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Diario de Sakura

Supongo que cuando alguien se siente muy solo, la música llena ese vacío, y las valkyrias somos seres muy musicales. Nuestra diosa Freyja afirma que el universo es música hecha realidad.

Yo ahora necesito escuchar. Necesito limpiar las lgrimas que derramé ayer noche. Me he levantado temprano; de hecho, no he pegado ojo y he preparado un desayuno escocés para todos. No quiero que el isleño vuelva a llamarme la atención otra vez. Odio que se acerque a mí con esa actitud. Me hace sentir pequeña, el condenado.

Hay una canción de una humana que se llama Kelly Clarkson que me encanta escuchar. Creo que los humanos, aún siendo seres inferiores, tienen dones poderosos, como el de cambiar las emociones de la gente a través de su voz. Esta chica me hace llorar mientras escucho su letra en mi iPad. Creo que se llama Honestly. Y creo que me gustara decirle a Indra todo lo que dice esta canción:

«¿Podrías amar a alguien así? ¿Podrías sentirte atraído por alguien más? ¿Podrías ir a ese sitio en el que la gente no ve más allá de mí? ¿Podrías hacer eso? ¿Podrías encararme y obligarme a escuchar la verdad, aunque esta me hiciera pedazos? Puedes juzgarme, puedes amarme. Si me ests odiando, hazlo honestamente».

Indra podría hacer todo eso conmigo. Podra ser honesto. O yo también podría serlo.

Pensé que Indra me dejaría dormir, que me abandonaría en la oscuridad y me daría descanso.

Craso error pensar eso, Generala.

Lo de anoche fue otra muestra más de lo que Indra pretende hacer conmigo. Quiere minar mi seguridad. Me odia y no hay vuelta atrás.

Si ese hombre supiera lo mucho que le amo, lo mucho que le deseo... Aunque me esté haciendo daño ahora y me acueste con ira en mi cuerpo; con ira y decepción. Y pienso que no puedo odiar más... pero por la mañana estoy temblorosa y llorosa, y quiero... yo quiero que él me abrace... Porque ver a Indra aquí, tenerlo a mi lado y soportar estoicamente todo lo que me está haciendo, no consigue hacerme recordar lo hermoso que fue todo entre nosotros y que, por culpa de mi elección, yo dejé escapar. Lo destruí.

Ayer por la noche, me llevó de nuevo a su alcoba. Odio estar ahí sabiendo que no soy más que su esclava. Odio que me toque, sabiendo que no desea hacerlo; que me mire con asco y desdén o que me hable con tan poca consideración. Una vez pensé que nadie podría hacerme sentir menos de lo que soy porque me tenía en muy alta estima. Siempre me he querido mucho: las valkyrias tenemos esa gran virtud. Pero el Ōtsutsuki está consiguiendo que me vea de otra forma; y no me gusta.

Me estoy rindiendo. Y la Generala no se rinde jamás. Pues bien. Me llevó a su cama y me obligó a que yo misma me desnudara. Él esperó estirado, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Me miraba a través de sus pestañas, como si fuera un león o una hiena...

Yo no iba a llevarle la contraria, pero él sabía lo poco que me gustaba todo aquello. La mañana anterior había estado jugando con su pareja, su sumisa, delante de mí... Y ahora yo tenia que ponerle cachondo porque él dudaba de mis aptitudes. Me dijo: «Hazlo. Quítate la ropa y déjame demostrar si todavía me pones erecto. ¿Te acuerdas de cómo era en el Valhall? De lo tonto que me ponías con solo mirarte... A ver si todavía me pones igual. Y si mi polla no se levanta, tendré que castigarte».

Pensé en decirle que si su polla no se levantaba era porque prefería a las humanas en vez de a las valkyrias como yo, pero eso supondría que él me ofendiera más, y yo no podría matarlo a rayos, que es lo que realmente me apetece. Así que me tragué mi réplica.

Me desnudé con tan poca gracia y tan pocas ganas como pude. Tiré mi ropa al suelo con desprecio y le miré, envuelta solo con mi piel y mi desnudez. Mi orgullo, o lo que me queda de el, se resintió, pero no estaba muerto. Indra levantó una ceja y se relamió el piercing del labio con la punta de la lengua. Después, se llevó una mano al paquete y chasqueó con la lengua. Negó con la cabeza y me repasó de arriba abajo. No me iba a cubrir, no lo haría. Pero ganas no me faltaron. Ese cerdo no se merece ver ni un centímetro de mi cuerpo. Y después dijo: «No. No me pones, valkyria. Tu cuerpo no es suficiente».

