13

Amesbury

Amesbury Abbey Church. Inglaterra

La vida no se medía por las veces en las que uno respiraba, sino por aquellos momentos que te dejaban sin aliento. Indra ahora comprendía muchos de los dichos con los que el antiguo laird Dalriata lo enriqueció durante el tiempo en que el humano estuvo con vida.

Nunca había pensado mucho en ellos, la verdad. Pero, en ese día, había meditado profundamente sobre alguna de esas palabras.

Indra se había quedado sin aliento no una vez, sino dos; la primera cuando su club, el ESPIONAGE, había volado por los aires, pudiendo herir a Sakura de maneras indescriptibles. Por eso la cobijó entre sus brazos; que tampoco podrían haber hecho mucho, de no ser por el escudo protector de la valkyria; y la segunda, ahí. Justo ahí donde estaban: en Amesbury.

Los lobeznos y los vampiros estaban atacando sin compasión a los berserkers y vanirios que flanqueaban Abbey Church. En su interior, Hidan y Hummus habían abierto un vórtice que les llevaría directamente a Bífrost, el puente Arcoíris, la entrada al Asgard que, en esos momentos, estaba sin guardián, ya que Heimdal había desaparecido.

El haz de luz de un acelerador impulsado por la fuerza eléctrica de los rayos de Mei estaba impactando contra la iglesia gótica que tutelaba esa campiña verde y húmeda por la lluvia. Un auténtico caos barroso en esos momentos.

Indra no conocía a nadie de los que allí se encontraban; no les había visto jamás, pero eran excelentes guerreros. Lo que sí sabía era que, de un modo u otro, se habían puesto en contacto a través del foro, y le sonaban algunos nombres que allí se gritaban.

Deidara, Karin, Homura, Shisui... Eran los miembros de los clanes de la Black Country.

Y él estaba luchando al lado de ellos, sin su Tríada ni Buchannan, que se habían quedado en Edimburgo; uno, recopilando información y los otros tres en estado muy grave en la enfermería.

Aquel no era su equipo, no eran sus guerreros, pero todos luchaban junto a todos como si fueran hermanos de toda la vida. Aquel gesto le conmocionó. Hacía tiempo que no luchaba hombro con hombro con nadie de ese modo; y menos con nadie que no le hubiera demostrado su fidelidad antes.

Ahora veía a un samurái con colmillos sacando su katana junto a una valkyria de pelo rojo y malas pulgas; a dos vanirios rubios, ocultos entre las nubes, trabajando mentalmente junto con una peliazul con cara de pantera.

En la iglesia habían entrado dos guerreros hermanos, druida y sanador les llamaban, de gran parecido entre ellos.

Naruto había saludado al líder de la Black Country, Deidara Kamiruzu, con efusividad; al lado de ellos, una mujer de ojos carmín y pelo rojo peleaba como un hombre. Sería la híbrida.

El líder del clan berserker, Homura, había irrumpido como un huracán, con un oks en la mano, dispuesto a cortar cabezas.

Una mujer menuda de pelo castaño lanzaba flechas iridiscentes a discreción, y otro berserker moreno, con un piercing en la ceja, se había transformado para arrasar con todo el que se cruzara en su camino.

Y, mientras, Temari arremetía con su réplica del martillo de Thor y destrozaba a todo aquel que alcanzaba. Una valkyria de las nieves, la guerrera más fría de todo el Valhall, se mantenía levitando sobre la iglesia, electrocutando el edificio y todo lo que se hallara en él, con la mirada fija en su persona.

Solo en él.

Sakura, «la Salvaje», irradiaba tanto poder que tenía a todos los presentes impresionados.

Ella parpadeó mientras los rayos de sus manos se hacían más y más gruesos, más grandes y potentes; se relamió los labios y retiró sus ojos de los de él. Sus labios sonrieron al tiempo que toda ella se envolvía en luz eléctrica.

Indra sintió miedo. Su piel se cubrió de fina escarcha, y sus alas le dolieron.

Entonces, algo pasó que lo puso en guardia.

El lugar se quedó en silencio. La carga eléctrica del portal, del acelerador y de Sakura desapareció para regresar, al cabo de los segundos, en forma de una supernova.

La valkyria se acercó un poco más al edificio, y a Indra se le heló la sangre.

Se escuchó un suave pitido sordo, leve y moderado.

Sakura inclinó la cabeza a un lado. Sus ojos turquesas se desviaron hacia él, y sonrió con frialdad.

Mierda.

Sakura no iba a cubrirse en la explosión. ¿Quería quedar tullida? Sin el remedio de los enanos, el hjelp, y sin su hellbredelse Sakura no se recuperaría tan fácilmente de sus cortes.

—¿Qué demonios estás haciendo, mujer? —murmuró entre dientes, mirando al cielo, dando dos pasos adelante a través del campo verde—. Apártate de ahí maldita sea. Va a estallar... ¡Va a estallar! —gritó corriendo hasta ella.

Era tan desgraciada que ni siquiera podía herirse con su propia energía. Tenía un campo electrostático tan grande a su alrededor que todo lo repelía. Ni astillas, ni hierros, ni piedra, ni venenos, ni vampiros o lobeznos voladores... Nada de eso se volvería contra ella.

Sakura no deseaba morir.

No quería rendirse.

Pero Indra le ponía las cosas demasiado difíciles; y, aunque ella tenía todo el aguante del mundo y más, había cosas que se había prometido no soportar.

Como lo de Indra y esa tal Ada.

¡Vamos, hombre! ¿En qué cabeza cabía que una mujer enamorada pudiera soportar cómo otra se beneficiaba a su guerrero?

—Maldito trenzas descerebrado... —gritó para sí misma mientras la onda expansiva de la explosión la hacía volar por los aires. Su cuerpo daba volteretas hacia atrás; pero a Sakura no le apetecía aguantarse a ningún lado ni resistir los bandazos de su particular supernova.

Lo importante era impedir que Hummus convocara el puente Brífost y viajara a través de él hasta el Asgard. Por ahora, se lo habían impedido; si quedaba algo del vampiro, estaría entre el polvo, los ormes y los restos de la iglesia detonada.

Sus trenzas se habían enrollado en su cuello, como dedos que la intentaran estrangular. Las desenrolló al tiempo que se detenía en el aire, e inspeccionaba con ojos críticos el aspecto de sus preciadas ropas de valkyria.

