4

En la actualidad

Escocia. Horas antes de ir a por Seier.

Indra le había pedido que la acompañara, y ni siquiera sabía por qué. Lo único que sabía era que no se podía negar, que no le podía desobedecer porque, si lo hacía, él pronunciaría las palabras secretas de Freyja y la devolvería inmediatamente al Valhall, con todo lo que conllevaba la pérdida de rango y un fracaso demasiado pesado sobre sus espaldas.

Madara y Mei estaban arreglando sus diferencias en una de las habitaciones superiores de la casa del highlander. Y la Generala se alegraba por su nonne, porque no quería sentir más cómo sufría.

Ambas lo hacían desde que tuvo que tomar la decisión de renunciar al amor de su einherjar. Y lo hizo por ella. No se arrepentía, pero sí que lamentaba todos los desacuerdos, las riñas y los despechos que Mei y ella se habían echado en cara desde entonces. Mei creía que ella había tomado esa decisión porque le dio la real gana; pero nunca fue así. Jamás fue por eso.

Y, ahora, no solo tenía que soportar que su hermana no la tragase, además, tenía que ponerse en manos de ese increíble gigante de trenzas castañas y ojos de obsidiana, que la odiaba con todo su corazón, y que la iba a tratar como a una esclava, como a un juguete.

Se dirigían a casa de Kidōmaru. Indra no había tenido paciencia suficiente para esperar a averiguar qué pasaba con su antiguo amigo y, por eso, interrogó hasta la muerte al sumiller que había realizado una cata de sangre en el THE DEN. Le enseñó las imágenes que había conseguido hasta que el pobre diablo, hinchado y roto por dentro, confesó que el tal informador se llamaba Kidōmaru. Indra por poco muere al descubrir que Kidōmaru era, en realidad, uno de sus mejores amigos; uno que había caído al lado oscuro convirtiéndose en un traidor.

Sakura observó los nudillos llenos de sangre de Indra y su gesto severo y derrotado. Había torturado al sumiller sin clemencia. Sin compasión. Como un bárbaro. Y con el gran sentido de la fidelidad que el guerrero profesaba, si se encontraba con Kidōmaru cara a cara, Indra les mataría, porque le había engañado a él y a todos. Por eso estaba tan triste y preocupado, porque no quería acabar con la vida de uno de sus mejores amigos vanirios. Sin embargo, si Kidōmaru le había traicionado, ese sería su destino.

Indra la miró por encima del hombro; su piercing refulgió y ordenó severamente:

—Camina más deprisa, esclava.

—¿Dónde vive Kidōmaru?

Indra no le contestó. Permaneció callado dando largas y pesadas zancadas al lado de las más cortas y ágiles de ella.

Eso también lo sabía Sakura. Indra iba a ser tan arisco, frío y estúpido con ella como no lo había sido toda la eternidad que habían vivido juntos en el Valhall.

Ella le había roto el corazón.

Ahora pagaría por ello; pero odiaba pagar. Odiaba sentirse en inferioridad de condiciones. Una guerrera como ella no podía rebajarse de ese modo ni acatar órdenes que no fueran dadas por su diosa. Aun así, eso hacía. Desde que se habían visto, Indra la había tratado despectivamente. Primero, le había arrancado el piercing del pezón, la única propiedad que ella atesoraba de él; después, habían peleado juntos en Urquhart Castle, y Sakura tuvo que soportar estoicamente sus recriminaciones y correcciones; pero, después de eso, Indra no la había vuelto a molestar más.

Hasta ese momento.

El momento en el que habían luchado ella, Mei y Temari en el THE DEN, y la Tríada había logrado retener al sumiller.

Madara se había llevado a Mei hecho una furia porque la valkyria había besado a uno de la Tríada, a Mervin. El vanirio samurái, todo ofendido, la había sacado a rastras del pub y se la había llevado al castillo de Indra.

