6

Indra tenía un ala para él en el otro lado del castillo. ¿Cómo no? Era un laird.

Así lo habían reconocido en cuanto llegó a tierras escocesas. Kokatsu, Kidōmaru y Buchannan formaban parte del clan de los Dalriadanos, descendientes directos de la estirpe de Indra. Los dalriadanos descendían de pictos, por tanto, ese clan era el lugar natural de descenso para el highlander. En principio, los miembros del clan no tenían por qué nombrarlo laird ni soberano, de hecho ya tenían al viejo Ruffus como líder. Pero Freyja y Odín le hicieron bajar justo en medio de una batalla contra los Sinclairs. Indra consiguió que los Dalriadanos salieran vencedores, y mostró todas sus habilidades militares. El magnetismo de Indra y la demostración de su poder y fuerza, hizo que lo erigieran laird. Pero en esa batalla, algunos de los guerreros más importantes de los Dalriadanos estuvieron a punto de perder la vida: se trataba de la famosa Tríada, y de Kidōmaru, Buchannan y Kokatsu, los más jóvenes y aguerridos del clan. La diosa Vanir los salvó en su lecho de muerte y los convirtió en vanirios, para acompañar al einherjar en su liderazgo en tierras escocesas.

Tiempo después, descendieron los cuatro einherjars que le acompañaban: Theodore, Gengis, Ogedei y William.

Ellos se habían convertido en su escuadrón particular, pero a estos einherjars prefería dejarlos a cargo de Eileann Arainn. Debían proteger su fortaleza y a todos los que, poco a poco, fueron llegando. Su castillo era un refugio para todas las mujeres berserkers y sus cachorros.

Era un castillo único, oculto entre los acantilados y sepultado entre las rocas. Era su hogar, si hogar se llamaba a los muros que te protegían del mundo. Tardaron tiempo en construírlo, pero el resul- tado fue espectacular. Uno tenía que fijarse muy bien en las ventanas de cristal que se ubicaban entre los peñascos para darse cuenta de que tras todos esos escollos blanquecinos había oculta una ciudadela interior.

Indra rememoraba cómo empezó todo y por qué estaba donde estaba, mientras tiraba de Sakura con rabia. Los recuerdos le amargaron. Él era un highlander originario, un miembro de los Ōtsutsuki. No le fue difícil adaptarse a su nuevo clan. Pero de ese clan Dal Riata no quedaba nadie. El viejo Ruffus, a quien recordaba con mucho cariño, murió un año después de su llegada.

Kokatsu murió a manos de Zetsu; y él mismo tenía ahora las manos manchadas por la sangre de Kidōmaru. Después de subir dos plantas, abrió una compuerta revestida de roble, y se internaron en una descomunal habitación, que era tan grande como una vivienda. Tenía vistas espléndidas orientadas a todos lados de la isla. El suelo de madera estaba cubierto por mantas de pieles blancas. Una inmensa cama alta esperaba enfrente de uno de los ventanales. La chimenea eléctrica estaba encendida y el fuego artificial crepitaba con auténticos sonidos de madera ardiendo. Una librería, un baño, un vestidor y un pequeño salón de descanso completaban el aposento.

Cuando se quedaron solos, lo primero que le vino a Sakura a la mente fue los recuerdos de su intimidad en su alcoba privada en el Vingólf. Entonces, después de una dura batalla o de un entrenamiento, ella lo estiraría en la cama y, entre besos y arrumacos, iría curando sus heridas. Después, le preguntaría todas las cosas que cruzaban por su mente, y le diría lo que pensaba de su castillo: «¿Qué habéis descubierto? ¿Cómo ha ido el día?»; «Has hecho un gran trabajo, Indra», «Este castillo es cálido y acogedor, de verdad parece tu hogar y me recuerda Rivendel»; «Adoro ver cómo sonríes y tranquilizas a Kawaki», «Me encantaría acompañarte y que contaras conmigo para cualquier cosa»; «¿Cuándo irás al ESPIONAGE y qué haces ahí en realidad?»; «Explícame cómo has vivido sin mí todo este tiempo, porque yo no he sabido hacerlo»... Eran tantísimas preguntas que no se atrevía a pronunciar que le estaba empezando a doler la cabeza.

—Tu castillo es precioso, Indra —aseguró Sakura frotándose la muñeca dolorida—. Has hecho un buen trabajo...

Él cerró los ojos y se llevó una mano al estómago. Al ver que no le contestaba, Sakura continuó con su palabrería.

—Nunca haría daño a Kawaki —espetó alzando la barbilla—. No tienes que alejarle de mí.

—Kawaki es mío, no tuyo. Ha pasado por mucho y no quiero que te acerques a él. Ayúdame a quitarme todo esto —pidió Indra agotado y apoyado en la puerta. Se estaba quedando sin fuerzas. Había sangrado demasiado y necesitaba reponer energía. Con la valkyria al lado, cicatrizaría de manera fulminante.

Sakura no se movió durante un instante, herida por su tono venenoso. Pero no se lo pensó dos veces e hizo lo que Indra le pedía. Era su oportunidad para empezar a remendar los errores y limar asperezas.

—Espero que el otro quedara peor que tú. —Le retiró la chaqueta de los hombros y la dejó caer al suelo.

—El otro está muerto.

Sakura se detuvo y le miró a los ojos. Si se trataba de Kidōmaru, su excompañero, Indra debía de estar pasándolo muy mal. Era un hombre con un sentido de la lealtad muy pronunciado, y acabar con la vida de un amigo traidor seguro que lo había devastado.

