2
Palacio Vingólf
Residencia de las valkyrias
Eones atrás
Sakura invitó a entrar a Indra en su alcoba.
Los guerreros lo habían acogido enseguida y le habían enseñado sus cotas de entreno, así como los recintos del Valhall.
Pero, después de la ruta guiada, tenía que pasar la noche con ella. Los einherjars y las valkyrias con kompromiss podían pasar las noches juntos si así lo deseaban.
Sakura estaba tan excitada y ansiosa por dormir con él que sus ojos se habían vuelto rojos de deseo, igual que sus alas, granates de pasión. Y lo peor era que, siendo una maniática del control como era, eso sí que no lo podía dominar. Estaba loca por tocarlo y por poder disfrutar de Indra. Su corazón daba tumbos bajo su pecho y sus orejitas puntiagudas se movían emocionadas.
Pero cuando vio a Indra bajo el arco de la puerta, ocupando todo el espacio, se quedó sin palabras. El highlander sonrió al verla, y su cicatriz en la comisura del labio se alzó hacia arriba diabólicamente. La repasó de arriba abajo, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua.
—El Valhall es increíblemente sensual y descarado —apuntó con la voz ronca y los ojos color obsidiana chispeantes.
Sakura solo pudo pensar en el color de su mirada. ¿Tenía la línea de los ojos tatuada?
—Los einherjars me han dicho que puedo quedarme aquí contigo —continuó el guerrero—; que la relación entre nosotros es de sanación, pero también puede ser íntima. Y mi deseo, valkyria, es pasar cada una de las noches aquí, a tu lado.
Sakura sabía que la estaba valorando sin las ropas de cuervo. Y ella era consciente de lo sexy que se había puesto para él. Sabía que solo llevaba unos cubrepezones de metal negros y una braguita casi trans- parente, que cubría aquello que no debía ser mostrado ni tocado por nadie que no fuera el highlander. Y tenía la sensación de que al guerrero le encantaba cómo iba vestida.
Sí, las valkyrias eran criaturas muy sexuales. Sin embargo, eran todas vírgenes. Freyja no permitía que sus guerreras fueran deshonradas por los hombres. La diosa, aunque era una golfa de las grandes, actuaba de un modo muy celoso con ellas, y no le gustaba que pusieran sus manos sobre aquello que consideraba suyo, aunque fuera un pensamiento egoísta. Sakura había visto llorar de la rabia y la frustración a muchas valkyrias, víctimas de soberanos calentones provocados por las manos de sus guerreros con el kompromiss... Y a los einherjars gritar y luchar desesperados por no poder poseer a sus hembras.
—Yo también deseo que te quedes aquí —se apresuró a contestar—. Lo he preparado todo para ti. —Apartándose, lo invitó a pasar—.Te han herido en el pecho... Tienes un corte.
Indra arqueó una ceja castaña y estilizada.
Ella hizo lo mismo y también repasó su atuendo.
Estaba sudoroso; tenía las esclavas de titanio recogidas en sus antebrazos, y las espadas ocultas en sus fundas. El pelo recogido en una especie de moño alto le daba un aspecto exótico y, a la vez, bárbaro. Sus labios gruesos y su perfecta dentadura blanca permanecían entreabiertos, mirándola con un fuego ardiente, como si la llama ardiera en ellos. Los músculos se le habían hinchado debido al ejercicio.
—He estado peleando. —Entró como Amo y Señor de aquel lugar—. Por lo visto, es lo único que los einherjars hacen aquí. Pelear y beber hidromiel. Me gusta.
—Sí. Somos guerreros. Valkyrias y einherjars nos ejercitamos para dar lo mejor de nosotros cuando llegue el día señalado. Pero después del entrenamiento viene lo mejor: la sanación y el cuidado de las valkyrias.
—Lo estoy deseando. —Se dio la vuelta y la encaró, sudoroso y sangrante como estaba en ese momento—. Pero estoy chorreando.
