Donde Los Deseos Pueden Quedarse


Capítulo 2

—Bella, te estoy hablando—Jane dice, dándome una mirada desdeñosa y sacándome de mi estupor.

—Lo siento, Jane. No dormí muy bien, ¿qué decías?

Jane suspira, luego entrecierra los ojos.

—Te decía que necesitamos dormir a Dr. Nobb—gruñe mientras escribe en el historial médico en sus manos—. ¿Acaso no dormiste por estar pensando en Mr. Guapo?—pregunta burlona, mirándome de vuelta.

— ¿Quién le puso ese apodo? Y puede que sea posible—digo, arrancándole el clipboard.

Jane se ríe.

—Fue Rose, apenas te fuiste y nos contó de tu cita. ¿A dónde te va a llevar?

— ¿Dr. Nobb? Imposible que ese conejo estudiara medicina—. Me burlo al leer el historial del conejo que está a punto de ser castrado—. Y Rose es una chismosa y todavía no lo sé, sólo le di mi número y no ha llamado.

—Te va a dejar plantada—comenta Leah, entrando a la sala de consulta—. Andando, ¿quién va a castrar al conejo?

—No me va a dejar plantada—le digo.

—Lo haré yo—interrumpe Jane—. Vamos—. Se baja de la mesa de acero de un salto y luego caminamos por el pasillo.

Leah y Jane siempre se ponen nerviosas cuando es momento de anestesiar a un paciente. Rosalie está ocupada en el mostrador atendiendo a los clientes que llegan y me he ofrecido, como siempre, a anestesiar al conejo.

Dudo que mis manos y mi cerebro funcionen bien para realizar una cirugía el día de hoy. Mi cabeza no deja de darle vueltas al asunto de Mr. Guapo y anoche me quedé despierta hasta tarde demasiado emocionada. Tuve que leer para distraerme y me quedé dormida con el libro en el pecho.

Edward no ha llamado y no quiero que eso me inquiete pero los incesantes comentarios de mis amigas y compañeras de trabajo me ponen los pelos de punta. Es lunes y ayer era domingo, un domingo soleado y lindo, en el que Edward pudo estar descansando. Le daría tiempo.

Cuando he terminado con el conejo, Rose me echa encima a un cachorro labrador que necesita desparasitarse. Luego de rascarle la cabecita rubia se lo entrego a su pequeña dueña y junto a su madre, salen felices de la clínica.

—Estoy molida—se queja Rosalie, mientras se quita sus tacones—. Recuérdame no volver a usar tacones para el trabajo.

—Sólo a ti se te puede ocurrir eso—le digo, mientras reviso mi teléfono. Charlie, mi padre, me ha enviado una foto de su almuerzo. Desde que le mostré cómo usar las funciones básicas de su celular, no para de enviarme fotos de su día a día. Es muy tierno.

Le respondo con un emoji enojado al ver su nada saludable almuerzo y me gruñen las tripas.

— ¿Cuál es el almuerzo?—le pregunto a Rosalie.

—Jane trajo lasaña—responde, está hojeando una revista.

—Genial—sonrío—. ¿Es de mala educación asaltar la lasaña cuando ella y Leah están metidas en una cirugía?

—Creo que si—murmura la rubia, distraída—. Pero si culpamos a Ángela no le veo el problema—. La campana de la puerta anuncia la llegada de un cliente y Rose se ríe—. Olvídalo.

Sigo su mirada y veo que Ángela ha llegado.

—Hola—. Saluda y luego se quita sus lentes de sol—. ¿Llego a tiempo para el almuerzo?—sacude una bolsa de McDonald's—. Compré galletas—dice, arrastrando los pies y dejando la bolsa sobre el escritorio.

—Sólo esperemos a que Leah y Jane terminen con un conejo—le digo.

—Perfecto. He traído también los informes del último mes—anuncia, palmeando su bolsa.

De todas, Ángela es la única que no estudió Veterinaria. Es mi amiga desde la preparatoria y cuando le dije que iría a la Universidad de Chicago, no dudó en enviar solicitudes también. Ángela estudió Negocios y nos ayuda con las finanzas y otros asuntos de la clínica.