—¿Ha sido Kidōmaru? —preguntó en voz baja. Ante su silencio, continuó—. Yo... Siento lo que has tenido que hacer —coló sus pálidos dedos por debajo de la camiseta negra de tirantes que llevaba y la estiró hacia arriba. Sus ojos claros de sirena se quedaron impregnados de su escultural torso, malherido a causa de los cortes. Dioses, tenía pedazos de metal, madera y cristales clavados en la carne, como si fuesen estacas.

Indra cerró los ojos mientras lo desvestía, y no le contestó. Las manos de Sakura eran suaves y muy competentes. Intentaban no rozarle las heridas, pero tenía tantas que, hiciera lo que hiciese, le dolían igual.

—Hazlo más suave, mujer —gruñó.

Sakura arqueó las cejas rosáceas. Ese tono tan mandón y arisco no lo recordaba. Indra siempre le había hablado con dulzura y cariño, nunca con tanto desprecio. Pero, ¿qué esperaba? No la iba a recibir con los brazos abiertos.

—Ciérrame las incisiones.

Sakura resopló, cansada de tanta orden; y, agarrándolo de la muñeca, tiró de él hasta la cama. Pero la vio demasiado grande, demasiado íntima, y no se sentía con el humor suficiente como para quedarse allí con él.

—Para hacerlo, antes tengo que quitarte todas estas cosas que tienes clavadas en el cuerpo, animal. —Lo arrastró hasta un sillón orejero que había al lado del ventanal, tapizado en piel roja y negra.

Indra repasó el atuendo de la joven. El jersey parecía un vestido; y esperaba que llevara algo debajo o se iba a cabrear mucho. Bueno, en realidad, ¿por qué debía enfadarse si ella ya no significaba nada para él? Iba a darle una buena paliza por desobedecerle, por no llevar el collar que le había dejado y por salir así vestida... Sí, eso iba a hacer. Pero, antes, necesitaba que lo sanara.

Lo sentó en la butaca negra y roja que parecía el trono de un rey y lo ayudó a sentarse. En el preciso momento en el que Sakura se agachaba para quitarle las botas, Indra se permitió el lujo de olerla. Solo un momento, solo inhalar su aroma, esa esencia tan especial y sabrosa de Sakura; lo hizo para demostrarse a sí mismo que no se excitaba con ella, que ni siquiera regresaba aquella sensación en el centro del pecho, parecida a la falta de gravedad: mariposas en el estómago, decían en la Tierra.

Ese sentimiento siempre le había afectado en el Valhall cuando ella estaba cerca o cuando le acariciaba y le sonreía. En ese momento no sentía nada, ni en el pecho ni en el plexo, pero la parte baja de su anatomía estaba sufriendo una increíble erección.

Había cosas que no cambiaban.

Indra sonrió hastiado de todo. Sakura... Ella siempre provocaba esas sensaciones en él. Su cuerpo reaccionaba incluso mucho antes de verla, endureciéndose al sentirla alrededor.

En el Valhall había sido libre a su lado; le había entregado su corazón sabiendo que nunca podría hacerla suya en cuerpo y alma, porque para la joven eran más importantes su deber y sus poderes que compartir su cuerpo y su esencia con él. Él lo aceptó porque la amaba y nunca haría algo que ella no quisiera.

Pero las cosas habían cambiado. Ahora estaba en la Tierra, su mundo, el mundo al que ella le había relegado; y allí jugaba con sus normas. Sakura había perdido su libertad, y Indra ya no tenía interés en conservar su corazón ni en tratarla bien ni amarla. Ahora solo quería arrebatarle esa barrera que tenía entre las piernas y follarla para convencerse de que no era nadie especial; para hacerle ver a ella que la veneración hacia su persona había desaparecido y que el recuerdo feliz se había esfumado como se esfumaba una gota de agua en el desierto abrasador.

Hundió los dedos en su pelo rosa y jugó con un mechón claro y brillante, valorando hasta qué punto la despreciaba. La mujer había jugado con él en el Valhall; lo había usado como a un pelele; le encantaba que la hiciera llegar al orgasmo y adoraba que la tocara, pero solo quería eso: sexo. Rozamientos. Y él, el muy estúpido, la había respetado pensando que el respeto era mutuo. Y, entonces, llegó el día en que lo desechó públicamente frente a los dioses y lo infravaloró, rompiéndole el corazón en mil pedazos, tratándolo como a basura cuando él ya se lo había dado todo.

Sentía mucha rabia. Agarró más pelo y tiró de él hasta que Sakura alzó la mirada con un gesto de dolor en su precioso y falso rostro.

—Date prisa, esclava. Me estoy desangrando, joder. Primero las botas.

Sakura no bajó la mirada, y sus ojos claros y rasgados le desafiaron. A ella le gustaba que le tirara del pelo; pero no era tonta, y sabía que esta vez la provocación era distinta a todas las anteriores.

—Aquí no puedes mirarme así. Soy tu amo, tu señor. Quítame la ropa, déjame desnudo y cúrame.

Sakura gruñó por lo bajo y obedeció. Le quitó las botas y las tiró al suelo.

«Escocés, tienes muchos humos».

Los calcetines y los pantalones quedaron arrugados en el suelo. Ella tragó saliva. De rodillas ante él, con el cuerpo sangrante y la mirada obsidiana fija en ella, Indra parecía el amo del mundo. Musculoso y grande. Una pierna suya hacía dos y media de las de ella.

