustaban las cosas.
—Y me alegra, preciosa. Me hace feliz que te intereses lo suficiente por mí y por nosotros como para interactuar con los demás. Era justo lo que quería —explicó guiñándole un ojo—. Eres de los nuestros y necesito que te relaciones con los demás.
—No tengo habilidades sociales, por si no te has dado cuenta.
—Sí las tienes, nena. Solo que eres inquietantemente distinta. Pero eso te hace única. No obstante, cerebrito mío —le acarició el surco de la barbilla con el dedo índice—, Karin no te puede enseñar todo —aseguró resuelto.
—¿Y me lo vas a enseñar tú?
—¿Quieres?
Tema quería. Se moría de ganas de pasar un rato a solas con él. Alejados de todos.
—Sí.
—Agárrate bien fuerte, Huesitos. Te voy a enseñar mi mundo tal y como yo lo veo.
Con esas palabras, Shisui se impulsó hacia arriba y se elevaron varios metros sobre el cielo.
—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamó Tema, cogiéndose a sus hombros y deformándole la camiseta que llevaba.
El druida se echó a reír pero, sin hacer caso de sus gritos de miedo y excitación, siguió tomando altura hasta alcanzar las espesas nubes grises y rojas del atardecer. A sus pies, Tipton y Jubilee Park eran un pequeño revoltijo de luces titilantes.
Tema tragó saliva y hundió su rostro en el pecho del vanirio.
—No... ¡No me gustan las alturas!
—Te gustan, pero no lo sabes —susurró él abrazándola con fuerza—. Ratita, abre los ojos.
—¡No me sueltes!
—No lo haré.
—Me... Me va a dar algo. Un ataque al corazón, o... Me impresionan las vistas de este tipo. Volar, los aviones, los rascacielos... Esas cosas que a otros os fascinan, a mí no —explicó con franqueza.
Shisui sonrió y negó con la cabeza, acunándola contra su cuerpo.
—Nena, tan valiente y tan miedica... —gruñó con cariño—. No te va a pasar nada. Abre los ojos y mira lo que te estás perdiendo. Tienes miedo a volar porque en los aviones no eres tú quien lleva el control; y eres una mujer diabólicamente controladora. Pero ahora es distinto. Eres una vaniria, y las vanirias, sencillamente, vuelan.
Ella negó con la cabeza rubia y los pelos alborotados por el vuelo. Shisui se los agarró en un puño y rodeó su muñeca con ellos.
—Disfruta esto conmigo. Abre los ojos. Hazlo por mí, mo dolag.
Tal vez fue el tono, ese ruego humilde y suplicante. O puede que fuera el modo en que la arrullaba y la manera que tenía de apropiarse de su pelo, como si fuera también suyo... No importaba el porqué, pero cedió a su pedido, y los abrió.
Estaban entre las nubes. La ciudad rugía en movimiento. Divisaba Londres, el parque Greenwich, Waterloo, la Isla the Dogs y el río serpenteando y cruzando el centro de Inglaterra... La BlackCountry, formada por Wolverhampton, Segdley, Walsall y Dudley... Y escuchaba el silencio. Un silencio que abajo era imposible de disfrutar, ahí, en el cielo, entre los brazos del vanirio, la rodeaba y la estimulaba como solo la ausencia de ruido podía hacer. Y le encantaba.
Cómo le gustaba estar ahí. Las vistas intimidaban, pero puede que Shisui tuviera razón y ese fuera el hábitat natural de su nueva naturaleza, ya que no la asustaba tanto como cuando era humana.
—Estamos volando... —murmuró Tema impresionada, mirando hacia abajo.
El pelinegro sonrió con insolencia, le enseñó los perfectos dientes blancos y rectos y le dijo:
—Yo vuelo, preciosa. Tú no —y la soltó; porque molestar a Tema era algo único y maravilloso; y porque sabía que, en cuanto Tema diera la orden mental de sostenerse y levitar, iría a por él, directamente a descuartizarlo.
La científica caía, moviendo brazos y piernas, con cara de pánico y terror. Su grito se hizo interminable, como el que emitían los humanos en las montañas rusas.
—¡Vuela, nena! ¡Vuela! —Le gritaba siguiendo su caída y volando a su lado, pero sin dejar que ella lo agarrara.
—¡Perro!
