26

Notting Hill

Ladbroke Road. Dos días después de la batalla de Abbey Church

No era ella. No lo era.

Después de la batalla en Abbey Church, las valkyrias se habían ido inmediatamente, tal y como habían llegado. En Escocia la situación era muy crítica, y la búsqueda de Gungnir estaba causando muchas bajas.

Repasaba lo que había vivido dos días atrás. La valkyria rubia, hija de Thor, viajaba a través de la antimateria de las tormentas. Sāra podía teletransportarse entre ellas, y el viaje de una tormenta a otra era fulgurante y eficaz.

En otro momento se mostraría ansiosa por estudiar ese fenómeno electromagnético. Pero no ahora.

Ese caparazón vacío en el que se había convertido se distanciaba mucho de la Tema que había sido los últimos días: tan llena de vida, emociones y calor. Con tantas ganas de aprender, con tanta curiosidad... Un mundo nuevo que explorar se abría ante sus ojos y la excitación y también el miedo la arrollaban sin comparación. Pero ya no.

Sí. La habían mordido, quemado, matado; se había reencarnado. Volaba, bebía sangre, era más inteligente que nunca y tenía a inmortales que se preocupaban por ella.

Tsunade y Daimhin se habían quedado el día anterior. La primera le había ofrecido su amistad y se había disculpado con ella por su beligerancia. Tema la había aceptado; y ahora Tsunade la adoraba y la quería y cuidaba como si fuera su puñetera hermana mayor. Y Daimhin siempre estaba ahí. Con aquella lengua que tenía, sin pelos ni reproches; intentando darle una patada en el culo para que no decayera. Pero las vanirias sabían lo que era perder a una pareja, y poco podían animarla; por eso ellas también estaban tan tristes.

Después vinieron Konan, Koharu, Tenten y Karin.

Las cuatro mujeres se encargaban de que se alimentara y le preparaban termos enteros con sobres de hierro diluido. Y mucha compañía. Mucha. Koharu la invitaba a hablar y la escuchaba, después daba su punto de vista, más maduro, sobre lo que le estaba sucediendo. Karin, Konan y Tenten la apoyaban y no le quitaban el ojo de encima. Las pobres se pensarían que iba a quitarse la vida en cualquier momento.

Y tal vez lo hiciera.

A Konan le pidió un favor personal:

—Házmelo —le había dicho Tema.

La Elegida la miró con admiración.

—¿Quieres que te lo haga yo?

—Si me muero, quiero irme con ello —sentenció desanimada. Necesitaba tener en su piel un símbolo que indicara a todo el mundo que había pertenecido al druida keltoi. Que era de él. No iba a tatuarse el nudo perenne, porque no los habían sellado todavía; así que decidió honrar a Shisui de ese modo.

—No te vas a morir. No lo vamos a permitir.

Itachi se aseguraba de que tomara las pastillas con saborizante para disminuir la ansiedad de sangre. Sabían a canela de verdad y la engañaban. Engañaban a su mente, no a su corazón.

Ver a Itachi era lo peor de todo. Veía a Shisui en él: algunos gestos, y, sobre todo, su sonrisa. Y era una prueba viviente de lo que había perdido. No lo soportaba, no lo aguantaba más. Y el pobre sanador estaba tan abatido como ella.

Ambos se habían quedado huérfanos de amor; él del fraterno, y ella, del de vida.

Nada de eso importaba. Nada.

Había pedido a todos que la dejaran sola. Prometió que no iba a cometer ninguna locura, pero ya no estaba tan convencida. La soledad era una arma cortante en manos de una mujer que pensaba demasiado. Shisui ya no estaba con ella y, Dios, cómo dolía eso... Se moría en vida. ¿Cómo podía haberlo querido tanto y tan rápido, incluso cuando más lo odiaba?

Él era el amor de su vida, su alma gemela. Ahora entendía lo que eran los cáraids; justo ahora cuando ya no lo tenía. ¿Y por qué había pasado eso?

Porque ella había dicho las dos palabras malditas.

¡Te quiero! Le había gritado. Había sido tan subyugante: ella en medio de la lluvia rogándole al hombre que iba a abandonarla que por favor no lo hiciera.

Apoyó la mejilla sobre sus antebrazos.

Estaba en la piscina, refrescándose. La música de Anggun laceraba su alma. Pero era exactamente lo que necesitaba sentir ahora mientras recordaba cómo había hecho el amor allí con él.

I can count stars in the sky, or climb the mountains.

