10

Edimburgo

Espionaje

—¿Quién es esa chica en realidad, laird?

Indra esperó a que Ada acabara de vestirse.

La había azotado, la había fustigado, le había hecho un buen spanking y, también, le regaló varios orgasmos. Y aun así, hoy no se sentía satisfecho.

No hacía nada más que pensar en la mirada de Sakura, en cómo había seguido cada uno de sus movimientos y estudiado cómo tocaba a Ada; en el tono de su voz, desprovista de emoción, cuando había asegurado que podía continuar con la pala. Curiosa actitud la de la altiva Generala.

—¿Señor?

La pregunta lo alejó de sus pensamientos.

—Dime.

—La chica, ¿quién era? —preguntó acabando de ponerse las ligas y la falda.

—Es solo una esclava, ya te lo he dicho.

—Mmm... —Ada lo miró de soslayo y le preguntó—: ¿te gusta?

—No —¿Cómo se atrevía a preguntarle eso? Había tratado a Sakura tan mal como nunca; y ella le preguntaba si le gustaba. ¿Acaso no había estado en esa sala?

—No me ha parecido eso. Parecías más entregado y comprometido que nunca mientras utilizabas la pala con ella. —La rubia se plantó frente a él y se acercó para darle un beso en los labios; pero Indra retiró la cara.

—¿Qué haces? Ya sabes que no quiero besos en la boca.

Ada hizo un puchero infantil y acarició su mejilla con la uña.

—Pero yo sí quiero. He sido lo suficientemente buena como para que me des uno, ¿no te parece?

Sí. Ada era una sumisa complaciente y nada respondona. No como Sakura, que le rebatía casi todo y obedecía a regañadientes, con poca actitud y predisposición.

Joder, le ponía duro eso.

¿Entregado? ¿Eso le había parecido a Ada? Lo que había tenido que luchar contra el deseo de desnudar a Sakura y hacerla suya, solo lo sabría él; y nunca lo reconocería ante nadie. El poder de Sakura, tanta energía en un envase tan bello y bien hecho, le ponía todo burro.

Pero Sakura era mentirosa, clasista y ruin. No la quería para nada, y haría bien en recordar cómo le había desechado ante los dioses eones atrás.

—No doy besos, Ada. Sé buena y obedéceme.

Ada resopló y rodeó su cuello con los brazos.

—Esa boca está muy mal aprovechada. Es la más sexy y exótica que he visto jamás, y algún día espero probarla bien. Me ganaré tu favor, señor.

—Ya lo tienes. —Indra le acarició las caderas—. Eres mi única sumisa.

—Hoy no lo he sido. —Le guiñó un ojo y se apartó de él para coger su bolso y colocarse sus gafas de sol a modo de diadema.

—No seas celosa.

—Lo soy. —Sonrió mientras abría la puerta y salía de la sala de descanso—. Y mucho, señor. Pero esperaré pacientemente. —Le mandó un beso a través del aire y cerró la puerta.

Sería muy sencillo estar con Ada. Pero era mortal, y no podía quedarse con ella. Ada no sabía lo que él era; desconocía su mundo por completo; y él no estaba para explicarle qué tipo de guerrero antiguo era.

Se quedó sentado sobre la mesa, ensimismado, mirando sus manos. Habían cogido la pala con fuerza suficiente como para partir piedras; y la había utilizado contra la Generala. Ella no había gritado ni una sola vez.

Tan serena. Tan firme y fría.

Se pasó los dedos por la pequeña trenza que colgaba de su nuca y pensó en lo fácil que sería arrebatarle la virginidad a Sakura. Era lo que más deseaba, por encima de todo lo demás. Esa parte de Sakura era de él, y había esperado mucho por tenerla.

Tal vez, cuando la tuviera, cuando se hiciera con ella, dejaría de ponerse duro a su lado, y sus ansias de venganza quedarían consumadas. Entonces ya podría desecharla, dejarla atrás como si nunca hubiera existido.

Se levantó de la mesa en la que estaba apoyado y cogió su chaqueta motera negra.

El Johnnie Foxes esperaba una nueva reunión. Y aunque los esclavos, por ahora, no parecían decir mucho, pues les habían borrado los recuerdos, sabía que tarde o temprano les llevarían, donde él quería.

