24
Sakura miraba la destrucción que acababa de provocar con sus rayos.
Ella había sido bendecida con la fuerza. Con la agresividad. Era la Generala.
Desde el cielo se veía todo con más perspectiva. La iglesia había acabado arrasada. Por suerte, había dado la señal a Deidara y a Homura para que se retiraran, pues ella sabía en qué momento iba a producirse la explosión.
Los vampiros y los lobeznos habían muerto.
Los vanirios y berserkers en retirada resultaron, algunos, malheridos por la fuerza de la explosión; pero como les había dado tiempo de alejarse, no había ninguno afectado de gravedad.
Esa era ella. La madre de la destrucción. Pero siéndo la mujer, probablemente, más fuerte y mortífera del Midgard, no tenía el poder de su destino, y su futuro estaba sujeto a dos palabras. Dos sencillas palabras que Freyja le había dicho al hombre que más había amado y que ahora era su peor enemigo. Su torturador.
Indra la estaba mirando. Todo él lucía sudoroso, manchado de sangre. Sus ojos oscuros y tatuados la observaban con una mezcla de hastío y de deseo furioso. Llevaba dos días con él en el Midgard. Dos días angustiosos y llenos de palabras dolientes. Dos días como su... esclava.
—Baja aquí —le ordenó él sin apenas mover los labios—. Ahora.
Sakura tuvo la apremiante necesidad de desafiarle. Odiaba lo que se estaban haciendo el uno al otro. Pero la venganza se servía así: cruda y fría. No podía desobedecerle, así que descendió lentamente de los cielos hasta acabar en la planicie arrasada por la explosión.
El einherjar la miró con interés.
—¿Por qué no te has apartado en la explosión? —le preguntó crudamente. Ella no le contestó, con sus ojos turquesas clavados en los de él. Indra la tomó del brazo y la acercó a él con fuerza. Un músculo palpitaba en su barbilla y sus ojos color ébano la evaluaban con furia helada.
Sakura tenía un corte en la mejilla provocado por una astilla voladora.
—Mi mercancía no puede dañarse —dijo con voz ronca, pasando el pulgar por la herida y limpiando la sangre.
Sakura intentó retirar el brazo, pero él no se lo permitió.
—Ya te encargas tú de dañarla, ¿verdad, isleño?
Él frunció los labios y desvió los ojos por todo su cuerpo.
—Tenemos que regresar a Escocia. Allí te daré la lección que mereces, Iceberg.
—Estoy harta de tus lecciones —replicó enfadada. Indra era muy duro con ella; y sabía a ciencia cierta que no trataba así a sus sumisas. Él las llamaba así, pero a ella la llamaba esclava—. No entiendo cómo les puede gustar lo que les haces.
Indra sonrió, y la cicatriz que deformaba su labio se estiró hacia arriba cáusticamente.
—Ellas me muestran respeto. No se han reído de mí, como tú. Además, a ellas les doy lo que necesitan.
A las demás, sí. Menos a ella.
¿Cómo? Ni hablar.
—En cuanto regresemos, te lo mostraré.
—Si crees que voy a estar delante mirando cómo...
—Oh, sí —se rio como un desalmado—. Lo harás, o ya sabes lo que haré, Generala —señaló el cielo encapotado y tormentoso con el índice—. Le diré a Freyja que te relegue de tu cargo. Y tú, que eres todo ego, no lo soportarás.
Las cosas en Edimburgo se habían descontrolado mucho. Zetsu no daba señales de vida y Gungnir seguía desaparecida.
Los lobeznos y los vampiros actuaban cada vez más con menos discreción y apenas hacían prisioneros. Sabía que la Tríada y Izumo intentaban dar con el paradero del escurridizo Kidōmaru.
