25
Asgard
Bifröst, el puente arcoíris
Entre el Midgard y el Asgard, hay un puente multicolor; un tubo de luz que une ambos mundos. Ese puente es tremendamente caliente, para que los gigantes de hielo del Jotunheim nunca puedan escalarlo.
Shisui había leído muchas veces las eddas y las enciclopedias nórdicas con la esperanza de comprender mejor a aquellos seres que los habían transformado y otorgado una eternidad tan larga; para algunos menos dolorosa que para otros. Y sabía que la puerta dimensional que estaba abriendo lo dirigía hasta Bifröst, el puente arcoíris.
El druida flotaba en medio de sus pensamientos, observando todo lo que acontecía en aquel viaje estelar que estaba realizando junto a Heimdal.
La verdad era que Bifröst podría verse perfectamente desde la Tierra como si fuera la vía láctea. ¿Se trataba de lo mismo? ¿O era su mente figurativa la que hacía esas asociaciones? ¿Era cuerpo o solo polvo lo que viajaba a través del puente? ¿Seguía siendo él mismo o había desaparecido por completo?
Sentía que ardía. Su piel picaba y quemaba a partes iguales. Ya no sentía el corazón, desde luego, ¿cómo iba a sentirlo si acababa de abandonar a su cáraid y la lejanía ya lo estaba torturando?
Había funcionado. La manipulación de los ormes le dio la posibilidad de abrir una puerta dimensional, de ser un recipiente perfecto para ello.
Un fuerte golpe en la espalda le reveló que era cuerpo, que seguía siendo materia sólida, y que había llegado a su destino. Heimdal lo miró con curiosidad. Sus ojos azules claros seguían siendo los de un niño, pero su cuerpo era el de un guerrero adulto. Tenía el cuerno entre las manos, y se lo pasaba entre los dedos, pensativo. Se acuclilló ante Shisui para estudiarlo, como si fuera una rareza.
El druida se incorporó sobre los codos y miró a su alrededor, ¿cuándo había pasado de ver los planetas y las estrellas a encontrarse en un claro de un bosque, rodeado por un manantial en el que empezaba o finalizaba, según se mirase, uno de los extremos de un arcoíris? En el centro del claro había una columna dorada, con inscripiciones nórdicas y rúnicas grabadas en toda la base. A mano derecha, como si no fuera con él, había un majestuoso caballo blanco con un casco alado de oro; comía de las hierbas que crecían entre las raíces del árbol más hermoso y grande que Shisui había visto jamás.
Heimdal se alejó del druida y, caminando con el porte de un dios, vestido con hombreras metálicas doradas y una especie de taparrabos parecido al de los egipicios, igualmente dorado, colgó el cuerno en una de las ramas del árbol; y se dirigió a la columna dorada. Se agachó para abrir una puerta metálica que solo él veía y extrajo una espada centelleante.
Clavó la hoja en la parte superior de la columna, la insertó hasta la empuñadura y, después, giró el mango como si el arma se tratase de una llave y la columna de oro, una cerradura de una puerta.
Se escuchó el sonido de unas bisagras crujir y cerrarse y, después de ese sonido, como si fuera el principio de una nueva era, cientos de pájaros multicolores empezaron a cantar y a sobrevolar el manantial.
Heimdal cerró los ojos, exhaló y relajó los hombros, sabiendo que acababa de cerrar todas las puertas de entrada al Asgard. Que ni aceleradores ni nada por el estilo podrían violar la relativa paz de su mundo, y que permanecería cerrado hasta el día señalado. Su espada Hofud era la llave que cerraba las puerta y que borraba del plano dimensional su reino tan preciado.
Él había sido el encargado de vigilarlo; y Loki había estado a punto de dejarlo en ridículo delante de todos los dioses. Shisui se levantó poco a poco, llevándose una mano a la cabeza. Se sentía mareado.
—¡Oye, mudo hijo de puta! —gritó el vanirio señalándolo con el dedo—. ¡No creas que me he olvidado de que has estado rozándote con mi mujer con la excusa de que eras un niño pequeño! ¡La has engañado!
Heimdal entornó la mirada, sonrió y enseñó su dentadura dorada al druida. Coño, tenía los dientes de oro... Pero Shisui entendió que no le sonreía a él.
—¡No te atrevas a reírte de mí, cabrón!
—Me está sonriendo a mí, druida.
Shisui se dio la vuelta y se encontró con el origen de todos los males vanirios.