Esperaba que Buchannan hubiera rastreado las señales de los chips. Necesitaba encontrar aquella base de Newscientists con urgencia.

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Johnnie Foxes

River Ness

En el río Ness, en el centro de Inverness, se encontraba un popular restaurant y pub llamado Johnnie Foxes. Aquel era el lugar de reunión favorito de Indra y los suyos. Y allí, rodeada de un ambiente tradicional escocés, con las mesitas y los privados todos revestidos de madera, Sakura tomaba una Pepsi light y escuchaba la conversación que un grupo de humanos bastante raro tenían dos mesas más adelante; mientras, esperaba a que Izumo y Kendrick trajeran las patatas con queso fundido y carne que siempre solían pedir.

—Te lo juro, tío —decía uno—. Esto está a punto de petar. Llegará el momento en que los asgardianos regresen y ese día será la guerra de los mundos. Son la raza extraterrestre más poderosa y más preparada. Entrarán a través del agujero de gusano que desemboca en Bifrost, el puente Arcoíris. Sí; y de allí de donde vienen, no es como nuestro planeta. No es redondo. Asgard flota en el mar del espacio, oculto; y hay una extraña energía que impide que sus mares y sus cas- cadas desborden por sus costados y se desintegren. Hay miles de naves escondidas en el universo, esperando la señal del ser llamado Heimdal.

Sakura sorbió su bebida, entretenida con la extraña veracidad de aquellas palabras humanas. ¿Cómo sabían ellos eso?

—Asgard tiene entrada directa a la Tierra; el eje de nuestro planeta está alineado con una de las raíces de Yggdrasil. Y también a la tierra de los gigantes, gracias a sus puertas dimensionales. Y ellos esperan la señal para entrar aquí y pelear contra las fuerzas del Inframundo. El mundo será azotado por terremotos y maremotos. La tierra se convulsionará; llegarán los tornados, y todos nos quedaremos sin electricidad...

Sakura se dio media vuelta para observar a aquel conjunto de estudiosos asgardianos. Era un grupo de seis personas de no más de cuarenta años. Uno de ellos, el más joven, asentía con la cabeza, plenamente de acuerdo con lo que decía el mayor.

—Deberíamos ponernos en contacto con los hopi, los magos y las sacerdotisas... —sugirió apasionado—. La señal del cielo marcará el inicio de la guerra. Menos mal que nosotros sabemos sobre todo esto y podemos ayudar...

Izumo se acercó a ellos con una jarra de cerveza y les guiñó un ojo.

—No vais bien. ¿Y qué pensáis hacer para detenerlos? Si ese final del mundo llega: ¿qué puede hacer un grupo de humanos como nosotros —se incluyó a sí mismo— contra la poderosa maquinaria de los dioses?

—No son dioses, simplemente son una raza más evolucionada —contestó el moreno con gafas de culo de vaso—. Y, en todo caso, lo único que podemos hacer es orar.

—Orar —repitió Izumo mirando a Sakura y sonriendo. La Generala sonrió a su vez, divertida con la situación—. ¿O sea que oraremos para que sus rayos láser no nos den? ¿Por qué mezcláis a Dios en todo esto?

—Izumo, tú siempre te ríes de nosotros, pero eres el que más crees. —Le señaló el mayor.

El berserker se pasó la mano por la cresta azabache y se rio petulante.

—Reconoced que lo único que podemos esperar es que nos protejan bien cuando se desencadene el apocalipsis. Y que no lo hagan con rezos y palabras. Necesitamos un ejército. —Alzó el vaso de cerveza y brindó por ello.

El más joven apoyó su moción y empezó a hacer todo tipo de conjeturas sobre cómo crear escudos de invisibilidad o protectores de lecturas mentales. Mientras, Izumo aprovechaba y se sentaba al lado de Sakura.

—¿Quiénes son? —preguntó la Generala—. Saben mucho.

Él sonrió y bizqueó.

