22

Amesbury

Amesbury Abbey Church

Hidan observaba cómo manipulaban su particular acelerador. Poco le importaba en qué lugar se abriera el vórtiz. El iridio que le había robado al druida le sirvió para utilizarlo en dos proyectores diferentes. Uno estaba en Glastonbury; el otro en Amesbury. Ninguno visible.

Ubicaron el de Glastonbury bajo tierra, en Glastonbury Tor, en una de las grutas subterráneas que había utilizado el fallecido Daibutsu para organizar los aquelarres.

El de Amesbury estaba en el mismo interior de la iglesia. El cura de la iglesia de Abbey yacía a sus pies, inconsciente, con una fea brecha en la frente. El olor de su sangre le estimulaba los colmillos. Se acuclilló delante de él y lo observó con ojos de predador.

—¿Y tu dios? —se echó a reír. Encontraba al ser humano muy estúpido—. ¿Esperas que ese de ahí —señaló al Cristo—, te salve? Antes tendrían que desclavarlo de la cruz, ¿no te parece? Está un poco indispuesto... —El rostro cetrino del cura permanecía impasible a sus puyas.

—¿Señor? —preguntó uno de los científicos calvo y con gafas, a su espalda—. Está listo, señor.

Por fin. La gloria para él.

Se levantó y apretó el comunicador de su oído.

—Hummus. Están los dos aceleradores preparados.

—¿Dónde estás tú? —preguntó.

—En Amesbury. En la iglesia.

—¡Estoy con el niño perdido, el querido de Homura! —gritó.

—¿Qué coño estás haciendo con él?!

—Lo he detectado en Frome. Tiene un puto puñal Guddine y quiero saber por qué. Le estoy persiguiendo...

—¿Donde estás?

—¡Estamos llegando a Amesbury! ¿Por qué va hacia allí? ¡Es veloz el hijo de puta! ¡Tiene un crío muerto cargado a la espalda y corre más que yo!

Hidan se pellizcó el puente de la nariz con impaciencia.

—Síguelo —si el ojito derecho de Homura, el niño perdido, se dirigía hacia donde ellos estaban, solo quería decir una cosa: el vórtiz se iba a activar en esa puta iglesia.

—No me des órdenes, Hidan —increpó Hummus con voz de ultratumba.

El vampiro frunció los labios.

—Lo siento, mi señor.

—¡Enciende la maldita máquina! Voy a matar dos pájaros de un tiro.

—Sí, señor. Ahora mismo.

Hidan cerró la comunicación. Miró al científico, que se acomodaba las gafas sobre la nariz, y le dijo:

—Enciéndelo ya.

—Pero, señor... el vórtiz todavía no se ha despertado. Si lo encendemos perderemos potencia y tiempo. Deberíamos esperar a que llegue a su punto álgido y entonces...

Hidan le tapó la boca con la mano y lo agarró de la garganta. Odiaba la incompetencia. Y detestaba a los miedicas. Ese hombre era ambas cosas.

—Te he dicho que lo enciendas ahora. Y eso es lo que vas a hacer. ¿Me has oído?

El agredido asintió nervioso, y trastabilleó cuando el vampiro lo empujó hacia atrás.

—Aparta de mi vista, parásito.

Así que estaba en el momento justo y en el lugar adecuado. ¿Quien construyó esa iglesia supo en algún momento que lo hacía sobre un centro de poder de la Tierra? Poco importaba ya. Si el berserker corría hacia su posición era porque él y el acelerador estaban bien ubicados.

Los putos clanes de la BlackCountry habían vuelto a frustrar sus planes la noche anterior. Kisame no había estallado como ellos esperaban, y los vanirios y los berserkers lograron liberar a las personas del IMAX. Sin embargo, él ganó su partida: la Muerte derrotó a Thor, y le robó de las manos la llave de todo el Asgard.

—Shisui Uchiha –susurró con una sonrisa diabólica—. El descendiente del filidh vencerá al druidh. Voy a ganarte.

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.

