Soledades de Cat Sìth
Severus abrió los ojos en un cuarto desconocido, con un tremendo dolor de cabeza, a latidos que le golpeaban los ojos.
La luz del día por una ventana empañada también lo lastimó, y lejanamente recordó que la noche anterior, tuvo combate. Un peleador que cayó de forma tan contundente como las victorias de que se ufanó.
Y esta mañana, ella estaba acostada a su lado, medio cubierta por la sábana.
Snape la sujetó de un brazo y la hizo girar hacia él, sin miramientos.
La chica despertó, pero sus facciones enojadas se difuminaron con la penumbra, vagando en su identidad, sin saber si era conocida o desconocida, aunque poco a poco reconoció los ojos de…
-¿Hermione? –preguntó Snape.
Ella se levantó bruscamente, desnuda.
-Detesto esas dudas de ebrio –le reclamó.
Snape recordó lejanamente un encuentro al salir de la arena, a esta rubia, bebidas, ida a este cuarto, no más.
Se levantó, llevando solo el pantalón arrugado y sin cinturón; se encogió de hombros y espetó:
-Si me quedé dormido, es porque seguro follas del carajo.
-¡Estúpido! –despeinada, una Hermione con el rímel corrido, con la varita le lanzó una botella de whiskey de fuego, que él sorteó apenas y reventó contra una pared, derramando su considerable contenido.
Snape contempló aquel atentado, mientras la chica salía con prisa, medio vestida.
Diantres. Qué forma de desperdiciar el whiskey.
Oyendo los taconazos airados de la chica, Snape abrió la ventana para reemplazar el aire viciado del cuarto de hotel, por el sucio, pero frío, aire del Callejón.
Dejó que el fresco le lamiera las sienes… Lamentó haberse metido a ese hotel e invitar los tragos a esa mujer con rasgos parecidos a los de Granger, en vez de aprovechar el whiskey él solo.
Los vidrios de la botella se esparcían por el suelo, y Snape consideró recoger algo del líquido, de alguna manera indigna.
Se resistió y debajo de la desvencijada cama encontró otra garrafa, que tenía un último trago, olvidado anoche.
Snape echó la cabeza hacia atrás para que el líquido resbalara por el cuello de la botella, extrayendo la última gota hasta su sed.
El calor del líquido no fue reparador. Se apretó las sienes. Qué asqueroso dolor de cabeza.
La parte buena de la jaqueca era que la cicatriz del cuello no le pulsaba. Su dolor se amortiguaba a considerable distancia.
Se vistió, salió del hotel y fue al edificio gris de puerta y escalera estrecha, en el 17 de Cat Sìth.
Subió hasta su habitación en la azotea del descuidado edificio, un cuarto entre seis que ocupaban magos y brujas solitarios.
Cerró la puerta y se quitó la ropa, para bañarse a golpes de agua helada con una palangana de metal. Entre sus borracheras, mantenía la disciplina de estar limpio. Tenía cambios de ropa lavada, planchada, se aseaba cuerpo y boca con esmero. Le desagradaba apestar a alcohol, tabaco y sudor.
Aunque habituado al agua fría, bufaba un poco, y la incomodidad le trajo a la mente su confusión de aquella rubia con Hermione… ¿La había elegido por el parecido?
Snape descubría que una brasa de Hermione permanecían dentro de él. Era una imagen bella, guardada con algo de cuidado. Una belleza real por lo que ambos eran al estar juntos… Pero en esa brasa también ardía la Hermione que fue cambiando, sin que él se diera cuenta al inicio. Nada hasta esporádicas señales, actos a medias, silencios.
En la presencia de Hermione en el colegio fue infiltrándose un sinsabor. El gusto semiamargo fue que ella tuvo una serie de pensamientos, de los cuales a Snape solo le comunicó el final; por lo tanto, su partida fue lógica para ella y sorpresiva para él.
Tuvo que verla partir en decisión inapelable y después saber que se casó con Ron Weasley. Todo lo que Hermione previó en su raciocinio, del que tanto se ufanaba cuando le favorecía.