Seguro que le daría una lección, pensó Sakura. Una de esas lecciones que o lo volaban todo por los aires o hacía que acabaran ambos abrazados.

Y, mientras tanto, Indra aprovechaba para cobrarse la venganza por su mano.

Por eso ella lo acompañaba en ese momento. Con el sumiller muerto, su segunda necesidad era encontrar al traidor de Kidōmaru.

—Es aquí —dijo Indra parándose en seco y mirando hacia la fachada que tenía frente a él.

Se encontraban en New Town, en la calle Princess. Los taxis iban y venían a través del kilómetro y medio de largo que tenía la popular vía.

Indra llamaba la atención por su indumentaria, toda gótica y oscura, con su larguísima gabardina de piel y sus botas negras militares con la puntera metálica. No podía pasar inadvertido jamás; y si a eso le añadías las trenzas castañas, entonces, parecía un guerrero salido de Matrix.

Y Sakura, en cambio, era mucho más bajita que él, más menuda y de pelo súper rosa claro, pero el vestido indiscreto y la indumentaria que le había prestado Freyja para bajar al THE DEN hacía que hombres y mujeres se dieran la vuelta para repasarla de arriba abajo. ¿Qué hacía una beldad pelirosa con vestido rojo y extra corto, preciosas piernas y altísimos tacones al lado de un gótico sacado de Braveheart?

—Kidōmaru vive en el ático —señaló Indra abriendo la puerta metálica con el hombro, reventando la cerradura del portal.

—Vaya, qué discreto... —opinó con sarcasmo—. Si Kidōmaru es un vanirio y de verdad te ha traicionado, entonces nos habrá olido y habrá dejado su apartamento. ¿No crees? —Observó cómo el metal dado de sí saltaba por los aires.

Indra no contestó y subió las escaleras de tres en tres. Estaba ansioso por buscar respuestas. ¿Kidōmaru, su querido amigo, se la había jugado?

Sakura siguió a Indra a través de las escaleras hasta llegar a la puerta del piso de su amigo. A la Generala le extrañó que un vanirio viviera de modo tan modesto, sobre todo cuando todos a los que conocía tenían mansiones y casas de diseño.

—¿Por qué vive aquí? No lo entiendo...

Indra la miró por encima del hombro; mientras, reventó la cerradura de la puerta de la vivienda de su amigo.

—Claro, ¿cómo no? —murmuró Indra.

Sakura entrecerró los ojos claros.

—¿Qué quieres decir con eso?

—La otra casa olía demasiado a Sheila, su pareja. No podía soportar los recuerdos y se mudó a este piso de alquiler. Pero seguro que eso es algo que tú no comprendes, ¿verdad, iceberg? Tú no quieres a nadie excepto a ti misma.

Indra entró sin preámbulos.

Sakura miró hacia otro lado y decidió no contestar. Indra no tenía ni idea.

A esas alturas, ambos sabían que Kidōmaru no se encontraba ahí. Sakura había tenido razón: se había ido.

La Generala meditaba sobre la pulla de Indra mientras deslizaba los dedos por la cómoda de madera oscura de la recepción. Oteó el escaso mobiliario del apartamento e inhaló el olor a desinfectante, un poderoso hedor que hizo que se le aguaran los ojos.

—Huele fatal —murmuró Sakura.

—Huele a amoníaco. —Indra abrió las puertas de los muebles e inspeccionó lo que ocultaban. Había escasa ropa y alguna que otra percha desnuda y solitaria.

—¿Por qué huele así? —Sakura arrugó la nariz y se colocó en medio del salón.

Indra le dio al interruptor de la luz, pero esta no se encendió. La luz de la noche entraba por las puertas de cristal del balcón que daba a la calle y, de vez en cuando, el sonido de las ruedas de los coches ascendía hasta donde ellos estaban.

Indra sabía por qué olía a amoníaco.