Pero odiaba cómo la miraba. Le dolía saber que en esos hermosos y expresivos ojos ya no residía la luz de tiempo atrás, sino sombras que la analizaban con frialdad, como si fuera un pedazo de carne con ojos.

—Quítame la ropa interior.

—Es lo que iba a hacer.

—No me respondas.

Sakura negó con la cabeza al tiempo que colaba los dedos por la costura de los calzoncillos oscuros. Sus ojos celestes estudiaron lo que el gigante guardaba tras la tela. No había olvidado su tamaño ni había olvidado su textura: dura, suave y tersa. Gruesa y venosa. Grande como él era.

Sakura cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Recordaba muchas cosas: su sabor, su calor... Todo lo que había hecho con ella, y todo lo que había tocado con aquella punta roma y rosada. El modo en que Indra disfrutaba atormentándola, todavía la abrumaba en sueños. Cada noche. Cada día. Cada hora.

Bajó los calzoncillos sin recibir ninguna ayuda del guerrero. Bien podría haberse levantado para que la prenda íntima resbalara por sus piernas. Pero el tío ni se movía. Así que Sakura, ni corta ni perezosa, rasgó los calzoncillos por la mitad y lo dejó como había llegado al mundo: desnudo por completo.

Al principio no entendía lo que estaba viendo. Creía que era el efecto de los rayos que aparecían entre las nubes del atardecer y que se reflejaban en los cristales, y que eso le confería esos destellos en algunas partes de su cuerpo.

Pero estaba equivocada.

Lo que brillaba no era ni sudor ni sangre. Tampoco piel.

Indra tenía piercings a lo largo de todo el pene y dos bolas plateadas: una en la parte superior del glande y otra en la inferior. Sakura abrió los ojos impresionada.

—¡¿Pero se puede saber qué te has hecho?! Dioses... —ese hombre ya tenía un instrumento brutal, como para adornarlo con abalorios metálicos—. ¡Parece un maldito árbol de Navidad!

La comparación hizo sonreír a Indra a regañadientes, pero ocultó su reacción y retomó su actitud de aburrimiento y desdén.

Sakura atisbó que no solo tenía piercings en el miembro. Además, tenía uno encima del ombligo, otro en cada pezón y, después, estaban los de su rostro, por supuesto: uno en la ceja y otro en el labio.

—¿Por qué llevas esto? ¿Te gustan las perforaciones? —preguntó más calmada. Al ver que no le contestaba se frustró—. ¡¿El amo no me responde?!

Si había una persona en todos los reinos del universo a quien Indra no intimidase esa era Sakura. Por eso se atrevía hablarle así: con inconsciencia y un total desconocimiento de la posición en la que estaba.

Eso irritó al highlander. Quería tenerla debajo de él, sometida. Castigada, cumpliendo su penitencia por traicionarlo. Y la tendría. Pero Sakura, aunque él lo deseara fervientemente, no rogaba que la perdonase. No le había pedido perdón. Y, al parecer, no lo haría.

—Cállate ya. —Se inclinó hacia delante, sin soltarle el pelo que seguía reteniendo en su mano—. Las cosas han cambiado, iceberg y... si quieres que te hable, llámame señor. Recuerda quién eres y cuál es la condición para que te deje permanecer aquí y no enviarte de vuelta a tu castillito de cristal, con el honor por los suelos y aver- gonzada por tu fracaso ante los dioses.

—No me intimidas, isleño.

—Eso ya lo veremos. Cuando te tenga debajo de... —Se quedó en silencio y palideció al notar cómo el cristal del costado atravesaba con más profundidad sus costillas. Tosió y escupió sangre de nuevo.

Sakura se alarmó y le ayudó a apoyar la espalda en el respaldo del sillón. Ese hombre era un coladero, y ella debía apresurarse y cerrar sus heridas.

—Quédate quieto. Uno de los cristales te ha atravesado el pulmón.

Él habría respondido, pero el dolor era demasiado intenso, así que cedió a la orden de Sakura. Cerró los ojos y esperó a que la valkyria obrara su magia.

Y lo hizo como siempre hacía, como cada una de las lunas que habían estado juntos en el Asgard.

El hecho de que ella pudiera sanarle habiendo roto el kompromiss que tenían les sorprendió a los dos. Un einherjar y una valkyria podían romperse el corazón el uno al otro; sus alas podrían helarse y volverse azules; incluso dejarían de sentir amor y respeto entre ellos; pero el hellbredelse dejaba constancia de que habían sido pareja, y de que, aunque no lo quisieran, sus dones todavía les podían sanar: uno seguía siendo la cura del otro.

A Sakura le emocionó saberlo, pero también le dolió darse cuenta de que el tiempo no había hecho que ella le olvidara ni que él la perdonara. Sus cuerpos, en cambio, eran más honestos, y todavía se reconocían como lo que fueron: una parte indivisible de un todo. Un único mundo.

Por su parte, Indra lo había olvidado. Había olvidado el calor de las manos de la valkyria, el mimo con el que trataba sus heridas, la suavidad con la que le sanaba. Le estaba acariciando como había hecho miles de veces en otro tiempo, en otro lugar. Y cuando ella lo tocaba así, parecía que el tiempo no había pasado; y, sin embargo, había transcurrido demasiado. Los días en la Tierra le habían llenado de soledad y había buscado refugio en los guerreros que estaban dispuestos a seguirle. Su cuerpo exigente descubrió el placer en otro tipo de sexo, en otro tipo de mujeres y de cuerpos. Sobrellevó su destierro como mejor pudo. Pero también, debido a su condición de einherjar rechazado, había sufrido las heridas y el dolor de no poder cicatrizar rápidamente; y, también, las muertes de aquellos que intentaron ser sus amigos, y las de quienes lo fueron de verdad. Pérdidas irreparables.