!Por todos los dioses! Quise reventarle la cabeza hasta que se le saltaran los ojos de las cuencas... Pero me porté bien; y sonreí con tanta indiferencia como me enseñó Mei durante todos esos eones en los que hemos estado enemistadas.

Indra me agarró de la muñeca y me cruzó horizontalmente sobre sus piernas. Perdí la cuenta de los azotes que me dio con la palma de la mano en muslos y nalgas. Escocan, picaban... Pero, por muy duros o muy ofensivos que parezcan, hay algo en ellos. Hay algo que me pone nerviosa y húmeda. Me gustan.

Cuando la piel se estimula demasiado queda un hormigueo invisible en la superficie, y es parecido al calor de una caricia. Después del spanking, como él lo llamó, me soltó y me colocó de pie al lado de la cama. Yo temblaba y tenía los ojos algo llorosos de aguantar mis gritos. Quise insultarlo en todos los idiomas que conocía. En todos. Pero, cuando iba a hacerlo, me dijo que me duchara y que, cuando acabara, me metiera con él en la cama. Me quitó el collar y lo mantuvo en las manos mientras yo me metía en el baño. Obedecí, obviamente.

Después de la ducha y de mojarme las nalgas con agua fría frotándolas con un jabón de olor a eucalipto, regresé a dormir con él. Me metí en su cama, bajo la manta. Él me estaba dando la espalda, y parecía que dormía. Inevitablemente, vinieron a la mente recuerdos de nuestra alcoba en Vinglf. De cómo nos acaricibamos y nos tocábamos. De cómo él me abrazaba y nos acoplábamos el uno al otro para dormir y descansar después de una dura jornada de entrenamiento.

Él me cantaba al oído, y me daba besitos por el cuello y en mi oreja puntiaguda. Dioses, Indra me daba tanta seguridad... Era mi verdadero hogar. Lamentablemente, él aprovechó ese momento de bajón en mí, de melancolía y pena, para darse la vuelta, colocarme de nuevo el collar de sumisa, y rodear su muñeca con la cadena.

Nos quedamos el uno frente al otro, mirándonos. Me dijo que, durante la noche, podría aprovechar para robarme la virginidad. Que tal vez lo hiciera. Él cerró los ojos casi al instante y yo no pude dormir nada. Estaba nerviosa y no me fiaba de él. Indra nunca podra violarme, yo no lo permitiría. Seguía desnuda y él cubierto por unos pantalones. Él me doblaba en tamaño y tenía ese poder indiscutible sobre mí. Un poder que cada vez pesaba más en mi mente.

¿Qué pasaría si perdiera mis poderes? Habría cosas que no iba a soportar, cosas que jamás permitiría que él me hiciera. Así que, ¿y si dejara que él pronunciara lo que le diera la gana? !Que lo hiciera y punto!

¿Por qué no? ¿Qué baza tengo yo para jugar contra él? Ninguna. Freyja me había vendido; ella sabría por qué. Y, tal vez, sin poderes ni misión, dejaría de sentir esta desazón y tensión que me están matando poco a poco.

No sé, tal vez solo estoy de bajón...

Y ahora, entre los azotes con las palas y los de sus manos, creo que tengo una maldita hoguera en mi trasero. He dejado el desayuno listo, y estoy sentada en uno de los bancos, esperando a mis valkyrias para que me arropen un poco.

Solo ellas me hacen sentir bien.

Sakura apoyó la frente sobre la mesa de madera y resopló. Sí. Todo era demasiado duro para ella.

Una guerrera jamás debía ser rebajada de ese modo. Soltó la pluma roja y pronunció las palabras que harían que ese diario privado desapareciera.

Dulgt.

No tuvo que alzar la cabeza para saber quiénes se aproximaban al salón-comedor. Los pasos de un hombre inmenso y lo más cortos de un niño pequeño se acercaban a través del largo pasillo colindante.

Sakura percibió su olor a mar antes de que él entrara en el comedor. Siempre lo hacía. Indra olía tan bien que la volvía loca. Levantó la cabeza de la mesa y se quedó de pie, esperando a que dieran con ella.

Y no tardaron nada.

Indra llevaba, de nuevo, el pelo como el día anterior. Recogido en una especie de moño. Una camiseta blanca remarcaba su tez bronceada y su musculoso torso. Unos tejanos azules oscuros y unas botas remataban su vestimenta.