Él mismo, después de las disciplinas que realizaba a los esclavos de sangre que visitaban el ESPIONAGE, tenía que limpiar el suelo y los instrumentos con amoníaco para desinfectarlo todo; porque el potente olor de esa sustancia acuosa era el único que camuflaba la esencia metálica de la sangre.

Se dio la vuelta para dirigirse a la cocina americana. Abrió la nevera y se tapó la nariz con los dedos.

—Coño, qué asco... —gruñó cerrando la puerta de la nevera de un golpe.

—¿Qué hay ahí adentro?

—Sobres de sangre coagulada. No sé cuánto tiempo hace que Kidōmaru no pasa por aquí, pero lo que hay en la nevera está descompuesto...

—¿Sabías que Kidōmaru estaba ingiriendo sangre? —preguntó Sakura cruzándose de brazos.

Indra la ignoró y continuó con su estudio de campo.

No. No lo sabía. No sabía que su amigo se había pasado al bando de Loki. Si se hubiera dado cuenta tal vez podría haberle ayudado. Pero, al margen de conocer la necesidad por su pareja que tenían los vanirios, no sabía que su apreciado camarada había tirado la toalla tan rápido. Se había entregado a Loki.

Abrió y cerró los cajones hasta que encontró algo que lo dejó paralizado.

—¿Qué pasa, isleño? —Sakura estaba cansada de aquellos silencios tensos y prolongados, como si le perdonara la vida a cada mirada—. ¿Me vas a ignorar siempre? —Estaba enfadada. No quería que para él fuera tan sencillo obviarla. Al detectar lo tenso y cabizbajo que estaba Indra, se acercó a él—. ¿Qué has encontrado?

Indra metió su mano dentro del cajón y sacó una sortija dorada que, al alzarla, se iluminó por la claridad que entraba por las ventanas.

Indra leyó las letras inscritas en su interior.

«Para siempre», rezaban. Cerró los ojos y gruñó por lo bajo. Kidōmaru había amado desesperadamente. Pero también había perdido de manera inmisericorde. Él le daría una paz eterna y honorable. Le pediría a Mei que utilizara su don de la psicometría y le ayudara a localizar a Kidōmaru.

Meditando su siguiente paso, se dio la vuelta y pasó al lado de la generala, todavía esperando a que él le contestara. Como el enorme highlander no lo hizo, no dudó en detenerle y agarrarlo por la manga de la gabardina de piel negra.

—Te he hecho una pregunta, Indra. ¿Así va a ser? —Él no contestó—. ¿Así va a ser a partir de ahora? Yo yendo detrás de ti, como si fuera tu mascota, como si...

Indra se giró y la cogió por la pechera del vestido. Se comió su espacio y utilizó todo lo corpulento que era para intimidarla y obligarla a retroceder hasta que su espalda chocó contra la pared del desvalijado y austero salón.

Sakura abrió los ojos, asombrada por que él se atreviera a tratarla así, pero no se amedrentó.

Indra soltó su vestido y levantó la mano hasta rodear la garganta de la valkyria con suavidad.

—Nunca vuelvas a tocarme sin mi permiso, esclava.

Sakura parpadeó, como si no entendiera sus palabras. Era cierto: ella era su esclava. Debería obedecerle o, de lo contrario, Indra la devolvería al Valhall como una paria. No se lo podía permitir.

—Solo te he dicho...

—Tú no dices —espetó con una sonrisa diabólica en sus apetitosos labios. Su cicatriz se levantó siniestramente—. No dices nada. No hablas.

La pelirosa apretó los labios, frustrada.

Indra se quedó ensimismado con la barbilla de la joven y la acarició con el pulgar, distraídamente.

—Puede que no entiendas la naturaleza de nuestra nueva relación. Pero yo soy quien manda. No tú. —Pegó su nariz a la de ella—. Entiendo que para una mujer de tu rango sea difícil de asimilar, pero lo soportarás, ¿verdad? Lo soportarás todo porque no hay nada más importante para ti que tu deber y tu posición. Lo demás es incluso secundario.

