12

Temari estaba sentada en la cama de la alcoba de Indra, al lado de Sakura, que permanecía inconsciente cubierta con una colcha blanca por encima.

El highlander caminaba de un lado al otro de la habitación, renqueante, cojo por las heridas y con el cuerpo maltratado y la ropa rota, manchada de sangre.

Pero los cortes no le importaban.

Lo único que le interesaba era que la Tríada sanara lo máximo y lo antes posible. Y que la Generala abriera sus ojos claros de una vez.

Había algo en la pose de Sakura; algo que le incomodaba y le hacía sentir mal. Tal vez era el ver a una mujer tan fuerte postrada en la cama y sin moverse, tan fría como el Ártico. Y no lo soportaba.

La miraba una y otra vez; y lo único que deseaba era que despertara.

Ver a alguien tan poderoso en aquel estado minado no le hacía sentirse bien consigo mismo. Sakura había creado el escudo de protección para cubrirlos a ambos. Podría haberse protegido solo ella. Total, tal y como la había tratado, tenía argumentos para dejar que la explosión le hiciera papilla.

Pero no; la leal Generala, la justa Generala, lo había cubierto.

—El escudo es una protección de las valkyrias —dijo Temari en voz baja, mientras retiraba el pelo rosa de la fría frente de Sakura—. Aparece en estados críticos de indefensión. No sabemos muy bien cómo surge; solo sabemos que, cuando nos sentimos acorraladas, esa fuerza interior se nos activa.

Indra asintió mientras la escuchaba.

—Después —prosiguió Temari—, cuando sentimos que el peligro ha cesado, el escudo desaparece. Como ahora. —Temari se levantó de la cama y tomó aire para mirar a Indra directamente a los ojos con su reprobatoria mirada verde azulada oscuro—. No apruebo nada de lo que estás haciendo.

—Lo sé —dijo Indra cruzándose de brazos y deteniendo sus pasos al ver que Temari le barraba el camino—. Pero esto es algo entre ella y yo.

—Tú no sabes por lo que ha pasado Sakura; ni siquiera le has hecho una maldita pregunta para averiguar nada —susurró acariciando el martillo que pendía de su collar con la punta de sus dedos—. Y te equivocas si crees que esto es algo entre tú y ella. Si concierne a una de mis hermanas, a mi Generala en este caso, entonces también me concierne a mí, ¿comprendes?

Indra dibujó un arco convexo con los labios.

—¿Puedes dejar de acariciar eso? Has cambiado mucho, azuca- rillo. ¿Ya no hay timidez en ti?

—Sigo siendo tímida —aseguró sonriendo con malignidad—. Pero lo que no hay en mí es un gramo de conformismo o de injusticia. Y lo que haces con Sakura es injusto. Incluso lo que haces con Naruto también lo es.

—¿Ah sí? ¿Acaso no trato bien a tu novio?

—Tratarlo bien no quiere decir ser condescendiente. Indra, ¿te das cuenta de lo que te sucede? ¿Sabes lo que haces? En realidad, no has integrado a tu gente con nosotros. Tus malditos einherjars, los mismos que quieren arrancarle la piel a Sakura, ni siquiera quieren hablar con nosotras. ¡Somos valkyrias! ¡Naruto es el einherjar! ¡El Engel! ¡Y no lo miran con respeto!

—¡Este es mi clan! —gruñó señalando el suelo que pisaban—. ¡Esta es mi tierra! ¡Aquí me dejaron solo con un montón de guerreros que se convirtieron en mis amigos, en mi familia! ¡Y, ahora..., los estoy perdiendo uno a uno! ¡No me jodas, Temari! No tengo tiempo para ocuparme de todos.

—A eso me refiero. No tienes que ocuparte de todos. Tienes que dejar que entre todos nos ayudemos.

—Es lo que estoy haciendo...

—No. Dejas que todos hagan y deshagan a su antojo, siempre y cuando te muestren fidelidad a ti. Tienes un gran problema, ¿sabes? Podrías dejarte ayudar; ser un buen líder y exigir que nos respeten del mismo modo que hacen contigo. La Generala tiene más galones que todos nosotros juntos —habló con dulzura, pero sus ojos se tornaron inmensos rubíes a través de su flequillo liso rubio—; y no le estás dando el reconocimiento que merece. Es más, has hecho que casi todos le pierdan el respeto. Es una dísir, ¿qué crees que podría hacer con todos? ¿Qué crees que siente con un maldito collar de perro alrededor del cuello?