Estudió la grandiosa destrucción que acababa de provocar con sus rayos.

Seguramente, de no ser por toda la rabia que había acumulado hacia Indra, no habría podido descargar tanta furia valkyria en sus rayos, y su energía no habría sido tan determinante en aquel lugar.

Pero lo había sido, sin lugar a dudas. Ella había sido bendecida con la fuerza. Con la agresividad. Era la Generala.

Desde el cielo, lo veía todo con más perspectiva. La iglesia había acabado arrasada. Por suerte, había dado la señal a Deidara y a Homura para que se retiraran, pues ella sabía en qué momento iba a producirse la explosión.

Los vampiros y los lobeznos habían muerto.

Los vanirios y berserkers en retirada resultaron, algunos, malheridos por la fuerza de la explosión; pero, como les había dado tiempo de alejarse, no había ninguno afectado de gravedad.

Esa era ella: la madre de la destrucción. Pero, aun siendo la mujer, probablemente, más fuerte y mortífera del Midgard, no tenía el poder de su destino; y su futuro estaba sujeto a dos palabras. Dos sencillas palabras que Freyja le había dicho al hombre que más había amado y que ahora era su peor enemigo. Su torturador.

Indra la estaba mirando. Todo él lucía sudoroso, manchado de sangre. Sus ojos oscuros y tatuados la observaban con una mezcla de hastío y de deseo furioso. Llevaba dos días con él en el Midgard. Dos días angustiosos y llenos de palabras dolientes. Dos días como su... esclava.

—Baja aquí —le ordenó él sin apenas mover los labios—. Ahora.

Sakura tuvo la apremiante necesidad de desafiarle. Odiaba lo que se estaban haciendo el uno al otro. Pero la venganza se servía así: cruda y fría.

No podía desobedecerle, así que descendió lentamente de los cielos hasta acabar en la planicie arrasada por la explosión.

El einherjar la miró con interés.

—¿Por qué no te has apartado en la explosión? —le preguntó crudamente.

Ella no le contestó y mantuvo sus ojos claros clavados en los de él.

Indra la tomó del brazo y la acercó a él con fuerza. Un músculo palpitaba en su barbilla y sus ojos color obsidiana la evaluaban con furia helada.

Sakura tenía un corte en la mejilla provocado por una astilla voladora.

—Mi mercancía no puede dañarse —dijo con voz ronca, pasando el pulgar por la herida y limpiando la sangre.

Sakura intentó retirar el brazo, pero él no se lo permitió.

—Ya te encargas tú de dañarla, ¿verdad, isleño?

Él frunció los labios y revisó con los ojos por todo su cuerpo.

—Tenemos que regresar a Escocia. Allí te daré la lección que mereces, iceberg.

—Estoy harta de tus lecciones —replicó enfadada—. No entiendo cómo les puede gustar lo que les haces.

Indra sonrió; y la cicatriz que deformaba su labio se estiró hacia arriba cáusticamente.

—Ellas me muestran respeto. No se han reído de mí, como tú. Además, a ellas les doy lo que necesitan.

A las demás, sí. Menos a ella.

A Ada sí. A ella no.

—En cuanto regresemos, te lo mostraré.

—Si crees que voy a estar delante mirando cómo...

—Oh, sí —se rio como un desalmado—. Lo harás, o ya sabes lo que sucederá, Generala —señaló el cielo encapotado y tormentoso con el índice—. Le diré a Freyja que te relegue de tu cargo. Y tú, que eres todo ego, no lo soportarás.

Estaba tan cansada de aquello... Solo había pasado dos días con él. En realidad, no habían estado mucho tiempo juntos, no de ese modo en que al highlander le gustaba estar. Pero, cuando se había puesto en sus manos, Sakura sentía que quería doblegar su orgullo, y aborrecía su comportamiento.

La quería hundir.

Siempre supo que Indra era cruel y metódico. Un sanguinario. Pero cuando estuvieron juntos en el Asgard, las necesidades de ella siempre iban por delante de las de él.

Todo había cambiado.

Ahora su brutalidad se había pronunciado más, convirtiéndole en un hombre implacable y frío.

Y Sakura soportaba el trato que él le dispensaba porque sabía que, parte de la culpa de que él fuera así, era de ella.

Pero también era la Generala, y tampoco toleraría ese comportamiento mucho más tiempo.

Él había sufrido. Y ella también.

¿Cuánto tiempo más tenía que pagar por algo sucedido en otro mundo, en otro tiempo y en otra dimensión?

Lo que pasa en el Asgard, en el Asgard se queda.

—Me muero de ganas de enseñártelo —murmuró él, con sus ojos llenos de una lasciva oscuridad—. Seguro que lo disfrutas.

—Suéltame el brazo, Indra. —Le desafió con los ojos.

—¿Quieres que te ponga sobre mis rodillas y te vuelva a azotar, esclava? ¿Aquí? ¿Delante de todos? Sabes lo que me gustan los escándalos, así que no me provoques. Tienes las nalgas al rojo vivo. Siento el calor que desprenden desde aquí. Llámame como debes; o te pro- meto que no podrás sentarte en una semana.

Ella frunció los labios y dibujó una falsa sonrisa en ellos. Ese hombre tenía la increíble habilidad de ponerle los pelos de punta con su voz. Y sí: estaba muy escocida. Indra la había azotado sin remisión, el muy condenado. Ah, pero se vengaría. No sabía cómo. Pero lo haría.

—¿Me puede soltar el brazo, señor? Me está haciendo daño.

El einherjar miró su mano morena y grande, llena de cicatrices, amarrando con fuerza el brazo delgado y pálido de Sakura.

Indra la soltó poco a poco.

Iba a replicarle cuando aparecieron de entre las nubes Mei y el sanador, que cargaba con Suiren, la científica, en brazos. La joven lucía triste y llorosa, al igual que el sanador. No traían buenas noticias por lo visto.

Mei dejó que los dos vanirios regresaran solos con su clan, y buscó a Sakura los ojos. Estaba siendo sobreprotectora con ella desde que se habían sincerado unos días atrás.

Mei sabía ahora los sacrificios que había hecho en su nombre. Y su temperamental hermanita estaba agradecida y, a la vez, avergonzada por su propio comportamiento. Pero Sakura no la podía culpar.

No sabía nada sobre la orden de Freyja ni sobre quién era ella en realidad.