A nuestros veintiocho años, finalmente cumplimos nuestro sueño de abrir una clínica veterinaria. Jane, Leah, Rose y yo le dimos vueltas por mucho tiempo, desde la universidad, y Ángela nos motivaba todo el tiempo.

Son mis mejores y únicas amigas, algunas veces me gustaría tener al menos dos amigas o amigos más, pero a ellas no las cambiaría por nada.

Jane, Leah y Rosalie son lo suficientemente perras y Ángela y yo somos tan dulces que logramos equilibrarnos entre todas.

Mientras almorzamos, mi celular suena, un número desconocido y la lasaña se me atora en el pecho al pensar que puede ser Edward.

— ¡Oohh, Mr. Guapo a la orden!—canturrea Jane.

Rosalie ya se ha encargado de poner al corriente de la situación a Ángela.

— ¡Bella, responde!—. Leah me sacude el brazo y apenas soy consciente de tomar mi celular.

—Hola—respondo, la voz me sale temblorosa y ellas se ríen en silencio. No dejan de mirarme.

—Hola—. Es él. Su hermosa voz me saluda desde el otro lado del teléfono. Sonrío ampliamente y ellas se cubren la boca con sus manos. Lucen estúpidas, como niñas de quince—. ¿Es esta la paseadora de perros?

—Depende—respondo, estoy mordiendo el tenedor.

— ¿De qué?—puedo escuchar la sonrisa en su voz. Seguramente su nombre era Edward Risitas.

—De a cuántas de esas has conocido.

Él se ríe bajito. Su risa va directo a mi pecho y mi corazón hace tump tump.

—Sólo a una—dice—. Y es muy linda.

Dios.

—Entonces debo de ser yo—le sigo el juego y vuelve a reírse.

—Oye, Bella, ¿entonces te gustaría ir a cenar el miércoles?—pregunta.

Claro, como si quisiera que me viera comer.

—Suena bien—digo—. ¿A dónde?

—Hay un lugar que me gusta. Te enviaré la dirección por mensaje—dice.

—Perfecto.

—Genial—. Está sonriendo—. Te veré el miércoles. ¿Te funciona a las 8?

—Claro. Entonces te veré por ahí.

—No puedo esperar—murmura y luego termina la llamada.

Alejó el teléfono como si quemara y respiro profundamente. Estoy hiperventilando y mis amigas me miran divertidísimas.

— ¿Entonces?—pregunta Leah—. ¿A dónde vas a ir?

—A cenar, a un lugar que no conozco—les hago saber—. Dijo que me enviaría la dirección…—mi teléfono suena con un mensaje. Me ha enviado la dirección. Le respondo con un guiño.

Ángela estira el brazo para tomar mi celular y luego abre el mapa.

—Oh, lo conozco—dice—. Es un lugar muy lindo. Fui ahí con Ben el otro día. Tienen música buena y las bebidas son…—se besa los dedos, haciendo el beso de chef.

¿Buena música, bebidas deliciosas y Edward? Suena como el mejor día de mi vida.

~DLDPQ~

Lo más emocionante que sucede el martes es dar de alta a un lindo pastor alemán al que tuve que intervenir porque había tragado trozos de un cinturón.

El miércoles estoy caminando entre las nubes y cuando Edward me mensajea preguntándome si no me he arrepentido lo niego y siento que mi alma va y vuelve de mi cuerpo.

Rosalie me está esperando en mi habitación luego de mi ducha y mientras me visto con un vestido floreado y mis Converse, no deja de mirarme.

—No te había visto así de emocionada desde que tuviste tu primera cita con Riley—comenta, revolviendo mi cajón de maquillaje.

— ¿Eso es bueno o malo?—le pregunto, sentándome rápidamente en la silla. Lista para que ella haga su magia en mí.

—Bueno—murmura—. Creo. Al menos se hizo tu novio—. Dice, tomando el cepillo.