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Los coches aparcaron alrededor de la iglesia. Ubicada en un jardín verde y perfectamente cuidado, con algunas lápidas ovaladas de piedra alrededor, la iglesia de Abbey era una perfecta representación gótica de la inmortalidad del tiempo. Su piedra blanca y grisácea contrastaba con los tejados rojizos; tenía una torre central cuadrada, en la que se suponía, según la leyenda del rey Arturo, que había residido y muerto la reina Ginebra después de que descubrieran su idilio con Lancelot y murieran todos los caballeros de la mesa redonda. Sus arcos eran de tipo apuntados, con forma de punta de flecha, característica que dotaba a la construcción de una falsa altura.

La tormenta se precipitaba con fuerza, pero facilitaba que los vanirios pudieran salir al exterior. No había ni un rayo de sol y las nubes estaban tan negras que parecía que era de noche.

Los Hummer de los berserkers se hallaban aparcados tan disimuladamente ocultos como lo podían estar unos todoterrenos de esa magnitud.

Obito y Tenten se habían ocultado dentro de la copa de un árbol; y los demás guerreros rodeaban la zona, con la intención de hacerse pasar por simples peatones. Incluso Tema, que no sabía nada sobre camuflaje, puso los ojos en blanco cuando los vio. No pasarían desapercibidos jamás. Eran hombres muy grandes y corpulentos.

Abrieron las puertas del tráiler y sacaron el acelerador con cuidado. No podía sufrir ningún golpe.

—Itachi y Konan se quedarán protegiendo la mente de los residentes —le informó Deidara con gesto adusto—. Karin y yo estaremos delante de ti, Tema. Tenten quedará resguardada bajo aquel árbol, lanzando flechas a diestro y siniestro. Obito estará con ella. Daimhin y Carrick cubrirán tus laterales, y Homura y Shisui tu frente trasero. Tsunade y Dan se unirán al trabajo psíquico de Itachi y Konan. Mei se quedará contigo, dentro del círculo. Y Madara se unirá al ataque con los berserkers, y los vanirios que ha recuperado de su clan. Y tú... Tú haz lo que tengas que hacer e intenta desconectar de lo que pase a tu alrededor. El acelerador es lo importante, ¿entendido?

Tema asintió y se secó el sudor de las manos en los pantalones tejanos.

—¿Y qué vas a hacer tú conmigo, Mei? —preguntó Tema dubitativa.

La valkyria sonrió, sus ojos se enrojecieron y levantó las manos rodeadas de hebras azuladas de electricidad.

—Yo soy la fuente de energía, nena —un relámpago cayó sobre la iglesia—. Pero la verdadera fuente de energía está en camino —añadió enigmática—. Espero que llegue a tiempo. Tenemos suerte, porque hoy... —alzó la mirada al cielo—, hoy es uno de esos días que me gustan tanto.

El interior de la iglesia se iluminó. Las vidrieras góticas refulgieron con luz azulada. Todos miraron hacia el resplandor.

Tema abrió los ojos asustada. ¿Estaban ahí adentro? ¿Ya? ¡No habían esperado a la total activación del vórtiz! Acababan de encender el acelerador antes de tiempo, y si provocaban a la energía que latía en el lugar, podría haber o una fuga o una reacción contraria a la que esperaban, como, por ejemplo, una explosión de largo radio que podría arrasar con todo Amesbury y alrededores. Los pasos a seguir estaban claros. ¿Por qué tenían tanta ansiedad?

—¡Están adentro! —gritó Shisui señalando la iglesia—. Tema, pon en marcha el acelerador —ordenó Shisui poniéndose al mando—. Homura, ¿y Kakashi?

Homura miró hacia el largo camino de arena que llevaba hasta la iglesia. Kakashi aparecería por ahí en cualquier momento. Podía oler su presencia, al igual que olía el hedor de un lobezno cerca de él. Debería tratarse de Hummus. Nori lo había visualizado en Frome, justo donde él estaba. Maldita sea, la situación se estaba poniendo cada vez más complicada.

—Hay un lobezno pisándole los talones. Pero está al caer.

—¿Trae a Eon? ¿Seguro? —preguntó el druida recogiéndose el pelo en una cola alta y dirigiéndose al camino de arena.