Estaba tan cansada de aquello... Solo había pasado dos días con él. En realidad, no habían estado mucho tiempo juntos, no de ese modo en que al highlander le gustaba estar. Pero cuando se había puesto en sus manos, Sakura sentía que quería doblegar su orgullo, y aborrecía su comportamiento. Siempre supo que Indra era cruel y metódico. Un sanguinario. Pero cuando estuvieron juntos en el Asgard, las necesidades de ella siempre iban por delante de las de él.
Todo había cambiado.
Ahora su brutalidad se había pronunciado más, convirtiéndolo en un hombre implacable y frío.
Y Sakura soportaba el trato que él le dispensaba porque sabía que parte de la culpa de que él fuera así, era de ella.
Pero también era la Generala, y tampoco soportaría ese comportamiento mucho más tiempo.
Él había sufrido. Y ella también.
¿Cuánto tiempo más tenía que pagar por algo sucedido en otro mundo, en otro tiempo y en otra dimensión? Lo que pasa en el Asgard, en el Asgard se queda.
—Me muero de ganas de enseñártelo —murmuró, con sus ojos llenos de una lasciva oscuridad—. Seguro que lo disfrutas.
—Suéltame el brazo, Indra. —Lo desafió con los ojos.
—¿Quieres que te ponga sobre mis rodillas y te vuelva a azotar, esclava? ¿Aquí? ¿Delante de todos? Sabes lo que me gustan los escándalos, así que no me provoques. Tienes las nalgas al rojo vivo. Siento el calor que desprenden desde aquí. Llámame como debes, o te prometo que no podrás sentarte en una semana.
Ella frunció los labios y dibujó una falsa sonrisa en ellos. Ese hombre tenía la increíble habilidad de ponerle los pelos de punta con su voz. Y sí, estaba muy escocida. Indra la había azotado sin remisión, el muy condenado. Ah, pero se vengaría. No sabía cómo. Pero lo haría.
—¿Me puede soltar el brazo, señor? Me está haciendo daño.
El einherjar miró su mano bronceada y grande, llena de cicatrices, amarrando con fuerza el brazo delgado y pálido de Sakura. Indra la soltó poco a poco. Iba a replicarle cuando aparecieron de entre las nubes, Mei y el sanador, que cargaba con Tema en brazos. Mei la buscó con los ojos. Su nonne estaba siendo sobreprotectora con ella desde que se habían sincerado unos días atrás.
Mei sabía ahora de los sacrificios que había hecho en su nombre. Y su temperamental hermanita estaba agradecida y, a la vez, avergonzada por su propio comportamiento. Pero Sakura no la podía culpar. No sabía nada sobre la orden de Freyja ni sobre quién era ella en realidad.
Por ese motivo, Mei intentaba estar cerca de ellos dos, vigilando la actitud de Indra y reprendiéndole cuando consideraba que se sobrepasaba con su Generala. No quería que el einherjar le hiciera daño, sobre todo, sabiendo lo mucho que Sakura le había amado. Y todavía lo hacía.
Los ojos esmeralda de la valkyria de pelo rojo conectaron con los turquesas de Sakura. Sakura puso los ojos en blanco y Mei gruñó, azorada por la incomodidad de su amiga.
Itachi llevaba a Tema en brazos. La joven vaniria se había quedado hecha un ovillo sobre el césped al ver desaparecer a Shisui tras el rayo y no se había podido levantar de ahí.
Tocada. Hundida. No tenía ganas de nada. No tenía fuerzas ni para caminar. Shisui había muerto. Ya no estaba; y ella sentía que ya no le latía el corazón. Su vida, su ilusión por seguir adelante, se había esfumado. Le costaba respirar y estaba en shock. Konan corrió hacia Itachi y Tema, y retiró el pelo rubio de la cara de la científica.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la pantera, estudiando a la vaniria y a su amado cáraid con sus ojos caramelo. Itachi negó con la cabeza y los ojos se le llenaron de nuevo de lágrimas. Konan se quedó sin respiración—. No... —murmuró acariciando la mejilla de Itachi—. No... Cuéntame qué ha pasado.
