5
Diario de Sakura Escocia.
Descender. Descender ha sido lo ms terrorfico que he experimentado en mi vida.
Bajar a la tierra sabiendo a quién podría esperarme, quién podría recibirme, sabiendo que podría encontrarme con él... Con Indra. La ansiedad y el miedo de verle de nuevo ha despertado todos mis temores. Soñe siempre con un reencuentro como el de las películas de la Ethernet que nos pasa Freyja; pero nada más lejos de la realidad. Ha sido mil veces peor. Está siendo horrible. No me gusta sentirme insegura y desamparada. Pero así me siento.
Bajé al Midgard porque me habían encomendado una misión junto con Naruto, el Engel: recuperar los objetos robados de los dioses. He estado en una ciudad llamada Chicago. Allí recuperamos a Mjölnir, el poderoso martillo de Thor. Y descubrimos que Temari es su hija secreta.
Ahora, estamos en Escocia, en un castillo de las islas del fiordo de Clyde, en la fortaleza de Indra. Llegué hace veinticuatro horas, después de una batalla a muerte en los mares del norte, en la que recuperamos a Seier, la espada de la victoria de Frey. Pero no hemos logrado localizar a Kidōmaru; y Zetsu y ese tal Hidan han huido en un helicptero con la lanza de Odín en su poder. Y, aunque todavía nos falta recuperar ese tótem, ya considero que la misión está siendo un éxito porque por fin he podido decirle a Mei lo que pasó; por fin hemos hecho las paces... Lo necesitaba, me hacía tanta falta... Ese es el mejor regalo que me llevo por ahora de este reino que no entiendo. Mei nos ha demostrado a todos que ella no es mala, pero sí sabe ser maligna cuando quiere. Es hija de una sibila y de Nig el nigromante. Loki conocía su don de la psicometría y la quería en sus filas, porque sabía que, en un futuro, Mei sabría localizar a Heimdal en la Tierra, y la quería en su equipo. Pero Mei solo se debe a ella misma y a los suyos, y le ha dado a Loki donde más le puede doler: el sentido de la lealtad que él no tiene. Adoro a Mei. Siempre ha sido así. Ella irá a todas partes, porque en el cielo ya ha estado. No hay nadie más leal y fiel que ella. Y estoy orgullosa de que sea mi hermana del alma.
Desde que estoy en el Midgard, he peleado contra etones, purs y troles. He perdido a guerreras y por poco me arrebatan a Temari y a Mei. He discutido con mis nonnes, y después, las he recuperado. Me he reencontrado con el amor de mi inmortal vida, con el hombre al que más he querido; y me he dado cuenta de que ya no es quien yo amé. Ahora está endurecido; es un extraño para mí. Supongo que se debe a que, básicamente, ya no me quiere.
Soy su esclava, y me ha intentado humillar varias veces ya. Me ha arrancado el piercing del pezón y me ha corregido en la lucha de Urquhart Castle; ayer me obligó a desnudarme; y hoy, en cuanto hemos pisado su maldito castillo, me ha llevado a una alcoba, mientras todos los demás elegían aposentos y se acomodaban, y me ha dado un collar de sumisa.
!Un collar de sumisa! !A mí! Que soy la maldita valkyria más poderosa del Asgard! !?Pero quién se ha creído que es este isleño?! Estoy haciendo soberanos esfuerzos por controlarme y no electrocutarlo porque, si lo hago, me mandará al Valhall. Y no lo puedo permitir.
Me ha dicho que me ponga el collar, me ha guiado hasta una alcoba justo al lado de la suya y me ha dejado encerrada. Ni siquiera me ha presentado al clan de berserkers que hay aquí. Sé que en un lugar de este castillo se esconde una manada de pequeños lobitos y los quiero conocer. Indra ni siquiera me ha dejado ver a Kawaki. Sé que Izumo lo tiene a buen recaudo, pero deseo verle... Ese niño me gusta.
Y, sin embargo, aquí estoy, encerrada como la mujer de ese cuento de los humanos... Y si tengo que esperar a que me crezca el pelo para huir de aquí, entonces puedo agonizar.
Ahora ya han pasado varias horas. Indra, Madara, el Engel y los demás han salido en busca de Kidōmaru. Ayer por la noche, Mei pudo ver las coordenadas que indicaba el radar de la lancha en la que viajaba el traidor, y descubrió que se diriga al Aeropuerto de Aberdeen. Ya hace horas que han salido y no sé nada de ellos.
¿Qué demonios hago yo aquí encerrada? ¿Sin poder ayudar a nadie?
Me siento intil.
Me siento...
Sakura dejó la pluma roja sobre el diario abierto y lo lanzó sobre el colchón, disgustada con su situación.
Apoyó los codos en las rodillas y hundió el rostro entre las manos. Se había duchado y cambiado de ropa. Llevaba solo un jersey negro de lana largo y grueso que le cubría las manos y le llegaba por el muslo, con unas botas de caña alta del mismo color.
Meditó sobre las palabras de Indra. Sí, por supuesto que Freyja la había vendido. ¿Cuál era la finalidad de la diosa al traicionarla de ese modo? No lo sabía. Ni quería saberlo. Nadie podía entender lo que una mujer como ella, acostumbrada a dominar y a dar órdenes, sentía al estar recluida como un trasto inservible en una habitación de una inmensa fortaleza.
Sus orejitas puntiagudas se movieron y levantó la cabeza de golpe al escuchar las voces de sus hermanas.
—Temari, cárgate la puerta —decía Mei—. Ahora. Esto se pasa de castaño oscuro.
—¿Pero Sakura está aquí? ¿Seguro? —replicaba Temari.
—Claro que está aquí. Mudito dice que sí. ¿Verdad, Mudito?
Sakura no las podía ver pero se levantó, animada al escucharlas. ¿Kawaki estaba con ellas? ¿Ellas no habían ido en busca de Kidōmaru?
—Dale un martillazo, Tema y reviéntala. —La animó.
—Apartaos —dijo Temari—. Padre.
Sakura sonrió al escucharla decir aquella palabra. Tema no acababa de hacerse a la idea de que Thor era su padre y, por eso, el dios del Trueno creó una palabra catalizadora para el martillo de su hija. Si la pronunciaba, su colgante se convertía en una réplica exacta de Mjölnir.
La puerta saltó por los aires al impactar el martillo en ella.
Sakura las esperaba con los brazos cruzados a la altura del pecho, apoyando el peso de su cuerpo en una de sus torneadas piernas.
