Donde Los Deseos Pueden Quedarse
Capítulo 16
Cuando despierto, Edward no está, pero ha dejado una nota diciendo que fue a comprar el desayuno.
Salgo de la cama sin perder más tiempo y me voy directo al baño. Mientras estoy terminando mi ducha rápida, escucho que Edward regresa y de repente me acobardo. No quiero enfrentarlo porque hacerlo significa conocer sus razones y conocer sus razones significa aceptarlas y dejar que el pasado vuelve a arruinarme todo.
Lo escucho mover cosas en la habitación y salgo del baño usando mi bata y con el pelo cepillado. Edward ha hecho la cama, no pulcramente como el hotel, y ha recogido nuestras ropas desperdigadas por el suelo alfombrado. El desayuno espera en la mesa junto a la ventana y teclea en su teléfono.
No lo saludo. Tengo miedo de que no responda aunque dudo que sea así. En lugar de eso, camino hasta el buró y me coloco mis audífonos inalámbricos, selecciono una canción en mi celular y me visto a sus espaldas.
Edward sigue tecleando en su celular y menea la cabeza de vez en cuando. Luce molesto, así que no me atrevo a decir nada.
Cuando estoy colocándome el suéter sobre mi body térmico, me mira finalmente.
—Tu desayuno está ahí—señala con su cabeza.
— ¿Tú no vas a desayunar?—pregunto.
—En cuanto termine de bañarme. Puedes esperarme si quieres—dice y luego se encierra en el baño.
—No estoy molesto contigo—miente. ¿O no?Decido esperarlo, me siento en la cama considerando mis opciones. Enfrentarlo puede ser sinónimo de discusión, no enfrentarlo es sinónimo de un viaje tremendamente incómodo por carretera y avión.
Me da frío por mi cabello, así que entro al baño sin tocar y comienzo a secarlo.
Edward termina y jala una toalla, envolviéndola en su cintura. Usa otra para restregarse la cabeza con ambas manos y no puedo evitar mirar su espalda. Dios, quiero lamer esas gotas.
Me armo de valor y mientras se está vistiendo, lo miro descaradamente, tratando de atraer su atención. Su celular suena y rápidamente se lo lleva a la oreja. Lo sostiene contra su hombro mientras se pone los calcetines.
Escucha atentamente por unos segundos y luego suspira.
—Mierda, no, Emmett. El pedido ya estaba hecho… No estás escuchando… Se suponía que Paul lo tenía previsto… De acuerdo…—decido levantarme y comenzar a comer. Edward se pasa una mano por el pelo y se levanta, listo, caminando hacia la mesa.
—Emmett, Emmett…—trata de tranquilizarlo—. No seas tarado, haz lo que Paul diga—. Rueda los ojos y abre el bote de miel para echarle a sus waffles.
Mordisqueo una salchicha y la vuelvo a dejar en su plato. Amo esas salchichas y no me trajo ninguna. La toma con su tenedor y me la ofrece, frunciendo el ceño ante las palabras de su amigo. La atrapo con mis dientes y sonríe levemente. Me acaricia la mejilla y me confunde. ¿Acaso no está molesto?
—Emmett esas son las órdenes de Carlisle—dice, cansado—. Sí, Emmett. De acuerdo, adiós.
Y cuelga.
— ¿Todo bien?—pregunto, en un murmullo.
Asiente con su cabeza y comienza a partir sus waffles.
Comemos en silencio por los primeros minutos y no me mira.
— ¿Por qué estás molesto?—cuestiono, finalmente. La ansiedad crepita dentro de mí, instalándose en mi garganta.
Menea la cabeza.
—Emmett intentaba…
—No, no—lo interrumpo—. Estás molesto conmigo.
Me mira, finalmente.
— ¿Ah no?
—No—responde—. ¿Por qué lo estaría?
—Bueno, ayer te pusiste algo raro después de la tienda y me has ignorado desde entonces.
—No te he ignorado—evade, sin mirarme.
Ante mi silencio, levanta lentamente la mirada. Luce arrepentido. Arqueo una ceja.
—No te estaba ignorando—explica—. Te estaba evitando—señala con su tenedor.
—Mala suerte que estás atascado aquí conmigo, ¿no?—mascullo, mordiendo un trozo de jamón de mi bagel.
