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Lerwick

Un día después. Islas Shetland

A mitad de camino entre Aberdeen y Noruega, en medio del mar del Norte, se encontraban las islas Shetland.

Buchannan vigilaba con sus ojos críticos y oscuros el movimiento del barco que había atracado en el puerto de la bahía de arcilla, nombre que se le daba a Lerwick.

Los pasajeros, miembros de Newscientists como había investigado y comprobado previamente el atormentado vanirio, estaban sacando cajas y cajas del interior del transporte, y las trasladaban al aeropuerto de Tingwall, desde donde las enviarían a la sede de Noruega.

Alrededor del puerto, además de los ferris nocturnos que comunicaban Lerwick y Aberdeen, y algunos barcos pescadores y transbordadores, se hallaban dos espectaculares drakkar (dragones), barcos vikingos de cascos trincados que eran los máximos exponentes del poder militar de los antiguos sajones y vikingos. Los mascarones de proa representaban una cabeza de dragón, de ahí que a esas embarcaciones se les llamase drakkar.

Se construían utilizando tablas de madera superpuestas, y untaban la unión de las planchas con brea. Eran largos, altos y estrechos; su longitud estaba cubierta por remos a cada lado. Y tenían un único mástil, y una vela rectangular que, en ambos barcos, se encontraba recogida.

Parecía extraño que estuvieran ahí amarrados dos barcos fuera de esa época; pero no lo era si se conocían las festividades de Lerwick. Cada año se celebraba el Up Helly Aa, un festival de fuego o la fiesta de las antorchas, que marcaba el fin de la Navidad. Pero, aunque no Lerwick hubiesen entrado en esas fechas todavía, algunos de esos drakkar que se iban a quemar en tal evento ya estaban amarrados como atracción turística.

Ese día, al anochecer, se haría el primer ensayo de la procesión de las antorchas por toda la isla. Un duque que hubiera pertenecido más de quince años a un comité, guiaría al pueblo y, después la comitiva se reuniría alrededor del puerto y quemarían uno de los drakkar lanzando sus antorchas.

Buchannan, suspendido en el cielo del atardecer, sentado como un indio y oculto entre las nubes, observaba los movimientos de la organización de científicos humanos, todos ellos guiados por nosferatus y lobeznos. Seguían trasladando sus cajas repletas de terapia Stem Cells y las porteaban a otro lugar en el que poder mantenerlas mejor.

En los camarotes de ese transbordador se encontraban los esclavos de sangre, que seguían recibiendo el tratamiento para estar en el punto correcto y saciar a los vampiros que utilizaban la técnica de rejuvenecimiento masiva.

Esa noche atacarían y les tomarían por sorpresa.

Su teléfono sonó y se quedó unos segundo mirando la pantalla. El laird estaba ansioso por que le diera buenas noticias y las tenía.

—Buchannan —dijo la voz de su respetado líder al otro lado.

—Laird —lo saludó él.

—Infórmame.

—Esta noche podemos atacarles y tomarles por sorpresa. Nadie nos espera.

—¿Los tienes perfectamente situados? ¿Has dejado todo preparado?

Buchannan dirigió su negra mirada a los barcos que había bajo sus pies.

—Sí.

—¿Cuándo nos podemos movilizar?

—Ahora mismo si lo deseas. No tardaríais más de tres horas en llegar. Nos daremos prisa y los eliminaremos de un plumazo.

La línea se quedó en silencio.

—Mandy estará orgullosa de ti, Buch.

El vanirio sonrió con tristeza y fijó su mirada en una pareja humana que miraba el drakkar y se hacía fotos con él.

La añoranza le sacudió.

Sí, Mandy. Su adorada Amanda estaría orgullosa de él si supiera que no se había rendido. Pero de nada valía su sacrificio si no podía volverla a ver, pensó abatido.

Confiaría en que todo saliera bien y en que su cáraid no se sintiera decepcionada.

No había sucumbido a la sangre. De algo debía valer su lucha, ¿no?

—Sí, Mandy debe estarlo.

—Nos preparamos y vamos para allá. No pierdas la comunicación.

—No, laird.

—Buen trabajo.

—Gracias, laird.

Cuando cortó la comunicación, Buchannan meditó sobre las consecuencias de lo que iban a hacer.

La destrucción era destrucción, fuera en el bando que fuera.

Él era de los buenos y le habían destrozado, arrebatándole lo que más amaba en su mundo, el pilar de su existencia.