—No me molesta —el sudor no le incomodaba. Indra olía a mar y a tormenta, y a Sakura le encantaban la lluvia, los rayos y las centellas. Su esencia la embriagaba.
El highlander revisó la alcoba; la joven había evocado un mirador como los acantilados de los peñascos de la Isla de Man, en Irlanda. En las habitaciones del Vingólf las valkyrias podían crear cualquier escenario solo con la mente. Y la Generala pensó que le gustaría tener aquellas vistas. A Indra le honró que la sirena le diera la bienvenida de aquel modo. Ya estaba pensando en las miles de cosas que quería hacerle sobre la cama, en el suelo, contra la pared... De todos los modos posibles.
Sakura había colocado una cama enorme con cojines rojos y dorados, como los de un harén turco, en el centro de la sala. Una mesita descansaba a los pies del lecho con varias bandejas llenas de comida; frutas, dulces, panes y carnes. Olía de maravilla.
Indra se colocó enfrente del mirador, con los ojos fijos en las vistas magníficas de la playa de la costa irlandesa. Allí había luchado y muerto, pero ahora parecía que él era el rey de aquel lugar. Que nada se había perdido. Que no había fracasado como líder.
Sakura deseó poder abrazarle y consolarle. Él era muy grande y musculoso y, como tal, sus emociones eran igual de fuertes; tanto, que también la barrían y la alcanzaban. Ahora tenían un kompromiss, y como líder guerrera sabía lo que él estaría pensando.
Su territorio. Su victoria. Su tierra. Estaba ante él, en paz. Incluso podía oler la sal del mar y el viento, que se colaba en su salón.
—Me honras, valkyria —murmuró, inspirando profundamente.
Sakura sonrió y se colocó tras él. Por todos los dioses, ardía en deseos de tocarle y liberarlo de sus hombreras y sus pantalones... Es que era enorme y ella muy pequeña a su lado en comparación a él. Sus alas tribales eran preciosas: viriles y desafiantes. El típico tatuaje que solo podías tocar si el dueño te daba permiso.
—Me mataron por la espalda. Lo que más detesto es la traición, ¿sabes? Me alcanzaron por detrás —reconoció abatido y serio—. La batalla de Degsastan se ha cobrado muchas vidas. Se suponía que debíamos conquistar las Orcadas y la Isla de Man; nuestro ejército naval era invencible. Yo... Estaba enzarzado en una lucha con dos anglos, ya casi habíamos ganado. Apenas quedaba un enemigo en pie y de repente... —Se llevó la mano a la espalda—... sentí cómo la flecha me atravesaba por el omóplato y alcanzaba mi corazón. Caí fulminantemente.
Sakura rozó con la punta de los dedos el punto por el que se había introducido la flecha. Su piel estaba caliente y húmeda; y bajo esa capa prístina de sudor, yacía el potencial musculoso de un hombre que había vivido para la guerra.
Indra se tensó al sentir el tacto de la chica y la miró por encima del hombro.
Sakura levantó la barbilla y sus ojos turquesas midieron su reacción.
—Le has dicho a Freyja que no te tocara sin tu permiso —pronunció inhalando su aroma. Lluvia limpia.
—Sí. No me gusta que me toquen gratuitamente. Mi cuerpo es un templo y solo yo decido quién entra en él.
A Sakura le encantaron esas palabras. Ella también era así. Ningún guerrero se propasaba con la Generala si quería seguir manteniendo sus manos en su sitio.
—Eres mi einherjar. Yo ya tengo esa potestad sobre ti —contestó sin medir su rotunda afirmación.
Indra se dio la vuelta y la rodeó con los brazos hasta empotrarla contra uno de los postes de la cama. Así. ¡Plas! Sin avisar.
Sakura parpadeó impresionada. Casi desaparecía entre sus brazos, pero la valkyria tenía un halo poderoso que nunca pasaría desapercibido. Ni para él ni para nadie.
—Cuidado, valkyria. No sabes el tipo de hombre que soy —le previno, hundiendo los dedos en su pelo rosa.
Pero sí que lo sabía. Solo un hombre como Indra podría encender el fuego de su pasión. Nadie más lo haría.