—Lo lamento, sólo estaba algo…—se calla de repente.
— ¿Algo qué?
—Algo celoso, creo—dice y por primera vez lo veo ruborizarse. Sus mejillas se colorean y la vena de su frente se salta.
— ¿Celoso? ¿Por qué?—murmuro, con voz suave. Sé exactamente por qué pero quiero que me lo diga.
Se encoge de hombros, fingiendo que sus waffles son muy interesantes.
—Dime.
Ante mi suave voz, no puede negarse.
—Jacob y… Mike—dice entre dientes y apenas lo escucho.
—No tienes qué preocuparte…—comienzo, no queriendo restarle importancia a sus sentimientos. Trato de tranquilizarlo.
—Lo sé. Ellos están aquí y tú en Chicago pero…—menea la cabeza y me mira. Sus ojos están tristes, ya no lucen a la defensiva.
— ¿Finalmente te enfrentas a mi pasado, no es así? Es como la prueba tangible.
Edward no dice nada y sé que adiviné sus pensamientos. Y eso me duele. De repente, ya no tengo hambre.
— ¿Lo es?—pregunta luego de un rato de acariciar sus waffles con el tenedor.
La sinceridad a veces no es la mejor opción pero algunas veces permite terminar con el sufrimiento antes. Como la eutanasia.
—Si—murmuro, cediendo—. Pero sólo Mike fue mi novio… o algo así. Ni siquiera importa ahora—. A pesar de todo, trato de suavizar las arrugas—. Lo siento… lamento que hayas tenido que pasar por eso.
Hago ademán de levantarme y envuelvo la mitad de mi bagel en su propio papel, con intención de tirarlo pero Edward detiene mis movimientos.
—No importa ya—asiente—. Tienes razón. Es por eso que estamos aquí. Dije que no iba a importarme.
—Pero lo hace y no puedes fingir lo contrario sólo por algo a lo que accediste sin conocer las consecuencias—me siento, rendida.
—Las conocía—corrige—. Y estoy viviendo otra parte de ellas. Sólo… lo estaba saboreando.
—Lo haces sonar como si fuera algo bueno.
—No lo es—dice—. Pero creo que un poco de celos de vez en cuando es algo sano—sonríe torcidamente y no puedo evitar sonreír un poco también—. Ahora, termina de comer, porque se hará tarde.
Terminamos de desayunar siendo interrumpidos por otra llamada de Emmett y un gruñido de Edward.
Debemos ir a casa de Charlie antes de volver a partir, así que mientras él habla me dedico a empacar nuestras compras del día anterior y la ropa que él sólo dejó sobre las pequeñas maletas.
Recorro el baño y le tiendo su cepillo. Se lava los dientes mientras Emmett se queja al otro lado de la línea y cuando termina, me lo regresa y lo guardo.
Estoy lista y sólo lo espero a él.
— ¿Lo ves, Emmett? No es tan difícil pensar de vez en cuando—se despide y cuelga.
Antes de irnos y tan pronto como cuelga, Edward comienza a besarme y se sube sobre mí.
—Es tarde—murmuro contra sus labios.
Él asiente en un ronroneo y no deja de besarme. Su asentimiento sordo lanza ondas por mi cuerpo y luego envuelvo su cintura con mis piernas. Se restriega contra mí y luego me quita los pantalones.
—Es tarde. Deberíamos irnos—gimo mientras besa mi cuello.
— ¿Dónde están los condones?
—Guardados—murmuro y gruñe.
Camina hacia su maleta y la abre. Por suerte, no la deshace porque están guardados justamente en el cierre.
—Diablos, ¿qué te pusiste?—se ríe mientras tantea con sus dedos mi centro.
Ruedo los ojos y abro el broche del body, Edward observa mis movimientos y luego hace mis bragas a un lado para entrar.
—Dios—gimo en su oído y comienza a embestir.
Tres, siete, quince veces y miro al espejo de cuerpo completo de la esquina de la habitación. Qué escena tan más erótica y vulgar, hace que mi centro palpite y muerdo la boca de Edward.
Me está tomando duro y fuerte, rápido, necesitado. ¿Es un alivio a sus celos? ¿Es lo que necesitaba? No lo sé pero estoy gimiendo contra su cuello cuando alcanzo el cielo y él gruñe en mi oído y se deja caer pesadamente contra mí.