Por ese motivo, Mei intentaba estar cerca de ellos dos, vigilando la actitud de Indra y reprendiéndole cuando consideraba que se sobrepasaba con su Generala. No quería que el einherjar le hiciera daño; sobre todo, sabiendo lo mucho que Sakura le había amado. Y todavía lo hacía.

Los ojos turquesas de la valkyria de pelo rojo conectaron con los celestes de Sakura.

Sakura puso los ojos en blanco y Mei gruñó, azorada por la incomodidad de su amiga.

—¿Sakura? Dioses... Eso ha sido muy terrorífico, ¿no crees? —preguntó Mei acercándose y apartando a Indra con un empujón de su hombro. Necesitaba asegurarse de que estaba bien.

Sakura se miró a sí misma, sin ser muy consciente todavía de todo el caudal de energía valkyrica que acababa de utilizar.

—¿En serio? Yo me encuentro bien. —Le restó importancia. «Aunque me sigue apeteciendo matar a todo lo que se menea», pensó agriada.

—No, no... Créeme... —Mei la tomó por los hombros—. Lo que sea que has sentido estando ahí arriba me ha puesto mis preciados ovarios por corbata, ¿me comprendes? Eso... Eso no es normal.

—Tú sí que no eres normal —resopló, poniendo los ojos en blanco y apartó la mano de su nonne con un inofensivo bofetón—. Eres hija de Nig el nigromante y de la Sibila. Si hay algo a quien debe temer el Midgard es a tu furia.

Mei sonrió y negó con la cabeza.

—Ya puedes decir lo que quieras. Lo que has hecho ahí arriba...

—No he hecho nada.

—Los cojones que no —replicó Naruto guardando sus espadas. Echó un vistazo a sus espaldas, y una oleada de orgullo por Sakura lo barrió de arriba abajo al ver lo que la Generala había provocado con su poder. Y era de su equipo—. Excelente tu aportación, Generala.

—Su aportación no tiene valor cuando actúa de manera inconsciente —gruñó Indra encarándose a los demás. ¿Estaban todos locos? ¿Nadie se había dado cuenta de los riesgos que había asumido Sakura? Ni siquiera se había apartado de la explosión eléctrica; y, en cambio, todos la felicitaban. Y a él le entraron los mil demonios cuando se dio cuenta de que no tomaba precaución alguna para cubrirse, de que parecía que quería que la mierda le salpicara.

—Su aportación decanta guerras, Indra de las Highlands —aseguró Naruto sin mover un músculo de su esculpido rostro. Lo estaba desafiando abiertamente a que le llevara la contraria.

Indra le respondió con un gesto calcado. Vaya, así que el Engel volvía a las frías formalidades.

—Tú eres su líder, Engel —escupió Indra—. Debiste darte cuenta de que no tomaba ningún cuidado allá arriba —señaló al cielo con el índice—. Debes salvaguardar a tu equipo. Protegerlo.

—¿Ahora me estás sugiriendo cómo llevar a mis guerreros? —Naruto dio un paso al frente, con los labios en una media sonrisa, más peligrosa que cualquier gesto aciago y amargo—. Sakura no es mi subordinada. Es mi aliada: la Generala de las valkyrias. Y está a mi lado. Ella trabaja a su modo, y yo la respeto. Si se te han encogido los huevos al ver que tal vez prefería sufrir los efectos de una explosión a tener que soportar tu irascibilidad y tu rencor, eso es asunto tuyo. No culpes a los demás.

Sakura agrandó los ojos y después miró agradecida a Naruto.

¿Insinuaba que Indra estaba preocupado por ella? No. Lo que sucedía era que si la explosión la dejaba malherida, él no podría consumar su venganza.

En Chicago, Naruto trató mal a Temari y fue Sakura quien se encargó de abrirle los ojos. Ahora, era Naruto quien intentaba abrir los ojos a Indra en beneficio de la poderosa valkyria.

Temari, que acababa de llegar, se pasó la mano por la cola alta y la lengua por el colmillo izquierdo. Tenía las mejillas manchadas de hollín, como todos. Sakura jamás había visto a Temari con aquellas ansias de matar a alguien con tanta beligerancia, pero lo percibía en sus ojos rojos cuando miraba al escocés: su florecilla quería destrozar a Indra. Era la única realidad que leía en su mirada.

—Estás equivocado si crees... —intentó replicar Indra.

Pero Mei resopló y le interrumpió.

—Háblale a esta, isleño —alzó la palma de la mano y se la puso en la cara, ignorando la actitud temperamental del highlander—. Eres tú el único que no te das cuenta de lo que haces con una valkyria como ella. Pero, ¿sabes qué? Estoy deseando que llegue el momento en el que todo esto te salpique en la cara.

Indra alzó la barbilla. De acuerdo, era normal que todos estuviesen en su contra. Sabía que no se estaba portando bien, pero él era un hombre que asumía riesgos y era consecuente con lo todo lo que hacía.

Sakura lo estaba mirando con aquella cara de sabionda y orgullo hacia sí misma, como diciéndole: «¿Ves, isleño, lo que te estás perdiendo»".

Pero él ya sabía lo que se perdía. Que le rompieran el corazón otra vez; y que todas sus ilusiones y su confianza se fueran al carajo en un abrir y cerrar de ojos. Así que no. Definitivamente, no.

Tomó a Sakura de la muñeca y la acercó de un tirón.

—Me parece perfecto que la defendáis. Respeto vuestra actitud —añadió con severidad. No le caían mal. De hecho, serían miembros que él aceptaría gustoso en su clan, pero no iban a meterse donde no les llamaban—. No obstante, recordad que Sakura está conmigo. Y soy el laird.

Tiró de ella y la alejó de sus amigos.

Se la llevaría a su territorio. A su terreno. A su mazmorra bajo su fortaleza.

Y allí, por fin, acabaría su venganza y la dejaría ir, rota y vacía como ella le había hecho sentir a él durante tantos siglos en el Midgard.

Le haría daño porque no soportaba tenerla cerca durante más tiempo sabiendo que ella nunca le había amado. Y, en cambio él, pobre diablo enamorado, le había entregado su único corazón.

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Escocia

Eilean Arainn

Temari aprovechó su don para trasladar a su grupo a través de la antimateria y conectar ambas tormentas, la de Inglaterra y la que arremetía en Escocia con fuerza.

