15
Lerwick
Islas Shetland
Naruto miraba las alas de Indra. Observaba cómo las movía. Eran nuevas, sin duda. Y eso solo podía significar una cosa: Indra y Sakura se habían acostado.
Tenían un kompromiss, por mucho que se odiaran. Y cuando valkyria y einherjar comprometidos se unían, a ambos se les abrían las alas.
Naru esperaba que hubieran arreglado sus diferencias y que Indra se relajara de una vez por todas y viera que nadie amenazaba su liderazgo en su tierra. Eran un equipo y debía entenderlo.
—Al highlander le han salido alas —dijo Madara con gesto serio—. Ahora ya puedes volar.
—Sí. —Indra lo miró de reojo—. Ahora ya nadie podrá dejarme caer como una mierda de pájaro. —Le recordó cuando Madara volaba las colinas del bosque de Galloway y llevaba a Indra en brazos. Lo lanzó por los aires y esperó a que el einherjar supiera caer como los gatos.
Madara sonrió; le pareció divertido hacerlo.
—Entonces, ¿ya has liberado a Sakura de tu restricción? —preguntó Naru clavando los ojos en los pequeños faros de luces que se movían al unísono por el puerto de Lerwick. Eran las antorchas de la procesión. Aquella misma noche se celebraba el ensayo del Up Helly Aa.
Indra permaneció en silencio y revisó en su iPhone el programa de localizadores biométricos que había actualizado. Buchannan tenía razón: la señal procedía del puerto que aparecía bajo sus pies.
Interrogarían a los que estuvieran con los esclavos; destruirían toda prueba de las Stem Cells y, si se terciaba, matarían a todos los siervos y jotuns que se presentaran ante ellos.
—Sí. Ya no quiero nada más de ella —contestó escueto.
—El rencor y la venganza nunca proporcionan contento —sentenció Madara mientras sacaba su chokuto y rozaba la hoja con la yema de sus dedos.
Indra lo sabía; pero saberlo no hacía que compartiera aquella opinión. Él debía enseñar a los demás cuándo le habían hecho daño o cuándo le habían decepcionado. Sino, ¿cómo iban a saber si alguna vez se equivocaban? Si nadie les rectificaba, ¿cómo aprenderían de sus errores?
—El mundo está lleno de perdón, por eso todos siguen comportándose igual de mal —sentenció el highlander.
Naruto negó con la cabeza y miró a Indra con curiosidad.
—¿A qué filósofos lees?
—¿Yo? —preguntó Indra atónito—. No, amigo. La filosofía os la dejo a vosotros, que vais derechitos a alcanzar la iluminación. Ni me interesan los pensamientos existenciales de los demás ni medito tanto.
—Deberías. A veces, en la vida y en la guerra hay que tener la cabeza más fría... Además, ¿de dónde has sacado esa frase? —le instigó el rubio—. ¿De El Enterrador?
Indra sonrió y chasqueó la lengua.
—De Indra de las Highlands, Engel. Consejero, asesino en funciones —se recolocó las hombreras de titanio y miró al frente— ..., y anticristo.
Naruto y Madara lo miraron divertidos. El highlander era un tipo entretenido, de humor algo oscuro y carácter huraño; pero, en el fondo, tenía su punto.
El móvil de Indra sonó.
—Dime, Buchannan.
—Laird —contestó la voz al otro lado.
—Estamos sobre la isla. ¿Dónde te encuentras?
—Hay un transbordador negro y blanco al lado de los barcos drakkar. Es un Ferry de carga rodada. Tiene los cristales tintados, y es de uso privado. ¿Lo ves?
—Sí.
—Bien. La señal viene de allí. Estoy de pie, en la parte superior. ¿Me ves?
Indra lo buscó con sus ojos de kohl, y asintió en cuanto lo localizó.
—Te veo.
—Me quedaré aquí, vigilando y controlando que nadie se escape. El transbordador tiene un doble piso inferior. Allí han bajado cajas con terapia y máquinas de transfusión. Creo que están montando un laboratorio móvil.
Indra atendía a las palabras del vanirio. Era muy coherente construir algo que tuviera movilidad en vez de ubicarse en algún lugar físico y fijo, de lo contrario siempre existía riesgo de que los encontraran y les atacaran.
—Entendido, Buch. La señal biométrica está activada y marca la posición que indicas. ¿Están los esclavos en el interior?
—Sí. No han salido de ahí en todo el día, les he estado vigilando.
—Comprendido. Mantén tu puesto. Nosotros nos internaremos en el Grand Ferry. Cuida que no salga nadie y que los humanos no vean el espectáculo. ¿Podrás hacerlo?
—Yo le ayudaré —aseguró Madara. Él también era vanirio y tenía un gran poder mental. Podría manipular las mentes de los humanos con suma facilidad.
