17
Valhall
Palacio Vingólf
Er du veldig glad og vet det Ja sa klapp...
Si eres feliz y lo sabes Bate las manos
La diosa Vanir se dejaba llevar por la dulce melodía que cantaba incondicionalmente en todos los bautismos de las valkyrias: «Si eres feliz y lo sabes, bate las manos»...
Tal vez Sakura no se sintiera precisamente feliz en ese momento. Su cuerpo, otra vez de carne y hueso, flotaba en la cuna; el agua estaba teñida por su propia sangre.
—Por todos los dioses, niña... —susurraba Freyja mientras la mecía entre sus brazos y sanaba sus cortes e incisiones—. No tienes un centímetro de tu cuerpo sin magulladuras.
Freyja había decidido meterse en la cuna con ella. Era la primera vez que se sumergía en la velge para recuperar a una de sus valkyrias; pero, por su Generala, lo haría.
Sakura se había sacrificado. La muy tonta había estado a punto de morir. Fallecer para siempre en el Midgard, donde ella jamás podría recuperarla.
Cuando una valkyria agotaba su último hálito de vida, cuando emitía el último chispazo de energía, se convertía en brillante y nunca más volvía a regresar a la vida.
Freyja no podía perder a Sakura porque era indispensable para la batalla final; y porque era indispensable para ella, para su bienestar. Quería a Sakura como a una hija y la admiraba por su fortaleza. Por eso fue a ella a quien más escollos le puso, porque sabía que podría superarlos todos.
—Sakura lo ha hecho muy bien. Es una digna Generala.
Odín apareció tras ellas, imponente como siempre, con el parche negro en el ojo y vestido con ropa negra y roja. Había hombres a los que no les hacía falta tener dos ojos para dejarla a una toda loca. Odín, con uno, turbaba a Freyja más de lo que ella deseaba.
El dios Aesir llevaba el pelo recogido en una cola alta y se había vestido con ropas de guerra negras y rojas. Las botas metálicas le daban más altura de la que ya tenía; sus más de dos metros intimidaban, incluso, a los gigantes.
Freyja apretó los dientes, frustrada con su propia reacción ante él. Miró al frente, intentando ignorarle, y sonrió cínicamente.
—Hola, tuerto. Tu otro ojo no está por aquí...
Odín ignoró el comentario y sonrió a su vez.
—Vengo a felicitarte, vanir. Deja tu deseo y tu tensión sexual a un lado.
Freyja se echó a reír y sanó la clavícula de Sakura, pasando la yema de sus dedos por encima.
—No quiero tus felicitaciones. Movemos nuestras fichas a nuestro antojo, ¿verdad? He hecho lo que tenía que hacer.
Odín asintió con la cabeza y la repasó con lascivia de arriba abajo.
—Sí, lo has hecho. Vendiste a tu Generala a su peor enemigo. Le hiciste descender para que el otro pudiera mangonearla a su antojo. Cuando abra los ojos, seguro que te lo agradecerá —espetó con sarcasmo.
—Ya veremos... —murmuró Freyja, peinando el largo pelo de Sakura con los dedos. Sakura se parecía tanto a ella... Tenían el mismo orgullo y el mismo pundonor. Había sido frustrante ver a la Generala sufrir de ese modo. Ambas compartían la misma condena.
—Y, sin embargo, todo te ha salido a pedir de boca —aseguró el dios absoluto, acuclillándose frente a la cuna y tocando el agua tintada de rojo con los dedos—. El trato que Indra dispensó a Sakura hizo que la valkyria condensara mucha energía, la necesaria para cerrar el portal que Hummus y Hidan querían abrir en Abberdey. Su furia detuvo el acelerador. Si Indra no la hubiese tratado así, su potencia no habría sido tan mortífera.
Freyja chasqueó con la lengua y se encogió de hombros.
—Las valkyrias pueden llegar a retener mucha energía hasta que, al final, explotan.
—¿Contabas con que Sakura llevara a cabo la Farvel furie?
La diosa asintió con un movimiento de cabeza. Pasó las manos por su cuerpo, ya recuperado, y cubrió su desnuda piel con una nueva armadura dorada de valkyria, hecha de titanio y osmio; hombreras, rodilleras, botas metálicas y protectores para el pecho. Le otorgó unas nuevas bue doradas y negras. La guerrera parecía haber hecho una metamorfosis a un nivel superior.
