7

Eilean Arainn

Seis de la mañana

Diario de Sakura

Necesito escribir ahora mismo. Estoy demasiado indignada como para continuar con esto.

Todava no ha salido el sol y llevo despierta desde que Indra me ha cogido en brazos y me ha metido bajo el chorro de la ducha, con agua helada y fría. Agua de las Tierras Altas. Las ordenes del sádico han sido las de buscar yo misma la cocina y preparar el desayuno para todos los guerreros. No sé qué se ha pensado que soy; no soy su sirvienta (bueno, ahora puede que sí). ¿Pero por qué tengo que preparar un manjar a toda esa gente que me odia?

No me ha dicho nada ms. Me he vestido con la ropa que él me ha preparado (por cierto: ¿Qué hace toda mi ropa en su vestidor?); un jersey gris muy ancho, unos tejanos ajustados y las botas de caña alta; y me ha echado de la habitación al grito de : !Ponte a trabajar, esclava!

He decidido que voy a hacerme un collar con sus dientes, sus pestañas y su pelo. Cuando todo esto acabe y pueda ponerlo en su lugar, le torturar cien mil veces.

A los residentes del castillo no les caigo bien. Se nota que el escocés les ha dado su versión de los hechos. ¿Cómo me puedo defender? Si Indra no se interesa, si no pronuncia las palabras que necesito oír para explicarle todo, seguirán odiándome. Él seguirá odiándome. Incluso puede que después de explicar mis razones, también contine haciéndolo. La cuestión es que, después de recorrer toda la fortaleza (que me sigue impresionando), he llegado a lo que parece ser el comedor principal. Indra tiene las costumbres de los lairds, cuando todos comían juntos en la misma sala y él lideraba los banquetes como jefe del clan. La cocina está justo al lado, y dado que Indra parece adorar las últimas tecnologías, está llena de botones e instrumentos únicos y de diseño. Me he vuelto loca para encontrar todos los ingredientes para cocinar, pero al final me he hecho con todos. He preparado pasteles, brownies, zumos, alguna tortilla de vegetales y carne, y cafs... Litros y litros de cafés.

En Chicago leímos muchísimos libros de la biblioteca del tío de Naruto que, por cierto, ahora es la pareja de Isamu, un vanirio del clan samurai de Uchiha. Uno de esos libros que le era de recetas de cocina. Y dado que tenemos el cerebro muy desarrollado y captamos conceptos en décimas de segundo, he echado mano de mi memoria para preparar algo suculento. Mientras cocinaba, he observado lo que me rodeaba. No entiendo cómo la piedra y el acero, cómo lo clásico y lo nuevo, lo frío y lo cálido pueden hacer tan buen contraste. Pero en esa cocina, y en todo lo que es el hogar de Indra, esa antítesis convive en armonía.

Y este castillo... Este castillo es justo como él es. Fuerte pero con pequeñas esquinas cálidas llenas de cuidado y dedicación; oculto entre los cantos de los peñascos de Arran y, a la vez, mostrando sutilmente su belleza mediante ventanas talladas en la montaña, aptas para aquellos que ven y no solo miran. Esquivo y expuesto. Hermoso y misterioso. Duro y elegante.

Me he fijado que en el salón hay un tartán colgado en la pared. Es azul y se cruzan líneas negras gruesas transversales, y alguna más fina y roja. Puesto que Indra no me ha explicado nada sobre su clan y, gracias a que pude preparar un desayuno copioso y numeroso en poco tiempo para los dichosos guerreros del trenzas, me ha sobrado tiempo para coger mi iPad (increíbles estas tecnologías terrestres: no entiendo cómo han avanzado tanto en este sector y tan poco a niveles mentales y espirituales) e indagar por la red para descubrir a quién pertenecen esos colores con las líneas dispuestas de aquel modo.

Me ha llevado al clan Dalriata, uno de los clanes más antiguos y poderosos de Escocia, cuyo lema es:

«Am fear is fhaidhe chaidh bho'n bhaile, chual e'n ceòl bu mhilse leis nuair thill e dhachaidh».

Que quiere decir que «el h0mbre que vaga errando fuera de casa, escucha la música más dulce cuando vuelve a ella».