Un músculo palpitó en su mandíbula y se le marcó una vena en la frente.

—Sea dísir, Generala o lo que le venga en gana no merece ningún respeto por mi parte —comentó visiblemente ofendido—. A mí me lo perdió. Me humilló, me traicionó y me echó. Ahora yo le estoy pagando con la misma moneda. Nemo me impune lacessit. —Se dio la vuelta, se arrancó parte de lo que quedaba de su camiseta y mostró el tatuaje que había por encima de sus alas heladas. Unas que nunca mostraba voluntariamente y que, sin embargo, a Temari le acababa de enseñar—. Este no es solo el lema de mi Escocia; es mi puto lema, ¿entendido? Soy así. No voy a cambiar. Me importa muy poco lo que penséis de mí.

—Ten compasión, Indra. Perdona y accede a escucharla...

—¡No me queda de eso, valkyria! —Abrió los brazos, exponiéndose ante ella—. No me queda de eso para ella. ¡Estamos en medio de una guerra!

Ni para ella ni para nadie, por lo visto.

La valkyria no supo cómo reaccionar cuando vio sus enormes y hermosos tribales en forma de alas del mismo color que los de Sakura.

—Lo siento mucho por los dos —susurró afectada.

—No lo sientas. Hace mucho que dejé de amarla. Creo que es fría, ególatra y una cínica de cuidado. No entiendo qué vi en ella; no entiendo cómo la elegí y clavé mis ojos en los suyos en mi lecho de muerte.

—Pues, entonces, es que estás más ciego de lo que me imaginaba —murmuró Temari en desacuerdo—. Es muy triste. Hoy, probablemente, te ha salvado la vida. Me da mucha pena que no veas la oportunidad que tienes ante ti, que ella te ha ofrecido.

—¿Me compadeces? —preguntó estupefacto.

—A ambos. —Movió las bue en su muñecas—. Es muy triste que te rompan las alas, Indra. Pero todavía es más triste no permitir que sanen. Y, lo que es más triste, es darse cuenta de que no queda nada en ti del gran líder que fuiste.

—Claro, Naruto es mucho mejor —espetó en desacuerdo.

Temari se dio la vuelta, se encogió de hombros y contestó:

—Por supuesto que lo es. Tiene algo que tú no tienes.

—¿Y qué es?

—Descúbrelo, gigante. Antes de que sea demasiado tarde.

Temari se volvió a sentar en la cama, con cuidado de no tocar el cuerpo de su amiga. Ella velaría por Sakura mientras Indra no lo hiciera ; mientras todos quisieran hacerle pagar por algo que se vio obligada a hacer.

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Sakura no podía abrir los ojos, pero lo escuchaba todo. Oía a Indra y a Temari discutir sobre ella. Escuchó cada palabra que escupió el highlander por su rabiosa y rencorosa boca.

No había perdón para ella. Esa era la realidad.

Intentó removerse y protestar. No le gustaba que hablaran sobre ella; le daba vergüenza saber lo que pensaban los demás.

«Es solo una maldita pregunta la que tienes que hacer, Indra», pensaba Sakura abatida. «Solo una y te lo explicaré todo». Pero al hombre no le interesaba. Ya había dejado de importarle, como bien había explicado.

Por tanto, había perdido.

Sakura ya no tenía por qué seguir preocupándose de romper todas las promesas que le hizo. Ya no tenía que demostrarle nada. No recibiría su misericordia jamás.

Ella, que se reservaba para él, para su reencuentro; ella, que había tomado la decisión de pelear para recuperar su confianza y su amor. La Generala, que jamás se echaba atrás, la mujer que traía la victoria se sentía derrotada y ahora había tomado la decisión de recular.

No podía recuperar a un hombre que había dejado de creer en ella, en el amor.

Indra no la quería. Punto y final.

Con una mezcla de rabia e impotencia, intentó abrir los ojos hasta que los párpados empezaron a aletear como las alas de una mariposa.

La luz que entraba por la cristalera era menos fuerte que la de hacía unas horas. Había atardecido. ¿Cuántas horas llevaba en ese estado?

