3
Palacio Vingólf
Residencia de las valkyrias
Eones atrás
Con el paso del tiempo, la Generala y el highlander descubrieron que había mil formas de tocarse sin necesidad de que hubiera penetración. La virginidad de Sakura seguía intacta; aunque, el anhelo entre ellos crecía y se hacía insoportable.
Necesitaban consumar el acto.
Había noches en las que Indra la provocaba hasta lo indecible, jugando con su resistencia, tocando esa parte de ella que no podía ser corrompida, ni siquiera por su einherjar.
Un día, en los bosquecillos alrededor de la tierra de los elfos de la luz, después de una ardua batalla de entrenamiento entre elfos, valkyrias y einherjars, Sakura sanaba a Indra mientras Mei y Temari los miraban embelesadas.
Hacían una pareja muy llamativa por sus diferencias físicas, pero, sobre todo, por el aura de poder que irradiaban como individualidades. El futuro líder de los einherjars y la Generala de las valkyrias. ¿Quién podría con ellos? Nadie.
Sakura sonrió a sus nonnes y les pidió que la dejaran sola.
Temari se sonrojó y se levantó apresuradamente para dejarles intimidad; pero Mei, que estaba sentada en el césped al lado de ellos, apoyó la barbilla sobre sus rodillas y sonrió pizpireta:
—No quiero irme. Quiero mirar.
Sakura puso los ojos en blanco y Indra arqueó una ceja curiosa e incomprensiva.
—No voy a desnudarle delante de ti —dijo Sakura ahogando una carcajada.
—¿No? —repitió Mei ofendida—. ¡Somos hermanas! ¡Debemos compartir, Generala! Además, Indra es muy grande, ¿seguro que puedes con todo?
Temari abrió la boca estupefacta, y Sakura negó con la cabeza ayudando a levantarse a la del pelo rojo.
—Lárgate de aquí. No quiero que mires.
—¿Y por qué tú puedes y yo no? ¡¿Te das cuenta de que eso es injusto?! —Mei se cruzó de brazos, sabiendo que lo que decía era incoherente. Le encantaba molestarlos—. ¿No te doy pena? —Hizo un puchero.
—Mei...
—¡Es que es tan entretenido! —exclamó la valkyria—. ¡Tienes a ese guerrero en guardia todo el día, y no entiendo cómo todavía no te ha desvirgado! Es divertido ver cómo intentáis mantener el control...
—Lo tenemos todo bajo control —repuso Sakura.
—Nena —Mei arqueó sus cejas caobas y la miró con incredulidad—, estáis lejos de tener el control en esta relación... Yo misma me pongo cachonda con solo miraros.
Indra se echó a reír y se levantó cuan largo era, con las heridas todavía abiertas, para pasar un brazo por encima de su Generala.
—No vamos a darte un espectáculo, valkyria.
—Mira, gigante, a mí no me engañas —Mei lo señaló con el dedo—, sé que vienes del Jotunheïm —lo miró de arriba abajo. ¿Cómo no iba a venir del Jotunheïm con lo grandioso que era? Tenía unas extremidades largas y musculosas y unas espaldas tan grandes como las de Odín.
Indra emitió una carcajada y Temari soltó una risita.
—¿Cuándo llegará tu einherjar, deslenguada? —preguntó el moreno.
Mei miró hacia otro lado y pateó el suelo con enfado.
—¡No lo sé! ¡Yo hago señales, lo espero y voy hasta sin bragas y casi sin ropa todo el día! ¡Y aquí me tiene! ¡Sola y desaprovechada!
Sakura sonrió y puso una mano sobre el hombro de su nonne.
—Llegará.
—Lo dudo —comentó Indra provocando a su amiga.
Los ojos turquesas de Mei se enrojecieron y sonrió malignamente.
—Mejor que no suba porque, si tengo que verlo sufrir como te veo a ti, no creo que se lo pase bien en el Valhall. No entiendo cómo no te han estallado los testículos.
—¡Largo, Mei! —exclamó Sakura divertida con los ácidos comentarios de su amiga.
Cuando Temari y Mei se fueron, ambos pudieron recibir las curas el uno del otro. Y en las curas, entre tocamientos y caricias se encendieron de tal modo que acabaron revolcándose desnudos entre las hierbas del Alfheim.
—No es buena idea que hagamos esto aquí... —protestaba Sakura entre gemidos—. Esta es la tierra de los elfos de la luz, es un lugar sagrado... Ay, ay... Oh, sí... chúpame ahí —ronroneó muerta de placer.
—Mei tiene razón... Estoy a un paso, Sakura —le decía todo sudoroso, con su pelo castaño y largo rodeándolos a ambos. Se hallaba entre las piernas abiertas de la Generala, frotándose desnudo contra ella. Sakura estaba húmeda y dispuesta, y el guerrero se maravillaba del autocontrol que tenía la chica. Se había corrido muchas veces sobre ella, en su boca, en sus manos... Pero ese no era el hogar de su semilla. Su semilla debía acabar en el interior de su mujer. Y no había más mujer que la hermosa pelirosa desafiante que tenía bajo su cuerpo—. Moriré si no puedo poseerte.
Sakura sonrió y sus ojos verdosos y claros lo miraron con adoración y ternura.
Indra parpadeó y sintió que se enamoraba más y más profundamente de ella. Ya lo estaba. La amaba. Ella era su aire para respirar, su apoyo en las batallas del Valhall; y formaban un equipo irrompible e inquebrantable. Pero para Indra, que una guerrera como ella fuera capaz de mirarlo a él, y solo a él de ese modo, lo subyugaba. No sabía por qué había sido merecedor de tanta belleza.
—No morirás por no poseerme —aseguró ella—. Ya sabes que no podemos hacerlo.
