16

Sakura corría a lomos de Demonio, con Kawaki delante de ella amarrado a su crin como si le fuera la vida en ello. Y le iba.

Ambos pudieron huir del hundimiento del castillo. Lo habían detonado desde la base y se había caído trozo a trozo, pieza a pieza, cacho a cacho dejando un rastro de muerte y destrucción a su paso.

Sabía que ese era el caballo de Indra porque, nada más llegar a los establos inferiores, Kawaki se había dirigido corriendo hacia él.

Los jotuns, con purs y etones incluídos, les habían perseguido sin descanso. Todavía lo hacían, y eran rápidos.

Hacía rato que no sabía nada de Mei y de Temari. Se habían enzarzado con un grupo de etones repugnantes, que las habían acorralado en medio del acantilado. Sabía que seguían vivas porque escuchaba los relámpagos y los gritos de Asynjur, e incluso, desde donde estaba, le venía el olor a quemado de las carnes oscuras de los purs.

Mientras saltaba una inmensa roca con Demonio, meditó sobre la reaparición de esos adefesios de Loki. Creía que el crecimiento de las esporas se había detenido y que los huevos no podían crecer en aguas de concentración salina, por eso los habían esparcido en aguas dulces como los ríos. Pero, al parecer, los purs podían crecer en ambos ecosistemas... Había tantísimos que era imposible que los humanos no los detectaran. ¿Dónde se esconderían? ¿Qué pretendían? ¿Querían salir a la luz?

Sakura miró hacia atrás y lanzó un nuevo rayo contra los vampiros que les acechaban. Le alcanzarían en nada. Ellos volaban, y ella corría a lomos de un precioso animal. No había color. Además, tenía que procurar no lanzar rayos a destajo porque, de lo contrario, Kawaki saldría herido.

No podía permitir que hirieran ni a Demonio ni al crío.

Subió las colinas, galopando como la increíble amazona que era, y siguió la mano del pequeño que señalaba hacia unas rocas.

Sakura nunca imaginó que se vería tan mermada de condiciones para luchar contra esos monstruos inferiores a su poderío. Pero así estaba: herida, con graves quemaduras y perseguida por un grupo de más de veinte jotuns entre los que se encontraban lobeznos, vampiros, etones y purs... Y no había troles porque no había modo de hacerlos nacer en el Midgard. Y, a la cabeza de esos indeseables, estaba Zetsu liderándolos.

Ese tipo tenía una fijación con ella.

Si estuviera en el Valhall con todo su ejército, otro gallo cantaría. Nadie podría vencerla. No obstante, sus fuerzas flaqueaban, y sin su einherjar que pudiera restablecerla de todas las heridas sufridas, al final la alcanzarían.

Siguió las directrices de Kawaki y se encontró frente a unas cuevas con inscripciones gaélicas y nórdicas.

La valkyria bajó del caballo. Sus perseguidores la encontrarían tarde o temprano. Escondió a Demonio detrás de las rocas y, corriendo, se internó con Kawaki dentro de ellas, salvaguardándolo debajo de un orificio escondido en la mismísima cueva. Él la miraba con los ojos bien abiertos. Su rostro estaba manchado de sangre, lágrimas y suciedad. Sakura tragó saliva y estudió las paredes oscuras de la gruta.

Había mensajes en ella, pero no se detuvo a leerlos.

No tenía tiempo.

—Quédate aquí y no salgas —pidió con voz temblorosa.

Kawaki la tomó del antebrazo y negó con la cabeza, azorado y angustiado.

—Sí, Kawaki —le ordenó, desenganchando sus deditos de su piel—. Necesito que tú estés a salvo. Él no soportaría perderte otra vez.

Kawaki parpadeó y frunció el ceño. Intentó salir del agujero en el que Sakura le había metido; pero la valkyria fue más rápida y tomó una roca para cubrir la salida y, al menos, mantener oculto al pequeño.

Haciendo caso omiso de sus gritos desgarrados, la joven salió de la cueva y miró hacia el exterior.

Los jotuns, con Zetsu al frente, ascendían por la colina.

Mirándolos con gesto indolente, entendió que había momentos en los que una valkyria debía tomar una decisión. Arriesgarlo todo o nada. Morir con dignidad o vivir arrodillada. Y no quería vivir de rodillas.

Sabía que ese no debía ser su destino, pero era el privilegio de una valkyria elegir por quién daba la vida y cómo la daba.