Una vez había perdido eso, ¿qué le quedaba? Honrar su recuerdo a su modo y saber que, cuando volvieran a verse, si la vida lo permitía, ella recordase y valorase que había peleado cada amanecer y cada anochecer en su nombre.

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Escocia

Eilean Arainn

No había visto a Sakura en todo el día.

Indra necesitaba tomar distancia y alejarse de lo que sucedió en su mazmorra. Porque no verla, no mirarla a esos ojos claros que cubrió para hacerla sufrir y que pensara que era otro quien la tocaba, era como si pretendiera que nada de eso había sucedido.

Pero había sucedido. Había pasado.

No entendía qué era lo que removía su interior. Como amo, había sometido a muchas mujeres. A muchas. Aquello no era diferente de algunas cosas que había hecho cuando se lo habían pedido.

Había humanas que, antes de iniciar las sesiones, le habían pedido que las hiciera sentirse indefensas, maniatadas, vulnerables y que las dominara haciéndoles creer que en realidad abusaba de ellas. Como si quisieran que las forzaran solo en sus fantasías.

Los gustos del ser humano... los oscuros y los claros, los viciosos y los perturbados, todos podían cumplirse a manos de un buen amo. Y él lo era.

Pero, con Sakura, nunca buscó el placer de ella, ni siquiera su propio placer.

Su venganza y los métodos empleados para obtenerla no le habían hecho sentir bien. A ninguno de los dos.

Excepto en el momento en el que explotó en su interior. Ahí sí obtuvo placer, pero solo él. Se había quitado la Escalera de Jacob del pene, para que ella no notara lasprotuberancias metálicas y se diera cuenta de que, quién estaba entre sus piernas, era él.

Pero, después de estar con ella, se las había vuelto a poner. Y ahora, si pensaba en la valkyria, en el calor de su cuerpo y en lo perfecto que era para él, aun teniendo el tamaño que tenía, volvía a ponerse duro y deseoso de estar con ella.

Había sido un error; un jodido error dejarse llevar por la ira y arrebatarle la virginidad. No debió tocarla nunca. Y, de igual forma, sabía que sería incapaz de no tocarla cuando volviese a verla.

Porque Sakura, fuera lo que fuese, era un imán para su naturaleza; un activador de su instinto más primitivo y masculino.

Sakura se iba a quedar todo el día en su habitación. Cuando finalizó la sesión, Theodore la llevó allí y la encerró. Menos mal que había puesto unas puertas de seguridad nuevas, porque las anteriores quedaron inservibles después del martillazo de Temari.

La cuestión era que la joven valkyria seguía ahí. Muy cerca de él, demasiado. Y se suponía que él ya no podía amenazarla más con lo de devolverla al Valhall. Sakura había pagado su peaje, ¿verdad? Pero, entonces, ¿por qué no se sentía satisfecho ni a gusto? ¿Por qué no podía sentirse descansado y feliz?

Necesitaba relajarse; y para ello se había pasado todo el día trabajando, repasando los monitores de los puntos electromagnéticos con Madara y Mei, informándose sobre los estados salinos de los mares de Escocia para saber si habían huevos de purs y etones, al lado de Naruto y la hija de Thor.

Ninguno de ellos le hablaba.

Solo conversaban sobre la misión y se repartían el trabajo. Cada uno sabía lo que debía hacer.

Mei era la que peor le miraba. En realidad, la visceral guerrera nunca le cayó mal, al contrario. Le gustaba y le parecía divertida y ocurrente; pero, en ese momento, en La Central, la pelirroja ni siquiera preguntó por Sakura, ni tampoco le insultó o le increpó como venía haciendo desde hacía tres días.

La joven guardó silencio, evitando encontrarse con su mirada y tocando en todo momento al samurái, como si el medio japonés le diera la paz interior que anhelaba. Una tranquilidad que sus nervios, descontrolados por su presencia, buscaban desesperadamente para no originar una nueva guerra.

Estuvo todo el día trabajando para no verla ni enfrentarse a las consecuencias de lo que había hecho. Se mordió la lengua para no preguntarle a Naruto si a él también se le abrían las alas... Pero lo encontró inapropiado.

De repente, todo le parecía muy íntimo y no le apetecía que supieran que, finalmente, se había acostado con la Generala. Bueno, que la había hecho suya.

Ahora se encontraba a lomos de su caballo, Demonio. Sus ojos color obsidiana permanecían cerrados, mientras dejaba que los últimos rayos del sol, que se escondía tras las majestuosas montañas, rozaran su rostro.