—Sí. Contaba con ello. Pero me arriesgaba a que Indra no pronunciara las palabras para salvarla a tiempo.
—Lo sabía. —Odín se echó a reír—. Le diste a Indra esas palabras de poder, pero sabías que no las iba a utilizar, excepto para salvarle la vida. En realidad, le diste la llave para que Sakura pudiera regresar aquí, todavía con una brizna de chispa vital. Sabías que la guerra iba a llegar de un modo o de otro y te aseguraste de que nuestros guerreros tuvieran una oportunidad en Abbey Church y una posibilidad de redención en St. Molio ́s Cave.
—Eres muy listo —murmuró irónica—. Sakura demostraría a los einherjars y a Indra cuál era su valía. Salvaría a Kawaki, a dos de los supuestos einherjars que la odiaban y daría una lección al escocés. A partir de ahí, debe de haber un punto de inflexión.
—Siempre buscas que los otros se rediman.
Freyja se quedó en silencio y después contestó:
—Me gusta ver que aún hay seres que tienen la capacidad de perdonar; que hay almas que todavía se arrepienten de su errores.
—Y ahora, gracias a eso, el Ōtsutsuki quiere cortarse las venas.
—No, todavía no —susurró Freyja sonriente, meciendo a Sakura y esperando ansiosa su despertar. Indra desearía estar muerto en cuanto leyera la última palabra del diario de Sakura; en cuanto lo supiera todo y estuviese informado de la única verdad. Ahora solo se sentía culpable. Después, al cerrar el libro, se sentiría peor—. Pero pronto se derrumbará.
Odín admiraba a «la Resplandeciente». Era algo que no podía evitar. La admiraba no solo por su excelsa y deslumbrante belleza, sino porque, a su manera y, sin levantar grandes alborotos, podía manipular los sucesos venideros. Y lo hacía porque conocía a la gente y porque era terriblemente empática con los demás.
Freyja estaba rodeada de dioses masculinos, cada uno con un poder especial: Thor, Frey, Njörd, Tyr y él mismo. No obstante, la mujer se crecía entre tanto hombre. Ella siempre ofrecía alternativas; era una excelente líder con grandes iniciativas.
Aunque muchos, sobre todo los afectados, no entendieran esas iniciativas. Freyja sería odiada por aquellos que no vieran más allá de sus manipulaciones. Y él lo entendía perfectamente, porque era odiado igual en determinadas ocasiones.
Cuando uno tiene tanto poder, debe dictaminar decisiones y ser consecuente con ellas, aunque hagan daño a unos cuantos. Si el bien es para un bien mayor, no importa quién sufra.
Otra diosa no se hubiera preocupado en averiguar cómo sentían o pensaban los suyos. Pero Freyja lo sabía todo y, aunque no lo pareciera, se preocupaba por todos.
—Sakura debe regresar ya —ordenó Odín. Movió la mano en el agua de la cuna y, a través del remolino, se reflejó una imagen de la Isla de Arran y todos los frentes abiertos—. Empiezan los fuegos artificiales, diosa. El juego acaba aquí. Hay que estimular a los gemelos del noaiti.
—Lo sé, Aesir. Por cierto, hace tiempo que ya no juego.
Por supuesto que lo sabía. Los últimos acontecimientos en el Midgard iban a volver locos a la humanidad. En Escocia,ya eran muchos los humanos que hablaban de unos seres negros con piel resbaladiza que habían destrozado Lerwick, y de hombres voladores con colmillos... En Arran sucedía lo mismo. Y más ahora que la fortaleza de Indra había caído y que el mar estaba infestado de purs y etones. Y los nosferatus cada vez estaban más fuertes. El mal se multiplicaba y el bien menguaba.
La rebelión de Loki cobraba forma y todavía quedaban cartas por mostrar.
—¿Llega el Ragnarök, y le ves, nunca mejor dicho, las orejas al lobo, tuerto? —le miró de reojo y dejó a Sakura flotando en la cuna.
—Todos se las veremos.
—Bueno, tú se las ves al cincuenta por cierto, ¿verdad? —Salió de la cuna, con un vestido rojo pasión transparente y empapado. El pelo rubio mojado y peinado hacia atrás mostraban sus perfectas facciones. Sonrió, sabiendo que Odín ya estaba duro bajo esas ropas bélicas, y caminó moviendo las caderas de un lado al otro, seductoramente.
