Snape se estimulaba por la adrenalina del combate que acababa de ganar.
Jadeaba rápido, con dos cortadas en la cara por rozones de conjuros; arena y polvo, sangre sin gloria.
Los Lumos del público vociferante se movían por la arena, los de primeros auxilios en bloques que iban y venían, público sacudiendo la reja que la Slytherin soltó, pero que lo miraba directamente a los ojos atravesando la reja, con gesto revelado esporádicamente por el vaivén de las luces.
El gesto silencioso de la mirada de Pansy Parkinson, sostenida entre los cuadros de la reja, atenuó las exclamaciones de la arena.
No fue amable. Fue una mirada seria, intensa, casi insolente por ser la primera vez que ella lo miraba tanto tiempo, y de esa forma casi desafiante, enmarcada por su cabello cortado a la egipcia, por su aire ajeno al bullicio del público. La mirada en el marco de los cabellos cortos y negros, mirada penetrante, ensoñadora y acechante.
Los ojos marrones parecían reprochar a Snape. Las luces y los saltos alrededor eran un cónclave de brujos al margen de Pansy Parkinson, quien venía en un tiempo propio, creado con pensamientos que emanaban en la mirada casi huraña, de ceño levemente fruncido. Ella no venía a vitorearlo.
Snape no la evadió. Mantuvo su mirada en la de Parkinson, en sus luces y sombras, en su claroscuro de Lumos en movimiento.
Diríase que ella portaba un mensaje para él, y se preguntaba, luego de presenciar su victoria, si finalmente querría decírselo.
El duelista salió de la arena por el túnel que conducía a los vestidores, como fue en el tiempo en que aquella vasta nave recibía a empleados. El público sobre la entrada a los vestidores, lo aclamaba en sombras aullantes que lo felicitaban y le pedían que siguieran venciendo, pero Snape atendió a Pansy, que giró en su dirección, de pie entre los que saltaban vitoreando con brazos hacia arriba y ella en negra silueta, distante de todo, con Lumos a la espalda.
Pansy Parkinson fue una presencia misteriosa, silenciosa, sin ninguna promesa de quedarse, ni de explicar el significado de su presencia.
Severus se alivió cuando el bullicio se apagó, al internarse en el túnel oscuro, donde en una orilla aguardaban los siguientes duelistas, varita en mano vendada…
Con la sensación de un corte en la ceja izquierda, entró a los vestidores, un cuarto marrón y ancho de anaqueles de metal gris, distribuidos en las paredes hacia el fondo, ordenados hacia un muro amarillento, descascarado y desnudo, que mostraba carteles de pasadas peleas, y Snape fue a las dos hileras de bancas de madera desvencijada, en el centro, bajo un Lumos que titilaba precariamente en una bombona colgada del techo.
Snape se sentía cómodo en ese sitio descuidado, le venía bien su abandono, su falta de atención a los combatientes que llegaban, heridos, derrotados o victoriosos, sin nadie que cantara sus hazañas. Un lugar secreto donde los peleadores que coincidían apenas se miraban. Sí, a Severus le gustaba que nadie hablara al quitarse la venda de la mano, que compartieran el dolor, pero sin preguntarse. Era bueno no preocuparse por nadie. Que todo fuera en torno de uno mismo, así fuera el padecer, sin pensar en lo futuro, ni en nadie más, nada de gestas, solo los conjuros, los golpes y el final de la función.
Snape se soltó la venda, decidiendo qué hacer antes de cobrar. Había duchas con agua caliente, pero usarlas costaba un galeón, que Snape prefirió usar para comer, así que sólo se lavó la cabeza con el agua de un grifo, lo que evitaba las jaquecas cuando los golpes y rozones de hechizos se enfriaban.
Se lavó las manos con el jabón grasoso que usaban todos los peleadores. Le llegó el sonido de los vítores por el final de la pelea que terminaba. Así de efímero era el renombre. Y Snape se limitó a las curaciones de todo duelista. Ya no usaba su saber en pociones ni para elaborar díctamo, aunque los nudillos le dolían al cabo de golpear, sobre todo cuando los puñetazos y daba en el cráneo del oponente. Los revisó, nudillos rojos, mientras pensaba.