—Desaparecieron los dos tras el haz. Eon se transformó en Heimdal ante nuestros ojos... El rayo impactó en el pecho de Shisui y simplemente se... esfumó —explicó el sanador consternado—. En un momento estaba y al otro no.
Konan tenía ganas de llorar. ¿Su cuñado bromista había perecido? ¿Así sin más?
—Pero nos dijo que iba a abrir un portal. No sabíamos que... Que su vida estaba en peligro. Tema... —la llamó con voz dulce—. Él...
—No está —contestó ella—. No está... —emitió un doloroso sollozo.
Karin y Deidara trajeron a Hidan, que seguía inmóvil en el suelo con toda la piel llena de cortes debido a la explosión. Deidara, tenso y acongojado por la noticia que le estaban dando, se obligó a hablar:
—Shisui me dijo que Hidan era para ti, Tema. Que fueras tú quien acabara con su vida y que, cuando lo hicieras, acabaras de exorcizar tus miedos. Que lo tomaras a modo de terapia.
Tema tardó en comprender lo que Deidara le decía. Con serenidad, pidió que Itachi la bajara al suelo.
¿Shisui había pedido eso? ¿Y de qué servía ahora exorcizar nada si él no estaba? Le regalaba a Hidan como si fuera una terapia, el muy cretino... ¿Pero de qué iba? ¿Se estaba riendo de ella?
Con las piernas temblorosas y un dolor emocional más fuerte que cualquier herida física que hubiera recibido, caminó renqueante hasta el vampiro.
Hidan la miraba aterrorizado. Los nosferatus eran seres cobardes ante la muerte. Hidan se mantenía más joven debido a los avances realizados con la terapia Stem Cells, pero irradiaba una sensación de fría inmortalidad y hueca alma que era ineludible para ella.
Él había jugado con su cabeza. Él mató a su familia. A su hermana. A su madre. A las personas que quería. Debería rebosar odio hacia él por todos los poros. Pero se descubrió ajena a ese sentimiento. El alma le dolía. Solo dolor. Ni odio, ni inquina. Solo aflicción y angustia porque Shisui ya no estaba. Pensó que se volvería loca.
—¿Qué quieres hacer con él, Tema? —preguntó Karin tomándola de la barbilla.
—¿Y Shisui? —preguntó Tenten sin aliento, con su arco élfico en una mano y con Obito a su espalda. Parecía que los dos venían de una pelea de barro. De hecho, todos estaban igual.
—Ya no está. —Tema dirigió sus ojos a la del pelo castaño.
Tenten dio un paso atrás, impresionada. ¿Shisui? ¿El pelinegro más zalamero que había conocido nunca?
—No —gimió Tenten, tapándose la cara con las manos.
—¿Y Kakashi? — preguntó un transformado Homura, con heridas y cortes en sus brazos y el oks en su mano escurriendo sangre—. ¿Dónde está?
—No lo sabemos —contestó Deidara.
Homura apretó los dientes y salió corriendo de ahí, en busca del berserker.
Tema se centró en el vampiro. Muchos de los guerreros que seguían en pie habían sido víctimas de todo lo que Hidan y los suyos les habían hecho; otros habían muerto en sus salas, y algunos más, ese mismo día, en la batalla de Abbey Church.
Por eso, no debería ser ella la que tomara la venganza por su mano. De hecho, si ella lo hiciera, Hidan quedaría en nada; y, pensando metódicamente, el nosferatu se merecía una muerte lenta y dolorosa. Y ella ya no era tan fría para ejecutarla.
Buscó a Daimhin y a Carrick.
La joven estaba consternada al ver el dolor reflejado en los ojos de la novata. Carrick aguantaba estoico la marea emocional en la que todos se veían sumergidos; pero le afectó igual. El druida había dado mucho, y su gesto altruista sería recordado siempre.
—Aquí tenéis a Hidan —dijo Tema con voz temblorosa—. Haced lo que queráis con él.