Es un lema verdaderamente bonito. Creo que va con Indra, porque no sé qué tipo de vida ha llevado desde que lo eché de mi lado (aunque me lo imagino. Y rabio cuando lo hago), pero sí que sé que no ha podido ser feliz. Porque yo no lo he sido, y él es mi einherjar. Seguro que ha caminado errante, como yo lo he hecho durante eones, porque ambos estbamos fuera de casa... Perdidos por completo. Y ahora que nos hemos reencontrado, aunque él solo quiera hacerme daño y yo replicarle continuamente, debemos darnos cuenta de que el uno es el hogar del otro y existe una melodía hermosa para nosotros que todava no podemos ni sabemos oír. ¡Por Freyja y su collar de perlas! Estoy tan cansada de llorar. ¡¿Qué me está pasando desde que llegué al Midgard?! ?Será verdad que es un reino en el que las emociones pierden contra la razón? O tal vez, puede que el dolor del trasero me esté incomodando demasiado...

Maldito cretino. Menuda tunda me dio. Al menos yo utilicé mi hellbredelse para sanarlo. Él ni siquiera me sanó a mí después de los azotes. Y aquí no tengo el hjelp, el remedio de los enanos para nuestras heridas. En el Valhall podía luchar y me podían herir pero, teniendo la crema milagrosa, sanaba rápido.

Aquí en el Midgard, si no tengo el hellbredelse de Indra, no sano tan rpidamente; y lo que puede curar en un suspiro arriba, tarda horas humanas en sanar abajo. El escocés debería apreciar ese detalle; aunque, posiblemente, como lo sabe, no lo tendrá en cuenta nunca.

—Esclava.

Sakura dio un respingo y pronunció la palabra que hacía desaparecer su diario mágico, y este se esfumó de sus manos en un santiamén. Se giró toda azorada.

Indra vestía con ropas oscuras. Tenía el pelo recogido en un moño bajo y grueso y una pequeña trenza castaña caía sobre su hombro. Llevaba un jersey de manga larga de color negro y unos tejanos anchos azules oscuros. Las botas de motero le llegaban por los gemelos y tenían la punta plateada y metálica.

En la cara solo lucía la mirada de obsidiana congelado, fija en ella y en todo lo que había preparado. Analizando si lo había hecho bien o mal.

Por Freyja... Qué hombre tan... tan... tan hombre, pensó Sakura.

Era hermoso, como solo la masculinidad en armonía podía serlo.

Detrás de él, una pequeña cabecita se movió inquieta. Kawaki asomó su carita sonrojada y le sonrió con alegría. Aquel crío, además de sus nonnes, era el único que se sentía feliz de que ella estuviera allí. Y, del mismo modo, ella se enternecía cada vez que Kawaki estaba cerca; justo todo lo contrario de lo que le sucedía cuando el gigante escocés le rondaba o la juzgaba con esos ojos de mapache en constante cabreo. Y solo Freyja sabía los sentimientos que despertaba en ella; eran tan contradictorios... Deseaba pegarle y anhelaba abrazarlo. ¿Cómo era posible?

«Joder, Sakura, pues porque, entre otras cosas, te ha dado con la mano abierta en el culo. Y te sientes frustrada. Por eso». Y encima irradiaba esa fragancia varonil... Como a brisa marina, que en el Valhall la dejaba noqueada y, sin embargo, en el Midgard la abocaba a la apetencia y al ansia.

—Eres rápida —murmuró Indra, analizando la disposición del desayuno sobre la mesa e inhalando el aroma que flotaba en la sala a azúcar, café y frutas. La valkyria había hecho un trabajo excelente en menos de una hora. No debía olvidar que eran seres superdotados, que su inteligencia y sus habilidades eran superiores a la de los mortales y que, de todas las hijas de Freyja, Sakura eras la más capaz en todos los sentidos.

Sakura no contestó a su especie de cumplido. Kawaki llevaba rodilleras y codilleras sobre su ropa, y eso llamó su atención.

—¿Adónde vais?

—Eso no te importa —contestó el guerrero.

«Odioso. Es odioso».

Kawaki se dirigió a la mesa a coger un dulce con pepitas de chocolate. Indra sonrió ante el gesto goloso del pequeño, pero cuando Kawaki le pidió permiso con sus ojos grises para cogerlo, Indra negó con la cabeza y le dijo dulcemente:

Na vean da. No toques —le sonrió y le guiñó un ojo—. Tha ́n cal moch a cheart cho math ris a' chal anmoch. Estará igual de bueno cuando regresemos.

Era tan injusto, pensaba la Generala. Tan injusto que ese hombre fuera todo dulzura y mano izquierda con Kawaki y en cambio con ella fuera el maldito Diablo.
No había derecho.