—Sí.

—Bien.

—¿Shisui? —Tema lo miró suplicante—. ¿Adónde vas?

—Voy a por Eon, mo dolag.

—¿Ten... Tendrás cuidado? ¿Ahora vienes?

Shisui sonrió dulcemente a su mujer. Su inteligente, terca y preciosa mujer.

—Ahora mismo vuelvo. Solo voy a hacer una carrera de relevos. ¿Tienes el trasto preparado, listilla? —señaló el acelerador.

—Claro —contestó—. Valkyria.

—¿Sí? —Mei sonreía ante la actitud de Shisui y Tema.

—Dale caña a esto.

—Por supuesto. Apártate, rubia.

Mei se frotó las manos, que crearon grandes bolas eléctricas de casi medio metro de diámetro cada una. Tema se echó hacia atrás, así como los demás guerreros, que miraban anonadados a la valkyria.

—Presumida —murmuró Madara con un tono de admiración.

Mei le guiñó un ojo y siguió a lo suyo.

Y de repente, las vidrieras de la iglesia estallaron. Los vampiros y los lobeznos que había en el interior de la iglesia, salieron decididos a plantar batalla, atravesando los cristales, enseñando garras y colmillos, volando y saltando hacia los vanirios y los berserkers. Decididos a que Tema no encendiera su acelerador.

La científica miró a la valkyria. Debía acabar con aquello.

—Mei, dirige tu electricidad a esta parte de aquí —señaló la fuente del aparato, la que debía tener un cable acoplado de máxima potencia para que fluyera la electricidad a través de él; y, en vez de eso, tenía a una valkyria de la diosa Freyja. Increíble y maravilloso a la vez. Mei obedeció sus órdenes y el acelerador se encendió—. No sé si tendré suficiente iridio para ello, pero si le das más energía...

En ese momento, la aplicación que había instalado Deidara en sus iPhone, conectada directamente al satélite de la Nasa, indicaba que el vórtiz de Amesbury estaba definitivamente activado. Ahora era el momento.

Tema se giró para encarar a la valkyria.

—¿Puedes hacerlo? ¿Puedes imprimir más fuerza a tus rayos?

La valkyria resopló y le puso una cara de «¿con quién te crees que hablas?». Añadió más energía eléctrica a las hebras que salían de sus dedos, y el haz del puntor se iluminó y dirigió el rayo contra la torre de la iglesia.

Los vampiros y los lobeznos intentaban ir a por ella; pero cuando no era Daimhin con su espada quien detenía a uno, era Carrick con sus puñales quien lo hacía; esos dos hermanos eran dignos de admirar. No había visto nada más frío y letal que ellos.

Un lobezno saltó por encima del círculo de protección, dispuesto a destrozarla, a ella y a la valkyria. Pero una flecha iridiscente le atravesó la cabeza. Tenten, la arquera y Cazadora del clan, tenía una puntería envidiable, y estaba en cuclillas en un tronco de un árbol, con aquel arco blanco de líneas élficas, cogiendo con sus manos esas flechas de luz y disparándolas a todo el que osara acercarse al acelerador y a ella.

Obito, el berserker, cogía de la cabeza a un vampiro y se la retorcía hasta arrancársela. Madre mía, ¿le había crecido el pelo? Tenía una melena negra increíble, lisa y brillante, y parecía que pesara casi el doble. Era todo músculo. Sus ojos amarillos... Sí, estaban amarillos. Y daban miedo. Enemigo sobre el que ponía los ojos, enemigo que moría.

Los demás berserkers y vanirios de los respectivos clanes, se unieron para luchar contra aquel ejército de jotuns. Muchos de ellos intentaban recuperarse de las torturas sufridas a manos de Newscientists y su vía de escape para aquel odio incontenido era la lucha. La guerra. Querían morir con honor. De pie y peleando.