Daimhin dio un paso, y luego otro, hasta llegar a Tema. Odiaba a Hidan, pero lo sentía mucho más por ella. La científica y el druida se querían tanto como se respetaban. Y Daimhin estaba enamorada de la pareja que hacían. Y, ahora, esa pareja se había roto por la muerte de uno de ellos. La de él. No se lo podía creer.
—Lo siento, novata. —La abrazó con fuerza y agradeció que su amiga no la apartase—. Lo siento mucho. Todo saldrá bien. Te cuidaremos entre todos. No estarás sola.
Tema se echó a llorar desconsoladamente. Se sorprendió al oírse a sí misma. ¿Alguna vez había llorado así?
Carrick tomó a Hidan por el pelo y murmuró:
—Gracias, Tema. Le daremos buen uso a su cuerpo.
Y se lo llevó a rastras de allí, mostrando a Hidan a los cabezas rapadas como un trofeo.
Tsunade, Dan y Daimhin se ofrecieron para llevar a la científica a su casa y quedarse con ella. La madre y la hija la rodearon de forma protectora y se la llevaron de allí. Un cariacontecido Dan las seguía con la cabeza gacha.
Itachi recibió el abrazo de Konan, y no se soltó de ella hasta que lloró cada una de las lágrimas por su hermano desaparecido.
Deidara y Karin hicieron lo mismo, como Tenten y Obito.
Al final, los seis se abrazaron e hicieron una piña.
Su amigo se había ido. Shisui había entregado su vida por ellos.
Era un héroe. El más grande del clan keltoi.
Que los dioses lo tuvieran en su gloria.
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Kakashi no se podía mover de la copa del árbol. Las heridas sangraban profusamente, y el cuerpo le dolía como nunca. El puñal Guddine de Hummus era mortífero.
Intentó bajar del árbol, dar un salto y salir de ahí. Lo único que él había hecho había sido llevar a Eon hasta ellos. Después, por poco caía muerto en la pelea contra Hummus.
Eso le avergonzó. Hummus era más fuerte que él. Más poderoso. Y había estado a punto de matarle.
Niño perdido, lo llamaba el hijo de perra.
Tosió y escupió sangre por la boca. Vaya, tenía un corte profundo en la mejilla. Esperaba que las heridas leves sí cicatrizaran. Pero, si las heridas del puñal del lobezno eran igual de incurables que la que le hizo Naori, entonces, no sobreviviría a eso.
El agua de la lluvia torrencial se colaba entre las hojas de los árboles y le mojaban de arriba abajo, salpicándole en los ojos y provocando que él los cerrara.
Mierda. Estaba jodido.
Un relámpago cayó sobre el árbol y lo electrocutó.
—¡Me cago en la puta! —gruñó a punto de caerse del tronco, medio desmayado.
Pero entonces, unas manos lo sostuvieron contra un cuerpo blando y frío, igual de mojado que él. Un aroma fascinante, picante, despertó sus sentidos. Pero estaba muy debilitado para moverse. Había perdido mucha sangre.
—Chopinno... —murmuró una voz conocida a su oído—. He venido a ayudarte. Recuerda que no me puedes tocar, ¿sí? —advirtió con dulzura.
Era ella. La valkyria. La mujer que protagonizaba sus sueños tórridos. La única que había hecho que su instinto despertara después de varios siglos de vida. Naori.
—Naori —murmuró girándose hacia ella.
—¡No, Kakashi! ¡No me toques! —exclamó. Levantó su cabeza plateada con ternura y la puso sobre sus rodillas—. Voy a intentar curarte esto que te han hecho pero, te ruego que no me toques —suplicó con ternura.
—¿Qué haces aquí?
Buena pregunta. Freyja la había mandado al Midgard diciendo que cargara a los guerreros caídos en batalla. Pero no quedaba nada que recoger. La explosión de la iglesia había arrasado con todo. Y no pensaba cargar con pedazos de carne incompletos. Ni hablar.