I can even swim all the seas

But I know, absence is unfair

Nothing can replace what I miss

Cause I'm breathing, far away from you... And every second feels like thousands more without you. —Tomó aire y una nota desgarrada y destrozada emergió de sus cuerdas vocales—. I'm breathing, for this love to live. Believe that one day life will take me there beside you...

La vida, o tal vez la muerte, una de las dos debería acercarla a él. Quería estar a su lado, arrullada por su cuerpo, los dos descansando en paz; porque si no podían vivir juntos, al menos, el destino debería haberlos dejado morir a la vez, el uno al lado del otro. Sin embargo, a Shisui se le había acabado el tippex; y a ella se le habían caído todas las máscaras.

Todavía podía oler el aroma a canela de su cuerpo. Estaba en el ambiente. En los ormes, habría dicho él.

Cerró los ojos y se hundió en el agua.

Debería quedarse inconsciente un rato. No pensar. Los pulmones se le llenarían de líquido y dejaría de respirar. La angustia se iría por un rato. ¿Sería eso suficiente para desconectar a un vanirio?

Le había dicho que lo quería, por eso él se había ido. Era su maldición. No podía querer a la gente, porque tarde o temprano desaparecían de su vida.

Y había luchado tanto por no sentir nada por él... Había luchado en los túneles cuando lo tuvo preso; lo había hecho cuando él la secuestró; peleó contra sus sentimientos cuando la tenía atada en su cama y la tocaba sin su permiso; lo intentó cuando la mordió y la convirtió; pero dejó de combatir cuando se besaron por primera vez.

Ahí, ella se rindió. Aunque luego siempre había algún chispazo de resistencia, y aun así, no se iba a engañar: estaba tan enamorada de él, eran tantas cosas de él las que la enloquecían, que era inútil y absurdo batallar contra ello.

El amor llegaba como un vendaval. Lo veías venir, pero no podías evitar que lo volara todo por los aires. Arrasaba. Y al druida no le había hecho falta casi nada para arrasar con ella.

Él solito había abierto una puerta dimensional. Él era una puerta. Un druida que tenía tanta magia, que podía abrir otras dimensiones y realidades.

Dios, había sido tan fascinante verlo... Y tan impotente perderlo.

Lo había amado tanto cuando comprendió que se sacrificaba por los demás... Su imagen en Stonehenge con el niño en brazos la perseguiría siempre, hasta su muerte. Tenía sentimientos encontrados. Lo amaba por eso y lo odiaba por dejarla sola. No era justo que él le enseñara el sol para luego quitárselo.

¡Había sido un manipulador!

Gritó su nombre bajo el agua. Ahí podía gritar, ahí podía chillar. Desahogarse. Todo ganado. Todo perdido. El cielo y el purgatorio. Había amado y se lo habían arrebatado. Tan crudo e injusto como eso.

And I will keep believing one day life will take me beside you, cantó mentalmente.

Se hundió en lo más profundo, esperando que el abrazo de la inconsciencia la cobijara.

Y los brazos de la inconsciencia lo hicieron.

La tomaron de las caderas con manos duras y la impulsaron hacia la superficie. La inconsciencia la abrazó con tanta fuerza que no la podía soltar.

Ella siempre había creído que era incorpórea; una emoción, no algo de carne y hueso como lo que sentía. Sería magia. Magia. Había cosas que no tenían explicación, se había rendido a ese dogma en cuanto conoció al druida. La canción que sonaba ahora era la de Signs of destiny de la misma que cantaba antes.

—Abre los ojos, bella mía, y dime por qué estabas en el fondo del abismo —dijo la inconsciencia.

Tema abrió los ojos al escuchar aquella voz; y lo que encontró enfrente de ella, sosteniéndola entre sus brazos, aplastándola contra su pecho, no era el desfallecimiento: era el motivo de su pena y de su desesperación.

Shisui, su druida, estaba ahí. Mojado como ella, solo con un bañador negro ajustado. Piel bronceada, pelo negro, ojos ónix y rostro de pecado; nacido del fuego del infierno más seductor.

Tema parpadeó y apoyó sus manos sobre sus hombros. La había levantado tanto que su tronco superior estaba todo fuera del agua. Y ella solo llevaba unas braguitas negras; por tanto, sus pechos erizados decían «hola».

—Por todos los dioses, nena... No llores, amor.

Tema parpadeó de nuevo.

—Estoy teniendo una alucinación.

—No. Soy yo. Tu cigoto.

Ella alzó la mano temblorosa y pasó los dedos por su cara. Con suavidad. No osaba creerlo. Pero estaba ahí. Ahí de verdad. Shisui había vuelto. Después de todo el sufrimiento, él... ¿Había vuelto?