Y, a su lado, Kawaki la miraba con aquella sempiterna tímida sonrisa que solo Sakura despertaba en él. El guerrero revisó el desayuno con desinterés y después fijó su mirada obsidiana en ella.

Y el mundo se detuvo.

Ya podía escribir en su diario una y mil veces lo mucho que le odiaba; ya podía engañarse a sí misma diciéndose que nada le hacía daño y que Indra ya no era el mismo. Porque la realidad era que todo le dolía.

Le dolía su amor por él; y le dolía su rechazo descarnado y crudo.

Le dolía no poder salir a cabalgar con ellos.

Le dolía haber tomado una decisión como la de elegir a Mei antes que a él. Pero, si tuviera que hacerlo, lo volvería a hacer, porque ella por sus hermanas mataba. Incluso había sacrificado al verdadero y único amor de su longeva vida.

Tal vez sí que merecía todo aquello.

Tal vez...

—Mei y Madara han abandonado el castillo esta madrugada —le informó Indra de manera seca.

Sakura alzó la cabeza y la sacudió ligeramente.

—¿Cómo que lo han abandonado?

—Tu valkyria ha establecido contacto con la visión del marfil y ha detectado a Heimdal. Han partido inmediatamente para cerciorarse de que lo que vio es real.

La Generala alzó la barbilla. ¿Por qué nadie le había dicho nada hasta ahora?

—Debió informarme. Mei no puede largarse así como así; no me gusta que se haya ido sin decirme nada.

Indra enarcó ambas cejas castañas y se encogió de hombros.

—Sigues sin comprender que, mientras estés bajo mi techo, no tienes voz ni voto aquí.

—Y tú olvidas que, al margen del maldito pacto que tengamos, no puedes obviar quién soy en realidad, aunque intentes convencerte de lo contrario.

—¿Y quién eres, esclava? —preguntó tomando una manzana del cuenco de frutas. Le dio otra a Kawaki, no sin antes limpiarla contra su pantalón.

—Soy Sakura «la Salvaje», la líder del ejército de las valkyrias. Soy la Generala, la que trae la victoria.

—Déjate de kenningars. Eres Sakura, la que sirve el desayuno. —Sonrió divertido y le guiñó un ojo. Se dio media vuelta, con Kawaki agarrado a su otra mano.

—Y tú eres Indra, el que morirá sodomizado por uno de mis rayos —aprovechó ese momento para insultarle, ya que con Kawaki delante no se atrevería a decirle nada.

—¿Insinúas que me meterás un rayo por el ojete, esclava?

—¿Uno solo? —Negó con la cabeza, con los ojos teñidos de rojo—. Uno detrás de otro, pedazo de carne con ojos.

Los ojos del einherjar se achicaron y la fulminaron. Ahora no haría nada contra ella porque el crío estaba delante. Pero después... Después la castigaría de nuevo, a solas. Y disfrutaría tanto como lo había hecho la última noche.

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Había llevado al pequeño a St. Moliós Cave.

Quería familiarizar a Kawaki lo antes posible con su tierra, su Escocia en miniatura.

La cueva, ubicada en medio de una campiña verde, estaba llena de extrañas escrituras pictas y goidélicas. Era considerada una cueva sagrada y nadie coincidía al descifrar lo que quería decir el mensaje rúnico inscrito en la piedra.

Tres idiomas diferentes en un mismo lugar. Algo extraño, sin duda.

Kawaki entró en la cueva y tocó los pictogramas cuando Indra lo subió a caballito.

—Antiguamente, la isla de Arran fue habitada por personas de lengua britónica —le explicó Indra mientras tomaba un dedo de Kawaki y lo pasaba por las incisiones en la piedra—. Pero llegamos los Ōtsutsuki e instauramos nuestra propia lengua, la goidélica. Nuestra lengua es celta —susurró palpando la temperatura del interior de la cueva—. Los humanos no entienden el significado de este mensaje. Pero habla de un lugar mágico y sagrado como es Arran. El mensaje rúnico habla de la llegada de un guerrero envuelto en malla, a lomos de su corcel, que corre como si volase —dijo traduciendo las runas—. Uno que vendrá a establecer la justicia en la batalla final.

—Un gueriero... —repitió Kawaki con los ojos grises y brillantes fijos en la pared.

