Epílogo

.

.

¿Está listo para escribir, señor Larson? Espere, daré un respiro...

Me siento emocionado, no me gusta hablar en público, ¡imagínese cómo me siento al dar una entrevista ahora! Conociéndolo bien, estoy seguro de que en un principio arrugará la nariz cuando lea mis declaraciones; es una persona muy reservada a la que le gusta proteger su privacidad más que decididamente, todos vosotros lo sabéis.. Pero estoy seguro de que después de alguna colorida invectiva no lo cogerá de mala gana esta vez.

Es mi manera de saludarlo con respeto y admiración y de preparar a Broadway para que vuelva a recibirlo en sus brazos con cálido afecto cuando mañana vuelva a calentar a su público con su maestría tras tres años de ausencia en la Royal Shakespeare Company.

A la espera de un Macbeth que ciertamente no olvidaremos fácilmente, ya que no hemos olvidado su increíble talento en los últimos años, me gustaría contar una pequeña historia sobre él.

.

¿Quién soy yo? Es cierto, lo siento, soy un distraído, todavía no me he presentado.

Mi nombre es Gordon Parker y soy el oficial del mercantil militar Juppiter que rescató a Terence Graham en mayo de hace cuatro años durante el terrible hundimiento del RMS Mauretania.

Sí, también es un poco gracias a mí que el teatro Shakespeariano todavía conserva en su firmamento una de sus estrellas más brillantes...

.

Cuando pienso en esa noche, todavía me asaltan violentos escalofríos.

No podéis entender lo que se siente al mirar el infierno con tus propios ojos... sin poder volver a cerrarlos ante la agonía para dejar que las lágrimas fluyan.

.

Recibimos el SOS inmediatamente después del impacto con el iceberg, pero solo logramos llegar a los sobrevivientes temprano por la mañana. Desafortunadamente, se habían reportado otros témpanos de hielo en la ruta y era demasiado arriesgado acercarse siguiendo una trayectoria más cerrada; teníamos que sortear esos obstáculos alejándonos unos kilómetros y luego girando y volviéndonos hacia ellos. Afortunadamente, el capitán del trasatlántico, me parece que se llamaba ... Stevens, había logrado, con mucha sangre fría, debo decir, sacar el barco de la zona de riesgo y así nuestras maniobras de aproximación y rescate procedieron sin más problemas.

Sin embargo, esto nos hizo perder unas horas preciosas. Todavía es un atroz remordimiento para mí que hayamos logrado salvar solo a menos de la mitad de los pasajeros.

.

No era nuevo en tales operaciones. En otras ocasiones tuve que participar en misiones de rescate después de graves accidentes en el mar, por lo que estaba entre los oficiales elegidos para subir a las balsas.

Solo teníamos una orden: salvar tantas vidas como fuera posible, en el menor tiempo posible.

El oficial Jefe Brown, quien dirigía las operaciones, nos dividió en cuatro grupos, enviándonos a patrullar diferentes áreas hacia los grupos de botes salvavidas que se mantenían juntos, atados con cuerdas. Solo un bote se acercó al punto del hundimiento pero se fue a los pocos minutos porque había muy poca esperanza para las muchas personas que habían pasado horas en esas aguas heladas aferrándose a cualquier objeto flotante. Sólo unas pocas almas fueron rescatadas entre esos desafortunados inocentes; claramente se nos dijo que no perdiéramos el tiempo con ellos y que nos enfocáramos en las personas en los botes salvavidas.

Nos llamaban gritando como locos histéricos para hacernos correr de un lado a otro para rescatar a esa pobre gente en cuanto oíamos un signo de la vida.

Tristemente éramos conscientes de que para ellos incluso un minuto extra en esas condiciones podía marcar la diferencia entre la supervivencia y la muerte pero, os aseguro, era realmente una angustia tener la obligación y la responsabilidad de elegir a quién atender.

A decir verdad, casi todos estaban inconscientes en los botes salvavidas. Realmente no era posible entender quién había muerto y quién sólo había colapsado por el agotamiento físico y el frío insoportable.

En ese clamor de voces, algo sucedió de repente que incluso ahora me pone la piel de gallina con solo pensarlo.

Escuché música. Era una melodía muy dulce, producida por una caja de música.

Un contraste increíble y discordante, casi odioso, con ese lúgubre espectáculo de muerte que me rodeaba.

Provenía de la balsa número ocho. Ese número era evidente en el lateral cuando nos acercamos atraídos por su llamada.

En ese momento noté a la chica.