Fijó los ojos en el techo y se medio incorporó.

Lo primero que recibió fue la amplia sonrisa de Temari y uno de sus cálidos abrazos.

—Hola, Sakura —la saludó dándole un beso en la mejilla y rodeándola con más fuerza.

Sakura aceptó gustosa la muestra de cariño; pero no dejó de mirar fijamente a Indra. Estaba muy malherido. Necesitaría su hellbredelse para sanar. Ella no tenía cortes profundos, excepto alguna magulladura en piernas y brazos.

Indra había interpuesto su cuerpo entre ella y la explosión. Podría odiarla; podría haberla dejado de amar, pero seguía comportándose como un maldito héroe cuando tocaba.

Este, al ver que lo miraba, relajó los hombros y tomó aire con más profundidad, como si le hubieran quitado un peso de encima.

—Hola, Temari —sonrió y olió el perfume a nube de azúcar de su nonne—. Maldito escudo de las valkyrias —sonrió avergonzada—. Me ha dejado fuera de juego. ¿Cuántas horas he estado así?

—Seis —contestó Indra mirando hacia otro lado.

¿Seis horas? Habían sido demasiadas.

—¿Qué es lo que ha sucedido? El ESPIONAGE...

—Ha volado por los aires —contestó él escueto.

Sakura hundió los dedos en la colcha.

—¿Y la Tríada? ¿K, M y L? —preguntó preocupada.

—Ellos no están bien... Los están tratando.

Ella abrió los ojos, y Temari bajó la cabeza, apesadumbrada.

Dioses, esas caras no eran nada halagüeñas.

Indra estaría deseando vengarse. Ella conocía perfectamente el modo de pensar de ese hombre.

La guerra había empezado y esperaba que todos hubieran saldado sus cuentas pendientes, porque Indra los iba a hacer desaparecer de la capa de la Tierra, lo hubieran hecho o no.

—Lo lamento —reconoció con sinceridad—. Lo lamento mucho. Espero que se pongan bien...

—El único que quedó más o menos entero es Logan —continuó apretando los dientes y acerando su mirada de obsidiana—. Intentó salvar a sus hermanos pero, cuando vio que estaban tan mal, estuvo a punto de rendirse y ceder a las llamas —reconoció disgustado, con la voz ronca. Se dio la vuelta y se metió en el vestidor, dispuesto a cubrirse el torso sangrante y a ponerse una camiseta.

—Espera. —Sakura se levantó y se alejó de Temari con una disculpa de sus ojos claros.

—¿Sakura?

—Estoy bien, Temari. De verdad. ¿Nos puedes dejar solos un momento? —le preguntó en voz baja.

Temari aceptó con recelo.

—¿Seguro?

—Sí.

—Puede hacerte daño. Indra es capaz de eso, ¿sabes? —Le habló como si ella no se hubiese dado cuenta de ese detalle.

—Lo sé. Pero ya no me puede hacer más daño del que me ha hecho. Déjame con él.

Temari miró la puerta abierta del vestidor: en su interior había un hombre irascible y voluble. Después estudió a su Generala.

¿Ella quería intimidad? ¿A solas con él? Estaba loca.

—Bien. Cualquier cosa, estoy con Naruto. —La hija de Thor se levantó de la cama y salió de la alcoba.

—Gracias, nonne.

—Ten cuidado —le advirtió preocupada.

Sakura clavó los ojos turquesas en la luz que salía del vestidor. Entró y se acercó a Indra, que desaparecía entre su carísima ropa, casi toda oscura; tomó nuevas prendas de un modo mecánico, dándole la espalda, sin mirarla.

—Necesitas la cura.

—No la necesito —le gruñó él.

—Ya lo creo que sí. Será un momento. —Sakura lo apoyó en la pared del vestidor, con cuidado de no tocar las heridas—. Estás manchando el suelo de sangre.

—No, maldita sea... —replicó él, luchando contra su roce y su contacto, apartando sus manos como si le quemaran.

Dioses... ver que Sakura abría los ojos lo había dejado débil y hecho polvo. Seguía preocupándose mucho por esa guerrera; seguía dependiendo mucho de su bienestar, y eso que se suponía que la odiaba. En el Valhall, cuando estaban juntos, siempre estuvo prote- giéndola como una sombra. Y ahora, en Escocia, en el Midgard, le enfurecía darse cuenta de que había estado aguantando la respiración hasta que ella despertó.