-La razón debe dominar al corazón, Severus –le había dicho Hermione, antes de partir.
El corazón era él, la razón era Ron Weasley. Snape lo fue descubriendo conforme sucedió. Y Snape fue haciéndose consciente que su sentir por Hermione, la manera como la codificaba, era menos hermosa al confrontarla con la realidad. Había una Hermione a la que conservaba y a veces sentía que podía ver: estaba la Hermione que se fue y desapareció de su vida. Entonces, ¿por qué la recordaba como era, como antes de todo?
Salió del área de baño y al vestirse apareció la imagen de Parkinson, a la que había visto cinco noches atrás, en la arena.
A veces Pansy iba a las peleas, a veces no. A Snape le agradaba estar de nuevo solo cuando ella se marchaba, y también le agradaba que la Slytherin apareciese sin más, sin preguntar detalles, sin mostrar preocupación por él. Era como si Parkinson diera por hecho que él era un peleador y dar todo por normal, aun las heridas y las derrotas. No tenía los motivos de Hermione, tan profundos, tan comprometidos con él, con su aire de ser para siempre y que terminaron en nada.
Snape consultó su calendario de peleas. Se dedicó a hacer movimientos de varita, en silencio.
A esa hora, Pansy se encontraba en Hogwarts con otros Slytherin en El Cuadrado, fumando.
Podían hacerlo en la Sala Común, pero no querían que tomara olor de tabaco. En este patio habían encontrado un punto ciego desde los pisos de arriba, creado cuando el castillo se remodeló solo, reforzado por un árbol frondoso apenas trasplantado.
Sentados en círculo, Pansy se había vuelto líder informal de los Slytherin. Draco no había regresado a completar el curso, sus potenciales herederos no eran nada, pues Nott se instalaba en el ser indiferente, Zabini y Crabbe dormían el sueño de los ineptos y Goyle estaba metido en alguna faena turbia en Knockturn o en sus alrededores.
-¿Volveremos a imprimir Contra el Peligro Muggle? –le preguntó uno de quinto.
-Sí –respondió ella, un poco ausente.
Había visto a Snape al final de su última pelea. No conversaron, como en la estación de tren. Solo fumaron un cigarrillo en las gradas de la entrada a la arena, ya vacía.
Pansy se sentía cómoda con ese llegar cuando quisiera, irse cuando lo deseara y que Snape no le preguntara nada. Le venía bien que él no le dijera cosas que ella no pretendía saber.
La arena era un paréntesis, un poco sórdido, pero un paréntesis en el caos flotante dejado por la guerra y crecido por los veredictos conciliadores del Tribunal que llevaban meses desilusionando a casi todos. Demasiadas emociones, rencores, pérdidas e intereses intocables.
Y ahora que el alumno le preguntó si volverían a distribuir aquel libro prohibido por los vencedores, el hecho daba a Pansy un sabor de nostalgia, como quien busca revivir algo muerto, sabiendo que lo muerto no retorna.
Estudiantes de las otras casas caminaban o se sentaban por el patio. A Pansy Parkinson no le agradaban muchos de ellos. No terminaba de aceptar a los mestizos, pero la mentira con que Voldemort -qué raro decir su nombre- envolvió las aspiraciones de pureza, era una mancha. La pureza no fue garantía de victoria y eso puso en duda sus bases elementales. No le permitió recuperar lo perdido. Al contrario, se percibía vetusto.
Y lo peor, lo revelado por Potter en el Tribunal gracias a que conservaba alguna forma de unión mental con Voldemort y retenía algunos de los recuerdos de éste, era que el Señor Tenebroso había un… mestizo.
Aquello había sido una infamia y una oprobiosa vergüenza para los Sagrados. La sangre pura descubría una vulgar tontería en un tema que le fue fundamental y que llevó lo sagrado al terreno de lo ridículo. Pero Pansy Parkinson había reído de eso en la cara de sus padres, en su gran salón de alfombras y tapices rodeados por los óleos del pasado glorioso.