—Freyja te mandaría al Midgard —dijo él jugando con su entrada, penetrándola muy poco y luego saliendo de ella. Ya lo habían hecho así e, incluso, habían llegado al orgasmo de ese modo y a la vez. Pero ya nada era suficiente—. Te desterraría. Pero yo me iría contigo. Te seguiría adonde fuese, Sakura. Jamás te dejaría sola. Seríamos felices.
Sakura cerró los ojos y se mordió el labio inferior.
—Te encanta provocarme y ponerme entre la espada y la pared.
—Di mejor entre mi espada y el suelo.
Sakura se echó a reír y Indra lo hizo con ella.
—Te adoro, valkyria. Te amo —prometió él con solemnidad. Le retiró un mechón de pelo muy rosa de los ojos y le acarició la mejilla—. Necesito demostrártelo con todo mi cuerpo. ¿Tan malo sería? ¿Tan malo sería que te entregaras a mí?
—No sería malo —aseguró ella—. Yo también quiero. —Meció las caderas hacia adelante y hacia atrás—. Pero tenemos una responsabilidad. Quieren que seas el líder de los einherjars. Ya sabes lo que piensa Odín de ti; dentro de poco te nombrará ante todo el Valhall. Y yo soy la Generala —explicó, como mil veces ya le había explicado—. Si el Ragnarök llega, que llegará —aseguró—, debemos liderar a nuestros ejércitos. Sin poderes, yo no podré liderar a nadie.
—El poder y el don de mando es una actitud, valkyria. Y tú la tienes de sobra.
—Sabes que no es suficiente.
—Yo te protegería.
—Los dioses no nos lo permitirían. Y este es mi hogar, este es mi lugar...
—Sakura... —gimió avanzando las caderas, hundiendo su rostro moreno en el pálido cuello de la joven—. Te deseo tanto... Quiero estar dentro de ti. Esto es un tormento endemoniado. Y tú eres cruel.
Sakura sonrió dulcemente y lo abrazó con fuerza, besando su mejilla y mordisqueándole la oreja.
—No soy cruel, gigante. También te deseo. Jeg elskar deg, (Te amo) Indra. Pero este es nuestro sino, hasta que Freyja cambie su norma.
—Maldita diosa...
—No hables así de ella —le regañó. Sakura quería a Freyja; todas las valkyrias la respetaban y la veneraban.
—Lo siento.
—¿Me sigues queriendo aunque tengamos esa... —miró su pesado miembro entre sus piernas. Ella era blanca, y él tenía el vello púbico castaño oscuro y frondoso— ... Esa barrera entre nosotros?
Indra parpadeó. A veces, Sakura parecía vulnerable cuando pensaba que él no respetaría su decisión de permanecer virgen.
—Is caoumh lium thé, mo Sakura —le juró él—. Tú eres todo lo que necesito en mi mundo.
—Y tú eres lo único que necesito en el mío.
Se besaron y se tocaron como solo les estaba permitido hacerlo. Indra introdujo dos dedos en su interior y tuvo cuidado de no tocar el himen. Descendió por su cuerpo y posó la boca entre sus piernas, estimulándola, besándola, lamiéndola y mordisqueándola como sabía que la volvería loca.
Como siempre lo hacía.
A veces, era rudo.
A veces, la ponía sobre sus rodillas y le acariciaba con las manos.
A veces, la azotaba. Le daba cachetadas que a Sakura la enloquecían. Le gustaba que él la provocara, que la dominara... Ella estaba acostumbrada a ordenar y a liderar; su voz era respetada entre todos los guerreros, pero Indra podía con ella, por eso ella estaba tan ena- morada de él.
Sakura siempre ansió la llegada de su einherjar porque sabía en su fuero interno que el único que podría domarla debía ser un hombre de carácter fuerte, que también supiera ponerla en su lugar, que no se lo diera todo mascado. Que no la obedeciera a ciegas.
Sakura era la mano derecha de Freyja y doblegaba a quien quería.
Pero, ¿quién la pondría a ella de rodillas?
Todo le era demasiado fácil, y su alma inquieta reclamaba emociones fuertes o poder compartir su mando con un guerrero que realmente pudiera desafiarla y exigirle lo mejor de ella.
Y Indra había llegado al Valhall. Y todos sus deseos se habían hecho realidad.
Y, por todos los dioses... ¡Cómo jugaba con ella! Sakura le respetaba, pero también ardía por él. Por su roce, por su toque, por su dominación...
Solo él podía tratarla así: empujarla hasta sus límites y, a veces, hacerla claudicar y rogar por más.
Más besos, más caricias, más palabras de amor.
Más, siempre más con él.
Nunca se cansaría de ello.
Y si alguna vez los separaban, no sería por decisión propia. Eso jamás. Su corazón pertenecería a Indra para toda la eternidad.
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.
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Pero la eternidad y Freyja no estaban de acuerdo con ella ni estaban de parte de Indra.
Un día, mientras Indra se daba un baño en el Vingólf después de un arduo entrenamiento, la diosa Vanir mandó a llamar a Sakura.
Cuando la Generala se presentó frente a la imponente rubia, esta la esperaba sentada en su majestuoso trono dorado, con sus dos tigres de Bengala sentados a sus pies, lamiéndose las patas delanteras con parsimonia.
Sakura y los tigres no acababan de llevarse bien. De las valkyrias, solo Temari podía tocarlos. En cambio, si ella estaba cerca, los tigres se erizaban como gatos recelosos.
La hermosa divinidad apoyó su barbilla en una de sus estilizadas manos y le sonrió con cariño. Su vestido de gasa transparente y blanca con el pelo rubio recogido en dos trenzas le daban el aspecto de un ser etéreo, como una tuerga. Sus ojos plateados estaban llenos de secretos.