Freyja estaba apoyada en el árbol. La diosa, bella e intimidante, se cubría con un vestido blanco y holgado con escote de palabra de honor y un cinturón dorado que pronunciaba su figura, de curvas femeninas. Su pelo rubio estaba recogido en lo alto de la cabeza y tenía un brazalete negro que rodeaba la parte alta de su brazo. Unas sandalias doradas, atadas hasta el gemelo cubrían sus pies.
Shisui admiró a Freyja, porque no podía haber un hombre que no lo hiciera. Esa diosa era tan guapa que daba miedo. La diosa lo miró de arriba abajo, valorando si merecía pisar o no pisar su mundo. Y Shisui sonrió, sabiendo que estaba de vuelta de todo.
—Magiker —lo saludó la diosa, pasando de largo y abrazando a Heimdal con cariño—. ¡Mudito! ¡Estábamos muy preocupados, pero sabía que lo lograrías!
Heimdal se echó a reír y la levantó del suelo mientras la abrazaba.
—Entonces... —dijo Shisui interrumpiendo su reencuentro—. ¿Estoy muerto?
—¿Muerto? —repitió Freyja pensando la respuesta—. No, no lo estás.
—Heimdal no habla —apuntó Shisui—. ¿Me explicas tú en qué punto estoy?
—Es genial, ¿verdad? —repuso Freyja, acariciando la mejilla del hijo de Odín—. Un hombre guapo que nunca podrá llevarme la contraria —Heimdal puso los ojos en blanco—. Me encanta.
Shisui levantó las cejas y no pudo evitar sonreír ante el comentario. Pero sentía la necesidad de irse corriendo y regresar a casa. Al lado de Tema.
—Parece que tienes prisa por irte —notó la diosa Vanir.
—Ya he hecho lo que tenía que hacer. He cumplido la profecía del noaiti. Me gustaría volver.
Heimdal y Freyja lo estudiaron con atención.
—A Odín le gusta mucho tu don. Eres como una puerta dimensional andante. Te quiere aquí —se encogió de hombros.
Shisui palideció y negó con la cabeza.
—No. No voy a quedarme aquí.
Freyja se ofendió ante la respuesta.
—Has traído al hijo de Odín. Heimdal ha sido muy inteligente al buscar tu protección, pues sabía que en cualquier momento tú despertarías. Y así ha sido. Eres el magiker. Tu destino está con los dioses.
—No es verdad. Mi destino lo decido yo, diosa. —Su destino no estaba ahí. Estaba al lado de una listilla, que había dejado rota, en el centro del círculo de piedra de Stonehenge. Y quería regresar con ella.
Freyja caminó hacia él, moviendo las caderas de un lado a otro. Lo tomó de la barbilla y le miró a los ojos.
—Hace dos mil años te quitaron el don porque temían que pudieras utilizarlo en nuestra contra si seguías bajo la influencia de Hidan. No creo que ahora las cosas sean diferentes.
—¿Temíais mi don? —preguntó asombrado.
—Te temíamos a ti. No muestras respeto por los demás, haces lo que te da la gana y osas reírte de las nornas que hilan el destino. Crees que tienes el poder para hacer y deshacer a tu antojo. Eras un rebelde en potencia —exclamó riéndose en su cara—. Los dioses lo sabemos todo. Todo.
—Un día esa soberbia os pasará factura.
—Claro, ¿como te pasó a ti? Después de que Frey os castigase, tú tuviste una cura de humildad.
—Dos mil años de cura —siseó con voz asesina—. ¿Me quitasteis mis dones por que os daba miedo que los pudiera utilizar en vuestra contra?
—Sobre todo, te los quitamos por violar la ley de los vanirios. No podías utilizar tu poder para alterar la historia de la humanidad, a no ser que luchárais directamente contra vampiros y nosferatus. Pero no tardásteis ni un día en matar a los romanos. Aun así no te mentiré, guapo. —Caray, ese hombre tenía una estructura ósea perfecta—. Nos fue bien que la cagaras de ese modo, porque teníamos la excusa perfecta para mantenerte a raya. Hidan y Kakazu no lo soportaron y se fueron con Loki. En cambio, tú te quedaste en nuestro bando. Y lo agradecemos.
La diosa tenía una curiosa forma de dar las gracias. Primero te increpaba y, después, te daba las gracias con la boca pequeña.
—Pero a Odín le fascina tu poder, y está dispuesto a ofrecerte un lugar aquí, entre nosotros.