¡Plaf! La primera bofetada le giró la cara hacia la izquierda.

—¡Hijo de puta! —gritó ella con las venas del cuello hinchadas. ¡Plaf! La cara esta vez hacia la derecha—. ¡¿Qué te has creído que soy?! ¡Te vi desaparecer!

Shisui detuvo la tercera torta, sosteniéndola con el otro brazo y deteniendo su mano en el aire, a punto de alcanzar su objetivo.

—Chist, Tema...

—¡No te imaginas...! ¡Tú no te imaginas lo que me has hecho pasar! —se removió entre sus brazos, peleando contra él, queriendo que la liberara. Cuando vio que no podía salir de ahí y que Shisui no tenía intención de soltarla, le golpeó varias veces en el pecho con el puño cerrado—. ¡Me has roto el corazón! ¡Me lo has roto! ¡Sentía que me moría!

—Tema, por favor... Tranquilízate, nena. Estoy aquí... ¡Soy yo! —Shisui necesitaba tocarla tanto como ella quería huir de él y reñirle.

—¡No quiero! —repuso ella, llorando a raudales—. ¡No me dijiste en ningún momento que tenías pensado hacer eso! ¡Te lo pregunté...! —Los hipidos no le dejaban hablar con tranquilidad—. ¡Pero tú... tú se lo dijiste a todos, menos a mí! ¡Todos sabían que ibas a arriesgarte así! ¡Menos yo! —¡Plaf! Otra bofetada más fuerte y rápida que las anteriores—. ¡Y yo... yo... Yo soy tu pareja!

—¿Lo eres? ¿Lo eres, Huesitos?

—¡Soy tu pareja! —recalcó ella hundiendo las manos en su pelo y tirando de él de un modo dominante—. ¡Te reíste de mí! ¡Me hiciste decir esas palabras y luego te fuiste! ¡Jamás volveré a hacerlo! ¡Jamás! —gruñó sollozando—. ¡Nunca!

Lo mordió en el cuello y bebió de él para resarcirse de esos dos días que habían parecido una maldita eternidad. Su amor por él resurgió; su sangre la alimentó y su cuerpo la iluminó. Nada era más perfecto que él. Nada encajaba mejor en su vida que el druida.

Shisui se emocionó al ver el dolor de ella. Estaba siendo tan descarnadamente sincera que todo su amor por Tema se disparó, haciéndole más poderoso, más grande: mejor.

—Tema, abrázame —suplicó él, sosteniéndola contra su cuerpo, acariciando su espalda mojada con las manos.

—Te odio —susurró, desclavando los dientes y enseñándole los colmillos, con los lagrimones deslizándose por sus mejillas y su barbilla.

—No es verdad.

Tema tiró de su pelo, apretando los suculentos labios en una fina línea, sin saber si pegarle o abrazarle.

—Sí —volvió a tirar de su cuero cabelludo—. Te odio.

—Abrázame. Y déjame pedirte perdón por abandonarte.

Ella se rindió, plena de alegría por verle ahí. Apoyó la frente en el hueco entre el cuello y su hombro, soltó su pelo, y rodeó su nuca con los brazos, dándole un apretón poderoso, un mimo redentor. Un abrazo auténtico, de alegría y de reproche. De amor.

Los gemidos y el lloriqueo de la joven destrozaron el alma de Shisui, que después reunió todos los trozos para hacerla más limpia y pura. Pura porque el amor de una mujer como Tema lo llenaba de luz.

Shisui salió con ella de la piscina y tocó de pies en el suelo. Buscó su cara y su boca con desesperación, hundió los dedos en su pelo rubio y la obligó a mirarlo.

—Te prometí que jamás te dejaría. Que siempre regresaría a ti.

La besó con todo el calor de su regenerada alma. Introdujo la lengua en su boca y la arrasó sin compasión, saboreando su propia sangre. Se arrancó el bañador y desgarró a Tema sus braguitas.

Pasó las manos por su cuerpo y murmuró:

—¿Te puedo violar, o es consentido? —intentó bromear, pero estaba igual de acongojado que ella. Se quedaron desnudos. Ella seguía acongojada, haciendo mohínes y pucheros. La obligó a rodearle su cintura con sus largas piernas—. Está bien. Aquí estoy, mo dolag. Aquí — flexionó las rodillas, y con una mano guió la punta de su erección a la entrada de su chica, acariciándola de arriba abajo—. ¿Me has echado de menos?

Tema estaba sedienta. Igual que él. Su cáraid, su hombre. Aquel que la complementaba estaba con ella. No había muerto. No había desaparecido. La abrazaba, la tocaba y quería hacer el amor con ella.