—Yo arriesgué un ojo para verlo, maldita bruja —gruñó, frustrado al saber que Freyja siempre conseguiría excitarlo. Era cierto: arriesgó su ojo al escuchar por primera vez la profecía de la völva. Y lo arriesgó para poder cambiar las cosas y para cerciorarse de la veracidad de las palabras de la bruja. Las nornas hilaron su telar y ellas tejieron la misma profecía. El Ragnarök llegaría, el final parecía evidente; pero, ¿qué sucedería en la batalla de los dioses? ¿Cómo podrían cambiarla? Llevaban tiempo trabajando juntos, los Vanir y los Aesir, para hallar una solución; una que asegurara la continuidad de los dioses, y también la ascensión evolutiva del Midgard.
Freyja abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las cuencas, y se tapó los suculentos labios con las manos.
—Pero... ¡¿Te falta un ojo?! ¿En serio? No me había dado cuenta.
El dios Aesir puso los ojos en blanco.
—Me aburres.
—Arriesgaste mucho más que eso —escupió Freyja con voz letal—. Y lo que hiciste —sí, lo que no se podía nombrar—, podría cambiar el destino de todo y de todos. El pasado ya no existe tal y como lo vivimos.
—Sí. Pero el pasado permanece en el olvido. A nadie le interesa.
—Discrepo.
—Y todos, absolutamente todos —Odín omitió esa última réplica y la miró de arriba abajo, sin pizca de vergüenza y con todo el juicio crítico del que era capaz—, tejemos nuestra realidad a nuestro antojo.
—Touché, Alfather. Cierto, padre de todos —Freyja miró hacia atrás para comprobar que Sakura siguiera a flote—. Entonces, ¿crees que ha llegado el momento de mover a los alfiles?
—Sí. Ha llegado el momento. Loki ya no puede ascender al Asgard porque Heimdal ha cerrado las puertas de acceso. Ya no pueden emboscarnos. Pero nada impide que los puentes de la Tierra se abran para los jotuns. Si estos clavan la lanza en el punto más álgido y activado del Midgard, llamará a la raza de aquel que la empuñe. Si Hummus acierta al incrustar la lanza en el punto adecuado, el Jotunheim se abrirá y los gigantes invadirán a los humanos. Necesito la lanza para atraer a mi ejército. Si no tengo a Gungnir en mis manos, no podré lideraros.
Freyja se quedó pensativa y afirmó con la cabeza.
—Fíjate. Un dios tan poderoso como tú subyugado por un tótem.
—Yo al menos tengo uno.
Freyja se echó a reír e hizo aspavientos con las manos.
—Los hombres y sus juguetes... Y van y te lo roban.
—Me engañaron.
—Sí. —La diosa dio un paso al frente y tomó a Odín de la pechera—. Habla claro, tuerto. Dejaste entrar al transformista porque creíste que podrías acostarte conmigo. Me viste aparecer y te convertiste en Ojoloco.
—¿En quién?
La vanir volteó los ojos y resopló.
—Tu cultura popular mundana brilla por su ausencia. Pero no importa. Le dejaste entrar en tu alcoba y...
—¡Y nada, Freyja! —rugió enfurecido.
—¡Yo también sé chillar! —su rostro, marmóreo y liso, se cubrió de venitas verdes oscuras; sus ojos plateados se ennegrecieron, y sus colmillos explotaron en su boca—. ¡Reconócelo! ¡Creíste que era yo, y tu lanza —señaló el paquete con su mano—, la que nadie te puede arrancar y tienes entre las piernas, se puso firme!
—Puedo tenerte cuándo y cómo me plazca, Diosa —murmuró manteniendo la calma.
La diosa Vanir negó con la cabeza y siseó.
—Hasta ahora, nunca lo has hecho. En cambio, te follaste a un tío que se hizo pasar por mí. Bien por ti, mago —le guiñó un ojo, pero ocultó su rabia y su desazón.
Odín y ella. Ella y Odín. Un binomio demasiado antagónico lleno de secretos y desdén. Y, sin embargo, imprescindibles el uno para el otro; destinados a permanecer unidos para asegurar la continuidad de los reinos.