—Perfecto. Adelante, entonces.
Indra cortó la comunicación.
Nadie les esperaba. Eso era lo mejor.
Aunque Indra adoraba los choques frontales y poder adelantarse a los movimientos, también estaba bien porque actuabas con la seguridad del factor sorpresa de tu bando.
Y Buchannan había hecho un gran trabajo que les daba la oportunidad de cogerlos a todos con las manos en la masa.
Se aprovecharían de ello.
Los tres guerreros descendieron y aterrizaron sobre la planta central del gran Ferry. Desde allí, podían ver a la inmensa multitud señalando al barco vikingo que se ubicaba a escasos treinta metros de donde ellos se encontraban.
Las antorchas ardían en sus manos, mientras vitoreaban y gritaban con alegría. El fuego quemaría los pecados de todos, algunos más pecadores que otros. Pero arderían igual.
El mar permanecía en calma; y las luces del puerto conferían una imagen digna de un óleo marino y nocturno.
En la planta de arriba, Buchannan seguía medio oculto, controlando todo lo que pudiera ver de más aquella raza humana, inferior e ignorante; y, sin embargo, protegidos por los dioses y sus guerreros.
Naruto sacó sus espadas y fue a la cabeza del trío. Mientras, Indra seguía mirando la pantalla, controlando el movimiento de los siervos; y Madara preparaba los microexplosivos que instalarían en todo el Ferry y que detonarían en caso de que necesitaran hacerlo.
Bajaron las escaleras que les llevarían a la planta inferior y Naruto abrió la puerta de una patada, con ambas espadas a cada lado de sus caderas.
Indra y Madara lo seguían, el samurái con su chokuto y Indra con sus espadas de einherjar en alto.
No olía demasiado bien. El hedor que emergía de aquella sala completamente a oscuras se internaba en las fosas nasales y recordaba a la paja y los excrementos de las granjas.
Los tres guerreros fijaron sus miradas, y se dieron cuenta de que allí no había ni un bípedo, ni un humano. La planta estaba atestada de cerdos enormes que iban de un lado al otro, buscando y royendo comida por el suelo manchado de orín y mugre.
Indra gruñó desconcertado. Se aseguró de que la señal de los chips siguiera en movimiento y cayó en la cuenta de que eran los cerdos los que tenían los chips.
—Pero, ¿qué coño es esto?
—Joder... —Naruto, incrédulo, no podía creer lo que veían sus ojos—. Madara, contacta con Buchannan mentalmente —ordenó—. Nos han tendido una trampa y puede que esté en peligro ahí afuera.
El samurái lo intentó y negó con la cabeza. Hizo un barrido mental para captar la señal de Buchannan.
—Es el barco. No deja traspasar las ondas mentales. Creo que hay un anulador de frecuencia —afirmó el oriental.
—Entonces sal fuera y encuéntralo —pidió Naruto, mirando a Indra—. Que nos explique dónde vio él que metían cajas en este barco y que los miembros de Newscientists entraban y salían de aquí.
Madara salió a buscar a Buchannan; y Indra se pasó las manos por el pelo, apretando los dientes con frustración.
—¿Qué piensas, Indra? —preguntó el líder de los einherjars.
—Pienso cosas que no me gustan —reconoció muy serio.
Ambos se miraron el uno al otro, casi leyéndose la mente. Estaban en un Ferry perdido en Lerwick y atestado de gorrinos enormes. Les habían asegurado que ahí se encontraban los esclavos... Y no era así.
—Venid a ver esto. —Madara apareció por el marco de la puerta, con gesto muy serio y ansioso.
Cuando subieron a la planta superior, siguiendo al kofun, se encontraron a un hombre vestido de negro, parecido a Buchannan, pero no era Buchannan. No era el amigo de Indra.
El escocés miró al individuo, tieso y muerto, que se sostenía de pie con un respaldo metálico acoplado a su espalda y parpadeó incrédulo.
No. No era Buch.
Era alguien desconocido, una marioneta.
Indra cerró los ojos un instante para entender lo que estaba sucediendo. La conciencia le golpeó con fuerza y su rostro perdió el color.
—Este hombre no ha podido llamarte —aseguró Madara inspeccionando al muerto—. Está tieso.
—Devuelve la llamada al móvil de Buchannan —sugirió Naruto, estudiando los alrededores y lo que acontecía en el puerto. La gente, excitada, estaba preparándose para lanzar sus antorchas al drakkar y envolverlo en llamas.
Indra procedió, nervioso y malhumorado; pero el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.
—No me lo puedo creer... ¡Hijo de la gran puta! —gritó lleno de rabia lanzando el teléfono contra la pared. No podía ser... ¿De verdad Buchannan se la iba a jugar? No quería creerlo. Eso era una encerrona. ¿Qué pretendía hacer?