—Explícame cómo eres, escocés.
—Soy... demasiado —exhaló, sumido en la belleza de Sakura. Era tan bonita; altiva y sugerente de un modo muy delicado, muy suyo. Y lo ponía como a un toro—. Demasiado posesivo, demasiado protector, demasiado apasionado, demasiado cruel y exigente... Soy fiel e íntegro. Y cuido de lo que me pertenece y es digno de mí. Pero soy así. Y es mi naturaleza y solo exijo lo mismo a aquellas personas que son capaces de entregarse como yo. —Le masajeó la parte trasera de la cabeza con los dedos—. Tú eres diferente a todas las mujeres que he visto, incluso a todas las que he observado aquí en el Valhall. No hay una valkyria que irradie tanto poder como tú.
—No —aseguró Sakura cerrando los ojos y entregándose a ese masaje digital con abandono—. Soy Sakura, «la Salvaje». Mi furia y mi fuerza no tienen nada que ver con las de las demás nonnes.
—Me doy cuenta de ello —susurró a un paso de sus labios—. ¿Sabes? Nunca pensé que me alegraría de morir.
Las pestañas de Sakura aletearon y sus ojos sonrieron con complicidad.
—Morir me ha dado la oportunidad de encomendarme a ti —reconoció él rozando su nariz con la de ella—. Y es la primera vez que tengo a una mujer a mi lado que puede estar a la altura de mis necesidades y de mis exigencias. ¿Te entregarás a mí en cuerpo, alma y corazón?
La mirada inflexible de su hombre traspasó su espíritu y cubrió de calor cada esquina fría y ártica de su cuerpo. Un cuerpo no tocado por ningún macho porque jamás lo había permitido. En cambio, Indra había hecho en pocos segundos más de lo que nadie se atrevió a hacer en eones. Le estaba acariciando el pelo, frotaba su nariz con la de ella, la abrazaba... Sí. Indra era dominante. Y una mujer como ella, tan recta, tan poderosa, acostumbrada a ordenar, solo podría disfrutar del sexo y el amor con alguien que también fuera lo suficientemente atrevido como para desafiarla.
Él era el complemento idóneo para su mente y su cuerpo. Pero, sobre todo, era el ideal para entregarle su corazón.
La había elegido y ella se había enamorado. El kompromiss entre valkyrias y einherjars era como un flechazo.
—Me entregaré a ti, en cuerpo, alma y corazón —prometió Sakura.
La sonrisa que le dirigió ese hombre por poco deshizo sus rodillas. Era bonita, pura y un poco canalla, pero llena de honestidad.
—Soy mandón —aseguró llevando una mano a su suave mejilla—. Y rudo. Pero nunca te haré daño. Nada de lo que pueda hacerte te lastimaría jamás.
—Sí —asintió ella mirándolo fijamente—. Lo sé. No me asustas. Y yo... Yo no soy fácil. —Frotó su mejilla contra la palma de su mano. Dioses, qué bien se sentía. Indra la adoraba con una sola mirada, con la reverencia de su voz y el tacto de sus manos. Por supuesto que se entregaría a él—. Pero estaba deseando que llegaras a mí. La vida en el Valhall ha sido muy dura sin mi einherjar.
—¿Eres romántica, Sakura?
—Mucho. Pero no se lo digas a nadie. Tengo una reputación que alimentar.
Indra sonrió y bajó la cabeza para besarle la mejilla. Sí; los einherjars le habían hablado de Sakura. La definían como inalcanzable, letal, arisca... Fría como un iceberg. Pero sabía que su valkyria no era así. Lo que sucedía era que le estaba esperando a él para poder mostrar todo ese fuego interno que tenía.
—Tú alimenta tu reputación, que yo daré de comer a tu alma —susurró en su oído—. Pero solo tengo una cosa que objetar.
Sakura se puso de puntillas y apoyó las manos en su pectoral.
Indra se apartó de ella y la miró con solemnidad.
—¿Cuál? —trastabilleó hacia adelante.