—Ya sé por qué Od te abandonó. No te soportaba.
Freyja dio un paso atrás y sus ojos retomaron el color de la niebla. Una niebla herida y afectada, más espesa de lo normal.
—Y ya sé por qué envidias a Od.
—Soy el dios más poderoso de todo el universo. No envidio a nadie.
—Por supuesto que lo haces. Él tuvo algo que tú deseas para ti.
—¿Ah, sí? ¿El qué?
—A mí, tuerto. A mí. —Se dio la vuelta y lo despidió con un gesto de su mano—. Vete de mi palacio. Tu presencia me molesta.
Odín rechinó los dientes y presionó los dedos de las manos contra sus palmas. Clavó su ojo en la esbelta espalda de la Vanir, en sus caderas, sus prietas nalgas, en sus largas piernas... De todas las mujeres, dísir, diosas, elfas, tuergas o gigantas que él podría tener en su lecho, Freyja era la única que siempre le decía que no. Jugaban a los preliminares, se seducían el uno al otro; sus encuentros eran batallas campales. Pero a la hora de la verdad, nunca culminaban. Había un momento en el que Freyja siempre se ponía seria y le decía: «Dile a tu mujer que a quien deseas es a mí. Dile la verdad», pedía siempre con ojos brillantes llenos de necesidad.
Él siempre se negaba en rotundo.
Ni hablar. Frigg era su esposa, su compañera, la madre de sus hijos... Compartía el don de la profecía y se sentaba con él en el trono Hlidskjalf. ¿Cómo iba a elegir a Freyja en vez de a ella?
Freyja era todo lo contrario. Vanidosa, impetuosa y nada pasiva.
Frigg era la calma, y Freyja, la tormenta.
Y él, un dios bélico por naturaleza, necesitaba el sosiego de Frigg.
Así que Odín siempre la rechazaba abiertamente: «Tú puedes ser mi amante, nunca mi esposa». Y cuando la Vanir escuchaba esas palabras, le dejaba a medias, en lo mejor. Y desaparecía, se desmaterializaba sin decir una palabra.
Desde entonces, Odín luchaba por acabar lo que nunca terminaban. Pero ella no se dejaba. Huía o jugaba a la caza; y él nunca lograba alcanzarla.
Sin embargo, Odín nunca cesaría en su particular desafío; porque, en una cosa tenía razón la diosa: él la deseaba. La deseaba como no había deseado a nadie jamás.
Y Freyja también se equivocaba en otra; él ya la había tenido. Por eso, por el recuerdo y la melancolía de sentirse entre sus brazos, necesitaba de nuevo hacerla suya.
—Por cierto, marica...
—No te oigo, frígida.
—Claro, claro... —se rio de su insulto—. Tu einherjar va a pagar por todo lo que le ha hecho a mi valkyria. Lo sabes, ¿no? Está condenado.
Mientras se alejaba de la cuna, Odín le contestó:
—Indra estaba condenado desde el mismo momento en el que se encomendó a Sakura. Jamás debió conocerla. Hubiera sido más feliz.
—¿Por qué?
—Porque se enamoró de ella. El hombre que jamás se ha enamorado vive en un infierno. El que se enamora vive en una condena eterna.
Tras esas palabras, Odín la abandonó, y la dejó sumida en la tristeza y en la ira de no poder tener, ella tampoco lo que más deseaba su alma inmortal.
Se secó las lágrimas que caían por la comisura de sus ojos, y miró sus dedos húmedos. Sus lágrimas rojo oro tintaron su piel.
Resopló furiosa por su debilidad y se centró de nuevo en su valkyria.
Er du veldig glad og vet det,
Sa la alle menn ́sker se det
Er du veldig glad og vet det...
Si eres feliz y lo sabes
Que lo refleje tu cara
Si eres feliz y lo sabes...
—¡Ja sa klapp! —gritó alzando los brazos por encima de su cabeza—. ¡Bate las manos, valkyria!
Al instante, cientos de rayos cayeron sobre la cuna e impactaron en el cuerpo de Sakura, que se elevó por encima del agua rojiza y empezó a dar vueltas sobre sí mismo.
Su pelo rosa se sacudía arriba y abajo, movido por la fuerza electromagnética de aquellas hebras azuladas, llenas de tormento y vida.