Caigo en la cuenta de que Edward celoso puede ser también peligroso.
~DLDPQ~
Pasamos el resto de la mañana con Charlie y luego comemos con él antes de irnos.
Le prometo venir en Navidad y se niega.
—Ya has venido ahora.
—Sí pero es Navidad, papá.
—La pasaré en la reservación. Estaré bien.
—Es Navidad, papá.
Gruñe y no dice nada más. Me abraza, le beso la mejilla, un apretón de manos entre él y Edward y luego conducimos a Seattle.
Rose y Emmett nos recogen en el aeropuerto de Chicago y nos llevan a casa de Edward.
—Descansa, Bells. Te veré mañana—Rose me abraza y le beso la mejilla.
Esa noche, Edward y yo hacemos el amor hasta muy tarde.
Lo hacemos duro y necesitado y lo hacemos suave y dulce.
Por la mañana, me despierto antes que él, con sueño y sintiendo que me pasé horas en el gimnasio. Lo miro dormir y luego encuentro que le dejé arañazos en la espalda y una mordida en el hombro.
Estamos a mano, en el baño, me doy cuenta de que me dejó chupetes en los pechos y unas marcas rojas en el trasero.
~DLDPQ~
Loki salta a mi regazo mientras rasco sus orejas.
—Adiós, bebé, hasta luego—encuentro su hocico con mi nariz y hablo en mi mejor voz de bebé.
— ¿Sabes? Hace mucho que no cumplimos tus deseos—dice Edward a mi lado, poniéndose sus zapatos.
—Es que ya los hemos terminado—respondo—. Los restantes son imposibles.
— ¿Imposibles?—frunce el ceño.
—Sí, no podemos ir a España así como así o ir a comprarme una casa esta noche…—me detengo antes de llegar al vergonzoso "casarme."
—Queda uno—él dice. Al parecer, Edward ha memorizado mi lista más que yo. Frunzo el ceño, esperando una respuesta.
—Quieres adoptar a un perro—continúa—. Llegó el momento—señala con su cabeza a Loki.
— ¿Si, Loki? ¿Quieres que te adopte?—Loki está vuelto loco a mi alrededor, mueve su cola y no logra mantenerse sentado.
Edward me jala a él y me besa la frente antes de abrirme la puerta al garaje.
—Aunque no cuenta mucho, eh—le digo, caminando hacia su auto—. Loki no está necesitado.
— ¿No?
—No. Su dueño es un poco inepto pero está bien.
—Ja, graciosa—desbloquea mi puerta y entro.
—Aunque lo aceptaré. Es un buen chico.
— ¿Entonces ya puedes tachar el número 9?
—Creo que sí.
~DLDPQ~
Durante el almuerzo, casi me da una convulsión.
— ¿Pueden dejar de mirarse a los ojos, por favor?—gruño, viendo a Leah y a Jane.
—No—Leah gira su rostro hacia mí y me lanza su servilleta, cae en mi pollo a la naranja.
—Idiota—musito.
Leah y Jane están sentadas frente a frente, ignorando su comida y librando una batalla de miradas.
—En verdad, lo digo enserio—molesto.
Jane rueda los ojos.
—No tienes cara para quejarte. Tú y Mr. Guapo hacen eso todo el tiempo.
—Claro que no—respondo, a la defensiva—. Yo no me lo follo con la mirada.
— ¿Segura que no?—Rose intercede, entrando al comedor, burlona.
—Ugh—gruño y le muestro el dedo medio.
En verdad sigo sin acostumbrarme al hecho de que Jane y a Leah salen. Toda mi vida creí que estaban atraídas hacia los chicos y resulta que confiesan justo lo contrario cuando estoy borracha y no puedo recordarlo. Grandiosas amigas que me cargo.
Escuchamos un grito en la recepción. Es Emily y creo que también es Ángela y luego pasos apresurados hacia el comedor.
— ¡No lo van a creer!—Ángela grita, su cara partida en una gran sonrisa. Lágrimas resbalando por sus mejillas.
Emily está sonriente detrás de ella.
— ¿Qué?—Rose inquiere, desde su lugar frente al microondas.