—Saben, pero no son conscientes de lo que en realidad supone lo que están diciendo. Son un grupo de friquis estudiantes del Asgard... Dicen que los asgardianos esperan con su flota de naves, parecidas a los barcos vikingos, a interceder para salvar a la humanidad. Hay muchos humanos que conocen las profecías y que creen que puede llegar un cambio en la Tierra; pero pocos se imaginan lo que ese cambio puede generar y cómo se va a dar. Este grupo de frikis —los señaló con el pulgar—, viene cada semana a hablar de lo mismo. Están al día de todo y estudian todo tipo de conspiraciones. Por ejemplo: se hicieron eco de los incidentes del Fermilab de Chicago y de los cambios que detectó la NASA en el campo electromagnético de Colorado, cuando se abrió el portal del Asgard y robaron los tótems. Hablan de ello y hacen sus propias cábalas. Consideran que la gente del Asgard son extretarrestres y que lucharán contra otra raza alienígena que vendrá a conquistar la Tierra... —Los ojos ahora negros de Izumo sonrieron mientras daba un sorbo a su bebida—. Putos locos.

—No lo están —contestó Sakura seria—. No están locos; solo han enlazado mal los conceptos. Al fin y al cabo, los asgardianos existimos. —Sakura se descubrió su oreja puntiaguda y la movió rápidamente—. Si estos humanos supieran que hay un vanirio, un berserker y una valkyria dos mesas más allá alejados de ellos, sufrirían una apoplejía.

—O eso, o se harían varias fotos con nosotros y lo colgarían en facebook.

Sakura parpadeó y emitió una carcajada. No entendía por qué reía, pues no estaba de humor para ello después del episodio en el ESPIONAGE pero Izumo tenía unas ocurrencias muy graciosas.

—¿Dónde has dejado a Kawaki? —preguntó Sakura jugando con su vaso de Pepsi. Le encantaba el sabor de esa bebida. Le picaba en la punta de la lengua y, después, se deslizaba fresca a través de su garganta. Maravillosa.

—Está en el Santuario. ¿No lo has visto aún?

—No. Indra no me deja. De hecho, no sé qué haces hablando conmigo, Izumo. Si Indra te viera, iría a por toda tu familia y los mataría uno a uno.

—Ya han muerto todos —contestó despreocupado, estudiando el perfil de la preciosa guerrera. Que Indra tratara así a aquella mujer era algo que escapaba a su comprensión. Obviamente, todos habían atado cabos y habían comprendido que la razón por la cual Indra nunca había encontrado pareja era aquella pelirosa distante y demoledoramente hermosa que tenía sentada cabizbaja a su lado. Por eso decidió romper una lanza a su favor—. El Santuario es una sala subterránea que hay bajo el castillo de Eilean Arainn. Indra lo construyó para cobijar a las camadas de los berserkers y a sus mujeres. El laird cree que te los vas a comer, por eso no te los presenta ¿verdad?

—Sí; cree que coleccionaré sus pieles —repuso con amargura.

—No me lo creo. Te encanta Kawaki.

—¿A quién no le encantaría Kawaki?

—Bueno, Mei lo trata como si fuera una mezcla entre cactus y perrito.

Sakura volvió a reír y negó con la cabeza.

—Mei adora a ese niño; pero está intentando asimilar sus sentimientos maternales. Ha sido un shock para ella descubrir que los tenía. —Se quedó en silencio un rato y continuó. Quería que Izumo le explicara cosas, todas esas que Indra se esforzaba por ocultarle—. ¿Cómo es el Santuario?

—Es un lugar de paz. Solo hay mujeres y niños. Después del rapto de Kawaki, de la muerte de mi hermana y...

Sakura frunció el ceño.

—¿Tu hermana? ¿Quién era tu hermana?

—Scarlett, la mujer de Kokatsu. La madre de Kawaki.

Dioses..., Izumo era el tío de Kawaki. No lo sabía. No tenía ni idea.

—Lo siento. Desconocía ese dato.

—Es normal —la excusó Izumo—. Kokatsu y Scarlett murieron hace cuatro años en una pelea con los lobeznos, cuando Kawaki solo tenía unos meses. Les tendieron una emboscada —recordó con amargura—. A Kawaki lo secuestraron hace dos años, desapareció sin dejar rastro.

—¿Quién lo secuestró?

—¿Quién? ¿Quién crees tú?

—Indra dijo que Zetsu tuvo algo que ver...