—Indra... —protestó.

—Maldita sea —gruñó furioso, en voz baja—. Ese desapareció hace siglos. Para ti yo ya no soy ese hombre, iceberg. Me llamarás Amo, Señor o Domine.

Sakura tragó saliva audiblemente. Sus orejitas puntiagudas aletearon en advertencia y su energía eléctrica crepitó a su alrededor.

Indra sonrió, y a ella se le abrió la tierra bajo sus pies. Estar con él iba a ser doloroso, pero no podía causarle más daño del que ya se había hecho. Ella misma se había flagelado durante eones por haber elegido el deber por encima del amor; pero había sido su decisión, errónea, pero su decisión al fin y al cabo.

—Apuesto mis trenzas a que quieres achicharrarme. —Acarició el hueso de su mandíbula con el pulgar—. Habla.

—No perderías —contestó ella mirando hacia otro lado—. Curiosamente, esta vez, a diferencia de otras muchas, no estás equivocado.

Indra entrecerró los ojos y se apartó sutilmente para repasar su atuendo de arriba a abajo. ¿Una valkyria podía luchar con ese vestido? La Generala podía porque era la mejor: una guerrera única y excepcional; pero, también, una mujer falsa y mentirosa que no dudó en desecharle cuando los dioses le dieron a elegir entre él y su papel en el Valhall.

Sakura no le eligió. Y él quedó destrozado.

Con la impotencia que todavía le despertaban la traición y el recuerdo, arrinconó a Sakura con su cuerpo y apoyó las enormes manos en la pared, a cada lado de su cara.

—¿Qué se siente al ser vendida de esta manera, esclava?

Los ojos de Sakura se enrojecieron.

—¿A qué te refieres?

—A Freyja. Tu diosa te vendió a mí. La misma diosa que tú has protegido; la diosa que elegiste aquel día en el Asgard te vendió —la increpó sabiendo lo mucho que le molestaría—. Me dio el poder de destruirte. A mí. ¿Te lo puedes creer? —Se echó a reír.

—No me vendió —contestó fingiendo una seguridad que no sentía—. Ella... toma decisiones que...

—¿Cómo la puedes defender? —preguntó asqueado—. ¿Por qué la sigues protegiendo? ¿Por qué la sigues eligiendo? —Su labio se alzó con repulsión. Apretó la mandíbula y la miró de reojo—. Por mucho que lo niegues, Freyja ha dejado en inferioridad de condiciones a su querida Generala, y le ha dado a su peor enemigo las dos palabras clave que la podrían desterrar. Si eso no es ser vendida como una puta, o como una esclava, entonces no sé lo que será. Pero si esos son los deseos de tu diosa, tendré que obedecerla, ¿no? No debemos desobedecer a los dioses... —chasqueó la lengua—. ¿Estás de acuerdo?

Sakura se encogió de hombros y le miró a los ojos. No consideraba a Indra su enemigo, aunque él pensara lo contrario.

—Parece que lo sabes todo, isleño. Si es así, lo que dispongas no puede ser otra cosa que la decisión correcta.

Indra alzó la barbilla.

—Vuelve a llamarme isleño y no podrás volver a sentarte en todo el día. Ahora eres de mi propiedad.

Sakura se clavó las uñas en las palmas de las manos, y el leve dolor la sacó de su emergente furia.

—Está bien, Domine.

—Buena respuesta, esclava. Ahora, quiero ver lo que «la Resplandeciente» ha puesto en mis manos. Quítate la ropa.

Sakura se estremeció y miró a su alrededor. ¿Se iba a quitar la ropa ahí? ¿En ese piso con olor a podrido y más abandonado que su alma? Una orden tan rápida y tan clara no podía ser desobedecida. Así que le hizo caso y, con el orgullo maltrecho, empezó a deshacerse del vestido. Indra no le daba suficiente espacio para maniobrar; y aunque ella intentaba no rozarle ni tocarle mientras se desvestía, con lo enorme que era, era inevitable.