—Sí, pequeño. Un luchador sangriento e inmisericorde. Me hace tan feliz que intentes hablar, Kawaki... —reconoció con orgullo.

El pequeño sonrió y asintió. Se recuperaba poco a poco. Su timidez desaparecía; y su cuerpo adquiría nuevas fuerzas cada día que pasaba protegido en su tierra.

—¿Quién? —preguntó el niño aludiendo a la leyenda de las runas.

—Es solo una leyenda. Antes, a este lugar, venían sacerdotisas y hechiceros pictos que bebían infusiones para meditar y ver el futuro. Muchos podían verlo; otros, no. Pero quienes lo veían, dejaron estos mensajes grabados solo para aquellos que leen y entienden; para los que miran y ven.

—Miran y ven —repitió Kawaki colocando las manos sobre la cabeza de Indra.

Él, conmovido, sonrió a su ahijado y continuó enseñándole la cueva y las inscripciones estampadas en ellas.

Era cierto; las leyendas hablaban de la llegada de un guerrero en un día señalado. Ese personaje decidiría una batalla. Pero habían pasado siglos desde que los grabados se hallaron en esas piedras y, hasta entonces, no se conocía la llegada de ningún caballero que tuviera el poder de decidir guerras. Se pensó que, en realidad, hablaba de el guerrero Arturo; pero esa inscripción no se basaba en él.

Salieron de la cueva y se quedaron mirando la amplia extensión de hierba verde que se ubicaba bajo sus pies.

Arran tenía grandes puntos de poder en su superficie y lugares mágicos y especiales como ese. Era una isla importante dentro de Escocia y, sin embargo, nadie conocía el castillo, ni La Central, ni el Santuario, porque todo estaba en el interior del peñasco. Oculto de la curiosidad humana, pero presente en su mundo.

Por supuesto que había gente que lo había visto. Pero no sabían que era un einherjar, ni un inmortal. Era, simplemente, un gigante con trenzas castañas y de estilo gótico, que conducía coches y lanchas muy caras y que tenía propiedades y mucho dinero.

Pero no sabían nada más de él.

¿Y quién lo conocía en realidad?

Su mente dejó de pensar en runas, tierras y apariencias, y regresó, como hacía siempre, a aquella pelirosa que estaba en el comedor de su castillo, dispuesta a soportar otro día más bajo su mandato.

La pasada noche tuvo que tomarse un maldito tranquilizante. Un elixir que él mismo preparaba a base de la sustancia que segregaban las hormonas del escarabajo macho.

Se lo había tomado antes de que Sakura se desnudara; y eso le impidió padecer una de esas erecciones de caballo que siempre tenía cuando la Generala estaba cerca. Porque Indra, aunque no lo pareciera y quisiera dar esa imagen de control y autosuficiencia, había asumido muchas cosas desde que ella regresó.

La principal era que nadie le excitaba ni le ponía tan en guardia como la presencia de esa mujer. Sakura siempre le atraería como la luz a las polillas o como un polo opuesto. Y, del mismo modo, siempre le quemaría con su fuego helado. Para él, estar cerca de ella era un peligro constante. Un recordatorio de lo débil que podría llegar a ser si creía en los acercamientos de esa beldad guerrera con cara de sirena.

No podía dejarse embaucar de nuevo; por eso la empujaba y la presionaba hasta límites insospechados. Necesitaba marcar tanta distancia como fuera posible.

Durante siglos en el Midgard, había odiado a la valkyria todos los días de su vida; pero la había ansiado y anhelado por las noches.

Durante ese tiempo, esperó que llegara el día de su venganza y se imaginó más de mil maneras de hacerla sufrir cuando cayera en sus manos.

Ahora la estaba sirviendo en plato frío, pero algo iba mal. No se sentía tan bien como creía que le sucedería.

Tal vez ahora tomaba sentido aquel dicho que le dijo Ruffus, el antiguo laird de los Dalriadanos. «Antes de empezar una venganza, cava dos tumbas».

Quería destruir a Sakura; y, en su viaje y aventura personal, también se estaba desmoronando él.

La noche anterior hizo esfuerzos sobrehumanos por no preguntarle. Por no zarandearla y exigirle todas esas explicaciones que deseaba escuchar. Y eran tantas... Que a veces pensaba que enloquecería de ganas de saber.