Naruto y Madara no quisieron hacer más sangre y permanecieron unos segundos en silencio, respetando el malestar de Indra.
—Salgamos de aquí —sugirió Madara, mirando al cielo nocturno—. Vienen nosferatus. Son muchos —aseguró con los ojos oscuros, más negros de lo normal. Se recogió el pelo en una cola alta, como Naruto, y se prepararon para enfrentarse a ellos.
Pero, entonces, la primera antorcha cayó en el drakkar, que tan cerca estaba de ellos, y el fuego prendió con rapidez... La gente siguió lanzando sus antorchas hasta que se percataron de que las llamaradas no eran normales y que el fuego distaba mucho de estar controlado.
A pesar de las llamas, el fuego no era tan agresivo como lo que vino a raíz de él. Los tres guerreros intentaron huir del ferry, pero el drakkar explotó y de él salieron miles de perdigones de luz diurna y otros llenos de ácido que impactaron no solo en los humanos, sino también en los cuerpos de Naru, Madara y Indra.
Madara, que como vanirio se suponía que debía mantener a raya las mentes humanas, fue víctima de cientos de proyectiles de luz diurna, que hicieron que gritara y cayera al mar, sin fuerzas para seguir levitando.
Los cuerpos de Indra y Naru se convirtieron en coladeros; los mísiles de ácido les traspasaban la piel, y algunos se quedaban dentro deshaciéndoles músculos y órganos.
Mientras Indra desfallecía, preso del dolor y la impotencia, clavó sus ojos obsidiana en el humo que tapaba el techo estelar y vio emerger a un grupo numeroso de vampiros jóvenes que iba hacia ellos. Vampiros rejuvenecidos y no decrépitos.
Pensó en lo irresponsable que había sido al no controlar a Buchannan, al fiarse de sus directrices con tanta facilidad. Y recordó las palabras de Sakura que le insinuaban que no confiara en él.
Fue pensar en ella, y sus alas tribales se abrieron de par en par. Sakura siempre provocaría cosas en él, buenas o malas; pero nunca le sería indiferente.
Malherido y desangrándose, retomó el control de su cuerpo y esperó a los nosferatus.
Naruto, por su parte, se lanzó al mar a buscar a Madara. La luz diurna era mortal para los vanirios, y muy dolorosa. El samurái se había hundido en el mar y pataleaba luchando por expulsar de su cuerpo todos los proyectiles que habían impactado en su carne.
Cuando Indra vio que el Engel se lanzaba a rescatar a uno de los suyos, una revelación cruzó su rebelde, oscura e inflexible mente. El líder de los einherjars no solo era un estratega frío; era algo más: un puto héroe empático que arriesgaba su vida por los demás, del mismo modo que los demás la arriesgaban por la suya. Y era admirable.
Buchannan seguiría desaparecido cuando ellos salieran de esa. Pero Indra no descansaría hasta darle caza.
La pregunta era: ¿Saldrían de esa? ¿Todos?
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Escocia
Eilean Arainn
La noche nublada y cerrada cayó sobre la Isla de Arran.
Las olas arremetían con fuerza contra los acantilados y el viento soplaba desaforado. Las calles estaban vacías, y en los hogares las chimeneas prendían encendidas, con los humanos alrededor de ellas, asustados y llenos de terror por el nuevo acto terrorista que acaecía en Lerwick. Ya eran muchos; y en muy poco tiempo.
La gente hablaba de guerras civiles y de terrorismo despiadado... El mundo se sumía en la oscuridad; y los actos vandálicos se sucedían uno tras otro.
Pero los seres como él sabían que todos esos movimientos estaban orquestados por cabezas pensantes más poderosas; por guerreros que ya no tenían escrúpulos y que utilizaban el Midgard como su principal coto de batalla.
Los humanos se corrompían y participaban en ellos con su ignorancia. Igual que los inmortales también perdían la fe, desgastada por el tiempo, y decidían hacer el mal; sencillamente, porque era mejor y más divertido.
—Buchannan.
El aludido, que permanecía cerca de la fortaleza de Indra mirando su majestuosidad y su poderío, se giró para encarar a su laird.
—Laird —lo saludó.
Zetsu sonrió y le dio una mano en un gesto amistoso, mientras con la otra sostenía un cigarrillo. Su cresta blanca y mal peinada estaba ligeramente descolorida. Vestía con tonos oscuros y una gran gabardina negra. El lobezno alzó los ojos opacos hacia la montaña y se relamió los labios.
Ni Buch ni él eran amigos; pero él le devolvería la mitad de su alma a cambio de traicionar al clan de Indra. Por eso Buch se había vendido; porque necesitaba a Mandy con él. Y Zetsu lo sabía.