Pero entonces, Freyja le dijo que se encargara de sanar al berserker de ojos amarillos. Que estaba en un árbol y que lo habían herido con un puñal Guddine.
La diosa nunca antes le había dado órdenes tan explícitas.
—Pero si no puedo tocar...
—Que él no te toque. Asegúrate solo de eso —señaló la diosa—. Que no ponga sus manos sobre ti, Naori. Tú eres una valkyria; tienes el hellbredelse...
—Para mi guerrero; el día que lo encuentre, claro —puntualizó Naori—. Pero como solo recojo hombres muertos, no sé cuándo lo encontraré.
—Utilízalo con él. A ver qué sale —sugirió la diosa, llena de secretismo, riéndose de su comentario—. Y vuelve en cuanto lo hayas hecho.
—Sí, señora. Y cuando vuelva, tal vez me expliques por qué Kakashi puede tocar tu puñal Guddine sin morir por ello. No es un dios —carraspeó—. ¿No?
—¿Mi puñal Guddine? ¿El que te regalé, nonne? —gritó Freyja fingidamente ofendida—. ¿Lo perdiste?
—¡Él... Él intentó tocarme! —se defendió, apretando los puños a ambos lados de sus caderas—. Y créeme, prefiero perder el puñal a dejar que ese hombre me toque y que tú me castigues por ello.
En ese momento, ella había descendido al Midgard, y nada importaba más, pues Kakashi necesitaba su ayuda.
Él. El Bengala estaba herido.
No había hecho falta buscarlo demasiado. Su cuerpo y su instinto la habían guiado como una brújula. Y ahora lo tenía entre sus brazos.
—He venido a sanarte. Freyja me ha pedido que te recupere.
Kakashi achicó sus ojos amarillos y estos se volvieron rojos por completo. Naori era tan bella como recordaba. Tenía un rostro en forma de corazón precioso, unos labios suculentos, la nariz chata, las cejas sexys y arqueadas, y unos ojos rojizos tan expresivos como los de una niña. Pero no había nada de niña en su cuerpo de mujer. Le entraron ganas de rodear su cintura y hundir el rostro en su vientre, pero la valkyria se lo negaba.
—Quiero tocarte, Naori. Pero huyes cada vez que lo intento. ¿Por qué?
—Chist... —susurró ella concentrada en sus heridas—. ¿Quién te ha hecho esto? ¿Un carnicero? ¿Tiene otro puñal Guddine por aquí? Estas heridas serradas son de otra arma como la que tú tienes.
—¿Cómo la que tú me lanzaste? —replicó mareado.
Naori sonrió. Deseaba tocarlo. Anhelaba acariciar su rostro con la punta de los dedos. Tocar su nariz, su barbilla, sus pómulos... Dioses, era muy hermoso. Pasó las manos por sus heridas y, sorprendentemente, estas se iluminaron, y cerraron el corte que lo cruzaba en diagonal. Después rozó la incisión del hombro. Esa se la había hecho ella, pensó arrepentida.
—Lo siento —murmuró.
Kakashi abrió los ojos rojos y se clavaron en el hermoso rostro de mujer que lo observaba contrita. Naori sintió la tensión del cuerpo del berserker. Se estaba recuperando y estaba decidido a atacarla.
—Gracias por sanarme.
—Kakashi, por favor, por favor —repitió pasando los dedos por su pelo—. No me pongas las manos encima. Freyja ha prohibido que me toquen, y si lo haces, sufriré mucho dolor.
—Cada vez que te veo tienes el pelo más largo. Te has hecho trenzas.
Sí. Tenía el pelo lleno de trencitas pegadas al cráneo, sueltas y largas por la espalda.
—Y tú —contestó ella, peinando su pelo largo y rubio plateado pálido con los dedos—. Es tan suave. No me lo imaginaba así. Y tienes bello en la piel, y es fino y agradable al tacto —pasó sus dedos por su desarrollado pectoral y sus abdominales—. Me hace cosquillas.