Era pequeña, rubia, pálida como una sábana. Parecía haber hecho un gran esfuerzo por sacar de la boca ese leve gemido con el que pedía ayuda.

"Estamos aquí ..." logró decir, sacudida por el temblor.

Fui yo, nunca lo olvidaré, quien se acercó a ella y traté de calmarla.

"Ya todo terminó" le dije cogiendo su esbelto cuerpo en mis brazos para levantarla unos momentos antes de que perdiera toda la lucidez.

Pero cuando la levanté vi que su mano se apretaba con un tirón nervioso a la mano de una persona que estaba a su lado. Un agarre fuerte y firme que resistió mi impulso a pesar de las pocas fuerzas que aún la animaban. Como si no quisiera dejarla ir.

"Terence ..." liberó un gemido doloroso de sus labios antes de colapsar.

Instintivamente miré el rostro del hombre que yacía junto a ella envuelto en una doble capa de mantas.

¡Me sorprendí! ¡Yo conocía a ese hombre! ¡Terence Graham! ¡Por supuesto! ¡Cuántas veces lo había visto en el teatro, exaltado por su habilidad! Cuántas lágrimas de emoción me había hecho derramar ese hombre en muchas noches de pura magia!

Estaba sumido en un profundo estupor. Tenía los labios hinchados y morados. Me horrorice al verlo en tales condiciones.

Lo llamé rezando en mi corazón para que me contestara incluso con una pequeña reacción, con la chica aún en mis brazos, cogiendo sus manos aún entrelazadas.

Entonces me pareció sentir el menor movimiento de uno de sus dedos, en el momento exacto en que estaba tratando de separarlos.

¿Podría estar vivo todavía?

No lo pensé ni por un segundo. Llevé a la chica al bote y volví rápidamente para llevarlo también a él.

Luego recogí la caja de música del suelo, que aún no había dejado de sonar, la cerré con cuidado y me la metí en el bolsillo para poder devolvérsela a su dueña.

En poco tiempo también cargamos a los demás pasajeros de ese bote salvavidas. Ella fue una de las primeras que rescatamos y todavía teníamos la esperanza de poder salvarlos a todos. Pero pronto tuvimos que rendirnos ante la evidencia.

Habíamos perdido esa lucha contra el congelamiento que seguía cobrando víctimas sin cesar... En esas larguísimas tres horas en las que permanecimos en el agua nos vimos obligados a concentrar nuestros esfuerzos solo en las personas que nos parecían más propensas a sobrevivir. En los últimos botes encontramos casi todos cadáveres. ¡No sabes cuántos remordimientos llevo en el corazón de esas tres malditas horas!

Recuerdo que cuando todo terminó me senté por un tiempo interminable con las manos en mi cabello; No pude sacudirme ese estado de apatía. Con cuántas personas me habré disculpado...

Sigo haciéndolo todas las noches desde entonces, lamento no haber sido más rápido. ¡Quería salvarlos a todos!

Perdóneme, Sr. Larson, soy emocional, lo sé, cuando pienso en esos momentos siempre me conmuevo. ¿Tiene un pañuelo? vale, gracias ... Necesito un momento para recuperarme y empezar a contar de nuevo...

Qué estaba diciendo... ah... sí... mientras estaba allí inmovilizado por mi angustia, me vino a la mente el rostro de sufrimiento de Terence Graham.

¿Qué había sido de él? ¿Los médicos a bordo habrían logrado hacer algo para evitar que muriera?

Fue ese pensamiento el que me estremeció e hizo que me levantara de esa silla. Empecé a preguntar por él. Ya se estaban difundiendo noticias a bordo sobre las celebridades que habíamos rescatado. Otro oficial me llevó a la sala donde estaban practicando las maniobras de reanimación más urgentes. Las enfermeras presentes, atareadas como abejas en una colmena, confirmaron que el actor estaba allí pero me ordenaron secamente que me fuera sin decir nada más. Simplemente no había tiempo para perderse en una charla inútil con algún admirador curioso. En el interior había una confusión increíble, no envidiaba en absoluto al personal médico.

Pero solté un tímido suspiro de alivio. Al menos, no había sido transportado a las salas mortuorias ...

Subiendo a la zona del barco que había sido habilitada en carriles para acomodar a los muchos heridos, vi por casualidad a la chica rubia. Ella yacía en el pasillo durmiendo en una pequeña camilla. Su rostro había adquirido un color más vivo. Tenía una tez hermosa, pensé, y una expresión muy dulce...