En la isla de Arran las cosas seguían como antes, a excepción de que Buchannan había hallado una señal fija y definitiva en Lerwick, y había abandonado el castillo para rastrear la zona y acabar de situarlos.

El Tridente al completo seguía en la enfermería, con Logan como el menos perjudicado. Mervin y Kendrick continuaban en estado muy grave, con algunos de sus miembros amputados.

Deidara Kamiruzu y Homura Mitokado habían hablado con Naruto en Amesbury sobre la situación de los vórtices electromagnéticos de la tierra. Al parecer, la energía del orbe se había disparado por completo y, ahora, después de la activación de Amesbury y del portal que había abierto Shisui a través de su propio cuerpo en Stonehenge, eran varios los lugares que podían despertar, porque había propiciado una superactivación en cadena.

«La Tierra es como el cuerpo humano —había dicho Deidara Kamiruzu—, solo hace falta tocar los puntos correctos para que todo despierte».

A Naruto le había hecho gracia el símil y lo había empleado para explicar a los miembros de su equipo cómo estaban las cosas.

Lamentablemente, el druida del clan keltoi de la Black Country se había sacrificado por ellos y había utilizado su persona como un superconductor entre dimensiones, haciendo regresar a Heimdal al Asgard e impidiendo así la entrada a él por parte de los jotuns. Todos estaban muy afectados por la desaparición de Shisui e intentarían que la preciada científica, que era la reciente cáraid del vanirio, no muriera de pena y desesperación.

Ahora, no solo no sabían dónde estaba la lanza de Odín, sino que, además, eran varios los lugares despiertos en todo el globo terráqueo. ¿Cómo mantenerlos bajo control? ¿Cómo cerrarlos?

¿Dónde estaba Hummus?

¿Qué había en Lerwick y dónde estaban los esclavos?

Eran demasiadas las preguntas sin respuesta. Y, en medio de todas esas incógnitas, Indra y Sakura disputaban su propia batalla, casi más descarnada y violenta que la que libraban contra los jotuns.

Mientras Mei y Temari descansaban con sus respectivas parejas, atentos a los monitores de los vórtices, la Generala y el highlander iban a iniciar una nueva riña.

Indra arrastró a Sakura a las plantas inferiores. La llevó a través de un pasillo revestido de piedra e iluminado con pequeñas antorchas y se detuvo en una puerta con una inscripción en gaélico: «Hoy duele. Mañana será un recuerdo placentero».

Sakura tragó saliva al leer lo que ponía y se clavó las uñas en las palmas de las manos. Una nueva sesión para ella estaba al caer, y esta acabaría matándola de la pena y de la rabia.

Indra le había dicho que avisaría a la maldita Ada y que vería todo lo que le hacía mientras otro hombre jugaba con ella.

La furia y una fuerte desazón se instalaron en su alma.

Indra estaba completamente decidido a acabar con todo aquello. Desde que Sakura había regresado se sentía enfadado con todo y todos.

Pero, esa noche, tenía tanta rabia que incluso las manos le temblaban. Hubo algo en la actitud de Sakura en Abbey Church. Algo a lo que no supo ponerle nombre y sobre lo que no le apetecía nada meditar.

Abrió la puerta poniendo un código en la pantalla digital, pero antes de darle al botón verde para aceptar, Sakura lo tomó de la muñeca. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, en un perfecto gesto de sumisión.

—Indra...

—No me llames así —le gruñó como un ogro.

Sakura tragó saliva y negó con la cabeza. Su rostro se mantenía oculto por la posición de su cabeza. Las dos trenzas rosas colgaban cada una por encima de su hombro. Seguía siendo una guerrera y una luchadora; pero nada de eso valdría para recibir compasión o respeto por parte del einherjar. No había de eso para ella.

—Cuando crucemos esta puerta... ya no habrá marcha atrás. No para mí. —Levantó la barbilla y mostró sus ojos rojos, sin vida.

Indra parpadeó y maldijo en silencio.

Sakura le afectaba, aunque él no quisiera. Y ella lo sabía. Por eso le hablaba así por eso fingía pasarlo tan mal como él.

Pero no daría un paso atrás. Su decisión estaba tomada.

—Cuando tú cruces esta puerta y yo salga a través de ella no te molestaré más. Ya no habrá nada pendiente entre nosotros. Serás libre.

A Sakura le tembló la barbilla y parpadeó rápidamente para secar las lágrimas que, atrevidas, querían mostrar sus debilidades y su dolor al mundo.

A Indra.

—¿Eso es lo único que hay pendiente entre tú y yo? ¿Un mísero polvo? ¿Mi virginidad?

Indra sonrió y negó con la cabeza, incrédulo al ver lo bien que actuaba la pelirosa.

—No te hagas la ofendida... No eres así.

Sakura le clavó los dedos en la gruesa muñeca que sostenía.

—Tú no tienes ni idea de cómo soy. Pero si entro aquí, ya no importará. No importará nada —susurró con los dientes apretados—. No me esforzaré más. Todo. Todo, ¿me oyes bien?, se perderá. Lo que una vez fuimos ya no existirá. Todo lo que te quise...

—Me da igual, esclava —contestó retirando la muñeca para mirarla de reojo—. Cuando salgas de aquí, lo único que me interesa de ti ya lo habrás perdido.

Sakura palideció y se obligó a mantener su autocontrol a buen recaudo. Indra había utilizado todas las artimañas posibles para ofenderla; aun así, seguía sintiéndose mal cuando las empleaba contra ella.

De acuerdo: él quería mover su última ficha.

Que lo hiciera y la dejara tranquila.

—Entonces —los ojos de Sakura perdieron su rojo furia y se convirtieron en aquel celeste aturquesado frío e inexpresivo que solo ella sabía emplear al mirarlo—, no perdamos el tiempo. Esa es tu decisión.

—Sí; y es el precio de tu libertad. ¿La quieres? ¿Valoras tu rango y tu respeto?

—Valoro lo que soy y tú no me harás creer lo contrario, señor —escupió con sorna.

—Lo sé. Sé lo que eliges siempre por encima de todo lo demás —aseguró desilusionado—. Pues, si lo quieres, paga el peaje, valkyria.

—Después, ¿me dejarás en paz?

—Sí.

—¿Guim?