Indra tenía los ojos penetrantes clavados en el pétreo rostro de Sakura. La valkyria estaba pasando un mal rato, pero a él le daba igual porque ya no sentía nada por ella. Ya no la amaba. En el caparazón vacío de su corazón solo existían el odio y la frialdad. No había indi- ferencia, porque Sakura siempre lo había cautivado de algún modo, pero las emociones tiernas que habían explotado en él cuando la conoció se habían esfumado como el humo, como la niebla de los lagos escoceses al amanecer.

Los hermosos pechos de Sakura asomaron erectos y desnudos. Su piel pálida relucía por la claridad de las luces de la calle. Tenía el estómago plano y suave y llevaba un tanga rojo, que se apoyaba graciosamente sobre los huesos de las caderas.

Seguía siendo preciosa, maldita fuera.

Indra sentía el conocido pellizco lujurioso que implosionaba en él cuando veía a la Generala desnuda. En el Asgard le había sido imposible apartar sus manos de ella. Y volverla a ver así, bajo sus órdenes, bajo su dominación, lo había puesto erecto en nada.

Ella no se cubrió. No tenía nada de lo que avergonzarse. Se quedó de pie ante él, con tan solo los zapatos de tacón, las braguitas y la piel erizada por el frío ártico que desprendía la mirada del guerrero.

—Quítate los zapatos.

Indra quería dejarla desvalida de verdad. Humillada. Si se quitaba el calzado, la poca altura que había ganado respecto a él desaparecería. Y pasaría lo de siempre: Indra le sacaría dos cabezas y haría que se sintiera pequeña a su lado; y eso que era la valkyria más alta del Valhall, aunque eso no quería decir mucho.

Sakura no se agachó. Se los quitó con rabia, dando puntapiés. No dejaría de mirar al frente, ni a sus ojos, que ahora estaban quince centímetros más arriba.

Indra se mordió el interior de la mejilla, inclinó la cabeza a un lado y la estudió con ojos críticos.

—Date la vuelta.

—No.

La respuesta llegó inmediatamente y sin pensar; y fue un desafío tan flagrante que los puso en guardia a los dos.

—¿Cómo has dicho?

—¿Por qué quieres que me dé la vuelta?

—Tú no haces las preguntas aquí. No te he dado permiso para hablar. Ahora cierra la boca o atente a las consecuencias. Haz lo que te digo.

Sakura abrió las aletas de la nariz y respiró con rapidez, como si tuviera ganas de gritarle o de algo peor.

—Contaré hasta cinco. Como llegue a cinco y no te hayas dado la vuelta...

—¿Qué me harías? ¿De verdad serías capaz de...?

—Uno.

—No creo que te atrevas a pronunciar las palabras —escupió frustrada.

—Dos.

—Me necesitas, me necesitáis... Yo...

—Tres.

Sakura se giró y le mostró la espalda.

¡No podía ni siquiera razonar con él!

Se quedó mirando el papel de la pared desgastado. Y esta vez sí que se cubrió los pechos, ahora que él no la miraba, queriendo calentarse un poco la piel y la sangre. Estaba helada.

Indra la analizó. El tanga se colaba entre los bonitos globos de sus nalgas. El pelo, largo y rosa, le cubría la espalda. Con el pulso completamente controlado, Indra recogió su melena en una mano y la levantó para mirar lo que escondían las hebras doradas. Ahí estaban. Las alas de la valkyria, tan azules que parecían blancas, casi transparentes. Exactamente como las suyas.

—No las toques. —La voz de Sakura seca y dura, le paralizó. Retiró el hombro.

Indra no le hizo caso. La inmovilizó por el pelo y deslizó sus dedos por los hermosos tribales. Sakura gimió y se quejó. El roce de Indra le quemaba la piel. Solo el hombre por el que sus alas se habían iluminado en otros tiempos podía causarle dolor al tocarlas. Solo él. Y le estaba haciendo daño.