¿Qué haría Parkinson en el Club de Duelo? Snape, mojándose la cabellera con el agua del grfo, recordó que a la Slytherin, el Tribunal la juzgó por pertenecer a la Brigada Inquisitorial, pero los suyos no fueron delitos graves, ni aun sumados a haber sido agente del ataque al Ejército de Dumbledore. Pansy Parkinson cumplió su sentencia en reclusión domiciliaria, sin alegar atenuantes, ni excusas, ni presunciones inocencia.
En casa, como Draco, se dijo Severus con sonrisa cínica al evocar a su, al pasarse los dedos por los cabellos mojados por el agua turbia del grifo… A diferencia de Parkinson, Malfoy se presentó como una víctima.
Snape se miró a un espejo sucio, sin camisa, con la cortada en la ceja, recordando cuán burda era la justicia… No sólo con él, a quien echaron de todas partes para no atentar contra la visión del Inmortal Dumbledore, sino porque los juicios de postguerra continuaban, dejando claro que no habría algo semejante a la justicia.
Los que eran importantes antes de la guerra y durante ella, veían salvado su buen nombre. Se les necesitaba para legitimar al mismo Ministerio y el mundo que representaba. Los Malfoy evitaron Azkabán porque sus jueces tomaron como pretexto, haciendo de la vista gorda, que Lucius dio la espalda a Voldemort cuando la derrota flotaba en el aire. A Draco, por la dación de una varita a Potter, que nada habría significado de no ser por la acción de Longbottom, Granger y Weasley. Los villanos eran rehabilitandos y a los héroes se les daba las gracias.
No había verdaderos castigos, era de compromiso, se daban medallas con muchos discursos, los cómplices de antaño comenzaban a prosperar, la política volvía a sus cauces y el mundo volvía a relacionarse de la misma manera, con nuevos poderosos sin escrúpulos, escondiendo las masas de heridos, lisiados y deudos.
Snape volvió a su habitación de Knockturn, por las callejuelas oscuras y encharcadas, entre magos borrachos, limosneros y tuertos, enfundado en su abrigo largo, con el cuello subido hasta las mejillas, sintiendo los latidos de la herida en el cuello, que anunciaban el dolor.
Días después, despertó de los vapores de la embriaguez, cuando la luz del día pasaba difuminada por su ventana sin cortina; del otro lado, un cuervo tocado por la perla tenue del sol, golpeaba con el pico, repetidamente.
Tengo pelea hoy, recordó Severus.
Al sentarse, el cuervo alzó el vuelo.
Snape encendió un cigarrillo, cerrando los ojos, porque le exigua luz le molestaba.
Tomó la botella de whiskey de fuego que estaba en el suelo, pero al sentirla vacía, la lanzó lejos, como a una novia que lo hubiera decepcionado…
Había bebido hasta quedar dormido, perdiendo la noción del tiempo.
Solo en su cuarto paupérrimo de Knockturn, de pie, con el cigarrillo en los labios, Snape hizo movimientos de pelea a puño limpio, recto de izquierda y remate con la derecha, moviendo la cintura. La disciplina del peleador que practica en todo momento, sumado a los vicios del exiliado… Sin licencia de profesor, ni de pocionista, Snape estaba expulsado del mundo normal y pensaba que, a final de cuentas, le importaba un comino y se trataba de pelear para sobrevivir.
Esa noche en la arena que no dormía, su oponente voló desde la mitad de la zona de combate, hasta la reja, donde se estrelló y regresó, yéndose de cara al duro suelo, sin interponer las manos, brutalmente, caída festejada por el público al otro lado. Nadie sentía piedad por los perdedores. La arena es cruel.
Snape corrió hacia su oponente caído, y tomándolo por el cuello, le asestó secos golpes en la cara, que la sacudieron como si a un maniquí sin cuerdas.
El cuerpo magro y un poco marcado del Slytherin no daba impresión de desarrollar gran fuerza, pero no solo golpeaba con energía, sino también con mala fe, por lo que cuando el árbitro lo apartó, Severus se irguió, jadeando, con sangre de su oponente en una mejilla, el puño cerrado y la varita en la otra mano.