—Guim. Trato —contestó Indra. Sintió una leve punzada de melancolía al recordar todas las veces que hicieron tratos en el Valhall, cuando él la amaba a ella. Ahora el trato era bien distinto.

Sakura se sintió como una puta o una fulana. Vendería su cuerpo por recuperar su dignidad. ¿Pero qué dignidad le quedaría después de que entregara su tesoro más preciado de un modo tan asqueroso e impersonal?

¿Cómo iba a respetarse a sí misma?

Cuando entraron en la mazmorra, Sakura encontró una sala oscura aunque levemente iluminada con velas.

Varios instrumentos de castigo utilizados en las sesiones de BDSM estaban estratégicamente alumbrados por el reflejo de los cirios.

En una esquina había una jaula colgada del techo; a su lado, un potro con cadenas; más abajo, una Cruz de San Andrés. En la pared, anclados, cuatro grilletes. A mano izquierda, una estantería de puertas de cristal mostraba todo el instrumental para azotes y flagelaciones, espéculums anales y vaginales, garras de placer y ruletas de Wartenberg...

Sakura exhaló azorada al ver todo aquel armamento para sexo salvaje. ¿Se suponía que lo utilizaría en ella?

Un gemido y una especie de ronroneo femenino le recordó que había una invitada con ellos: Ada, la sumisa de su einherjar.

«Zorra. Zorra. ¡Más que zorra!», la insultó mentalmente.

Ada tenía el torso apoyado en un potro recubierto con piel roja. Tenía las piernas separadas por unas barras de separación de acero inoxidable con cierre por llave Allen. Y los brazos estaban inmovilizados a la espalda, cubiertos con una funda de brazos de cuero cilíndrico con diez candados. Miraba hacia el frente, hacia ella.

Si los pensamientos se materializaran, Sakura tendría una lanza clavada en la frente; y Ada un extintor en el ano.

El antagonismo de las dos mujeres se palpó en el ambiente.

La Generala pensó que se debía ser muy valiente para someterse así ante un hombre. Solo por eso respetaría un poco a aquella humana.

Indra sonrió y miró al frente. De entre las sombras, apareció Theodore con una sonrisa de medio lado, unos pantalones de cuero negro desabrochados y el torso descubierto. El einherjar rubio de pelo liso le dirigió una mirada llena de promesas de venganza. Un hombre miraba así cuando odiaba mucho y, ante todo, cuando se le había hecho mucho daño. Theodore y Indra miraban igual.

Que Indra hubiera elegido a Theodore para reducirla y someterla fue la última bofetada que recibiría de él. La última. Ya no más.

No lo entendía. ¿Qué le había hecho Sakura a ese guerrero?

—Encárgate de la esclava —pidió Indra con voz ronca—. Súbela a las cuerdas y colócale la correa corpiño y el separamuslos.

Sakura se estremeció y Ada sonrió con lujuria sin dejar de mirarla. Al parecer, a la mujer le gustaba lo que veía.

—Hola, esclava —la saludó Theodore mirándola de arriba abajo—. Las ropas de las valkyrias —le susurró al oído— se parecen bastante a las de las sumisas.

—Lo dudo —contestó ella mirando en todo momento por el rabillo del ojo a Indra. Dioses, nada le amargaba más que observar cómo ese hombre acariciaba y calmaba a Ada, diciéndole tonterías al oído y acariciando su espalda desnuda, sus nalgas, sus mus- los...—. Eso es como decir que tu madre y el feo de los Goonies son la misma persona. —A Sakura le encantaban las películas que Naori subía al Asgard. Una de sus favoritas era Los Goonies—. Pero hoy es tu día de suerte. Vas a tener a una valkyria de verdad para ti solo —lo miró por encima del hombro.

Theodore apretó los labios y su mirada de acero se acentuó.

—Yo ya he tenido a una valkyria, zorra. Y no le llegas a las suela de los zapatos.

Sakura arrugó el ceño. Le hablaba como si ella tuviera la culpa de que no estuvieran juntos.

Sintió asco cuando Theodore la desnudó delante de Indra. La bilis le subió a la garganta y estuvo a punto de vomitar.

¿Adónde habían llegado? Quería matar al highlander.

La amargura la inundó; y agradeció incluso que Theodore le cubriera los ojos con un pañuelo negro. Una vez desnuda, el einherjar limitó sus movimientos con las correas corpiño de bloqueo: los brazos en la espalda, y los muslos separados completamente.

Maldita sea, ese hombre podría verlo todo. Un hombre que no era Indra la tocaría, la inspeccionaría y la castigaría... Carraspeó, porque jamás se había sentido tan nerviosa.

Escuchó el sonido de los cuatro candados cerrarse y, después, abierta y desnuda como estaba, Theodore la alzó del suelo y la afianzó a las correas que colgaban a la altura de su rostro. Cuando acabó, le dio un toquecito en la pierna izquierda; y Sakura empezó a dar vueltas sobre sí misma, como si se tratara de un inocente columpio en el que poder balancearse.

Alguien empezó a cantar. Sakura, que como buena valkyria amaba la música, no pudo reconocer quién era el artista. Pero parecía que estuviera cantándole a ella al oído. Era una letra para alguien con las heridas abiertas y cubiertas de sal. Era el Battle scars de Lupe Fiasco.

The wound hails but it never does.

That's cause you're at war with love

You at war with love

These battle scars, don't look

like they ́re fading

Don't look like they ́re ever going away.

They ́re never gonna change

These battle...

Las heridas se curan, pero en realidad nunca lo hacen.

Y eso es así porque estás en guerra con el amor.

Estás en guerra con el amor, sí.

Estas cicatrices de batalla no parece que desaparezcan.

No parece que se vayan...

Ellas nunca van a cambiar.

Estas batallas...

Mientras la música sonaba y esos hombres cantaban al dolor y al desamor, Sakura permanecía a la expectativa, escuchando los gemidos de placer de Ada, mientras a ella nadie la tocaba. Mientras ella permanecía colgada, sola y desnuda.

Esa mujer, la humana, disfrutaba de todo lo que le estaban haciendo. De todo.

A Sakura la espalda le ardió. Las alas le dolían.

Los ojos le quemaban por las lágrimas que no podía derramar.

Pero algo hizo que saliera de su autocompasión.