Cerró los ojos, furioso con él mismo y con la mujer que cerraba sus cortes con tanta dulzura.

Esa sirena, esa princesa de las nieves, esa traidora rastrera fue quien lo envió a sufrir el destino incierto y solitario en el que ahora vivía. No podía olvidarlo; no podía dejarse llevar por su tacto ni por su olor. Sakura le destrozaría de nuevo en un abrir y cerrar de ojos si él mostrara compasión o si creyera en sus palabras.

Era ella quien le causó la herida más dolorosa, y eso ni siquiera el hellbredelse podía sanarlo. Porque las heridas en el alma no se veían a simple vista, estaba bien adentro, ocultos de la vergüenza.

Los cristales y las astillas repiqueteaban al caer sobre el suelo. Sakura permanecía concentrada en él. En no dejar moretón, ni corte, ni infección... Le sanaría y le quitaría el sufrimiento corporal de encima. Por ahora, era lo único que podía hacer. Lo único que él le permitiría. Acercarse a él como una maldita enfermera era lo único que quería ese hombre de ella.

Escuchó la exhalación de Indra al sentir cómo deslizaba hacia el exterior el último cristal lacerante de su piel. Pasó la punta de sus dedos por la herida, y estos se iluminaron tenuemente para cerrar la fea y profunda incisión. Después, Sakura se apoyó en las rodillas de él, se inclinó hacia delante y sanó los cortes y quemaduras de su rostro.

El roce, la caricia hizo que él cerrase los ojos, al tiempo que, poco a poco, recuperaba la respiración.

Apoyó la espalda en el sillón, con los ojos cerrados, más relajado que antes. El dolor físico había desaparecido. A sus pies quedaban todos los trozos de metal, madera y cristal que habían usado su cuerpo como objetivo tras la explosión.

Abrió los ojos color obsidiana, y se encontró con el rostro concentrado de la valkyria. ¿Por qué tenía que ser tan bonita?

A él le debilitaba las rodillas verla. Siempre le había sucedido.

Pero ahora ya no.

Iba a arrollar a Sakura; y nadie podría detenerle.

Por fin empezaría su venganza.

Inhaló su aroma, sabiendo que la tendría para él solo, que nadie les molestaría y que, si alguna vez la pelirosa debía de temerle, sería entonces, entre las gruesas paredes de su fortaleza. Su territorio.

Y se lo iba a demostrar.

—Ya estás. No tienes más cortes —susurró ella, cautelosa, retirándose al ver su expresión.

—Bien, esclava. Levántate. Voy a dejarte claro lo que quiero de ti.

Estaba claro que el pequeño microclima que se había establecido entre ellos había desaparecido cuando Indra se había curado.

—¿No quieres hablar conmigo de nada? —preguntó intentando entablar conversación, asustada al ver las ansias en aquel arrebatador rostro.

—No me interesa nada de lo que puedas decirme, esclava.

—Ya me lo has dicho abajo, esco...

Indra no se detuvo, hundió la mano en su melena y le tiró del pelo, levantándose en el movimiento y llevándosela con él.

—Parece que no tienes clara tu posición ni las normas que tienes que seguir en mi casa. Escocés, isleño, trenzas... son nombres que nunca más podrás mencionar. Ni siquiera Indra. Te lo dije en el ESPIONAGE y ayer por la noche... Llámame Domine o Amo a partir de ahora, iceberg. Te juro que no me queda paciencia para ti y no me costará nada enviarte de vuelta.

—Creo... Creo que no te atreverías a hacérmelo —»Por supuesto que se atreve. No seas tonta, ¿no ves que te odia?»—. Que es solo palabrería. Tú, mejor que nadie, sabes lo fuerte que soy. No me alejarías de esta batalla...

—¿No? —Enarcó las cejas y sonrió con maldad—. Brukk...

Sakura parpadeó, clavándole las uñas en la muñeca para que la soltara.

Sí. Indra hablaba muy en serio.

—¡De acuerdo! —Sakura le enseñó los diminutos colmillos y levantó la barbilla desafiante—. Seré tu esclava, si así... Si así se te ablanda la polla y se te bajan los humos. ¿O acaso crees que no sé que estás duro ahí abajo... amo? —Sakura disfrutó de la expresión del highlander, que apretó los dientes; eso hizo que los músculos de su mandíbula se movieran rabiosos—. Me odias, quieres hacerme pagar por lo que te hice... Bien, de acuerdo. —Aseguró envalentonada. Necesitaba ganar terreno y demostrarle que, aunque él la tuviera en su poder, ella también sabía el poder que ejercía sobre él—. Pero no puedes odiarme tanto cuando el punk con piercings que tienes entre las piernas está deseando hacerme el harakiri.

¡La madre que la parió! Sakura siempre había sido directa y certera en sus ataques. Dentro de aquella rectitud, de su diplomacia y de su seriedad, la Generala sabía ser provocadora cuando tocaba. No pedía permiso y jamás suplicaba perdón. Y enfrentarse así a él, en inferioridad de condiciones, lo demostraba. Por eso la había admirado tanto antes. Su arrojo había hecho que fuera imposible domarla en el Asgard; nadie podía. Excepto él. Sin embargo, ahora la doblegaría, la controlaría y le demostraría quién mandaba, sin un ápice de la ternura que una vez le prodigó.