Zetsu sabía todo lo que acontecía en el castillo. Los chivatos no habían tenido piedad con el highlander, su preciado laird. Primero fue Kidōmaru quien cayó. Después, era inevitable que Buch se tornara al bando de Loki; y él supo cómo tentarle. Las mujeres eran el talón de Aquiles de los guerreros de Freyja, ¿verdad?
Cuando mataron a Mandy, Zetsu le ofreció a Buch devolvérsela con vida mediante la terapia Stem Cells a cambio de que le ayudara en la conquista de Eilean Arainn. El triste y patético vanirio había accedido a ciegas; tal era su desesperación por la pérdida de su pareja...
Primero dejó que se encargara de la destrucción del ESPIONAGE. Zetsu y los suyos no se imaginaban que Indra fuera tan listo y tan obsceno como para llevar un local de ese tipo y controlar así a los patéticos esclavos de los vampiros. Pero lo había hecho, y se había reído de él. Por eso lograron detener la cata de sangre, y por eso impidieron la maldita escabechina en Urquhart Castle. Después de que Buchannan les avisara sobre ello dos días atrás, Zetsu le pidió que enviara a dos esclavos con explosivos al ESPIONAGE y que lo hiciera cuando Indra y los demás estuvieran ahí. Pero Indra no se encontraba dentro, solo los trillizos.
Cuando el vanirio se cercioró de que el local había quedado completamente inservible, no esperaba encontrarse a Indra y a la valkyria protegidos por una extraña cúpula en el exterior. Buchannan no pudo acabar con ellos, así que se hizo pasar por héroe intentando salvar a Logan y sus hermanos, y haciéndolo delante de Indra y la pelirosa guerrera.
Por eso Indra había creído en la palabra de Buch, su ex amigo, y ahora estaba en Lerwick, a punto de ser asesinado. Y matarían al japonés y al rubio de rizos con un solo disparo.
Sonrió. Las cosas le salían bien.
Evitó echarse a reír cuando Buch le dirigió una de esas miradas de cordero degollado. Sabía lo que vendría a continuación: Buch preguntaría por el estado de su mujer y por si la terapia había dado sus frutos.
—¿Mandy ha abierto ya los ojos?
Blanco y en botella. «Patético guerrero».
—A Mandy podrás verla mañana. Sí; está despierta. La terapia ha restituido su cuerpo y sus heridas, y ahora está tomando conciencia de lo sucedido. Tiene mucha hambre, Buch.
Los ojos de Buchannan se iluminaron de alegría y sonrió conforme. La traición valía la pena si era por un bien mayor. Su Mandy merecía su sacrificio; y ardía en deseos de alimentarla.
—¿Y Indra? —preguntó Zetsu pasándose la mano por el pelo de punta y dando una calada a su cigarrillo. A él le interesaba que el maldito laird desapareciera.
—Hice lo que me dijiste. Pasé los chips a los cerdos y cargué el drakkar de munición. Los nosferatus se encargarán del resto. No saldrá vivo de ahí.
Zetsu asintió y miró al castillo.
—La guerrera pelirosa, la de los rayos... ¿Dices que está ahí adentro?
—Sí, Indra la trata como a una esclava. Ella y dos más como ella están ocultas tras las paredes del castillo.
El día anterior, Hidan y Hummus estuvieron a punto de abrir un portal en Aberdey. Uno que les llevaría a Bífrost; desde ahí podrían haber entrado a los reinos del Asgard y joder a los Aesir y los Vanir. Lo tenían todo pensado. Pero el druida de los vanirios de la Black Country encontró a Heimdal y, mediante su cuerpo, abrió un portal directo al reino de los dioses, devolviéndole a su hogar.
Hummus no pudo entrar en el portal porque una valkyria de pelo rosa que lanzaba unos rayos potentísimos, ocasionó una fuerza eléctrica contraria a la que abría el acelerador. Abbey Church explotó; y Hummus se desmaterializó para escapar de ahí.
El semidios todavía se estaba recuperando en su isla.
La valkyria se encontraba en Eilean Arainn, y Hummus exigía su cabeza. Además, necesitaban aniquilar a los berserkers y al clan de Indra para tener campo libre en Escocia. En breve abriría un nuevo foco, un nuevo vórtice, y no querían más resistencia. La tierra ya había despertado, y las puertas se revelaban. Con la lanza de Odín en mano, los reinos se abrirían en cuanto la punta tocara el suelo del Midgard. Y la guerra, la batalla final, se desataría.
Y nadie se imaginaba donde estaba la lanza. Solo él lo sabía.
—¿Por dónde debemos entrar? —preguntó ansioso por destruir aquel lugar.
—Entraré yo primero —le informó Buch—. El sistema de protección me reconoce a mí. Primero desconectaré la seguridad. Y, después, os daré la señal para que os internéis en la fortaleza. No quiero saber lo que haréis —dijo mirando al suelo—. Solo haced lo que tengáis que hacer.