Rose me seca el cabello y me hace suaves ondas mientras yo me maquillo. Si dejo que ella haga todo, llegaré una hora tarde. Y es de mala educación hacer esperar a las personas. En especial a Edward.

—Me llamaras si algo sale mal, ¿cierto?—pregunta, mirándome en la puerta.

—Claro—respondo, tomando las llaves de mi auto y ajustando mi bolso.

—Bueno… ¿te espero despierta?—menea las cejas y la golpeó en el hombro.

— ¡Rose!

— ¿Qué? Te hace buena falta—le ruedo los ojos y luego me besa la mejilla—. Bueno, diviértete.

No me resulta complicado encontrar el lugar, Ángela me explicó cuidadosamente el camino y verifiqué varias veces el GPS, demasiado nerviosa y sin ánimos de perderme o llegar tarde.

Faltan diez minutos para las ocho y el lugar está decorado con lindas luces de jardín en el exterior. Estaciono una cuadra antes y miro alrededor.

No quiero parecer desesperada siendo demasiado puntual pero tampoco quiero hacerlo esperar. Me muero por verlo y el hecho de imaginarme cómo irá vestido hace que me tiemblen las rodillas. Siento el sudor en el cuello.

—Mierda—mascullo y arranco un pañuelo de la caja de Kleenex para limpiarme. Soy una chica sudorosa, demándenme.

Miro la puerta del restaurante sin parpadear, esperando a que el ángel entre.

Mi teléfono suena y salto. Rebusco en mi bolso desesperada sólo para encontrarme con un mensaje de Charlie. Es una foto de su cena. Pescado frito de Harry Clearwater, su buen amigo. Lo regaño por comer tanta grasa y luego miro otra vez al restaurante y la respiración se me atora en la garganta.

Edward está abriendo la puerta y se ve precioso. Usa jeans oscuros y una camisa azul.

Me apresuro a bajar de mi auto y camino por la calle, tomando mi tiempo. Todo tiene que ser perfecto. Dejo que el aire entre a mis pulmones antes de llegar al restaurante y luego con paso decidido, abro la puerta. Afortunadamente, no hay campanas que anuncien mi llegada.

Edward está sentado al fondo, hay algunas mesas vacías en medio pero él decidió sentarse al final. Le doy puntos por eso, es un poco más íntimo.

Está leyendo algo en su teléfono, tiene el ceño fruncido y luce concentrado.

Una mesera interrumpe mi andar y me da una sonrisa de disculpa. Se la regreso y camino hacia donde mi ángel espera.

Siento la necesidad de aclararme la garganta pero no es necesario porque él parece captar mi presencia y alza la vista. Deja el teléfono en la mesa sin despegar sus ojos de mí y su rostro ya esboza una gran sonrisa, con todo y dientes.

Se la regreso y cuando miro directamente a sus ojos siento que toda la espera ha valido la pena. Se pone de pie y su altura me resulta imponente, luce incluso más alto que como lucía en el parque.

—Bella—dice mi nombre y juro que nadie ha dicho mi nombre de una forma más hermosa que él.

—Hola—saludo y sólo cuando yo me siento, él lo hace.

No deja de mirarme ni de sonreír, pareciera que es un hombre sediento y está bebiéndome con sus ojos, o tal vez son sólo imaginaciones mías porque sé que yo lo miro de esa manera.

—La espera valió la pena—murmura, rompiendo el hechizo. Me siento igual que él.

—Lo sé—acepto.

Sigue mirándome, como si fuera una amiga que no ha visto en años. No despego mis ojos de los suyos y tampoco dejo de sonreír.

— ¿Cómo estás?—pregunto, alzando las cejas.

—Perfectamente—dice, asintiendo con la cabeza y pareciera que quiere decir: "Ahora estoy perfectamente."

—Eso es genial.

Edward se ríe ligeramente y finalmente mira hacia la mesa. Bloquea su celular y lo guarda en su bolsillo.

— ¿No tuviste problemas para encontrar el sitio, verdad?—pregunta, sigue mirando la mesa y sus dedos amasan una servilleta. De pronto se muestra cohibido y no entiendo por qué.

