23
Amesbury
En el interior de Amesbury Abbey Church
Shisui y Itachi entraron en estampida. El acelerador estaba abriendo un impresionante vórtice justo a la altura del altar. A Hummus le faltaba un paso para internarse a través de la puerta dimensional, pero la cadera no dejaba de sangrarle.
Hidan controlaba el acelerador, franqueado por cuatro bestias peludas, y dirigía el haz, manteniéndolo estático y en su sitio. El vampiro se giró hacia ellos y les sonrió.
—¡Los Uchiha! ¡Os doy la bienvenida! —sonrió, falsamente, y mandó a los cuatro lobeznos que protegían el aparato a por ellos.
Shisui utilizó las banquetas de la iglesia, haciéndolas levitar. Su poder seguía en aumento y presentía de nuevo que podía estallar en cualquier momento. Dos de los lobeznos atacaron a Itachi. El sanador saltó hasta quedarse pegado al techo y los esquivó.
Shisui se concentró en las maderas de las banquetas. Él tenía el don de decretar. La materia podía responder a él con el pensamiento como vanirio, y con el verbo como druidh.
—La madera se convierte en estacas —murmuró con voz asesina.
Los clavos que unían las partes de los bancos salieron disparados hacia arriba y las banquetas se dividieron en pedazos alargados de madera, que levitaban inmóviles en el ambiente, como una nube de vigas delgadas y puntiagudas.
Los lobeznos gruñeron al ver lo que se les avecinaba. Uno de ellos arañó a Shisui en el pecho; pero la energía del druida llegaba a un punto en que apenas sentía dolor. Tal era su poder y su determinación: sabía perfectamente lo que tenía que hacer y cómo lograrlo.
—Atacad —ordenó Shisui a las vigas.
Los trozos de madera se avalanzaron sobre los lobeznos, atravesándolos por todas partes y clavándolos a la pared.
Itachi no podía creer lo que veían sus ojos. Su brathair estaba como poseído, en sintonía con todo aquello que le rodeaba. Todo le poseía.
Hummus miró a Hidan.
—¡Date prisa, maldito!
El vampiro no entendía de donde salía el caudal de poder de Shisui; y nervioso al comprender su situación, concedió más fuerza al acelerador, el cual temblaba.
—¡Filidh! —gritó Shisui dirigiéndose al vampiro—. ¡Tú y yo! ¡Ahora!
Hidan, nervioso e inseguro, miró a Hummus, su supuesto señor, que daba un paso, dos, tres, hacia atrás...
Itachi se lanzó a por el lobezno, golpeándole en la nuca con los dedos, presionando sus puntos sipalki. Hummus se quedó momentáneamente inmóvil con los ojos abiertos como platos, pero pronto recuperó la movilidad.
—¡Date prisa, Shisui! —ordenó su hermano, entreteniendo a Hummus.
Shisui se concentró en el iridio del acelerador, que en forma de cubo metálico, estaba ubicado en el motor propulsor del haz, como un estabilizador, como un seguro que abrir y cerrar en el momento idóneo.
Sí, él era un druida estudioso. No un simple guaperas como creía su adorada mujer. Durante su etapa de estudios orientales y técnicas de meditación, Shisui había oído hablar sobre los ormes: unas formas atómicas que se derivaban de algunos metales de transición, entre los que se incluían el codiciado iridio y el osmio.
Los ormes se conocían en la antigüedad como maná; los alquimistas lo llamaron la Piedra Filosofal. Él podía ver los ormes en todas partes. Era exactamente ese éter, ese halo que veía alrededor de todo ser vivo; lo veía en las plantas, en los elementos, en las personas... Y lo veía en ellas porque, precisamente, el cuerpo humano estaba compuesto por un setenta por ciento de agua. Y los ormes residían sobre todo en el agua.
Por eso podía modificar el estado físico de las personas. Por eso había podido recuperar el pelo de Daimhin y de los demás guerreros que se prestaron a sus cuidados.
Los ormes estaban en todo. Y él podía controlarlos a su antojo.
Al principio no sabía lo que eran; estaba confundido y la energía en él y a su alrededor le intranquilizaba. Pero después de la anterior noche con Tema, meditando mientras seguía en el interior de su cuerpo y ella dormía, agotada por su constante asalto sexual, le vino la iluminación.
Los veía a su alrededor, veía ese maná como un fino polvo blanco.
Y él tenía el don de manipular cuánticamente esas formas atómicas que nadie veía.
Como en ese momento.
Oteaba los potentes ormes en Hummus, y muy pocos en la persona de Hidan; pero estaban ahí, a su alrededor. Y, sobre todo, veía los ormes en el cubo de iridio y osmio. Y estaba decidido a deshacer el puto cubo que tantos problemas causaba en manos de los jotuns y que, en cambio, tanto podría ayudar en manos de Tema.