Era muy patético.

—Si me tocas ahora, esclava, te arrepentirás.

—Y si no lo hago, te arrepentirás tú.

—Te aseguro que no. —La agarró de las muñecas y la detuvo antes de que las palmas rozaran su pectoral.

Sakura alzó los ojos y enarcó las cejas. Ya sabía lo que pasaba. Lo sabía perfectamente. La adrenalina... La sangre fluía y rugía por el cuerpo después de un gran estrés, y las zonas erógenas se activaban.

En el Asgard, se tocaban, se acariciaban y se chupaban como locos después de un buen entrenamiento o una buena pelea.

Ahora sucedía lo mismo.

—¿Me dejas, señor? ¿O tengo que ver cómo te desangras?

Indra se humedeció los labios con la punta de la lengua. No quería hablar de por qué él había hecho de escudo protector con ella, ni de por qué ella le había cubierto a él. No quería hablar de eso.

—Al menos la Tríada no está muerta —comentó mirándolo de reojo mientras utilizaba su cura sobre los cortes y los desgarros de su piel—. ¿Cómo ha sucedido eso?

—No lo sé. Logan dice que los mismos esclavos eran los explosivos. Han creado unas bombas que van conectadas directamente al corazón. La señal biométrica no dio signos de cambio en su sangre, seguramente porque se las habían instalado hacía poco.

—Entonces, si han descubierto lo que hacías en el ESPIONAGE, quiere decir que también han descubierto los chips biométricos de los esclavos que se llevaron con la terapia completa del Stem Cells —caviló Sakura—. Se los habrán desconectado ya y será difícil encontrarles...

Indra negó con la cabeza.

—La última señal que recibió Buchannan estaba en movimiento en el mar del Norte. No permaneció estática. Eso quiere decir que los esclavos están sobre un barco, cerca de Lerwick. Él salvó a los hermanos... Los dos esclavos que vinieron a hacer la doma al pub estallaron y destrozaron todo el local. Los trillizos intentaron salir como pudieron. Si no llega a ser por el vanirio...

—¿Buchannan? —preguntó ella frunciendo el ceño.

—Sí. Había quedado con él en el ESPIONAGE para que me informara sobre el paradero de los esclavos. Quería saber si había rastreado las señales y averiguado algo más. —Él apareció en el momento idóneo y logró apartar a Logan y a sus hermanos del fuego.

Sakura se mordió el labio inferior y procuró decirle lo siguiente con tiento:

—Hay algo en Buchannan que no me gusta. Ese hombre está desesperado.

Indra, en un arrebato, le tapó la boca con la palma de la mano y la estampó contra la pared, cubriéndola con su cuerpo por completo.

—No te atrevas.

Sakura negó con la cabeza, intentando liberarse para poder hablar.

—Ni se te ocurra mencionar nada más sobre mi amigo. Él tiene más honor y fidelidad de lo que jamás podrás llegar a tener tú, aunque te den mil vidas. Nos ha ayudado y ha salvado a la Tríada —explicó rabioso—. Que tú siquiera insinúes que él no te gusta...

—No pasa nada porque lo diga —contestó ella con calma—. Tus guerreros también me odian, yo no les gusto y a ellos no veo que les digas nada por pensar así.

—Ellos tienen motivos. Tú eres una mentirosa y una traidora. Buchannan daría su vida por mí, por nosotros; hoy lo ha demostrado. Y, además, ha reubicado la señal biométrica de los chips y pronto tendremos la posición exacta de los malditos esclavos y de donde los esconden. Así que, antes de hablar de él, te lavas la boca.

Sakura movió las orejas y se mordió la lengua para no replicar. Podría equivocarse. Tal vez..., solo estaba celosa por ver la confianza ciega que Indra tenía en los demás, excepto en ella. Pero ese vanirio, que recientemente había perdido a su mujer, Mandy, bien podría volverse al lado oscuro como había hecho Kidōmaru. ¿Qué se lo impedía? ¿Qué le impedía beber sangre y convertirse en vampiro? Nada.

Sakura decidió quedarse en silencio y continuar con la cura.

—Si tú confías en él, entonces no hay nada más que hablar.