Con un gran grito, Ángela nos muestra su mano izquierda y la gran piedrota ahí.
Me levanto de un salto gritando también y corro hacia ella, abrazándola.
— ¡No puede ser!—Rose se estampa contra mi espalda, y luego estoy en medio de un gran abrazo grupal, sujetando a Ángela fuertemente.
—Oh, Ángela, ¿cómo te lo propuso?
Ángela se limpia las lágrimas con su mano derecha y le quito los anteojos. Suspira, aliviada.
—Oh, el típico anillo dentro de la champaña—dice—. Fue tan lindo, casi me ahogo con él. Fue un movimiento peligroso. Ben se arriesgaba a que en realidad si me lo tragara y termináramos en Urgencias.
—Oww—Jane le frota la espalda.
—Y fue perfecto porque lo sentí contra mis labios. Al inicio creí que era una cucaracha pero luego…—suspira, entre risas—. Luego ¡lo vi y era el anillo, oh por Dios, estoy tan feliz!
— ¿¡Y luego qué pasó!?—Leah la agita por los brazos, Ángela se sacude como muñeca.
—Bueno, lo tomé y lo miré y luego Ben estaba sonriente y preguntó: "¿Ah, qué es eso?" y yo sólo me abalancé contra él. Me pegué en la costilla con la mesa pero no importa, ¡ay por Dios!
Me río porque sólo Ángela y Ben introducirían las bromas en un momento tan serio y perfecto.
—Y es tan tan perfecta la manera en la que lo hizo porque ¡Estuve a punto de asfixiarme! ¿Lo entiendes, Bella?—me mira y asiento.
— ¿Qué tiene de romántico el asfixiarte?—Emily frunce el ceño.
Ángela está sonándose la nariz con una servilleta que Rose le tendió así que respondo.
—Así es como se conocieron. Yo estaba ahí. Le conté un chiste de toc toc a Ángela mientras bebía su café y comenzó a asfixiarse. Luego Ben se acercó y le preguntó si todo estaba bien porque yo estaba riéndome de ella. ¡Oh, Ángela, estoy muy feliz por ti!
—Oh—musita Emily—. Supongo que sí es romántico—dice y su tono es más como pregunta.
El resto del almuerzo la pasamos hablando de Ben.
Estoy muy feliz por Ángela. Ha sido mi amiga desde la preparatoria y es maravilloso ver que ha encontrado a su príncipe azul. Y que ahora lo tendrá con ella. Para siempre. De todas las formas humanas posibles.
La miro a los ojos y le aprieto la mano.
—Habría sido genial que lo escribieras y lo dejaras en el escondite, ¿sabes?—le digo cuando caminamos por el pasillo.
—Lo sé—asiente y suspira—. Tal vez cuando ambas estemos en Forks pueda dejarte una nota.
—Por favor, que sea la nota que diga que estás embarazada.
—Lo intentaré—me sonríe y me besa la mejilla.
~DLDPQ~
La Navidad la paso en Forks. Charlie y yo horneamos tarta de manzana y nuez. Podría decirse que yo la horneé pero no le quitaré créditos al trabajo de Charlie de verter la harina y presionar el botón de la batidora.
Pasamos la noche en la reservación y puedo hablar con Jake. Edward estaba en lo cierto. No ha superado su enamoramiento. Me tiene un regalo. Al parecer, Charlie se encargó de decirles a todos que, como todos los años, iría a verlo.
Jacob me regala una caja musical. La ha comprado en la tienda de antigüedades también.
—Recuerdo que cuando eras niña tenías una, ¿verdad?—asiento, observando a la bailarina girar—. Bueno, espero que te guste.
—Me encanta, Jake—le respondo, sonriente—. Gracias.
El Año Nuevo lo pasaré en Chicago. Charlie tomó el turno de noche ese día en el intento de persuadirme de regresar a casa. Recuerdo cuando Forks era mi casa.
—Papá, vamos, no seas amargado—le ruego.
—Bella, tienes que trabajar y no puedes gastar tanto en boletos de avión—dice. Y sé que tiene razón.
Así que me despido de él la mañana del veintiséis y me subo al avión.
Rosalie me recoge en el aeropuerto y vamos a casa. Podría decirse que hace mucho tiempo no duermo en mi propia habitación pero sería mentira.