Pero lo mejor era que, tanto unos como otros, luchaban juntos. ¿Juntos en nombre de la humanidad? No. Luchaban porque se defendían los unos a los otros. Sabían lo que estaba bien y lo que no, y era obvio que no querían que Loki y sus discípulos ganaran aquella batalla interdimensional. Pero no lo hacían por preservar la Tierra. Lo hacían por preservar aquello que amaban: a esa mujer, hombre, amigo, hermano o hermana, hijo o hija que tenían al lado. Y eso les hacía más humanos y más dignos que cualquier persona que Tema había conocido en su corta vida. Y ella los respetaba y quería darles aquella oportunidad.

Miró por encima de su hombro. Shisui había ido en busca de Kakashi y no había ni rastro de él.

El acelerador empezaba a colisionar contra la fuerza electromagnética del vórtiz. Nadie la veía a simple vista, pero estaba ahí. Por eso el haz creó una onda expansiva al chocar contra la piedra; y en su centro, en medio de esa honda, empezó a nacer una especie de agujero negro.

La nada. La antimateria. Un portal a través del cual poder moverse entre universos. Y ese les llevaría al Asgard, porque la vibración del vórtiz era la correspondiente a aquella dimensión.

Hummus corría como el demonio. Alcanzaría a ese berserker. Lo haría porque necesitaba saber y quería su puñal Guddine. El niño perdido era un rompecabezas para él. Según le había informado Rōshi, uno de los topos que ya había perecido del clan berserker de Homura, Kakashi había sido adoptado por el leder.

Y antes de entrar en el portal, que al parecer ya se estaba abriendo, a tenor de las nubes negras y los rayos que se divisaban al horizonte, quería dar ese golpe de gracia a Mitokado y a los suyos.

Acarició su brazalete y lo sacó de su muñeca. La serpiente dorada se removía como un auténtico reptil entre sus garras; sus ojos rubíes se abrían y cerraban. Hummus concentró los suyos, negros y enormes, en las piernas de Kakashi. Lo tenía a más de cien metros de distancia, pero sabía que daría en el blanco. Era la peculiaridad de los brazaletes de los elfos oscuros. Nunca fallaban.

Arrojó la serpiente metálica hacia su objetivo; se retorcía en el aire pero no caía al suelo si adquiría velocidad. La cabeza de la serpiente se inclinó hacia adelante y sus dos ojos rubíes se centraron en Kakashi. Lo alcanzó. Se enrolló en su pierna izquierda, en el muslo. La serpiente abrió la boca y le clavó las fauces.

Kakashi gritó y cojeó, perdiendo velocidad. Intentó quitarse aquello dorado que le rodeaba la carne, pero no lo logró. Quedaba poco para llegar a su destino, no más de cincuenta metros. Estaba justo en el camino de grava que le llevaría a la parroquia. Sacando fuerzas de flaqueza y pundonor, hizo el último sprint; pero Hummus le ganaba terreno a pasos agigantados.

No pensó en él, pensó en Eon. En la supervivencia de todos los reinos. Si Heimdal era la clave, tenía que liberarlo y alejarlo de Hummus.

Renqueante y muerto de dolor por los diminutos colmillos de aquella serpiente de oro, se arrancó la correa que sujetaba al niño y lo hizo rodar por el suelo justo en el instante en que Hummus placó sus piernas, desplomándolo precipitadamente.

Los dos inmortales rodaron por la grava y la arena. Hummus levantó un puño e impactó en su mejilla, cortándole el pómulo. El berserker sacó su puñal Guddine pero el inmenso lobezno lo zarandeó de un lado al otro, lanzándolo por los aires y haciendo que chocara contra el tronco de un árbol.

—Niño perdido —gruñó revelando sus caninos—. La última vez no tuve tiempo de hablar contigo —apretó su cuello con su antebrazo velludo.

Kakashi no entendía cómo aquella cadena dorada que estrujaba su pierna podía ocasionarle tantísimo dolor, hasta el punto de hacer que se mareara. ¿De dónde la había sacado?

—¿Lo sientes? —murmuró Hummus, golpeándole en el estómago con la rodilla, dejándole sin respiración—. Es el mordisco de la serpiente de los Svartálfar, los elfos oscuros. Su mordisco es conocido entre los asgardianos.