—Es muy temprano —intervino Sakura acercándose a la bandeja de bollos—. Si tiene hambre, ¿por qué no puede comer uno?

Indra parpadeó incrédulo ante la osadía de la pelirosa. La repasó de arriba abajo.

—¿Quién te ha dado permiso para hablar? ¿Y cómo te he repetido, por activa y pasiva, que tienes que dirigirte a mí? —preguntó sin moverse del sitio, apoyando una mano en el hombro de Kawaki para que no se acercara a ella ni aceptara el dulce.

Sakura arrugó el ceño y desvió la mirada hacia el pequeño híbrido. ¿También iba a hablarle así delante de él? Kawaki bizqueó al mirarla, dándole a entender que su padrino era lerdo, y ella se echó a reír con sorpresa.

—¿Qué es lo que te hace gracia? —gruñó el highlander confundido.

—La verdad es que río por no llorar, amo —contestó Sakura, cruzándose de brazos, y se apoyó en la mesa principal—. Espero que Kawaki no salga tan malhumorado y dictador como tú. El reino ya tiene suficiente contigo.

—Eso es algo de lo que tú no tienes que preocuparte, esclava —murmuró él con frialdad.

—Necesita que le den otro tipo de atención. Tanto hombre le va a convertir en un cavernícola. O en eso, o en gay, ¿no crees? —preguntó provocadora.

—¿Acaso tú le enseñarías a ser mejor? —insinuó con desprecio, lamiéndose el piercing del labio inferior—. ¿Tú, que manipulas y mientes más que hablas? No me hagas reír tú a mí.

Cuando Indra le hablaba así, la espalda se le helaba más de lo que ya estaba y el corazón se saltaba varios dolorosos latidos, como si temiera caerse en un charco del que nunca pudiera salir vivo.

—Ni miento, ni manipulo, amo —contestó con el mismo gesto que él, herida por su acusación.

—No importa —sonrió indiferente—. Si Kawaki necesitara una mujer para educarle, te aseguro que nunca te elegiría a ti. Te tocará servir a todos los guerreros cuando bajen. Habla mal a uno de ellos y lo que te he hecho esta noche serán caricias comparado con lo que podría hacerte —aseguró, inmovilizándola con su actitud—. Vamos, Kawaki.

Una vez, Bragi el poeta, hijo de Odín, le dijo que las palabras elegantes carecían de sinceridad y que, en cambio, las palabras sinceras y duras nunca eran elegantes para quien las sufría. Pero había algo que sí había aprendido y que era el clavo ardiente al que intentaba sujetarse para recuperar el respeto de ese hombre rencoroso: las palabras más groseras son mejores que el silencio. Y, por ahora, Indra se cebaba con ella, así que no le era indiferente.

Aunque le dolía.

Clavó sus ojos claros y grandes en la extraordinaria espalda de aquel hombre, que se alejaba con el pequeño cogido de la mano y que no le sobrepasaba más de la mitad del muslo. Sakura se entristeció por no poder decirle la verdad.

Kawaki la miró afectado por encima de su diminuto hombro, y ella le sacó la lengua para tranquilizarlo.

El niño no era culpable de nada, y no recibiría ni un desprecio por su parte.

Indra sonreía y lo hacía como un insulto.

Indra hablaba y no dejaba títere con cabeza.

Indra la tocaba y lo hacía como castigo.

La verdad era que ya dudaba de la capacidad de perdón de ese hombre rencoroso. Tal vez nunca la perdonase; tal vez siempre la trataría de aquel modo díscolo y agresivo; ¿y ella qué debería hacer? Aguantar, porque ya era suficiente con sufrir los ataques del Ōtsutsuki, como para tener que soportar la vergüenza de que le arrebatasen los poderes. No le daría ese poder a nadie. Ya le daba demasiado al moreno de ojos tormentosos para acabar de arrancarle el corazón. No le daría el gusto de pronunciar las palabras de la muerte.

Y le dolía, le dolía en el centro del pecho; le dolía tanto como cuando su corazón ardía de amor por él. Ahora el hielo le quemaba y atravesaba su centro hasta llegar al núcleo de sus alas heladas.

Tomó una uva morada del cuenco de frutas y se la llevó a la boca. Al menos, tenía el consuelo de que jamás se sentiría sola; siempre la acompañaría su pesada soledad.

Una que no compartía con nadie.

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.

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Aquel era su territorio.

Su hogar.

Su casa.