Se concentró en el cubo metálico mientras Hidan lo miraba inquisitivamente.
—¡Ya no puedes hacer nada! —gritó el vampiro corriendo hacia él, dispuesto a golpearle en la cara.
Shisui se imaginó que el metal se deshacía mientras Hidan no dejaba de darle puñetazos.
Hummus acechaba a Itachi. Se escuchó un chasquido huesos que crujían y se removían por sí solos; y entonces Hummus aulló como un lobo salvaje.
Miró a Itachi de soslayo y sonrió.
—Voy a por ti, y después a por tu mujercita.
El sanador arqueó las cejas negras y se lanzó a por el lobezno malherido, placándolo y alejándolo momentáneamente del portal.
Mientras tanto, el cubo se deshacía poco a poco, de un modo discreto de forma que los jotuns no se dieran cuenta de ello. El haz seguía emitiendo el rayo atómico con la misma fuerza que al principio, pero el estabilizador, el iridio, se deshacía como si fuera mercurio y se convertía en polvo plateado, que se dirigía como si se tratara de una nube de moscas, hacia el druida.
Aguantaría cada golpe del vampiro; le haría creer que ellos tenían el poder cuando, en realidad, se la estaban jugando de un modo inteligente, aunque con tácticas arriesgadas.
Nadie veía los ormes volando hacia él. Nadie veía el brillo que le rodeaba. Solo él.
Itachi gritó, vaciando sus pulmones. Hummus acababa de morderle en la pierna, atravesándole la carne como si le hubiera empitonado un toro.
El grito de su hermano alertó al druida. Hidan iba a asestarle otro golpe más mientras reía como un desequilibrado. Todos los jotuns eran unos piscóticos.
—Siempre creíste que eras el druida más importante. Siempre pensaste que eras especial. ¿Y quién está abriendo las puertas del Asgard? ¡Yo! —Hidan le asestó otro puñetazo en la cara—. ¿Quién será reconocido por Loki? ¡Yo! —Sacó su puñal distintivo keltoi, que aún conservaba, y lo levantó contra Shisui, que le dio un puñetazo para sacárselo de encima.
La cabeza de Iron Man modelada en forma de cubo estaba a punto de deshacerse por completo.
Hidan se limpió el labio lleno de sangre y echó su melena de color grisácea hacia atrás, enseñándole el blanquecino rostro y los ojos de invidente.
—¿Recuerdas cómo me comí a Tema en Chapel Battery? ¡La mordí por todos lados, Shisui! ¿Te dijo cuánto disfrutó?
Al escuchar esas palabras sobre su cáraid, toda la paciencia mostrada hasta ese momento se esfumó. Tema no disfrutó ningún mordisco. La había dejado muy debilitada y dolorida el condenado.
Le enseñó los colmillos y sacó su puñal distintivo, el del hombre druida. Si había algo que odiaba era que personajes como Hidan todavía se atrevieran a llevar con honor el puñal keltoi. Iba a hacer que se lo tragara. Literalmente.
Había llegado el momento de salir de la iglesia. Ya tenía lo que quería. El acelerador seguía funcionando, pero sin iridio; eso quería decir que la puerta seguiría abierta, aunque se cerraría en cualquier momento.
Madara le había hablado de la valkyria de fuerza eléctrica descomunal; y si estaban allí ya, debía empezar a hacer su trabajo en cuanto su hermano y él salieran de ahí.
Pero se iba a llevar a Hidan. El filidh nunca fue un auténtico guerrero. Nunca tuvo más poder que los demás; y en ese momento no era un digno contrincante para él. Pero se lo llevaría a alguien muy especial, como regalo.
—¡Itachi! —alertó a su hermano, que acababa de liberarse de los colmillos del lobezno, y ahora esquivaba el zarpazo de sus ponzoñosas garras.
El sanador voló, huyendo del lobezno.
Shisui agarró a Hidan por el pescuezo y murmuró:
—Vamos a saldar cuentas.
Salieron por las mismas ventanas por las que habían entrado, cayendo de pie en el suelo, y dejando a Hummus solo ante el vórtiz. La lluvia era una gloriosa cortina de agua que adornaba la batalla de una forma épica y única.
El druida levantó el rostro al cielo negro y apocalíptico y divisó a una mujer de pelo rosa con los brazos estirados hacia adelante y las palmas abiertas, esperando una orden para dar una demostración de todo su poder.
—¡Shisui, esa es Sakura! —anunció Madara en cuanto vio salir a los hermanos, al tiempo que atravesaba el estómago de un lobezno con su katana.
Si esa era Sakura, la Generala del ejército de las valkyrias, que lo demostrara. La valkyria desvió los ojos rojos hacia el druida y Shisui levantó el brazo y lo bajó de golpe:
—¡Ya! —le ordenó.