Kakashi le dio un cabezazo en toda la barbilla, y Hummus echó la cabeza hacia atrás. Se echó a reír, alzó la mano y en su palma se materializó el puñal Guddine con piedras negras incrustadas y filo serrado. En la hoja había escrito símbolos rúnicos.

—El veneno te va a dejar inmóvil en unos minutos —alzó su brazo izquierdo y rasgó su pecho bronceado con aquellas garras con ponzoña.

Ni siquiera le había dado tiempo a protegerse con los brazos, cuando le llegó el segundo golpe en la cara y lo tiró al suelo. Aquella lucha era indigna para un berserker como él. Si lo dejaban inhabilitado, ¿qué honor tendría en la guerra? No podía defenderse...

—Verás —Hummus se sentó sobre él, buscando con los ojos al niño que había liberado Kakashi—. Me muero de curiosidad por saber qué haces con un niño vanirio muerto.

—Muérete, entonces.

Un increíble rayo, más grueso que todos los anteriores, cayó a cien metros, justo sobre la iglesia. El lobezno sonrió.

—¿Quién te ha dado tu puñal Guddine?

—Tu madre mientras me la chupaba.

—No lo dudo. Mi madre era una puta. —Hummus pasó la punta del puñal por el pecho del berserker y lo cortó en diagonal, desde el hombro izquierdo a la cadera derecha—. ¿Sabes? Las heridas de los puñales Guddine son prácticamente incurables. —El corte sanguinolento era profundo—. No sé si devolver tu cuerpo sin vida a Homura, o dejarte desgraciado para toda la eternidad. ¿Eh? ¿Qué prefieres, guapito? —¡Zas! Clavó toda la hoja entre las costillas del berserker y la retorció.

Kakashi se curvó hacia arriba y gritó con fuerza. La lluvia mojaba sus cuerpos y se colaba dentro de su boca abierta, cegando sus ojos y llevándose la sangre que chorreaba por su piel.

—Quien fuera que te diera el puñal no te avisó de que los puñales Guddine se localizan entre ellos. ¿No lo sabías? La cuestión es la siguiente: no todo el mundo puede tocarlos, ¿por qué tú sí?

Kakashi, que oía la voz de Hummus como si estuviera muy lejos de allí, pensó en aquella pregunta. Nadie se lo había dado. Naori lo había lanzado contra él por tocarla; y él simplemente se lo quedó una vez lo extrajo de su hombro.

No sabía por qué podía tocarlo y desconocía qué quería decir eso.

—Solo Homura sabe quién eres. Solo él. ¿Todavía no se lo has preguntado, niño perdido?

Kakashi parpadeó, intentando mover poco a poco la mano que amarraba su propio puñal. ¿Qué sabía Hummus sobre él y Homura?

—¿Tú sabes quién soy, hijo de perra?

Hummus levantó su puñal.

—¿Acaso importan quiénes son los muertos? Me encantará ver la cara de Homura cuando entre en el portal con su hijo predilecto muerto entre mis brazos.

El lobezno hizo descender el arma hasta su pecho, a la altura del corazón, pero antes de que el filo se clavara en su piel, Kakashi depositó la punta del suyo a la altura de la cadera; y con un último empuje, lo clavó en su interior.

El druida vio la escena a la perfección. El momento exacto en que Hummus iba a matar a Kakashi Hatake y la respuesta del berserker a aquel acoso. Le había herido con su puñal, y ahora Hummus había salido de encima de él, taponando con una mano la herida de la cadera, decidido a llevarse al crío que, tirado como un trapo, yacía en medio del camino.

Shisui buscó algo que lanzarle al lobezno para retrasarlo y poder coger así a Heimdal. Localizó una piedra de esquinas puntiagudas, detrás de la copa de un árbol, de unos treinta kilos de peso. Con una orden mental la lanzó contra la cara del lobezno, al mismo tiempo que voló para recoger a Eon y elevarse por los cielos.

Hummus, aturdido, se llevó la mano a la cara, ahí donde le había golpeado la piedra. Buscó al misterioso niño muerto, pero ya no estaba en el suelo. Alzó sus ojos negros y demoníacos y vio la figura de un vanirio de pelo negro cogido en una coleta alta, húmedo por la lluvia, con unos ojos tan claros que casi desprendían luz. Vestía todo de negro, como un SWAT. Sus botas militares estaban desabrochadas, y una serpiente tatuada rodeaba todo su brazo izquierdo, y acababa en el dorso de su mano.