Lo tomó de las mejillas y lo acercó a su boca.

—No. No te he echado de menos. —Pero su beso decía todo lo contrario, rebosante de ternura y alegría.

Shisui sonrió y la empaló poco a poco.

—Me lo imaginaba. Por eso estabas bajo el agua disfrutando del baño, simulando que eras una ameba.

—Ni siquiera sabes lo que quiere decir ameba —murmuró cerrando los ojos y saboreando la deliciosa y dolorosa invasión.

—¿No? —Una estocada más profunda.

—¡Ah! No... —rio y lloró a la vez como una auténtica y feliz bipolar—. No.

—Bésame.

Ella no tardó ni un segundo en probar sus labios, dominando y controlando el beso en todo momento, succionando su lengua, acariciándola con la suya y mordiéndola a la vez. Y Shisui se hizo dueño de su cuerpo. La llevó a una hamaca de madera y cojines blancos, y la colocó sobre ella boca abajo. Y fue cuando lo vio.

Se detuvo, abriendo los ojos consternado.

Pasó la mano con ceremonia por encima del tatuaje, sobre el coxis, justo donde finalizaba su columna vertebral; y gruñó de gusto al ver que se lo había hecho por él. Era un círculo concéntrico con tres palos en el centro. Cada uno de esos palos, que en realidad eran rayos, estaban coronados por un círculo negro.

—Dime, nena, ¿esto también te lo has hecho porque no me echabas de menos?

Tema se apoyó sobre las manos y lo miró por encima del hombro. Sus ojos seguían claros por el deseo, pero sus lágrimas no cesaban.

—Sí —contestó provocándolo.

Shisui la penetró por detrás a la vez que la tomaba por los hombros y la incorporaba. Los dos estaban de rodillas y hacían el amor con furia.

—Listilla, mentirosa. Te has tatuado a Awen —susurró rozándole la nuca con la nariz y cubriendo su sexo con toda la mano. La acarició en el botón de placer—, la runa de los druidas. Representa la energía de Ceridwen, diosa maga y patrona de los bardos, cuyo caldero era la fuente de la inspiración y la sabiduría. Los tres rayos son tres gotas de prana, maná o ormes... Como quieras llamarlo. La energía mágica del caldero que serviría para iluminar a los filidhs, los druidhs y los brehons. Este es mi símbolo, Tema. Soy yo —gruñó, doblegándola con el placer de su cuerpo—. ¿Por qué te lo has hecho? —Le hizo el amor con fuerza y con sentimiento. Estaba feliz por estar ahí, por llegar a ella, por ver que su mujer se había marcado con su símbolo. Y él sabía por qué, pero Tema iba a aprender a decirle siempre lo que sentía.

—Mmm...

—¿Por qué? —La aplastó con su cuerpo, taladrándola sin descanso—. Dime que lo has hecho por mí.

—No... —gimoteó ella.

—Dímelo.

Ella hundió las uñas en los cojines blancos y los agujereó. El relleno salió por doquier, llenando el ambiente de plumas blancas, flotantes de luz y suavidad.

—Dímelo o me detengo y alargo esto hasta el fin del mundo. Te juro que no me importaría...

—¡Sí! ¡Es por ti! No tengo una marca que me diga que he sido tuya... No... —Lloró concentrándose en su orgasmo—. No tengo el comharradh. ¡No nos sellaron! —exclamó agarrándose a la madera de la amaca—. Y yo...

—¿Y tú qué?

—¡Yo quería tener algo tuyo! ¡Algo que demostrara a los demás que tú me habías pertenecido! ¡Cuando desapareciste, gritaste que Awen te acogiera! —gritó liberando sus emociones—. Yo quería que me acogiera también. Quería tener algo que me recordara que habías sido real.

Shisui cerró los ojos, agradecido por la concesión y la mordió en el hombro, manteniéndola en el lugar, bebiendo de ella.

Tema llegó al orgasmo entre sus brazos y gritó quedándose afónica por completo. Shisui la siguió y se clavó profundamente en ella, vaciándose en su interior, entregándole su semilla, su alma y su corazón.

Al cabo de unos minutos, el druida levantó la cabeza del hombro de su saciada mujer y la besó con delicadeza, cerrando las incisiones de los dientes y retirando el pelo rubio de su nuca, para lamerla y mordisquearla ahí.

—No te vayas... No te vas a ir, ¿verdad? —preguntó ella apretándolo muy adentro de su cuerpo.

—Nunca más. ¿Sabes qué, sitíchean?