Sakura ni siquiera parpadeó. Miró al frente, hacia la iglesia gótica iluminada por los rayos y los relámpagos y por el portal que abría el acelerador; y, de forma fulgurante, dos increíbles y gruesas hebras eléctricas salieron de sus palmas y rodearon toda la construcción.
Itachi y Shisui llegaron hasta Tema, con Hidan inmovilizado por los puntos Sipalki del sanador.
Tema protegió a Eon al verlo tan cerca del vampiro. Se puso furiosa y le entraron ganas de arrancarle la cabeza. Ese hombre había jugado con ella durante muchos años. Y esta vez, lo tenía postrado a sus pies, de rodillas e inmóvil.
—¡Te he traído un regalo para más tarde! —anunció Shisui tirando de los pelos a Hidan—. ¡¿De cuánto tiempo disponemos?! —preguntó a Tema.
La científica miró a Sakura y a la iglesia alternativamente.
—¡No lo sé! —contestó negando con la cabeza—. ¡Pero si Sakura es tan fuerte como decís y su energía iguala la potencia del acelerador, creará una resistencia y el portal no se abrirá! ¡Y esa resistencia podría hacer que todo volara por los aires! ¡Tendremos que salir de aquí!
—¡Entonces, intentaremos abrir nuestro portal antes de que eso suceda!
—¿Dónde? ¡¿Cómo?! Y... ¡¿Shisui?!
—¡¿Qué?!
—¡¿Por qué brillas?!
Él no supo qué contestar. ¿Acaso Tema podía ver los ormes también? ¿Podía ser que su conexión de pareja permitiera que ella también pudiera visualizar las formas atómicas cuánticas como él hacía?
—¡¿Me puedes ver?! ¡¿Ves lo que tengo alrededor?!
—¡Claro que sí!
Dioses, esa mujer era una fuente inconmensurable de sorpresas para él. Pero le explicaría el motivo de su refulgir por el camino.
—Ven —la tomó entre sus brazos—, ahora te lo cuento.
Su idea llegaba a su fin. Hummus estaba en Abbey Church, intentando entrar en el portal, sin saber que una valkyria de fuerza descomunal estaba creando una resistencia alrededor, de igual potencia eléctrica, que impedía que los antiprotones y antielectrones produjesen la antimateria debida.
Él había conseguido el iridio. Lo tenía a su alrededor y no perdía la concentración por ello. Lo mantendría con él hasta el final.
Tenían el acelerador de Tema.
Y a Heimdal.
Funcionaría.
—¡Mei, Itachi! —pidió alzando la voz para que lo oyeran—. ¡Llevaos el acelerador!
—¡Novata! —gritó Daimhin moviendo la katana por encima de su cabeza, defendiéndose del ataque de un vampiro. Tema la atendió al tiempo en que se elevaban del suelo—. ¡Deja el pabellón bien alto! —le sonrió.
A Tema le pareció una de las chicas más bonitas que había visto en su vida. La más adorable y, a la vez, la más fría y mortal. Ella asintió, despidiéndose mentalmente de todos esos guerreros que luchaban anónimamente en nombre de la Tierra y de los humanos. Ellos eran superhéroes de verdad.
Deidara Kamiruzu alzó el índice y el dedo corazón juntos, y se despidió así de Shisui.
—¡Contamos contigo, druidh!
Él copió el gesto del líder vanirio y desapareció entre las nubes con Tema y Eon en brazos. Tenían que irse de allí, y hacer ese trabajo en un lugar en el que nadie les molestara. La batalla seguía en pie y todos tenían su particular misión.
La de él era abrir un portal en Stonehenge y devolver al dios al hogar de los dioses, antes de que Hummus intentara traspasar la puerta, antes de que incluso la valkyria Sakura se agotara.
Stonehenge quedaba a pocos kilómetros de Abbey Church, con lo que llegaron en un par de minutos, volando como balas, con un crío de tres años, un acelerador, una valkyria de pelo rojo que mantenía el aparato en marcha, y un sanador que acompañaría a su hermano hasta el fin del mundo.
Las piedras de Stonehenge eran una leyenda para los vanirios. Allí los dioses Vanir los transformaron dos mil años atrás. Y allí regresaban Itachi y Shisui para devolverle a Odín a uno de sus hijos. Bajo la tormenta, el círculo mágico tenía más misticismo y magia que de costumbre. Los círculos se cerraban.
Cuando Tema tocó el césped del centro de la construcción megalítica con los pies, se giró hacia Shisui con Eon acurrucado sobre su hombro. Tenía muchas preguntas que hacerle y, además sentía esa sensación desagradable en el pecho. Una repentina intuición que no le gustaba nada.
—¡¿Por qué brillas?! —repitió.
—Dejad ahí el acelerador —ordenó a Mei y a Itachi mientras tomaba del codo a Tema y la retiraba de ellos—. ¿Sabes lo que son los ormes?