En todo eso pensaba Indra mientras galopaba junto a Kawaki a través de su propiedad del fiordo de Clyde, a lomos de Demonio, uno de sus caballos españoles. Su Eilean Arainn, su preciosa escocia en miniatura... Era tan hermosa.

Él era el dueño de aquellas tierras y debía procurar protegerlas.

Pero ¿cómo podía proteger nada externo? ¿Cómo se haría cargo del suelo que pisaba, de la gente que estaba a su cargo, si apenas podía luchar contra el torbellino de emociones que había desencadenado el penoso llanto de Sakura?

¿Por qué lloraba? Ella nunca lloraba. Jamás.

No dejó caer ninguna lágrima por él cuando lo mandó al Midgard. Ni una. Y la noche anterior, después de unos cuantos azotes, la honorable Generala se derrumbó como un maldito castillo de arena en el aire. No lo comprendía.

Lo peor, no obstante, no había sido oírla. Lo más duro era reconocer que esa arpía orgullosa tenía el poder de hacerle flaquear, no solo por su desconsuelo; sus ojos, que ordenaban cosas que él no estaba dispuesto a dar y aquella maravillosa piel creada para ser acariciada lo habían vuelto loco. Sus alas..., quiso delinearlas con sus dedos y después pasar la lengua a través de los tribales. Porque debía ser sincero y admitir que no eran feas. Nunca lo serían, ya que la envanecida Sakura no tenía nada feo en su cuerpo.

Y eso le irritaba. Le enloquecía.

Loco de deseo.

Loco de sexo.

Y loco de venganza. Así se sentía.

Él era un laird. Un líder por naturaleza. Durante siglos había sido conocido por su inclemencia y su inflexibilidad. Si lo traicionaban, él cobraba la traición con intereses. Y no había mayor traición que la que Sakura había cometido contra él.

¿Y se suponía que debía creer en su supuesta inocencia?

Unas lágrimas no le ablandarían.

No. Ni hablar.

Espoleó al caballo para que corriese más, avivado por su recelo hacia la mujer que había tomado como esclava y animado por la expresión de Kawaki, que echó el cuello hacia atrás y abrió los brazos, como si simulara que volaba.

Sakura le había devuelto al pequeño; era lo único por lo que le estaría agradecido.

Su ahijado era su bien más preciado en el Midgard; no había nadie más valioso para él. Indra rabiaba cuando se imaginaba por lo que había pasado el hijo de Kokatsu a manos de Newscientists. Oh, y sabía a quién debía pedir explicaciones: Zetsu.

El maldito lobezno sabía que Kawaki era un híbrido y, según Naruto, habían estudiado e investigado a la mujer del líder de la Black Country justo por eso.

Tenía cuentas pendientes con ese jotun. Pero hacía tiempo que no sabía nada de él. Era como si hubiera desaparecido de esa dimensión. Aunque ahora, con la aparición de los tótems, tendría la oportunidad de ver cómo asomaba su jodido pelo asqueroso. Y si Zetsu tenía la mala suerte de ser hallado por él, no viviría para contarlo y le aseguraría una muerte lenta y agónica.

Miró la cabeza morena de Kawaki y su pecho se expandió. Ese cachorro tenía que ver la vida con los ojos de un niño. No hablaba apenas, era como si tuviera las cuerdas vocales dañadas.

Lamentando ese hecho, decidió que debía recuperar el tiempo perdido con él. Siempre habían tenido esa conexión irrompible y especial; una conexión truncada por su secuestro. Había llegado el momento en que el pequeño riera y se sintiera a salvo; y él lo protegería durante toda su vida. Amaba cabalgar y recordaba los gorjeos del crío cuando era un bebé y su amigo Kokatsu se lo llevaba en brazos a galopar. A Kawaki le gustaban tanto los caballos como a su padre.

Sonrió con tristeza al recordar como Scarlett lo reprendía cuando volvía y le señalaba para decirle: «Kokatsu Dalriata tercero». Cuando la berserker Scarlett, hermana de Izumo, pronunciaba el nombre y los apellidos de su compañero significaba problemas. Problemas gordos.

Dioses... Miró al cielo y cerró los ojos, dejando que el caballo les guiara. Demonio ya sabía dónde debía ir. Se detuvieron en lo alto de un pico de piedra, el más alto de la isla, llamado Goat Fell, recubierto por musgo verdoso. El caballo relinchó sonoramente cuando Indra bajó de él con Kawaki en brazos y se lo subió sobre los hombros.