Sakura «la Salvaje» siempre creyó que su destino era amar a un solo hombre y darse a él; siempre pensó que comandaría a las valkyrias en la batalla final. Siempre se imaginó gritando al unísono el ¡asynjur! con sus nonnes, cuando ganaran en el Ragnarök. Porque no concebía perder.

Pero, en el Midgard, había descubierto que el hombre que ella amaba no quería nada con ella; que podría perder la vida incluso antes de liderar el ansiado Ragnarök, y que, de ser así, no gritaría el Asynjur al lado de ninguna nonne, porque ellas intentaban salvar sus pellejos al mismo tiempo y estaban separadas.

Por eso, sabiendo que no habría ni una oportunidad para todo aquello que había soñado, decidió que ese sería su momento. Abrió los brazos y dejó que el viento que atraía su fuerza electromagnética la rodeara como a un tornado.

Esperó a que sus enemigos estuvieran más cerca.

Su sacrificio valdría la pena.

Primero, le impactó una especie de cuchillo afilado en el hombro. Un lobezno se lo había lanzado al tiempo que corría hacia ella.

Si Sakura necesitaba activar su fuerza interior y destruirlos a todos, debía concentrarse en ella y no en el dolor.

Ellos la atacaron y la rodearon. No le dieron tregua.

Aunque Sakura notó los golpes, no dejó que le hicieran desfallecer...

Para activar la verdadera farvel furie, el adiós furioso de las valkyrias, debía reservar cada rayo y cada grito, cada golpe y cada movimiento esquivo. Toda la energía estaría centrada en su furia, en su digno adiós.

Cuando los jotuns creyeron que la valkyria ya estaba inconsciente, desangrándose en el suelo, Zetsu dijo:

—Cargadla y llevadla a la isla. Hummus estará feliz de verla —con gesto inmisericorde chasqueó con la lengua—. Cuánta belleza destrozada... —miró el cuerpo maltrecho de Sakura—. Es una pena. Buscad al mocoso y traedlo también —estudió la cueva—. No debe andar muy lejos.

Sakura escuchó a duras penas cómo Zetsu se alejaba. Después no supo cuánto tiempo pasó hasta que la volvieran a golpear; entonces, uno de los purs cargó con ella, quemándole la carne; pero alguien lo detuvo, repentinamente, y lo mató.

Oyó gruñidos y espadazos varios.

Gritos de guerreros humanos. Pasos y saltos alborotados.

Eran dos sus defensores.

Pero dos no eran suficientes para salvarse, ni para salvarla a ella.

Sakura abrió un ojo hinchado y amoratado y vio al rubio Theodore, defendiéndola y aguantando los golpes de los lobeznos y los vampiros. Él también los devolvía, pero un einherjar no podía luchar contra tantos jotuns.

Theodore también moriría, y su compañero... ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. Ogedei.

Ambos peleaban para darle una oportunidad a ella. Pero ella ya estaba perdida. Aunque, al menos, agradecía que el hombre que la había sometido y la había hecho suya intentara arriesgar su vida por ella. No todo había sido tan malo, ¿no?

Sakura sacó fuerzas de flaqueza y se removió en el suelo hasta quedar tumbada boca arriba.

Todos creían que ya se le había apagado la voz.

Pero una mujer como ella siempre tendría la última palabra en forma de grito. Un grito de valkyria, un adiós furioso. Una despedida.

Cogió aire como pudo, levantó el torso, lleno de moratones y cortes, y abrió la boca para gritar con todas sus fuerzas.

El grito que dio Sakura se oyó en toda Escocia; pero fue la isla de Arran la que lo sufrió. Todos se taparon los oídos y acabaron de rodillas, muertos de dolor.

Un grito de valkyria era sometedor. La presión subía al cerebro, los tímpanos te reventaban y las sienes parecía que te iban a estallar.

La guerra se detuvo en St. Molio's Cave: todos se olvidaron de luchar, puesto que intentaban protegerse del lamento desgarrado de la guerrera de Freyja.

Theodore y Ogedei se arrastraron por el suelo para intentar cubrirla de los nuevos ataques que llegarían una vez finalizado el grito; sin embargo, lo que llegó después del rugido de la salvaje, fue una cúpula que cubrió a los dos einherjars y a la cueva en la que se encontraba Kawaki. Theo y Ogedei se miraron sin comprender nada hasta que vieron el brillo en el cuerpo de la valiente mujer.