Tema frunció el ceño y agitó la cabeza. Los demás luchaban en Abbey Church; ellos se encontraban en Stonehenge; ¿y Shisui le hablaba de los ormes?
—Espera, espera... ¿ormes?
Shisui observó su camiseta y asintió con la cabeza, recordando las palabras de su athair: «Lee. Invoca, invoca, invoca, hijo mío. Ábrela». Las palabras de su padre cobraban un nuevo y esperanzador significado para él. Uno que daba sentido a toda su vida. El último mensaje de su padre era, sin lugar a dudas, una orden: la clave que solucionaría la apertura de una puerta dimensional como la que les urgía abrir a ellos. Como solo él con su don podía hacer.
—«Divide y vencerás». La regla básica de los alquimistas era «dividir, dividir y dividir»! como tú has hecho con los átomos, tus quarks y el acelerador. Como lo que dice tu camiseta —observó las letras estampadas. No, no era una casualidad—. Eres una alquimista, Tema. Pero yo soy otro. Puedo hacer la división atómica de microclústeres y cambiar su aspecto externo.
—¡¿Crees que no sé lo que son los ormes?! —inquirió perdida—. ¡Maldita sea, Shisui! ¡Tengo a un crío de tres años en brazos, muerto; y necesita regresar a casa! Estamos en Stonehenge, lejos del iridio y de Hummus. ¡Nos... Nos van a ganar! ¡Y tú brillas y me hablas de... de ormes!
—¡Sí, Tema! Lo que ves a mi alrededor es polvo de oro, ¡maná! ¡El maná de los dioses!
—¡¿La piedra filosofal?! —Shisui brillaba tanto que dolía a los ojos.
—¡Sí! ¡Ormes en estado puro! He extraído el iridio del acelerador sin que se dieran cuenta y he cambiado su estado. Ahora... ahora está en mí —explicó tomándola de la cara y obligándola a entender, a que escuchara. Su piel brillaba como diamantes y solo ella podía verle.
—¡¿Por qué solo puedo ver yo cómo brillas?!
—Porque eres mi pareja. Porque tú y yo podemos compartir nuestros dones.
Tema negó, mirando a todas partes menos a él. ¡Ormes! ¡Ormes! ¡Su, druida seductor y Casanova manipulaba los ormes! Increíble...
—Tema —la tomó de la barbilla—. Tengo un campo cuántico de ormes a mi alrededor. Son superconductivos y generan un campo de Meissner con ausencia total de resistencia eléctrica. Eso quiere decir que, si diriges el haz de tu acelerador contra mí y me coloco en medio de las piedras de Stonehenge, que absorben toda la energía del vórtez de Abbey Church, crearemos un vacío cuántico. ¡Abriremos otro portal!
La científica sacudió la cabeza. ¿Pero cómo sabía todas esas cosas Shisui? ¿Cómo tenía tanta información sobre los elementos ormes? ¿Le estaba proponiendo que lo utilizaran de portal? ¿Era eso? ¿A él? ¿A su... cáraid? Acongojada, con el cuerpo chorreando por la lluvia, fría y destemplada debido al giro de la situación, gritó:
—¡¿Qué... Qué estás diciendo?! ¡¿Que quieres hacer de punto de choque?! ¡No, ni hablar! —negó en rotundo, temerosa por él—. ¡¿Te has vuelto loco?!
—¡Tema! —la zarandeó, riñéndola por ser tan obtusa—. Sabes tan bien como yo lo que está pasando, ¡¿verdad?! ¡Sakura no va a estar así permanentemente! No sé cuánto tiempo de vida les queda a su acelerador sin su iridio, ¡pero puede durar horas! Hummus puede tener una oportunidad y, si la tiene, la utilizará. ¡Tengo que hacerlo, Tema!
Ella ya no podía controlar la situación. Y aquella fue la primera vez que odió su trabajo: porque acababa de facilitar la herramienta necesaria para que aquel hombre se pusiera en peligro. Apretó los labios y se mordió la lengua, pero al final explotó:
—¡No quiero que lo hagas! ¡No... no quiero! —El rostro del druida se relajó y la observó con cariño y compasión, pero eso la enervó más—. ¡No me mires así! ¡No quiero que hagas eso! ¡¿Qué crees que hará el haz cuando impacte en tu cuerpo?! Cambiará tu composición molecular, ¡te hará daño! Podrías... podrías desaparecer... —Dos lágrimas se deslizaron por su largas pestañas y recorrieron sus mejillas sonrosadas.
—No voy a irme a ninguna parte.
—¡Sí lo harás, maldito seas! ¡Te irás y yo... yo me quedaré... sola!
Él gimió y la intentó abrazar, murmurándole todo tipo de palabras para tranquilizarla.
—Siempre regresaré a ti, Tema. Confía en mí —suplicó abatido.