—¿Qué? —preguntó disfrutando del peso del vanirio.

—Tu tatuaje me pone cachondo. Y me has hecho feliz, nena.

—Pfff. No me había dado cuenta —rebufó ella.

—Pero tú me pertenecerás siempre, Tema. Con marca o sin marca. ¿Sabes dónde?

Tema sorbió por la nariz, y entrelazó los dedos de su mano con los que Shisui tenía sobre su vientre. Le ataría a ella para que nunca volviera a abandonarla.

¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? Daba igual. Lo que importaba era que él estaba ahí.

—Dímelo —pidió con una sonrisa absurda y tonta en los labios.

—Aquí —alzó una mano y la apoyó sobre su pecho izquierdo, donde estaba el corazón—. Tú y yo nos pertenecemos aquí.

Shisui la urgió a vestirse mientras le explicó todo lo que había sucedido.

Su encuentro con Freyja y su pacto; la función que tenía el cuerpo de Tema para rebajar su energía, cosa que a la joven le pareció perfecto; el mensaje que debía darle a Kakashi sobre su puñal... Se lo contó todo de pe a pa. Cómo era Yggdrasil y cuál era el aspecto de Bifröst, el puente arcoíris; cómo era Heimdal en realidad. Le explicó que los dioses querían que se quedara con ellos. Él era un portal andante y tenía mucho poder, un don que Odín quería para él. Pero su poder podía volverse en su contra y acabar con su vida si bajaba al Midgard de nuevo.

—Pero si me chupas la energía a diario tan bien como lo haces, nena, seguro que no tendremos problema —le guiñó un ojo, acabó de recojerse el pelo húmedo en una coleta alta y le palmeó el culo, tirando de ella para salir corriendo de la casa.

—Eres un psicópata sexual —y le iba absorber la energía casi a cada hora. La fiera dominatrix de su interior había despertado por completo y ya nadie podría hacerla dormir de nuevo—. ¿Estás en mis manos, druidh?

—Claro. Siempre —contestó sincero.

Tema sonrió con malicia.

—Pero, ¿adónde me llevas? ¿Qué pasa? ¿Por qué vas tan rápido? —Daba saltitos mientras se calzaba el zapato Iron Fist con una calavera blanca estampada en la punta y todo moteado de rombos rojos y negros. Esta vez llevaba una camiseta negra con un buen escote; pero en el vientre había dos palabras con relieve. Up and Down. Una flecha que señalaba sus pechos y otra que señalaba su entrepierna. Shisui se echó a reír y ella contestó—: Obviamente, son los tipos de átomo de positrones que hay. Tipo Up, o tipo down —sonrió con malicia.

—Por supuesto.

—¿Adónde vamos?

—Es una sorpresa —contestó Shisui, cargándola en brazos y volando a través de la noche londinense. Las estrellas brillaban con fuerza. El cielo estaba despejado y la temperatura había bajado varios grados. Hacía frío. Sin embargo, su cuerpo no lo notaba. Su druida la llevaba en brazos.

Sus cuerpos, huérfanos de abrigo, se arrullaban con sus pieles.

—¿Saben que estás aquí?

—Me he comunicado mentalmente con mi hermano y... le he dado unos pequeñas directrices.

—¿Directrices? ¿De qué?

Shisui la besó en los labios y susurró sobre ellos:

—Ya lo verás, sitíchean.

El Tótem estaba iluminado por pequeñas velas ubicadas a los pies de la base de madera. De hecho, habían alumbrado el bosque privado del clan berserker con antorchas y cuencos de cristal con agua y velitas de colores y diferentes tipos de lamparillas.

Parecía un bosque de cuento de hadas.

Todos los vanirios y berserkers, los amigos más cercanos estaban ahí; el Consejo Wicca al completo, Obito y Tenten, Homura, Koharu y Kakashi, Daimhin y Carrick, las humanas, las sacerdotisas, Riku, Nori y los demás niños... Los que formaban parte de la vida de ella y de él. Cuando los vieron llegar sonrieron de oreja a oreja, felices de ver a su amigo con vida y a la novata feliz. El druidh había vuelto con vida de la muerte.

Tema tragó saliva al verlos a todos juntos. ¿Qué pasaba? Ellos eran como un par de estrellas invitadas a un gran evento. Y era extraño.

Los asistentes llevaban camisetas: negras, las chicas, y blancas los chicos. Estaban todos de espaldas a ellos, formando dos columnas; y en medio de esas columnas un pasillo hueco por el que Shisui la arrastraba.

Las notas de un piano empezaron a sonar con dulzura; y la voz que cantó acompañando la melodía les tocó el alma.