—Hola, mi Generala.
—Hola, diosa.
Freyja analizó a Sakura. Le gustaba tanto su valkyria... Sakura le recordaba a ella en según qué aspectos: su pose, su altivez, el hecho de que nunca agachara la mirada...
Ninguna de las dos obviarían el pacto que firmaron el día en que Mei nació. Aquel era un secreto a voces entre ellas, y no iban a negar su existencia. Tarde o temprano saldría a la luz; tarde o temprano Sakura debería tomar su decisión. Y el día había llegado.
Ambas se miraron a los ojos, y la joven valkyria comprendió inmediatamente que aquella no iba a ser una simple charla con «la Resplandeciente».
—¿Me has mandado llamar? —preguntó Sakura tanteando el terreno.
—Sí. —Freyja sonrió con cariño—. ¿Disfrutas de tu einherjar?
Sakura tragó saliva y asintió.
—Sí. Por supuesto que sí.
Un resplandor detrás del trono de Freyja la cegó momentáneamente. Odín apareció tras la diosa y caminó con el porte sereno hacia la Generala. Odín solo tenía un ojo, pero no necesitaba más: veía más que el resto de mortales e inmortales.
El dios Aesir la estudió y miró a su alrededor en busca de alguien más.
—Te he mandado llamar porque ha llegado el momento de que tomes tu decisión —Freyja se acarició una de las trenzas y estudió el semblante de Sakura.
Eones atrás, cuando la valkyria solo tenía cuatro añitos, Freyja le pidió a Sakura que se hiciera cargo de Mei. Las conectó emocionalmente y las vinculó de un modo íntimo, en la cuna, lugar de bautismo y nacimiento de las valkyrias. Sakura sería la encargada de vigilar siempre a la irascible y visceral Mei, y la protegería de sí misma, puesto que la pelirroja era hija de un nigromante al que Loki había comprado con sus artes mágicas; y su don sería deseado y anhelado por Loki.
—Pequeña Generala —le había preguntado entonces Freyja—. ¿Quieres a alguien especial para ti? ¿Quieres cuidar de tu nonne? Mei es tuya.
Sakura había mirado a la pequeña y diminuta pelirroja que flotaba en el agua, entre sus brazos. La pelirosa sonrió al escuchar los gorgeos de la recién nacida valkyria. Claro que la quería. Quería pertenecer a alguien y ser especial también para esa persona.
—Sí, diosa —contestó Sakura.
—Tener a alguien especial conlleva grandes responsabilidades, mi pequeña y hermosa Sakura —aseguró Freyja mientras hurgaba en el agua de la velge con sus estilizados dedos—. ¿Lo aceptas?
—Quiero una hermanita —contestó Sakura resuelta, hundiéndose en el agua con ella.
—Pero ya tienes muchas hermanas —sonrió la diosa—. Esta es y será especial para ti.
—Sí. —Sakura tocó el pelo rojo de Mei y el bebé batió las manos y se cobijó entre sus brazos—. Será especial.
—Entonces, prométeme que nunca le darás la espalda. Que siempre permanecerás a su lado, pase lo que pase.
—Prometido —contestó Sakura con seguridad.
Freyja tomó aire por la nariz y asintió, orgullosa de su pequeña valkyria. Ella tendría el suficiente honor como para cumplir su palabra. Porque Sakura era única y nunca podría doblegarse a la oscuridad. Si la maldad en Mei despertaba, Sakura sería el faro que la guiara de vuelta a la luz.
La diosa levantó su mano y un potente rayo cayó en la cuna, iluminando y haciendo reír a las dos niñas. Sakura cubrió a Mei con su cuerpo; pero al ver que la pequeña disfrutaba de los rayos, la expuso y permitió que la energía eléctrica de las tormentas la bautizara como se merecía.
—Yo os vinculo —proclamó Freyja, alzando los brazos al cielo—. Seréis dos seres indivisibles, compartiréis alma y corazón. Sakura y Mei. Mei y Sakura. La una en la otra. Y yo en todas.
«El Timador» esperaba que Mei se convirtiera en su aliada en un futuro, pero el poder de esta era importante para los dioses nórdicos y no podían permitir que Loki se la llevara a su bando.
Sakura sabría en qué momento esa energía oscura que Mei llevaba en la sangre despertaría. Y Sakura haría todo lo posible para impedirlo.
Porque amaba a su hermana y la protegería toda su vida.
Pero pasó el tiempo, y la Generala no creía que su hermana pudiera volverse mala en ningún momento, y menos en el Valhall; así que no entendía de qué la debía proteger.
Ni entendía tampoco qué decisión debía tomar en ese momento ante los dioses más poderosos del Asgard.
—El Midgard entra en un período de oscuridad, Generala —anunció Odín con su inconfundible y profunda voz—. Necesitamos a un guerrero que sepa liderar a los clanes en zonas claves de la Tierra. Y lo necesitamos abajo.
Sakura inclinó la cabeza a un lado y levantó una ceja rosa. Empezaba a sentir frío.
—¿Y en qué me incumbe eso, señor?
Freyja y Odín intercambiaron miradas.
—En que el elegido para descender y liderarlos es Indra—anunció Freyja.
Sakura no parpadeó durante lo que le parecieron interminables segundos. Ni siquiera era capaz de hablar. ¿Cómo que era Indra? Indra no podía descender a la Tierra sin su valkyria. Si lo herían necesitaría que lo curaran: y solo ella poseía su hellbredelse. ¿Querría decir eso que ella debía descender con él?
—Pero... No puede bajar sin mí —musitó nerviosa—. ¿Debo bajar al Midgard, Freyja?