—¡Abre los ojos, Generala! —ordenó Freyja orgullosa de su espectáculo.
Sakura se quedó de pie, flotando en el cielo, con los ojos cerrados y el cuerpo limpio, sanado y relajado.
Freyja asintió al escuchar el primer bombeo de su inmortal corazón.
—Vive, mo nonne. Vive por mí.
Y Sakura abrió los ojos del color del los bosques con tonalidades de mar.
Parpadeó atónita al ver dónde se encontraba.
¿Freyja? Freyja la estaba mirando a los pies de la velge del bautismo. La Generala no entendía por qué podía verla. Se suponía que había muerto y que su farvel furie había acabado con su última chispa de vida.
Se había sacrificado por aquellos a los que Indra amaba. Aunque no la amase a ella, haría el esfuerzo de luchar en nombre de aquellos que él quería y respetaba; porque ya habían sido demasiados los que había perdido.
Ese sería su último gesto en el Midgard. No sacrificarse por una lanza, ni por un tótem, ni por una misión, sino hacerlo por un crío de cinco años que le había robado el corazón, y también por el hombre que le había robado la virginidad.
Y ni siquiera lo había hecho por ellos; todo había sido por él. Por el escocés que, lleno de odio, la había intentado arrancar de su vida.
Echó un vistazo a su nueva armadura y a su piel, sin moretones ni sangre. ¿No se había convertido en figura de cristal?
Sakura descendió poco a poco, hasta colocarse frente a la diosa.
—¿Por qué no estoy muerta? —preguntó asustada.
—Porque esa fue la voluntad de Indra: que vivieras.
Sakura arrugó el ceño y negó con la cabeza. ¿Indra? ¿Por qué?
—No puede ser.
—Él te salvó y pronunció las palabras que te traerían hasta mí. Estabas a punto de perecer en tu escudo. Mei y Temari viajaron a través de las tormentas, recogieron a Indra y al Engel y obligaron al highlander a que pronunciara las palabras. Eso te salvó.
La valkyria intentó comprender por qué Indra habría hecho eso. Tanto como la odiaba debía desear su muerte, no su vida.
Entonces cayó en la cuenta.
—¿Ya no tengo poderes? ¿Me vas a hacer descender al Midgard como humana? El maldito ha conseguido su venganza...
Freyja negó con la cabeza y tomó a Sakura del rostro.
—Al contrario, Generala. Ahora, más que nunca, eres mi líder. Has sufrido una segunda velge. Tu poder se ha duplicado.
Sakura se estremeció, inquieta. ¿Más poder? Eso le gustaba. ¿Podría regresar al Midgard? ¿Podría seguir luchando?
—¿Es otra de tus manipulaciones? —preguntó sin inflexiones.
—No —respondió Freyja sintiéndose culpable.
—Estoy harta de que juegues conmigo.
—No he jugado.
—Mentira. Le diste a Indra las palabras de poder para que me sometiera y me arrebatara el orgullo y la dignidad. —Alzó la barbilla sin ningún respeto hacia ella.
—Nadie puede arrebatarte eso si tú no se lo permites.
—Hiciste que le expulsara de mi vida para que pudiera cuidar de Mei.
—Tú aceptaste el pacto.
—¡Era una niña!
—¡¿Y te arrepientes de haber ayudado a Mei?! ¿Te arrepientes de haber impedido que se fuera al bando de Loki?
—¡No! ¡No me arrepiento! ¡Pero ella jamás se habría unido a su bando!
—Sin tu intervención sí; te aseguro que el telar de las nornas teje otra historia bien diferente.
—¡No te creo!
—Créelo, Generala. La maldad está en todos, por mucho que la queramos ocultar. Está en Indra y en sus deseos de venganza; está en ti y en tus ganas de matarme. Está en todos lados. No la omitas solo porque quieres a la persona que más daño pueda hacer. No la cubras.
Sakura retiró de su cara la mano de Freyja con una bofetada seca y dura.
—La maldad también está en ti —escupió la valkyria.
—Sí, lo está —reconoció la Vanir sin retroceder—. Pero unos somos malos porque tenemos fines buenos. Otros son malos porque desean el mal y la destrucción.
A Sakura se le llenaron los ojos de lágrimas de rabia e impotencia. Lo peor era que no podía quitarle la razón a Freyja porque, lo que decía, tenía sentido.