—¡Vuela, Tema! —gritó en medio de una carcajada.
—¡¿Cómo demonios hago eso?! ¡¿Cómo, patán?! ¡Ruin!
Visualízate volando y creyendo firmemente que puedes hacerlo, nena. Hazlo. Ahora.
La urgió al ver que poco a poco se acercaban a tierra y que la mancha verde que formaba el Jubilee Park desde las alturas era cada vez más grande.
—¡Vuela o tendré papilla de científica para cenar! —gritó él apartándole la mano que quería cogerse a su pierna.
—¡No! ¡No... no puedo!
—¡Vuela, maldita sea! ¡¿O es que acaso no eres tan lista como creías?!
Justo en la diana.
La pregunta, tan insultante para la rubia, cumplió su propósito. Shisui se alejó por precaución y, de repente, ¡fum! El cuerpo de la vaniria levitaba entre las nubes. No se movía, solo estaba paralizado, logrando detener la caída libre.
—¿Qué. Acabas. De. Decir? —articuló cada palabra con la precisión de un cirujano—. ¿Que no soy tan lista como creía? ¿Eso me lo pregunta un cerebro con una única neurona como tú?
Los ojos dorados y verdes de Tema se clavaron en Shisui. Estaba asombrosamente bonita, con su melena azotada por el viento y las mejillas rojas de la rabia; la mirada desafiante y los labios dibujando una línea fruncida de disgusto.
Él se detuvo a varios pies por encima de ella.
Shisui parpadeó, aguardando su ataque. Tema también.
Él sonrió como un pirata malvado, un auténtico truhán conquistador.
Y ella le enseñó los colmillos. Lanzando un alarido, se visualizó persiguiéndole; y moviendo el cuerpo justamente del modo en que quería moverlo. Este la obedeció y empezó a perseguirlo por los cielos.
Shisui se reía con ganas, llenando el cielo de carcajadas. Tema quería alcanzarlo para darle una lección. Primero lo ataría y después le arrancaría la piel, milímetro a milímetro.
—¡Sádica! ¡Eres una sádica dominatrix, Huesitos! ¡Y todavía no lo sabes!
—¡Y tú, un —se internó dentro de una nube, disfrutando del frío y la humedad de su interior, y salió por el otro extremo—... cara polla! ¡Eso eres!
—¿Qué has dicho? ¿Que quieres polla?
—¡Para cortártela y venderla en la charcutería como el pene de un conejo enano! —replicó, dejando ir una risa inesperada. Nunca había reído tanto como estaba riendo esos días con Shisui. Él la había hecho llorar y la había intimidado... Pero con el paso de los días, le estaba devolviendo las sonrisas que su rostro había perdido hacía años, muchos años atrás.
El druida se detuvo en seco y esperó el impacto de Tema, que llegó como un jugador de fútbol americano, colisionando con el hombro justo en el estómago.
¿Cuándo admitiría que se estaba enamorando de él? ¿Por qué tenía tantas ganas de oírselo decir? La rodeó y la apretó contra su cuerpo, duro por la persecución y anhelante por la sangre de su mujer.
—¿La polla de un conejo enano? —le enseñó los colmillos y enredó los dedos en su pelo, tirándole el cuello hacia atrás.
—Sí, cretino. —Tema seguía sonriendo, pero esta vez, se contagió de las hormonas que exudaba el vanirio, y sus ojos se aclararon por el deseo. La tensión sexual crecía entre ellos a cada segundo.
—Pues el conejo enano te ha dejado bien escocida, mo dolag —gruñó inhalando su olor a fresas.
Ella cerró los ojos y su corazón se saltó un latido. Shisui iba a morderla entre las nubes, rodeados de colores eléctricos y de hermosas estrellas terrenales que no dejaban de centellear. Y ella volaba con él; por increíble que fuera, volaba con él.
En medio del caos en el que se hallaban, ambos surcaban los cielos ingleses juntos. Supo que siempre sería adicta a él, a aquellas sensaciones, al desear y ser deseado, y al jugar y ser provocado como hacía con ella. Las emociones la estaban superando.
—Shisui... Estoy volando.
—Sí, ratita. —Lamió su garganta y la mordisqueó, lanzando cientos de pinchazos eléctricos directamente a su vagina y a sus pezones—. Haces que me sienta tan ridículamente orgulloso de ti... Haces que quiera hacer magia continuamente. Y un druida como yo no puede abusar de su poder.