Freyja se levantó y caminó hacia ella, moviendo las caderas de un lado al otro, como si flotara sobre el suelo. Le dirigió una mirada llena de misericordia.
—¿Debes, Sakura? ¿Tú qué crees?
La valkyria sacudió la cabeza y parpadeó confusa. ¿Cómo que si debía? ¿Le daba a elegir? No entendía nada. Ella no iba a dejar su liderazgo de las valkyrias. No iba a alejarse de su decisión y su responsabilidad en el Valhall, pero tampoco quería separarse de su escocés.
—¿Por qué él? Pensaba que lo ibas a nombrar el leder de los einherjars —espetó dirigiéndole una confusa mirada a Odín.
—No puedo hacerlo —aseguró Odín—. El telar de las nornas cambia constantemente y el destino se mueve a su antojo. Debemos mover nuestras fichas. Y una de mis mejores fichas es Indra. Le necesito para poner orden entre los vampiros y los lobeznos de las tierras escocesas del Midgard. Necesito que lidere un ejército abajo; y no me fío de nadie más. Solo él puede hacerlo.
—Pues entonces, que Freyja convierta a algunos guerreros humanos en vanirios y listos. Como hizo en las tierras inglesas... Como habéis hecho con todos los demás.
—No puedo hacer eso —aseguró Freyja acariciando un mechón rosa claro de la hermosa Sakura.
—¿No puedes hacer eso? —La pregunta de Sakura flotó en el aire. Los ojos se le humedecieron—. Puedes hacerlo, pero no quieres, ¿verdad?
—No —juró Freyja—. No quiero. Los dioses actuamos como mejor sabemos. La völva y las nornas han hablado claro al respecto. Si no se actúa rápido, la energía de la Tierra se desequilibrará, y Loki y sus esbirros situarán su primer foco de oscuridad en Escocia. A partir de ahí todo se extenderá, y el momento no es el propicio para ello. Todavía queda mucho por lo que batallar en el Midgard. Tienes que entenderlo.
—Dame más explicaciones. Aquí hay guerreros excelentes. No tienes que escoger a Indra.
—Indra es mi mano derecha. Y necesito a mi mano derecha abajo —sentenció Odín sin querer dar más explicaciones.
—Pero si yo bajo con él —expuso Sakura—, ¿qué pasará con Mei?
—¿Amas a Indra? —preguntó Odín.
—Con todo mi corazón.
—¿Y amas a Mei? —preguntó Freyja con cara de póquer.
Sakura sintió un chispazo de pesar en el pecho. Aquello pintaba mal.
—Con todo mi corazón —contestó bajando la cabeza—.
Dioses, sabéis que sí.
—Entonces, Generala —la diosa Vanir le alzó la barbilla—, toma tu decisión aquí y ahora. Hiciste una promesa, ¿recuerdas? Las promesas de las valkyrias son irrompibles.
—¿Vas a hacerme elegir entre el amor de mi vida, mi einherjar, y el amor que le tengo a Mei como hermana? —susurró con los ojos celestes llenos de lágrimas—. Eso no es justo. —Las orejitas puntiagudas temblaron ante la afrenta.
Freyja exhaló con cansancio y retiró la mano de su barbilla.
—La existencia está llena de sacrificios, Sakura. Maldita sea; a Indra no le falta ni esto para arrebatarte la virginidad —murmuró en su oído juntando el índice y el pulgar a la altura de sus ojos—. Si se queda y te la quita, te desterraré al Midgard sin poderes. ¿Es lo que quieres? ¿Crees que no sé que Indra ha estado a punto de poseerte?
Sakura la miró a los ojos, azorada.
—Es asunto nuestro. ¿Nos espías?
—Eres asunto mío —gruñó disconforme—. Mí-o. ¿Comprendes? No puedo perder a mi Generala. Así que, muerto el perro, muerta la rabia. Y yo lo veo todo, como el tuerto.
—No pienso perder mi virginidad. No lo haré, Freyja. Si es por eso...
La diosa negó incrédula ante esas palabras.
—¿Por qué crees que está pasando esto? Pasará. Las nornas lo han dicho. Lo harás. Lo harás con él, porque tú también lo deseas. Pero no puedes perder tu poder. No quiero que lo pierdas. No quiero tener que castigarte y echarte de mis dominios, Sakura. —Se peinó la ceja derecha con los dedos y sentenció—: Indra se tiene que ir. Punto y final.
—No permitiré que suceda. —La joven apretó los puños indignada—. ¿Me oyes, Freyja? He dicho que no...
—Eso díselo al muelle que tienes entre las piernas, valkyria —soltó la diosa irascible—. Indra se va, pero: ¿qué decidirás tú?
Sakura cerró los ojos consternada. Quería fugarse y esconderse detrás de Yggdrasil. Le encantaba aquel lugar; adoraba ese hueco entre las raíces del majestuoso y legendario árbol. Amaba esconderse ahí y meditar. Y, en ese momento, necesitaba justamente eso: huir y no enfrentarse a su destino.
Pero, por lo visto, no había tiempo. Odín estaba abriendo un portal que conectaba con la Tierra. Y lo hacía enfrente de ella. ¿Por qué era todo tan rápido?
Estaba en medio de una turbulenta pesadilla.
—Hiciste una promesa —le recordó Freyja con severidad.
—No la he olvidado —contestó Sakura con porte sereno. Se le estaba rompiendo el corazón; le dolía. Aquello no podía estar pasando. No a ella.
—¿Y bien?
Sakura parpadeó para ocultar sus lágrimas.
—Me debo a mi promesa. —Aunque también se lo había prometido al hombre que amaba. Le había prometido que nunca le traicionaría. Pero Mei la necesitaba... y Indra también. ¿Qué debía hacer?