—Ese maldito lobezno hijo de perra... —gruñó, haciendo que un músculo palpitara en su mandíbula—. Cuando Kawaki fue arrebatado de nuestra tierra, Indra acordó en crear un único lugar acorazado para las camadas y las mujeres, pues no creyó conveniente que vivieran tan expuestos ante los lobeznos y los nosferatus. Por eso, creó esta especie de comuna en su castillo. Todos tenemos nuestros hogares, pero el castillo de Indra es donde nos gusta estar. Aquí entrenamos, conversamos y nos preparamos para las luchas. Este es nuestro ambiente, el lugar al que pertenecemos.

Sí. Sakura sabía de lo que hablaba. Ella pertenecía al Valhall. En el Midgard, con Indra haciéndole sentir incómoda, estaba absolutamente fuera de lugar. No es que deseara regresar, porque aceptaba los desafíos y tenía una misión por cumplir; pero anhelaba encontrar a Gungnir y volver al Vingólf para lamer sus heridas a solas y recuperarse de aquella maldita tierra media llena de tarados.

—Cuando Scarlett murió... Yo me alejé del clan de berserkers. Scarlett era la heredera del líder del aquelarre por ser la mayor y una excelente guerrera; y se suponía que yo debía asumir el cargo... —explicó avergonzado—. Mi padre había muerto tiempo atrás, y todos los dedos me señalaban como el líder de los berserkers de Escocia. Pero hui. Sentía rabia por la muerte de mi hermana y no me veía capaz de luchar al mismo nivel. Estaba ido por completo. Solo quería matar —la miró de reojo—, ¿entiendes? Así no podía guiar a nadie —recordó frustrado.

—¿Quién se hizo cargo de tu clan?

—Indra. Indra se ocupó de liderarlos; por eso lo respetan tanto.

Sakura asintió pensativa. Izumo era un guerrero joven, pero bajo toda aquella jovialidad se escondía algo letal y voluble; como si fuera una olla a presión. Y, sin embargo, tenía una esencia de líder incontestable.

—Al cabo de seis meses regresé —continuó el guerrero—. Indra me aceptó de nuevo, y permitió que liderara mi aquelarre.

Logan tomó asiento frente a ellos mientras observaba con hastío al grupo de estudiosos asgardianos que seguían dándole forma a sus cábalas y a la invasión de naves extraterrestres del Asgard.

Sakura no quería sentirse avergonzada delante de Logan, y de hecho, no era así exactamente cómo se sentía. Ese tipo la había azotado por orden del insufrible de las islas; pero, a diferencia del gigante, la había tratado con respeto.

En fin, ya no importaba si la miraban mal o no, o si le perdían el respeto o no; extrañamente, lo sucedido con Indra la había liberado de la vergüenza. Ya no sentía nada.

—Mis valkyrias están por llegar —anunció mirando a través del cristal—. Las siento cerca.

Y así fue. Por la puerta de entrada del Johnnie Foxes aparecieron Mei y Temari, muy serias y cavilantes.

Sakura se maravillaba de tener unas nonnes tan especiales y bonitas. Las dos tan diametralmente opuestas y complementarias. Mei vestía toda sexy y sensual, como siempre. Con un corsé negro y rojo cubierto por una levita negra de cuero y licra, unos pantalones ajustados y unas botas de tacón de caña alta. ¿Qué sería de ella sin Temari, Mei y Naori? ¿Sin su compañía y su lealtad? Dioses, echaba de menos las ocurrencias de Naori...

Sin embargo, cuando las vio caminar hacia ella, supo que algo no iba bien.

—¿Qué ha pasado?

—¿A nosotras? A ti, dirás. ¿Cómo te encuentras? —Fue lo primero que preguntó Mei. Ambas eran empáticas la una con la otra; y la valkyria pelirroja conocía el sufrimiento que había experimentado Sakura aquella mañana.

¿Estaban ahí solo por eso? ¿Para asegurarse de que estaba bien? Eran tan monas...

Sakura la observó fijamente y se encogió de hombros.

—He estado mejor. Se me pasará.

—Una mierda se te pasará —gruñó Mei mirando alrededor con ojos de asesina—. ¿Dónde está?

—¿Quién?

—Sabes perfectamente a quién me refiero. Voldemort, alias el trenzas resentido. ¿Dónde está?