Ella gimió cuando tiró de su pelo con más posesión.
—¿Vas a morderme?
—Joder, sí. Pídemelo —gruñó con los dientes apretados.
Tema estudió sus palabras. Las demás chicas siempre le habían rogado. Ese pensamiento atravesó las nubes y se coló en su mente: «Dame más. Por favor, cómeme entera; te lo ruego, haz que me corra...», recordaba lo que su sangre le había revelado. ¿Por qué ella tenía que hacer lo mismo? ¿Por qué seguían quemándole esos recuerdos? Hubiera preferido no verlos nunca. Y, después, estaba el tema de su accesibilidad y su simpatía con todo aquello que tuviera tetas. No le gustaba. No le gustaba en absoluto.
—¿Por qué quieres que te suplique? ¿Por qué te gusta avergonzarme así? —pero mientras decía esas palabras, rodeó su nuca con los brazos, entregándose a él. Quería que fuera exigente; y a cada mirada, cada orden, cada sonrisa, cada toque de su lengua sobre ella le estaba arrancando las capas de su vergüenza tan bien construida. Con las demás siempre fue un caballero, siempre las trató con dulzura y consideración. A ellas sí, pero a ella no. No era amable, siempre la presionaba. ¿Por qué?—. ¿Quieres que te lo pida? ¿En serio?
Shisui sintió que su olor cambiaba. Sus palabras tenían un tono reprobatorio muy marcado.
—Muérdeme, Shisui, por favor. —Lo miró con los ojos semicerrados, con burla, torciendo el cuello a un lado, esperando que él le clavara los dientes.
El pelinegro la miró con cinismo. No era una postura sumisa. En absoluto. Ni tampoco se lo estaba pidiendo con sinceridad.
—Hasta que no salga tu verdadero yo, Tema, seguiré provocándote —confirmó con sus ojos negros fijos en su yugular—. Deja que la fiera salga, muéstramela; y entonces puede que yo me descontrole también. Ahora —pegó su frente a la de ella—, pídemelo con el corazón.
Ella parpadeó furiosa y confusa a partes iguales. ¿Quién se había creído que era? Sus ojos se tornaron más claros de lo habitual.
—No soy yo la que tiene sed. Si quieres algo, tómalo, vanirio ególatra y vanidoso. —No le parecía justo que la empujara de ese modo. Ella era su cáraid. ¿Por qué no le ponía las cosas más fáciles?
—Uy... ¿Y ese cambio de actitud?
—No pienso ser como una de tus conquistas que prácticamente se arrancaban las bragas por estar contigo. ¿A ellas también les exigías que te lo pidieran? ¡Te estoy ofreciendo mi sangre —replicó humillada y contrariada—, y tú no la quieres tomar si yo no...!
Desfallecido por beber de ella, cortó su retahila con un mordisco furioso y castigador. Los colmillos se internaron en su piel y su sangre fluyó de las heridas. Tema no lo sabía todavía. No sabía que su sexualidad era mucho más potente que su sangre, más que cualquier droga. Pero seguía domándola. No acababa de dejarla salir. Y él peleaba para que ella la mostrara. Joder, sería tan liberador para los dos... Él podría tratarla como en realidad quería. Y ella se descubriría al fin como una mujer de grandes pasiones, una fiera; una maravillosa y fría cazadora.
La empujaba. Sí. Y la empujaría hasta que le dijera lo que de verdad sentía, por muchos miedos y muchos traumas que ella pudiera tener. La paciencia no era su mayor virtud.
¿Es esto lo que quieres? ¿Tú y yo entre las nubes? ¿A mí bebiendo de ti como si fueras un puto refresco?
Tema gemía y le rodeaba la cabeza con las manos.
Sí. Sí. Así... Sollozó, incapaz de rechazarlo.
Abre las piernas.
Tema lo hizo; y Shisui desenredó una mano de su pelo y abarcó todo su sexo con ella. Introdujo una mano por dentro de la cinturilla de su pantalón y metió los dedos por debajo de las braguitas.