—Mira, mo bheag. Mi pequeño. Cuando seas mayor —señaló todo el mar que se veía al horizonte y las extensiones de tierra que moteaban la vista de verdes y amarillos. Colores otoñales, llenos de melancolía, en medio de una tierra salvaje y algo adusta. Pero era la tierra de los valientes, y siempre ofrecía cobijo y estaba dispuesta a amar y a acunar a quienes la respetaran. Aquella era su pequeña Escocia—, podrás disfrutar de esta tierra hermosa que poseo. Ahora todavía te estás recuperando, como hacen los guerreros más valientes. —Le apretó los gemelos cariñosamente. Bajo ningún concepto permitiría que se sintiera avergonzado por su dificultad al hablar, o por su aparente debilidad. Kawaki había sobrevivido, no había más prueba de fortaleza para Indra que aquella—. Pero, dentro de poco, te veré escalando las montañas, nadando a mar abierto y saltando como hacían tu padre y tu madre. Saltaban tanto que parecía que volasen —recordó nostálgico.

A Kawaki le habían arrebatado sus padres. A Indra, sus mejores amigos.

Al pequeño híbrido le habían robado parte de su inocencia. Al guerrero adulto le habían arrancado el corazón.

Aquel amanecer lamería sus heridas y se vincularían por la eternidad.

Era un pacto Ōtsutsuki.

—De napsütesben újra élnék. Yo vivo por el sol de nuevo —decretó el highlander haciendo reverencia al dios de la luz.

Kawaki hundió los dedos en el pelo de Indra y se quedó hipnotizado, sobrecogido por el amanecer que estaban a punto de ver juntos.

El sol. Kawaki llevaba años sin verlo, y se había olvidado de la poderosa energía que irradiaba el astro más brillante. Era sobrecogedor pensar que creyó que nunca más volvería a verlo.

—Quiero que sepas que nunca más permitiré que te aparten de mí —aseguró Indra—. Te doy mi palabra.

El pequeño sabía que su laird lo decía en serio.

Poco a poco, el sol se asomó enorme e infinito.

Los dos, de acuerdo tácito, decidieron permanecer en silencio y disfrutar del espectáculo de la naturaleza.

Los rayos bañaron cada esquina de la isla, hasta que alcanzaron el peñón en el que se encontraban, y alumbraron con su indomable luz parte de las almas magulladas del hombre y del niño. Dañadas de diferente manera, aunque igual de dolorosa.

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Parte de los miembros del castillo, los que habían madrugado para entrenar, estaban sentados a lo largo de la mesas, devorando, literalmente, la comida que Sakura había preparado.

Pensó que se meterían con ella, que las muestras de falta de respeto no tardarían en aparecer. Y no había sido así, a excepción de los einherjars que seguían odiándola.

Sakura se sentía flanqueada por Izumo, a un lado, y Mei, al otro. Por suerte, Madara y Naruto se habían recuperado de sus heridas gracias a la hellbredelse de sus parejas y ahora comían todos juntos.

Solo faltaba Indra.

El Engel le había explicado lo que sucedió en Aberdeen y cuáles deberían ser los pasos a seguir. Agradecía que Naruto le informara, pero se sentía traicionada por la facilidad con la que el guerrero einherjar le había dado al escocés poder sobre ella.

—Te estás saltando las órdenes de Indra, ¿no tienes miedo de que tome represalias, Engel? —preguntó con voz venenosa.

Naruto sonrió dócilmente, como siempre hacía. Pero tras aquella sonrisa afable y sus carismáticos ojos, residía la mente de un calculador. Uno que no dejaba cabos sueltos.

—No me gusta que te encuentres en esta tesitura, Sakura —reconoció el rubio—. Me parece incómoda. Pero tú y yo sabemos el tipo de poder que Indra tiene sobre ti. Y no pienso perder a la valkyria más poderosa de todas. Así que, por el bien de la misión, obedécele. Porque si él hace lo que tú y yo tememos que haga, es posible que lo mate; y no pienso quedarme aquí peleando sin él y sin ti. Hagámonos un favor y llevémonos bien.

A Sakura esa explicación no le servía.

—En cuanto regrese Indra, nos pondremos en marcha —finalizó Naruto.

—¿Y otra vez me tocará quedarme aquí encerrada? —preguntó ofendida.

Naruto se llevó un puñado de frutos secos a la boca.

—Veremos cómo se desarrolla el día, Generala.

—Bonito collar —murmuró Izumo a su lado.