Habían colocado una pequeña etiqueta con su nombre a su lado. Fue uno de los pocos supervivientes que lograron identificar. Me acerqué tratando de no despertarla y levanté la pequeña bolsa colocada junto a ella para meter la caja de música dentro.

Candice. Incluso su nombre era tan dulce…

.

Pasaron unos días sin saber nada de ellos, aunque esas dos manos apretadas no los hubiera olvidado a la ligera. Me había conmovido y tocado profundamente esa imagen.

Una vez más, por pura casualidad, me encontré una semana después en el Medical Center, pasaba por una visita a un colega del Juppiter que había sido hospitalizado allí. Vi al guardia de seguridad que intentaba rechazar cortésmente a algunas chicas, admiradoras del actor Terence Graham que pretendían entregarle flores. Me apresure a la recepción explicando que yo había sido el rescatador de ese hombre durante el naufragio y preguntándo si realmente estaba allí y cómo estaba.

¡Podéis imaginar mi alegría cuando me dijeron que habían logrado salvarlo!

¡Él estaba vivo! Había arriesgado de quedarse en esos botes salvavidas congelado y en cambio, milagrosamente, yo lo había sacado del infierno...

¡Y había sobrevivido!

Sin siquiera pensarlo, de lo contrario la vergüenza probablemente me habría detenido, pedí que le hicieran llegar una nota mía. Le escribí lo que sentía. Que estaba feliz por él. Esa verdadera felicidad compensaba en parte toda la aflicción que me había causado esa noche. Firmé la hoja pequeña para que supiera mi nombre. No esperaba nada de mis palabras.

Sin embargo, para mi incredulidad, su respuesta me llegó unos días después.

Pidió poder conocerme. Quería agradecerme en persona.

Así fue que lo volví a ver.

.

Me emocioné cuando me permitieron visitarlo en su habitación. Recuerdo que abrí dudando y avergonzado la puerta, sin saber qué podría decirle.

Terence estaba sentado en una silla de ruedas, todavía visiblemente afectado por la dramática experiencia que había vivido.

Junto a él estaba la chica rubia, Candice. Se me hizo un nudo en la garganta cuando vi esas manos aún entrelazadas en sus piernas. No creo haber visto nunca tanto amor en los ojos de un hombre y una mujer...

Me sentí de más en ese conmovedor silencio que parecía no tolerar interrupciones desagradables y quise retirarme pero él, al darse cuenta de mi presencia, me llamó por mi nombre pidiéndome que me acercara a ellos.

Quién sabe por qué esperaba un agradecimiento sincero pero formal. Todos lo conocemos por los periódicos, Terence Graham no es una persona generosa con las palabras, de modos demasiado cortantes; para la mayoría puede parecer demasiado aséptico y frío; y en cambio ese día me saludó con una sonrisa afable que me iluminó el corazón. Me preguntó si podía agradecerme con un abrazo. Nunca olvidaré la forma en que rodeó mi cintura atrayéndome hacia él y bendiciendo al cielo que elegí recogerlo de ese bote salvavidas.

¡Haberlo elegido!

Al verme con lágrimas en los ojos, inmediatamente trató de restarle importancia, diciéndome que ciertamente me había ganado un asiento de primera fila en la anteprima de su próximo espectćulo, incluso si, para ser sinceros, ya había presenciado en exclusiva su actuación más exitosa en una tragedia.

¡No sé de dónde diablos sacó la fuerza para bromear incluso en esas condiciones!

Le respondí que lo admiraba enormemente y que ya lo había visto varias veces en el teatro pero que a partir de ese momento prefería verlo agonizar solo en un escenario. Definitivamente prefería la sonrisa de agradecimiento que ahora veía en su rostro, acariciada desde la distancia por la mirada amorosa de su compañera.

Sí, Candice. Ella también me agradeció calurosamente. Estuvimos un rato charlando amablemente como cualquier conocidos. Me sentí tan feliz de haber ayudado a proteger ese amor extraordinariamente fuerte que me había conmovido tanto y me conquistó sin reservas, ¡aunque nunca los había visto juntos antes!

.

Desde entonces nos hemos estado escribiendo y nos hemos hecho amigos. Aunque honestamente, nunca esperé que después de esa breve reunión recibiría una invitación para su boda, que se celebró aproximadamente un año después.

En esa ocasión me volvieron a sorprender.

Abrí la elegante invitación contenida en la carta esperando leer el nombre rotundo de algún hotel de lujo en Nueva York o Chicago donde se llevaría a cabo una espléndida recepción, en cambio me estaban invitando a un pequeño lugar en la campiña de Indiana, La Porte. La ceremonia se llevaría a cabo ahí, en un orfanato de nombre simpático, el "Hogar del Pony".