Tan suave y ardiente... Ronroneó mientras seguía bebiendo y colando un dedo entre sus labios más íntimos. Necesitaba empujarla un poco más. Solo un poco más. Tema la dominatrix se ocultaba, pero él la sacaría de su madriguera; puede que no en ese momento pero, al final lo lograría, porque él no sería feliz sin la total y completa entrega de ella.
Esa noche pelearían y se pondrían en peligro.
Ambos se merecían ese intercambio antes de que alguien les hiriera. Se situó sobre una nube y desclavó los colmillos de la garganta de la joven, que permanecía con los ojos cerrados. Un hilito de sangre caía desde el cuello hasta resbalar por su preciosa y marcada clavícula.
Shisui tocó una nube y juró:
—Tú me sostienes —la nube adquirió una consistencia esponjosa y sólida. Como una cama celestial. Tumbó a Tema sobre el cumulonimbus, y lo hizo con delicadeza. Los colores rojizos del atardecer se hicieron más intensos y tiñiron sus pieles de un color más oscuro y misterioso.
—Ese don que tienes va a poder conmigo —gimió tirando de su camiseta para acercarlo a ella, a su boca—. ¿Acabas de preparar una nubecama para nosotros?
—¿Te pone mi don?
—Hace que piense en algoritmos haciendo striptease —murmuró levantando el rostro para besar su mandíbula—. Puedes modificar el estado de las cosas. Tienes el don de decretar. Tus palabras influyen en la materia de un modo que no comprendo, pero... Pero me gusta y es un desafío para mí.
Shisui apoyó los codos en la improvisada nube acolchada y la miró a los ojos con gesto impertérrito. Sus negros ojos se enrojecieron y, de repente, se mostró ante ella sin máscaras, sin socarronería. Solo Shisui. Shisui Uchiha en el cielo con su pareja de vida, la única que podría conmoverle y compartir su eternidad. Su don era un desafío que desentramar para ella. ¿Y acaso no quería descubrir lo que sentía?
—¿Tengo el poder de decretar? —preguntó con solemnidad.
Ella se relamió los labios y asintió.
—Sí. Lo tienes. Es obvio, ¿no?
Un músculo palpitó en su mandíbula.
—Entonces, quiéreme.
—¿Qué?
—Quiéreme, Tema —ordenó, decretando cada palabra desde el fondo de su corazón.
La joven se quedó en shock. Sus pulmones no reaccionaban y se olvidó de respirar. Que ese dios pagano celta le ordenara que lo quisiera, la afectó más de lo que estaba preparada a admitir. Carraspeó, y sus pestañas aletearon; confundida, insegura. ¿Qué se suponía que debía decirle?
Las únicas personas a las que había dicho «Te quiero» estaban muertas. Después de ellas, no hubo nadie tan importante como para crear un vínculo de ese tipo; ni hombre ni mujer. Pero Shisui era diferente. Y ella estaba tan asustada...
Él cerró los ojos y sonrió agitando su cabeza, como si quisiera salir de un estúpido espejismo, de una ensoñación. ¿Qué se pensaba? ¿Que después de todo, ella iba a decirle que sí? ¿Que lo quería? Estaba ansioso por oírle pronunciar esas palabras, pero había cosas que su don no podía controlar, y una de ellas era la más importante de todas: no podía obligar al corazón de Tema a que le correspondiera. Tenía decisiones propias y no podía cambiar su estado.
Cuando abrió los ojos, su ternura y su súplica habían desaparecido, sustituidas por algo mucho más carnal que sí que podía obligarla a entregarle. Un orgasmo. La rendición de su cuerpo, a cambio de la no rendición de su corazón.
—¿Demasiado para ti, nena? Tienes una raíz cuadrada por corazón, ¿sabes? No puedes buscar fórmulas a todo, porque hay cosas que no las tienen, joder —gruñó enfadado, bajándole los pantalones con un tirón duro de su mano.
Ella apretó los labios y miró hacia otro lado por tal de no encarar sus reprobatorios ojos negros. Había cosas que nos se podían resolver, misterios indescifrables, eso ya lo sabía. Pero Shisui no podía presionarla de ese modo. No así. Tenía que comprenderla.
—Me vas a romper los pantalones —siseó ella.
—Bien —contestó, bajándoselos hasta las rodillas y dándole media vuelta para dejarla boca abajo.
Tema se excitó al sentir las manos bruscas y ardientes del vanirio sobre su piel. Estaba enfadado porque no podía decirle lo que él quería oír.