Sí, habían oído hablar sobre ello pero nunca lo presenciaron antes. Lo llamaban la farvel furie. La despedida furiosa de una guerrera. Su sacrificio.

Theo y su compañero cerraron los ojos y se agarraron al cuerpo roto de Sakura, que no dejaba de brillar hasta que cegó a todos los allí presentes.

La explosión que se originó en su cuerpo destruyó, quemó y aniquiló todo lo que había a cien metros a la redonda, excepto a aquello que ella salvaguardaba con su escudo protector. Con toda su alma.

Los jotuns que les atacaban murieron en el acto y no quedó ninguno en pie.

Mei y Temari llegaron tarde, pues también habían luchado por su cuenta, y se quedaron mirando estupefactas la explosión y el adiós de su Generala. Ambas guerreras, que sobrevolaban la zona para ayudar a su nonne, cayeron a tierra firme, sin fuerzas y muertas de la pena, como pájaros abatidos por disparos de cazadores.

Las alas se les cerraron de golpe y clavaron las rodillas en el suelo absolutamente quemado.

Mei se llevó las manos al corazón y negó con la cabeza. Temari corrió a socorrer el cuerpo sin vida de Sakura, que estaba oculto bajo los cuerpos de los dos einherjars. Pero el escudo no permitía que ni ellas, ni nadie, se le acercara.

Las dos valkyrias miraron impotentes cómo su nonne se transformaba en piedra brillante; una escultura de diamante.

Cuando una valkyria moría sacrificándose mediante la farvel furie su cuerpo quedaba inmortalizado en una sublime estatua de cristal, como una tumba llena de brillo y vida, tan reluciente como fue su existencia. Así lo deseaba Freyja.

Así lo había decidido Sakura.

Temari golpeó el escudo con sus puños magullados, sabiendo que sería imposible destruirlo.

—¡No! ¡Sakura! —chilló con el rostro surcado de lágrimas—. ¡Sakura! ¡Quédate! —Desesperada, agarró su réplica de Mjölnir y con todas sus fuerzas golpeó sobre la pantalla azulada medio transparente. Esta tembló, pero ni una grieta apareció en su armadura.

Mei se levantó poco a poco y caminó con el rostro inexpresivo hacia Temari.

A nadie le dolía más que a ella esa pérdida.

—Se supone que, mientras el escudo permanezca, Sakura seguirá con vida, ¿verdad? —preguntó, tomando a la llorosa hija de Thor por los hombros. Ella no la dejaría morir, no se rendiría—. ¡¿Verdad, Temari?! —la zarandeó.

—S-sí... —contestó haciendo un puchero. Su flequillo húmedo cubría sus ojos rojos y desesperados—. Sí.

—Ayúdame, entonces.

—¿Cómo? ¿Qué hago?

Mei miró a Sakura y apretó la mandíbula.

Si su Generala moría, ella también lo haría. Pero antes de sacrificarse, debería hallar una última solución. Jugar una última carta. Obtener lo que deseaba y matar al hombre que había llevado a alguien tan honorable como Sakura a aquella situación.

—Utiliza la maldita tormenta y llévame hasta Indra. Llévame a Lerwick.

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En el cielo tormentoso de las Islas de Shetland, una inmensa bola de luz explotó entre la lluvia, en medio de los gritos asustados de los pocos civiles que quedaban en pie, de las llamas del drakkar y de las explosiones que habían acabado con la vida de cientos de humanos.

El fuego recorría el mar, ya que estaba teñido del combustible que se había derramado de las barcas del puerto. Mar de fuego, sangriento y desolado.

De esa bola de luz que había aparecido entre las nubes, dos mujeres con gesto serio y alas eléctricas de colores tremendamente rojizos aparecieron decididas a presentar batalla.

Eran dos ángeles de la venganza.

Indra, Naruto y Madara seguían luchando como podían contra todos esos purs y etones que emergían de los mares; pero ya no les quedaban fuerzas para resistir.

Mei y Temari se miraron la una a la otra; y no les hizo falta hacer nada más.

Electrocutaron el puerto de Lerwick con sus rayos, y no les importó si con ello quemaban o chamuscaban los cadáveres de los humanos que flotaban en el agua.

Ya estaban muertos, así que, ¿qué más daba?

El drakkar ardía inmisericorde y las llamas alcanzaban el cielo.