—Naori...
—¿Mmm? —dijo ensimismada, acariciando sus hombros, su cuello y después su rostro.
—Si no quieres que te toque, lárgate ahora mismo, porque puedo romper mi palabra con facilidad.
—Yo no he dicho...
—Ya. No has dicho que no quieres que te toque, sino que no puedo, ¿es eso? —la acusó con crueldad—. Vete.
Naori se tensó. Pero no se quería ir. Dioses, le gustaba ver a Kakashi. No sabía lo que tenía ese hombre para ella. Pero si su hellbredelse había actuado en él, ¿quería decir que era su einherjar? Pero era imposible. Los einherjars debían morir para encomendarse a las valkyrias. Y, de todos modos, a ella no la podía tocar ningún hombre. Jamás. Era una orden de Freyja. Contrariada, meneó la cabeza y poco a poco retiró la de Kakashi de sus piernas, dejándole estirado tal y como estaba cuando lo había encontrado.
El berserker la seguía con los ojos como un depredador. Los brazos muertos caían por los laterales del tronco. Pero su mirada roja solo la tenía a ella en su punto de visión.
—Lárgate, Naori —gruñó, levantándose poco a poco, sin dejar de mirarla—. Ve a poner cachondo a otro y deja de jugar conmigo.
Aquellas palabras la abofetearon.
—No estoy jugando. Te lo prometo.
—Vete. De. Aquí. Ahora.
Naori entrecerró los ojos. Su cuerpo se despertó, como si justa mente deseara que él la atacara. Pero no podía. Estaba prohibida. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Tragó saliva.
—¡Que te largues, valkyria! —gritó Kakashi más tosco de lo que le hubiera gustado.
—¡Vale! —replicó ella, alejándose de él, asustada por su beligerancia. Los labios le temblaron. Quería que él la tocara, pero el hombre se pensaba que jugaba con él—. ¡Asynjur! —gritó alzando una mano entre las ramas de los árboles.
Kakashi ya sabía lo que venía. Un rayo con forma de liana rodearía su antebrazo y ella se colgaría de él y desaparecería entre las nubes.
Y eso mismo sucedió.
Se encontró solo y muy contrariado. Naori le había curado las heridas, pero lo dejó con una insatisfacción sexual mucho más dolorosa. Cada vez que la veía era como un puñetazo en el estómago. Lo dejaba sin aire.
—¿Kakashi? ¡¿Kakashi?!
Esa era la voz de leder, llamándolo. Apretó los dientes. Era momento de encarar a Homura y de obligarle a revelar la verdad. Dio un salto y cayó de pie en el suelo. Ya no había dolor. Su cuerpo estaba perfecto.
Homura respiró más tranquilo al verlo. Parecía que estuviera bien.
—Me alegra que estés bien.
—Gracias a Naori.
Homura palideció.
—¿A Naori?
—¿La conoces?
—No —negó apresuradamente.
—Es una valkyria. Hummus me atacó y me hirió con un puñal Guddine. ¿Sabes lo que es?
—Sí —contestó Homura cada vez más nervioso—. Un puñal de los dioses —revisó su cuerpo, pensando en la herida que Hummus podría haberle provocado.
—No busques. Ya te he dicho que Naori me ha ayudado. Ha hecho cicatrizar mis heridas.
—Oh... Bien. —La confusión cruzó su rostro—. Las heridas de los puñales Guddine son muy dolorosas —se aclaró la garganta—. Vamos con todos, Kakashi. Hay malas noticias. Shisui ha desaparecido con Heimdal. Ha abierto el portal.
—Lo siento mucho por Shisui, espero que esté bien allá donde esté... —dijo sinceramente turbado—. Él me protegió de Hummus —explicó con tranquilidad—. Pero no pienso esperar más. Hummus me ha dicho que tú sabías quien soy. Que conoces a mis padres. Habla Homura.