Una bofetada que le intensificó la sonrisa de desprecio, gritos de sus padres que la hicieron reír más, tragándose las lágrimas, mostrando su decepción de ellos en más burlas; su padre iracundo que rozaba Azkabán no la mató por intercesión de su madre, que habría visto el crimen como una mancha al apellido. Pansy volvió a Hogwarts en exilio familiar, donde ella empezó por difundir una versión de las viejas tradiciones sin las manchas cercanas. Buscando la verdad sin los errores. Había reclutado a casi todo Slytherin. Pero se dio cuenta que apelaba a un pasado muerto.
Había buscado a Snape por hablar con alguien que no fuera del colegio atascado en un pasado que se buscaba revivir, según la procedencia. De profesor, Snape había sido respetado y más, temido. Y cuando al ser director se comprobó que era mortífago, generó admiración en los Slytherin. Pero éstos se vieron tratados por su amo, Voldemort, como trató a los demás, sin diferencias, sin reconocer su estatus. Los trató como a los Gryffindor. Los usó para sus propios fines. ¿No había uno solo que no estuviera sumido en el fango? ¿Ni siquiera el Jefe de Casa?
Y cuando se supo que Snape fue oponente del Señor Tenebroso, Pansy vislumbró una nueva complejidad en el Director derrocado y la mejor expresión de las virtudes de Slytherin, más válida para ella por el hecho que Snape era vilipendiado… Ser vilipendiado significaba ser incómodo. Ser incómodo era tener algo de verdad contra la versión rosa de la guerra representada por el Trío Dorado. ¿No sabía ella misma qué era ser vilipendiada e incómoda, como parte de la malvada Casa culpable de la guerra?
Con Snape no había que dar justificaciones. Ambos eran semejantes en esa forma crepuscular de mostrarse a medias. Se parecían en el estar sin pertenecer por entero. Eran semejantes en el tener dolores desconocidos por todos. Incluso en lo nimio, como decir verdades por alusión, aceptar sarcasmos y soltarlos con veneno extra. Aquello le había causado una secreta diversión, un placer silencioso cuando oyó a Snape en clase hablándoles así. Eran parecidos en el saber emboscarse. Tenían un aire oscuro semejante. Snape, como ella, no decía hola, ni hasta pronto, ni ¿cuándo volverás? Tampoco la miraba de arriba abajo con lascivia. A decir verdad, Snape era un poco indiferente con ella. No obstante, él había escuchado sus inquietudes en Aviemore.
-¡Basta de relajamiento, señoritas y señores! –anunció una voz calma, aplaudiendo para apresurar, acercándose detrás del árbol trasplantado.
-Llegó la Perra de Britania –murmuró Pansy, expulsando el humo.
Desaparecieron los cigarrillos con magia y dieron un trago de los botellines con la pócima que eliminaba aromas, incluidos los flotantes.
-Me parece que es hora de prepararse para las siguientes lecciones, ¿no lo creen? –anunció la directora MacGonagall, desaprobante, llegando tras el árbol.
Le respondieron con silencio. Pansy añadió una mirada sin parpadear, grave.
La odiaba. Odiaba a esa tipa petulante, su voz digna y autoritaria y su nariz de bruja, alzada en eterna majestad.
-¿No me oyó, señorita Parkinson? –Minerva alzó una ceja.
-No estoy sorda… Madame.
Ninguno tragaba a McGonagall, de la que recordaban su: "El resto de la Casa Slytherin…" cuando los expulsó del colegio.
En Pansy era peor. Que la mandara seguir a Filch lo tenía como aguijón en las sienes. Cada que la veía u oía, el enojo bullía en su garganta. Se preguntaba si en algún momento tendría el suficiente poder como para retar a McGongall a duelo y dejarla lesionada de por vida.
Minerva captó la mirada de odio, sin que la sorprendiera. Supo que de imponerse a Parkinson ordenándole levantarse, ésta podría ser capaz de una respuesta violenta.