—Para nada—murmuro.

— ¿Quieren ver el menú?—la mesera que me sonrió al entrar pregunta.

—Claro—Edward le responde y toma ambos menús de sus manos. Me tiende uno.

Ella se va y Edward no tiene mucho problema en elegir su comida. A mí me toma más tiempo, frunzo el ceño y mordisqueo mi labio mientras decido.

Luego siento que ha estirado su pierna y ahora su pantalón roza mi piel. Ignoro eso, tal vez es tan grande que tiene que estirar sus extremidades antes de sufrir calambres pero cuando su pierna empieza a moverse y ya no es sólo sus jeans los que rozan mi piel, lo miró.

Me está observando, con una mirada juguetona y una media sonrisa.

— ¿Qué?—inquiero.

— ¿Ya has decidido?

—Si—suspiro—. Los raviolis.

—Buena elección—asiente con la cabeza—. Me gustan, suelo venir con mi hermano.

—Oh, tienes un hermano—comento, dejando el menú en la mesa. Muevo mi pierna para que esté entrelazada con la suya.

Edward nota el gesto y sonríe.

—Si. Su nombre es Jasper. ¿Tú tienes hermanos?

—Nop. Hija única—digo.

Edward ya no dice nada y me vuelve a mirar alelado, luce como un tonto pero estoy segura de que luzco igual así que no me importa. Mueve la pierna, frotándola contra la mía.

La mesera tiene el descaro de interrumpir la batalla de miradas y se aleja contenta con nuestra orden. Apenas he notado la buena música que tiene el lugar.

—Y, Edward, ¿trabajas o algo?—pregunto. Por primera vez noto que no sé nada de él, salvo su nombre y que tiene un perro llamado Loki. Él sabe mi nombre, mi trabajo y dónde trabajo. Es inquietante.

—Si—dice—. En la compañía familiar.

Alzo las cejas, por supuesto, luce como un niño rico.

— ¿Compañía de qué?

—Arquitectos—dice—. Cullen and Sons.

—Eso es interesante. ¿Tu hermano, Jasper, también trabaja ahí?

—Si. Todos somos arquitectos, salvo mi madre, ella se encarga del diseño interior.

—Eso es genial—le sonrío—. ¿Y qué tal Loki?

Sonríe, como un padre orgulloso.

—En este momento, seguramente está sobre mi sillón favorito, llenando todo de pelos.

Me río, porque resulta que sólo puedo estar feliz a su alrededor.

Descubro que el nombre de sus padres es Carlisle y Esme y que su hermano menor, Jasper, está próximo a casarse con su novia de la universidad, Alice. También le cuento que vivo con Rosalie y que mi padre es el jefe de policía de Forks, Washington, mi pueblo natal.

—Intenté traerlo conmigo a Chicago—le digo—. Es la única familia que tengo pero es terco.

— ¿Y tu madre?—pregunta. Bebo de mi limonada, entendiendo que cometí un error al mencionarle que sólo tengo a Charlie. Trato de ocultar mi disgusto.

—Un día salió y nunca regresó—bromeo.

—Ah…—me da una sonrisa cálida—. Lo siento.

Me encojo de hombros.

—No importa.

No sé cómo sucedió pero para cuando llega el momento del postre, nuestras manos están entrelazadas, al igual que nuestras piernas.

Edward es tan hermoso. Verlo sonreír y fruncir el ceño es como una dualidad, como el día y la noche, como mi vida antes y después de él. Es tan hermoso y en verdad me escucha y yo sólo quiero llorar.

Como la mitad de su rebanada de pastel de chocolate y él come la mitad de mi rebanada sabor Oreo.

Luego de pedir la cuenta, él se disculpa para ir al baño y yo saco mi celular de mi bolso. Tengo un mensaje de Rosalie y noto que ha pasado una hora y media. ¿Cómo puede pasar el tiempo tan rápido?

¿Mr. Guapo es Mr. Maravilloso todavía?-Rose.