—Joder, por supuesto que confío en él. Muchísimo más que en ti. No se te ocurra jugar a las elecciones, porque saldrías perdiendo en un suspiro.

—De acuerdo. —Acabó de cerrarle una incisión en el vientre, y después, alzó la mano para sanarle el corte sangrante de la frente. Lo miró a los ojos mientras le tocaba la cara con suavidad y le rozaba con los dedos—. Dime, señor... ¿Por qué me has cubierto en la explosión? —preguntó Sakura de golpe, tomándole por la barbilla para que no le retirara la mirada.

Indra alzó el labio en una media sonrisa y estiró la cicatriz. Estaba tenso de porte y de actitud. Pero procuró hablar con voz serena e hiriente.

—Porque todavía no he acabado contigo. Nadie podrá hacerlo, excepto yo. Es mi privilegio.

Sakura se estremeció de dolor. Claro, era por eso.

Una vez que cerró todas sus heridas, se apartó de él todo lo que pudo dentro de aquel vestidor. Intentó alejarse, pero el amo no se lo permitió.

—Mereces que te castigue por lo que has dicho sobre mi hermano Buchannan —su voz oscura y penetrante le espesó la sangre.

«Perfecto. Haz lo que quieras, Indra. Ya no me importa. Seré todo lo sumisa que tú quieras y así evitaré que me incordies».

—Claro, señor. —Se bajó la falda tejana y la sacó por los pies. Llevaba unas braguitas negras con lazos fucsias. Y en los muslos tenía algún corte superficial. Coló los pulgares por sus costuras y tiró de ellas para sacárselas.

—No. —La detuvo Indra—. Tengo otra manera mejor de castigarte. Ahora no.

—¿En serio? —fingió interés e indiferencia. «Maldito cretino».

—Sí. Creo que es una pena que una valkyria como tú siga siendo virgen en el Midgard —gruñó cerniéndose sobre ella. Colocó los codos a cada lado de su cabeza y la arrinconó contra la pared—. Por eso te voy a hacer un gran favor y te haré toda una mujer.

«¡Hijo de la gran puta! ¡¿Sería capaz?!», pensó horrorizada.

—No quiero follar contigo —murmuró Sakura alterada—. No necesito follar con ningún hombre para ser una mujer.

Indra parpadeó y negó con la cabeza.

—Yo no voy a tocarte, esclava. No quiero ensuciarme las manos. Pero, esta noche, he invitado a Ada a que venga a mi mazmorra, la de este castillo —especificó disfrutando de su palidez y su sorpresa—. A ti te dejaré a cargo de otro amo.

Sakura levantó la barbilla. «Valor, ven a mí».

—No sabía que traías aquí a humanos.

Indra levantó una ceja.

—Ella no verá nada de mi fortaleza. La recogerán, le taparán los ojos y la traerán hasta aquí.

Sakura negó con la cabeza, asqueada. Muerta de celos y rabia. Devastada por la pena y la impotencia.

—¿Y ella se dejará?

—Es mi sumisa, y yo soy amo. Hace todo lo que le pido.

—Qué gran dechado de virtudes esa tal Ada —comentó con sarcasmo.

—Lo es.

La Generala no podía ocultar su desdicha. No sabía esconderse más tras las máscaras de indiferencia; estaba cansada de utilizar esa actitud. ¿Por qué hacerlo si no se sentía así?

—¿Eso quieres, señor? ¿Quieres dejarme en manos de otro?

—Mientras tú ves cómo mimo a Ada y le hago el amor, otro te follará, esclava. Con lo voyeurs que sois las valkyrias, te pondrá caliente y cachonda —aseguró con acidez.

Ella se quedó en silencio, buscando un rayo de luz o algo de bondad y compasión en aquella mirada que tanto había amado y querido. Pero, en aquel rostro conocido, solo hablaba un cruel extraño.

—De acuerdo, señor —contestó sumisa y obediente—. Si lo que quiere es verme mientras otro me da placer, que así sea.

—No te dará placer.

—No importa, señor —contestó desganada—. Lo que sea. Ahora, deja que me lave y me limpie los cortes... O, ¿tal vez quieras hacerlo tú?

—¿Yo? No —contestó alejándose de ella y dejando que Sakura caminara hasta el baño.

Indra clavó sus ojos de kohl en la espalda erguida de aquella mujer.