En Parkinson existía una corriente de ira en lava subterránea. Parkinson no mostró duelo por la muerte de Cedric Diggory y lo explicó diciendo que el chico fue un héroe de ocasión… Si eso le ocurrió con un mártir, Minerva intuía que la Slytherin albergaría los peores sentimientos hacia ella. El problema era que no podía castigarla o expulsarla. Vendría Skeeter y acusaría a la subdirección de ser dictatorial con chicos que merecían comprensión por las huellas de la guerra. Y McGonagall necesitaba ser directora de Hogwarts, para mantener el legado de Dumbledore. Hogwarts la necesitaba para mantener el viejo orden que ella encarnaba.
-Cada cual es responsable de no graduarse –dijo de todos modos, y se marchó.
Con malabarismos de los dedos, aparecieron los cigarrillos en las manos de los Slytherin, pues los tipos de Trackleshanks les habían enseñado a ocultarlos con un sencillo pase de magia manual.
Pansy lo aprendió cuando fue a comprar las cajetillas, dejando los galeones sobre el mostrador de madera, entre los barriles de anillas delgadas con hierbas secadas al sol y los anaqueles altos. La clave era pedir polvos de belladona.
Al salir, en una de las paredes de Knockturn había visto el cartel que anunciaba la pelea entre Severus Snake Snape y un tipo rapado y malencarado que posiblemente se llamaba El Rudo Schenkhall.
-¿No iremos a clase? –quiso saber uno de sexto.
-¿Eres Gryffindor? Si es así, lárgate –Pansy dio una calada al cigarrillo.
Tuvo una idea. Pensó en repartir imágenes de Snape por el colegio para hacerle simpatizantes y dar un golpe a la vieja bruja.
-¿En qué nos beneficia no ir a clase? –Nott suspiró, indiferente, poniéndose las palmas detrás de la cabeza, recostándose- Eso nos saca de la vida del colegio.
Pansy se lo había pensado antes y luego de dudar bastante, tomó la decisión.
-Pareces nuevo, Nott. Al no ir a ciertas clases, damos ejemplo –señaló con el mentón a los alumnos que se levantaban y los soslayaban-. Míralos, nos ven y se preguntan si está del todo mal, matar la clase que sigue. Eventualmente nos copiarán.
-Nos copiarán y la bruja se pondrá más estricta –Nott se puso una brizna de hierba en los labios.
-Bingo. La Perra de Britania pertenece a la vieja escuela –Pansy exhaló el humo–. Cree que todo se arregla con regaños, tronar dedos, su estúpida voz virtuosa y blablá. Como era antes de la guerra. Con esto, ella dará órdenes más estrictas. Y ya no está el viejo zorro de Dumbledore, que le aconsejaría más inteligentemente.
-¿Entonces?
-Entonces la gente se hartará de tanta disciplina. El primer decreto de la bruja en pro del orden les recordará a Umbridge. Si se pone estricta con nosotros, aparte de los que se alegren, recordará a muchos el régimen mortífago en el castillo. Habrá más deserciones escolares. Es un campo de oportunidades para nosotros. Sabotear desde dentro-
Los chicos lo pensaron y Pansy reviró:
-¿Dudan? Este colegio destruyó a Slytherin. Lo puso a competir con Gryffindor y favoreció a éste. Si bien Los Que Sabemos han sido parte de nuestra Casa, el colegio nos puso un estigma gratuito. Nos volvió la contraparte mala del buen Gryffindor. Nos volvió el enemigo a vencer las copas que ganamos por derecho. Si Potter tiene razón en lo que dice, entonces Hogwarts también destruyó a Snape, al proteger a sus acosadores y volverlos héroes.
Los demás asintieron. El solo desafío a la dirección ya era emocionante. Y esto tenía más proyecciones, como lo habían conversado.
-Detesto este Hogwarts –opinó Pansy–. Si se desploma, quizá nazca un colegio sin autoritarismos.
-Por Merlín –asintieron los demás.
Algunos alumnos los soslayaban y parecían dudar en levantarse.
-¿Y dónde has estado estas noches que llegaste tarde? –preguntó Nott, divertido.
-Donde no te importa –exhaló el humo, seca, como si buscara algo por ahí.
Nott sonrió.
Pansy decidió posponer el publicitar a Snape. Eran más gratificantes sus escapadas a la arena sin nadie que la siguiera.