Y verla en ese castillo, haciendo todo lo que hacía, cocinando deliciosamente para ellos, con esa ropa que tan bien le quedaba... Era demasiado para un hombre como él. Y eso que le había escondido toda la ropa sexy para que no anduviera por ahí revolucionando a los guerreros. Pero, se pusiera lo que se pusiera esa mujer, todo le quedaba bien. Como esa mañana que llevaba una falda tejana y unas botas altas, con unos calcetines gruesos que asomaban por la parte de arriba y cubrían sus rodillas, pero no sus muslos. Y un sencillo jersey ajustado de cuello alto que delineaba su esbelta figura...

Joder. Ya estaba duro otra vez.

¿Cómo se había atrevido a decirle que su cuerpo no le ponía? Sakura era perfecta. Ni mucho pecho ni poco. Con piernas fuertes y definidas... Unos hombros preciosos y una piel nívea y suave.

Necesitaba consumar su venganza. Sacarse esa espina del alma y llevarse con él lo único de ella que sí le había pertenecido por decreto y por kompromiss. Y no era su corazón.

Y cuando acabara de arrebatarle lo que más había protegido, la dejaría en paz. No la querría volver a ver. Se saciaría y la desecharía como si no valiese nada; igual que ella le hizo una vez en el Asgard.

Su teléfono sonó mientras Kawaki se acuclillaba en el césped para estudiar el aleteo de una mariposa monarca.

—Indra al habla —contestó serio, mirando al horizonte.

—Soy Logan. Los esclavos que vinieron ayer traen cita para hoy. Dentro de dos horas.

Indra sonrió mientras veía salir el sol en el horizonte.

—Bien. Estaré ahí en una hora y media.

Genial. Los esclavos repetían; tal vez hoy podrían leerlos mejor y averiguar cosas nuevas o, incluso, vislumbrar si los iban a llevar donde los otros. El problema era que todos los esclavos tenían anclajes mentales, y no era fácil abrirlos.

—Hablaré con Buchannan y le diré que se reúna con nosotros en el ESPIONAGE. Quiero saber si ha averiguado algo sobre la señal biométrica de los chips. Espero que tengamos suerte y pronto sepamos dónde llevan a los siervos que han recibido la jodida terapia celular.

—De acuerdo, laird.

—Esperadme. Ahora llegaré.

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Victoria Street

ESPIONAGE

Sakura y Indra bajaron de la KTM. El highlander insitió en que ella le acompañara para una nueva sesión en el local de BDSM. Seguía llevándola con el collar en la mano, paseándola como a una perrita.

A la valkyria poco le importaban ya las formas. Después de lo de la noche anterior, todo le resbalaba. Era lo que solía pasar cuando te quemaban toda la mecha. Ahora solo faltaba que explotara; y, tal y como se sentía, no iba a tardar mucho en hacerlo.

Seguramente, lo que necesitaba era justamente eso: una sesión de azotes y látigos con Indra. Una que le ayudara a sacar toda la rabia.

—Vamos, nos esperan dentro.

—Estoy deseando saber qué me harás esta vez.

—Y yo estoy deseando hacértelo —contestó él sin mirarla.

—Pero, esta vez, me pones a los tres clones. Uno por delante, otro por detrás y el tercero... Ya se verá. Son vanirios. Vuelan.

Indra tiró de la cadena y la acercó a él con brutalidad.

—Eres virgen. ¿Quieres eso? ¿Tu primera vez? Porque, si lo quieres, te lo daré. Después de todo lo que sé de ti, me importa muy poco si lo que hago es cruel o no.

Sakura aleteó las pestañas con atrevimiento.

—¿Acaso crees que me importa eso a estas alturas, isleño?

—¿Cómo te he dicho que me llames? —gruñó apretando los dientes.

—Puto. —Sus ojos se enrojecieron—. Puto. Eso te voy a llamar, trenzas —A Sakura algo le sucedió en ese momento. Le dio igual todo—. No voy a rendirme ante ti —aseguró. Hebras azules eléctricas recorrieron su torso y sus brazos.

—Cálmate, maldita valkyria, o te mando ahora mismo...

—No quiero que me mandes arriba. Me gustan los desafíos y si quieres que juegue con tus amigos, jugaré. Pero tú vas a tener que verlo todo..., señor. Es más —levantó la barbilla y le miró a los ojos de obsidiana, llenos de ira y sorpresa—. Me importa un comino mi vir- ginidad —mintió—. Haz lo que quieras con ella. Yo me debo a esta misión, no a la barrera que supone una membrana entre mis piernas. Si crees que me estás dando miedo, o que me aterrorizas, o que voy a claudicar solo porque no me guste lo que me haces, entonces, Indra de las islas, es que no me conociste nada en absoluto en el Asgard.