Los fines de semana los paso en casa de Edward y algún otro día y ahora mis cosas están desperdigadas entre mi casa y la suya.
Rose y yo nos regalamos ropa, como todos los años y luego horneamos galletas.
— ¿Tienes algo que lavar?—le pregunto cuando las hemos dejado en el horno—. No tengo ropa limpia.
—No, lavé ayer antes de recogerte.
—Genial—murmuro y luego recorro mi habitación buscando ropa sucia.
Cargo la lavadora y luego esperamos frente al televisor por las galletas.
— ¿Y Edward?—me pregunta y me encojo de hombros.
No he sabido nada de él hoy. Sólo le mandé un mensaje diciéndole que había llegado a Chicago y respondió con un corazón.
— ¿Y Emmett?—ella se encoge de hombros y bebe su taza de chocolate.
Nos quedamos dormidas luego de dos bandejas completas de galletas y chocolate caliente. La despierto para que vaya a su habitación y masculla un "descansa."
~DLDPQ~
El domingo le abro las puertas de mi casa a otro integrante.
Al despertar, me di cuenta de que tenía un mensaje de la Sra. Cope del día anterior. María Antonieta estaba enferma y quería que la revisara.
Me visto y luego voy rumbo a su apartamento.
Es invierno y las calles están cubiertas de nieve así que ya casi es un mes que no paseo perros y ya no he visto a María Antonieta.
Toco pero nadie abre. Llamo y escucho el timbre del teléfono de casa pero nadie contesta.
Finalmente, la vecina abre la puerta.
—Hola, Bella—saluda.
—Oh, hola—sonrió, aunque no puedo recordar su nombre.
— ¿Vienes a ver a la Sra. Cope?
—Si. Me dijo que María Antonieta estaba enferma. Voy a revisarla.
La mujer frunce el ceño.
— ¿Cuándo te lo dijo?
—Ayer—agito mi teléfono, mostrándolo—. Me mandó un mensaje.
—Oh—musita—. La Sra. Cope no está. Está en el hospital.
— ¿Qué? ¿Se encuentra bien?—oh, no. Ella es tan dulce, como una linda abuelita.
—Algo así—responde—. La ambulancia vino por ella ayer por la madrugada—continúa—. Al parecer seguía lo suficientemente consciente para llamar.
Mi cara se arruga y luego la mujer me dice el nombre del hospital.
La Sra. Cope me recibe con una sonrisa cálida.
—Bellita, ¿cómo supiste dónde estaba?
—Fui a buscar a María Antonieta y su vecina me contó lo sucedido—murmuro y me siento junto a ella.
Es tan dulce y frágil. Tiene hijos desperdigados por todo el país. Desconozco si vendrán a verla.
— ¿Qué le ocurre?—pregunto.
La Sra. Cope hace intento de acomodarse pero una mueca de dolor irrumpe en su rostro.
—Oh, encontraron unos de esos tumores malos—agita su mano—. Nada de qué preocuparse.
— ¿Bromea?
—Lo que ha de ser, será, Bellita—continúa—. Creo que después de todo, María Antonieta no estaba enferma. Sólo se despedía de mí.
No puedo evitar que un nudo se forme en mi garganta.
—No diga eso.
Ella se encoge de hombros.
—No estoy mal por ello. He vivido largos 76 años. Ha sido una buena vida.
Sonrío temblorosamente y tomo su mano entre las mías.
—Se pondrá bien—la animo.
—Mientras lo hago, hija, quiero pedirte algo. Es algo grande.
— ¿Qué cosa?—pregunto, pensando que me pedirá llevarla al baño o algo así.
—María Antonieta—es todo lo que dice.
Asiento, con lágrimas en mis mejillas.
Le pido que se mejore, que María Antonieta la estará esperando y que la cuidaré bien.
Le doy un abrazo y aunque espero que mejore, lo dudo.
—Llámeme—le digo al salir.
Me acerco a una enfermera y luego de indagar para saber quién está a cargo de ella, les dejo mi número para que me llamen en caso de emergencia.
Gracias por sus comentarios, al parecer Edward si estaba celoso je, que tierno es.
El martes nos leemos con el epílogo, recuerden que tenemos dos outtakes luego de eso y son EPOV.