Ya no tendría poder sobre ella. Habían hecho un trato y él lo respetaría. Sakura había roto su promesa de amarle eternamente, pero él no desecharía su palabra. Era fiel a esta hasta las últimas consecuencias. La liberaría.

—Se acabó, Sakura —juró al cielo tomando aire por la nariz. Intentaba relajarse, pero la desazón que sentía le encogía el pecho.

La despedida del sol dio paso a la noche. Era momento de dejar su venganza a un lado y centrarse en la misión.

Buchannan estaba convencido de haber hallado la posición exacta de los esclavos con la mercancía Stem Cells. Irían a Lerwick y llegarían al final de todo aquel asunto.

Naruto y Madara le acompañarían; y su fortaleza quedaría flanqueada por los berserkers y su grupo de einherjars. Los trillizos no estaban en condiciones de pelear y se quedarían en reposo hasta que se recuperasen de sus aparatosas heridas, si es que llegaban a recuperarse.

Indra espoleó a Demonio, y juntos descendieron la colina a gran velocidad.

Ahora les tocaba viajar hasta las Islas Shetland, y ver, finalmente, donde dejaban a los esclavos. Podrían encontrar su centro neurálgico y averiguar la ubicación de la sede de Noruega. Solo les quedaba esa por derribar; ese último escollo para aniquilar a la organización de científicos y asesinos que habían querido acabar con ellos, con los seres inmortales como él.

Loki trabajaba con las almas perturbadas y contaminadas.

Pero Odín y Freyja contaban con un grupo de guerreros salvajes que, aunque ajenos a lo que realmente era correcto o no, lucharían a ciegas por sus credos.

O continuidad al Midgard, o Ragnarök.

En unas horas, sabría qué depararía el destino a la Tierra Media.

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Sakura permanecía estirada boca abajo en la cama.

No se había movido desde que Theodore la había encerrado en su cárcel particular, excepto para escribir en su diario, que había dejado abierto bajo la cama, abandonado y olvidado como ella se sentía.

¿Cuántas horas llevaba allí?

Quería descansar, sumirse en el sueño y ver de nuevo el Valhall. Las valkyrias no necesitaban dormir; pero, esta vez, la Generala quería echar mano de algo que eliminase su ansiedad y su tristeza.

Theodore. Había sido ese einherjar quien le había quitado la virginidad.

¿Cómo había sucedido todo aquello?

Siempre creyó que aquel tesoro era de Indra. Siempre imaginó que sería él quien la poseyera, y no un hombre desconocido que, además, la odiara.

Pero, al fin y al cabo, al dalradiano tampoco le caía bien.

Sin embargo, después del dolor inicial y de la vergüenza, su cuerpo había despertado. Le dolía entre las piernas; era un tormento de frustración e insatisfacción. No había llegado al orgasmo, la había dejado a las puertas de los fuegos artificiales.

Hundió el rostro en el espartano colchón y se sorprendió al ver que no derramaba ni una lágrima ya. Sus ojos estaban secos, como la planta muerta de pena que perecía porque no la regaban.

—El mentecato ha puesto unas compuertas nuevas.

Sakura abrió los ojos. Era Temari quien hablaba. Seguramente pretendían sacarla de allí otra vez. No tenía ganas de moverse, quería que la dejaran hundirse en su miseria personal. Que la dejaran llorar en ese momento.

—El trenzas está loco —gruñó Mei—. No dará para puertas —su voz estaba teñida de una risa maligna.

—Apártate —dijo Temari. Se hizo el silencio y después añadió—: Padre.

Algo cortó el viento, algo como por ejemplo, la réplica de Mjölnir que impactó contra la compuerta metálica y la reventó.

Temari y Mei aparecieron a través de una nube de polvo, con los ojos completamente rojos al ver el estado en el que se encontraba Sakura.

Se había cubierto con la manta gris que le había dejado Indra. Tenía el pelo rosa desperdigado por la almohada y, por encima del feo cobertor, el aparatoso collar de perro cubría parte de la nívea piel de su cuello, como un recordatorio de lo manchada que estaba.

Mei tragó saliva y Temari miró hacia otro lado. Jamás habían visto a su Generala en ese estado. Pero ella no quiso ayuda, no quería que la ayudaran. Era como si Sakura, en realidad, necesitara ese trato por parte de Indra, como si ella en verdad creyera que lo merecía.

La pelirroja hizo de tripas corazón y se sentó en el colchón.