Fueron a la siguiente clase llevando sus alforjas a paso lento, entre los alumnos que corrían, los profesores que aplaudían para apresurarlos, Flitwick, Pomona, Vector, con su talante del pasado y el deseo ardiente de continuarlo. Para ellos no había mundo fuera de los muros de Hogwarts.
La siguiente vez Pansy no fue a la pelea. Llamó a la puerta de Snape una mañana de viernes y éste la dejó pasar, dejando abierto, yendo al único sofá que tenía.
Pansy, de uniforme y alforja, lo había localizado preguntando en las inmediaciones de la arena, en aceras y locales, hasta que una bruja le señaló la callejuela Cat Sìth y en ella, un mago manco le indicó el #17.
Snape pensó que si Parkinson deseaba verlo, lo lógico era indagar dónde vivía, porque él no le dio su dirección. Su presencia explicaba sus propósitos, así que no había nada qué preguntar. Que otros se extrañaran por los métodos. Esto era algo que él habría hecho.
Parkinson irradiaba una extraña familiaridad, como si retomaran una conversación suspendida años atrás y volvieran sin necesidad de aclaraciones.
La Slytherin dejó la alforja en el catre, donde se sentó, subiendo las piernas, dejando los pies al aire, recargada de espaldas en la pared, viendo por la única ventana.
Estuvieron en silencio un rato, hasta que ella dijo:
-¿Sabe que Bellatrix fue exonerada póstumamente?
-No leo ese pasquín llamado El Profeta –Snape sonrió, despectivo.
Ella siguió, la mirada hacia el cielo gris.
-La noticia llegó esta mañana al colegio –comentó–. El Tribunal declara a Bellatrix como víctima de las Artes Oscuras. Las muertes que provocó se consideran, en el veredicto dado a las cuatro de la mañana, como ocasionadas por Imperius de Voldemort. Así salvan el renombre de dos apellidos respetados.
-¡Renombre…! –bufó Severus en el sofá; llevaba sin abotonar las mangas de la blanca camisa y se las acomodó- ¿Cuánto tiempo llevan los juicios?
-Un año y cinco meses –Pansy se levantó y fue a la ventana–. Ya pasó el de los mortífagos, el de los 28 Sagrados, el de los profesores, el del Cuerpo de Aurores y el del Departamento de Educación Mágica. Los otros tomarán al menos el resto de este año.
-No hay que ver noticias hasta entonces. Ya se saben todas. Imagino que se recuperan la alianzas de antaño –opinó Snape y se alisó el cabello mojado.
-Lucius Malfoy ocasionalmente visita a McGonagall –comentó ella, casual –. Supongo que usted tiene razón.
Snape asintió. Era obvio.
-Y Potter sigue defendiéndolo –Pansy oteaba en varias direcciones–. Ha sido llamado a cada juicio, al menos a la mitad de las comparecencias.
-La culpabilidad, redime –Snape asintió–. ¿Le agrada el paisaje de Knockturn?
-La luz matinal de Knockturn me recuerda a la melancolía –dijo Pansy, mirando sobre los edificios–. Este mundo estuvo aquí mientras yo estudiaba e intrigaba. Me decían que era indigno; sin embargo, sus tejados irregulares, los cuartos en las azoteas, el sol bañando la pobreza, el abandono, me recuerdo que hubo mucho que no conocí. No está mal ver ahora los mundos que corren el paralelo del que era nuestro. Podría no haber visto nada de esto. Es más real que la sangre pura.
Pansy se recostó en el catre, con cierto desenfado.
-¿Tiene pelea hoy? –dijo el cabo de un rato.
-El miércoles de la semana que viene –se revisó los nudillos.
Silencio.
-Apostaré de nuevo por usted –Pansy veía el techo.
La voz de Parkinson quedó flotando en la habitación. Lineal, clara, concisa, sin inflexiones especialmente cálidas pese a la promesa de apostar por él, pero llena de seriedad.