—Nunca me traiciones, Sakura —los ojos de obsidiana oscuros se enfriaron mientras la advertía sobre aquello que más odiaba.
Sakura negó de un lado al otro al tiempo que meditaba sobre ello. ¿Cómo iba a traicionar al hombre cuya alma le pertenecía? Nunca. No lo podría hacer jamás.
—No lo haré, Indra.
—Prométemelo. La promesa de una valkyria es irrompible, ¿verdad?
—Así es.
—Entonces, hazlo —ordenó insistente.
—Prometo no traicionarte nunca, Indra.
El highlander se relajó y le dirigió una mirada más dulce.
—¿Cuál es tu norma?
Sakura lo tenía muy claro.
—Nunca me obligues a elegir entre mis nonnes y tú. Jamás me pongas en una cruzada de ese tipo.
—No hará falta —juró él, sonriendo de oreja a oreja—. Eres la Generala y también mi valkyria. Sabrás elegir.
Sakura se echó a reír y Indra se encogió de hombros, sonriendo como un truhán. Ese tipo era un presuntuoso, pero le gustaba mucho. Le encantaba que tuviera las cosas tan claras.
Se miraron en silencio y el aire se espesó entre ellos.
—¿Valkyria?
—¿Hum?
—Tienes los ojos rojos. ¿Eso significa que me deseas?
—Los tengo así desde que has llegado al Valhall —reconoció con honestidad.
Indra dio dos pasos hacia ella y volvió a rodearla con sus brazos, colocando su cuerpo entre su pecho y el poste de la cama.
—Quítame las protecciones —le ordenó.
La orden caló en los huesos de Sakura y abrazó su bajo vientre. Nunca había experimentado el vacío físico como lo sentía ahora. La excitación la volvía ansiosa.
—Nunca me han dado órdenes.
—Yo te las daré —aseguró él—. Y tú estarás encantada de obedecerme.
—¿Y tú me obedecerás a mí?
Indra inclinó la cabeza hacia un lado y la estudió con interés.
—No. Tú no quieres que yo obedezca, porque estás cansada de eso. Tú necesitas otra cosa. Pero tus deseos son como órdenes para mí.
Sakura tragó saliva y sonrió interiormente. Indra ya sabía cosas de ella, y se acababan de conocer. Fascinante.
—¿Indra?
—Sí.
—Las valkyrias debemos permanecer vírgenes. —Se apoyó en el poste de la cama, guardando una distancia prudencial al magnetismo sexual que había entre ellos.
—Lo sé. La ambrosía me ha dado toda la información que necesitaba.
Ah. ¿Ya lo sabía? Qué bien. Perfecto. ¿Le molestaba?
—¿Y eso... Eso está bien para ti?
—No —contestó él estudiándola como si fuera un festín—. Pero el tiempo nos dirá si podemos mantener la orden de Freyja. Sé que si una de vosotras se deja poseer por un hombre, Freyja la destierra al Midgard, sin poderes.
—Sí. Y por eso vamos a respetar su ley —sentenció sin darle tiempo a que replicara.
—Yo creo que puedo respetarla. Pero dudo que tú aguantes. En cuanto te ponga las manos encima, sirena, vas a suplicar y a rogar que me meta dentro de ti.
Sakura sonrió malignamente. Oh, qué presuntuoso. ¡Cómo le gustaba!
—¿De verdad?
—Sí.
—Entonces, ven y hazme rogar, escocés.
Indra la cogió en brazos y la tiró encima de la cama como si fuera un saco de patatas. Sakura soltó una carcajada y lo miró con descaro, jugando al gato y al ratón con él, queriendo alejarse de sus garras.
Estimulante. Era enloquecedoramente estimulante estar con un hombre que no le temía y que le había perdido todo el respeto.
Él se arrodilló sobre el colchón y la tomó de las caderas, acercando su cuerpo al de la joven. Sus estaturas eran tan dispares que Sakura parecía una niñita al lado de aquel ejemplar masculino.