¿Pero cómo? No... No se atrevía.
Shisui le pasó la mano por las nalgas y sonrió.
—Tú, pequeña ratita, me fríes el cerebro. —Le bajó las braguitas hasta los tobillos y después le subió la camiseta hasta los hombros para dejar toda la curva de su espalda descubierta. Tema aguantó la respiración. La nube estaba helada y parecía húmeda, aunque la sensación era muy estimulante.
—Estás disgustado —lo acusó.
Él apretó los dientes, obligándose a mantener el control. Pero, ¿para qué? Si esa chica parecía estar hecha de hielo, ¿de qué servía el control? No reaccionaba como él deseaba; no se abría como él esperaba, pero no podía culparla tampoco, ¿no?
Shisui inclinó la cabeza y le pasó la lengua entremedio de los omóplatos, para reseguir su columna vertebral y después besarle y mordisquearle los huesos del sacro.
—Es mi problema, Tema —concedió él—. Quiero tu rendición y no me la das. Pero no quiero perder la esperanza; espero que algún día reacciones a mí como quiero que lo hagas.
—¡Ya reacciono a ti! —Se apoyó en los codos y levantó la cabeza cuando sintió la intrusión de la lengua de Shisui entre las nalgas. ¡Entre las nalgas!
—No... —susurró él besándola en lugares oscuros y prohibidos—. Los vanirios somos seres muy posesivos y pasionales, Tema. Anhelamos la rendición de nuestras parejas porque nosotros queremos rendirnos también a ellas. Es una relación de complicidad y honestidad. Te tenía por una persona honesta...
—¡Esto no está siendo fácil para mí! —protestó; pero se le cortaron las palabras cuando él levantó sus caderas y la colocó de rodillas, mirando al horizonte de colores eléctricos que ya no desprendían rayos solares; por eso no le escocía la piel, no le quemaba. Tema miró su posición y notó la boca de Shisui lamiéndola alrededor de su zona trasera, más oscura. Después sintió una cachetada que le escoció y un mordisco en la nalga contraria, aunque sin llegar a clavar los colmillos, le estaba pellizcando la piel con fuerza.
Sus ojos se oscurecieron. ¿Qué era aquella sensación? ¿La estaba provocando? La fiera vaniria le miró por encima del hombro y le advirtió con un siseo:
—No juegues conmigo. —Sus pelos rubios bailotearon alrededor de su cara—. Ni se te ocurra, vanirio.
El druida se colocó de rodillas tras ella y la acarició entre las piernas con sus dedos.
—¿Ni se me ocurra? —la miró a los ojos y levantó una ceja negra. Ahí estaba la fiera, la cazadora, lo que él quería ver en ella; la mujer que no temía ni a sus instintos ni a sus necesidades. ¿Por qué era tan duro para Tema dejarla salir?
Lo intentaría un poquito más. Jugó con sus dedos en su entrada, húmeda y llena de crema femenina. El pene se le puso duro y tuvo hasta ganas de eyacular, incluso sin penetrarla.
Tema gimió cuando los dedos de Shisui apresaron su clítoris y lo pellizcaron con fuerza. Abrió las piernas todo lo que pudo y permitió que el druida siguiera tocándola de ese modo, hasta que sintió la otra cachetada.
—Vamos, tigresa —murmuró rozándole las nalgas rojas y escocidas con los labios—. Enséñame tus colmillos y te daré algo bueno de verdad.
Ella se giró y clavó sus pupilas dilatadas por el placer en sus ojos azules.
—No lo haré. No te voy a suplicar más —aseguró ella, seria y afectada por su toque—. No soy como ellas, druidh —añadió con voz ronca—. Tómalo o déjalo —lo desafió. Por Dios, ese hombre le gustaba demasiado, se estaba enamorando de él. ¿Es que acaso no lo veía? Pero si la conocía como decía, debía comprender que no sabía darle lo que él quería. Demasiados años tras una coraza.
Shisui introdujo dos dedos en su interior y la modeló por dentro. Seguía siendo estrecha, pero estaba tan lubricada que las falanges entraban sin compasión hasta los nudillos. Frustrado por el control enfermizo de esa chica, sacó los dedos y dirigió la mano a su pubis.