Snape pensó que Parkinson no era de falsedades. Podría ocultarse, urdir, tal vez seducir, pero la impulsaban verdades. Snape pensó que si Parkinson prometía algo, lo cumpliría. Quizá no tendría una poesía especial, pero eso no implicaba que no tuviera significados.
Y recordó a Granger en su habitación de Hogwarts, cuando conversaban.
Snape se encontró, no comparando, sino reflexionando en ambas desde la perspectiva que le daba su distanciamiento.
Hermione Granger era solar. Pansy Parkinson era lunar. Granger era una revelación de luz. Parkinson se manifestaba nocturna. Granger era abrir plenamente un velo. Parkinson era vislumbrar poco a poco.
-¿Tiene un cigarrillo? –quiso saber ella.
Snape le acercó la cajetilla con magia, por el aire, de donde salió un cigarrillo que ella tomó y que se encendió exacto cuando ella tiró de él.
-¿No lo persiguen por las peleas? –Pansy se quitó de los labios una brizna de tabaco– Sé que no son legales.
-Empezaron ilegales, fue idea de los de Dystyl Phaelanges –Snape se encendió un cigarrillo–. Las peleas se llevaban a cabo en lugares distintos, con pocas horas de aviso para evitar las redadas de aurores. Pero conforme avanzaron los juicios, el Ministerio fingió no saber y según se cree, decidió que los combates servirían para desahogar la inconformidad por los veredictos. Así que se instaló la arena. Creo que fue una bodega de Gringotts hace siglos. Algo sobre tráfico de esclavos elfos.
-La sangre llama a la sangre –opinó ella, dejando subir el humo.
Severus asintió.
-Debe ser una ley de la vida.
Ella terminó el cigarrillo y cerró los ojos.
-No había estado en una habitación así –susurró -. Espero que no haya trolls.
Su respiración se acompasó. Dormitaba.
Snape siguió fumando, apoyando el codo en el respaldo del viejo sofá, exhalando el humo mientras afuera un gato maulló, un vagabundo lanzó una maldición y cacerolas para pociones chocaron entre sí, al pasar flotando por la callejuela.
¿Por qué Parkinson confiaba en él?, se preguntó. ¿Qué le impedía a él inmovilizarla estando dormida? Tal vez Parkinson sabía que Snape no era tan burdo. Lo que ella le dijo sobre él en la estación, lo dejaba pensativo. ¿Quién era él? ¿Acaso era alguien que él mismo no sabía, habituado a creer que sus errores eran su carta de presentación?
Recostada de lado, de cara a él, de piernas recogidas, una palma en la mejilla del rostro relajado, Parkinson cambió el ambiente del adusto cuarto. Severus pensó en ella, en el ritmo de su respiración.
Parkinson había dejado Hogwarts en viernes, al enterarse de la exculpación de Bellatrix. Snape dedujo que la que antes Parkinson admiró, ahora le era detestable. Tal vez más que a Parkinson más le dolía era la decepción que no hubiera un escarnio póstumo. A final de cuentas, Bellatrix había dado la espalda a los principios de su Casa al someterse de forma abyecta a un tirano. No tuvo problema en destruir Hogwarts y matar Slytherin. Posiblemente Parkinson también detestaba al Ministerio, por no tener fuerza para acabar con sus enemigos, no tener valentía para pisotear el nombre de los traidores. Siendo así, la disciplina de Hogwarts, las clases, debieron resultarle pueriles esa mañana.
Snape jamás habría estado cerca de un alumno con problemas. Lo habría echado e insultado. Pero conocía decepciones como las de Parkinson. Tal vez le ocurría como a él, que en días, el colegio lo asfixiaba. Esas decepciones profundas, íntimas, que pueden sentirse hacia figuras, los padres, amistades, hacia uno mismo, hacia creencias. No era banal.
Pansy Parkinson… era real. La observó intentando comprenderla. Comprender a otro era algo que Snape hacía mucho no hacía. Pansy Parkinson, llegada de la nada, con motivaciones que le explicara a medias, estaba tan a la deriva como él. Pero no se aferraba a la conocido. Draco Malfoy no mantendría las soberbias de antaño, seguramente se derrotaría, se casaría con otra sangre pura, sería padre y esperaría que el mundo olvidara lo que debía y no pagó. Pero Pansy no se resignaba a dejarse llevar.