—Viene hacia aquí —contestó Logan mordiendo un Frankfurt con doble de queso.

—Voy a cantarle las cuarenta, Generala.

—No harás tal cosa, Mei. —Se levantó de golpe y la señaló con un dedo.

—Por supuesto que lo haré. ¿Tiene idea ese hombre de con quién está tratando? —gruñó la valkyria, ofendida por la actitud de Indra—. Eres la maldita mano derecha de Freyja. Eres su arma más letal. No puede comportarse así.

Sakura relajó los músculos de la cara y dibujó una leve sonrisa. Mei había vuelto. La Mei de antes, la que tanto la quería y la defendía a capa y espada. Saberlo la arrulló como una manta llena de calor. Ahora, «el ojo que todo lo ve», estaba de su parte. Una vez, al llegar a Escocia, Mei le dijo a Indra que estaría de su parte. Pero después de saber la verdad, después de que Mei por fin escuchara su declaración y el motivo por el que abandonó a Indra, su nonne estaba decidida a resarcirla fuera como fuese.

Y saber que por fin se preocupaban por ella la hacía sentirse tan bien...

—Sabes que no te puedes meter —la censuró Sakura con voz más dulce.

—Lo haré como vuelva a sentir lo que he sentido. Incluso Madara se ha asustado cuando me ha visto —aseguró disgustada—. Ha sido asqueroso.

Temari asentía decidida, con los grandes ojos aniñados y verdes azulados oscuros fijos en su líder. Ella no sentía lo que Mei, pero daba fe de que Sakura estaba sufriendo.

—Yo estoy decidida a pedirle un favor a mi... padre, Generala. No puede ser que estés a la merced de ese animal. No me gusta.

Saber que Temari hablaría con Thor, el padre que la había rechazado por no tener poderes, y que se rebajaría a pedirle ayuda por ella, hizo que se acongojara; y un nudo de agradecimiento y orgullo hacia sus hermanas inundara el centro de su pecho.

—Voy a estar bien.

—Sí. Ella estará bien mientras me obedezca —dijo Indra entrando con Mervin y Kendrick tras él.

La mirada que Temari y Mei le dirigieron hablaba por sí sola.

«Indra y sus aires de prepotencia. Indra y su actitud de soy el Rey de Escocia», pensó Sakura con amargura.

—Me importa muy poco montar un numerito. Te atacaría ahora mismo —aseguró Mei pasándose la lengua por los dientes mientras asesinaba al highlander con la mente—. Te lo prometo, Indra; y la palabra de una valkyria es irrompible.

—Sí, bueno. Hay algunas que mienten más que hablan —murmuró mirando a Sakura.

Mei caminó hacia él y le golpeó el pecho con el índice.

—No te pases ni un pelo, isleño. Hace unos días dije que sería de tu club de fans. Ahora ya no lo soy. Pero te prometo que si haces algo que hiera de verdad a mi nonne, simplemente, te mataré. Iré a por ti.

—Iremos —corrigió Temari con los ojos rojos, mirándole de arriba abajo.

—Azucarillo, ¿tú también? —preguntó Indra con una sonrisa arrebatadora. Adoraba a Temari, pero no sabía cómo sería tenerla como enemiga.

—Has dejado de caerme bien —confesó Temari acariciándose el collar de Mjölnir—. Te borro de mi Facebook, isleño.

Indra sonrió y negó con la cabeza.

—Haced lo que os dé la gana. Si queréis pelea, yo os la daré.

—¿Te doy igual, Indra? —La voz de Naruto sonó despreocupada, aunque con la calma letal que precedía a una tormenta.

Indra miró a Naruto y se encogió de hombros.

—Eres el Engel, y te respeto —aseguró, quitándose una pelusa invisible de la manga de su chaqueta negra—. Pero no me gustan las amenazas de las valkyrias.

Naruto parpadeó y echó mano de su sentido común.