Terence, no te enfades, por favor, cuando leas esta entrevista, ya han pasado tres años; Sé que en ese entonces no habéis querido contarle a la prensa sobre esa boda pero me gusta la idea de dar a conocer, sin ser demasiado entrometido en vuestra vida familiar, al menos eso espero, las personas maravillosas que ambos sois. Para que la gente pueda apreciar aún más y amaros como yo fácilmente aprendí a hacerlo.

Bueno, cuando llegué a ese lugar ese día soleado de primavera, después de un viaje que no fue precisamente cómodo, me encontré frente a un pequeño edificio rodeado de vegetación, digno pero ciertamente no llamativo ni mucho menos lujoso. Sin embargo, la mera visión desde lejos me dio una sensación de serenidad que no había sentido en mucho tiempo. Ese lugar parecía envuelto en un acogedor aura de amor.

La primera impresión irracional me fue confirmada a los pocos minutos al conocer a la gente franca y jovial que vivía allí. Era el orfanato donde creció Candice antes de ser adoptada por William Andrew, ya que ella misma ahora lo había hecho de dominio público.

Nunca en mi vida había presenciado una fiesta tan llena de risas alegres. ¡Cuánto cariño sincero rodeaba con benevolencia a esa joven pareja!

Entre los invitados había evidentemente gente de clase social alta y personajes famosos como los compañeros de Terence de la compañía Stratford, en la que en su momento actuaba, primero que todos el para mi legendario Robert Hathaway, pero también había mucha gente de extracción más modesta. Y luego muchos niños, los pequeños huérfanos de esa casa, que corrían festivos y alegres por el césped, llenando de voces y colores ese cuadro bucólico. No hubo palabrería ni contrastes en esa alegre mezcla de diversa humanidad. Todos sintieron solo el deseo de celebrar a un hombre y una mujer unidos por un sentimiento de rara belleza, con el que todos se sentían igualmente conectados.

.

Yo también estaba deslumbrado como Terence, lo admito, cuando Candice llegó vestida como una elegante nube blanca desde la esquina de esa colina cercana, que habían preparado para la celebración religiosa, acompañada de sus dos bonitas amigas damas de honor.

Su sobrio pero elegante vestido blanco no tenía encantos particulares ni llamativos adornos de crinolinas y encajes. Hermoso de una belleza simple y verdadera, como es quién lo lucía.

Sus espléndidos ojos verdes felices, claros y brillantes como dos pequeñas esmeraldas, bastaron para embellecerlo.

Yo también estaba feliz, a mi manera, de haber contribuido a la luz de esa sonrisa que iluminó su rostro cuando llegó a Terence en el altar.

Recuerdo que en ese momento los ojos del hombre estaban hinchados por el llanto torpemente reprimido.

Me fue fácil imaginar por qué había luchado obstinadamente con todas sus fuerzas, yendo mucho más allá de sus límites humanos esa noche para no renunciar a la luz de esa sonrisa…

.

Luego llegó el momento de la recepción divertida y no muy servil de las etiquetas, como yo estaba empezando a esperar de ellos en ese momento.

Me mezclé con sus amigos sin avergonzarme, uniéndome a los muchos brindis rotundos que se sucedían en esas horas que volaban a la ligera, sin dejar de admirar sus abrazos, sus risas y sus bromas cómplices desde lejos.

Seguramente os estaréis preguntando si no bebí demasiado, ¿verdad?

¿Quién? ¿El serio Terence Graham que escapa de ocasiones mundanas como la peste y responde en monosílabos a las preguntas de las entrevistas, convirtiendo a los pobres periodistas en fieras que tratan de saber más de él para satisfacer la curiosidad de su público? Veo que el Sr. Larson sonríe, tú también lo habrás hecho sufrir, querido Terence, ¿o me equivoco?

¿Serio ese joven feliz que oscilaba junto a su esposa en el centro de la improvisada pista de baile, sin importarle mínimamente la atención que suscitaban sus juguetonas escaramuzas y sus efusiones?

¿Serio, ese marido irónico que se burlaba irreverentemente de las bondadosas palabras de sus amigos sobre su carácter hosco y celoso bajo los falsos ojos enfurruñados de su Candice?

No, no había bebido demasiado, al menos no lo suficiente como para embriagarme, el diligente Dr. Jason Dean que estaba sentado a mi lado no me dejaba, y sí, ciertamente no conoces a Terence Graham.