—¡Mentira! —lo empujó, con Eon en brazos. Haciendo mohínes y pucheros desgarradores—. ¡¿Por eso querías que te dijera lo que sentía?! ¡¿Para hacer esto?! ¡¿Para irte?! —tragó saliva. Itachi y Mei les observaban tensos, intentando dejarles intimidad. Pero ella... Ello no lo quería dejar ir. Era muy arriesgado, y Shisui le pertenecía. ¿Por qué quería arriesgarlo todo de ese modo? ¿Es que no se quería quedar a su lado?—. ¡Dime! —exigió, enfrentándose a él.
—¡Hago esto porque quiero quedarme contigo, Huesitos! —concedió con tono suplicante—. Pero no habrá paz para nosotros si entran en el Asgard antes que...
—¡No la hay ahora! —replicó ella, dejándose la garganta entre gritos.
—¡Quiero hacerlo sabiendo que el Asgard está a salvo! Tema, escúchame, por favor; solo así podremos respirar tranquilos, hasta que llegue el día señalado.
—¡¿Pero por qué lo haces?! ¡¿Por qué tienes que ser tú?!
—¡Porque soy el druidh keltoi más poderoso que haya pisado esta jodida Tierra! ¡Por eso! ¡Y, sobre todo, hago esto porque te quiero!
Ella frunció el ceño, intentando controlar el temblor de su barbilla y su llanto tan desesperado. Era tan injusto que la manipulara así. Tanto. ¿Acaso no sabía cómo le afectaban esas palabras?
Shisui esperó a oír, en retorno, las mismas palabras de su boca. Anhelaba escuchar que ella también lo amaba. Pero Tema no quería decírselo. Rendido, con dolor en el corazón, alargó los brazos:
—Dame a Heimdal, por favor.
Tema ocultó el rostro en la cabecita pelirroja del dios y lo abrazó con fuerza. No los quería dejar ir, ni a Heimdal ni a Shisui.
—¡Tu hermano va a arriesgar su vida por vosotros! —gritó Tema a Itachi, que observaba la escena consternado—. ¡¿Se lo vais a permitir?!
Itachi, entristecido por el desamparo de ella y por la ansiedad de su brathair, negó con la cabeza. Él no podía prohibirle nada al druida.
—A mi hermano no lo detiene nadie. Es un druidh, y su palabra es ley. Pero todo lo que está haciendo, puede que lo haga por nosotros, por supuesto, pero sobre todo lo hace por ti, Tema. Ahora dale a Eon.
—Dame a Eon, listilla —espetó con frialdad—, ¿o tienes pensado retrasarnos más para que Hummus se lleve el gato al agua?
Tema lo miró impasible. En otro momento, ese tipo de comentario le habría hecho daño. Pero, en ese instante, el dolor de pensar que podía ser la última vez que veía a Shisui le estaba arrancando el corazón a tiras, dejándola ovillada en una esquina de su mente, donde nada la pudiese herir más.
Pero si eso quería él, eso le daría. ¿Qué podía hacer contra un hombre que se iba a poner voluntariamente en peligro y al que no le importaba lo mal que ella lo pudiera pasar?
El druida iba a lucirse en Stonehenge. Pues que se luciera bien. Derrotada, le entregó al pequeño.
—Toma. —Sus ojos de hada reflejaban tanto dolor que era imposible no quedarse enganchado a ellos. Miró a Mei con frialdad y dijo—: Dale energía al acelerador.
—Tema... —Shisui meció a Eon, esperando que ella al menos le dirijiera una caída de ojos o una mirada acerada. Pero se desentendió de él.
—Déjame en paz. ¿Te quieres largar? Lárgate —contestó, preparando el aparato.
Él resopló y caminó hacia el centro de Stonehenge. Su pareja sentía que la iba a abandonar, que la iba a dejar. Pero no era así. No iba a desaparecer, lucharía hasta el final por regresar adonde ella estuviera.
—¿Sabes lo que tienes que hacer, brathair? —preguntó Itachi tomándolo de los hombros con cariño, mientras los rayos caían sobre las piedras de Stonehenge.
—Sí, hermano.
—¿Estás seguro de que va a funcionar? —preguntó preocupado.
—Athair nos dijo algo antes de morir, ¿te acuerdas? —Itachi inclinó la cabeza a un lado y asintió—. A ti te dijo: «Reclama siempre lo que es tuyo».
—Sí —contestó Itachi, asombrado.