When I look into your eyes

It' s like watching the night sky

Or a beautiful sunrise

Theres so much they hold

Shisui entrelazó sus dedos con los de Tema y le señaló un árbol un tanto retirado. Bajo su copa, Konan tocaba el piano y cantaba. Su camiseta negra lucía el siguiente mensaje: «¡Abajo las drogas! Firmado: los del sótano».

La vaniria alzó la cabeza y les sonrió a ambos.

Shisui se hinchó de orgullo. Esa era su lawpiuthar, en su vientre cargaba a su sobrino. Su admirada y adorada hermana para toda la vida les estaba regalando esa canción.

Tema frunció el ceño y se echó a reír. ¿Qué hacía la elegante Konan llevando una de esas camisetas?

—Shisui... —gimió Tema nerviosa y asustada—. ¿Qué... ?

—Todos llevan ese tipo de camisetas por ti —contestó él con voz penetrante, mirándola con un amor tan profundo que hacía que quisiera volar—. En tu honor. Te quieren, Tema. Y este es nuestro momento.

El corazón de Tema se disparó. Parecían felices de verdad al verlos. Tanto, que le entraron ganas de llorar. Todos querían compartir su reencuentro.

Al final del pasillo había un roble con un pequeño altar cubierto por un arco de madera blanca. Atada a la parte superior del arco colgaba una rama de muérdago. Y, custodiando ambas cosas, se hallaba Itachi Uchiha con una camiseta con mensaje; «¿Qué mierda pasa entre nosotros? Firmado: Los cachetes del culo».

Tema puso los ojos en blanco al leer su mensaje. Cuando llegaron ante él, Itachi y Shisui se fundieron en un abrazo de oso inmenso. Los dos brathairs se emocionaron. Itachi y Shisui eran un tándem formado por caracteres diferentes, pero tenían un corazón noble, un mismo corazón de sangre. Y se querían.

—Me alegro de verte, brathair —murmuró Itachi orgulloso de él. Después tomó la mano de Tema y le besó el dorso—: Piuthar.

Brathair —contestó ella acongojada—. No te creía capaz de llevar este tipo de ropa. Te tenía por un hombre inteligente.

—Si tú la llevas —contestó Itachi sonriendo con pillantería—, yo también. —Su mirada se oscureció y la miró con un respeto cautivador— . Mi hermano es un hombre muy querido en el clan. No hace falta que te diga lo que significa para mí. Tuvimos unos inicios amargos, científica, pero nos has ganado a todos con tu honestidad y tu dulzura innata. Hablo en nombre de todos cuando digo esto: no hay otra mujer que yo desee para mi hermano, Tema. Solo tú. Tú eres nuestra elegida para Shisui. Eres nuestra mujer alquimista. La que se ha pulido y ha pasado de ser una piedra oscura y negra a una preciosa y brillante. Gracias por lo que has hecho por nosotros. Te estaremos eternamente agradecidos, alquimista.

Ella hizo un puchero y sus ojos se llenaron de lágrimas de agradecimiento.

De pequeña había amado muchísimo, pero lo perdió todo.

De adulta, nunca la habían aceptado. Siempre intentó encajar en los demás sitios y con las demás personas, pero nunca cuadraba. Se obligó a ser fría, a centrarse en aquello que la hacía feliz, alejada del contacto con la gente que le hacía más mal que bien. La ciencia le había dado cobijo. Pero ahora, los brazos abiertos de esa gente la adoptaban sin reservas.

Taing dhut. Gracias.

—De nada, hermana. Ponte esta, Shisui —le ofreció una camiseta blanca con una calavera estampada en la espalda, como los famosos zapatos de Tema. En el frente tenía estampado: «Estoy hecha una vaca. Firmado: un toro gay».

El druida arqueó las cejas y Tema soltó una carcajada.

Él la acercó a su cuerpo con una sonrisa de oreja a oreja y levantó sus manos entrelazadas. La de él la derecha y la de ella la izquierda. Itachi sacó una cinta roja de seda y les ató las manos con ella.

—Este es el ritual de eternidad de los celtas —le explicó el sanador.

I won't give up on us

Even if the skies get rough

I'm giving you all my love

I'm still looking up

La luz de las velas y las lámparas iluminaban el roble y el altar; sus rostros estaban acongojados uno en frente del otro.

—Mírame, sitíchean —Shisui le levantó la barbilla y se la comió con los ojos—. Por todos los dioses, eres la mujer más bonita que he visto en mi vida.

Tema bajó la mirada, inundada; las lágrimas no la dejaban ver bien.