Me río y tecleo una respuesta.

No tienes idea. Es tan perfecto que siento ganas de llorar.-Bella

Responde un minuto después.

¿Puedes sentir mi envidia desde aquí?-Rose.

Por supuesto, pequeña víbora.-Bella.

LOL.-Rose

Edward ha vuelto, así que no le respondo a Rosalie.

Sé que nuestra cita está a punto de terminar y no quiero que eso pase. Quiero alargar el tiempo y volverlo a alargar. No quiero separarme de él. Sus ojos son tan verdes y tan cálidos como una manta y sus largos dedos son el perfecto salvavidas.

Ante mi insistencia, nos dividimos la cuenta y salimos del lugar.

El viento es un poco fresco pero le cae perfecto a mis mejillas sonrojadas. Edward me pregunta cómo es que llegué ahí y luego de señalarle, caminamos hasta mi auto. Ha entrelazado su mano con la mía y me sorprende que mi palma no esté sudando.

—No quiero dejarte ir—murmura y me mira.

—No quiero irme—confieso.

— ¿Quieres caminar un poco más?

—Claro—acepto.

Caminamos tomados de la mano en un cómodo silencio, me pregunta si la clínica es mía o si soy una empleada. Le cuento que es nuestra y que lleva ocho meses en funcionamiento, le cuento lo que hago y de cómo adoro mi trabajo cuando me doy cuenta de que nos hemos detenido y ahora estamos sentados en una banca de la pequeña plaza cercana. También noto que he comenzado a hablar muy fuerte y de que me duelen las mejillas por sonreír tanto.

—Lo siento—, me disculpo—. A veces me emociono.

Menea la cabeza, está sonriendo.

—No lo sientas. Te ves preciosa estando emocionada. Tus ojos brillan y tu sonrisa es hermosa—me pica la mejilla y todo mi cuerpo explota.

Estoy un poco avergonzada así que le pregunto sobre su trabajo. Me cuenta que la compañía de su familia fue fundada por su difunto abuelo, que unos colegas resultaron siendo sus mejores amigos, Emmett, Paul y Garret.

Luce feliz y no dejo de mirarlo ni de escuchar cada palabra, quiero atesorar este momento para poder repetirlo en mi mente después.

La plaza se va quedando vacía y decidimos irnos, sabiendo que de alguna manera esto tiene que terminar.

Caminamos de regreso hasta mi auto y me indica que el suyo está sólo a una cuadra de distancia.

— ¿Cuándo puedo volver a verte?—pregunta.

—Me estás viendo, Edward—bromeo, recargada en mi auto.

—No seas boba—acomoda mi pelo detrás de la oreja.

—Todas las noches estoy disponible, a menos que haya alguna emergencia—le digo—. Y el domingo es mi día libre.

— ¿Podemos salir el viernes?—pregunta esperanzado, luce demasiado ansioso como para esperar hasta el domingo.

—El viernes—acepto.

Me da una sonrisa resplandeciente.

—De acuerdo, Bella—su voz acaricia mi nombre—. Te veré el viernes.

Asiento con la cabeza y luego nos miramos fijamente. No sé si quiere besarme, yo me muero por hacerlo pero nunca he sido de las que dan el primer paso. Me mordisqueo el labio, demasiado nerviosa bajo su escrutinio.

—El viernes—murmura y luego se acerca y deja un beso en mi frente.

Me hace encender el auto e irme antes que él. Lo observo por el retrovisor, ha comenzado a caminar con las manos en los bolsillos.

Me pregunto por qué no me besó en los labios, lucía esperanzado y contento. Algo debió pensar para no hacerlo. Rosalie me regañaba por no dar el primer paso algunas veces. Supongo que tiene razón.

Espero que mi imaginación sea suficiente para poder dormir esta noche pensando en su suave boca sobre la mía.


¡Gracias por su entusiasmo! Gracias por los follows, los favs y los reviews. Es una historia muy ligera con sólo una pizquita de "drama," pero todo estará bien ;)

Nos leemos el jueves.