No tenía ternura para ella. No mostraría compasión por las mentirosas.

Indra se sentó sobre el sillón de nuevo y, de un tirón, la colocó boca abajo sobre sus piernas. Los pechos de Sakura se aplastaron contra sus velludos muslos.

—No tienes ni idea de lo que soy ni de cómo he cambiado, esclava. —La valkyria se removió intentando liberarse, pero él le sostuvo las manos tras la espalda, mientras le subía el jersey que le cubría los muslos y las nalgas—. ¿Has ido sin bragas, iceberg? —susurró rabioso.

—¡Suéltame!

—Oh, ¿llevas pantaloncitos debajo? —La provocó alzando la mano y dándole una cachetada tan fuerte en las nalgas que hizo que Sakura gritara con fuerza.

La Generala se quedó con toda la melena rosa cayendo hacia abajo, las puntas de la misma rozando el suelo. La sangre se le iba a la cabeza y tenía las mejillas rojas de estar en esa posición.

Ella siseó para soportar el dolor picante de la mano de Indra sobre su sensible carne. Cuando estaban juntos, él le había dado cachetadas en las nalgas; a Indra le gustaba mandar y adoraba ver cómo su piel enrojecía. Y Sakura nunca se había sentido más viva que jugando con él de aquel modo. Ponerse en manos de alguien mucho más fuerte que ella, de alguien que podría quebrarte, y saber que nunca te haría daño era muy estimulante. Y era fascinante para una mujer como ella, que estaba acostumbrada a que nadie le rechistara, que la dominaran así.

Pero ahora dudaba de Indra. Él podría hacerle daño de verdad.

—Ser mi esclava significa aguantar mis castigos, iceberg. Y ser tu amo, entre otras cosas, quiere decir que tú y yo debemos tener una palabra de seguridad para nuestros juegos.

—¡No quiero jugar contigo! —exclamó mordiéndose el labio inferior.

—No importa lo que quieras. Aquí mando yo. ¿Sabes lo que es la palabra de seguridad? —Mientras se lo preguntó deslizó un dedo de manera superficial entre sus nalgas y hacia su entrada más íntima.

Por supuesto que lo sabía. Nada más salir del ESPIONAGE y descubrir lo del BDSM, a Sakura le había faltado tiempo para comprarse algunos ebooks sobre esas prácticas sexuales. No le extrañaba nada que Indra se decantara por ellas, porque siempre había demostrado que le gustaba el sexo duro.

—¡Contéstame! —ordenó él dándole un nuevo azote.

—Sí —repuso ella, avergonzada—. ¡Sí que lo sé!

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

—¿Eres tonta? —replicó él ofendido—. Cualquier respuesta vendrá acompañada con un «amo», ¿entendido?

—Sí..., amo —murmuró dolorida.

Indra sonrió y respiró más tranquilo. Domar a Sakura iba a ser divertido y muy complicado.

—En otras circunstancias, te daría a elegir la palabra de seguridad —informó el highlander con tono soberbio—. Pero da la casualidad de que no me importa en absoluto lo que tú quieras, ya lo sabes. Así que, seré yo quien la elija.

Sakura quiso mirarlo de reojo y freírlo con un rayo entre ceja y ceja; pero no podía hacerlo, porque luego sufriría su destierro. Se sentía como una sartén, y Indra sostenía el jodido mango.

Tenía que aprender a jugar y a obedecer. Por muy amarga que fuera su situación, por muy en contra que estuviera, la misión era más importante que sus diferencias.

—¿Aceptas una sugerencia, amo?

Indra entrecerró sus ojos y la miró a través de sus tupidas pestañas. Nunca se fiaría de ella.

—Dime.

—¿Podría ser «capullo» la palabra de seguridad?

Indra gruñó, alzó la mano y, con un tirón violento, le arrancó el short, rompiéndolo en dos pedazos, llevándose las braguitas con él y dejándola absolutamente desnuda con el trasero en pompa.

—¿Quieres saber cuál es tu palabra? ¿La palabra que si pronuncias hará que todo se acabe?

—Claro, sorpréndeme.

—La palabra es: fóllame.

Ella se quedó sin respiración, y esta vez sí que miró su rostro por encima del hombro. Él alzaba el mentón como si le hubiera dado una bofetada. Y se la había dado de verdad. Sabía que la tenía en sus manos.

A Sakura los ojos se le enrojecieron por la rabia, por la furia y también por el miedo y la excitación.

—Nunca pronunciaré esa palabra. No puedes obligarme a ello. No puedes forzarme a...

—No voy a forzarte. Cuando acabe contigo, la habrás pronunciado. Puede que no hoy. Puede que no mañana. Pero lo harás antes de lo que te imaginas. No voy a darte tregua, esclava.

—¿Estás muy seguro de que me voy a rendir, eh? Pues ya puedes empezar —soltó entre dientes—, isleño. Haz que la pronuncie, a ver si puedes.

—Voy a ponerte tu delicioso culo como un tomate, traidora mentirosa.

Sakura había echado de menos aquello. La apuesta, la competición abierta entre ellos utilizando sus propios cuerpos, jugándoselos; aunque ahora solo fueran cascarones vacíos, al menos el de ella.