Zetsu se encogió de hombros y se sacó el cigarro de la boca.
—No es un buen momento para los arrepentimientos ni para la toma de conciencia. Elegiste a Mandy y olvidaste todo lo demás, ¿recuerdas?
Buchannan levantó la cabeza y lo miró afectado.
—¿Quién es tu laird? —preguntó Zetsu disfrutando del momento vulnerable de Buch.
—Tú.
—¿Quién te devolverá a tu cáraid?
—Tú.
—¿A quién te debes?
—A ti.
—Entonces, guerrero, que no se te olvide. —Sí. Que no se le olvidara a nadie. Él era el verdadero líder de esas tierras, pero Indra siempre quiso protagonismo, e intentó con todo su esfuerzo impedir que implantara su ley. Ahora, había llegado su momento. Muchos habían caído; Daibutsu, Murasame, Remon, Delta, Kakazu, Khani, Seiya, el mismísimo Hidan... Pero él seguía ahí. Al pie del cañón. Demostraría a Loki y a Hummus que también podía ser digno de su estirpe—. Ve adentro. Y ábrenos el camino.
Buchannan asintió sumisamente y se dio la vuelta para entrar a través de una puerta revestida de piedra de la montaña.
Zetsu lanzó el cigarrillo al suelo y se llenó los pulmones de vanidad. Sacó una ampolla diminuta de su chaqueta, la abrió y lanzó el contenido al mar abierto. Después, alzó el brazo y encendió la luz de su teléfono, moviéndolo de un lado al otro, haciendo señales al resto de su equipo, que esperaba su orden para proceder y hacer lo mismo que él.
El mar estaba lleno de huevos de etones y purs. Las esporas habían dado sus resultados: por fin podían reproducirse en aguas salinas. Aunque sabía que los vanirios y los berserkers intentarían encontrar una nueva terapia de choque, esta vez nada podría detenerles. Tardarían horas en encontrar una solución acuosa para detener el desarrollo de los huevos y, mientras tanto, cientos de etones y purs conseguirían su cometido en tierra firme.
La muerte y la destrucción eran una buenísima carta de recomendación para Loki.
Y él iba a triunfar.
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Sakura observaba, anonadada y enternecida, a la cantidad de niños berserkers que había en aquel salón. Las madres se sentaban con ellos y sonreían y los alimentaban. Ellos gritaban entusiasmados por poder compartir un momento así con todo el clan. Ajenos al odio y al interés que despertaban en sociedades como Newscientists; puros e inocentes. Así eran los niños, fueran de la especie que fueran.
Los machos guerreros se acercaban a ellos y los besaban cariñosamente, para luego reunirse con sus compañeros y dialogar sobre lo que había ido a hacer el laird Indra en Lerwick.
Izumo y Kawaki se sentaron con ella y sus valkyrias, y compartieron la cena.
Se suponía que el joven berserker estaba al cargo de todos esos hombres, por eso los miraba de vez en cuando, controlando todo lo que allí se desarrollaba.
Sakura lo estudió con orgullo: sería un excelente líder si no lo era ya. Se preocupaba por el bienestar de los suyos y tenía carácter. Era afable pero, tras esa afabilidad, había una furia contenida que no pasaba desapercibida. Al menos, no para ella.
Y, en una mesa alejada del resto, se hallaban vigilantes y con caras recelosas, Theodore y los einherjars.
Al menos, ellos habían decidido ignorarla. Menos mal. Porque no quería más altercados; más que nada, porque ya no tenía autocontrol para mantener su furia a raya.
Sakura no sabía qué hacer ni dónde meterse. Ese hombre le había arrebatado la virginidad y le había dado placer. No sabía que las valkyrias pudieran disfrutar con otros que no fuesen sus einherjars. Pero ella, al margen de la violenta escena y de haberse sentido indefensa y vendida, lo disfrutó. Quiso que la hubiera hecho llegar al final, sin pensar si estaba bien o no o si era correcto.
Definitivamente, había algo mal en ella. Algo oscuro, pecaminoso y pervertido para que deseara un poco más de aquella lascivia y de aquel sexo desalmado. Quería más. Más dolor-placer, más venganza, más rabia... Al menos, esa sensación la había hecho sentirse viva, alejándola de la tristeza y el falso estado de sumisión en el que se había sumergido en esos días a las órdenes de Indra.
Pensó en él, y regresaron el dolor y la quemazón en la espalda. «Malditas alas congeladas, cómo duelen», pensó.
¿Cómo había sido capaz? Él, que tanto la había amado; ¿cómo había permitido que otro hombre la hiciera suya? ¿En qué tipo de monstruo se había convertido?