Las valkyrias descendieron al mar hasta recoger los cuerpos de sus guerreros y se los llevaron con ellos hacia la supernova que Temari, agotada, volvía a crear con su don. Era la hija del dios del Trueno, de algo le servía poder comunicarse con las tormentas.

Cuando Mei divisó a Indra, lo sacó del mar por las trenzas y le gruñó al oído:

—Ven aquí, puto. Como mi nonne muera, desearás haber muerto en estas aguas infestadas de jotuns. ¿Me has oído?

Indra no tenía fuerzas ni siquiera para replicarle. Tenía casi todos los huesos del cuerpo rotos y había perdido mucha sangre. Exactamente igual que Naru y el samurái.

¿De qué nonne estaba hablando?

—¿Quién?

—¿Quién? —repitió con rabia—. ¡¿Quién?! Maldito cabrón rencoroso... Si ella muere, te arranco las trenzas y te estrangulo los huevos con ellas. Lo prometo.

Mei se giró para acariciar la mejilla abierta y partida de su samurái. Lo besó con cuidado y le dijo con toda la ternura con la que no había hablado al escocés:

Kimi wo aishiteru. Te amo. Te pondrás bien, nene.

Después de eso, amarró del pelo a Indra con fuerza, y se internaron en la antimateria, con el líder de los einherjars apoyado en Temari, y un vanirio y un highlander heridos de muerte y en manos de una vengativa Mei.

Indra sabía que estaban en su isla de nuevo, y que lo que se divisaba bajo sus pies no era otra cosa que la guarida de las profecías de St. Molio ́s Cave; pero le había costado darse cuenta de ello por el increíble círculo de tierra quemada que le rodeaba. En medio de ese círculo, como un faro en medio de la adversidad, se encontraba una cúpula de luz azulada. No era muy grande, pero cubría la entrada de la cueva y algunos metros alrededor.

En medio de ese escudo protector había dos guerreros en el suelo que cubrían a una tercera persona la cual emitía un fulgor especial. Algo se le encogió en el pecho cuando vio la escena que abajo tomaba vida.

Los hombres se apartaron y se quedaron arrodillados, mirándola ensimismados.

Indra parpadeó confundido, como si no acabase de entender qué era lo que veía.

Mei y Temari hicieron descender a los guerreros a tierra; y el highlander no tardó en dirigirse a la cúpula, corriendo y cojeando, hasta apoyar las palmas en ella, aunque le quemase la piel, para cerciorarse de que lo que veían sus ojos era real.

Kawaki salió a trompicones de la cueva, con las piernas desolladas, las manos ensangrentadas por el esfuerzo de levantar la enorme piedra, y el rostro lleno de lágrimas y barro. El pequeño corrió y se dejó caer frente a aquella figura de diamantes que emulaba el cuerpo esbelto de una mujer guerrera, de una valkyria.

El híbrido se echó llorar, con todo el sentimiento del que era capaz, y alargó el dedo índice de su mano para tocar los dedos cristalizados de aquella mujer de piedras preciosas.

Y, cuando Kawaki hizo eso, no pudo negar la realidad. Solo había una mujer con la que su pequeño había adquirido ese tipo de cariñoso hábito.

Era Sakura.

Indra parpadeó porque la lluvia le empañaba los ojos; pero no era lluvia, eran lágrimas. Lágrimas tan gordas como las que su ahijado derramaba por esa valkyria. Él también las derramaba.

—Qué... ¿Qué significa esto?

—Sakura se ha sacrificado por tus guerreros y por Kawaki y ha utilizado la Farvel furie. Ha muerto por ti y por los tuyos —le explicó Mei haciendo leña del árbol caído.

—No está muerta —repitió en shock.

—Lo está.

—No.

—Sí —contestó apretando los dientes y agarrándole del pelo de la nuca para que abriera bien los ojos y viera que, en esa mujer llena de poder, no había ni una brizna de vida—. ¿La ves?

—¡No! —gritó con todas sus fuerzas. Su rostro era una máscara descompuesta por el dolor, la pena y el arrepentimiento. Todo mezclado y todo dañino. Maldita sea; y ni siquiera era capaz de dejar de llorar.

Kawaki levantó la mirada, cansado de intentar que Sakura regresara a la vida, y estudió a su padrino con una rabia que jamás había mostrado hacia nadie.

Indra tragó saliva mientras negaba con la cabeza.