—Habéis tardado un poco, ¿no creéis?
—¡Vilma, ya estoy en casa! —exclamó Mei ignorando su comentario—. Te hemos traído todo lo necesario para que hagas punto de cruz.
Sakura puso los ojos en blanco.
—Soy vuestra Generala. Debisteis liberarme antes.
Tras sus dos hermanas, asomó la cabecita rapada y morena de Kawaki. Este, al verla, pasó por entre medio de ellas y corrió a saludar a Sakura.
Sakura no se lo pensó dos veces; se agachó y lo abrazó con fuerza.
Las valkyrias no podían concebir; pero Kawaki, el pequeño híbrido hijo de una berserker llamada Scarlett y un vanirio llamado Kokatsu, despertaba todo su instinto maternal.
—Este castillo es como un laberinto —explicó Mei observando cómo su Generala trataba a Kawaki y cómo el pequeño la miraba, como si fuera una princesa—. ¿Por qué él no me hace eso?
Temari se echó a reír y miró hacia otro lado.
—No puedes pedirle a un niño que abrace a un cactus —contestó Sakura oliendo la cabeza del pequeño. Había algo en el olor de Kawaki que le hacía pensar en arrullos y nanas.
—¿Acaso hay un bulldog contigo? —preguntó Mei con los ojos fijos en el collar de sumisa.
—Es un regalo de Indra —la Generala puso los ojos en blanco—. Pretende que me lo ponga.
Mei arqueó las cejas y sonrió malévola.
—¿En serio?
—Indra te encerró aquí sin darnos ninguna explicación —Temari estudió la disposición de la habitación—. ¿No tienes televisión, ni ordenador, ni libros, ni nada? Nuestras habitaciones tienen de todo y están completamente equipadas. ¿Por qué la tuya no?
—Porque la odia —contestó Mei—. Y porque quiere que ella solo se centre en él. Que no tenga distracciones. —Se estiró en la cama y fue a coger el diario de Sakura—. El peor de todos es el Engel por permitírselo.
—Naruto quiere respetar el pacto que hizo en el ESPIONAGE y no quiere interceder entre vosotros —le excusó Temari—. Opina que mientras no tengan que ir a ninguna batalla no necesitarán tu poder, así que... Se fía de Indra y de que él no te haga daño.
—¿Eso ha dicho? —gruñó Sakura—. Dulgt. —pronunció con una sonrisa de medio lado. El libro desapareció en las manos de su hermana de pelo rojo.
Mei apretó los dientes y resopló.
—¡Déjame echarle un vistazo! ¡Odio cuando haces eso! —se quejó.
—Es un diario personal. No se lo dejo mirar a nadie.
—Llevo eones queriendo averiguar qué diantres escribes en él. Ahora que hemos decidido que nos queremos, bien podrías enseñármelo.
—Ni hablar. —Sakura salió de su cárcel con Kawaki a cuestas—. Enseñadme la fortaleza, quiero verla.
—¡Eh! Espero que lleves algo debajo de ese jersey —sugirió Temari—. Hay muchos guerreros ahí abajo...
Sakura la miró por encima del hombro y sonrió, al tiempo que se levantaba el jersey y le enseñaba un short tejano oscuro.
—Qué conservadora eres... —murmuró Mei.
—Y tú una fresca —repuso Sakura—. Contadme: Mei, ¿has tenido alguna visión más al tocar el marfil?
—No; no he visto nada más aparte de lo que vi al amanecer cuando nos acercamos a la isla de Arran, en la lancha. Ya sabéis lo que vi: al pelinegro buenorro, al vanirio de la BlackCountry comerle la teta a una rubia muy guapa. Tenían a un montón de gente alrededor mirándoles. Pero no he vuelto a ver nada más. Es como si algo me impidiera acceder a la visión...
—Sea lo que sea, si viste al hermano del sanador, quiere decir que Heimdal está a su alrededor. Necesito que vuelvas a localizarle; y cuando lo tengas claro, iremos a por él.
—Lo hago, Sakura —contestó frustrada, tocando el colgante en el que descansaba el trozo de marfil, parte del famoso cuerno de la anunciación, propiedad de Heimdal—. Pero no veo nada. No puedo acceder a él. Ya no sé dónde está.
—Está bien. Sigue intentándolo —pidió, más que ordenó—. ¿Qué se sabe de la lanza y de Kidōmaru?
—Por ahora nada. No tenemos noticias de Aberdeen, que es adonde realmente debía dirigirse Kidōmaru por mar. Naruto, Madara y Indra han ido para allá.
—¿Y todavía no se han puesto en contacto? —preguntó extrañada, dejando que Kawaki le cogiera de la mano.
Mei y Temari negaron a la vez.
—Sakura, ¿puedo preguntarte algo? —Temari aceleró el paso y se colocó a su lado, con gesto preocupado.
—Dime, Tema.
—¿Por qué se lo permites? Indra es solo un einherjar a tu lado, que eres la más poderosa de las valkyrias. ¿Por qué has dejado que te encierre? ¿Qué te trate así?
Sakura alzó la barbilla y, con todo el orgullo que pudo mostrar, contestó:
—Si fuera un hombre, te diría que me tiene cogida de los huevos. Indra... —Sacudió la cabeza, mordiéndose la lengua—. Ese hombre tiene el poder de desterrarme y devolverme al Valhall si no le obedezco.
Mei y Temari se detuvieron al mismo tiempo, abrieron los ojos como platos y exclamaron:
—¡¿Cómo dices?!
Y Sakura les explicó que Indra poseía unas palabras que, de ser pronunciadas, finalizaría con su aventura en el Midgard.
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Habían controlado todas las salidas y entradas del aeropuerto.
Indra no quería que Kidōmaru desapareciera sin dejar rastro. Por eso había llamado a Mei inmediatamente, para que volviera a tocar el anillo y localizara su nueva ubicación desde la última vez que lo había hecho.
La valkyria le había contestado que no se lo iba a decir hasta que no liberara a Sakura.
Pero Madara se había puesto al teléfono y le había hablado en ese idioma que afectaba tanto a la pelirroja, así que ella, sin más dilación, les dijo dónde estaba.
Le había visto en una cafetería del aeropuerto de Aberdeen, sentado en un sofá y hablando por teléfono, cargado con una bolsa como la que le había descrito Mei que llevaba con él en la lancha, cuando huyó de la plataforma petrolífera de Gannet Alpha, en el mar del Norte.