—Voy a tocarte por todas partes, valkyria. Ahora me perteneces.
Sakura ronroneó; rodeó su cuello con las manos y hundió el rostro en él. Indra deslizó la braguita negra por sus caderas y muslos y la dejó desnuda. El vello púbico rosa de Sakura brilló a la luz de las dos lunas asgardianas. Dirigió los dedos a los cubrepezones y se los quitó con delicadeza.
—Me gusta el sexo, Sakura. Pero contigo..., podría tratarse de otra cosa. Lo que siento al mirarte es algo a lo que no puedo ponerle nombre. —Tragó saliva y cubrió sus pechos con las manos, engulléndolos por completo—. Y me confunde, porque acabamos de conocernos.
Sakura se sentó sobre sus talones y él hizo lo mismo. La valkyria acarició sus velludos y musculosos muslos e internó las manos por sus ingles.
—Las valkyrias tenemos un dicho: Cupido era, en realidad, una mujer valkyria. Los einherjars y las valkyrias con kompromiss sufren las heridas permanentes de sus flechas. Y, cuando se reconocen por primera vez, el arrebato pasional que experimentan es como un fuego inapagable. Es para siempre. ¿Nunca has vivido nada así en tierra? —Arañó la tela de su pantalón de piel con las uñas.
—¿En tierra? —preguntó anonadado por la imagen desnuda de su particular Branwen, la Venus de los mares del norte—. Nunca. Las mujeres en el Midgard fueron más bien un pasatiempo.
—¿Nunca te casaste?
—No —se echó a reír y su mirada se ensombreció—. ¿Quién iba a querer a un marido de apetitos tan exigentes como yo?
Sakura se mordió el labio inferior, feliz por saber que Indra no se enlazó con nadie, y desabrochó el botón de la cinturilla del pantalón. ¿Apetitos exigentes? Su mirada turquesa se enrojeció con más intensidad.
—¿Qué apetitos tienes? —Los ojos de ambos colisionaron al tiempo que Sakura coló una mano dentro del pantalón.
—Apetitos muy romanos, sirena. ¿Te vas a atraver a tocarme o...? ¡De-monios! —Sakura había rodeado parte de su pene con la mano.
La joven agrandó los ojos al comprobar lo que tenía ese animal entre las piernas.
—Dioses... —susurró—. ¿Apetitos romanos?
—Sí —gruñó y abrió más las piernas para que ella lo acariciara mejor—. ¿Sabes a lo que me refiero?
Sakura parpadeó, y sus mejillas se enrojecieron al rozar la piel satinada de su miembro.
—Creo que sí.
A veces, Freyja enseñaba las costumbres de los terrestres a sus vírgenes valkyrias. Les había mostrado el trato entre amos y esclavas de la Grecia clásica y los amores licenciosos. En ocasiones, esas relaciones estaban teñidas de amor; y, otras veces, no; en algunas actitudes dominantes se reflejaba el único deseo de jugar y pasarlo bien; en otras, solo se trataba de dañar y lastimar. No obstante, había sido en la Roma imperial donde la flagelación, los azotes, y los castigos sexuales a hombres y mujeres se habían ensalzado como un arte.
A eso se refería Indra. Él tenía gustos romanos.
Lo que no sabía Indra era que el gusto de los romanos procedía de sus dioses. Marte y Venus habían cometido verdaderas carnicerías entre ellos. Freyja les había explicado que los dioses griegos y romanos eran los más sádicos de todo los panteones. Eros y Afrodita eran perversos a más no poder.
Aunque Sakura también había podido comprobar que los Aesir y los Vanir no se quedaban atrás. A los dioses les gustaba la dominación y la sumisión. Eran personas de poder y requerían ese tipo de desahogos, para comprobar que se les quería y se les respetaba por lo que eran.
Cuando ella veía lo que la diosa les mostraba, siempre se excitaba. Que una persona con tanta fuerza y energía exigiera la rendición física y emocional de otra igual de fuerte le hacía sentirse vulnerable; y dados su carácter y su don de mando, llegar a pensar que alguien pudiera doblegarla y ofrecerle aquello que anhelaba, aceleraba su corazón y calentaba su cuerpo.