Fueron los roces de las colas de los látigos en sus muslos abiertos, en su espalda, en sus nalgas... El escozor, el picor, el dolor... Todo hizo que se envalentonara y que dejara de pensar en si se sentía o no humillada. Nadie podía fustigarla así; nadie lo hizo jamás, ni en el Asgard ni en otros reinos. Pero era el peaje por su libertad y quería recuperarla.

No iba a gritar ni una sola vez.

No iba a utilizar la palabra de seguridad.

No les daría ese gusto.

Olvidaría que era otro quien la estaba tocando. Solo Indra la había acariciado así. Solo él. Ahora, Theodore, otro hombre que también le tenía inquina, estaba aprovechándose de su vulnerabilidad.

¿Podría llegar a perdonar algún día?

Lo dudaba.

Entonces, después de perder la cuenta de los látigos que la tocaron sin llegar a provocarle excesivo dolor, las particulares caricias desaparecieron. Y ella se quedó sola y temblorosa, columpiándose hacia delante y hacia atrás en aquellas correas.

I wish I couldn ́t feel

I wish I couldn ́t love

I wish that I could stop coz it hurts so much

Coz I'm the only one trying to keep us together

Ojalá no pudiese sentir

Ojalá no pudiese amar

Ojalá pudiera detenerme porque esto duele demasiado

Porque soy el único que intenta mantenernos juntos

Indra siempre creyó que cuando tuviera a Sakura podría hacer con ella lo que quisiera porque ese era su derecho. Porque eones en el Asgard muerto de amor por ella le conferían ese poder.

Para él, el hacer algo con ella podría ser cualquier cosa, porque la odiaba. La odiaba a muerte.

Porque Sakura había sido su muerte y su sufrimiento.

Su dolor y su agonía.

Esa preciosa y bella valkyria le había arrancado el jodido corazón.

Por eso consideraba que podía hacerle lo que le viniera en gana.

Pero, cuando vio que Theodore empezaba a desabrocharse los pantalones y dirigía las correas para encararla hacia él, el estómago se le encogió.

Un puño le oprimió la garganta y el pecho; y mientras acariciaba a Ada no pudo hacer otra cosa que mirar, atónito al ver que seguía exigiendo privilegios sobre ella. Repugnado al saber que le molestaba ver que otro se acercara a Sakura, y que la hubiera visto desnuda, expuesta y abierta por completo.

Indra apretó los dientes y se acercó a Theodore con el índice sobre los labios, obligándole a que permaneciera en silencio.

Con los gestos de sus manos le ordenó que se encargara de Ada.

Theodore negó con la cabeza; y Indra le dirigió, por primera vez, una mirada que pregonaba muerte y venganza. Que rezumaba propiedad y posesividad.

Theo frunció el ceño sin comprender la actitud de su laird; pero se encogió de hombros, y se apartó de Sakura para empezar a tocar a Ada, que gritaba a gritos que Indra la follara y se dejara de juegos.

El cuerpo de Sakura oscilaba tembloroso, y Indra se apiadó de ella y le acarició las alas con los dedos.

—Chist... —le dijo, extrañamente conmovido.

Sakura negó con la cabeza y ocultó el rostro, inclinando la cabeza hacia abajo.

—No me toques las alas o te arrancaré la cabeza, Theodore.

Indra se detuvo, pasmado al captar la amenaza real en la valkyria. Sakura no sabría que era él. Se pensaría que sería Theodore.

Indra y Theodore se habían rociado los cuerpos con spray de menta, y eso les anularía sus olores personales. Sakura no podría detectar que era él quien la tocaba.

Indra continuó acariciándole las alas porque no podía no hacerlo.

—No me toques, pedazo de cabrón —gruñó ella entre dientes.

Indra la ignoró y le acarició el interior de los muslos y las nalgas desnudas. Anonadado, la rozó entre las piernas. Desnuda para él. Enseñándole sus secretos.
Hacía tantísimo tiempo que no veía su sexo. Suave, rosa y pequeño. Una rajita que había adorado y mimado hasta la saciedad. Él se mordió el labio inferior y se desabrochó el botón del pantalón mientras se colocaba entre sus piernas.

A Sakura le entró la desesperación. No quería aquello. No era tan fuerte, no tenía tanta cara... Si se dejaba follar por un hombre de esa manera, a ella, que era la valkyria más digna del Valhall, ¿qué le quedaría?

Nada. No le quedaría nada. Ya no tenía corazón. Pero conservaba el amor propio, y echó mano de él.

—¡Indra! —gritó Sakura presa de los nervios. No podía dejar su virginidad así como así. Ella siempre había querido entregársela a Indra, y ese hombre la acababa de entregar a Theodore como una furcia esclava. Su voz se rompió y la desesperación hizo que gimiera y sollozara por primera vez en su vida—. ¡Haz que pare!

Indra escuchó el ruego y negó con la cabeza, hundiendo la nariz en la curva del cuello y el hombro. No, no podría detenerse nunca. Ya no.

Piel con piel. Necesitaba sentirla piel con piel. Le urgía poseerla. Su olor le enloquecía.

Ada gritaba:

—¡Dios, Indra! ¡Sí! ¡Así!

Theodore se estaba beneficiando a Ada, y la humana se pensaba que era él.

Sakura dejó caer el cuello hacia atrás y lloró.

—¡Indra! ¡Bájame, por Odín!

Pero Indra no podía bajarla. Sus ojos estaban fijos en ella: en Sakura abierta y su sexo llamándolo; su cuerpo pidiendo que tomara lo que era suyo.

—¡Si no quieres que te haga nada, pronuncia la palabra de seguridad, esclava! —gritó Ada con desdén—. ¿No tienes ni idea o qué, estúpida? Sí, sí... Sigue, Indra. Más profundo... —ronroneó perdida en el placer.

Sakura escuchó lo que decía la humana.

No daría importancia a su insulto, ni tampoco a su desprecio. La achicharraría en otro momento, pero no en ese.

Tenía una palabra de seguridad. Una que podía utilizar para detener ese maldito juego. No le importaba quedar como una cobarde ante él. Ese guerrero le había demostrado mucho en esos días juntos; y lo principal era que no guardaba ningún sentimiento hacia ella.

Se armó de valor y tomó aire para pronunciar la palabra de seguridad. De acuerdo, se rendía. Y lo hacía porque su cuerpo era de ella. Y nadie que no fuera Indra iba a tomarlo sin su consentimiento.

—Fóllame.

Indra se detuvo en seco.