Entonces, al instante, Mei y Indra se materializaron al lado de Freyja.
La valkyria de pelo rojo miró a su alrededor, desorientada por completo.
Indra acababa de ponerse las hombreras de titanio y rotaba los inmensos hombros, extrañado al encontrarse en el palacio de Freyja.
Sakura sintió que se le secaba la boca y que parte de su alma se iba con aquella imagen viril, musculosa y llena de seguridad de su escocés. Su pelo húmedo del baño que se acababa de dar. Su piel limpia y perfumada.
Se quería morir. Los dioses iban a ser tan crueles como para hacer que eligiera delante de ellos. Malditos morbosos.
—¿Eh? ¿Qué pasa? ¿Qué hacemos aquí? —preguntó Mei frunciendo el ceño.
Indra sonrió al ver a Sakura y se acercó a ella, haciendo antes una reverencia de respeto a Odín y Freyja. Era inevitable: Sakura eclipsaba a los demás, así que se fue directo a ella.
—¿Por qué nos hemos reunido aquí, sirena? —preguntó Indra besándola en el lateral del cuello.
Sakura se apartó ligeramente y miró a Mei, que la estudiaba sintiendo en todo momento lo que ella sentía. Mei se llevó la mano al corazón y siseó, dolorida.
—¿Sakura? ¿Qué demonios te pasa, Generala? —preguntó la del pelo rojo—. ¿Por qué me duele aquí?
Indra no comprendía nada y dirigió sus ojos color obsidiana al puente estelar que había abierto Odín.
—Indra de Escocia —anunció el Dios—, te necesito.
El highlander encaró a Odín y apretó la mandíbula.
—Estoy a tu disposición, dios —entrelazó los dedos de la mano con los de Sakura.
La valkyria no tenía fuerzas suficientes como para rechazarlo y permaneció inmóvil ante ese gesto.
—Debes descender al Midgard —continuó el Aesir.
El guerrero arqueó las oscuras cejas, sorprendido ante aquella repentina petición. No se iba a negar. Ante todo, era un guerrero; y aceptaba las órdenes de su superior; pero también era un hombre enamorado. Bajaría al Midgard y Sakura le acompañaría. Nada ni nadie podría separarlo de ella. Solo Sakura podía hacerlo, y ambos sabían que era imposible. Su amor era irrompible.
El einherjar desvió su profunda y magnética mirada hacia la Generala y sonrió con seguridad.
—¿Bajamos al Midgard, Generala? ¿Te atreves a bajar conmigo?
Sakura parpadeó y se soltó de su amarre. Cuando Indra le sonreía así, con tanta adoración y cariño en sus ojos de obsidiana y en su preciosa sonrisa, se deshacía.
Alzó el rostro para mirarle a los ojos y, con todo el pesar de su alma y su corazón desgarrado, dijo:
—Yo no bajo, Indra.
El highlander entrecerró los ojos y se cruzó de brazos ante aquella contestación.
—¿Vas a hacer que desafíe a un dios, Sakura? Me lo está pidiendo Odín —se excusó algo divertido, sin comprender la negación de su mujer. Pero, por ella, se negaría.
—No bajo, Indra —repitió ella intentando por todos los medios que la barbilla no le temblara.
Indra valoró la decisión de su valkyria y, ni corto ni perezoso, se encogió de hombros, sin intuir siquiera lo que estaba sucediendo. Si Sakura se quedaba, él, también. No concebía otra vida.
—Está bien. Si es lo que deseas, preciosa... —Miró a Odín—. Deberás elegir a otro, Alfather. Lo lamento, pero me quedo con mi Generala.
Freyja, Mei y Sakura abrieron los ojos como platos. ¿Cómo? ¿Indra estaba diciéndole a Odín que no? ¡No se podía desafiar al dios!
—No seas estúpido, einherjar —gruñó Freyja en voz baja.
—¿Qué has dicho? —tronó Odín, provocando que los rayos y y el viento del Asgard golpearan los muros del Vingólf.
Indra sabía del riesgo que existía al contradecir a Odín. Pero como Ōtsutsuki, ya había entregado su alma a la valkyria y no soportaría separarse de ella. Así que, antes que el Midgard y los dioses estaba Sakura. Sakura y sus necesidades. Sakura y sus ojos. Solo Sakura: su única prioridad.
—Mi valkyria quiere quedarse aquí, y es la Generala. No puedo bajar, tenemos un kompromiss —explicó con delicadeza. Odín le caía muy bien, y sabía, por todas las veces que habían bebido hidromiel juntos, que Odín sentía lo mismo hacia él—. Nos moriríamos el uno sin el otro —aseguró volviendo a entrelazar sus dedos con los de ella.
Odín sonrió malignamente y obligó a Freyja a que interviniera.
—No me jodas, Indra... —susurró el Aesir.
El dios necesitaba la intervención de la Vanir. Y la diosa, al final, intercedió a desgana.
—Tal vez Sakura tenga algo que decirte al respecto. ¿No es así, Sakura?
—¿De verdad? —Indra miró a su valkyria y se extrañó al verla pálida y fríamente calmada—. ¿Tienes algo que decirme, nena?
Mei presionó las manos contra su corazón y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sakura lo estaba pasando mal; le dolían el corazón y el estómago y, al ser empáticas, también le estaba doliendo a ella. ¿Qué estaba sucediendo con la líder de las valkyrias?
—¿Qué... Qué te pasa? —preguntaba Mei desesperada–. ¿Qué... Qué demonios vas a hacer?
—¿Qué le pasa? —repitió Indra sin comprender. Se estaba poniendo nervioso.