—Entiendo que te cueste verme como tu superior, Indra. Sé que para ti no lo soy. Esta es tu tierra y tu territorio; y tú has sido el líder desde que te desterraron aquí. Sé que sientes que estamos invadiendo tu casa y quitándote el rol del liderazgo. Pero Temari no es una valkyria cualquiera —confirmó Naruto sentándose en la mesa al lado de Logan y Izumo, delante de Sakura, e invitando a Temari a que le siguiera—. Es mi pareja, hija de Thor y poseedora de la réplica de Mjölnir. No cruces la línea entre ofenderme a mí u ofender a aquellos que me importan. Porque, para mí, tengo paciencia de sobras, pero para ellos no. Para ella no. Así que relajemos los ánimos. —Levantó el brazo para llamar la atención de la camarera y ordenó—; Una cerveza negra, por favor. Sakura, Mei y Temari no se tocan —continuó con su diatriba—. Son mis guerreras más preciadas. Únicas para mí e indispensables para el Midgard. Sé que la Generala y tú tenéis una especie de... —se quedó pensativo buscando la palabra adecuada— convenio; y, hasta ahora, estoy dejando que arregléis vuestras diferencias entre vosotros. Pero hay un límite entre el abuso y la venganza. —Alzó la cabeza y fulminó a Indra—. Espero que entiendas lo que te estoy diciendo.

Temari caminó dando saltitos y se sentó al lado de Naruto.

—Me encantas, ¿sabes? —ronroneó pasándole los dedos por las rodillas.

Indra entendía perfectamente lo que decía ese rubio de melena rizada y ojos azules. Había varios tipos de líderes. Él era del tipo osco y duro. Naruto era del calmado, frío y metódico. Indra prefería fuerza, y Naruto, estrategia. Pero si había algo que los diferenciaba era que Naruto sabía mantener sus emociones bajo control y, en cambio, él era todo visceralidad.

¿Cuál era el mejor papel para un líder? Por otra parte, Naruto tenía razón.

Sí; a Indra no le gustaba que hubiera otro Engel. Él valoraba mucho ese cargo y durante eones creyó que le pertenecía.

Pero ahora no. Habían elegido a otro tipo de guerrero para ese papel. Un adonis con cara de Ángel y sin una pizca de violencia en su cuerpo. Indra no podía comprender cómo un hombre como Naruto representaba la virilidad y la fuerza de los einherjars, porque parecía sacado de un anuncio de colonias. Pero, poco a poco, y a base de hablar con él y conocerle, lo iba entendiendo mejor: porque, todo lo que no tenía de salvaje y sangriento lo tenía de inteligente y calculador.

—Ahora hablemos de cómo están las cosas —sugirió el líder de los einherjars.

Naruto le guiñó un ojo a Sakura y esta sonrió agradecida.

El Engel era un líder por muchas más razones que por las de saber luchar y preparar misiones. Era un líder diferente porque muchos tenían poder, pero pocos tenían autoridad suficiente como para llegar a las personas, a sus guerreros. Y ese tipo de líder se encar- naba en Naruto. Él llegaba a todos.

Incluso Sakura estaba convencida de que había llegado hasta a Indra; y eso que el orgulloso guerrero no estaba dispuesto a cederle todo el mando a Naruto.

Durante toda la charla de la comida Indra no miró a Sakura para nada. Ni siquiera le dio órdenes de que se callase; aunque tampoco hizo falta, porque la valkyria estaba empapándose de todo lo que allí se hablaba, leyendo entre líneas y haciendo ella misma sus propias misiones y estrategias en su cabeza.

Habían llegado a la conclusión de que los dos esclavos de sangre no estaban preparados para viajar, pues su sangre analizada todavía estaba en plena mutación tras la terapia Stem Cells. Los vampiros no los querrían hasta que no hiciera total efecto, porque ellos no beberían más que sangre perfecta y no en estado de evolución química. Seguramente, en esos días les volverían a tratar y, tarde o temprano, les enviarían adonde fuera que estaban llevando a los demás esclavos de sangre. Así que les harían un seguimiento especial y esperarían al momento en el que volvieran a citarlos en algún otro lado.