Ella misma se había imaginado realizando esas prácticas con el hombre adecuado, a veces debajo y otras arriba. La Generala no juzgaba nada. Simplemente disfrutaba si los demás lo hacían. Y si esa gente era feliz infligiéndose castigos de ese tipo, había que respetarlo. El amor y la pasión se escondían bajo muchas formas, y no todas eran dulces. También las había tormentosas.
—Sí —gimió Indra abriendo más las piernas—. Sabes muy bien a lo que me refiero, ¿verdad, preciosa?
—Sí.
—Quítame los pantalones. —Indra se estiró en la cama y se llevó a Sakura con él. La valkyria gateó sobre su cuerpo y peleó con la prenda y las botas para acabarlo de desnudar—. Eres fuerte.
—Las valkyrias somos fuertes —sentenció pasando los dedos por las pantorrillas.
Indra abarcó una de sus nalgas con la mano y la apretó con los dedos.
—Me alegra saberlo. Necesito que seas fuerte para todo lo que quiero hacerte. Oh, maldita sea... —murmuró delineando las alas tribales de color rojo de Sakura—. Son preciosas.
—Recuerda esto... —Sakura se dio la vuelta y se sentó, desnuda como estaba, a horcajadas sobre la increíble, descomunal y anormal polla de Indra. Perdió el hilo de las palabras cuando la vio. Se levantaba entre una mata de pelo castaño y le llegaba al ombligo. Era muy gruesa y venosa, de piel morena y dorada. La valkyria tragó saliva y se relamió los labios secos—. Vaya...
Él levantó los brazos por encima de su cabeza y tiró los cojines al suelo. Cruzó las manos bajo su nuca, y cogió aire con presunción. Que mirara lo que quisiera, bien orgulloso estaba él de su tamaño.
—¿Vaya? ¿Qué tenía que recordar, Sakura?
—Eh... Menos mal que eso no puede entrar en mí —murmuró asombrada por las dimensiones del guerrero.
—No estés tan segura. Al final, me lo pedirás. Y yo te lo daré encantado. Ahora dime: ¿qué debo recordar?
—Mis alas —susurró deslizando los dedos por su pecho—. Doradas cuando estoy tranquila y en paz. Rojas cuando siento furia y deseo. Y azules blanquecinas cuando... Cuando me duela el corazón.
—Nunca las verás de ese color mientras yo esté a tu lado, Sakura. —Indra levantó una mano y acunó su mejilla—. Cuido de ti, cuido de lo mío. Nunca dudes de eso.
Aquellas palabras la arrullaron como a un bebé y le hicieron sentirse segura. Se inclinó sobre Indra y apoyó la punta de los dedos sobre la herida que lucía en el pecho. La hellbredelse actuó. La piel se iluminó y cicatrizó al paso de sus caricias.
Indra lo observó asombrado y Sakura sintió cómo su miembro todavía se hacía más grande y pesado.
—Yo también cuido de lo mío —susurró apoyando sus senos desnudos sobre su pectoral sanado—. ¿Y ahora, qué hacemos? —preguntó Sakura expectante.
El rostro del guerrero se endureció; el deseo produjo estragos en su cuerpo y en su mirada. Tomó su rostro entre las manos y le dijo:
—Ahora estás en mis manos, valkyria. Soy un Ōtsutsuki y tenemos una costumbre con nuestras mujeres —dirigió sus dedos al arete de ónix que colgaba del lóbulo de su oreja derecha.
Sakura vigiló sus movimientos. Apenas podía pensar. Su piel era caliente y dura, y estaban tan desnudos y expuestos que no había modo de ocultar ninguna parte de sus cuerpos. Tenía aquel miembro entre las piernas; la primera vez que había visto uno desde tan cerca, y sabía que no era normal. Ni corta ni perezosa, con su peculiar decisión, sin pedir permiso a nadie se abrió de piernas y empezó a rotar sus caderas y a rozarse con él. Indra se echó a reír. Tomó su arete y lo colocó delante de su cara.