Observó a las mujeres berserkers que estaban emparejadas. Miraban a sus hombres con adoración y respeto, del mismo modo que ellos las miraban a ellas; y se sintió nuevamente celosa, porque ella ya había perdido la oportunidad de ser amada. Porque lo fue y lo echó a perder.
Kawaki miró el plato de Sakura, que seguía lleno. No había comido nada. El pequeño le tocó la mano con la suya más pequeña y miró el pollo y el arroz de Sakura, que continuaba intacto.
La Generala desvió la mirada hacia él.
—¿Qué quieres, pequeño? —preguntó, suavizando el gesto nada más verlo. Kawaki y sus increíbles ojos tenían un efecto placebo sobre sus atormentadas emociones.
—Come —dijo el pequeño forzando sus cuerdas vocales desgarradas.
Izumo parpadeó sorprendido. El híbrido se había erigido como su máximo defensor. Ahí estaba: tan pequeño, tan vulnerable, pero sentado al lado de la Generala y mandándole que comiera. El de la cresta sonrió y miró hacia otro lado.
Kawaki era un príncipe enamorado de una princesa guerrera mucho mayor que él y mucho más fuerte, pero eso no le impedía ponerse en su lugar y cuidar de ella.
—¿Quieres que coma? —preguntó Sakura divertida.
—Todos queremos que comas —aseguró Mei. Guiñó un ojo a Kawaki—. Muy bien, cachorro.
Temari se llevó un trozo de pollo con arroz a la boca y miró al grupo de einherjars, marcando territorio. La hija de Thor no iba a permitir más desafíos ni más insultos. Indra había liberado a Sakura de su maldito trato; ya no estaba condenada. Y un grupito de einherjars sin rango no iba a increparla más.
Una oleada de ternura y también de agradecimiento recorrió a la Generala cuando miró a sus nonnes, a Izumo y a Kawaki.
Tal vez no era la más popular. Indra ya había consumado su venganza y le había dejado claro que no era su valkyria, ni siquiera su pareja. Él prefería a la humana, a esa Ada. Por cierto, ¿dónde estaba? ¿Seguía en la alcoba de Indra? ¿La habría devuelto a su casa?
Sin embargo, nada de eso tenía tanta importancia como saber que, como mínimo, tenía la amistad y el cariño de esas personas que se reunían con ella para cobijarla y flanquearla; para alejarla de las reprobaciones y las duras miradas.
Ella era una líder, como Naruto y como Indra; y, por primera vez, se sintió orgullosa de saber que si la seguían, no era por ser quién era; no la obedecían solo por ser la más salvaje y la más temida; la seguían porque también había ganado una parte de sus corazones. Y eso era más valioso que el simple respeto.
El amor hacía que las personas fueran fieles. Y ellas lo eran a Sakura, igual que ella daría su vida por mantenerlas a salvo. Lo hizo una vez por Mei y, visto lo visto, lo haría de nuevo porque había descubierto que Indra no merecía su amor incondicional.
Un pitido que venía del reloj de Izumo, hizo que las tres miraran su pantalla digital.
—¿Qué es eso? —preguntó Mei.
Izumo apoyó las manos en la mesa y clavó sus ojos amarillos en el techo del salón, como si pudiera mirar a través de él y ver lo que acontecía en las plantas superiores.
—Alguien está manipulando el sistema de seguridad de la for- taleza —susurró con los dientes apretados—. Esto no me gusta...
Las valkyrias movieron las orejas e inhalaron profundamente, esperando detectar olores y aromas propios de los cuerpos enemigos.
Cuando los detectaron, la respuesta no se hizo esperar.
—¡Berserkers! —gritó Izumo, entrando en mutación—. ¡En guardia! ¡Han entrado a la fortaleza!
Se subió sobre la mesa, tirando platos y vasos. Echó el cuello hacia atrás y sus músculos se desarrollaron, adquiriendo el doble de masa corporal. Sus ojos amarillos brillaron con desafío, los colmillos se le desarrollaron y el pelo de la cabeza le creció en una larga melena negra.
Las valkyrias, con Sakura a la cabeza, hicieron lo propio y corrieron a cubrir las entradas del salón.
Los einherjars intentaron abrir las compuertas de la sala, pero permanecían bloqueadas. La única salida disponible era la que les llevaba al Santuario.
Los guerreros actuaron con celeridad. Las mujeres huyeron con sus cachorros por la salida trasera.
—¡Coged las Lancias y sacad a los niños y las mujeres de aquí! —ordenó el berserker llevándose la mano a la espalda y tomando su oks extensible. Las Lancias daban a la salida del mar y, desde ahí podrían huir.
Sakura estudió la situación con visión crítica. No sabía quién había entrado allí y había manipulado la seguridad. Los gritos de los guerreros que iban cayendo inundaron el salón.