—A mí me dijo: «Lee. Invoca, invoca, invoca, hijo mío. Ábrela» —explicó acongojado—. Creo que, antes de morir, padre vio algo de nuestro futuro y nos dio la clave para que nos liberásemos de esta maldita eternidad loca que hemos vivido tú y yo durante tanto tiempo. A ti te exigió que reclamaras lo que era tuyo; y nada te pertenece tanto como Konan. Esa mujer y tú sois indivisibles —sonrió, admirando la buena pareja que hacían—. Tenías que unirte a ella tarde o temprano. Y a mí me dio la clave para comprender qué era lo que podía hacer para ayudar a los dioses y al clan. Al parecer, supo cuál iba a ser mi don verdadero —tragó saliva y puso su mano libre sobre la nuca de su hermano—. Tengo el don de decretar, de actuar sobre los estados moleculares y cuánticos. La flor, Itachi.
—La flor, hermano —afirmó afectado con los ojos llenos de lágrimas. Le asió por la nuca y lo zamarreó con cariño, pegando su frente a la de él—. Siempre supe que eras grande, Shisui. Siempre.
Los dos hermanos se emocionaron. Habían pasado mucho juntos. El tiempo había hecho mella en sus caracteres, pero el vínculo entre ellos era indestructible. Hermano mayor y hermano pequeño. Amigos eternos y auténticos.
Itachi siempre decía que la familia no se elegía, y que podía tocarte a un amigo o a un enemigo en ella. Él siempre tuvo en Shisui un hombro en el que apoyarse. Esperaba haber sido igual de válido para él.
—¿Lo dudas, brathair? Tú has sido mi reflejo —aseguró Shisui, leyéndole la mente.
—Y tú el mío.
—Voy a abrir una puta puerta, Itachi. Y voy a devolver a Eon a su lugar de origen. Lo hago por ti, por mi cuñada, por el clan, y por esa mujer que me vuelve loco y me ha robado el condenado corazón. Cuídala mientras yo no esté.
—¡No te puedes ir! —Itachi tenía los ojos rojos y desolados—. Prométeme que vas a regresar, sea de donde sea.
—No sé adonde iré... —contestó sincero—. Pero, hasta que regrese —miró a Tema y esta le retiró la cara—, cuídamela.
—Lo haré. Pero tú vuelve a casa, ¿de acuerdo?
—Tengo un motivo de piernas largas, pelo rubio y una lengua demoledora. Ella es mi casa —le guiñó un ojo—. Volveré solo para ver cómo me echa la bronca por haberme ido —pero no engañaba a nadie, y menos a su hermano. Estaba devastado por dentro. Sabía que iba a hacer daño a Tema si él desaparecía ante sus ojos. Y eso era lo que iba a suceder. No obstante, ese era su sino, no lo iba a obviar. Y Tema debía comprenderlo.
—¡El impacto se hará en diez, nueve... ! —empezó a gritar Tema, sin perder ojo de aquella conversación entre los dos hermanos. Parecía una despedida. Estaba llorando como una Magdalena, pero aguantaría el tipo.
Itachi se alejó de Shisui, caminando hacia atrás, sin perder de vista a su hermano.
Mei añadió más carga eléctrica a la fuente del acelerador.
—¡Ocho! —siguió la cuenta Tema, alzando los ojos y mirando a su druida. Brillaba; y era tan precioso que agradeció ser la única en poder verlo, celosa de esa belleza y de quererla solo para ella—. ¡Siete! —Shisui debía regresar a ella. Tema tenía muchas cosas que decirle y que hacer con él. Y él tenía mucho que enseñarle. El cielo se iluminó, y cayó un rayo cerca de donde estaba su pelinegro—. ¡Seis! —la electricidad crepitaba en el ambiente. Shisui no parpadeaba, permanecía con la vista fija en ella—. ¡Cinco!
¿No me vas a decir lo que quiero oír? Puede que no regrese, amor.
—¡Cuatro! —Tema apretó los dientes. ¿por qué la provocaba así? ¿Por qué le gustaba presionarla?
Ni siquiera eres capaz de mirarme. Yo podría pasarme toda la vida mirándote, mo dolag. Eres lo más mágico de mi vida.
—¡Tres! —La estaba abandonando. Iba a esfumarse ante sus ojos en cuanto el rayo contactara con su cuerpo y creara el vacío cuántico debido. ¿Si le decía que lo quería, se quedaría? El druida la empujaba para que ella se abriera emocionalmente. Si expresaba, en medio de la tormenta, en Stonehenge, que estaba agradecida a los dioses por haberle alargado la vida dos mil años para que así pudieran encontrarse, ¿se quedaría?
No me he ido a ver a los dioses todavía y ya te estoy echando de menos.
Shisui echó una mirada a Eon y pasó sus manos por encima. Deshizo el campo cuántico debilitado, que aún lo protegía y le hacía invisible e indetectable, y pudo ver la verdadera aura de Eon, tan grande que lo sobrepasaba a ambos en altura. Era el campo cuántico de un hombre, no el de un niño.
Eon abrió los ojos azules y los enfocó en el druida. Ya no tenía escudo a su alrededor.
—Hola, Heimdal —lo saludó el druida.