—Estás resbaladiza ahí abajo —gruñó agitando el ónix con los dedos.
—Sí —contestó temblorosa.
—Las valkyrias sois vírgenes, pero tú no eres ninguna mojigata —apreció orgulloso.
—No somos mujeres corrientes. Somos guerreras. Acostumbradas al dolor y a la batalla, y yo no soy tímida. Además, me muero de ganas de que nos toquemos, Indra.
—Dioses... Tan honesta —deslizó su mano por la espalda a lo largo de su columna vertebral—. Valoro que seas tan sincera, Sakura.
—¿Qué vas a hacer con eso? —preguntó ella mirando el arete.
Indra desvió su mirada de obsidiana a los pequeños pezones rosados y en punta de Sakura. Se relamió los labios y sonrió.
—Voy a colocarte mi abalorio. —Se incorporó y puso sus manos sobre los pecho de la joven. Los cubrió por completo—. Los Ōtsutsuki marcamos a nuestras mujeres con nuestro arete. Nos gusta que lleven algo de nuestra propiedad. ¿Tienes algo punzante? Sentirás una pequeña molestia.
Las orejitas de Sakura se removieron excitadas.
—No hará falta nada punzante —contestó Sakura—. Utiliza el mismo arete; y luego, cúrame.
Indra parpadeó y rio roncamente.
—De acuerdo. —Tomó el pecho izquierdo en su mano y lo amasó con delicadeza. Después inclinó la cabeza y lo lamió como un felino.
Sakura echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Era la primera vez que sentía las caricias de un hombre en esa zona de su cuerpo. Era la primera vez que yacía en una cama con uno. Y las sensaciones eran nuevas y deslumbrantes. Gloriosas para su cuerpo que nunca había sido acariciado.
—Me gusta, Indra...
Él ronroneó y abrió la boca para tomar todo el brote en su interior, succionarlo y besuquearlo de forma hambrienta.
—Me gusta cómo reaccionas a mí, sirena.
—Hummm...
—Cógete a mí.
Sakura obedeció y se agarró a su cuello.
Indra tomó el arete; colocó el extremo en el pezón endurecido de Sakura y apretó con fuerza y rapidez, hasta que el metal atravesó la sensible carne.
Los ojos de Sakura se enrojecieron y sus alas también.
El highlander lo ajustó.
—No vas a lanzarme un rayo de los tuyos, ¿verdad? —Midió la reacción de la valkyria.
Ella negó con la cabeza mientras cerraba los ojos.
Él volvió a inclinar su boca hacia su pezón ensartado y la lamió, limpiándole la sangre, reconfortándola.
—Ya está. —Lo mamó un poco más—. ¿Ya ha pasado el dolor?
No, no había pasado; pero a ese dolor se le había añadido la sensación de la lengua húmeda del Ōtsutsuki; y Sakura se sentía confusa.
—Mírame, valkyria. —Él tomó su rostro entre las manos—. ¿Te duele? ¿Estás bien?
Sakura le observó ofendida.
—He sufrido los mordiscos de los troles, los golpes de los orcos y las flechas de los elfos oscuros... Me han atravesado con espadas y han intentado achicharrarme con rayos. Un abalorio en el pezón no va a hacer que me desmaye.
—Gggrrrr... —Indra le dio la vuelta y se colocó sobre ella, aprisionándola con su grandioso cuerpo—. ¿Tengo a una diosa de la guerra en mi cama?
—La tienes.
—¿Para siempre?
—Sí.
—Bien.
—Genial... —Sakura juntó su frente a la de él, rodeó su nuca con los brazos y le ordenó—: Ahora, bésame.
La boca de Indra cayó sobre la de Sakura como un manto lleno de promesas de eternidad, noches pasionales, amor ardiente y fidelidad total e irrevocable.
Indra y Sakura estaban hechos el uno para el otro. No había más realidad ni más verdad en el Valhall que esa.