—No me interesa. No puedo quedarme aquí, Freyja.
—¿Por qué no? —Freyja entrecerró sus ojos grises e inclinó la cabeza a un lado—. Dame una buena explicación para mediar en tu nombre. Odín está asegurándose que todos los reinos se mantienen cerrados después de vuestra llegada, pero estará aquí en nada. Él está dispuesto a quitarte la ansiedad vaniria por tu pareja para que puedas vivir aquí con tranquilidad y serenidad. Te tocará, y te olvidarás de ella. De... ¿Tema? Es así como la has bautizado, ¿verdad?
—No... —susurró Shisui asustado, dando un paso atrás—. Él no puede hacer eso.
—¿No? —Freyja arqueó una ceja rubia—. Dame un motivo convincente.
Shisui abrió los ojos sorprendido ante la audacia de la diosa. ¿Estaba dispuesta a desafiar a Odín por él?
—¿Por ti? —la diosa le leyó la mente—. No, por ti no. Es solo que... Me encanta desafiarle —reconoció ella.
Heimdal, que estaba acariciando a su caballo blanco, asintió con la cabeza. Daba fe de ello.
—Pero tiene que valer la pena. Esfuérzate —ordenó la mujer.
Shisui tragó saliva y se acarició el dorso de la mano tatuada.
—Porque quiero sufrir —dijo él llanamente—. He pasado dos mil años sin sentir nada. Y esa mujer, que vosotros habéis utilizado a vuestro antojo, me ha devuelto las emociones. Voy a pasarlo fatal, voy a sufrir con ella, vamos a pelear, y vamos a luchar... Pero prefiero eso a vivir en el olvido, ignorante de que una vez fui capaz de amar tanto como la amo a ella.
—Dioses... Mis vanirios sois tan apasionados —murmuró con los ojos brillantes, llenos de orgullo.
—Por favor, diosa. No me prives de mi mujer. Por favor. Mi clan y mi pareja me necesitan. Y yo les necesito a ellos. Mi don funciona a través de la pasión; y yo siento pasión por mi gente. Siento tanta pasión por mi cáraid que creo que voy a morir —agachó la cabeza con humildad—. Y si me la arrebatas, ¿cómo seguiré obrando mi magia? Aquí no os sirvo de nada si soy un cuenco vacío.
—El amor es muy doloroso, ¿cierto? Es como el mordisco de una serpiente. —Admiró el tatuaje que el guerrero tenía en todo el brazo.
—Sí. Lo es. Pero también es redentor.
Freyja dio un paso atrás y dibujó una línea fina de frustración con sus preciosos labios rosados.
—¿Lo es, druida? ¿El amor lo perdona... todo? Los elegidos se perdonaron, ¿verdad?
Aquella fue la primera vez que Shisui vio a la diosa como lo que era: una mujer. Una mujer con inquietudes, cuyo poder y soberanía habían hecho que tomara decisiones arriesgadas y no siempre al gusto de todos. Pero para tomar esas decisiones se debía ser una líder valiente; y Freyja lo era de pies a cabeza.
No obstante, la mujer, no la líder, sentía pesar por algo. La mujer, no la diosa, tenía el corazón roto.
—Sí, Konan y Itachi nos dieron una lección —reconoció admirando su repentina vulnerabilidad. Aquella fragilidad desapareció en décimas de segundo. Su ojos grises y rasgados parpadearon, saliendo de un espejismo que solo ella veía.
El druida esperó impaciente el veredicto de la diosa, con el alma en un puño.
—Entra ahí —le ordenó Freyja señalando el manantial—. Date prisa —urgió, mirando a su alrededor y sonriendo maliciosamente—. Odín está a punto de llegar.
Shisui se apresuró a entrar en el agua cristalina. Peces luminosos y de colores diversos nadaban en círculo alrededor de sus piernas. Freyja admiró el trasero de ese hombre y chasqueó los dedos para dejarlo desnudo.
—Oh, sí... —Le guiñó un ojo—. Soy toda una diosa.
Shisui gruñó y se tapó las partes nobles.
—¿Me desnudas? ¿Por qué?
—No. No te desnudo —aclaró ella. Chasqueó los dedos de nuevo, y sus partes íntimas se cubrieron con un bañador short negro y muy ajustado—. Lo necesitarás.
Shisui oteó su única prenda de vestir y pensó en decirle tres o cuatro cosas sobre ello; pero prefirió permanecer en silencio como un chico bueno.