Que Kidōmaru, pocas horas después de su huida, se encontrara en el aeropuerto extrañó al highlander. Se suponía que estaba huyendo de ellos. ¿Por qué estaba tan relajado? Eran las cinco de la tarde, ¿acaso no sabía que estaban allí?
—No me huele bien —dijo Naruto.
Ambos tenían a Kidōmaru en el punto de mira. Los tres se habían ocultado en la cafetería de enfrente, en una esquina de la barra americana del Granite City. El traidor, el que una vez fue un amigo, guerrero y aliado, se encontraba allí, sereno y calmado. Sus ojos negros, su tez blanquecina, su pétrea expresión desalmada: nosferatu.
Indra luchaba por no echarse atrás. Kidōmaru era un traidor. Ya no era Kidōmaru; y debía grabárselo en la cabeza. Indra estudió todo lo que le rodeaba. ¿El nosferatu hablaba con alguien? ¿Con quién? Sus iPhones sonaron a la vez. Los tres guerreros fijaron la vista en sus pantallas y la expresión les cambió por completo. Días atrás, Indra les había explicado que habían ideado un programa para controlar las posiciones de los esclavos de sangre que visitaban el ESPIONAGE. De ese modo, sabían sus posiciones; y, si coincidían cuatro esclavos de sangre en un mismo sitio, quería decir que un nosferatu reclamaba sus servicios. Gracias a ese programa lograron descubrir los laboratorios de los subterráneos de las colinas de Merrick, así como la movilización de esclavos al THE DEN dos noches atrás, en la cata de sangre.
Ahora, la pantalla de sus teléfonos mostraba varias luces intermitentes en un mismo lugar.
—¿Qué posición marca? —preguntó Indra—. ¿Qué mierda está pasando?
—Joder... —Naruto, que se había cubierto su pelo rubio y rizado con un gorro de lana negro, se frotó la barbilla con los dedos—. Glasgow. El aeropuerto de Glasgow.
El highlander levantó la vista y volvió a mirar a Kidōmaru. ¿Por qué iban a reunirse los esclavos de los vampiros practicantes de BDSM en el aeropuerto de Glasgow? ¿Adónde se suponía que iban?
—El tío se va. —Madara se levantó también, con su mirada oscura centrada en el nosferatu.
—Se deja la bolsa. No lleva la bolsa con él —señaló Naruto apretando la mandíbula—. Mierda. —Clavó la vista en el banco en el que había estado sentado y descubrió que la bolsa estaba debajo de este—. No le pierdas de vista —ordenó Naruto, dispuesto a irla a buscar.
Indra le dio un último sorbo a su cerveza negra y lo siguió. No les distanciaban más de cuarenta metros; pero, con tanta afluencia de gente como había en Aberdeen y los desodorizantes que se habían echado para no ser detectados por el olor, el vampiro no se dio cuenta de que lo seguían. O eso creía Indra; porque entonces, su examigo, aquel que tantas veces había arriesgado su pellejo por él, hizo algo que lo desconcertó. Se detuvo en medio del pasillo que daba a la salida principal del aeropuerto y giró la cabeza para mirarlo directamente a los ojos mientras seguía hablando por teléfono.
Las gente pasaba a su alrededor, indiferente a su presencia, como iban siempre los humanos, sumidos en sus asuntos sin percibir nada lo que les rodeaba.
Indra, paralizado, achicó sus ojos de kohl. No comprendía nada.
Kidōmaru sonrió, enseñándole unos colmillos mortalmente afilados, y apartó el móvil de su oreja. La comisura del labio del vampiro se curvó hacia abajo en un mohín de desagrado.
A veces, las acciones se desarrollaban de manera sorprendente y superflua; y, del mismo modo en que se desarrollaban, terminaban en un abrir y cerrar de ojos.
Y antes de que el nosferatu bajara la tapa del móvil; antes de que echara a correr y de que la zona de cafeterías empezara a volar por los aires a causa de varias explosiones sincronizadas; antes de toda esa secuencia de señales y daños colaterales catastróficos, el dalradiano comprendió que habían caído en la trampa del león.
Y ellos eran la jodida presa.
La gente gritaba. El fuego iba y venía a ráfagas vertiginosas; los cristales parecían balas diamantinas, cortando e hiriendo la carne mortal.
Indra volaba por los aires, afectado por las ondas expansivas de la explosión. Había perdido de vista a Naruto y a Madara que, como él, salieron despedidos por la fuerza del estallido. Naruto, sobre todo, era el que más cerca estaba de los explosivos.
Si necesitaba una prueba definitiva del cambio de alma de Kidōmaru, ahí estaba. Los recuerdos, los amables, desaparecieron con la rapidez de las llamas y los llantos desgarrados. Si esperaba hallar una pizca de humanidad en su amigo rendido no la iba a encontrar. Kidōmaru acababa de volatilizar parte del aeropuerto de Aberdeen, matando a miles de humanos: hombres, mujeres y niños.
El caos y el terror se apoderaron de aquella pequeña parcela del Midgard escocés, aniquilando vidas, acabando con ellas como si se creyese con el poder y la potestad de hacerlo.
Había atravesado las cristaleras que daban a las pistas de aterrizaje. Un cristal le atravesó el costado; y el dolor provocó que se centrara en la escena que, descarnada, tomaba vida bajo sus pies.
Vida no. Muerte. Aquella era la cara de la tragedia.
Necesitaba contrarrestar la energía de la onda expansiva y el dolor lacerante que le indujo el cristal le ayudó a ello.
Kidōmaru no andaría lejos. Él había salido disparado por los aires, pero todavía podría perseguirle. La herida del costado era profunda, pero no lo dejaría escapar. Ni hablar.
¿Qué mierda le habían puesto a los explosivos? ¿Era ácido? Joder, sentía que la piel le ardía. El fuego y el humo hicieron que perdiera de vista a sus compañeros. No había ni rastro del líder de los einherjars ni del samurái. Seguramente, la onda expansiva los había enviado a la otra punta del aeropuerto.
Ellos seguían con vida; pero los humanos calcinados de abajo, no.
¿Se habían vuelto locos los jotuns? ¿Querían provocar el pánico? ¿Cómo atacaban tan descaradamente y tan en masa?