—Voy a follarte, Tema. Tan duro, tan profundo y tan frenéticamente, que haré que llores de placer.
Ella apretó los dientes y se mordió la lengua para decirle que no le gustaba esa palabra, ni tampoco ese trato. Pero él se sentía derrotado porque las cosas no salían como quería, y ella se sentía mal porque era una auténtica incompetente emocional. Tema tocó su mente voluntariamente. Lo hizo para calmarlo.
Hazme el amor. No me folles. Dame tiempo y hazme el amor, Shisui.
¿Amor? Tú no sabes lo que es eso. Para amar hay que dejarse ir, nena; y tú tienes tu corazón en una jodida camisa de fuerza. Estoy cansado. Y no estás valorando el tiempo que nos dan.
Eso la hirió en lo más profundo. Puede que no lo supiera. Puede que la aterrase quererlo demasiado para luego perderlo a manos de Hidan y los demás.
El druida se cerró en banda; se posicionó detrás de sus nalgas e impregnó el miembro con la humedad de la joven. Dos mil putos años esperando, para encontrar a una cáraid que se lo iba a hacer pasar peor que cuando no sentía nada. ¿Qué broma era esa? Le acarició el clítoris, empalándola poco a poco con su enorme verga.
Ella se quejó y hundió el rostro en la nube. La sensación de él entrando en su cuerpo era asombrosa e intimidante en esa postura. Parecía que no se iba a acabar nunca. Ocultaría sus lágrimas, no se las mostraría.
—¿Lloras? —preguntó él tirando de su pelo hacia atrás y colocándola de rodillas. Lamió sus lágrimas y murmuró todo tipo de palabras tiernas e implorantes mientras la penetraba hasta el fondo—. Así. Sí, eso es... —emitió un rugido, obligándole a torcer la cabeza y mirarlo a la cara—. ¿Me sientes, Huesitos? —Impulsó sus caderas hacia adelante y ella apretó los dientes, tensa por las sensaciones—... ¿Sientes eso? —Rotó las caderas provocando que su vara acariciara las paredes internas de su sexo, y las obligara a relajarlas y a estirarlas—. Te estoy follando —acompañó cada sílaba con una estocada de su miembro.
Tema siseó y le abofeteó la cara. No supo cómo lo hizo. En un momento estaba sosteniéndole la muñeca de la mano que la acariciaba entre las piernas, y al otro le había dado una hostia. Pero se lo merecía.
¿Qué pretendía?
—Te estás humillando —contestó ella con fingida frialdad—. Suplicas que te quiera como un pobre animal apaleado. Soy tu pareja. Respétame.
Eso lo desató. ¡Esa mujer estaba ciega! La ayudaba a liberarse, no la obligaba a sentir placer. Cada orgasmo de Tema, cada hora con él, era otro cerrojo más que se abría en ella. Pero para ayudarla a encontrarse necesitaba, sobre todo, su total entrega y lucha.
—¿Eres mi pareja? —La acarició con más fuerza entre las piernas— . ¿De verdad lo eres? —Le mordió el labio inferior con fuerza y ella lanzó un grito desolado.
Se estaba corriendo, dominada por el vanirio poseedor de la magia más pura. Alcanzaba el éxtasis cuando él la estaba castigando de algún modo que ella todavía no alcanzaba a comprender. Y, después, el cielo se abrió definitivamente cuando él la mordió en el hombro, inmovilizándola como un animal, obligándola a recibir sus envites y su furia.
Tema cerró los ojos, le rodeó el cuello con una mano y lo besó. Lo besó porque comprendía su resentimiento y su incomprensión hacia lo que ella le pasaba, y no quería herirlo.
Shisui aceptó el beso pero no permitió en ningún momento que ella descansara. Tema no quería ser valiente por él. Todavía no lo quería y eso lo entristeció mucho. Pero, al menos, haría que recordase durante toda la noche quién era el hombre que le hacía sentir ese placer doloroso entre las piernas, volviéndola gelatina y haciéndola llorar como una niña.
«¿Y si no me llega a querer nunca?». Ese pensamiento lo alarmó.
Había algo que estaba seguro. El uno no viviría sin el otro. Todavía no les había salido el comharradh, el sello de los dioses, y puede que a ese paso nunca les saliera; pero, si eso era así, ¿quería decir que se había equivocado con Tema?
¿Se había equivocado?