-¡Muéranse, malditos hijos de perra! –gritó Snape a la concurrencia jubilosa, en círculo y en varios niveles en torno de la reja – ¡Muéranse, escoria de bastardos!
El público festejó sus ofensas, porque ése era el lenguaje de la arena, sin amigos, sólo enemigos potenciales, y otros no lo oyeron, pero les complacía el reto en los gestos de Snape.
Yendo por el túnel, decidió no comprar alimentos con la paga, sino solo whiskey, por lo que pagó la regadera. Llevaba dos días sin ducharse.
Saló, sin zapatos, ni camisa, solo con pantalón, y en una de las bancas del vestidor, apoyó los codos en las rodillas; el cabello mojado le cubría la cara. Pensó: A ver si uno de estos días mato a mi contrincante o me mato yo. Pensó: Si me suicido, seguro se regalan tragos a cuenta de la casa. Aquí nos une el gusto por el dolor Ajeno.
-Una conveniente apuesta –le dijo, en estallido de aires ajenos a la arena arriba, una voz de chica, breve, de entonación neutra.
Severus se apartó el cabello de la cara, viendo allá.
Pansy Parkinson, en el uniforme de Slytherin, de brazos cruzados, se apoyaba en el umbral de los vestidores, en el claroscuro.
-Espero que no desperdiciara sus galeones –Snape enrolló la venda que se quitaba de la mano, viendo al suelo. Se la dejó al ducharse, para lavarla.
Con la cabeza medio inclinada, cabellos lacios y negros, Pansy analizó a Snape.
-Oh, no –confirmó, seria, en la penumbra del umbral–. Yo sabía por quién aposté
-Tenga cuidado a quién se lo cuenta -Snape introdujo la venda en una bolsa negra, que cerró con un cordel.
Así que Parkinson estuvo en la pelea y apostó por mí, se dijo, preguntándose por el motivo, aunque sin prisa por saber. A decir verdad, lo que el mundo hiciera era algo sobre lo que él podría burlarse.
Se puso los zapatos, calmosamente. Parkinson no era su alumna y no le importó que lo viera sin camisa.
En la penumbra del umbral, Pansy soltó, susurrante:
-¿Extraña al Señor Tenebroso?
Snape alzó una ceja y volteó a verla, pero el rostro de la chica, de brazos cruzados, se confundía en la sombra del umbral, donde relajadamente apoyaba un hombro… No le molestó, le fue llamativo porque era una pregunta sencilla que no se le había hecho. Era más personal, por parte de alguien que había vivido el tema en carne propia, Pansy Parkinson como participante clara de apoyar al Enemigo, sabiendo, no como reportera sensacionalista estilo Skeeter.
Y supo que Pansy Parkinson no estaba ahí por amabilidad, ironía o mera curiosidad. Su pregunta debía ser algo más complicado o tortuoso y él entendía ese lenguaje.
Snape se dio cuenta que el Lumos de la bombona daba a los vestidores un aire de tugurio. Pero a la chica no le importaba. Lo oscuro era una atmósfera donde se desenvolvía.
Lo atrevido de la pregunta tenía bastante de seriedad. Y le agradó que Parkinson no hiciera presentación de su estar en la arena, sino que hablara como si llevaran rato haciéndolo. Además, ella nunca lo había decepcionado. A diferencia de muchos, Parkinson nunca ocultó sus convicciones, ni sus antipatías. Odió y no dejó duda de a quiénes y cuánto, lo expresión con énfasis y fue por ella misma, nunca se refugió con sus padres, ni en el apellido.
Parkinson había sido una chica malévola e independiente. Que propusiera entregar a Potter fue atreverse a decir algo en lo que muchos pensaban. Parkinson había hecho su pelea con inteligencia y sin dobleces. Sus padres nunca aparecieron para protegerla, como en el caso de Drac0. Parkinson peleó por su causa, sin pactos.
La luz insuficiente de los vestidores acompañó el rumor de vítores, en sordina, del final de la siguiente pelea.