Por otra parte, Naruto y Madara habían analizado los cambios electromagnéticos en la corteza terrestre, y se habían dado cuenta de que donde más concentración de energía había era en Escocia, Inglaterra e Irlanda. Se suponía que Gungnir, la lanza poderosa de Odín, al igual que todos los tótems de los dioses, irradiaba energía electromagnética. Puesto que la energía había crecido considerablemente durante esos días, no dudaban de que la lanza estuviera resguardada en alguno de los puntos que palpitaban activos en esos países. ¿Dónde? Era lo que tenían que averiguar con urgencia. Madara se había quedado pirateando las señales de la NASA y las conversaciones de los científicos. Todos estaban sorprendidos por el despertar energético de algunos puntos de la Tierra y por el extraño movimiento cíclico que había en los mares del Norte producto, seguramente, del portal que se abrió cuando enviaron a Seier al Asgard. Las aperturas dimensionales siempre ocasionaban cambios en el equilibrio de la Tierra.

Izumo rastreaba a Zetsu, y había trasladado a algunos miembros de su clan hasta Escandinavia, para buscar posibles tapaderas financieras y refugios de Newscientists. Kidōmaru había reconocido que el último reducto de los científicos se encontraba allí.

Las valkyrias, Temari y Mei, estaban en contacto con los foros del RAGNARÖK. La segunda seguía frustrada porque, por mucho que tocara el trozo de marfil e intentara ver la visión de Heimdal, este seguía sin abrirse para ella.

Buchannan intentaba encontrar la señal de los esclavos que habían partido desde Glasgow, pero no había hallado nada todavía; aún así, su búsqueda seguía incesante e informaba a Indra sobre cada paso nuevo que realizaba.

Y, entre tanto rol repartido, Sakura solo podía escuchar y sentirse menos que inservible. Ella, que era la que ordenaba y mandaba en todas las misiones, ahora se veía relegada a un papel de total y absoluta sumisión por un hombre. Y lo peor era que lo hacía por uno que no la amaba. Porque la sumisión consensuada y como juego entre parejas era hasta atractiva para ella. Pero aquella sumisión forzada y esclavizada le enervaba el alma. Porque la obligaba a ser todo lo que ella no era.

Además, no le gustaba cómo él la miraba: como si hubiera decidido algo sobre ella. Algo irreversible y que no quería demorar más. Insegura, se removió en la silla y frotó sus nalgas escocidas contra la madera del banco en el que estaban sentados.

Bueno, no podía cambiar su suerte. Cuando bajó al Midgard, pensó en reencontrarse con Indra. Lo que no se imaginaba era descubrir que el guerrero tendría más poder sobre ella del que jamás había tenido.

Y, más triste todavía, era descubrir que ya le daba igual lo que él hiciera con ella.

Indra tenía una pareja humana.

Sakura no tenía nadie, excepto su patético corazón roto.

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Al atardecer llegaron al castillo de Eilean Arainn.

Desde allí, volverían a controlar todos los monitores y verían si había nuevos movimientos electromagnéticos en la superficie del planeta.

No debían olvidar que la verdadera prioridad era encontrar el tótem divino de Odín.

Mientras los guerreros se quedaron en La Central trabajando, Indra volvió a encerrar a Sakura en la misma triste y espartana habitación del castillo.

Pero Sakura se encontraba tan fría y desprovista de emociones que el que la dejara reclusa entre unas paredes que ya conocía le inspiraba una extraña tranquilidad.

Indra la empujó levemente y cerró la puerta tras él.

Sakura pensó que él se había ido, pero no; seguía apoyado en la pesada y robusta puerta corredera, estudiándola con su mirada de color dulce como el caramelo pero amarga como el pomelo.

Sakura ni siquiera quería encararle. La imagen de él tocando a esa tal Ada la quemaba como el ácido.

—Se llama Ada —dijo Indra con palabras certeras como estocadas mortales.

Sakura se abrazó a sí misma y se dio la vuelta para mirarle a los ojos.

Indra estaba cubierto por las sombras de la maldita prisión que era la alcoba de Sakura. Se había cruzado de brazos y tenía una sonrisa en los labios que Sakura había empezado a odiar con todas sus fuerzas.

—Es hermosa, ¿verdad? —continuaba el guerrero.

Sakura tragó saliva y apartó la mirada de él. No sabía qué decirle, porque nada era demasiado hiriente como lo había sido ver que tocaba a otra chica, que la excitaba y la acariciaba con tanto mimo cuando a ella no podía ni siquiera hablarle con un poco de dulzura como la de antaño.