—Druida —se acuclilló y tocó el agua con los dedos—: has dicho que amas tanto a esa mujer que sientes que te mueres. En realidad, tienes razón. Tu cuerpo es como un condensador de energía, y podrías explotar y convertirte en polvo. Tú lo llamas ormes. Yo llamo a ese polvo: «muerte por explosión». Tu don también es tu debilidad. Tema es la única que puede rebajar ese caudal de energía y mantener tus niveles en condiciones. Su sangre te dará el poder; su cuerpo te lo reducirá. Dependes de ella al cien por cien. Sin ella, druida, estás perdido. Ella siempre –sonrió de oreja a oreja— tendrá poder sobre ti.
—¿Y cuándo no ha sido así?
Shisui sonrió y cerró los ojos agradecido. Freyja siempre otorgaría poder a sus mujeres. Era toda una feminista. Él ya se lo imaginaba. Ya había notado los cambios que había producido la sangre y el sexo con la vaniria en su cuerpo.
—¿Nadie más podrá entrar ni salir del Asgard? —preguntó Shisui dejándose llevar por la marea.
—Solo mis valkyrias —aseguró—. Ellas son independientes y siempre pueden regresar a mí. Pero nadie que esté en la Tierra podrá volver a pisar nuestro mundo. Las puertas de entrada están selladas. —Echó un vistazo a Heimdal, que acariciaba una de las ramas del árbol Yggdrasil.
—¿Y cuando llegue el día señalado? Los portales en la Tierra se abrirán, eso fue lo que nos dijo Tema. Nadie podrá evitarlo.
—Ese día todo puede pasar —meditó la diosa—. Y ya queda poco... Pero, hasta entonces, cuidad de los vuestros. Todavía queda Gungnir por recuperar. Eso es ahora lo más importante. Estás en deuda conmigo, druida.
—Lo estoy, diosa.
—Bien. Recuérdalo —ordenó mirándolo con soberanía—. Dile a Kakashi que observe la hoja de su puñal.
Freyja movió la mano que tenía inmersa en el agua, y se empezó a formar un remolino, cada vez más grande, con la fuerza suficiente como para atraer a Shisui hasta su epicentro.
—¿Kakashi? —repitió él extrañado.
—Sí. Kakashi. Y recuerda: eres como un portal dinámico y andante. Te activarás en cuanto tu energía se desborde, y podrías llamar la atención de los jotuns. Obra tu magia druidh para que ellos nunca puedan localizarte; y usa a tu mujer para disminuir tu poder; si no lo haces, morirás.
El druida, al que el agua del remolino cubría ya su garganta, sonrió y alzó una ceja.
—Tranquila, diosa. No tengo ninguna intención de desaparecer. La dejaré bien satisfecha. —Su cabeza se hundió por completo pero alzó el brazo y abrió los dedos de la mano en señal de despedida.
Freyja y Heimdal observaron cómo el druida vanirio desaparecía en el agua del manantial. El agua dejó de ondear y los pájaros retomaron su canto. El caballo relinchó, y trotó hasta colocar su cabeza sobre el hombro de la diosa.
—A tu padre no le va a gustar nada esto, Heimdal —murmuró ella, acariciando la crin del caballo con una sonrisa de arrepentimiento y, a la vez, de expectación. Adoraba los castigos de Odín.
Heimdal se encogió de hombros, moviendo la cabeza arriba y abajo.
—¡Freyja! ¡Perraaaaa!
La atronadora voz del dios Aesir retumbó entre las ramas de Yggdrasil e hizo vibrar el agua calmada del manantial. Odín se materializó tras la diosa y hundió su inmensa mano en el pelo de la mujer.
Freyja se quejó y sonrió con el cuello echado hacia atrás, mirándolo entre sus pestañas doradas y su kohl negro. Odín era un estimulante para su vida eterna. Ya no luchaba contra ello, simplemente lo disfrutaba. Solo él podía medirse con ella. Llevaban toda la vida provocándose.
Medía más de dos metros; tenía el pelo rubio largo y suelto, y siempre lucía esa barba de días tan bien recortada; era musculoso hasta decir basta; y ella había llegado a agradecer que le faltase un ojo, porque ya entraba en combustión cuando la miraba solo con uno, como para morir si tuviera dos.
—¿Qué has hecho, bruja?
—Una obra de caridad —musitó disfrutando del tirón doloroso de su pelo. Sonrió maliciosamente y dijo—: Hola, tuerto.