Hubo un tiempo en el que la violencia y la pasión de Indra en la cama eran tan increíbles como la ternura y el amor que le había mostrado fuera de ella. Aunque entonces, en tiempos felices no la llamaba esclava, ni iceberg. Ni la había ofrecido a los einherjars del Asgard como si nada, menospreciándola y rebajándola ante los de su castillo. Eones atrás, jamás habría permitido que se la humillara de aquella manera y él mismo habría matado con sus propias manos a quien osara hablarle así.

Pero Indra ya no era aquél Indra.

Cuando le dijo que era un hombre de fuertes apetitos, se lo mostró cada luna asgardiana, cada amanecer en el Vingólf... La tocaba a diario, siempre. Le hacía el amor sin penetrarla de todas las maneras que conocía. Y había luchado físicamente con ella hasta que uno de los dos se rendía porque ambos, como buenos cazadores sanguinarios, adoraban la persecución.

Y no siempre había sido ella la que claudicara.

No obstante, en ese sillón, en ese tiempo, la diferencia era que allí solo mandaba él y, lamentablemente, ella nunca podría defenderse. Estaba a su merced; y quería confiar en que Indra, en algún momento fuera de la bruma del odio y la ira, se sentara con ella y le preguntara por qué. ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Por qué lo echó de su vida? Si alguna vez la había querido, debía preguntárselo, ¿no? Que demostrara el interés que había exigido Freyja para que ella pudiera revelarle toda la verdad.

La única palabra de seguridad válida era esa: ¿por qué?

Pero, hasta que él no pronunciara esa pregunta, mientras tanto, esperaría y soportaría lo que el gigante deparase para ella.

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

—¡Indra!

Ni siquiera la preparó. No le dio tiempo a coger aire.

El guerrero ya no daba inocentes cachetadas, ahora había mejorado su técnica de tal modo que, sin azotarla fuerte, la palmada le escociera mucho más.

—Esto por no llamarme amo.

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

Dos en una nalga, tres en la otra, cuatro entre las piernas. Sakura gritó y quiso huir de aquel contacto tan diferente y extraño para ella.

—¿Vas a llorar? —preguntó malicioso, echándole la cabeza hacia atrás—. No puedes huir de mí. La Generala mentirosa se va a echar a llorar... —se burló.

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

Y vuelta a empezar.

Poco a poco, la piel de Sakura pasó del crema al rosado, y del rosado al rojo...

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

—¡Aguanta el grito, pelirosa! —le exigía él—. Aguántalo —pidió con voz ronca.

Sakura le mordió en el gemelo con tanta fuerza que le hizo sangre.

Le ardía la piel, le escocía y le picaba. Le estaba dando una azotaina, como hacían los mayores con sus pequeños cuando se habían portado mal. Como él nunca antes le había propinado en el palacio de Freyja.

Sakura supo que la estaba azotando por todas las veces que quiso hacerlo y no pudo; por su destierro; por su traición y su silencioso dolor.

Para Indra ella representaba la viva imagen de una puta de satán.

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

Se obligó a no gritar. No gritaría. No lo haría. Aunque estuviera desnuda e indefensa sobre sus piernas. No iba a rendirse.

Y no lo hizo durante la media hora siguiente.

—Lo más increíble de ser inmortal —dijo él observando lo que había hecho con el escultural trasero de la valkyria, ahora esculturalmente escarlata— es que no te vas a desmayar por una paliza erótica. —El highlander sacudió la mano porque le empezaba a doler. Se había ensañado—. ¿Cuántas han sido, iceberg? —tenía ganas de pasarle la palma por encima y calmar la piel ardiente. Ardía en deseos de mimarla, aunque fuera solo un poco. Pero era un castigo, un castigo por todo, y no sería suficiente... De hecho, creyó que nunca sería suficiente para perdonarla.

Sakura no le había pedido perdón, la muy condenada.

La joven gemía y gruñía por lo bajo, pero no daba su brazo a torcer. Sabía que le dolía y también sabía que tenía la hellbredelse en sus manos. Si quisiera, podría sanarla en un santiamén. Pero no lo haría. La hermosa traidora debía sentir, al menos, un poco del dolor que había experimentado él durante todos los siglos de soledad que había vivido en el Midgard.

Por su culpa.

Perdón no era una palabra difícil de pronunciar. Pero Sakura demostraba, con su orgullo y su altanería, que ella era incapaz de reclamarlo.

—¿Sabes? —dijo Indra—. Ahora que las valkyrias ya podéis dejar de ser vírgenes, esperaré a que me lo pidas para hacerte toda una mujer, ¿eh, Sakura? —levantó parte del jersey que seguía cubriéndole la espalda y también se lo rompió por la mitad, para que las alas azu- les y heladas aparecieran tras la lana. Sus alas no eran feas, aunque le hubiese dicho lo contrario en casa de Kidōmaru. Eran tan hermosas que parecían distantes. Justo como era ella. Hermosa, distante y... y zorra. Le abrió las nalgas y disfrutó al observar la humedad latente que se había depositado entre sus piernas—. Increíble... Te ha puesto caliente lo que te he hecho.

—No... —gimió Sakura, después de un largo silencio—. No me gusta esto..., señor. Para. —Sí que le gustaba. Pero le gustaba si podía volverse y hacerle lo mismo. No era sumisa natural, aunque le agradaba que Indra la sometiera, siempre y cuando luchara con ella y se ganara su sumisión. Ella no se rendiría, nunca se pondría delante de nadie para decir: «aquí estoy, átame las manos a la espalda y ponme el culo como el topo de la bandera de Japón». Porque para ella la sumisión no era ceder el control. Para ella, someterse significaba que se lo habían arrebatado justamente. Luchando.