La joven cayó hacia adelante y se colocó a cuatro patas, mientras seguía corriéndose con Shisui. Él eyaculó en su interior y Tema tuvo otro orgasmo continuado y largo; uno que lo dejó agotada y semiestirada sobre la nube, a excepción de su culo en pompa, que sostenía el druida con una mano.
Ambos lucharon por recomponerse.
Tema respiraba profundamente, llenando de aire sus pulmones. Con su rostro oculto tras su melena dorada preguntó:
—¿Puede... puede pasar eso? —preguntó con voz consternada.
—¿El qué? —Shisui se salió de ella y sin limpiarse apenas se subió los pantalones y los calzoncillos a la vez.
—Lo he oído, druidh —confesó reprochándole su actitud con aquellos ojos de hada—. ¿Crees que te has equivocado conmigo?
Shisui se pasó la mano por el pelo rapado y se encogió de hombros.
—Creo que si el destino ya está escrito, Tema, y tú eres de verdad mi pareja, entonces, yo tengo typpex para rectificarlo. No quiero a mi lado a una mujer que no acepta su naturaleza, que se reprime y que duda de lo que siente por mí. ¿Qué más necesitas para darte cuenta de que estaré a tu lado siempre? ¿De que soy lo que te hace falta? Solo te estoy pidiendo que te dejes ir, que dejes de desconfiar de mí. Solo eso. Y no lo haces —le recriminó—. Entonces, yo tampoco quiero estar contigo.
Ella se puso de rodillas y lo miró entre asustada y ofendida. ¿La estaba rechazando? ¿Le estaba diciendo que no la quería?
—Hace un momento has dicho que estabas orgulloso de mí, ¿y ahora me estás negando?
—Sí —se abrochó el botón del pantalón y se relamió la sangre de las comisuras de los labios—. Y lo estoy, nena. Estoy orgulloso porque eres valiente, decidida e inteligente. Pero los cáraids no viven del orgullo. No viven de eso, Huesitos. Hay algo básico entre nosotros, y no se trata solo de la atracción y de lo importante que es nuestra sangre. Se trata del amor, de la conexión de las almas afines. Sí, sé que no crees en eso —se acuclilló delante de ella y la miró con compasión, sabiendo que eso era lo que ella más odiaba; la compasión y la condescendencia. Necesitaba que la joven reaccionase y esperaba jugar bien sus cartas—. Pero es nuestra base. Y si no funciona contigo, si no está funcionado contigo, entonces, puede que nos hayamos equivocado en algo —sonrió con desinterés—. Karin y Deidara lo lograron. Konan y Itachi también. Gay y Anko, Dan y Tsunade... Contigo algo va mal. Pero al menos, nuestros cuerpos tienen mucha química, eh, nena. Te acabo de echar un polvo tan bueno que has visto el mismísimo cielo —dio una vuelta a su alrededor y abrió los brazos intentando abarcar las nubes y todo el horizonte.
Tema agachó los ojos y se levantó con lentitud, con tanta dignidad que parecía una reina. ¿Sabía que la estaba hiriendo con sus palabras? Seguro que sí. Seguro que esa era su intención. El muy cabrón. En silencio, se subió las braguitas y los pantalones, y cubrió su sujetador con la camiseta blanca. Se retiró los mechones rubios de la cara y levantó la barbilla temblorosa.
—Estás enfadado porque no te he dicho que te quiero. Qué ridículo —espetó con falsa sorna, empleando la frialdad tan bien aprendida desde que se quedó sola y huérfana—. Eso es todo.
La frustración se reflejó en la mandíbula del druida.
—¡Estoy enfadado por equivocarme! —gruñó mirándola con desdén—. ¡Me cabrea que mi cuerpo reaccione a ti cuando tienes escarcha en las venas, mujer! Me cabrea que seas mi cáraid. Por eso repito que, si es así, voy a cambiarlo.
¿Escarcha en las venas?
Ella abrió la boca y no supo cómo replicar. Escarcha en las venas... cuando sentía que se deslizaba su semilla entre sus piernas..., ¡Qué hijo de perra! Las palabras eran como puñales. Si daban en el centro de la diana, lo único que podías hacer era tener la misma puntería. Pero ella no sabía lidiar con él, ni tenía demasiada puntería; y la verdad era que le había hecho daño con sus acusaciones. Sus ojos se llenaron de lágrimas de tristeza. Con él podía estar tan bien que sentía que volaba, igual que podía sentirse como una desgraciada falta de amor y de comprensión. El cielo y el infierno en una sola palabra, en un solo roce, en un solo gesto de Shisui. Por eso, sabía que estaría perdida si reconocía lo que sentía por él.