Sakura sabía que aquel momento se iba a convertir en el peor de su inmortal vida. Debía interpretar un papel, ponerse una máscara de indiferencia y herir a su einherjar. Si se rompía el kompromiss entre ellos, Indra podría descender a la Tierra y seguir las órdenes de Odín, porque si se negaba y desobedecía al dios, Odín lo mataría en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo se había atrevido Indra a decirle que no a Odín? ¿Estaba loco? Sí. Sí lo estaba. Estaba loco por ella, igual que ella lo estaba por él.
Así que, después de que Indra rechazara la propuesta de Odín, la única opción de supervivencia que le quedaba a su escocés era la de descender al Midgard.
Sin ella. Y sin su kompromiss.
—No voy a bajar contigo, Indra. Ni me voy a quedar contigo aquí —aseguró tragándose el nudo que tenía en la garganta y experimentando la congelación de su sangre y su corazón.
—¿Cómo has dicho? —repitió Indra sonriendo de forma incrédula.
—Soy la Generala. —Alzó la barbilla, y sus ojos se aclararon con frialdad—. No bajaré al Midgard a luchar hasta que el momento haya llegado. Este es mi sitio. Soy una dísir y, a diferencia de ti, soy imprescindible.
—¿A diferencia de mí? —se dibujó un surco entre sus cejas castañas—. No me hables así. Nunca me has hablado de esta manera, Sakura...
—Siempre hay una primera vez —dijo Sakura encogiéndose de hombros con indiferencia.
Indra recibió aquellas palabras como una humillación: no por el tono, sino por lo que significaban. Sakura estaba rebajándole ante todos, como si ella fuera superior. Y lo era, pero nunca había necesitado proclamarlo.
—Tenemos un kompromiss. ¿De qué estás hablándome, Sakura? ¡Soy tu pareja! ¡Me debes un respeto! —Se golpeó el pecho musculoso con el puño. Su disgusto crecía por momentos.
—No te debo nada. Soy la Generala, la valkyria más poderosa de todo el Asgard; y, si quisiera, podría achicharrarte ahora mismo.
—Por todos los dioses, Sakura —pidió Mei asustada. Las emociones de su nonne la estaban barriendo—. No digas ni una palabra más. Tienes que callar... ¿Qué pinto yo aquí? —exigió saber Mei. Encaró a Freyja.
—Silencio, valkyria —ordenó Freyja tapándole la boca con una mordaza de oro que hizo aparecer con un chasquido de sus dedos.
—¡Dijiste que me querías! —exclamó Indra—. Todas y cada una de las lunas que hemos visto juntos en el Valhall, juraste que me amabas. ¿Era mentira? —Su voz se enronqueció. Un guerrero como él nunca mostraba sus debilidades, pero ¿cómo no hacerlo cuando era su vida quién quería arrancarle el corazón?
—No puedo quererte, isleño —juró mirándole con desprecio—. Tú solo eres un mandado, y debes obedecer las órdenes de Odín. Yo soy...
—¡Mientes! —gritó—. Tú eres una zorra mentirosa —espetó Indra cortante—. ¿Verdad?
Las orejas de Sakura se movieron en desacuerdo, pero aceptó el insulto. Estaba haciéndole daño. Y lo hacía a propósito. Tenían que romper el kompromiss porque no conocía otro modo de dejarle marchar.
—Ha sido entretenido estar contigo, pero...
—¿Entretenido? ¡¿Entretenido dices?! ¡¿Por qué lo haces?! —se acercó a ella para zarandearla y hacer que reaccionara, pero Odín le inmovilizó, ayudando a Sakura a escapar—. ¿De verdad crees que soy menos que tú? ¡Mírate! —le gritó rojo de la furia—. ¡No eres menos que yo! ¡Eres una vendida y una traidora! —Sakura miró hacia otro lado, y Indra continuó con impotencia—: ¡Después de todo lo que hemos compartido! ¡¿Por qué estás haciendo esto?!
—¡Porque no te quiero! —exclamó ella, ayudándose de la rabia y la furia para poder pronunciar esas palabras destructoras—. ¡Nunca te quise! ¡Jamás! ¡¿Te ha quedado claro?!
Mei gritaba y negaba con la cabeza, pero su voz sonaba amortiguada contra la mordaza de oro. Corrió hacia Sakura para placarla y hacerle entrar en razón. Su nonne se estaba destrozando la vida y, de paso, también se la destrozaba a ella. No estaba bien.
—Valkyria entrometida —murmuró Freyja, atándole los pies y las manos a Mei con unas lianas que nacían del suelo—. ¡Quédate quieta!
Mei cayó y se removió en el suelo.
Sakura se plantó, queriendo acabar con aquello lo antes posible; y, con todo el arrojo que pudo, pronunció las palabras que romperían el kompromiss para siempre. Atravesó el alma de Indra con su mirada verdosa, sonrió como una víbora y se obligó a gritar:
—¡Tú ya no estás en mi corazón!
Indra abrió los ojos consternado y cayó de rodillas al suelo. Sus rodilleras de titanio golpearon el mármol blanco del palacio. Se llevó las manos a la espalda porque algo frío le quemaba como el fuego. Eran sus alas. ¿Sus alas le ardían? Dioses, le dolían una barbaridad.
Después, se llevó la mano al corazón, incrédulo ante lo que acababa de hacer Sakura. Asombrado por todo lo que acababa de oír. Su sirena lo había arrojado contra las olas como si fuera basura marina.
Lo traicionó como nunca antes.
—¿Qué... qué me has hecho? —preguntó acongojado, con los ojos de obsidiana inundados en lágrimas sin derramar—. ¿Por qué nos has hecho esto, valkyria?