—No acato órdenes de las esclavas —aseguró, deslizando los dedos entre su humedad, jugando con ella—. ¿Te gustaría, Sakura? ¿Te gustaría que te diera uno de esos orgasmos que te lanzaban a las estrellas? —ronroneó haciéndose el bueno. Era un amo canalla. Deslizó la punta del dedo corazón en el interior de su vagina, apretada e hinchada por los azotes, hasta tocar el himen.

Ella se tensó y negó con la cabeza. ¿Qué iba a hacer?

—Voy a quitarte la virginidad, valkyria. Y va a ser mi dedo quien lo haga —era maquiavélico. Estaba disfrutando de su tortura—. Ni siquiera un hombre. Solo una falange. ¿Qué me dices? ¿Te lo hago? Ahora Freyja no te protege.

—No... —sollozó. Quería echarse a llorar; pero la rabia y la indignación se lo impidieron.

—¿No? No veo que te importe mucho...

—¡No! —gritó, arqueando la espalda hacia arriba cuando notó que el dedo rozaba el himen con insistencia. Tantas veces jugaron a eso... tan confiada había estado ella de él... Pensó con amargura. Ahora no podía relajarse y dejar que la tratara como antes, porque no se fiaba de él. No permitiría que él le hiciera eso. Era una mujer y deseaba perder la virginidad con Indra, cuando fuera bueno con ella otra vez. No así.

—Entonces pídemelo. Di: «por favor, amo, no merezco que tu hermoso dedo me arrebate mi traicionera virginidad».

Sakura tragó saliva. Una vena le palpitaba en la sien y otra en la frente.

«Cabrón. Rastrero, cerdo...». Todos los nombres se quedaban cortos para utilizarlos en su contra.

—¡Dímelo! —exclamó Indra, dándole una nueva cachetada con el dedo de la otra mano dentro de ella.

—Por favor, amo... —Se detuvo un momento para coger aire y sentir cómo las arenas movedizas de la humillación la engullían— ... No merezco que tu hermoso dedo me arrebate mi traicionera virginidad —Iba a llorar. Iba a llorar delante de él. «Aguanta. Aguanta, no le des ese gusto».

Indra se quedó quieto, observando cómo la rosada vagina de Sakura tenía engullido medio dedo en su interior. Lo retiró rápidamente y le dio una última cachetada en la nalga para, acto seguido, levantarla sin mucha ceremonia. La tuvo que aguantar para que la pelirosa no se cayera al suelo.

Parpadeó atónito. Sakura tenía los ojos brillantes y húmedos y las mejillas sonrosadas. El labio inferior lucía hinchado de mordérselo. Gloriosamente desnuda, con sus orejas puntiagudas, que asomaban levemente entre su melena rosa, seguía siendo la sirena más hermosa que había visto en su inmortal vida.

Y cuánto le molestaba eso, por Odín.

Se levantó, tan desnudo como ella, y se lamió el dedo que había estado en el interior de la guerrera.

—Tu hermoso dedo está saboreándome, amo —comentó Sakura con las pupilas dilatadas y el tono ácido de Generala. Indra le sacaba casi dos cabezas. Quería sus zapatos de tacón—. Qué vergüenza para él, ¿no crees?

Él tuvo el descaro de sonreír y sacar el dedo húmedo de su cavidad bucal con un suave plop.

—Por eso lo limpio —contestó, estudiándola de arriba abajo.

Ella se sintió incómoda con su escrutinio, y le observó al darse media vuelta y dirigirse hacia lo que debía ser el vestidor. Era un villano, pero su trasero seguía siendo de infarto.

Al salir de la habitación, llevaba un collar de cuero negro grueso, con abalorios plateados y una cadena colgando. Otro collar de perro, y este, además, con correa.

—No quiero ponerme eso —protestó temblorosa. Dioses, le dolían las nalgas como nunca... Y Indra seguía muy erecto.

El highlander encogió sus enormes hombros y tuvo el descaro de sonreír.

—Te lo pondrás porque yo lo digo. Eres una perra, ¿verdad? —sacudió el collar frente a ella, y después le rodeó el cuello con él—. Pues serás mi perrita. —Ajustó el cierre, y se lo dejó puesto.

—No soy una perra, Indra —aseguró ella con voz trémula, pero aguantando el tipo. No iba a derrumbarse frente a él. Él no lo valoraría y se reiría de su aflicción—. Trátame con más respeto. No me puedes mostrar así frente a los demás.

Él se echó a reír.

La gran Generala estaba ante él. Sin máscaras, sin filtro... Y todavía dando órdenes.

—No lo has entendido aún, ¿verdad? —tiró de su collar de perro y la guió hasta la cama—. Ya no tienes poder. Aquí no. Aquí eres el escalafón más bajo de todos.

—No para mis nonnes —alzó la barbilla—. No para el Engel, ¿o acaso crees que, cuando sepa que me tratas así, no te va a dar tu merecido?

—El líder de los einherjars, por ahora, no ha movido un dedo por ti.

—Lo hará en el momento en que vea lo que estás haciendo.

—Te equivocas. —Negó con la cabeza, subiendo a la cama y llevándosela con él de un tirón, provocando que cayera de bruces contra el colchón—. Te equivocas... —gruñó de nuevo, aprovechando para rodear sus muñecas con unas esposas y clavarla a los barrotes del cabezal de la cama. Pasó la mano por su espalda desnuda y después por la parte trasera de los muslos pero, en ningún momento, le tocó la piel maltratada del trasero. No habría misericordia para Sakura, ni ahora ni nunca—. El Engel me ha dado el visto bueno. Hoy hemos hablado sobre ti.