Con toda la furia por el extravío del espíritu luchador de Kidōmaru, y por la cantidad de humanos inocentes que habían perecido en aquel atentado de los jotuns, cambió la orientación del cuerpo en el aire, y buscó un punto fijo, la torre de control, para retomar el dominio de sí mismo. Dejó de girar; sus extremidades se reafirmaron y se preparó para caer. Porque él no tenía alas como Naruto, ni podía volar como Madara; y tal como había ascendido víctima directa de la detonación, iba a caer de nuevo al suelo firme.
Y lo hizo. Después de incontables segundos, su cuerpo ensangrentado y malherido descendió y cayó sobre una de las pistas laterales de aterrizaje, con tanta fuerza que hizo un boquete circular en la superficie.
Sin tiempo para que sus rodillas y tobillos descansaran al impactar con el suelo de grava, Indra lanzó su cuerpo hacia adelante y corrió a un ritmo vertiginoso para capturar al traidor. Los einherjars tenían un oído muy desarrollado, al igual que el olfato, y Indra podía jurar que, aunque Kidōmaru ya no olía como antes por el cambio sanguíneo en su cuerpo, todavía mantenía una pequeña porción de esencia que su nariz detectaba. E iría a por él.
Habían perdido el tiempo esperando en Aberdeen. Creían que Kidōmaru esperaba a un contacto. Fuera lo que fuese lo que llevaba en la bolsa, pensaron erróneamente que era material importante que intercambiar, no munición explosiva.
El humo, las lágrimas, la gente perdida de un lado al otro... Los taxis y los coches que llegaban al aeropuerto huían y colisionaban unos contra otros, temerosos de ser ellos las siguientes víctimas.
El suelo estaba teñido de sangre, cristales y maletas abiertas cuyas pertenencias quedaban desparramadas por el suelo, huérfanas como la letra de una triste canción.
La explosión tenía que haber herido a Kidōmaru; era imposible que no le hubiese alcanzado.
Indra inspiraba todo el aire que su capacidad pulmonar le permitía. Encontraría su maldito hedor. Lo encontraría. Debía estar herido, y su sangre apestaba. Tarde o temprano la detectaría.
Dejó atrás el epicentro de la tragedia y corrió a través de una de las carreteras colindantes que llegaban al aeropuerto. El olor del nosferatu estaba ahí: residía en el aire, en el viento que anunciaba tormenta. La tarde había quedado completamente encapotada y, ahora, con todo el humo que ascendía hasta el cielo, lo estaría mucho más.
Un Brabus de color negro, con las ventanas tintadas, conducía en dirección opuesta a los primeros coches de emergencias que empezaban a llegar. Era uno de los coches de Kidōmaru. De ahí venía el sospechoso tufo.
Indra corría paralelamente a la carretera, fuera del arcén. Se colocó al lado del todoterreno y solo les distanciaba un metro. El einherjar saltó sobre el techo del coche, y este empezó a dar bandazos de un lado al otro.
El highlander desenfundó la espada que llevaba oculta a la espalda, se colocó de rodillas sobre el coche y, amarrando el mango con las dos manos, clavó la punta a la altura del piloto, atravesó la carrocería y alcanzó el cráneo del conductor.
El coche, con él encima, dio un volantazo y salió despedido por la cuneta.
Mientras daba vueltas sobre sí mismo, Indra visualizó cómo su excompañero salía del coche siniestrado, malherido, con una botella de sangre en la mano y bebiendo para sanar sus heridas.
Giró la cabeza y clavó sus ojos oscuros en los de obsidiana del highlander.
Indra negó con la cabeza, prometiéndole que no se escaparía.
Kidōmaru escupió al suelo, demostrándole desprecio, y corrió campo a través. Aberdeen estaba rodeada de grandes campiñas verdes y algunas dehesas bastante espesas; pero no lo suficiente como para poder ocultarse.
A espaldas de Indra, el Brabus explotó, como un preludio de lo que él mismo iba a hacer con el cuerpo del guerrero caído. Lo destrozaría. Con ese pensamiento y sin mucha prisa pues Kidōmaru no tendría ninguna posibilidad contra él, se decidió a perseguirle.
El nosferatu no estaba en su mejor forma. Era un madlito yonki de la sangre, y ya no había nada del hijo de Ander que había sido una vez.
Con un montón de rabia, y sin ni siquiera una miserable porción de misericordia, Indra lo placó por las piernas para, acto seguido, ponerle la bota de motorista sobre la nuca, hundirle el rostro en la hierba e inmovilizarle por los brazos, echándoselos hacia atrás. Le gustaban esas llaves. Eran dolorosas y muy productivas.
—¿Me vas a matar, amigo? —preguntó Kidōmaru con la cara cortada y quemada por el fuego y los cristales. Le enseñaba los colmillos como un perro rabioso.
Indra alzó la barbilla y le echó los brazos hacia atrás. El movimiento hizo que el traidor hundiera la nariz en la tierra y gritara.
—Nos has traicionado. Me has traicionado —murmuró con inquina—, a mí.
—¡Que te jodan, escocés!
—¡¿Por qué?! —exigió saber, hundiéndole la cara en la hierba embarrada—. ¿Por qué? Después de todo lo que hemos vivido...
Kidōmaru intentó apartarse del castigo, pero el highlander le mantenía inmóvil.
—Porque sí. Porque para ti y los einherjars que hay como tú aquí es fácil sobrellevar la soledad. ¡Pero mi mujer ha muerto!
—¡Ya ni la recuerdas! ¡Desde el momento en que empezaste a beber sangre, ensuciaste su recuerdo, cretino! ¡No hables de ella!
—¡Hablo de ella porque su muerte me mató!
—¡Y, en vez de vengarte, te unes a Loki! Tamaña venganza la tuya, cabrón. —Le retorció los brazos hacia arriba y disfrutó del grito de dolor de su examigo.
—¡Tú no tienes ni idea! Ni idea de lo que es sentir como tu mundo se apaga. Nos dijiste que una vez estuviste enamorado y que... y que ella te traicionó. Pero no te he visto volverte loco por ello.
«¿Y él qué mierda sabía?», pensó rabioso.
—Los vanirios enloquecemos —prosiguió Kidōmaru—. ¿Qué crees que le hubiera pasado a Kokatsu si él hubiese sobrevivido a la muerte de su cáraid? También se habría rendido.
—Pero unos lo hacen con más honor que otros. No veo a Buchannan traicionándome como tú.
—Buchannan está a un paso de hacerte lo mismo.