Sakura le daba la espalda y seguía inmóvil. Mei alargó la mano y le peinó el pelo rosa y pálido con los dedos. Dioses, aquello no era justo. Y, además, se sentía parte implicada en el castigo de Sakura. Parte responsable. Su nonne había rechazado al amor de su vida para cuidar de ella, para que no se fuera al lado oscuro.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y apretó los labios, acongojada.

—Indra nos ha dicho que ya no estás presa —anunció Temari tensa y dolida por ella—. Sal de aquí ahora mismo.

Sakura exhaló el aire que retenía en sus pulmones.

—¿Dónde está él ahora?

—Se ha ido a Lerwick con Madara y Naruto —contestó Temari—. Nosotras estamos al cargo del castillo.

—Sí, nosotras y los berserkers, y los einherjars... —añadió Mei con los ojos en blanco.

Sakura no dijo nada más y Mei se estremeció.

—¿Está Theodore abajo? —preguntó súbitamente.

—¿Theodore? ¿El einherjar romano estirado? —Mei frunció el ceño.

—Sí —contestó Temari—. Están en el salón. Van a cenar todos juntos. Incluso los pequeños berserkers y sus madres. Lo hacen una vez por semana, ¿sabes? —explicó dulcemente, sentándose al otro lado del colchón y poniéndole una mano sobre la cadera—. Es como una cena de hermandad. Se llevan todos muy bien... Ven, vamos abajo, Sakura. Te gustará verlos.

—¿Y Kawaki?

—También está ahí. No se separa de Izumo —comentó Mei, apartándole la manta de encima del cuerpo. Sakura vestía con una camiseta negra de tirantes ajustada, que dejaba ver sus alas heladas, y unos pantalones cortos del mismo color—. Te pongo las botas y bajas con nosotras. Se acabó tu reclusión.

Sakura, desganada, dejó que sus nonnes le pusieran los calcetines gordos y gruesos que cubrían sus rodillas y las botas de caña alta oscuras.

Temari la tomó de las mejillas con tiento y juntó su frente a la de ella.

—¿Qué demonios te ha hecho ese tipo?

—Estoy bien —mintió apática—. Solo me siento cansada.

Mei y Temari se miraron la una a la otra.

—Ya no eres virgen —señaló Mei con obviedad.

—No —replicó Sakura alejándose de Temari y dándole la espalda a sus hermanas. Tenía que salir de ahí. No podía hablar de lo acontecido en la mazmorra—. Ninguna de las tres lo somos.

—No se te han abierto las alas —replicó Mei con cara de pocos amigos—... Siguen pálidas, no han cambiado de color.

—No. No lo han hecho —se detuvo y miró a Mei por encima de su hombro.

—¿Por qué? —exigió saber, temblorosa y herida por lo que intuía que le había sucedido a Sakura.

La pelirosa se encogió de hombros y no le dio importancia. No podía dársela. Se autoconvencería de que aquello no era importante. Antes era virgen, y ahora ya no. Lucharía por no sentirse mal ni sucia.

—Cosas que pasan.

A Mei el dolor la cegó. Sentía su propia incomodidad, incluso su desasosiego.

—No me puedes engañar. A mí no. No sé lo que ha pasado, pero a mí tampoco nadie me ofende impunemente. Y si te hacen daño a ti, también me lo hacen a mí.

—Eso será ahora, Mei, porque, durante eones, te ha importado bien poco lo que me pasaba —contestó sin medir sus palabras.

—Sakura —dijo Temari alarmada.

—Tienes razón. —La valkyria aceptó su reproche. Sakura no decía ninguna mentira ni omitía ninguna verdad. Las cosas eran tal cual las pronunciaba—. Pero resulta que he vuelto, y tú nunca has dejado de estar aquí —puso una mano sobre su pecho—. Estamos aquí, Sakura. Si no me quieres contar qué ha pasado, no me lo cuentes. Pero siento mucho dolor... Y viene de ti.

Sakura se emocionó al oír sus palabras. Mei siempre la conmovía. La más bruta de todas tenía el don de tocarle la fibra sensible cuando se sinceraba.

—Se me pasará, nonne —intentó calmarla, pero sabía que no lo lograría. Salió por el boquete de la pared sin mirar atrás.

—Y a mí también se me pasará esta angustia —prometió Mei con los ojos turquesas fijos en la espalda alada y helada de Sakura—. Por eso, cuando llegue el trenzas, le mataré.