El pequeño se levantó con los puños muy apretados y tembloroso, a rebosar de ira y descontento.

—Ella no puede morir —se dijo Indra a sí mismo.

—¿No? —replicó Mei—. Tú la has matado poco a poco durante estos días. Tú has hecho que ella no encontrara una esperanza a la que sostenerse para poder vivir. Algo sucedió ayer noche —recalcó Mei acongojada—. Algo que le apagó la mirada. Tú eres responsable de su farvel furie. Era lo que querías, ¿no?

No quería eso. Por todos los dioses... Si hasta sentía que él mismo estaba muriendo de pena y agonía. La desesperación lo engullía.

—Yo no quería esto —aseguró Indra muriendo en vida—... No quiero esto.

—Entonces, maldito hijo de puta, haz algo para solucionarlo. —Agitó las bue, y tomó su arco y una de sus flechas entre las manos. Tensó la cuerda y apuntó directamente a la cabeza del highlander con el extremo punzante de la saeta.

—¿Qué hago? —preguntó arrepentido, con un dolor lacerante y destructivo en el corazón.

—La cúpula sigue activa —le explicó con los ojos rojos, llenos de lágrimas por su nonne. Sakura se iba a ir y la iba a dejar ahí—. Eso es porque todavía hay vida en ella.

—Y, si hay vida, hay esperanza —aseguró Temari llena de tristeza.

—¡¿Qué tengo que hacer?! —exclamó ajeno al humo que salía de las palmas chamuscadas de sus manos—. ¡Dímelo!

—Pronuncia las palabras —Mei tocó el cogote de Indra con la punta del mortal dardo—. Si lo haces, regresará al Valhall; y, si sigue viva, Freyja sabrá qué hacer con ella.

—¿Freyja? Freyja la vendió para que yo la destruyera.

—¡Freyja no hizo eso! —gritó, sorprendiendo a todos con su apasionada defensa—. ¡Freyja no te obligó a usar tu chantaje a punta de pistola! Te dio las herramientas y la opción de elegir, pero no te lo impuso. El derecho de la venganza está en la voluntad y en el interior de cada uno. Tú has sido un jodido cazador sangriento con ella y te has vengado a base de bien. La sentenciaste tú, no mi diosa.

Un músculo palpitó en la mandíbula de Indra. Cerró los ojos, claudicando a aquella verdad.

—Y si quieres que la resplandeciente la salve, tienes que pronunciar el arma de doble filo que ella te facilitó. Venga, valiente. —lo instigó con desdén—. Pronúncialas ahora. Dilas ahora. A ver si tienes huevos.

Temari se acercó a él y agitando sus bue, copió el gesto, la pose y la actitud de Mei.

Indra estaba amenazado, apuntalado por las flechas de dos valkyrias cabreadas y abatidas por la muerte de su nonne más fuerte e importante.

—Hazlo —ordenó Temari.

Indra quería morirse. Quería que ellas acabaran con su existencia, con todos sus errores, con los remordimientos y su arrepentimiento... No se atrevía a mirar a Sakura. Esa figura no podía ser ella. Necesitaba que alguien le arrancara el corazón para que dejara de dolerle.

Y si no elegía la muerte, era porque Kawaki no podía quedarse solo otra vez. Dirigió sus ojos color obsidiana al pequeño, que seguía encarándolo con aquellos ojos grises lleno de recriminaciones.

—Es tu culpa —dijo el pequeño, alto y claro—. ¡Tu culpa! —gritó desconsolado.

Indra aceptó la acusación abierta y contundente que vino de un niño que no hilaba más de dos palabras seguidas y que tenía dificultades para hablar.

Volvió a mirar a su guerrera y, sin pensarlo de nuevo, accedió al ruego de las valkyrias:

Brukk loften. Promesa rota.

Las palabras le ardieron en la punta de la lengua y un nudo de pena se instaló perpetuamente en el centro de su pecho.

Dos palabras destructivas. Dos términos que habían llegado a someter a la valkyria más poderosa de Freyja. Pero no fueron las palabras, sino el hombre que las usaba, quien hizo el verdadero daño.

Fue él. «He sido yo», se flageló Indra.

Mientras lloraba y veía cómo la figura de cristal se desmaterializaba en cientos de puntos de luz que ascendían al cielo, se reprendió por su comportamiento.

Por su rencor y su rabia.