—No —contestó rabioso—. Él está tomando las pastillas Aodhan, las que creó Itachi Uchiha, el sanador de la BlackCountry. Él elige luchar. Había un vanirio llamado Ren, que después de la muerte de su mujer, se inmoló por sus amigos y les hizo un gran favor. Gracias a su colaboración pudieron recuperar a Mjölnir. —Le pisó la columna vertebral y escuchó cómo las vértebras cedían y crujían—. Tú no has tardado nada en devorar bolsas rojas. —Indra recordó a su amigo Kokatsu. Él y Scarlett les dejaron un regalo divino: Kawaki. Kidōmaru no tenía derecho a hablar así—. Y no te atrevas a hablar de Kokatsu en esos términos. Él tenía más dignidad de la que jamás tendrás tú.
Kidōmaru se echó a reír con fuerza, mostrando sus colmillos, mientras tragaba tierra y el rostro se le llenaba de arañazos por el roce con el suelo.
—¡Vamos a caer uno a uno! Tú... Tú no has visto lo que yo. No has visto el poder que tienen. No entiendes lo que van a hacer. Llegará un momento en el que no podréis tapar los agujeros que abran y, entonces, todo se acabará. La humanidad está vendida.
—Tú sí te has vendido. Has matado a cientos de personas. ¡Había niños ahí dentro, familias enteras... ¡Los has matado. Ahora muere con algo de honor. Por todos los años que hemos luchado juntos, dime, ¡¿qué más sabes de Newscientists?!
Kidōmaru le miró por encima del hombro, dibujando un gesto de desdén con los labios.
—No quiero el honor ya. Vivo bien siendo lo que soy. Libre para hacer y deshacer como me plazca. Sin remordimientos.
—Dios, ¿qué diría ella al oírte hablar así? ¿Qué diría Sheila? —profirió asqueado.
Kidōmaru se quedó muy quieto, hundido en el barro. Negó con la cabeza, y Indra retiró un poco su bota negra. Vio un poco de arrepentimiento y rendición en la pose del vampiro. Debía de quedar algo de él todavía, no podía ser que en un mes toda la esencia de aquel maravilloso guerrero desapareciese como si jamás hubiese existido. Su cerebro no estaba deshecho del todo.
—Estaba embarazada.
—¿Cómo?
—Mo leanabh —susurró con voz ronca y rota—. Mi bonita Sheila estaba embarazada y me la quitaron. No queda compasión en mí, compañero.
Un pesado silencio cayó entre los dos.
—Lo siento. Pero comportándote así no la estás respetando.
—Ella ya no está. ¿Qué importa? Haz lo que tengas que hacer —confesó.
—¡Da un poco de luz a su memoria, maldito! —gritó Indra—. ¡Ayúdame y dime lo que sepas de ellos! ¡No te vayas así! ¡Ten un puto gesto!
Kidōmaru profirió un gemido de frustración.
—No tienes posibilidad de arreglar esto.
Indra le cogió por los hombros y lo levantó por la pechera, zarandeándole de un lado al otro.
—Si hay una eternidad y algo después de nuestra inmortal vida, espero que ella, Sheila —pronunció el nombre de la mujer que lloraba el vampiro—, no esté esperando a un monstruo como tú. Espero que no te dé cobijo.
Kidōmaru gritó y pateó al aire al escuchar su nombre.
—¿De verdad crees que hay algo? Para mí solo hay oscuridad —contestó.
—Pues dale un poco de luz a ese agujero negro en el que estás, y vete de aquí ayudando al clan al que siempre perteneciste.
El moreno de pelo corto y tez pálida parpadeó confuso. La sangre y las gotas de lluvia que empezaban a caer manchaban su rostro.
Indra entrecerró sus ojos negros y se relamió el piercing del labio.
—Ayúdame, mo bancharaid. Mi amigo. Si queda algo de ti en este putrefacto cuerpo de demonio, ayúdame. Rebélate, hijo de Ander.
El vampiro levantó la barbilla y parpadeó confuso, meditando si responder o no.
—El centro neurálgico de Newscientists, el más importante, y el único que queda en pie está en Escandinavia.
¿En Escandinavia? Bueno, al menos, Kidōmaru le ayudaba.
—¿Qué llevabas en la bolsa que traías en la lancha, después de salir de Gannet Alpha?
—Las fórmulas de la terapia Stem Cells. Me reuní a mitad de camino con un contacto para facilitarles los resultados originales y definitivos.
—¿Dónde?
Kidōmaru sonrió y no le contestó.
—¡¿Dónde y con quién?! —repitió exigente.
El vampiro cerró los ojos, como si el momento de coherencia fuese un espejismo. El demonio salió a la luz y se rio de la desesperación del einherjar. Sus labios pálidos se estiraron en una sonrisa siniestra.
—¿Quieres saberlo?
—Sí.
—Chúpamela, trenzas. Me dejarás vivir si te lo digo.
¿Eso era una orden? Ese tipo estaba loco si creía que a él podía tratarle así. Era el maldito líder de Escocia. El einherjar que lideraba aquella tierra.
—No, chupasangre; chúpamela, tú —espetó Indra tirándolo al suelo y colocándolo de rodillas.
—Tengo la información que quieres. Te la diré; pero déjame vivir.
Indra supo en ese instante que nunca le diría la verdad. Que el nosferatu era ruin y traidor; y jamás le daría lo que buscaba. Sacó su otra espada y las cruzó delante de la garganta de Kidōmaru. Sus ojos se clavaron en los de él, y las hojas metálicas de sus sublimes espadas refulgieron.
—Aprecia esto. Mueres en manos de alguien que te valoró mucho.
—No me mates, por favor. —Sus ojos vacíos se abrieron asustados—. Quiero vivir. —Y se atrevió a parecer arrepentido—. Yo puedo cambiar.
El highlander negó con la cabeza.
—No. Una vez leí que todos aman la vida, que todos la quieren para sí. Pero solo el hombre valiente y honrado aprecia más el honor. Tú ya no eres nada de eso, porque prefieres vivir manchado, vampiro. Y para ti, elijo la muerte.
Hizo un movimiento de tijeras con sus dos hojas de titanio, y cortó la cabeza de su excompañero. El cuerpo del nosferatu se descompuso poco a poco, deshaciéndose como habían hecho su alma y su conciencia un mes atrás.
Indra luchó por pensar que era el cuerpo de un traidor; pero, mientras la ácida humareda que provocaba la combustión de la carne muerta se alzaba hasta el cielo, no pudo evitar recordar los momentos alegres vividos con Kidōmaru, en los que la fidelidad del uno por el otro lo era todo.