—¡Dos! —Tema dio un paso y luego otro, y otro, alejándose de la máquina y de Mei y acercándose al hombre que brillaba como si fuera un ángel caído del cielo.
Él levantó la cabeza y la vio correr hacia él, tropezándose y desplomándose sobre el césped enfangado. La joven se incorporó, apoyando sus manos, llenas de barro y briznas verdes, en su pantalón tejano.
—¡Shisui! ¡Si te lo digo, sales de ahí! ¡No te vas! —ordenó ella con el corazón en un puño.
Dioses.
—No hay tiempo, mo dolag. ¡Así es como debe de ser! —contestó él.
—¡No! Yo... Shisui, yo... ¡Te quiero! ¡Te quiero, Shisui! ¡Quédate! —le pidió de rodillas, con el pelo rubio pegado a la cara y a la cabeza, y el rostro lleno de ruegos que caían en saco roto.
—¡Uno! —exclamó Mei mirando el contador y manteniendo el acelerador en su sitio, apuntando al druida. El rayo iba a salir disparado contra él de forma inminente.
—Tema... —susurró Shisui inclinando la cabeza a un lado y cerrando los ojos con pena y alegría. Ella lo quería. Pero él tenía que hacer eso.
—¡Shisui! —La científica cogió un puñado de arena y hierba se lo lanzó, pensando que así le alcanzaría todo su dolor—. ¡Quédate conmigo! ¡¿Qué más quieres que te diga?!
Te amo, Tema. Is caoumh lium the, mo creadh. Te amo, mi corazón.
—¡Cero! —La valkyria sostuvo el acelerador al tiempo que el haz de luz impactaba en el pecho del druida.
Shisui dejó caer la cabeza hacia atrás y emitió un grito descomunal. Las rodillas cedieron por el dolor.
—¡Shisui! ¡No! ¡No! —Lloró Tema llevándose las manos al pecho y arrugando su camiseta. Se quedó doblada sobre sí misma. No quería ver lo que le hacía el rayo a su vanirio. Su alma se partía, se dividía; y era tan doloroso que no sabía si alguna vez iba a respirar sin que le doliera.
El druida tuvo el honor suficiente como para mirar a Eon, que estaba de pie tomándole de los hombros. El dios mudo miró por encima del hombro: a Tema, a Itachi, a Mei y al acelerador.
El silencioso niño estaba tomando parte del rayo y lo compartía con Shisui.
«Lee. Invoca, invoca, invoca, hijo mío. ¡Ábrela!».
Mei decidió imprimir más potencia a sus rayos. El acelerador se movía de un lado al otro.
—¡Itachi! —gritó la valkyria.
Itachi corrió para ayudarla a sostener la máquina.
Shisui cerró los ojos. El rayo estaba dividiéndolo a niveles moleculares. Los ormes de su alrededor abrían el portal a través de su cuerpo, y estabilizaban la escalera hacia el cielo.
—¡Soy Shisui Uchiha, druidh de la tribu keltoi casivelana! ¡Y en mi poder de decretar, crearé aquello que creo! —sus palabras actuaban sobre la composición cuántica de todos los átomos que lo rodeaban, de los ormes invisibles. Su decreto y su convicción modificaban todo lo que ordenaba. Era un escultor, un hombre de magia. Ya no era cuerpo, solo luz. Lo único que todavía se podía divisar de él eran sus ojos mágicos, los cuales se centraron en Tema.
Ella clavó su mirada en él, ambos de rodillas; diciéndo con su rendición todo lo que no le había dicho, aunque estuvieran tan lejos y tan cerca... Él se iba de su lado, pero le dejaba tanto que atesorar... Shisui era un guerrero, un hombre que se sacrificaba por los demás.
—A laocháin... (mi héroe)—susurró echándose a llorar.
—¡Divido mi cuerpo, mi alma y mi sangre y tomo lo que me rodea como una puerta al cielo! ¡Yo soy polvo, y como polvo viajaré al origen del universo! ¡Que este polvo viaje a Bifröst, el arcoíris que lleva a la puerta guardiana de los nueve reinos! —su cuerpo se volvió translúcido. El polvo dorado de los ormes del iridio lo absorvió—. ¡Es momento de retornar a los dioses lo que de los dioses es! ¡Yo abro la puerta al Asgard! ¡Que Awen me acoja!
Eon se iluminó por completo y el haz de luz se hizo largo y ancho, hasta que, a través del resplandor, se pudo divisar la imagen de un hombre de unos dos metros de altura, de pelo largo y pelirrojo. Desvió la mirada a Tema, y le dedicó una sonrisa mezcla de disculpa y de concilio.
Eon no era un niño. Ella lo había cuidado, le había dado su cariño y su compañía; y ahora el niño se había vuelto un hombre, literalmente.
Tema no tuvo fuerzas para devolverle la sonrisa.