Las berserkers y sus críos huyeron por la única salida que permanecía abierta; y los guerreros que tenían a su familia entre ellos les siguieron para protegerlos.
La puerta metálica que conectaba con las demás entradas del castillo se abrió y, a través de ella, aparecieron Zetsu y su séquito de lobeznos y vampiros.
Temari se colgó del techo y gritó:
—¡Padre! —Mjölnir se materializó en sus manos.
—¡Al ataque! —gritó Izumo con los ojos fijos en Zetsu.
Los einherjars sacaron sus espadas y se dirigieron a detener a aquella estampida de jotuns que entraban sin remisión, dispuestos a exterminar a los suyos.
Izumo negó con la cabeza al mirar a Buchannan.
—¡Traidor! —gritó, dando un salto por encima de las cabezas de los berserkers que sí se quedaron a luchar—. ¡Valkyrias! —las miró por encima del hombro—. ¡Llevaos a Kawaki de aquí! ¡Sacadlo por el Santuario!
Sakura cogió a Kawaki en brazos y se lo colocó a la espalda, a caballito.
—¡Yo le protegeré! —aseguró poniéndose en guardia y llenándose las manos de rayos.
Mei negó con la cabeza y se ubicó delante de la Generala.
—Vete, nonne —le pidió con los ojos totalmente rojos y el cuerpo envuelto en energía electroestática—. Llévate al cachorro.
Sakura parpadeó atónita. Ella era «la Salvaje», la más fuerte de las valkyrias. Debía quedarse para luchar, para pelear. Ese era su sino.
—¡Fuera las tres! —gritó Izumo—. ¡Aseguraos de que los críos llegan a salvo y salen de aquí! —La camiseta del berserker se desgarró y mostró el musculoso torso descubierto, lleno de cicatrices de todo tipo.
Temari lanzó su martillo, que Zetsu y Buchannan esquivaron a la perfección; pero no tuvieron tanta suerte tres nosferatus que volaban por los aires, dispuestos a desgarrar su garganta.
Izumo saltó para cubrirla y arrancó la cabeza de un cuarto que pretendía arañar el torso de la hija de Thor.
Sakura lanzó rayos a diestro y siniestro que impactaban y chamuscaban a los lobeznos de fauces amarillentas y ojos sin vida, que corrían por las paredes laterales, en manada, dispuestos a arremeter contra todos.
—¡Saca a Kawaki, Generala! —pidió Izumo agachándose para evitar las uñas afiladas de un lobezno. Se levantó y, tal y como lo hizo, le asestó un puñetazo en el pecho, hasta hundirle los dedos y arrancarle el corazón—. ¡Sácalo ya!
Sakura lo haría, pero no sin haber dejado noqueados a todos los jotuns que estuvieran pisando suelo firme.
—¡Arriba todos! —gritó. Kawaki se agarró a su cuello y hundió el rostro en su espalda.
La joven se acuclilló en el suelo y colocó ambas palmas abiertas en el suelo de madera.
—¡Que no se escape la de pelo rosa! —gritó Zetsu acabando con la vida de un berserker—. ¡Traédmela!
Mei se lanzó a por Buchannan y lo electrocutó con un rayo para proteger a Sakura. Agarró un mechón de pelo del vanirio, pero Zetsu le enseñó las garras y la hirió en el muslo con ellas.
—¡Hijo de puta! —gritó Sakura—. ¡Sal, Mei! —le ordenó a su valkyria, que obedeció al instante.
La comisura del labio de la Generala se alzó con insolencia. Sus ojos celestes se achicaron y se volvieron rojos.
Los einherjars la miraron atónitos al ver que no se movía y que veinte jotuns, vampiros y lobeznos corrían hacia ella dispuestos a hacerla trizas.
Mei agitó sus bue, y el arco y sus flechas de valkyria se materializaron en sus manos. Armó el arco con cuatro de ellas y apuntó a los jotuns que más cerca estaban de Sakura. Alcanzó a tres vampiros y a un lobezno.
El martillo de Temari impactó sobre cuatro más, destruyéndolos ipso facto. Pero no dejaban de entrar jotuns, y estaban en inferioridad de número.
Izumo se dirigió hasta Zetsu, con su hacha de guerra en mano, pero Buchannan le barró el paso. El joven berserker gritó de la rabia. ¿Cómo Buch había hecho eso? ¿Por qué?
—Te voy a matar, Buchannan...
—¡Arriba, Izumo! —Ordenó Sakura.
Theodore cogió a Izumo por debajo de las axilas y de un salto, lo llevó con él.
—¡¿Qué coño haces, Theo?! —exclamó el pelinegro.
—¡Mira a la valkyria! —pidió el romano.
Sakura tocó el suelo con sus manos y, como una onda expansiva, de su cuerpo emergió una corriente eléctrica que recorrió la estancia, y electrocutó a todo ser viviente que estuviera en contacto con aquella superficie.