Los días de honor desaparecían como el tronco degollado que había a sus pies, como el recuerdo de una ruinas que una vez fueron una hermosa construcción.
Indra sintió que murió un poco al acabar con Kidōmaru. ¿Cuántas veces se había sentido morir lentamente? Kokatsu, Scarlett, Kidōmaru...
¿Por qué tenía que vivir aquello? ¿Por qué pasar por aquel mal trago?
En el Valhall, donde fue feliz, nunca hubiera vivido eso. Pero la maldita valkyria que le desterró, lo maldijo a una eternidad de pérdidas queridas, de amigos caídos, y de almas vendidas.
La rabia que sentía hacia Sakura creció.
Todo lo que le sucedía era por su culpa. Él cometió el error de enamorarse perdidamente de la iceberg, de entregarle su alma y su corazón; y cuando ella lo envió a la Tierra con tanto desprecio, nunca pudo recuperar lo que ya le había dado por propia voluntad. Sus valores más preciados se quedaron en el cielo, en otra dimensión, en otro reino.
Por eso, se sorprendió al establecer vínculos de amistad tan fuertes con los guerreros que encontró en el Midgard: Kokatsu, Kidōmaru, Buchannan, la Tríada, el clan de berserkers de Izumo y Scarlett, y el resto de einherjars que descendieron con él para echarle una mano. Ahora eran su familia. Los que quedaban, al menos.
Los einherjars residían en su castillo, y todos, sin excepción, conocían la razón por la que Indra de las Highlands, aquel destinado a ser el líder de los guerreros de Odín, fue enviado a la Tierra media. Y odiaban a Sakura tanto como él. La odiaban porque ellos habían sufrido el mismo destino por culpa de la pelirosa.
La valkyria, la arisca Generala, tenía que sufrir su castigo. Estaba deseando verla de nuevo y desahogarse. Deseaba venganza; y más ahora, que había matado a uno de sus mejores amigos.
En el Valhall esto no hubiera sucedido.
En la Tierra, donde adoptaba un papel que fue forzado a aceptar, había tenido que decidir sobre la vida de uno de sus mejores guerreros.
Era esclavo de la decisión de Sakura.
Y ahora Sakura sería su esclava.
Con ese amargo pensamiento, miró hacia la gran nube negra que había a sus espaldas. El aeropuerto de Aberdeen era víctima de un terrible atentado y el olor a muerte llegaba hasta allí.
Encontraría a Naruto y a Madara, los llevaría a Eileann Arainn para que sanaran y, después estudiarían cuál sería el paso a seguir.
Pero, antes de todo eso, necesitaba desquitarse con la arpía que tenía encerrada en su castillo.
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Mientras Sakura estudiaba las dimensiones de aquella fortaleza, y era guiada por Kawaki y sus nonnes hasta una especie de salón de entrenamiento, pensaba en los éxitos que habían logrado desde que estaban en Tierra. De momento, habían echado por tierra cada uno de los movimientos que los esclavos de Loki habían intentado llevar a cabo. Y eso era un punto increíble a su favor. Lo estaban haciendo bien.
Pero estar en ese reino la había enfrentado directamente con Indra: su peor pesadilla se había hecho realidad.
Como Generala y segunda al mando del Engel, Sakura conocía los riesgos de esa misión. Obedecería a Freyja a ciegas, porque era la mano ejecutora de la diosa Vanir. Por eso no se pudo negar cuando ella se lo pidió aunque, en realidad, no era una sugerencia, sino una orden. Sakura bajaría, pero el riesgo adquirido era alto; estaba en juego su honor y el poco corazón que le quedaba en el pecho.
—En este castillo hay muchos berserkers del clan de Izumo —dijo Temari caminando resuelta—. La fortaleza está protegida por un escudo que la cubre en todo su radio. El escudo reconoce los rostros de los que se acercan al complejo y, si es un desconocido, las alarmas se disparan y avisan de la llegada de un intruso. Como ves —añadió bajando de nuevo otras escaleras—, tiene varias plantas. En una de ellas hay piscinas de agua salada y dulce. Tienen un immenso comedor donde comen todos juntos. Y, después, hay un ala especial en el que se hallan las mujeres con sus críos berserkers. Son muy graciosos... —sonrió Temari divertida—. Les protegen aquí para que los jotuns no los aniquilen. Se ceban con los niños.
Sakura asintió asqueada. No había honor en alguien que hacía daño a un crío.
—¿Ya los habéis conocido a todos? —Sakura se sentía desubicada e insegura. Ella siempre lo tenía todo bajo control, y era a ella a quien siempre le informaban antes sobre todo. No al revés. Y ahora se encontraba con que sus valkyrias estaban al día de lo que acontecía antes que ella.
—El de la cresta nos ha hecho un pequeño itinerario —explicó Mei al llegar a una amplia sala, recubierta de espejos y madera, en la que se hallaban varios guerreros. Había todo tipo de máquinas de musculación y tatamis en los que los berserkers luchaban de dos en dos—. Esos de ahí son einherjars, ¿los recuerdas? —señaló a un grupo retirado de cuatro guerreros limando sus espadas.
Sakura los miró uno a uno, dispuesta a acercarse a ellos y saludarlos personalmente. No. No los recordaba. Eran einherjars y estaban en el Midgard para luchar junto a ella, sus valkyrias y el Engel. Pero en los ojos de esos guerreros no había ni una pizca de respeto; al contrario, parecía que se reían de ella. Recibió su animadversión como una bofetada en toda la cara. Estaba acostumbrada al respeto que le prodigaban en el Valhall, y a las miradas de envidia de algunas valkyrias. No le importaba que la miraran mal. Pero la sorna y la ofensa directa de esos hombres no las iba a permitir.
—La esclava tiene que estar encerrada en su celda —gruñó uno de pelo largo rubio y con una larga cicatriz, que cruzaba su mejilla derecha. Se acercó a ella amenazadoramente, dispuesto a arrastrarla hasta su lugar—. No puedes salir. ¿Qué hace tocando al pequeño, Kawaki? Eso no le gustará al laird. Vuelve a tu maldito agujero o te llevaré yo mismo a rastras. Devuélveme al pequeño —ordenó imperativo.
Temari y Mei se tensaron al oír ese comentario y se posicionaron delante de la Generala.
¿Que qué hacía tocando al pequeño Kawaki? ¿Qué se pensaba Indra que iba a hacer con él? ¿Comérselo? La insinuación le molestó.