—A mí me has herido y me has hecho daño, no importa con qué fin lo hayas hecho.
La diosa aceptó esas palabras; y, le afectaron más de lo que deseaba.
—Eres mi guerrera más fiel, Sakura. —Dio un paso al frente y juntó su frente a la de ella—. Las palabras de Indra debían utilizarse para salvarte cuando ya nada ni nadie pudiese hacerlo, aunque él jugase a someterte con ellas. Heimdal ha cerrado las puertas del Asgard y no podremos salir hasta que recuperemos la lanza de Odín y toque a Gjallarhörn para dar la voz de aviso. Pero Indra las pronunció por ti, y te subió directamente al Vingólf, sin atajos. Él te salvó la vida.
Sakura tragó saliva. Encima debía agradecérselo. A él, a ese guerrero que la había insultado y desechado.
—Ahora empieza tu verdadera misión, Sakura. Eres mi azote mientras yo no esté en el Midgard.
Ella la miró estupefacta.
—¿Me vas a devolver al Midgard? ¡¿A él otra vez?! ¡No!
—No, no... Espera —la tranquilizó—. Las cosas han cambiado. Él ya no tiene poder sobre ti. Se acabó. Ya no estás en sus manos. Te he hecho un favor, Generala.
—Tus favores me dan miedo.
—Este no. Ya no tienes alas tribales.
—¿Que ya no tengo...? ¿Mis alas? ¿Cómo? ¿Por qué? —se llevó la mano a la espalda.
—Porque te he liberado de tu kompromiss. Ahora mismo, eres una valkyria sin pareja. Sin hombre. Libre y feliz como una perdiz. ¿Quién será tu nuevo partenaire?
—¿Pareja? ¿De qué hablas? Indra era mi einherjar.
—Y él te ha rechazado, ¿verdad? Tú puedes hacer lo mismo. —Freyja sabía perfectamente que Indra no la había negado ni rechazado, porque fue él quién se llevó su virginidad. Pero, si ambos querían volver a pertenecerse, tendrían que pelear duro por ello—. Así que, dime: ¿Theo, Ogedei...? ¿Indra? Puedes tener a quien quieras. Si él quiere recuperarte tendrá que esforzarse para que te salgan en la espalda unas alas tribales como las suyas. Pero, por ahora, no tendrás kompromiss con nadie hasta que ceda tu corazón, hasta que él elija. Todos podrán sanarte y tú podrás sanar a todos —agrandó los ojos y dijo con voz sexy—: podrás tocar a todos, ¿entiendes?
Las orejas de Sakura se sacudieron con sorpresa. ¿Y qué había de Indra? ¿Ya no se pertenecían? Seguía sintiéndose mal por ello, pero debía obligarse a pensar de otro modo. Él la había entregado a Theo, él tenía a otra mujer: Ada.
—Hay cinco einherjars en tierra, valkyria —recordó Freyja—. ¿A cuál elegirás? —sonrió entretenida—. Después de todo, ¿sigues amando a Indra? —preguntó dubitativamente—. Después del dolor y las afrentas... ¿Lo sigues haciendo, Generala?
Sakura no se atrevió a mirarla a los ojos.
Sentía odio y despecho hacia él. Y no quería volver a encontrárselo porque se sentía demasiado avergonzada y humillada. Él se lo había hecho pasar realmente mal. ¿Cómo olvidarlo todo?
Pero ella también le había hecho daño; aunque Indra nunca le hablara de eso. No era que estuvieran empatados ni nada parecido...
Pero había dos versiones en esa historia y las dos eran culpables.
Freyja entrecerró sus ojos color plata y chasqueó con la lengua.
—En fin, eso es lo menos importante. —Freyja le dio la vuelta e hizo que mirase el agua de la cuna. En ella se vio una imagen de la Isla de Arran y de todo lo que estaba sucediendo. Aquello era como el fin del mundo.
Sakura se puso nerviosa y en guardia.
—Tu misión, Sakura, es destruir. Quemar. Achicharrar. Regresa como la guerrera que eres y devuelve la victoria.
Los ojos de Sakura enrojecieron al ver cómo la isla se infestaba de jotuns y cómo intentaban atacar a Indra y a Aiko e Isamu y su clan de kofuns en St. Molio's Cave.