¿Por qué? ¿Por qué le gustaba provocarla así? ¿Por qué necesitaba a cada instante hacerle saber lo herido que se sentía y herirla a ella en compensación?

Antes de que Sakura se metiera en el baño, Naruto irrumpió en la alcoba como un vendaval, acompañado de Temari.

El Engel se había vestido con sus ropas de einherjar: hombreras y rodilleras de titanio, el arnés de cuero en el pecho, las botas... Y sus espadas en mano. Llevaba el pelo rubio recogido en una cola alta y viril.

Temari, tras él, había recuperado sus ropas negras y plateadas de valkyria y había dejado su melena rubia medio recogida en lo alto de la cabeza.

—¡Indra! ¡Sakura! —El líder de los einherjars entró hasta el vestidor y se detuvo frente al highlander malhumorado, pero ya restablecido de sus heridas.

—¿Qué sucede, Engel?

—Nos vamos a Inglaterra. Nos necesitan en Amesbury —explicó contundentemente—. Ya tienen a Heimdal localizado.

—¿Amesbury? ¿Y Mei está bien? —preguntó Sakura saliendo del baño con rapidez.

—Sí. Está con ellos; ella nos ha avisado —contestó Naruto—; pero Hidan está abriendo un portal a través de un acelerador de iridio y quiere llegar al Asgard. Necesitamos contrarrestar la energía electromagnética del portal. Necesitan a mis valkyrias. Te necesito, Sakura —anunció Naru con gesto determinante.

Sakura quiso asentir con presteza, como siempre hacía cuando le asignaban una misión; pero, esta vez, esperó a que Indra le dejara participar, porque nunca, jamás, había ansiado tanto una batalla o una pelea como la necesitaba en ese momento.

Que ella, la grandísima Generala, tuviera que esperar a que un einherjar le diera vela en ese entierro era uno de los mayores agravios que su orgullo podía sufrir.

—Ve a por tus ropas —le ordenó Indra, tomando también las suyas de guerra.

Sakura asintió con orgullo y, al hacerlo, un chispazo de energía recorrió el vestidor.

—Ten cuidado no me quemes la ropa —advirtió Indra.

«¿Quemarle la ropa? ¡¿Quemarle la ropa?!», gritaba Sakura mentalmente. Tuvo ganas de soltar una gran carcajada y ahogarse de la risa. No; no quería quemarle el vestidor.

Lo que deseaba era quemarle las joyas de la corona y, después, hacer bolas de navidad con ellas.

Al menos, en la batalla podría expulsar todo aquel odio, toda aquella cantidad de rabia emergente que se había acumulado a lo largo de los días en su maltrecho corazón.

Descargaría su furia y se imaginaría que lo haría sobre el escocés.

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El atardecer se cernía sobre el fiordo de Clyde.

Debido al clima de las islas escocesas y a la acumulación de gases de efecto invernadero, las nubes eran características de los paisajes de Escocia. Especialmente, unas gruesas y de formas ovaladas, como si estuvieran nacaradas con distintos colores. El metano excesivo en la atmósfera y la reacción con el ozono provocaban que el cielo mostrara un espectáculo de nubes doradas, rosadas y azules, bien espesas, en la troposfera. Todo un espectáculo de luz en el cielo.

Tarde o temprano, descargarían lluvia sobre la tierra verde y la Isla de Arran.

Naruto, Temari, Indra y Sakura se encontraban en Goat Fell, la parte más alta de Eilean Arainn.

Las valkyrias podían convocar a las tormentas y, gracias a Temari, habían descubierto que podían viajar a través de ellas mediante la antimateria: un polvito dorado que flotaba sobre las nubes y que era conductor entre portales; como si se tratase de un agujero de gusano.

—Ayúdame, Generala —pidió Temari a Sakura.

Esta, que se había recogido el pelo con un par de trenzas africanas, mostrando sus orejitas puntiagudas y despejando su hermoso rostro, asintió orgullosa.

Era un placer volver a sentirse guerrera.

Disfrutaba de sus bue otra vez y de sus hombreras y sus botas que tanto le gustaban. Era maravilloso utilizar su magnífico poder para luchar contra Loki y sus jotuns. La pena era que seguía con el collar de perra puesto, pero no importaba. Tampoco iba a saludar a nadie. Llegaría, vería y vencería.