—Créeme —escupió con inquina—. Te conozco, trozo de hielo. ¿No te asusta? ¿Me estás diciendo, pelirosa insolente, que eso que con tanto celo guardabas en el Valhall, eso que no me dabas a mí, ahora estás dispuesta a entregarlo en una tierra media inferior y que no te importa a quién se lo des? ¡¿Eso insinúas?! —gritó atónito. A él nunca se lo dio por voluntad propia. Y, ahora, quería abrirse de piernas, así, sin más. Lo hacía para desafiarlo; para joderlo, para volver a reírse de él, de su anhelo y su necesidad.

—Hay cosas a las que no le doy importancia. Ya sabes. —Se encogió de hombros, con frialdad, aparentando todo lo que Indra quería ver en ella.

Él la miró por debajo de sus pestañas y endureció la mandíbula. Sí, por supuesto que sabía. A él, por ejemplo, no le dio importancia.

—Bien, esclava —rodeó la cadena en su muñeca y apretó con fuerza—. ¡Que así sea!

—¡Vale! —gritó ella, llevada a trompicones.

Cuando estaban a dos pasos de entrar al ESPIONAGE un grito que solo un einherjar y una valkyria con un sentido auditivo de escándalo podrían escuchar, los puso en guardia.

Pero no les dio tiempo a detenerse. Ni siquiera a huir.

Antes de que sucediera, ambos lo olieron y lo oyeron.

Escucharon cómo se comprimían las masas de aire circundantes, producto de una detonación de gases. Y vieron lo que nadie más podía ver: el aire creó un círculo blanco que se expandió a través de ellos. Era un efecto llamado choque frontal.

Una explosión.

El edificio se quebró; cientos de fragmentos de ladrillos, cristales, alcohol, gas, madera, metal y todo lo que había dentro de aquella instalación salió despedido por la onda de presión hacia el exterior, convertido en misiles; diminutas armas blancas que podrían atravesar, mediante un círculo ciclónico y violento, a todo ser viviente que se encontrara en las inmediaciones.

Indra colocó a Sakura tras él, esperando recibir todo el impacto.

Era la segunda explosión que vivía en apenas dos días. Bueno, eso si salía vivo de allí y ningún objeto cortante acababa degollándole.

A Sakura no podían tocarle el corazón; o podría morir.

Pensar en ella muerta hizo que le diera un vuelco el alma y esa reflexión le angustió. Se giró y la abrazó con fuerza sin pensar tampoco en lo que hacía. Le urgía protegerla. ¿Por qué?

Porque debía hacerlo. Y punto.

Sakura apretó el rostro contra su pecho y dejó volar la imaginación pensando, por un momento, que aquel era el día de su muerte, y que lo hacía junto a Indra.

Era ridículo pensar así.

Daban vueltas sobre sí mismos. El fuego estaba a punto de bañarles; y los cristales, cada vez más grandes, les rozaban y cortaban a gran velocidad.

Pero no era ese el momento de morir. No podían decir adiós. Quedaban cosas por conseguir, y no se irían rindiéndose.

Sakura notó cómo los cristales atravesaban el cuerpo de Indra, que la protegía de las agresiones. Pero este no protestó ni una vez; simplemente, se concentró en cubrirla y asegurarse que ni un resto le alcanzara a ella.

Sakura cerró los ojos. Los cerró para concentrarse en la fuerza interna de las valkyrias. Temari, en la torre Sears de Chicago, creó un escudo protector a su alrededor para que nadie pudiese tocarla.

Mei también lo hizo con Seiya y Khani mientras la interrogaban.

Ella, que nunca había utilizado aquel don, porque nunca se había sentido con la necesidad de protegerse de aquel modo, también podría hacerlo. Se concentró en su rabia y en su vulnerabilidad y se rebeló contra todo y todos.

Contra ella misma. Contra Indra. Contra Freyja. Contra el Midgard y las nornas.

De su inestabilidad, de su caos interior, creó una fuente de energía intrínseca.

Cuando sintió que Indra gruñía presa del dolor pero la abrazaba con más fuerza para seguir cobijándola, Sakura lo entendió: cuidaba de ella.

El gigante, incomprensiblemente, cuidaba de ella.

Si Indra, que tanto la odiaba, podía cuidar de ella para salvarle la vida, entonces, ella también lo haría por él.