Izumo era importante en el clan de berserkers, y al parecer, por su parte, todo era normalidad. El guerrero le había dicho que se relajara, que nadie de los suyos iba a increparla.

—¿A ti te caigo bien? —preguntó la Generala mientras bebía zumo de frutas y observaba por encima de su vaso a Theodore y los demás, que se reían de ella y le señalaban el cuello, poniendo las manos como si fueran perritos y sacándole la lengua.

Qué cretinos. La estaban tildando de perra.

Mei se levantó dispuesta a ir hacia ellos; pero Sakura la agarró de la muñeca y la detuvo.

—Ni se te ocurra, ¿me has oído? —los ojos celestes de Sakura se volvieron prohibitivos.

—No pienso llevarme bien con esos cerdos —gruñó Mei enfadada—. Puede que tú estés impedida para reaccionar como quieres, pero yo no.

—Oni... —Madara la sentó sobre sus piernas y negó con la cabeza, sonriendo con diversión—. No vas a pelearte con nadie.

—¡Pero es que no es justo! —exclamó ofendida.

—Si les provocas, conseguirán lo que quieren. Necesitan un altercado y culparán a Sakura. Y, después, ella tendrá que vérselas con Indra. La pondrás en un compromiso.

Temari asintió comprensiva.

—Me gusta tan poco como a ti, nonne, pero hay que respetarlo. Aunque —añadió como quien no quiere la cosa al tiempo que se untaba una tostada con paté vegetal—, si se sobrepasan, voy a clavarles por los testículos en la pared —la huntó más de paté—, con mi martillo, como si fueran cuadros.

El Engel abrió los ojos sorprendido y no pudo evitar besarla. Sakura apartó la mirada de aquella imagen amorosa. Se sentía mezquina por sentir envidia. Envidia insana.

—¿Sabes? No es tan malo sentirse un poco perro. —Izumo le guinó un ojo amarillo y sonrió pícaramente—. Yo lo hago.

Sakura dejó el vaso sobre la mesa. Apoyó la barbilla sobre sus dedos entrelazados y miró al berserker. Era una buena persona, y tenía a los suyos bien controlados. Le caía bien.

—¿No estás emparejado, Izumo?

—¿Por qué? ¿Acaso te intereso, Generala?

La Generala rio divertida y negó con la cabeza.

—Por supuesto que no.

—Bien, porque no tienes posibilidad alguna. Sé quién es mi pareja, pero ella todavía no lo sabe —aseguró pasándose la mano por la cresta.

Sakura parpadeó divertida y sorprendida con la respuesta. Izumo era uno de esos hombres hermosos, atractivos, zalameros y peligrosos con las mujeres. La mujer destinada a estar con él tendría un tesoro o un demonio.

—Oh, me rompes el corazón —murmuró falsamente mirando hacia otro lado. Todavía le escocían las nalgas; y estar sentada no le ayudaba nada. Maldito Indra.

—Planearemos lo que debemos hacer hoy cuando Indra llegue de cabalgar con Kawaki —dijo Naruto pasando los dedos por la melena lisa de Temari. Adoraba tocarla. Era tranquilizador y estimulante.

Las tres valkyrias alzaron las orejitas, como si fueran perritas en busca de un hueso.

—¿Cabalgar? —preguntó Sakura con voz ahogada.

Indra se había ido a cabalgar con Kawaki. El corazón se le rompió un poquito más. Él conocía lo mucho que amaba Sakura a los caballos. En el Valhall, Freyja le regaló uno enorme, blanco y veloz como ningún otro, con dos preciosas alas blancas en sus lomos.

Las valkyrias eran excelentes amazonas y adoraban domar a sus caballos y galopar con ellos. Amaban la velocidad y sentir la furia de un animal potente bajo sus piernas. Además, entre ellas y sus caballos se forjaba un vínculo mental y espiritual irrompible.

Una de las cosas que echaba de menos desde que había bajado al Midgard era abandonar a Angélico, su precioso pegaso. Juntos habían corrido a través de los reinos del Asgard y huido de las endiabladas flechas de los elfos negros. Juntos habían llorado a Indra; y ella había empapado su crin blanca con sus dolorosas lágrimas. Angélico solo sabía escuchar, y con su cuerpo y su velocidad la llevaba a lomos de otros sueños más deseados, unos que no se cumplían en su realidad.

—Entonces, Indra tiene caballos aquí... —susurró con voz triste.

Mei y Temari se levantaron a la vez, con los puños cerrados y el cuerpo tenso.