—Te he relegado de tu cargo. —Sakura asestó el golpe final—. No eres digno de ser mi pareja. No eres digno de ser el líder de los einherjars ni la pareja de la Generala. Por eso Odín hace que desciendas al Midgard, isleño, a luchar con los mundanos.
Indra la miró como si la viera por primera vez, y lo que vio no le gustó nada.
—Me has engañado, Sakura.
—No ha sido difícil. —La Generala se dio la vuelta para alejarse de aquel lugar, del dolor y de la vergüenza al comportarse así. Era ruin por su parte decir todas aquellas cosas; pero sin kompromiss, Indra podría sobrevivir en las Tierras Altas. Y, si se sentía traicionado, sin nada que le atara al Asgard, aceptaría la misión de Odín—. Los isleños son unos salvajes estúpidos.
Y ella era la más salvaje de todas por haber pronunciado toda esa cantidad de mentiras destructivas e hirientes. Por eso la llamaban, Sakura «la Salvaje».
Nadie podría perdonarla, ella nunca lo haría.
—Te odiaré toda mi vida, Generala —gruñó Indra, levantándose con gesto vencido, pero encarando su papel ante Odín—. ¡Devuélveme lo que es mío!
Sakura cerró los ojos con pesar. No iba a devolverle el abalorio de ónix que llevaba en el pezón. Eso era de ella. Le pertenecía a ella.
—¡Devuélvemelo!
—No tengo nada que darte. Lo tiré hace un rato —mintió.
Indra cogió aire, indignado.
—Reza porque nunca más volvamos a encontrarnos. Porque si te encuentro... —aseguró mirándola por encima del hombro—, me encargaré de hacerte pagar por tus deshonras y pecados hacia mí. Te destrozaré.
—Eso no sucederá nunca.
—Reza porque así sea, iceberg. Porque si te cruzas en mi camino, te arrancaré lo que es mío. Tendrás que devolvérmelo todo. Nemo me impune lacessit. Nada me ofende impunemente. Recuérdalo, perra.
Sakura tragó saliva, fingiendo que le ignoraba.
Odín, sin más dilación, le dio unas cuantas directrices y lo invitó a que traspasara el umbral.
—Cuida las Tierras Altas. Pon orden, amigo —ordenó Odín.
Cuando Indra desapareció a través del portal, abatido y sin alma, Sakura trastabilleó, perdiendo el equilibrio. Y un rayo potentísimo y rabioso, procedente del corazón del Cosmos, atravesó el cuerpo de Sakura, provocando que clavara las rodillas en el suelo y gritara de dolor.
Freyja desvió la mirada, pues odiaba ver cómo sus valkyrias sufrían, y más si era Sakura la que sentía el dolor. La Generala nunca había sufrido nada parecido, pero era la ley del Valhall y el código moral de sus guerreras.
Había incumplido una promesa; y eso era lo que le sucedía a las valkyrias que rompían su palabra. Había mentido al hombre que amaba. Las valkyrias si mentían o rompían promesas eran castigadas con la fuerza de mil rayos.
El rayo la arrasó por dentro y por fuera. Pero no era dolor suficiente; no como lo que dolía al haberle hablado así a Indra.
Se acababa de ir; acababa de echarlo de su vida, y ya sentía el vacío como algo insalvable. Y no solo su vacío: podía percibir el dolor y la ira de Mei hacia ella por lo que acababa de hacer. Porque también le hacía daño a ella.
El rayo cesó, y Sakura quedó tirada en el suelo, con su melena rosa derramada por el mármol, inmóvil y hecha un ovillo. Había apretado los dientes para soportar la descarga, y creía que se había mordido el labio, pues notaba la sangre en su boca.
Mei, liberada de las mordazas de Freyja, caminó hacia Sakura decidida a ayudarla a levantarse. Pero Sakura no quería ayuda.
La del pelo rojo la miró confusa y asustada. No entendía qué había pasado.
La Generala levantó la mirada y observó a Mei. Quería disculparse con ella por lo que había hecho. Quería pedirle perdón por todo lo que ambas iban a sentir a partir de ese momento.
Eso lo sufrirían eternamente.
—¿Nonne, qué has hecho? —susurró Mei acuclillándose a su lado, alzando una mano temblorosa para retirarle el pelo de la cara.
Sakura negó con la cabeza, estremecida todavía por el dolor, y hundió el rostro en el mármol.
Nunca nadie sabría por qué había actuado así. Sería su secreto. De nadie más.
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Eones después...
Freyja había anunciado a las valkyrias que había llegado el momento de descender al Midgard. Un transformista había robado los tótems de los dioses y debían recuperarlos. Bajarían Naruto, el recién llegado Engel, acompañado de Temari, Mei, Sura, Liba, Reso, Clemo y la Generala, Sakura.
Sakura no se lo podía creer. ¿Cómo habían permitido que les arrebataran esos objetos tan poderosos?
—Os alegrará saber —Freyja pasó los dedos por el pelo lacio de Temari— que he decidido regalaros algo. No sé cuándo os volveré a ver, ni siquiera sé si regresaréis con vida de vuestra aventura en la Tierra. Deseo que sí. —Miró con cariño a Temari y le acarició la mejilla con el pulgar—. La energía del Midgard es poderosa, es muy sinérgica y brutal. Era importante para mí que mis hijas fueran vírgenes mientras permanecieran en mis tierras. No quería que ningún hombre os hiciera daño. Pero las normas han cambiado. Es una desgracia morir, pero es todavía peor morir virgen. Así que os doy carta blanca para que experimentéis con vuestros cuerpos allí abajo. La virginidad no tiene razón de ser entre los humanos. Por tanto, tampoco tendrá razón de ser en mis hijas.