-¿Extrañar a Voldemort? Él nos traicionó –Snape se apartó el cabello de la cara–. Nos planteó un mundo de misterio y de poder, pero la gran misión terminó en cumplir sus caprichos infantiles. Así hizo con ustedes. Toda esa historia de la sangre limpia y del peligro muggle, fue para manipularlos. Alimentaba su idea del estatus, el odio hacia los diferentes y con eso los llevaba donde él deseaba.
Pansy alzó la punta de uno de sus zapatos de hebilla, que revisó.
-Era un genio del mal.
Snape resopló, haciéndose el cabello, atrás.
-No era un genio. De haberlo sido, habría estado más cerca de lograrlo. Era un pagado de sí mismo y un cobarde. Logró lo que nadie y lo perdió. Su as era el poder que tenía, pero un idiota con poder ilimitado es un ilimitado idiota. No, no lo extraño.
-¿Por eso lo traicionó? –preguntó ella, suavemente.
-Le hice pagar lo que debía.
-Muy pocos creen que fue usted.
-Potter le dio el estoque o fue Longbottom. Fue el final de una cadena de acontecimientos donde participaron muchos. Nunca he dicho que todo se deba a mí. Yo solo soy un mago.
-Bien –Pansy volvió a verlo-. Me alegra que él esté muerto.
Snape sentó y puso la camisa blanca, sin abotonar.
-Usted continúa en Hogwarts, por lo que veo. Hoy es miércoles y es de noche y es Knockturn.
Pansy atisbó en dirección al túnel, relajada.
-McGonagall es una imbécil –soltó, sin emoción en la voz, quizá con fastidio–. No creo que a usted le moleste mi opinión.
-Me molesta no tener cigarrillos –Snape arrugó el envoltorio vacío de Craven.
Pansy hizo un silencio.
-Los venden en Trackleshanks Locksmith –le recordó ella.
Aun Knockturn tiene luces, se dijo Snape al andar por las callejuelas sórdidas, al lado de la silenciosa Pansy Parkinson… El Callejón, de edificios torcidos, olvidado por el mundo de los buenos modales, había sido más afín a Voldemort que cualquier otro enclave, y no había sido destruido. Era un oasis oscuro.
Encontraba que de todas las presencias, una en la que no había pensado era la más sencilla de admitir: N habría sabido qué hacer con Potter, Longbottom o Ginny Weasley, pero encontrarse con Pansy Parkinson podía ser uno de esos hechos sin razón, que no se repiten y al que no hay que buscar significado, sino dejarlo ser.
Snape hizo un conjuro y eparecieron en la abandonada estación de Aviemore, que los mortífagos habían atacado una noche antes de asaltar Hogwarts… Estación silenciosa y semi derruida, cuya reparación demoraría frente a lo más importante que atender. Si no era que simplemente la dejarían caer.
Hoy, húmedo de llovizna, Aviemore conservaba sus andenes enfrentados, con las vías en el medio, pero las oficinas estaban vacías y silenciosas, las ventanas tenían los cristales rotos, las paredes de madera y columnas estaban medianamente abrasadas y sus tejados de dos aguas se desplomaban en parte.
Snape limpió con un pase una zona del andén, donde se acomodaron lado a lado en una zona preservada, cerca de las oficinas vacías.
También el mundo oscuro tiene luces, pensó Snape, que tenía una predilección por la belleza crepuscular… En su opinión, que su vida fuera un desastre no significaba que no hubiera algo que admirar. Lo desierto de la estación, teñida por la luz lunar, le imprimía un aire nocturno enigmático.
Pansy se sentó con las piernas colgando hacia las vías donde no circulaba el ferrocarril desde hacía más de un año, alejándose hacia el macizo de noche.
Estaban en silencio, pero Snape sintió que en torno de la Slytherin se formaba un aura que la distinguía, como al estar entre el público de la arena. Aquí, en la estación, lo desolado no la tocaba. Su mirada grave y pensativa parecía leer las sombras.
La voz de Pansy Parkinson fluía de forma novedosa, insertándose en el aire de la noche, cobrando complejidad.