—¿Los podemos montar? —preguntó Mei excitada al descubrir que en ese castillo se hallaban sus animales favoritos—. ¿Podemos? —le preguntó al samurái.

Madara sonrió y miró a Naruto encogiéndose de hombros.

—Supongo, bebï.

Entonces, de repente, todos los guerreros se levantaron a la vez y miraron hacia la entrada del salón. Ahí estaba Indra, con Kawaki subido a coscoletas.

Sakura no se levantó, pero le impresionó observar el profundo respeto que le mostraban los miembros del clan.

El inmenso laird los saludó a todos para que siguieran comiendo. Bajó a Kawaki y le dio un beso en la cabeza, empujándolo suavemente para que fuera con Izumo.

El berserker le sonrió y acogió encantado al chiquillo.

Indra, con actitud diabólica, se dirigió a la mesa en la que estaban todos y los saludó con un gesto de su cabeza.

—¿Les gusta el desayuno que has preparado, esclava?

Ni un buenos días. Ni un hola diplomático.

Cuando Indra puso sus ojos sobre ella, de nada le sirvió a Sakura saber que era la Generala. El highlander iba a hablarle sin ningún respeto y ella no lo podría evitar.

Sakura le miró desganada, pero de manera letal. Ella sabía mirar así. Eran eones de entrenamiento.

—Por ahora no se han quejado —contestó suavemente—. Tal vez lo hagan cuando empiecen a caer uno a uno como moscas.

Naruto se levantó para calmar los ánimos, pero Indra fue más rápido que él y agarró a Sakura del collar de sumisa, levantándola con brío del asiento.

Sakura ni siquiera parpadeó. Se esforzó por sonreír, de puntillas como estaba, colgando de las manos del guerrero; y, provocadora como ella sola era, le dijo:

—Era solo una broma, amo —explicó con poca reverencia.

—No me gustan tus bromas —gruñó con las cejas arrugadas y los ojos entrecerrados.

—A mí no me ha gustado su comida —exclamó Theodore, levantándose de la mesa y tirando el plato al suelo con malos modales.

Sakura deseaba con todas sus fuerzas matar a Theodore. No castigarlo ni achicharrarlo: matarlo. Arrancarle los ojos y el corazón y dejarle sin su miserable vida. Los malditos einherjars la habían tomado con ella. ¿Qué les había hecho? ¿Tanta fidelidad mostraban hacia Indra que odiaban lo que él aborrecía?

Indra desvió la mirada hacia Theodore. No estaba muy conforme con lo que había hecho el guerrero.

—¿Por qué no está buena, Theo? —preguntó en voz alta.

La sala se quedó en silencio.

Las valkyrias parecían decididas a derramar sangre si hacía falta. Theodore ya estaba en el infierno de la popularidad para ellas, así que no les costaría nada vengar a su líder por los insultos del rubio.

—Porque la ha hecho ella —respondió Theo sonriendo y mirando al resto de comensales—. No quiero que esa perra toque mi...

¡Plas!

La concurrencia enmudeció más de lo que ya estaba.

Algo había impactado en la cara de Theodore. Era una crêpe rellena de mantequilla y mermelada.

Theodore buscó al culpable con la mirada llena de odio e incredulidad. Kawaki había escapado de los brazos de Izumo y estaba a unos dos metros del einherjar. Sus ojos destilaban resentimiento y desafío, y la posición de su pequeño cuerpo tenso hablaba de provocación.

Sakura, a la que Indra seguía reteniendo por el collar de sumisa, abrió la boca como un pez. «Mi pequeño gran héroe», pensó enternecida. El más joven de los ahí presentes y el más indefenso era quien daba la cara por ella.

Na déan! No lo hagas —le gritó Indra cuando vio que Kawaki corría a por otra crêpe.

El pequeño se detuvo y se dio la vuelta para encararlo. Tenía las cejas arrugadas, dibujando una uve perfecta. El niño estaba ofendido por lo que había hecho Theo; era comprensible su actitud, ¿verdad?

El laird buscó a Izumo, y el berserker de la cresta y pelo azabache se encogió de hombros, con un gesto poco convincente.

—Se me ha escapado —dijo acabando de masticar un trozo de manzana.

Ni Sakura ni Indra le creyeron.

Ella miró al escocés y parpadeó.

—¿Qué harás ahora? —Enarcó una ceja rosa—. ¿Vas a dejar que Theo humille a Kawaki por lanzarle un poco de comida? ¿Vas a azotar a Izumo por dejar ir a Kawaki? ¿Les digo a todos que se vayan bajando los pantalones? —le susurró.