Rodeaba al diminuto pelirrojo con sus enormes brazos.

Druidh —rugió Hummus como un salvaje.

El druida miró el cuerpo de Kakashi y lo elevó, haciéndolo levitar; no tenía buen aspecto. Su cuello caía hacia atrás y su pelo largo y rubio blanquecino parecía una cortina de agua. La camiseta blanca de tirantes estaba rasgada y manchada de sangre, y los pantalones negros y anchos que llevaba tenían algo dorado alrededor de uno de sus muslos.

Lo mantendría en el aire todo el tiempo que pudiera. O, al menos, lo dejaría oculto en algún lugar. Kakashi estaba muy mal herido y Hummus quería matarlo antes de entrar en el portal que estaban abriendo en el interior de la iglesia.

Y lo estaban consiguiendo. El ambiente estaba cargado de electricidad; la energía cambiaba a su alrededor. Hummus salió corriendo en dirección a la iglesia. Él lo sabía. O ahora o nunca.

Otro increíble rayo cayó sobre el edificio gótico.

Shisui observó a Eon. El pequeño tenía todavía la protección cuántica que él le había hecho, pero ya no era tan fuerte. Al haber sido herido por Hidan la noche anterior, su escudo protector, el que él mantenía uniforme, se debilitó. Por eso Eon decidió huir e inducirse el coma. Porque temía que, si lo encontraban por lo que irradiaba su energía divina, pondría a todo el RAGNARÖK en peligro.

Y entonces escapó, colándose en uno de los coches de los berserkers. El de Kakashi. Y ahora estaba en sus brazos; y él tenía la misión de llevarlo al punto de origen. Con sus ojos mágicos movió el cuerpo del berserker malherido y lo ocultó entre las copas de un abeto. Cargando al crío, voló a toda velocidad para avisar a su clan y esperar que su idea funcionase.

Tenía que hacerlo. O estarían perdidos.

Siguió a Hummus con los ojos. El lobezno era una máquina de guerra casi perfecta si no fuera por la herida que le había infligido Kakashi. Algunos vanirios intentaron cerrarle el paso yendo a por él, pero Hummus no tardó nada en deshacerse de ellos.

El samurái, Madara, se desesperaba cada vez que alguno de los debilitados guerreros de su clan eran abatidos por Hummus. Pero ni él ni nadie podía hacer nada por ellos. Querían estar ahí. Querían luchar y desahogar toda esa frustración vivida durante tanto tiempo. El druida no tenía dudas; si morían, la muerte los liberaría del sufrimiento.

Deidara y Karin protegían a Tema como si se tratara de una joya preciosa. Y lo era. Su científica era única entre todas las mujeres. Estaba en medio de un campo de batalla, dando órdenes a la valkyria que no cesaba de electrocutar el acelerador.

Hummus entró en la iglesia, empujando y chocando contra todo aquel que osara ponerse en su camino; pero antes de entrar buscó con aquella mirada salvaje al líder de los berserkers. Homura se agachó para esquivar los colmillos de uno de los lobeznos. Apoyó una mano en el suelo, acuclillado como un felino. Y se transformó con los ojos fijos en Hummus.

Hummus dibujó una mueca diabólica con sus labios y pasó su pulgar de extremo a extremo por su desarrollada garganta, deletreando con los labios: «He matado a tu niño».

Homura se levantó como un resorte y sacó su oks de la funda de su espalda. Gritó dirigiéndose hacia él.

—¡Hummus! —aulló con la mirada llena de dolor.

Shisui estudiaba todo desde las alturas. Homura entró en un frenesí histérico, matando y golpeando a cualquiera que le impidiese llegar hasta el lobezno y acabar con él.

La batalla campal estaba descontrolada.

Los dos aceleradores seguían en pie.

Hummus había entrado en la iglesia.