—No, nena. Este es nuestro momento. No te lo pierdas.

Ella se forzó a alzar los ojos y disfrutó de la adoración que veía en los de él. Su druida, bromista y zalamero, estaba tan abrumado como ella. Pero si el amor era el que los ponía tan contritos y desnudos, que así fuera.

—Shisui...

—Chist. —Él pegó su frente a la de ella—. No quería perder ni un momento más, Tema. Necesitaba unirte a mí así. Cuando estuve con Freyja entendí que no había un don más importante que el don de poder amarte y pertenecerte; cuidarte y respetarte el resto de mis días. Ese es el mayor poder que tengo, y me lo has otorgado tú. Así que, no quería quedarme con los dioses porque la única diosa a la que debo mi adoración y mi vida, es a ti, sitíchean. La diosa de mi corazón.

Las mujeres se secaron las lágrimas con los dedos, y los hombres se reían y las abrazaban, orgullosos de esa pareja inmortal que se unía en ese momento tan lleno de hermandad.

—Ahora es cuando tú deberías decirme algo —susurró Shisui en voz baja—. Ábrete a mí, Tema. Aquí. Ante la luna y las estrellas. Ante toda esta gente que solo nos quiere bien. Dime lo que quiero oír.

Tema tembló. Ese era su momento.

Cuando era pequeña, se prometió que nunca iba a querer a nadie ni a decir las palabras malditas porque después se los arrebataban de su vida y ella se quedaba sola y destrozada. Pero Shisui le había demostrado que no había más prueba de amor que dar la vida por los demás.

Su madre y su hermana hicieron eso mismo. La quisieron proteger aquella noche maldita en que lo perdió todo.

Shisui hizo lo mismo en Stonehenge. Se sacrificó por ella y por todos los que quería.

Ella debía sacrificar su miedo por él o nunca sería feliz.
Sin miedos, sin reservas. Debía amar abiertamente o la vida sería una pérdida de tiempo.

Su druidh le estaba mostrando el camino.

—Shisui, yo... No siempre fui así.

—Lo sé, amor —dijo él, aguantando la respiración—. Pero a mí me encanta como eras, antes y ahora. Eres tú. Simplemente tú.

—¿Si te digo lo que quieres oír, te quedarás a mi lado para siempre? ¿Me cuidarás? No me... No me abandones nunca más, druidh... Soy tu vaniria, tu pareja de vida. Dilo.

—Sí. Eres mi vaniria, mi pareja de vida —repitió enamorado de su mujer.

Tema cerró los ojos un momento, tomó aire profundamente y los abrió para decir:

Is caoumh lium the, mo ghraid. Te amo, mi amor —las lágrimas caían directamente al suelo—. Te quiero por no perder la esperanza y por creer que había un alma gemela para ti. Te quiero por revelarme quien soy; por secuestrarme, por mostrarme tu noche. Te quiero porque no me diste por imposible; porque luchaste por mí, porque no te rendiste hasta que me encontraste. Te quiero por ser tú, druidh, porque ese tú es lo que le hace falta a mi yo.

—Dioses, Tema —exhaló asombrado y lleno de luz.

Itachi tuvo que carraspear porque el nudo en la garganta no le dejaba respirar.

—¿Sabes lo que pasa cuando dos átomos comparten su energía? —preguntó Tema sorbiendo por la nariz.

Shisui negó con la cabeza. Ya no podía hablar.

—Que se trata de enlaces covalentes. Uno necesita del otro para existir. Yo necesito de ti para vivir —lo besó en la mejilla—. Tú eres mi enlace covalente.

Un inmenso «Oooohhhhh» inundó el bosque.

Daimhin se acercó a ellos con una cajita dorada con un nudo perenne en el centro. Su camiseta decía: «Mi padre es un viejo verde. Firmado: el increíble Hulk». La chica miró a Tema y sonrió con alegría. Detrás de un gran hombre siempre debía haber una grandísima mujer. Y su amiga novata era de las más grandes.

—Os traigo las alianzas, novata. Se llaman claddagh —le explicó la joven, abriendo la cajita. En ella había dos alianzas. Eran dos manos que sostenían un corazón de brillante—. Pero también quería hacerte mi regalo, mujer calavera —reconoció Daimhin con las mejillas sonrojadas—. Sé que nos conocemos desde hace poco; pero tú me has ayudado, incluso sin saberlo —la joven cogió una bolsita de seda negra y se la dio—. Eres valiente y has sabido mostrarte ante los demás, con tus defectos y con tus virtudes, sin miedos y sin vergüenzas. Por todo lo que he aprendido de ti estos días, te entrego esta pulsera —Tema tomó la bolsa. Las manos le temblaban de la emoción. Metió el índice y el pulgar y sacó un brazalete hermoso, con piedras de ónix negro y brillantes blancos. Había dos calaveras metálicas doradas enfrentadas. La pulsera tenía tres piezas colgando: un candado con una llave, un zapato de tacón y una fresa—. Es una «virgensita no me lleves».