La valkyria había inclinado la cabeza y era como si le mirara de frente, pero no podía ver con sus ojos cubiertos por la tela negra.

Cubrió sus pechos con las dos manos; y Sakura, asustada, negó con la cabeza.

—¡No! ¡No! Fóllame... ¡Fóllame!

El highlander se cegó. Por fin Sakura sería suya. Su venganza, consumada; su tormento, aniquilado y su ansiedad, apaciguada.

—¡Es mi palabra de seguridad! —le explicó ella pensando que se trataba de Theodore—. ¡Indra la sabe! ¡Indra! —exclamó esperando que el otro hombre le diera la razón.

Pero Indra estaba entre sus piernas, acariciándose la erección, pensando que sus deseos eran órdenes. Se acercó y le abrió la vagina con dos dedos, para ver cómo estaba de cerrada.

Sakura no se lo podía creer. ¿Nadie iba a hacer nada por ella?

—Eres una mierda de amo, ¡¿me has oído?! Tú no tienes ni idea de lo que es el respeto. ¡Puedo ser tu esclava, pero la palabra de seguridad es sagrada, cretino! ¡Mamón! —se removía como una fiera—. ¡Deberías respetarla! ¡¿De verdad lo vas a permitir?!

Sakura supo que Indra iba a permitirlo, por supuesto. Otro la tomaría en su lugar. Maldito cabrón, hijo de Angrboda...

Él la cogió por las nalgas desnudas y la levantó ligeramente para apuntalar la punta roma de su pene en la entrada de la joven. Se humedeció los dedos para tocarla y hacerla resbaladiza.

Sakura ni siquiera se quejó. Tampoco gritó. No replicó.

Estaba vendida por completo.

Indra lo había hecho. Se había vengado.

Tomando los últimos resquicios de pundonor que le quedaban, se limitó a soportar aquel trago.

—¡Juro, Indra, que ya no estás en mi corazón! Ya no... —lloriqueó abatida. Y, cuando acabara, ya no estaría en sus manos. Podría olvidarlo; podría centrarse en la misión y después podría encontrar la manera de matarle por lo que le había hecho.

El hombre la tocó y ella dio un respingo.

Sus dedos entraron en su interior. La estaban trabajando por dentro y por fuera. Se detuvieron en su himen y apretaron un poco. Ella se quejó.

El himen roto no era nada comparado con el dolor de otras heridas. Pero esa zona era muy sensible en las mujeres, fueran valkyrias o no.

El highlander quiso arrodillarse entre sus piernas y lamerla ahí abajo. Prepararla debidamente para que recibiera su erección, pues sabía que era muy grande y gruesa. Pero, si hacía eso, perdería el valor y la conciencia regresaría a él; y no deseaba que la culpa le carcomiera. Así que levantó sus nalgas un poco y presionó la erección a su entrada.

Sakura se quejó e intentó removerse; pero no pudo hacer nada para esquivar su penetración.

Indra se deslizó con dificultad hacia su interior hasta que notó, entre tanto músculo tenso y apretado, la barrera del himen de Sakura. Su virginidad.

La joven aguantó la respiración.

Por todos los dioses, aquello era demasiado grande. Le dolía una barbaridad.

Pero no se relajaría y no se lo pondría más fácil. El dolor le recordaría que ella no había cedido; que a ella no le había dado igual.

Indra apretó los dientes y entendió lo que la joven estaba haciendo. Se cerraba, no lo quería a él ahí adentro. Tomó aire por la nariz y amarró sus nalgas con más fuerza. Dobló un poco las rodillas y se impulsó hacia arriba hasta que rompió aquel pequeño muro de carne y se internó, centímetro a centímetro, en su cuerpo.

Sakura estaba tan abierta y expuesta, que a Indra no le fue difícil seguir avanzando hasta que estuvo por completo insertado en su útero, hasta el cérvix.

La Generala echó el cuello hacia atrás y abrió la boca para coger aire. Por Freyja, estaba llorando.

«No puede ser...», pensó aturdida. Había hombres realmente poderosos.

Indra se quedó muy quieto, mirando en todo momento los gestos de la valkyria. Por fin ella era suya. La dicha que sintió al penetrarla por completo no tenía nombre ni descripción. Después de siglos grises en el Midgard, de pérdidas y victorias a medias, poseer a «la salvaje» lo había llenado de una repentina luz.

Sus caderas se empezaron a mover solas, ajenas a las súplicas de Sakura y a su llanto; ajenas a la conciencia y a lo que era correcto y lo que no. Demasiados siglos esperándola, demasiados eones deseándola... Todo demasiado.

La quería. Quería dejar su marca para que todos, sobre todo ella, supieran de quién era, a quién pertenecía.

Se volvió loco y la hizo suya. Daba igual que ella estuviera inmovilizada y colgada al techo; no importaba nada más que el sonido de la carne contra la carne y los tímidos gemidos en los que se habían tornado los primeros gritos de dolor iniciales.

Sakura se humedecía. Lo hacía poco a poco. Y no podía hacer nada para evitarlo. Lo que le hacía le gustaba y la sensación era intimidante. Lo que entraba en ella la rozaba por todos lados y, aunque al principio se había resistido, ahora intentaba amoldarse a su forma y seguir sus envites. Y odiaba disfrutarlo. No se sentía bien consigo misma al estar reducida de aquel modo y pasarlo bien mientras un hombre se metía entre sus piernas. Pero su caprichoso y autónomo cuerpo pensaba lo contrario.

Él solo respondía al contacto, a las caricias de ese macho sobre sus nalgas y a sus penetraciones. Y recibía. Solo recibía.

Theodore no estaba siendo cruel, ni mucho menos. Intentaba hacerla disfrutar a su modo, con su cuerpo. Era, sin duda, intenso.

No lo hacía suave, sino constante, profundo y duro.

Sakura se mordió el labio inferior y se abandonó a las sensaciones pecaminosas y a la decadencia de aquel acto en el que el amor brillaba por su ausencia.

Sexo. Solo sexo.

Las valkyrias adoraban el sexo, eran ninfómanas por naturaleza. Y Sakura por fin sabía a qué olía la copulación.

Olía a hierro, sudor y lágrimas. ¿Y qué más daba? Tal vez no podría tener el amor que siempre había deseado. Pero si moría en el Midgard, lo haría sabiendo lo que era el acto sexual.