La furia de mil titanes recorrió a la Generala al oír aquellas palabras. Cuando ella estuvo con Indra, nunca le entregó su virginidad porque, hacerlo supondría la pérdida de sus poderes. Ahora, cuando ya casi no le quedaba nada, ni siquiera el cariño de Mei; ahora, cuando estaba hueca y vacía era cuando podía darle al hombre que amaba su más preciado tesoro. Pero ya no servía de nada.
—¿Ahora sí que podemos dejar que los hombres nos toquen, Freyja? ¡¿Ahora?! —gritó Sakura apretando los puños—. ¡Me manipulaste! —La acusó con los ojos rojos, llenos de lágrimas, y con el pelo rosa ondeando a su alrededor—. ¡Jugaste conmigo!
Freyja alzó la mano y, de repente, el cuerpo de Sakura se vio amordazado mágicamente por una cuerda dorada que le oprimía de arriba abajo, como una anaconda. Otra mordaza más cubrió su boca.
—Tu genio me saca de quicio, Generala —contestó complacida por sus reflejos—. Hablaré contigo más tarde. Como os iba diciendo...
Y habló con ella.
La llevó al Vingólf, justo en el mismo lugar en el que tiempo atrás se despidió amargamente de Indra.
Freyja la liberó de la mordaza y aguantó la mirada recriminatoria de Sakura.
—¿Por qué? —preguntó Sakura con un sollozo.
—Las razones ya te las di, Sakura. No puedo prescindir de ti. Te necesitaba con todos tus dones y capacidades para este momento. —Freyja le limpió las lágrimas con dulzura, como a una niña pequeña.
—No me toques.
—Nei, nei, mo liten pike... No, no, mi niña... No llores.
—¡Que me dejes!
—Escúchame bien, Generala. Bajarás con el Engel y le ayudarás a liderar la búsqueda. Te necesito despierta, ¿de acuerdo?
—Claro —rezongó muy cabreada.
—Claro, no. Clarísimo, ¿lo entiendes? —Le levantó la barbilla—. Préstame atención.
—Olvídame.
—¡Sakura, maldita sea! Tal vez un día me lo agradezcas. Todo lo que hago lo hago por ti, por todas vosotras. Puede que no lo entiendas...
—¡No! ¡No lo entiendo! Pero si es la voluntad de la diosa —la censuró con inquina—, que así sea, ¿verdad? No voy a agradecerte nunca nada, Freyja. Me has torturado.
La Vanir se encogió de hombros y aceptó el reproche.
—Ódiame si te sientes mejor, pero atiende —Para la diosa era básico que su valkyria tuviera claras algunas cosas antes del descenso—: utiliza tu libro, tu diario. Escribe en él todo lo que veas, cómo te sientes, qué piensas... Te ayudará a desahogarte. ¡Ah! —añadió como si acabase de caer en ello—, y si encuentras a quien tú y yo sabemos...
Sakura palideció y negó con la cabeza.
—¿Me lo voy a encontrar? ¡No! —protestó avergonzada y temerosa a partes iguales, apartándose de las manos de la diosa, que la inmovilizaban con fuerza. No era cobarde, pero su corazón no soportaría ver a Indra. Aunque bien sabía que si tenía que pasar, pasaría.
—Sí, Sakura. No va a ser fácil para ti. —Los ojos plateados de Freyja le dedicaron una mirada de determinación—; pero eres la más fuerte de mis dísir, no te acobardarás.
—Por supuesto que no. —Ella no se iba a amilanar, pero su corazón tenía sus propias decisiones al respecto.
—Bien. No podrás decirle nada a Indra sobre el motivo de tu decisión al abandonarlo. Él deberá descubrirlo por sí mismo. Del mismo modo en que no podrás decirle a Mei lo que sabes sobre ella.
—Estoy muy cansada de los secretos —replicó a la defensiva—. Estoy muy cansada de saber tantas cosas, y de hacer daño a los demás con mis acciones. —La señaló con un dedo—. ¡He herido a muchas personas por tu culpa! Mei me odia, Indra querrá mi cabeza en una bandeja...
—No me señales, valkyria. —Sus ojos se volvieron negros y siniestros, y sus colmillos asomaron entre sus perfectos labios—. Estoy tan cansada de todo esto como tú —le tiró del pelo demostrándole quién mandaba—. No creas que, porque te tengo aprecio, Generala, voy a permitir que me hables así.
—Yo ya no creo en nada —espetó luchando contra ella.
Al oír esas palabras, el rostro de la diosa se suavizó, y sus ojos regresaron al tono plateado e hipnótico que los caracterizaban.
—Lamento oír eso. Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto, Sakura.
La guerrera apretó los dientes y desvió la mirada. Oír disculparse a una diosa no era algo que sucediera todos los días; pero ni siquiera el arrepentimiento de Freyja era suficiente para ella.
—Te estoy dando tu oportunidad, preciosa. ¿La tomas?
Sakura parpadeó confusa y sonrió sin ganas.
—¿Por qué me preguntas si sabes que en realidad no me estás dando elección?
—Porque quiero creer que puedo ser así de misericorde —sonrió con cansancio.
La joven valkyria resopló y asintió con la cabeza. Nunca huía de los problemas. Y ahora tendría el más grande de todos en un reino que desconocía. Tenía tantas ganas de llorar, tantas lágrimas que derramar...
—No te las guardes, Sakura —ordenó la diosa leyéndole la mente—. Escríbelas en tu libro. —Le dio un beso en los labios y juntó su frente a la de ella—. Yo te protegeré desde aquí.
Y aquellas fueron las últimas palabras que se dirigieron antes de que las puertas de la Tierra se abrieran para ellos.
Recuperarían los tótems. Pero: ¿recuperaría Sakura alguna vez su alma?