Terence es también ese joven... agudo, generoso e irónico, finalmente en ese día libre para vivir su felicidad a un alto precio apretado entre sus dedos, de los cuales conocía toda su inestimable pero también precaria preciosidad.

Terence y Candice tuvieron la idea de pedir a los invitados, en lugar de darles obsequios, que asignaran donaciones para la fundación a favor de los familiares de las víctimas de Mauretania, por la que habían trabajado duro en esos meses. Ellos mismos habían realizado un pago sustancial en esa ocasión junto con John Freymond, el otro fundador e inspirador de esa loable iniciativa benéfica, que también estuvo presente en la ceremonia con su adorable nieto.

Me dieron tanta ternura cuando juntos agradecieron a los presentes su generosidad, contando cómo estaban personalmente comprometidos con el apoyo a las familias afectadas por la tragedia. Pensé que aunque la buena suerte les hubiera permitido sobrevivir a esa monstruosa pesadilla, ambos jamás se liberarían de su opresivo recuerdo, llevando en el fondo de sus corazones un sentimiento de culpa difícil de sofocar en la conciencia hacia los muchos quienes esa noche no habían logrado ver el final. Pero al menos, a pesar de lo noble que son ambos, habrían atesorado ese precioso privilegio reservado para ellos, sin dar por sentada la belleza de cada momento de la vida que habían milagrosamente recibido como un regalo y tratando de aliviar, en la medida de lo posible, el sufrimiento y el malestar material de los menos afortunados.

Todavía guardo celosamente la fotografía tomada inmediatamente después con los novios junto a los testigos de la boda.

Estoy junto a Terence, a la izquierda de William Ardlay y Adrian Foster, otro superviviente del naufragio y su gran amigo. En ese momento este último aún estaba convaleciente, no había tenido la suerte de tener los mismos tiempos de recuperación rápidos. No podía ponerse de pie, pero aun así quiso levantarse para ser inmortalizado con nosotros, apoyado firmemente por el Sr. Andrew. Me complació mucho saber por una carta de Candice (sí, a la dulce esposa de Terence le encanta escribir cartas...) que ahora se ha recuperado por completo. Él también se lo merecía, sé que ambos fueron honrados por la Legión de Honor Estadounidense con un elogio por los actos de heroísmo cometidos durante el desastre.

,

¡Toda esta historia, con la que sinceramente espero no haberos aburrido, para dar a conocer cuánto creo que ya habéis percibido al ver a Terence Graham actuar en el escenario aunque sea una sola vez!

Detrás de ese primer actor magnético y caleidoscópico de mil matices interpretativos que todos apreciamos desde hace tiempo, hay un hombre de rara y espléndida humanidad, capaz de emocionar hasta conmover a su público porque es con la misma profundidad. que experimenta todas sus emociones.

Un hombre capaz de dar amor de la boca de las criaturas que interpreta porque conoce el amor, la forma más pura y absoluta del amor... Qué línea de sufrimiento cada palabra pesada que declama porque esos escalofríos realmente le rasgaron el pecho y el corazón, haciéndolo sangrar pero jamás detenerse.

Porque, lo conozco bien a estas alturas, Terence es un alma brillante y fuerte, del tipo que deja una marca en ti cuando los conoces, incluso con solo tocarlos, y se quedan dentro de ti para siempre.

Así, como cuando sales de ese teatro después de verlo, con sus palabras rebotando en tu cabeza y acompañándote en tu camino, sin permitirte relegarlas fácilmente al olvido. Te parecen reales, vividas, te cavan dentro. Te golpean y luego te cogen de la mano.

.

Vale, como siempre divagué, Sr. Larson ... ¿Por qué no me detuvo?

Y tú, querido Terence, no te ofendas si he hecho pública una pequeña parte de ti. Tienes una cena pagada cuando finalmente podamos volver a encontrarnos pronto y abrazarnos lejos de la atención de los reflectores.

Te deseo un gran éxito en tu Broadway que ha visto encenderse a su estrella brillante y deseo que Broadway disfrute de su plena madurez.

Estaré feliz de volver a ver a Candice, porque sé que seguramente estará a tu lado como siempre y tal vez incluso poder conocer a tu preciosa pequeña, Eleanor Emily.

,

Con afecto infinito

Tu amigo y más grande admirador

.

Gordon Parker"

.

.

Queridos lectores, ¡espero que hayan disfrutado la lectura!

¡Gracias de todo corazón a quienes quieren dejarme un muy apreciado comentario!

Si aún no lo has hecho, te invito a leer también mis otras historias: el what if El fuego y las rosas, Como agua al agua y el one shot Con el corazón en la garganta.