-He estado a la deriva mucho tiempo –Pansy observó con media sonrisa, los rieles que se alejaban del lado de Snape, como si el hecho la divirtiera secretamente–. Aquello en que creía, la pureza de la sangre, desapareció. Lo que era tan claro se volvió confusión. Lo que estaba a salvo se hundió en el fango. No tengo nada. Y no sé qué significa el hoy.
-La entiendo –Snape se encontraba con las piernas en loto.
-¿Me entiende? –Pansy volteó hacia él, grave.
Snape tuvo la impresión que las facciones de Pansy Parkinson entraban por sus ojos con nitidez. Como si no la hubiera visto antes. Descubriendo una cualidad en ella que lucía más, lejos de las distracciones de Hogwarts.
–Entiendo la soledad –comentó Snape–. Entiendo el sinsentido. Comprendo el peso de los adioses.
Ella insistió:
-¿Y el vacío? –quiso saber- ¿Entiende el vacío?
Él sonrió torcidamente-.
-El vacío, sobre todo. Usted, Parkinson, hoy que terminó la guerra y ante lo que perdió, ¿tiene algo un propósito?
-No sé –Pansy colocó las manos bajo sus piernas; unas luces distantes le daban de perfil–. No sé más. Ya no pienso como antes, a largo plazo. Para mí, es estar aquí. Hablar. El paso de los minutos.
Ella quedó viendo los rieles frente a ella, bajando un poco las pestañas. Snape consideró de nuevo la profundidad silenciosa, aun con ese atisbo de crueldad en los labios, de Pansy Parkinson.
Snape compraba cigarrillos en cajetilla de cartón, pero los de Trackleshanks venían en una caja de metal, que abrió hacia la Slytherin.
-Los elegí por el color de la cajetilla, pero tienen un emblema que parece Gryffindor.
-En fin, ya se sabe que fumar es un mal hábito –Pansy se puso un cigarrillo en el centro de los labios, encendiéndolo con el fuego que Snape le tendió–. Hablando de eso, pensé que lo vería con Hermione Granger.
Snape notó la sugerencia "mal hábito y Hermione Granger", pero como él mismo era así de ácido, aceptó el tono. Además, a Hermione podía defenderla su esposo. Además, consideró que si alguien se dio cuenta de su pasada relación con Hermione, tuvo que ser Pansy Parkinson. Y se percató que, siendo así, ella nunca interfirió. De pronto, ella cobró otra dimensión, porque nunca le mostró ni miedo, ni odio, ni simpatía. Ella lo dejó en paz.
-Hermione tuvo qué seguir su vida –a Severus le resultó fácil sincerarse, revisando en la caja, los cigarrillos de mejor calidad que los que él fumaba–. La vida no siempre va por donde deseamos, aunque lo deseemos sin dudar. Se pueden desviar por pequeños asuntos y más cuando se trata de importantes asuntos.
Pansy tomó su cigarrillo del centro de los labios, con dos dedos.
-Ella nunca me cayó bien –recordó, exhalando el humo–. No porque sea mestiza. Yo no soy un dechado de simpatía, pero Granger tiene la sangre pesada para ser tan noble. Siempre creyendo que tiene la razón, además, necia hasta el asco. Su afán de salvadora del mundo. En su actitud veía autosuficiencia, sin muchos motivos.
-¿Sabe que yo no soy sangre pura? –ironizó él, colocándose un cigarrillo en la orilla de la boca.
-Lo sé –Pansy cerró los ojos al tirar del cigarrillo que sostenía con dos dedos, como si hubiera algo gracioso en la aclaración de él y evitara sonreír–. Hoy esas cosas ya no me importan. De hecho, es un alivio desprenderse de esas ideas. Mis padres no lo entienden y tengo problemas con ellos. Quieren que siga siendo supremacista. Ya no entiendo el sentido de eso –soltó el humo.
-¿Y ellos la enviaron de vuelta a Hogwarts?
-No –Pansy miró al cielo, dejando caer la cabeza hacia atrás y soltando el humo de nuevo–. Yo regresé para mantener viva la llama de la sangre pura, pero a las semanas… Es decir, no sé cómo pude creer en algo tan insulso. Creo que fue el furor del momento, los meses cuando parecía que íbamos a vencer. El Señor dueño de Hogwarts fue la certeza que venceríamos. Me parecía que se recuperaba un mundo de pureza.