Mientras los jotuns gritaban y se chamuscaban uno tras otro, Sakura concedió más potencia a su energía, y no se detuvo hasta que los cuerpos de los indeseables empezaron a arder.
—¡Matadla! —Zetsu, de pie sobre la cornisa de una ventana, protegiéndose de ella, la miraba ensimismado mientras observaba cómo la guerrera procedía. Sakura era un portento de la naturaleza.
Las valkyrias aprovecharon el fuego y el humo que salía de los cuerpos de los enemigos para salir de aquel infierno y sala de incineración en la que se había convertido el comedor del castillo de Indra.
Izumo miró estupefacto la cantidad de jotuns que seguían entrando; no tenía fin. Estaban sentenciados. Como líder, él tenía a su cargo a aquellos guerreros que perdían uno a uno sus vidas. No podían luchar contra ellos. Eran cuarenta contra doscientos. No ganarían.
—¡Tenéis que salir de aquí! —gritó Sakura mirando a Izumo y protegiendo a Kawaki con su cuerpo.
Izumo asintió y, en un acto de responsabilidad, valoró más sus vidas que el honor caído de perder contra Zetsu. Perderían esa batalla, pero no la guerra.
Los pocos berserkers que quedaban en pie junto con los einherjars y las valkyrias corrieron para escapar de aquella cárcel.
Al salir del salón e internarse por el pasillo de piedra que les llevaría al santuario, una fuerte luz les cegó. Sakura que iba a la cabeza, se cubrió los ojos con el antebrazo, mientras con el otro soportaba el peso de Kawaki a su espalda.
—Atrás... —murmuró—. ¡Atrás! —alertó al grupo de guerre- ros, y corrió para cubrirse.
Se hizo el silencio y después... ¡Bum!
Una increíble explosión arrasó con todo lo que se encontraba a su paso y les impactó de lleno. Las valkyrias crearon una pantalla eléctrica que les protegió a medias del impacto de las piedras y el roce del fuego; pero no les salvó de la colisión contra las paredes de roca ni de la fuerza centrífuga de la detonación.
Sakura cobijó a Kawaki bajo su cuerpo, y ella sufrió todos los cortes, quemaduras y arañazos. Se levantó renqueante, tambaleándose a un lado y a otro, con el rostro lleno de sangre y el cuerpo magullado.
—Kawaki —pidió Izumo agarrándose el hombro dislocado, con el hueso completamente salido y atravesando la carne. El pequeño lo miró, con los ojos dilatados, atento a esa aparatosa herida—. Eh, mírame, guerrero... Guía a Sakura hasta los caballos.
Las valkyrias rodearon al pequeño y a la Generala.
—Sácalas de aquí —ordenó el berserker malherido—. Nos dividiremos. Van a por nosotros; si nos dividimos tendremos más posibilidades de sobrevivir.
A Kawaki se le llenaron los ojos de lágrimas y corrió a abrazar a Izumo.
El joven le palmeó la espalda y cogió aire por la nariz.
—Vamos, chico. Salva a las princesas.
Kawaki sorbió por la nariz y asintió, sin tenerlas todas consigo.
Sakura admiró a Izumo por muchas razones pero, sobre todo, por elegir a los demás antes que a él.
—Nos reuniremos todos en la isla de Skye —dijo el guerrero—. En la costa de Wester Ross. Hay unas cuevas y tenemos una pequeña estación base.
—¿Quién más las conoce? —preguntó Sakura. No querían más visitas sorpresa.
—Solo Indra y yo. Es mi casa —aseguró Izumo con tono críptico, devolviéndole a Kawaki.
La valkyria tomó el cuerpo tembloroso del pequeño y le hizo tocar de pies en el suelo.
—De acuerdo, Izumo.
—Tened cuidado y manteneos con vida. Mantenlo con vida —le ordenó con los ojos clavados en la coronilla de su sobrino.
Sakura se lo prometió con la mirada mientras veía cómo Izumo, los berserkers que quedaban en pie y los einherjars, excepto Theo y el moreno Ogedei, se iban con él para desviar la atención de ellos.
Sakura se incomodó al saber que Theo les acompañaría, pero no tenían tiempo para pensar en nada más. Ni siquiera en su vergüenza.
Se agachó y tomó al híbrido por los hombros.
—Sálvame, Kawaki —le pidió acariciando su pelo moreno—. Sácame de aquí.
Kawaki apretó los labios y movió la cabecita de arriba abajo.
Sakura entrelazó sus dedos con los de él, y se dejó guiar por el pequeño cuerpo de aquel crío, que tenía más valor que un ejército de guerreros juntos.
Corrieron para salvar sus vidas.
Y por encontrar un futuro que tal vez había dejado de existir para ellos.