Veni. Vidi. Vinci.

Si Indra tenía el Nemo me impune lacessit, ella se tatuaría lo otro.

Una valkyria era una luchadora, una amazona, y debía demostrarlo en la vida y en el campo de batalla. Indra no se lo había permitido y la había intentado anular. Pero iba a demostrarle qué tipo de dísir era. Que le dijeran qué debía electrocutar, que iría a por ello con todas sus ganas.

Temari cerró los ojos y alzó el rostro al cielo.

El viento empezó a soplar sobre la colina, y el mar que rodeaba la Isla de Arran agitó sus olas bravas contra los peñascos.

Las nubes se unieron unas con otras, creando un inmenso cumulonimbos sobre los cuatro guerreros. El crepitar eléctrico de los truenos ocultos en los espesos cerros llenó de electricidad la montaña y acarició sus pieles, poniéndoles el pelo de punta.

Naruto sonrió y miró a Indra.

—¿Te mareas, escocés?

Indra negó con la cabeza.

—Bien —contestó Naru—, porque vas a hacer un viajecito inolvidable.

Indra observó los rayos que caían cada vez más cerca de ellos, rodeándoles y cercándolos como una mano de largos dedos brillantes que pretendía amarrarlos y aplastarlos con su fuerza.

Temari estaba muy concentrada, y era un espectáculo verla en acción. Su poder de invocación era descomunal.

Pero, de las dos guerreras, era Sakura quien más le llamaba la atención. La pelirosa se había alejado de Temari unos diez pasos. Mientras se recolocaba sus brazaletes y apoyaba sus trenzas sobre los hombros, la joven sonrió y se relamió los labios.

—Vamos allá, Temari.

—Sí —contestó la del flequillo largo y liso con la misma sonrisa de complicidad.

Sakura parpadeó y quedó ligeramente hipnotizado por la pose y la actitud de la Generala.

Sakura abrió las piernas y afianzó los pies en la hierba húmeda. Después, abrió los brazos en cruz y extendió los dedos de sus manos. Cogió aire y su caja torácica se expandió.

Dioses. Indra estaba a punto de correrse con solo verla. La valkyria líder mostró su rostro al cielo y las primeras gotas de lluvia golpearon suavemente sus mejillas, como si el cuerpo de la Generala fuera su verdadero hogar.

—¡Asynjur! —gritó Sakura.

Los rayos, todos, impactaron en el cuerpo de la mujer, rodeándola como una serpiente, lamiéndola como lenguas de fuego.

Absorbió la fuerza de la tormenta, que crecía exponencialmente, y extendió los brazos por delante de su torso para apuntar hacia Temari con las palmas abiertas y expuestas hacia ella.

—¡Ahora, Sakura!

¡Flas!

Los rayos salieron despedidos con una fuerza descomunal a través de los dedos de la pelirosa e impactaron con fuerza en el pecho de Temari.

Cuando la hija de Thor recibió la electricidad de Sakura, la aceptó en su cuerpo como si fuera la suya propia. Sus pies se alzaron medio metro por encima del suelo, y levitó. Entonces, otro rayo mucho más potente emergió de entre las nubes e impactó también en el cuerpo de Temari.

—Joder... —murmuró Indra, asombrado por el espectáculo.

—¡Vamos! —Naruto extendió sus alas de einherjar y voló hacia Temari para estar en pleno contacto con ella—. ¡Tema ascenderá hasta la antimateria y esta conectará con la antimateria de todas las tormentas que estén presentes en la Tierra en este preciso momento! ¡Está cayendo una tormenta descomunal en Amesbury!

Sakura dejó de expulsar electricidad por sus manos y alzó la palma para que, al momento, una liana en forma de relámpago rodeara su brazo y la alzara hasta Naruto y Temari, que ascendían a los cielos.

Cuando pasó al lado de Indra, lo cogió por el brazo y se lo llevó con él.

—Agárrate, isleño —sonrió malignamente al escuchar el gruñido de Indra.

Puede que debiera llamarle señor; pero no cuando estaban en medio de una misión, luchando juntos de igual a igual.

En la guerra no había amos y sumisos; todos eran luchadores, aunque, al final, inevitablemente, alguien cayera sometido por la fuerza del otro.

En Amesbury, no serían ellos.