—Mírala bien, isleño. Porque Sakura se va sin que le dieras la oportunidad de explicarse ni de purgar sus pecados. Ahora nunca sabrás la verdad.

—¿Cuál es la verdad?

Mei negó con la cabeza y se mordió la lengua con ira contenida.

—¿Ahora? Ahora no, patán. Ni ahora ni nunca. Jamás lo sabrás. Y espero que la incertidumbre te dure toda la eternidad que estés dispuesto a vivir.

Sakura, lo que ella había sido, desaparecía ante sus ojos y ascendía al cielo del que había venido. Un cielo que siempre fue el paraíso para ambos. La referencia más feliz de su existencia.

Indra negó con la cabeza y se cubrió el rostro con las manos. Sus enormes hombros, sangrantes y desgarrados, temblaron con aflicción. La cúpula desapareció.

Mei y Temari bajaron sus flechas y también dejaron caer sus lágrimas entre plañidos e hipidos desconsolados.

Kawaki corrió a abrazar a Mei. Necesitaba que alguien que hubiera querido a Sakura le consolara y lloraran juntos su desdicha. Y su padrino no la había respetado ni cuidado, no la había querido. Por eso pasó de largo y se sepultó en los brazos de Mei, que por primera vez, tuvo el tiento de abrazarlo con ternura y no decirle nada.

—Es la mejor de nosotras, diosa —rezó Mei alzando la barbilla al lluvioso cielo—, devuélvenosla.

La cúpula desapareció; y con ella, Sakura «la Salvaje», la mano derecha de Freyja y la más valiente de las amazonas, se esfumó honorablemente, dejando un rastro de dolor, desconsuelo y arrepentimiento en todas las personas que habían compartido su vida.

.

.

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Todos.

Todos habían muerto.

Indra observaba su fortaleza, vacía y destruida; repleta de olor a sangre y dolor. Había sido una matanza. Zetsu los había matado con la inestimable ayuda de Buchannan.

Niños, mujeres y hombres berserkers. No habían dejado en pie a ninguno.

La guerra continuaba; la lucha por limpiar la Isla de Arran se hacía interminable.

Los etones y los purs continuaban emergiendo de los mares, como si el agua los reprodujera. Necesitaban con rapidez la terapia de choque.

Naruto, que se había restablecido de sus heridas gracias a la hellbredelse de Temari, había llamado a Isamu, su tío Atsui, y Aiko para que los clanes de Milwaukee y el clan kofun de Madara se desplazaran a Escocia a echarles una mano. Ellos traerían la solución acuosa que frenaría el crecimiento de los huevos y les ayudarían a luchar; pero, mientras tanto, lejos de presentar digna batalla, lo que hacían era defenderse con desesperación y ocultarse para reordenar filas y reaparecer con una nueva estrategia.

Utilizaban las cuevas de Wester Ross para sanarse y recuperar energías. Y, mientras esperaban a Aiko e Isamu y el ejército que traerían con él, era Indra quien seguía en Eilean Arainn, matando y exterminando a todo purs y eton que encontrara a su paso.

Caminó entre las ruinas del que fuera su hogar y su fortaleza.

Tenía el cuerpo dolorido, heridas sin cicatrizar y el alma destrozada. Pero él continuaba peleando.

Después de ver desaparecer a Sakura y de comprobar que Kawaki no quería saber nada de él; después de que las valkyrias le retiraran la palabra y de que Theodore le explicara lo que Sakura había hecho y cómo había luchado por ellos; después de comprobar que ni siquiera él mismo podía considerarse líder, de nada ni de nadie, y que ya no se tenía respeto, decidió irse solo a su castillo.

Quería ver con sus propios ojos la matanza y la traición de la que había sido objeto su Eilean Arainn.

Lo había perdido todo.

La fidelidad de Kidōmaru y Buchannan.

Los trillizos habían muerto en la enfermería. Logan, Mervin y Kendrick. Los tres. No habían podido salir de ahí.

Los berserkers habían perecido en el santuario, junto con sus mujeres e hijos. Aquellos con los que no había logrado acabar la explosión, cayeron ante los etones y los purs en su entrada por el mar y la cueva.

Maldita sea, ya no había críos en esas tierras.

Su clan, al completo, cayó fulminado.

Había echado a perder el cariño de Kawaki.

Y había perdido el respeto de las valkyrias. Y él, a su vez, trató irrespetuosamente al líder de los einherjars; a Naruto.