Indra parpadeó y centró toda su atención en la pelirosa.

Maldita Generala.

Su ahijado acababa de desafiar su autoridad. Y, al mismo tiempo, le admiraba por defender a una chica de la ofensa de un hombre. El hombre no tenía derecho a hacer eso. El problema radicaba en que la chica era Sakura. Y a Sakura estaba permitido hacerle casi todo. No obstante, no dejaría que los ataques fueran gratuitos.

—La única que se baja las bragas aquí eres tú, valkyria. No lo olvides. —Lo dijo en voz más alta que la de ella, y muchos escucharon sus palabras.

Sakura enrojeció de frustración y desprecio.

Indra dejó que sus talones tocaran el suelo, pues la tenía de puntillas. Sonrió y miró a Theo.

—Has comido cosas peores, romano. No seas tan nenaza y sibarita.

El aludido se limpió la mermelada y la mantequilla que se deslizaban pringosamente por su cara.

—No deberías dejar que el hijo de Kokatsu se comportara así —murmuró disgustado y rabioso, soportando, vencido, las risitas de sus compañeros de mesa.

Sakura se dio la vuelta, dispuesta a replicar al guerrero, con los ojos completamente rojos. Ese niño había demostrado más honor y educación del que él había tenido con ella desde que la conoció el día anterior. Que no se metiera con el híbrido o tendrían un gran problema. Más, todavía, cuando el pequeño la había defendido.

Indra la detuvo dándole la vuelta, para que se centrara solo en él, abroncándola con su examen. Si Sakura se rebelaba, habría una batalla campal, porque la joven sirena tenía a un grupo poderoso de guerreros de su parte. Y él la mandaría a casa directamente. Y no tenía ganas, porque deseaba atormentarla mucho más.

—No ha sido Kawaki quien ha despreciado la comida —contestó el highlander, reprochándole la actitud a Theo abiertamente—. Kawaki es un niño. Seguramente, creyó que dabas el pistoletazo de salida para una guerra de comida. ¿Verdad, Kawaki?

El crío seguía con el ceño fruncido y los ojos completamente claros, rebosantes de determinación. No asintió con la cabeza, pero tampoco lo negó.

«Chico listo», sonrió Indra.

Naruto estudió al highlander y a la valkyria y se frotó la barbilla abstraídamente. Pensó que, en realidad, Sakura no estaba tan desprotegida con el escocés después de todo, pues parecía que tenía un poco de criterio y objetividad. O en realidad no los tenía, y el único que había detenido el castigo había sido Kawaki con su intervención.

Les observaría de cerca.

—Nosotros hemos acabado de desayunar —dijo el Engel levantándose de la mesa—. Tenemos cosas de las que hablar urgentemente.

Indra asintió, pues él opinaba igual.

—Me alegra ver que os encontráis mejor, Engel —reconoció.

—Sí. —Naruto sonrió íntimamente a Temari. Esta se retiró el flequillo de los ojos y le guiñó un ojo verde azulado oscuro secretamente—. Gracias.

—De nada —contestó ella, divertida.

—Haremos una conferencia con la Tríada y Buchannan. Tenemos nueva información —informó Indra.

—Vayamos a La Central, entonces —ordenó el Engel—. No perdamos más tiempo.

Indra sonrió malignamente a Sakura y la empujó para que caminara delante de él. Después, Sakura notó que algo se cerraba en una parte de su collar.

Era una cadena. Una cadena para sacar a un animal y mostrarlo ante todos.

—¿Qué te parece tu nuevo accesorio? —preguntó el gigante inclinándose hasta su oído puntiagudo—. ¿Dónde está todo tu poder?

Sakura le enseñó los colmillos y siseó, desbordada por su comportamiento.

—Mi poder está a buen recaudo, bajo las pesadas losas de tu despecho —la sonrisa que dibujaron sus labios hablaban de vacío—. ¿Tanto te importé que no has podido olvidarme en todo este tiempo?

—No recuerdo haber tenido jamás un animal. Así que no puedo olvidarme de algo que no fue mío, ¿verdad, perrita? Ahora, camina.

Mientras Indra la empujaba y la llevaba de la correa, Sakura supo dos cosas: una de ellas era que estaba absorbiendo demasiada energía eléctrica; de hecho, toda la que no podía descargar sobre el maldito einherjar.

La otra era que odiaba los collares de perro.