Gritó contra su pecho y dejó que su fuerza interior saliera liberada como un géiser. Una burbuja eléctrica les rodeó; los fragmentos del edificio, el fuego y todo tipo de astillas dejaron de impactar contra ellos, rebotando ahora en aquella pared invisible de color azul.

Su energía y su poder sirvieron como escudo protector para ellos.

Impactaron contra la pared de la calle de enfrente, ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor. La destrucción, el dolor, los gritos... Todo desapareció, y todo quedó en un silencio sepulcral; y ellos resguardados por la cúpula de Sakura.

Indra abrió los ojos, atontado y malherido.

Sakura descansaba sobre él, hecha, prácticamente, un ovillo. Encogida y sumida en un sueño profundo. Inconsciente.

—¿Sakura? —Tosió y expulsó sangre por su boca—. Me cagó en la puta... ¡Joder! —gritó sacándose una astilla de unos veinte centímetros que había atravesado una de sus costillas—. ¡Sakura! —la zarandeó con nerviosismo. ¿Por qué no abría los ojos? Los tenía cerrados y parecía dormir plácidamente. Un manto azulado, con leves lenguas de luz eléctricas recubrían aquella cúpula invisible en la que se hallaban completamente custodiados y seguros entre su calor y electricidad.

Indra miró a la valkyria y, después, a la cúpula.

Alargó un brazo para intentar acariciar con los dedos de la mano la materia de luz que les rodeaba. Se electrocutó y retiró los dedos chamuscados.

—¡Joderrrrr! —sacudió la mano. Le resbalaba sangre de un corte profundo de la frente, así que se la secó con el dorso. Entendió que la cúpula la había creado Sakura. Ella los defendía del fuego y de los efectos colaterales de la explosión.

Indra parpadeó y aprovechó ese momento para hacer, casi inconscientemente, lo que no había hecho hasta entonces.

Pasó las manos por el pelo enredado de la hermosa valkyria. Refugiado de los demás y del exterior, que se había sumido en una profunda y descarnada destrucción, pegó sus labios a su frente y se permitió acariciarla aunque fuera unos segundos.

La valkyria estaba fría. Pero respiraba. Su caja torácica ascendía y descendía acompasadamente.

—Dioses, Sakura... —susurró, asombrado por el suceso que había tenido lugar en Victoria Street. Su local de BDSM, su centro de control de los esclavos había desaparecido para siempre.

¿Estaba el Tridente adentro? La piel se le heló al pensar que los trillizos habían muerto.

En ese momento, una figura alta y robusta emergió entre las llamas, cargando en cada hombro con dos personas tan grandes como él.

Las llamas les estaban quemando.

Uno de ellos tenía un palo metálico que le atravesaba el centro del pecho. El otro... Al otro le faltaba una pierna y... Bueno, estaba muy mal.

El que estaba en pie cayó arrodillado al suelo y echó el cuello hacia atrás para gritar y mostrar sus colmillos. En su piel chamuscada se adivinaba una L. Era Logan.

Indra, estupefacto y acongojado, observó la escena que presenciaba impotente, sin poder salir de esa cúpula; sin poder ayudar.

Vio cómo Logan bajó ambos cuerpos al suelo y los protegía con su robustez. Las llamaradas les alcanzaban poco a poco.

El highlander parpadeó para que las lágrimas cayeran y le permitieran ver la escena.

—No... —susurró abrazando a Sakura con más fuerza—. No puede ser... Sal de ahí, brathair. Sácalos de ahí...

Logan miró al frente y encontró a Indra.

El highlander tragó saliva, y le transmitió su pesar desde su particular protección pero, también, su fuerza y su determinación.

Logan negó con la cabeza y miró a sus hermanos malheridos, sobre todo a Kendrick, que lucía un tubo metálico atravesado en el pecho, de adelante hacia atrás, y además había perdido un ojo.

Indra negó con la cabeza, incrédulo.

El cuerpo de Kendrick empezó a arder junto al de Mervin y Logan. Este no tenía fuerzas para sacarlos de aquella ola del infierno en el que se había convertido el ESPIONAGE.

Indra perdería a sus tres mejores amigos si no hacía nada; presenciaba la pena y la tristeza de Logan, sintiéndolas como las suyas propias.

No eran hermanos de sangre, pero sí lo eran de vida. El dolor era el mismo.

Aquel era su equipo; sus guerreros, su grupo de amigos. Su familia. Y se los estaban arrebatando uno a uno. Delante de sus narices.