Del pecho de Heimdal emergió algo abultado... Su carne se abrió, su pectoral se iluminó, y a través de él apareció una especie de corneta; un cuerno de marfil, y metales dorados.
La científica abrió la boca, anonadada, y negó con la cabeza. Heimdal había tenido siempre a Gjallarhörn con él. Era su cuerno, creado de titanio, metal y marfil. El cuerno estaba provocándole esos efectos en su metabolismo. Incrédula por lo que veía, le dedicó una mirada de reproche.
Heimdal sonrió disculpándose.
Y Tema vio a Eon en ese hombre. Los ojos azules e inocentes, el pelo rojo... Un dios tímido y mudo. No lo pudo odiar. No podía. No lo odió cuando Shisui y él se iluminaron tanto que crearon una onda de expansión que los dejó cegados.
Tampoco lo pudo odiar cuando el dios y el druida estallaron, dejando todo tipo de partículas luminosas, ormes a su alrededor, una nube de oro que cualquier alquimista habría pagado por ver.
Ni siquiera lo odió cuando ambos desaparecieron en medio del círculo de piedras mágicas de Stonehenge, dejándola sola y abatida, tirada en el suelo, con el rostro hundido en el fango y la hierba, el alma embarrada y el corazón hecho trizas.
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Hummus tocaba la puerta cuántica que tenía delante de él. Su ejército de vampiros y lobeznos le estaba protegiendo. Nadie había podido entrar en la iglesia de nuevo.
Él tenía la oportunidad de regresar el orden del universo a su estado caótico, su estado natural. Su padre estaría tan orgulloso de él... No obstante, la puerta no acababa de mostrar el puente de Bifröst. El ambiente estaba cargado de electricidad, algo normal por la energía del acelerador, pero..., ahí había algo más.
El lobezno se inclinó para mirar a través de las ventanas. La tormenta era descomunal; los rayos iluminaban el interior de la construcción y lo que quedaba de las vidrieras y la cúpula de colores.
Tocó el portal de nuevo. ¿Por qué no se abría? En Colorado no tardó tanto.
De repente, el vello de le puso de punta. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, y sintió el despertar de alguien muy poderoso: parecía la activación de un sol en la Tierra.
Hummus se giró y encaró la puerta de entrada de Abbey Church. Él reconocía esa energía divina. Era Heimdal. Heimdal estaba en algún lugar, cerca. El hijo de Odín se mostraba, y no quedaba muy lejos de Abbey Church.
¡Joder! Iría a por él. Heimdal tenía el cuerno, y ese tótem debía de estar en sus manos. Pero, por otra parte... Se detuvo. Si estaba ahí, quería decir que no había encontrado el modo de llegar al Asgard; con lo cual, él podría entrar antes que el mudo y obrar su magia.
Se dirigió al portal. Miles de hebras eléctricas, azuladas y amarillas, salían de aquella puerta luminosa de plasma, que cambiaba su consistencia y se volvía transparente... Bien. Ahí empezaba a abrirse el agujero de gusano.
Hummus sacó su puñal Guddine y sonrió, dando un paso, y luego otro, hacia el pórtico dimensional.
Y, de repente, la energía eléctrica a su alrededor creció. Su pelo se movía, azotado por la energía electrostática. Intentó dar otro paso más, queriendo alcanzar su ansiado objetivo, pero él y el portal parecían imanes del mismo polo, se repelían.
La cruz de Cristo fue arrancada de la pared. Los lobeznos ensartados, y las maderas de las banquetas que había alrededor volaron por los aires en círculos perfectos, como en un remolino de un tornado.
Hummus luchó por dar otro paso hacia el vórtice... Veía el universo y un puente de muchos colores que viajaba a através de las estrellas; era Bifröst: Lo tenía ahí, en la punta de los dedos.
Gruñó como un animal, clavando los talones en el suelo, haciendo fuerza para seguir avanzando. Los músculos se tensaban bajo su ropa y la piel le ardía. Sentía que lo estaban electrocutando. Los vampiros, incómodos, se miraban los unos a los otros, levitando y agarrándose a las columnas de piedra del interior para no salir disparados ni ser absorbidos por aquel extraño remolino.
Y, de repente, la electricidad cesó. Todo lo que flotaba en el ambiente cayó a causa de la ley de la gravedad. El portal se contrajo, convirtiéndose en un pequeño punto de luz diminuto.
Hummus levantó su mirada oscura y la clavó en la bóveda del edificio. Un silencio abrumador cayó sobre todos los allí presentes. El lobezno negó con la cabeza y murmuró:
—Qué hijos de puta.
¡Boom! El punto de luz se convirtió en una supernova que arrasó con todo lo que tenía a su paso a varios metros a la redonda. Los cristales de la iglesia volaron por todos lados, en mil pedazos.
Hummus apretó el puñal con fuerza y desapareció mientras la onda explosiva lo atravesaba.