Cada vez más vampiros y más lobeznos estrechaban el cerco de protección que había alrededor de Tema. Era el momento. Shisui descendió como un ángel oscuro caído de los cielos. Tema se llevó la mano al corazón cuando lo vio tras ella.

—¡Por Dios! —Sin poder evitarlo, se lanzó a sus brazos, rodeando a su guerrero y al pequeño personaje que decían que era un dios—. El portal... Ellos nos llevan ventaja. No tengo iridio suficiente, ¡no sirve para crear la escalera al cielo porque el portal no estará estabilizado y se cerrará en cualquier momento! —gritó frustrada con lágrimas en los ojos—. ¡No... no va a funcionar!

—Toma a Eon; no permitas que nadie se acerque a él —Shisui le entregó al pequeño y, antes de alzar de nuevo el vuelo, tomó la cara de Tema y la besó con pasión y desesperación—. ¡Pase lo que pase, mantente a salvo! ¡¿Entendido?!

Ella puso sus manos sobre las de él y asintió, mordiéndose el labio inferior sin poder ocultar sus lágrimas.

Shisui le puso los dedos sobre los labios. Sonrió de ese modo tan único que hacía que le temblase todo el cuerpo, y susurró pegando su frente a la de ella:

—Cuando vuelva, muñeca. Cuando vuelva...

—¡¿Y si no vuelves?! —le gritó llorando entre hipidos como un niña pequeña—. ¡No te atrevas a abandonarme! ¡No me... No me dejes sola!

El corazón de Shisui se saltó varios latidos. La emoción en sus palabras, la rabia, el miedo y la desesperación que esa belleza intentaba reprimir, le iluminaron y le dieron alas. Tema acariciaba la espalda de Eon, sin perderle la mirada, húmeda por la lluvia y las lágrimas.

—Regresaré a ti, siempre —prometió acariciándole el labio con el pulgar, admirándola como si fuera una diosa. Su diosa—. Tú eres mi hogar, Tema. Tú eres el único corazón que quiero que siga palpitando, y mientras lo haga, siempre tendré un lugar al que regresar. Mo chridhe, mae. Para siempre mi corazón.

Y con eso, Shisui saltó por encima del círculo de guerreros que cuidaban de ellos, y se dirigió volando hacia la iglesia deAbbey.

Su don estaba descontrolado por completo. Veía los objetos desdoblados; la iglesia hacía movimientos extraños, como si su imagen no estuviera bien sintonizada. Shisui observó a Tema por última vez, toda llena de luz, de amor... Una visión mariana con un niño en brazos. Y ese crío tenía un halo a su alrededor que era mucho más grande que el de Tema.

Sí. Sí, podía verlo todo. Las auras, los halos, los éteres, la energía, el prana... Él era un druida. Uno que estaba en sintonía con las leyes de la vida y la energía de la Madre Tierra. Y lo supo la noche anterior. Cuando pudo cambiar el estado del iridio, deshaciéndolo. Era un druida cuyas palabras, cuya vibración, afectaba a la materia. Un gutuari.

Él era el rey de los Ormes. Único en su especie. Y Tema, su cáraid, era directamente responsable de ello.

Y lo iba a demostrar a todo el clan.

Alzó su musculoso brazo y miró al cielo, a las nubes negras rodeadas de rayos que presagiaban un apocalipsis.

Juntó el índice y el anular, como si saludara a los dioses; y entonces, de entre los nimbos, como si hubiera estado esperando esa señal, emergió Itachi Uchiha para unirse a su hermano, al que jamás dejaría solo.

Y juntos, a través de las vidrieras rotas, se internaron en la iglesia.

Tema negaba con la cabeza cuado los dos hermanos celtas desaparecieron tras los ventanales góticos. Iba a echar el corazón por la boca.

Su portal se abría, pero no era estable; necesitaba más iridio. Mucho más del que disponía. Eon seguía muerto en sus brazos. Y si había algún modo de detener el portal que pretendía abrir a su vez Newscientists, sería impactando una fuerza electromagnética igual o mayor que la que ellos utilizaban para crear la antimateria.