Sakura abrió los ojos como platos; primero al ver que la esposaba y, después, al saber que Naruto conocía su secreto.

—Le he dicho la verdad —prosiguió sin dejar de acariciarle la piel con la punta de los dedos.

—¡No me toques! —Se removió ella indignada—. ¡No debiste decírselo!

—Se lo he contado todo: la verdad sobre lo que me pasó, la verdad sobre por qué estoy aquí... El Engel sabe que eres realmente poderosa y no quiere perderte como guerrera, obvio. Pero también conoce que tengo la llave de tu ascenso directo al Asgard por la puerta de atrás y que, con un par de palabras, hago que desaparezcas del Midgard. Naruto no quiere que las pronuncie, y para ello, aceptará que yo me haga cargo de ti. A mi modo, bajo mis normas. Mi ley.

La Generala hundió el rostro en la almohada y profirió cien mil maldiciones. Estaba vendida como nunca, en manos de su mayor enemigo.

—Dormirás conmigo. Aquí —aseguró él levantándose de la cama y riendo como el ganador de un torneo—. Y haré lo que quiera contigo dentro de mis aposentos. Nadie te maltratará fuera de ellos.

—Tus einherjars y tus amigos quieren arrancarme la piel a tiras —protestó abatida. Su voz sonó amortiguada por la almohada—. Si me tocan, si se atreven a hacerme daño...

—Nadie te hará daño. Tú no contestes a sus provocaciones y ya está.

—Si se atreven a ponerme un dedo encima —continuó Sakura, levantando el rostro de la almohada y mirándolo a la cara—, les mataré, Indra. No debes darle poder a nadie para que me haga daño, o saldrán perdiendo. Me has puesto a los pies de los caballos ante ellos.

—Están bajo mis órdenes, tienen prohibido tocarte. Solo yo puedo hacerlo.

Ella sonrió sin ganas. Si Indra hubiera visto cómo la miraban, no pondría la mano en el fuego por ellos. Esos guerreros, si pudieran, la torturarían. Y puede que no consiguiera utilizar su furia valkyria contra Indra, pero contra ellos lo haría sin dudarlo.

Él la repasó de arriba abajo y se cogió el duro miembro con la mano.

—Me voy a duchar. —Se dirigió al baño colindante, con la espalda muy recta y el rictus de dolor en el rostro.

—¿Me vas a dejar aquí encadenada?

Él se detuvo, tenso como una vara, y se puso de perfil: un espléndido y ardiente perfil recortado por la luz del baño. Le ensenó cómo se acariciaba él mismo, sin vergüenza ni reparos. Arriba y abajo, como ella le había hecho miles de veces cuando estaban juntos.

—Te dije que te arrebataría la virginidad. Te dije que me lo pedirías. —El color obsidiana de sus ojos se oscureció—. Pero si no me doy una ducha fría, voy a follarte, esclava. Y yo no me follo a las esclavas a no ser que me lo rueguen. Solo me follo a las mujeres que deseo. —Alzó la comisura del labio inferior, y el piercing refulgió en la oscuridad.

El insulto cortó el alma de Sakura con la precisión de un cirujano. Apretó los dientes, recopilando mareas de rabia e ira hacia ese hombre al que seguía queriendo, al que le habían obligado a abandonar, y que ahora tan mal la estaba tratando.

—Qué pena que lo que tienes entre las manos no piense igual, amo.

—Eres una mujer desnuda. —Se apretó la erección—. ¿Qué esperabas?

Después de esas palabras, cerró la puerta, y encendió el agua del grifo.

Sakura se quedó a oscuras y aprovechó para soltar las lágrimas que estaba reteniendo desde que Indra le había ordenado que se disculpara ante Theodore.

Lloró por ella, y también por él. Porque, de seguir así, perderían todos los recuerdos buenos, y solo se quedarían con la amargura del rencor y del despecho.

Por su parte, Indra se apoyó en los zócalos plateados y negros de su inmensa ducha, y dejó que el agua fría arrasara con todos sus remordimientos y anulara la capacidad de oír el llanto desgarrado de Sakura.

Las traidoras y mentirosas jamás deberían llorar como mujeres desesperadas y abatidas. Sonaba como si, en realidad, ella no tuviera culpa de lo que estaba sucediendo. ¡Pero que lo colgaran si no era la única culpable! Aun así, si Sakura era tan fría, ¿por qué demonios lloraba tan desconsoladamente? Nunca la había visto ni oído llorar. Jamás. ¿Por qué ahora?

Tuvo el imperioso deseo de salir de allí para quitarle las esposas y meterse con ella en la ducha. Le haría el amor violentamente y le diría todo lo que pensaba de su persona. Le exigiría que le diera una maldita explicación, incluso que le mintiera para así creerla por fin y darle la oportunidad de recibir su perdón.

Indra gruñó, y golpeó la pared con la parte posterior de su cabeza.

—Idiota, idiota, idiota... —se reprendió él mismo—. Las lágrimas de esa mujer son lágrimas de cocodrilo. Es un maldito reptil de sangre fría. No lo olvides. No lo...

Se quedó sin respiración y eyaculó en su mano, pensando en la lagarta que fingía ser quien no era, y que, en vez de calentar su cama con su cuerpo, iba a helarla con su maldito corazón de hielo.