—¿Te duelen? —preguntó sin emoción.

—Sí. No las toques.

Un músculo palpitó en la mandíbula del einherjar. Sakura seguía dando órdenes, como si creyera que seguía al mando. Y ya no lo estaba. Tenía que dejárselo claro.

—Eres una valkyria defectuosa. —Rozó el tribal más largo y alto, el que simulaba la parte de las cobertoras del ala. Ella siseó y él sonrió—. Ni siquiera tus alas son bonitas.

—Estás disfrutando con esto, ¿verdad?

Indra tiró levemente de su pelo y, después, lo soltó para pronunciar sobre su oído.

—Sí. Y más que lo voy a disfrutar.

—Tuviste que amarme mucho para, después de una eternidad, odiarme tanto como me odias ahora.

—No te odio, esclava. Los Domines no sienten nada por sus esclavas. Ni siquiera eres una sumisa para mí. Siendo esclava puedo obligarte a que hagas cualquier cosa, incluso, si me apetece, puedo entregarte a otros. Pero no te preocupes, pronto te enseñaré cómo obedecerme y cuál es el mundo al que, verdaderamente, has descendido.

—No me interesa tu mundo depravado, Indra. No me das ningún miedo, ¿sabes?

—Entonces no eres muy lista. Y, además, has perdido todo el encanto para mí. Mírate: no eres muy alta, no tienes mucho pecho, y estar contigo es como vivir en un puto congelador. No sé por qué me encapriché contigo en el Asgard.

Sakura apretó los labios y pegó la frente en la pared. ¿Capricho? ¿Encaprichamiento? Ese hombre estuvo dispuesto a entregar su vida por ella; la amaba. Igual que ella lo amaba a él. Era amor, maldita sea. Pero el destino deparaba otro camino a su relación, y ella intentó tomar la decisión más responsable. No porque fuera la Generala. Sino porque el bienestar de su nonne dependía de ella. Era responsable de otra persona, y eso Indra no lo sabía. Y ella no se lo podía decir.

Freyja le había prohibido hablar de ello con él.

Si Indra la perdonaba, sería porque él así lo sentía, no porque Sakura revelara su secreto. Cerró los ojos y esperó a estar a solas para poder desahogarse a gusto. Tenía ganas de llorar, pero no se derrumbaría delante de él.

—Esto no me gusta —susurró colando los dedos por debajo del cordel del tanga. Lo agarró y tiró de él hasta romperlo. Se quedó con la tela en la mano y la lanzó al suelo con desprecio—. Ahora date la vuelta.

Sakura cogió aire y se dio la vuelta con la mirada clavada en sus pies desnudos. Utilizó el pelo rosa para cubrirse el rostro. Se sentía mal, sola y abandonada. Ella nunca había experimentado esa sensación de desprecio. No así. No con él.

Indra dio un paso atrás y se pellizcó la barbilla con el pulgar y el índice, admirando el cuerpo de Sakura y obligándose a ser cruel para no mostrar lo mucho que esa valkyria seguía turbándole.

¿Por qué seguía afectándole? ¿Por qué una mujer tan dura y fría como ella tenía ese poder?

—Lo que yo decía. Aquí, en el Midgard, hay mujeres que me han dado todo lo que necesito. Mujeres bellas. Tú, aquí, eres una más del montón —clavó sus ojos en la entrepierna depilada de Sakura. Seguía siendo rosácea, pero tenía menos vello que antes. Le gustaba. Seguía gustándole tanto como el primer día, pero la veneración y el ciego amor que le despertaba habían muerto cuando le despreció ante los dioses—. Ya no me gustas, Generala. Pero me lo pasaré bien contigo. A ver cuánto aguantas... —Se agachó y recogió el vestido rojo para tirárselo a la cara—. Vístete. Nos vamos.