¿Cuándo habían vuelto los japoneses? ¿Ya estaban ahí? Maldita sea, tenía que regresar ya. Eran demasiados jotuns para tan poco guerreros.
—Llévate a Angélico contigo.
La joven se dio la vuelta y se encontró con su precioso pegaso blanco, cubierto con una armadura igual que la de ella. El animal resopló feliz de verla y extendió las alas para agitarlas y sostenerse en las piernas traseras.
Su pegaso era el animal volador más rápido del Asgard. Ella no tenía alas que abrir como Indra o como sus nonnes, pero tenía a Angélico, que era tan poderoso como ella.
—¿De verdad me lo puedo llevar? —preguntó emocionada, corriendo a abrazar el poderoso cuello del majestuoso corcel.
—Es tuyo. Fue un regalo para ti, y te pertenece —aseguró Freyja, sonriente al ver a Sakura tan feliz—. Sé que no entiendes muchas cosas. Y sé que te será difícil perdonarme.
—Sí, estás en lo cierto —contestó arisca, mientras acariciaba el pelo blanco del lomo del animal—. Pero eres una diosa. Y supongo que siempre hay una razón para todo lo que haces, ¿verdad?
«Aquello era comprensión y lo demás eran tonterías», pensó la Vanir.
—Eso es lo que te gustaría oír, ¿verdad? —Sakura cambió de tercio en un santiamén, y su mirada adquirió la frialdad del hielo mientras estudiaba a su diosa—. No recibirás comprensión de mí. Lo he pasado muy mal por tu culpa. Me he prohibido aquello que más deseaba y amaba, y he hecho sufrir a los que más quería. He callado demasiado, y ya no pienso hacerlo. ¿Sabes, diosa? A veces, el fin no justifica a los medios.
—Entonces, ¿no me perdonas? —preguntó sin mostrar verdadero interés.
—No. No te perdono. Pero alégrate. Alégrate de eso, porque al menos no me eres indiferente. Mi rencor te demostrará lo mucho que te quise y que me importas.
—Perfecto, Generala. Recuerda esas palabras cuando te encuentres de nuevo con Indra.
«Zorra», pensó Sakura.
—No perdamos más el tiempo. —Freyja dio una fuerte palmada y el agua de la cuna se iluminó para convertirse en un portal hacia el Midgard—. Entra ahí con Angélico.
—¿Necesito alguna directriz más además de la de muerte y destrucción? —preguntó sin apenas mirarla.
—Sí. Dile a Temari que, cuando llegue el apagón, golpee la colina con la réplica de Mjölnir.
—¿Cómo? ¿De qué apagón hablas?
—Dile esas palabras exactas. Tú díselo.
—De acuerdo. ¿Algo más? —Sakura se internaba a lomos de Angélico en la cuna y toda ella se iluminaba de luz.
—Sí.
Ambas se miraron con seriedad, directamente a los ojos. El pelo de Sakura, suelto y brillante se mezcló con la luz dorada.
—No seas tonta y fóllatelos a todos, Sakura.
—¡¿Cómo has dich...?!
A Sakura no le dio tiempo a decir nada más. La cuna los engulló a ella y al pegaso, y la Generala desapareció a través del portal, para vivir de nuevo y para luchar en un reino que le había reportado dolor y desengaños.
Tendría una segunda vuelta.
No sabría si podría encontrar de nuevo el amor o si llegaría a perdonar a aquel que más había amado pero, al menos, tendría la oportunidad de elegir y dar una lección al Ōtsutsuki.
Freyja sonrió más calmada y miró su propio reflejo en el agua de la cuna.
—Muy bien, Odín... Movamos a los alfiles —se dijo a sí misma.
Se lamió el dedo índice y escribió en el aire en Futhar antiguo:
«Naori está en Edimburgo recogiendo a guerreros caídos. Reclámala». Y, después, añadió: «Dirígete a la isla de Arran».
Canturreó, orgullosa de manejar las fichas más importantes de esa partida y se acercó al balcón del Vingólf, que se sostenía en el aire y permitía unas vistas espléndidas de Vanenheim.
Apoyó las manos en la baranda de mármol blanco, bañada en cenefas de oro, y exclamó a pleno pulmón:
—¡Naori! ¡Ven aquí, nonne!