Mei no dejaba de iluminar el acelerador con su fuerza eléctrica; el haz cada vez era más potente, pero inestable. Sería demasiado arriesgado entrar a través del portal. Podrían perderse en algún lugar entre el tiempo y el espacio. Necesitaba el iridio con urgencia.

—¡Llega mi caballería! —gritó Mei aullando como un lobo—. ¡Asynjur! —exclamó con los ojos fijos en una bola de electricidad que levitaba entre las nubes—. ¡Mira, científica! —le ordenó eufórica—. ¡Ahora verán lo que es electricidad de verdad a la máxima potencia!

De aquella bola eléctrica azulada aparecieron dos chicas y dos guerreros. Una era rubia, con el flequillo largo y liso; la otra era pelirosa y tenía el gesto adusto y severo. A ambas las acompañaban dos inmensos guerreros, vestidos con ropas negras y extrañas hombreras y pectorales de titanio.

El más grande, que tenía pinta de gótico, con el pelo recogido en dos trenzas, cayó directamente al suelo, casi de rodillas, creando un boquete en el césped. Levantó la mirada oscura, pintada con una línea de kohl; los rayos refulgían en sus piercings; agitó sus esclavas y de ellas salieron dos espadas afiladas y brillantes.

Lanzó un grito, chocó las hojas en el aire y se unió a la batalla.

La del pelo rubio y liso se unió a la reyerta, lanzando un martillo volador, moviéndose a través de las lianas eléctricas que podía manipular como si fuera Tarzán.

El rubio con cara de ángel cayó justo al lado del acelerador.

—¿Problemas? —le preguntó a Deidara.

—¡Principito, has tardado mucho, pedazo de cabrón! —le reprendió Deidara cubriendo a Karin del ataque de un vampiro.

—Yo también me alegro de verte —contestó Naruto. Miró por encima del hombro y clavó los ojos en Mei. Le guiñó un ojo y sonrió—. ¿Lo tienes todo controlado, Mei?

—Ni por casualidad, Engel —observó a la mata de pelo rosa que parecía que era la reina de las tormentas y añadió—: pero mi Generala va a freírlos a todos. Tú dijiste que los vórtices creaban tormentas eléctricas, ¿verdad? —gritó al oído de Tema. Los truenos eran ensordecedores. El viento arremetía con fuerza, y la lluvia dificultaba la visibilidad.

—¡Sí! —contestó Tema apartándose el pelo de la cara.

—Mi Sāra puede viajar a través de la antimateria que se crea en las tormentas. Ella es una valkyria especial. Y las tormentas se conectan entre ellas, ¿lo sabías? Las avisé para que nos echaran una mano.

Tema negó con la cabeza, desconcertada.

—¡No sé quién es Sāra!

Mei entornó los ojos rojos y soltó una carcajada para, acto seguido, darle más fuerza eléctrica al aparato.

—¡No sabe quién es Sāra dice! ¡Y la de pelo rosa que hay ahí arriba es la valkyria más temeraria de toda la historia del Asgard! ¡Sus rayos son tan potentes que incluso atemorizan a los dioses!

Tema abrazó a Eon con fuerza. La tormenta les estaba rodeando e iba a achicharrarlos a todos. El ruido era estruendoso. La situación se les iba de las manos. Observó a Sakura con interés.

—¡Sakura va a joderles el plan! ¡Ya verás! —exclamó Mei con una deslumbrante sonrisa en los labios. Aquella valkyria de pelo rojo era increíble y sensual; pero le daba la impresión de que estaba como una auténtica cabra.

—¡¿De verdad puede hacer eso?!

—¡Espera y verás!

Si Sakura creaba una fuerza contraria igual de potente que la que emitía el acelerador de Hidan, el acelerador reventaría debido a la resistencia, y el portal se cerraría.

Pero aun así, faltaba lo más importante.

Tenía a Heimdall en sus brazos y ese no era su lugar. No era su mundo. Al menos, uno de los aceleradores tenía que seguir en pie para poder devolverlo a su hábitat y cerrar de una vez por todas la posibilidad de que Hummus y los demás regresaran de nuevo al Asgard.

¿Lo lograrían?