Con su cabello a la egipcia, sus densas pestañas negras, sus labios entreabiertos y su suave respirar, con su camino, aun con sus fallas, se destacaba en la habitación, en sus paredes descascaradas, el buró a su lado, la mesa con la jofaina y la silla, el armario desvencijado, el sofá donde él estaba y la luz que caía sobre el suelo. Parkinson se destacaba, adelantándose, sin nada que la tocara, más nítida que el mismo Callejón. Pansy estaba viva, precisamente por sus encrucijadas.
Snape se remangó, observando la Marca en su antebrazo.
-No se la borre –susurró Pansy, sin moverse al despertar.
Él asintió, repasando las curvas del tatuaje.
-Lo intenté, pero es imposible. Vuelve a salir pues está impresa en el hueso y la alimenta mi sangre. Después se volvió mi signo. Por la Marca me apodan Snake. Y decidí que es parte de mi historia. Antes me avergonzaba, ya no –caviló–. Pero a veces me extraña no sentir el mordisco. Fue tan importante y está muerto. En ocasiones creo que me arde. Pero el que me convocaba ya no existe. Me pregunto si ese dolor irreal significa que quiero ser llamado a otro lugar.
-¿Y si la Marca lo llamara?
-Me marcharía para siempre.
Pansy se levantó.
-Es un buen recurso –señaló la jofaina, yendo allá– ¿El agua está limpia?
-Claro, Parkinson –él alzó una ceja–, no me lavo con alcohol.
Pansy se remojó la cara y soltó una risa. A la chica de alcurnia no le importó hacer una pregunta descortés y le divirtió la idea de Snape.
-Tuve unas noches de insomnio –dijo, secándose la cara–. No me di cuenta cuándo quedé dormida.
Snape se encogió de hombros.
Ella volvió a otear por la ventana.
-Originales estas habitaciones en las azoteas –comentó–. Desde aquí se ven bastantes, terrazas y terrazas con puerta, una ventana y brujas haciendo no-sé-qué. Es como otro Callejón, por encima del conocido.
El ir y venir de Pansy irradiaba un breve perfume, y más cuando sentó en el sofá, al otro extremo de Snape, de perfil a él.
La chica se peinó con una mano, el cabello negro impecable.
-Recuerdo las Ciencias Muggles –comentó–. Las tomé para conocer mejor al enemigo. No iba a presentar los T.I.M.O. de la asignatura porque venceríamos antes de la graduación. Increíble cómo pueden vivir sin magia. Bien, usted vive de esa forma que ellos llaman monacal.
Snape repasó su propio adusto cuarto.
-No tomé esa materia, pero sé de qué se trata. ¿Ha estado en el mundo muggle?
Pansy medio sacó la punta la lengua.
-Claro que no. Guac.
-Yo tampoco, pero hay cierta comodidad en lo monacal –él señaló aquí y allá–. Un espacio para entrenar, otro para estar. Dormir, aseo, comer. Pocas necesidades y escasas pertenencias.
-Le vendría bien a la Perra de Britania –opinó Pansy–, está demasiado…
A su pesar, Snape cerró los ojos y sus labios de torcieron de lado, en una suerte de sonrisa caprina.
-¿No le parece bien? –no supo si la sorpresa de ella era cierta o de juego– Hay un animal fantástico…
-Debió ocurrírseme a mí –asintió él–. Bien… en cuanto a lo monacal…
Un pase con la varita y las tres paredes de la habitación se llenaron de anaqueles de piso a techo, repletas de libros de guardas coloridas.
Parkinson quedó boquiabierta.
-No son míos –aclaró Snape–. Los descubrí una noche que llegué de una pelea.
Con la varita sacó varios, pero no quedaron huecos, sino que lo ocuparon otros libros.
-No había vuelto a abrirlo. Creo que nunca lo volveré a hacer. Ah… pero ese librero… -señaló el verde.