Snape se encendió el cigarrillo.
-Así que usted ha cambiado.
-No mucho –admitió ella, moviendo la cabeza–. Esencialmente continúo siendo prepotente y elitista. Supongo que intratable para muchos. En tiempos pasados anduve con Draco, que poco a poco se me desplomó. Cuando salió de su arresto en casa, qué lindo niño, no nos buscamos. Luego me vi con otros chicos, a los que rompí el corazón. No encuentro nada qué amar.
Las vías del ferrocarril ausente se perdían en ambas direcciones, invadiéndose de hierba.
-No hay ferrocarriles que tengan destinos –afirmó Snape.
-O tal vez son nuestros ferrocarriles los que no tienen destinos –ella lanzó la colilla a las vías–. Le contaré algo.
Las facciones de la Slytherin se dirigieron a él, armónicas.
-Una persona se encuentra en Knockturn –narró Pansy–. En ocasiones escapa de Hogwarts porque no tiene ecos en ella, no es, ¿sabe usted?, como esos alumnos que hallan su razón en los libros y encuentran contento en las tareas. Donde otros son felices, ella se siente asfixiada. Siempre ha sentido que la respuesta está en un lugar del horizonte lejano.
«Entonces ella sale de Hogwarts, así como hace mucho abandonó su casa ,aunque viviera en ella, y cuando evade los muros del castillo y recorre Knockturn, el silencio, lo olvidado, incluso lo inhóspito. le dicen más que puntos… Puntos más, puntos menos, portarse bien, copas de las casas y ceremonias de recuerdo de los héroes.
«Hay otro, en los meandros de Knockturn Alley, perdido, como todos… Alguien que dejó atrás cada día del pasado y que no tiene nada… Perdido como todos, pero que no se resigna, que busca un sentido, aunque él mismo no sepa cuál puede ser.
«Entonces, la persona que sale de Hogwarts se pregunta por ese otro. Se pregunta si su sinrazón es la misma que la de ella. No se puede saber, las búsquedas del otro no siempre son luminosas, en ocasiones no dan respuestas, sino que sólo comparten dudas. Pero a la persona que sale de Hogwarts y sus cálidos rincones, le gustaría saber si tener las mismas sinrazones, puede llevar al mismo propósito.
«¿Hay personas así, para cada uno de nosotros? ¿Alguien que sea para nosotros, aunque ninguno de ambos lo sepa? ¿Sueñas con alguien y ese alguien sueña contigo, aunque no despierten juntos? Posiblemente Knockturn Alley sea la interrogación, y las personas sean la pregunta.»
Snape asintió:
-De ser así, si la pregunta está hecha, la respuesta, necesariamente, vendrá.
Snape y Pansy contemplaron el cielo azul, su vasta inmensidad, donde las nubes brillaban y un cometa se encendía, en caída, hacia el final del firmamento estrellado…
Sobre ellos, por debajo de la Luna y las nubes claras, un grupo blanco, vasto, avanzaba lentamente, cuyo enorme número permitía distinguirlos en lo alto, aleteando. Eran pegasos, que por el cielo azul cobalto volaban rumbo a Oriente…
-Me gustaría saber si habrá alguna respuesta, allá arriba -dijo Pansy Parkinson.
La voz de Pansy Parkinson, más que decir, evocaba.
Severus atendió al perfil de la chica, sus rasgos breves, las cejas definidas, la nariz delicada, sus labios llenos.
Y Snape intuyó que los ojos de Pansy Parkinson quedarían grabados en su mente.
-¿Alguien lo sabrá? –aventuró ella.
-Tal vez alguien, en el tiempo que lleva el mundo, lo haya sabido –opinó Snape–. Si no lo contó a nadie y el secreto se perdió, no importa. Con uno de nosotros que logre saber o amar, tan solo una vez o tan solo un momento, todos seremos dueños del misterio.
-El misterio –repitió Pansy Parkinson, oteando de nuevo a la Luna–. El misterio es lo que me hace falta.