—¿Dónde crees que vas, machote? —preguntó Mei con los ojos enrojecidos—. No des un paso más.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Sakura haciéndose hueco entre las dos guerreras, con Kawaki agarrado a su mano y mirando al einherjar con curiosidad. El híbrido se ocultaba tras ella, y agarraba su muñeca con la otra mano—. No te preocupes, no va a pasar nada —le dijo intentando tranquilizarlo.
—Para ti «señor», perra. —Sus amigos se echaron a reír y él se envalentonó—. Nunca debiste salir del Valhall. Freyja te ha hecho un craso favor. Indra no te quiere aquí. Nosotros tampoco.
—¡Intolerable! —gritó Temari moviendo sus manos y provocando que las hebras eléctricas recorrieran sus dedos—. Retíralo o te frío.
Temari controló al resto con los ojos verdes azulados oscuros. Si tenían que partirse la cara por el honor de Sakura, lo harían.
—Indra nos ha dicho la clase de carroña que eres. No vamos a dejar que lo desequilibres. Tú no pintas nada aquí. —Continuó el guerrero.
—Y yo no voy a tolerar que me hables con esa falta de respeto, guerrero —censuró Sakura.
—Tú no tienes mi respeto, tienes mi desprecio. —Y escupió al suelo.
—Te voy a hacer recoger eso con la lengua, cerdo —la irascibilidad de Mei empezó a descontrolarse.
La manita de Kawaki tiró de la de Sakura, animándola a salir de ahí. El pequeño sabía que eso no iba a acabar bien. Pero Sakura seguía sin bajar la vista, dispuesta a poner a esos hombres en su sitio. Soportaría la ira de Indra porque no le quedaba más remedio, pero no aguantaría los desplantes de otros inferiores a ella. Era la Generala.
—¿Y te llamas señor? ¿Señor gilipollas? —preguntó Sakura provocadora.
Mei y Temari la miraron por encima del hombro, sorprendidas por el tono de su nonne. Esta les sonrió, dándoles permiso para lo que fuera que quisieran hacer. Colocó a Kawaki detrás de ella para protegerle.
Y no tardó nada en que la situación se desatara.
Pero, antes de que empezaran a emerger los primeros rayos, Izumo, el joven y corpulento berserker de cresta azabache y ojos amarillos se interpuso entre ellos. Llevaba el torso descubierto, brillante por la fina capa de sudor que lo cubría al haberse ejercitado en el tata-mi. La cicatriz de la mejilla derecha se arrugó cuando le enseñó los colmillos al einherjar.
—¿Qué crees que estás haciendo, Theodore? No puedes atacarlas.
—No las ataco a ellas. —Se defendió rabioso—. Solo quiero devolver a la pelirosa a su celda. El laird nos ha dicho que es nuestra subordinada y que no manda sobre nosotros.
—Tu laird está loco —protestó Sakura sin alzar la voz, pero hablando alto y claro.
Izumo, malhumorado, se giró para encarar a Sakura, con una leve disculpa.
—Generala, deberías esperar a que fuera el laird quien te liberase —gruñó en voz baja.
—¿Mi Generala subordinada? —Mei dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada cantarina ante el comentario de Theodore—. ¿Qué os pasa? ¿Tanto castillo te ha dejado en la época de los lores y los plebeyos? ¿Sabes quién es ella? —dio un paso al frente y se puso de puntillas hasta casi chocar nariz con nariz—. Es la líder del ejército de Freyja, es...
—Es una zorra —resumió Theodore mirando hacia otro lado y encogiéndose de hombros.
Temari resopló y se apartó el flequillo de sus ojos verdes azulados oscuros, perdiendo la paciencia y la calma que la caracterizaban. Acarició su colgante y pronunció: «padre».
—Uy, qué ha dicho... —musitó Mei con los ojos llenos de furia roja.
—¡Te voy a meter el martillo por esa boca sucia que tienes, insolente! —gritó Temari fuera de sí.
—Aléjate, valkyria —graznó una profunda e intimidante voz masculina.
Todos los que estaban en aquella sala se giraron para observar al hombre que, con su enorme estatura y su soberana presencia, sumió en silencio a la concurrencia.
Cuando Mei y Temari se volvieron y vieron que cargaba en cada hombro con Naruto y Madara malheridos, las dos mujeres corrieron a socorrerlos preocupadas, ignorando la batalla que iban a emprender.
—¡Por Odín! —exclamó Mei—. ¿Dónde demonios os habéis metido? ¿Pero qué os ha pasado? —Mei y Temari revisaban los rostros sangrantes de sus guerreros, mientras que Sakura miraba fijamente a Indra.
—Sanadles —ordenó el highlander a las valkyrias, sin perder de vista a la Generala.
—A lo mejor te crees que lo haríamos solo porque tú lo ordenes —gruñó Mei cargando con el cuerpo de Madara y colocando uno de sus musculosos brazos sobre sus hombros—. Estás demasiado acostumbrado a ordenar, Indra. Y a mí, la única que me da órdenes es la Generala.
—Haz lo que te digo, valkyria —repitió el highlander con signos claros de dolor.
—Bájamelo —pidió Temari, levantando los brazos para aguantar el peso de su Engel—. ¿Qué ha pasado?
—Teníamos a Kidōmaru en el punto de mira, en Aberdeen, tal y como nos dijiste, Mei. —La aludida puso los ojos en blanco, como si fuera obvio que ella tuviera razón—. De repente, todo estalló. El areopuerto ha volado por los aires, y resultamos heridos... Ahora, lle- váoslos de aquí ya y curadles. Luego os informaré sobre lo que hemos descubierto.
Mei y Temari se alejaron de la sala de entrenamiento y se dirigieron a sus alcobas para curar a sus guerreros.
—Izumo —Indra seguía reorganizando a toda la sala—, ponte en contacto con Buchannan y la Tríada. Que revisen los localizadores de los esclavos y que chequeen sus cuentas personales. Hoy se han reunido algunos en el aeropuerto de Glasgow. Quiero saber porqué y hacia dónde se dirigían.
Izumo asintió, aunque no estaba muy seguro de dejar a Sakura con esos hombres.
—Y, por favor —añadió el laird—, llévate a Kawaki de aquí.
El niño negó con la cabeza y se abrazó a la cintura de Sakura, pegando la cara en la parte baja de su espalda.