La mirada oscura de Logan se llenó de determinación. Alzó los ojos y habló con Indra en silencio.

El einherjar negó con la cabeza.

—¡¿Qué mierda vas a hacer, L?!

Logan se levantó, con la ropa deshecha y hecha girones sobre su cuerpo, más desnudo que vestido. Dio tres pasos atrás, con los cuerpos de sus hermanos entre sus brazos, y regresó a las llamas para que estas acabaran quemándolos.

—¡Sal de ahí! ¡Maldita sea, Logan! ¡Te ordeno que salgas de ahí! —gritó Indra desesperado. Sabía lo que estaba pensando Logan. Sus hermanos habían quedado lisiados, muy malheridos; sin cáraids y con la eternidad como objetivo no vivirían de ese modo: más muertos que vivos. ¿Querían abandonarle? ¡No estaba dispuesto a perderlos! ¡No perdería a más gente! Se levantó dentro de la cúpula, con Sakura en brazos, e impactó con su hombro en el muro de luz. La cúpula seguía igual, irrompible. Infranqueable. Pero su hombro no. Se quemaba y se abría con cada impacto.

Empezó a darle patadas con la bota de motero.

—¡Sakura! —pedía desesperado—... ¡Sácame de aquí! ¡Es Logan...!

Sakura seguía en el limbo de la inconsciencia.

Indra había oído hablar sobre el escudo de las valkyrias. Nunca había visto uno en funcionamiento. No sabía qué se necesitaba para desactivarlo; ni tampoco en qué estado se encontraba la guerrera que lo ponía en práctica. Pero Sakura estaba fría como un cadáver, y sus ojos permanecían cerrados.

—¡Desactiva esto, por Odín! —exclamó. Las lenguas de fuego rodeaban la cúpula; y el humo negro no dejaba apenas visibilidad. Pero Logan y sus hermanos seguían quemándose, abrazados—. ¡No! ¡Logan! ¡No os rindáis!

Y entonces, algo impactó contra la Tríada y les sacó del fuego.

Algo cubierto con una cazadora de piel oscura. Sus facciones duras y blancas, estaban manchadas de hollín. Agarró a Logan y a lo que quedaba de Kendrick y Mervin y azotó sus cuerpos con su chaqueta, que ahogó las llamas que ardían en la piel de los vanirios.

Era Buchannan. El salvador.

Indra cogió aire y se tranquilizó al ver que él podía ayudar a los trillizos o, al menos, mantenerlos con vida.

El moreno les dijo:

—Os pondréis bien. —Aunque, pronunció esas palabras sin mucha convicción al ver el estado en el que realmente se encontraban. Los dejó a un lado, resguardados del fuego y las explosiones y se dirigió a Indra—. ¡¿Qué diablos ha pasado?! —preguntó preocupa- do. Observó la cúpula y frunció el ceño—... ¿Qué es esto?

—¡Un puto atentado! ¡Eso es! ¡Saca a los trillizos de aquí!

Buchannan apretó los dientes y centró sus ojos en Logan.

—Debí llegar antes —murmuró enfadado consigo mismo.

—No es culpa de nadie, ¡¿me oyes?!

Ambos se miraron en silencio. Solo ellos sabían lo que en realidad estaban pensando. Solo ellos sabían a quién debían culpar de lo ocurrido.

—Buchannan...

—¿Cómo te saco de aquí? —Alargó la mano para tocar la cúpula.

—No la toques. Te quemarás. Envíales un mensaje al Engel y a Temari. Ellos sabrán cómo desaparece esto. —Miró el escudo con extrañeza—. ¡La policía y los medios están a punto de llegar! ¡Date prisa! Te necesito aquí para que juegues un poco con sus mentes. No nos pueden ver.

Buchannan seguía en shock, por eso Indra le gritó:

—¡Demonios, Buch! ¡Reacciona y haz lo que te digo de una puta vez! ¡Eres el único vanirio que me queda en pie ahora mismo!

Buchannan salió de su ensimismamiento inmediatamente.

Llamó a Naruto y le informó de lo que había pasado, mientras Indra esperaba pacientemente con Sakura en brazos y toda la atención puesta en sus amigos.

Ellos debían vivir.

Él no iba a dejar que murieran, y daba gracias a los dioses por tener de lado al maldito héroe de Buchannan.

Un héroe que él, como laird y jefe del clan, no había podido ser.