Eran demasiadas faltas para alguien tan estricto como él. Incontables y pesados errores para su rectitud y su sentido del honor.

Pero de todos esos errores, uno pesaba por encima de los demás: Sakura. Él, por su rencor, tensó demasiado la cuerda con ella y la rompió.

Indra se acuclilló en el suelo y se llevó la mano al pecho. Le hacía daño pensar en ella. Y le parecía algo increíble, porque llevaba siglos deseando una digna venganza. Pero ahora que la había consumado, y que de digna no había tenido nada en absoluto, el dolor que sentía era una pérdida irreparable, como si ya no tuviese una razón para continuar en pie. Pero debía seguir. Quería fustigarse y flagelarse un poco más.

Al menos, el dolor le hacía sentir que todavía seguía un poco vivo.

Por eso, se obligó a caminar por encima de las piedras, las maderas, los metales... a través de aquella muestra inmortal de destrucción.

Encontró el viejo tartán del clan manchado de sangre y barro,; lo arrugó entre sus manos, dispuesto a lanzarlo lo más lejos posible. Él no era digno de representarlo. Pero, después, pensó que no había mejor modo de recordar sus raíces y de recuperar la esencia de lo que una vez fue, que llevándolo puesto; y se vistió con él. Se deshizo las trenzas y deseó experimentar su lado más salvaje.

A cada paso que daba, nuevos recuerdos encontraba: vajillas rotas de esa misma noche, de esa última cena; tal vez podría encontrar el último vaso que había bebido la Generala o el último cubierto que sostuvo entre sus manos. Podría atesorarlos y clavarse el tenedor en los riñones todos los días, reprendiéndose por lo estúpido que había sido.

Continuó caminando, arrastrando su renovada humildad con el poco orgullo que le quedaba. Con la punta de la bota golpeó algún peluche de los cachorros de los berserkers, y la pena y la rabia le invadieron.

Su alma destrozada clamaba por un resarcimiento con todos los que estaban y por todos los que se habían ido.

De entre los pedruscos y los restos, seguían saliendo etones y purs con el único objetivo de matar a todo aquello que siguiera moviéndose. Él se movía, y no le importaba hacerlo bien o mal. Y le encantaba poder desahogarse con lo que quedaba de aquellos desechos que habían emergido del mar para acabar con los suyos.

Él acabaría con ellos, ahora que no hacían falta sus espadas; pero acabaría con ellos.

Después de matar a un par de purs viscosos y de ojos amarillos, siguió avanzando; el acantilado había quedado completamente despedazado. El humo y la niebla cubrían parte de su desaparición, envolviéndolo de una tristeza y una melancolía que rozaba lo fantasmal.

Las olas del mar alcanzaban sus ruinas, las ocultaban y después se alejaban en retirada, como si incluso ellas no quisieran rozar ese suelo siniestrado. Como si sintieran todavía los gritos de dolor y no quisieran mezclarse con las lágrimas saladas de los muertos.

Pero el mar, que iba y venía como los insultos que él mismo se autodirigía, también podía acariciar objetos, removerlos y hacerlos visibles para él.

Y así fue cómo lo encontró: flotando con abandono, abierto por la mitad apareció, nadando entre las aguas, un libro de tapas doradas completamente lisas.

Indra lo miró extrañado, pues él, que hacía inventario siempre de todo lo que tenían, no lo había visto nunca antes.

Se agachó para cogerlo entre las manos. Centró su mirada delineada en sus páginas de lino y se quedó sin respiración.

Casi se le cae el libro cuando empezó a leer, a la velocidad de los einherjars, todo lo que aquel tomo escondía en sus planas, tanto en anverso como en reverso.

Era un diario. Un diario que empezaba con:

Dicen que me llamo Sakura. Sakura la Salvaje

Indra se quedó sin respiración al ver la hermosa letra con la que esas palabras de presentación estaban escritas.

Intentó tranquilizarse mientras pasaba los dedos por el relato. Era el diario de Sakura, que abarcaba desde que era una niña hasta lo que sucedió en su mazmorra la noche anterior.

Sosteniéndolo celoso entre sus manos, saltó las rocas de tres en tres y llegó hasta la parte más alta de lo que quedaba del acantilado. Lo leería con calma y se iría al lugar en el que ella había desaparecido. Tal vez, si evocaba su recuerdo y lloraba por ella, la Generala regresaría para matarlo y darle su merecido.