-No lo sé –admitió-. Esos libros no son míos. Hace cerca de ocho meses leí varios, pero si suelta uno, vuelve al anaquel y nunca lo encuentra de nuevo.
Admirada, Pansy hizo otro pase y vació una fila entera, pero se llenó a su vez.
-Hay otro y otro –confirmó Snape–. Creo que es un librero infinito.
Los libros volvieron a su lugar, sin otro movimiento, como si el espacio hubiera estado desocupado.
A Pansy no le interesaba el conocimiento de los libros, sino el misterio.
-¿De quién serían? –atrajo uno y lo abrió, hallando el Exlibris–. Vaya, el signo de Ravenclaw y abajo Theresa Farnsworth.
-Probablemente una bruja más poderosa que Voldemort y más sabia que Dumbledore fue dueña de este librero. Vivió aquí, olvidada de todos. Los grandes no buscan el poder fuera de sí mismos.
La tarde llegó, como posponiendo el despedirse.
La noche cayó, y las franjas de luz de los edificios de enfrente pasaron a través de la ventana, hasta ellos dos.
Pansy giró hacia él y posando un brazo en el filo del respaldo del sofá, lo vio a los ojos.
Él hizo lo mismo y le regresó la mirada.
Podían buscar más. Ambos eran atractivos. Pero ninguno buscaba aventuras. Estaban ahí porque la soledad los expulsaba de lo conocido, de lugares donde no pertenecían, de ideas, sentires, formas de estar donde no se acomodaban. En un naufragio, se aceptaban. En el limbo todo sitio es igual a otro. En las pérdidas, encontrar algo, se guarda aunque no se sepa por cuánto tiempo.
¿Snape y ella sentían algo importante? ¿O era un sentir de muchos, sin rumbo por la catástrofe de la guerra? Hallarse en el caos y mirarse por un momento.
Pansy dejaba de creer en lo que había creído, el fuego de antes no existía, y a cambio quedaba un mundo en ruinas. Knockturn y el cielo susurraban horizontes desconocidos.
Pero no todos deseaban huir. Estaba McGonagall, los profesores, muchos estudiantes. Ellos deseaban seguir en el viejo mundo amado, en las clases, el coro, el ajetreo diario. Todo aquel que llegara con nuevas inquietudes debería adaptarse a ello. El renovado Sombrero Seleccionador y las emociones de promesa. A Pansy Parkinson le quedaban dos años para graduarse. No estaría mal dejarse llevar por la rutina, a su modo cálida. Su invitación al olvido. Al que se sentía tentado el mismo Potter.
-Si la Marca lo llamara lejos, ¿se iría sin decir adiós? –preguntó Parkinson.
-Los adioses son innecesarios –opinó Snape–. Uno se marcha antes de despedirse.
Pansy lo observó. Era como sentía ella. Un amor no inicia al decir «te amo», el aborrecimiento no empieza al gritar «te odio». Estar juntos y separarse, primero ocurre en el corazón.
Pansy supo que un día podía llegar a la arena o a esta habitación, y Snape no estaría.
Como Snape sabía que ella un día podía no venir más.
Pansy Parkinson no estaba ahí para ocupar un lugar. Ni ella lo buscaba, ni él lo quería. Snape estaba seguro que el tiempo devoraría esta noche.
Y esa facilidad para dejar de verse, hizo importante el encuentro fugaz.
La mirada seria de Pansy Parkinson, que parecía no dejar recodo donde ocultarle nada.
Sus largas pestañas negras, el velo de una mirada grave que parecía comprender más de lo que decía, un saber sin necesidad de preguntar. Apoderarse de algo solo con mirarlo. Tomarlo, y no saber si querría retenerlo.
Se miraron, por primera vez abiertamente, sintiendo lo insondable del otro.
¿Estás ahí? ¿O al verte, eres un recuerdo? El recuerdo de lo que sentí y de lo que creí. El recuerdo de cómo te consideré. O eres un presente, del que desconozco su significado. Tal vez el cielo de Knockturn pueda decirlo.
Quedaron viéndose a los ojos, serios, graves, sin saber qué se decían, pero hablando en silencio.