—Ahora es joven —contestó ella alzando una ceja rosa y disfrutando de su malicia. Porque ella sabía ser tan mala como él—. Veremos si sigue siéndolo de aquí a veinte años más. Por cierto, ¿le has dicho que eres inmortal? —le increparía como mejor sabía. Cualquier cosa para que él no notara lo mucho que le dolía haber presenciado aquella escena íntima entre ellos en el ESPIONAGE.

Indra se descruzó los brazos.

—La cirugía hace milagros. Y yo soy millonario.

—Mmm... Me pone tan cachonda que seas tan poco materialista.

—O, tal vez, cuando todo esto acabe, le pida a Odín que me retire el don de la inmortalidad.

Sakura abrió los ojos consternada. ¿Qué había dicho? Un guerrero tan valioso, un hombre con tanto poder, ¿estaría dispuesto a sacrificar lo que era por una mujer? ¿Por el amor de una mujer? Se le hizo un nudo en la garganta y negó nerviosa con la cabeza.

—No puedes hacer eso, estúpido.

—¿Qué has dicho? —gruñó caminando hacia ella con gesto decidido.

—No puedes abandonar tu responsabilidad para con Odín y...

—¡Mi cargo me lo paso por el culo, Generala! —le gritó más furioso de lo que hubiera deseado—. Hay personas que preferimos otros valores a jurar fidelidad por un cargo o a un dios. Llevo toda mi vida trabajando para ellos. Quiero algo para mí, y Ada me lo da... Elijo el amor por encima de la responsabilidad, ¿entiendes eso?

—Cállate —susurró con voz temblorosa.

—Algunos preferimos el amor a todo lo demás. Sé que tú no; porque tú, sin tus galones de dísir y guerrera de Freyja, no eres nada, solo una mujer vana, hueca y vacía.

—¡Tú no tienes ni idea de lo que soy! —gritó alzando la voz—. ¡Pregúntame, maldito seas! ¡Hazlo y te lo contaré todo!

—No me importa —negó él despreocupado—. No me importa. Lo tuyo y lo mío pasó hace eones. En la Tierra el tiempo transcurre de otra manera, y me ha dado la oportunidad de reconocer que no estaba enamorado de ti. No me interesa el porqué. Solo sé que hiciste lo que hiciste y por poco muero intentando sobrevivir. No volverás a tenerme a tu merced nunca más.

—¡Tú no quieres a esa mujer! —gritó desbordada por la furia de saber que él lo abandonaría todo por aquella chica, cuando ella no pudo abandonar todo por él, porque tenía que proteger a su hermana. Ahora lo veía todo mal. Indra era el amor de su vida y lo rechazó. Y ni siquiera podía resentirse con él, porque se lo merecía. Merecía todo aquello.

—La quiero lo suficiente como para quedarme en el Midgard con ella y dejar mi inmortalidad atrás. Moriría por ella, Generala. ¿Hay alguien por quien tú morirías? Lo dudo. Porque tú no sabes querer.

Sakura se rodeó la cintura con los brazos y fijó la vista clara y húmeda, en la punta de sus botas. El pelo rosa cubrió su rostro lloroso y la ocultó de la vergüenza.

—Ya he muerto, Indra —musitó aclarándose la garganta acongojada—. Dejé de vivir hace mucho —«Justo cuando te desterré».

Él sonrió desganado y negó con la cabeza.

—Te subirán la cena en un par de horas, y después vendré yo a buscarte —le informó con impersonalidad—. Tu castigo aún no ha finalizado. —Se giró y abrió la puerta, dispuesto a salir de ahí, del olor adictivo de Sakura y de las ganas de preguntarle qué mierda había dejado ella atrás, y ¿por qué hablaba como una víctima? Él había sido su víctima, no ella.

—¿Me harás el favor de matarme? —preguntó Sakura cínicamente.

—Creía que ya estabas muerta, esclava —contestó Indra.

El ruido de la incómoda puerta al cerrarse cayó como una losa de decepción y soledad sobre Sakura.

Indra sacrificaba su amor por Ada; su amor y su vida.

Sakura se dejó caer de rodillas sobre el suelo y se dobló sobre sí misma, arrancando a llorar como una niña, quedando ovillada en el centro de aquella cárcel de odio y despecho.