Indra arrugó el ceño y apretó los dientes. Kawaki tenía una conexión especial con la pelirosa de las nieves, y no lo podía entender. Se suponía que los críos tenían un sexto sentido para notar quién era bueno y quién no. Sakura era una mentirosa y una falsa. ¿Acaso Kawaki no lo podía ver?
—Kawaki, pequeño —Sakura giró el torso levemente y le acarició la cabeza suavemente—, haz caso a tu padrino.
Kawaki alzó sus enormes ojos grises, Sakura se agachó y le dio un beso en la frente. ¿Cómo no podía enternecerse por alguien así? Era un niño tan dulce y le daba el cariño que necesitaba. Adoraba al híbrido.
El pequeño alzó el dedo índice y Sakura sonrió porque ya sabía lo que quería hacer. La valkyria levantó también el mismo día y casi lo pegó al de él y, entonces, entre el espacio de sus pieles apareció un hilo eléctrico que chispeó.
Kawaki siseó y tembló, afectado por la pequeña descarga, pero después, sonrió, y el gesto le iluminó la cara.
Indra amaba a ese crío. Y rabió al recordar el tiempo que estuvo sin él. Zetsu, el muy desgraciado, mató a sus padres, y se lo llevó. Desde entonces, sus ansias de venganza no habían menguado. Deseaba encontrar a ese mal nacido y matarlo con sus propias manos. Pero en vez de eso, en vez de ser Zetsu la persona a quien había degollado, fue otro el que había caído bajo su espada. Había acabado con la vida de alguien muy querido para él. Kidōmaru.
La impotencia le cegó mientras Izumo alejaba a Kawaki. El crío se detuvo frente a él, con gesto preocupado al ver la sangre que emanaba de sus extremidades.
—No es nada, guerrero —le tranquilizó Indra—. Solo unos cortes. —No quería tocarlo porque le mancharía de sangre—. Mañana saldremos a cabalgar juntos, ¿de acuerdo?
A Kawaki se le iluminó la cara, enseñándole sus dientes y sus mellas mediante una enorme sonrisa. Y asintió eufórico mientras Izumo se lo llevaba de la sala. Los demás allí reunidos empezaron a hablar entre ellos, indignados al saber que los nosferatus actuaban en puntos en los que confluían demasiadas personas, humanos inocentes que habían perdido la vida tras las explosiones.
—¿Ha muerto mucha gente? —preguntó Sakura, preocupada tanto por lo sucedido como por los cortes y el charco de sangre que dejaba Indra a su paso.
Indra entrecerró los ojos y el piercing del labio refulgió igual que su mirada iracunda.
—¿Qué estás haciendo aquí, esclava? —Se acercó a ella de un modo que parecía que ocupaba toda la estancia. La agarró de la muñeca y la giró hacia Theodore—. ¿Dónde está tu collar?
—Se lo puse a un berserker —contestó frívola, cruzándose de brazos—. Es más propio de ellos, ¿no crees?
A Indra la ceja le tembló visiblemente. Indignado, se acercó a ellos.
—Pídele disculpas.
Sakura sonrió con frialdad. Menos mal, no esperaba ese gesto de deferencia hacia ella, pero a Theodore alguien tenía que ponerle en su sitio.
El einherjar rubio sonrió como hacía ella, esperando algo.
Sakura quería freírle las pestañas. Solo tenía que disculparse y ella le perdonaría. Era así de sencillo. Guerrero obtuso...
—Que le pidas disculpas, esclava. —La tomó de la muñeca, encarándola a Theodore—. Que sea la última vez que hablas así a cualquiera que esté en este castillo. —Le apretó la muñeca hasta que le dolió y Sakura giró la cabeza hacia él.
—¿Cómo dices? —preguntó con los dientes apretados.
Indra parpadeó impertérrito.
—Dile a Theodore que lo sientes y que nunca más le hablarás así. Estás aquí para servirme, para servirnos. Eres mi esclava y también la de ellos. Aquí no eres superior a nadie.
A la joven le entraron ganas de golpear a Indra y gritarle. Era insoportable. Y quería humillarla.
—¿Y sí soy inferior a todos, escocés? —su voz sonó tan dulce como helada—. ¿Eso es lo que quieres decirme? ¿Que todos tendrán el derecho de hablarme como quieran y a meterse conmigo?
—Sí. Acéptalo, iceberg. Pídele perdón o ya sabes...
Izumo, que desaparecía por la puerta con Kawaki de la mano, carraspeó y miró hacia otro lado. Aquello era incómodo. Que una mujer tan poderosa como Sakura tuviera que ceder de esa manera ante ellos... No estaba bien.
Sakura se tragó el amargo orgullo y miró a Theodore de frente, que sonreía sintiéndose victorioso y disfrutando de su humillación. Bajar al Midgard. Caer en la deshonra. Lo odiaba.
—Discúlpame, Theodore. —Sus rosáceas pestañas no se movieron ni una vez.
—No te creo —sonrió el einherjar, mirándose las uñas con aburrimiento—. Prueba otra vez.
Indra la instó a que lo hiciera de nuevo.
—Ya le he pedido perdón y él no lo acepta —protestó Sakura.
—Siéntelo un poco —sugirió Indra.
Sakura dibujó una fina línea con sus labios y negó con la cabeza, sabiendo que tendría que hacerlo, a regañadientes, otra vez.
—Siento mucho lo que te he dicho, Theodore. No volverá a pasar.
—Soy señor para ti.
Sakura tragó saliva, sintiéndose ultrajada y vapuleada por esos guerreros que la miraban con antipatía.
—Lo siento, señor —repitió—. No volverá a suceder.
Theodore miró a Indra y asintió con la cabeza, para luego darse media vuelta y reunirse con los demás.
Después, Sakura sintió cómo el gigante de las trenzas tiraba de su muñeca y la llevaba a remolque por todo el castillo.
—¡Suéltame! —gritó la valkyria—. ¿Qué piensas hacer?
Indra tiró de ella con tanta fuerza que hizo que chocara contra su pecho.
—¡Quiero que me cures! ¡Quiero tu hellbredelse! Porque tienes de eso todavía... ¿No? —preguntó algo inseguro.
Sakura se centró en las pálidas líneas alrededor de los labios de Indra y se fijó en toda la sangre que estaba perdiendo. Debía ayudarle, aunque no tuviera ganas de hacerlo en ese momento. Era Indra, el hombre al que amaba; el mismo que tanto la odiaba.
—Claro que tengo cura.
—Entonces sé útil y haz lo que te digo —tosió y expulsó sangre mientras volvía a tirar de nuevo de ella.