¿El amor y la pasión? Había peleado por ello y había perdido.

Pero no haría un drama de su situación. En el Midgard, muchas mujeres tenían sexo por tenerlo; lo hacían con hombres que ni siquiera les gustaban de verdad, que no eran sus parejas... Unas recibían dinero por ello; otras lo hacían porque no sabían lo que querían, y las demás, porque era lo que tenían y se conformaban con ello. Pocas lo hacían con el verdadero amor de sus vidas. Prueba de ello era que tenían varias parejas antes de sentar cabeza.

Ella, en cambio, lo hacía para perder de vista al único hombre que quería, a su pareja, a su einherjar. Él no deseaba su compañía y no otorgaría su perdón. Y, aunque las valkyrias luchaban siempre, hasta la muerte, hasta el final, solo la Generala podía ver cuándo algo no podía ganarse.

Y estaba claro que no ganaría el respeto de Indra, pasaran años o siglos en esa tierra media de mierda. No vencería en esa batalla. Aceptaría su derrota. Asumidos sus pecados y su mea culpa, Sakura gimió abandonada, como nunca lo había hecho.

Indra no pudo aguantar más.

La pelirosa dejaba que entrara en su cuerpo y lo acogía como un puño cerrándose.

Eso lo volvió loco.

Sakura lo succionaba de tal modo que su autocontrol explotó, y se corrió en su interior como un adolescente. La mordió en el hombro para no gritar y escuchó el sonido doloroso de Sakura.

Él, un guerrero versado en el sexo, un amo especializado en la dominación, había caído como un pelele.

—¡Oh, síiiiiii! —exclamó Ada fuera de sí, en medio de su orgasmo.

Indra notó cómo Sakura se envaró al oír la voz de la otra sumisa. Entre los espasmos de su silencioso orgasmo, la espalda empezó a arderle. Le escocía como nunca, le dolía demasiado...

Creyó que la piel se le desgarraba y se le abría.

No entendía nada.

Cogió aire y cerró los ojos. ¿Qué mierda le sucedía a su cuerpo?

Las llamas le recorrieron la columna vertebral y, de repente, algo se liberó en él, llenándole el corazón y el estómago con su calor. La mazmorra se iluminó de azul; un precioso azul eléctrico. Theodore, que taladraba a Ada por detrás, abrió los ojos hasta que casi se le salieron de sus órbitas y le señaló como si fuera un bicho raro.

Indra, ligeramente asustado, retrocedió, saliéndose del interior de Sakura y frunciendo el ceño. La piel de la valkyria refulgía con el mismo color.

—Tío... —murmuró Theo asombrado—. ¿Qué coño...?

Indra se llevó el índice a la boca, obligándole a que continuara en silencio.

¿De dónde venía la luz? ¿De su espalda?

Miró por encima de sus hombros y las vio. Eran ellas.
Sus alas congeladas habían tomado vida. Ya no eran azules pálidas. Ahora eran azules eléctricas, llenas de energía y color, el color que le había faltado, la energía que empezaba a recorrerle de nuevo por las venas.

Grandes, aguerridas y desafiantes. Así eran.

Alas tribales que se movían como las de un águila.

Theo, el otro einherjar, se tocó la espalda y esperó a que las suyas hicieran lo mismo, pero no había ni rastro de alas allí. Su tribal seguía frío y congelado.

Indra se relamió los labios, consternado.

¿Eso era normal? ¿Eso podía pasar?

¿Por qué las de Sakura no se abrían?

Repasó a la Generala de arriba abajo, que seguía temblando presa de la excitación. Dioses, estaba cachonda por lo que él le había hecho.

Miró su sexo. Sí, también tenía sangre. Ya no era virgen.

Ella ya no era... Gimió por lo bajo y cubrió la carne hinchada y expuesta con la mano para darle calor.

Sakura alzó el rostro y le miró sin mirarlo. Ella podía notar el calor y la claridad a través de la tela negra que le impedía la visión.

—¿De dónde viene esa luz? —preguntó con voz ronca.

Indra fue a contestar, pero entonces Sakura dijo:

—No importa, Theodore. ¿Vas a acabar lo que has empezado? —le preguntó traspasándolo a través del pañuelo negro—. Porque espero que no me dejes así. Me estaba gustando y no puede ser que no haya nada más...

Aquello sacó al highlander de su incómoda situación, y sintió como si lo abofeteasen. Sí, acababa de follarse a Sakura. Le había arrebatado la virginidad y le había hecho creer que era otro quien lo hacía. Era muy normal que ella dijera eso.

Pero el dalradiano no le contestó. Se dejó caer de rodillas al suelo y miró sus ingles manchadas de sangre y de excitación.

La volvió a tomar de las nalgas y acercó su rostro a ella. La lamió, y limpió lo que él había hecho. Se tragó su dolor y también el odio.

—Eh, ¿qué haces?

Sakura lloriqueaba a cada roce y se estremecía de placer. Pero Indra no quería darle más, no iba a hacerle nada más.

La vergüenza lo sacudió, y como no supo qué hacer con ella ni cómo enfrentarse a Sakura, se levantó del suelo después de limpiarla, dejándola vacía e insatisfecha, y decidió abandonar la mazmorra.

Theodore se encargaría de bajarla y devolverla a su alcoba.

Él necesitaba pensar.

Cuando se dio la vuelta para huir de ahí y de sus remordimientos, advirtió que seguía con las alas abiertas. ¿Cómo las podía cerrar?

—Mierda... —susurró en voz baja.

Miró a Sakura, volviendo la cabeza, y las alas retrocedieron y volvieron a grabarse en su tatuaje, como si jamás se hubieran abierto.

Claro... las alas obedecían al pensamiento de Sakura.

Apretó los puños y miró al suelo, a sus botas militares... ¿Qué debía hacer ahora? Poseerla le había demostrado algo que se había obligado a negar: Sakura tendría poder sobre él siempre. No importaba lo que hubiera sucedido en el pasado.

Con ese tormentoso pensamiento, Indra se alejó de la sala y desapareció a través de la puerta mecánica, dejando a Sakura con un soberano calentón, a Theodore impresionado por las alas de Indra, y a Ada pidiendo al highlander que siguiera dándole lo que quería.

«Todos equivocados. Todos engañados», ese fue el último pensamiento de Indra cuando la puerta se cerró a sus espaldas.