Se sintió ridícula por querer que la abrazara cuando la estaba rechazando tan abiertamente. ¿Y su orgullo dónde estaba? Ah, sí: lo había perdido en su orgasmo múltiple.
—Conmigo estás aprendiendo mucho, Tema.
Ella se limpió las lágrimas con un manotazo rabioso de su mano.
—Sí. Estoy aprendiendo que los vanirios solo follan, no hacen el amor; estoy aprendiendo que convierten a mujeres sin que sean sus cáraids; ¡que las engañan para que se relajen con ellos y luego se la puedan meter doblada! Sí, pelinegro, tómatelo en el sentido literal, porque me la has metido muy bien —aseguró llena de rencor—. Y también me ha quedado claro que lo único que les interesa de sus parejas es su sangre y que tengan una buena cueva entre sus piernas. No les dan tiempo para que se aclimaten aunque las hayan convertido a la fuerza, ¡aunque este sea un mundo completamente nuevo para ellas! ¡Lo quieren todo y al momento! ¿Y sabes qué he aprendido?
—¿Más cosas? Increíble.
Dio dos pasos hacia él e inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo directamente a la cara.
—Que puede que me hayas dejado embarazada, aunque a las vanirias les cueste concebir. ¿Qué? ¿Sorprendido? Cierra la boca, druida. Karin me ha hablado de todo, cosa que tú no has hecho. Y, aún sabiendo que puedo llevar a un niño tuyo en mis entrañas, me desechas como un trapo sucio.
—Eso es altamente improbable.
—¡Cállate! ¡Me tratas como a una cualquiera! Como a una de esas miles de mujeres con las que te has acostado, ¡porque no me encontrabas! ¡Y ahora que me encuentras, me pones a cuatro patas, y me haces mirar el atardecer para echarme un polvo y luego decirme que no soy tu cáraid! —Intentó tranquilizarse, pero el dolor estaba arrasándola como una supernova—. ¡Estás jugando conmigo y no me dá la gana! ¡Hijo de puta!
—Respeta a mi madre —respondió él sintiendo su dolor, pero fingiendo indiferencia. Tenía que interpretar su papel hasta las últimas consecuencias.
—¡Respétame a mí! ¡¿No soy tu mujer?! ¡¿No soy tu pareja?! ¡¿Acaso no te he devuelto el don?! —Las lágrimas surcaban su cara como cascadas de agua salada. Lo empujó con todas sus fuerzas, pero lo hizo tan mal que se resbaló y chocó contra su pecho. Odiaba hacer el ridículo. Odiaba que, incluso, odiándolo como hacía en eso momento, le escociera los lomillos por volver a beber de él. Se envaró cuando él le puso unas repelentes y consideradas manos sobre los hombros, y dio un salto hacia atrás, apartándose de su cuerpo.
A Shisui le picaban los dedos por atraerla y abrazarla; para decirle, justamente, que le molestaba tanto precisamente porque era su pareja y porque no estaba bien que ella no reconociera los sentimientos que tenía hacia él. Quería a la Tema apasionada. Quería que ella dejara de temer al amor. Que dejara de esconderse de él y de lo que los dos eran el uno para el otro.
—No me toques. Cuando acabes con tu tippex y me borres de tu destino, préstame un poco para borrarte a ti del mío. —Contraatacó ella con un pundonor único.
El druida sonrió agradecido, haciendo una reverencia, inmerso en su papel desinteresado y apático.
—Será un placer, listilla. Ahora, no perdamos más tiempo. Tenemos que arreglarnos y ponernos guapos para joder a Hidan.
Tema no esperó a que le diera ninguna orden. Saltó al vacío, poniendo en práctica su nuevo don. Shisui observó el esbelto cuerpo de la científica dirigiéndose al Jubilee Park, y rezó por no haber ido demasiado lejos con sus palabras. ¿Tema se recluiría o, finalmente, reclamaría el trono que le pertenecía?