—Daimhin, yo... No sé qué decir...

—La calavera es por tu alma de castigadora, porque te tomas la justicia por tu mano —continuó la joven mirándola con cariño—. El zapato de tacón es porque tú no caminas por la vida de puntillas, vas con la cabeza alta con ese mensaje de «aquí estoy yo», pero no lo haces con soberbia: lo haces con seguridad y honestidad, y me gusta; y el candado con la llave es... Bueno, es... —le tembló la voz—, no solo porque sabes abrir puertas estelares, novata, sino porque has abierto la puerta de mi corazón y de mi amistad. La de todas —señaló a las demás; y todas, incluido Konan, alzaron sus muñecas, con aquellas pulseras que tanto tenían que decir—. Te doy la llave para que la guardes siempre, Tema. Atesórala como yo te atesoraré a ti... ¿Guim? ¿Trato?

La científica se secó las lágrimas de los ojos y le dijo:

—Ven aquí, sádica. —La abrazó con tanta fuerza, que el alma de ambas se iluminó. Tema querría a esa chica para siempre, ya no como una amiga, sino como una hermana—. Guim, piuthar. Trato, hermana.

La vaniria se alejó de la tarima, carraspeando por la emoción, y permitió que continuara la ceremonia.

Shisui tomó el anillo de Tema y pronunció:

—Con estas manos, te entrego mi corazón y lo corono con mi amor —decretó Shisui poniéndoselo en el dedo corazón de su mano libre.

Tema hizo lo mismo, tomando el anillo de acero con el mismo dibujo pero sin brillante; y repitió las mismas palabras.

—Con estas manos te entrego mi corazón y lo corono con mi amor —y se lo puso en su dedo corazón, mucho más grueso que el suyo.

El druida y la alquimista no esperaron a que Itachi les diera permiso.

El uno se avalanzó sobre la otra.

I won' t give up on us

God knows I'm tough, he knows

We got a lot to learn

God knows we're worth it

Se besaron con ternura y pasión, y hartos de amor como estaban, se elevaron sobre el bosque de Wolverhampton. El Tótem, Itachi, Konan al piano y todos sus amigos les vitoreaban mientras quedaban abajo volviéndose cada vez más pequeños a la vez que ellos tomaban altura.

Shisui y Tema se besaban con desesperación, unidos como estaban por la cinta roja, con su claddagh en sus dedos corazones, y sus almas plenamente entrelazadas. Y allí, en el cielo nocturno del territorio de los berserker, los dioses les sellaron. Un precioso nudo perenne en el dorso de sus manos atadas. El de Tema, con una piedra negra. El de Shisui, con una piedra con tonos amarillentos y verdes claros.

—Oh, vaya... —murmuró Tema resoplando por lo que quemaba la marca—. El comharradh... —murmuró maravillada. Era precioso—. Duele una barbaridad...

Pero Shisui no atendía al sello, solo la miraba a ella. A su hada, su alquimista, su científica... su cáraid.

—El amor duele, nena. ¿Tema?

—¿Sí?

—La guerra está muy cerca. Debemos aprovechar nuestro tiempo, para luchar sin arrepentirnos por nada.

Tema sonrió, desató la cinta roja y la dejó caer a la tierra. La cinta voló y se elevó hasta perderse entre las estrellas. Entrelazó sus dedos detrás de su nuca y lo besó en los labios.

—Pues no perdamos el tiempo, druida.

—¿Lucharás a mi lado?

—Lucharé a tu lado. Lucharé en tu nombre, mo ghraidh —reconoció emocionada.

Él gruñó y murmuró.

—Doy gracias a los dioses por tener a un enlace covalente tan sexy como tú.

Y siguieron besándose y disfrutando de su especial enlace entre las estrellas, ante un futuro incierto e inminente. La batalla final estaba demasiado cerca. Pero incluso en la guerra, había espacio para el más puro y verdadero amor. Uno tan especial en el que un druida lleno de magia y una científica empírica, que no creía en nada que no se pudiera ver, llegaron a la conclusión de que la magia sí existía. Pero la más auténtica residía en la aceptación y en el amor que había entre los dos.

FIN


Solo nos queda el Epílogo.