18

Eilean Arainn

St. Moliós Cave

No se había podido mover del interior de la cueva.

Mientras leía aquel diario personal, había sido incapaz de retirar los ojos de sus páginas. La sinceridad de Sakura, sus sentimientos, sus palabras... le habían desgarrado el alma y dejado sin argumentos.

Nunca había dado con algo tan brutalmente honesto ni con tanta alma, como aquel maldito libro de tapas doradas. Y, justamente, eso tan hermoso y noble, eso tan sencillo y lleno de vida, de tormento, tristeza, pasión, amor, comprensión, disciplina y dignidad, eso fue justamente lo que acabó de hundirle.

Porque llevaba siglos terrenales pensando que Sakura era alguien diferente. Alguien frío y sin corazón, que le había manipulado y usado a su antojo.

Creyó que Sakura no le amaba; pero nunca pensó que tomó la decisión que tomó porque había dado su palabra de proteger a una de sus hermanas.

Ahora, con la gran capacidad de memoria que tenían los einherjars, podía repetir cada una de las frases de aquel diario... Se le habían grabado a fuego.

«Si hay un einherjar a quien yo me debo, ese es él. Ese es Indra».

«Si hay un hombre por quien yo lucho, ese es mi Ōtsutsuki».

«Si hay un guerrero a quien yo admiro, es al highlander».

«Si a alguien a quien he entregado mi inmortal corazón, es a él. Solo a él».

Indra lloraba sin consuelo.

Los errores y las equivocaciones se pagaban. Y él los iba a pagar todos.

Ahora entendía muchas cosas; ahora comprendía por qué la sirena lo había echado de su vida y por qué le dijo todo aquello.

Y era curioso porque, creyendo que Sakura había sido tan vil como manipuladora, pudo sobrevivir en el Midgard y alimentarse de la rabia. Gracias a ello podía tocar a otras mujeres, podía jugar con ellas y follar sin dar explicaciones a nadie.

Su corazón maltrecho y endurecido por el desengaño le permitía hacer muchas cosas que, de haber seguido enamorado, jamás habría hecho. Él se oscureció y las tinieblas del despecho le rodearon hasta convertirlo en un líder un tanto oscuro y amargado. Uno que hacía y deshacía; jugaba y sometía, ordenaba y castigaba. Todos le respetaban, pero la obediencia venía provocada por el temor, no por el verdadero respeto.

Y ahora, después de siglos de haberla odiado; a ella, a la mujer que había marcado su destino en el Valhall y su sino en la Tierra. Ahora, después de acusarla de algo que en realidad no era, descubría la verdad del modo más triste y cruel que conocía.

Él la había mandado de vuelta al Valhall cuando ya la había liberado de su compromiso; cuando ya la había castigado como deseaba y como él consideraba que se merecía. Y Sakura había desaparecido para siempre, de un modo heroico y único. Grabándose en el corazón y en la mente de todos los que habían presenciado su farvel furie.

Salvó a Kawaki, e incluso se preocupó de cubrir a Theodore y Ogedei, cuando ellos no le habían demostrado más que un abierto odio y antipatía.

¿Y ella cómo le devuelve todos los golpes encajados? Del modo más honorable posible.

Sakura siempre decía que quien vivía sin disciplina, vivía sin honor. Ella lo mantuvo hasta las últimas consecuencias. Si era la más fuerte de los guerreros que se hallaban en St. Molio ́s Cave, protegería a aquellos que consideraba más débiles. Y eso hizo.

Indra apretó el libro contra su pecho, y recordó las últimas palabras del diario.

Hubo un tiempo en el que soñaba con que él me hiciera suya. Durante eones deseé entregarme a él, y no lo hice por mi alto sentido del honor, porque consideraba que ambos estábamos destinados a luchar juntos en el Midgard. Él como líder de los einherjars, y yo como líder de las valkyrias. Pero ahora, no recuerdo de dónde salía esa necesidad. Creo que todo lo que sentía se ha esfumado, como si nunca antes esas emociones hubieran ocupado mi corazón.

Indra me ha entregado a otro hombre, sabiendo que yo, y nadie más, soy su única pareja. Y no solo me ha entregado a alguien que me odiaba, ademas, él, para mayor agravio, ha posedo a su sumisa, a Ada, demostrándome así que nunca le he importado. Y lo ha hecho delante de mí, por segunda vez.

Ya no me queda nada más por lo que pelear aquí. Cumplo mi misión porque sigo las directrices de mis dioses, los mismos a los que él obedece. Pero no encontraré satisfacción en caso de conseguir nuestros objetivos, porque no podré compartir la dicha con mi einherjar.

Hoy, el einherjar a quien yo me debía, ha muerto conmigo.

Hoy, ya no lucho por el hombre que amé; peleo contra él.

Hoy, mi admiración se ha vuelto indiferencia. Y, hoy, he perdido para siempre el corazón que le entregué.

No quiero a ningún einherjar.

No aceptaré más a este hombre.

No creeré nunca más en la palabra del Ōtsutsuki.

No quiero más de Indra.

Pensando egoístamente, Sakura no iba a sufrir más.

Ella no volvería a verlo, y él se hundiría en la lucha contra los jotuns, y moriría un poco cada día, de pena y de rabia por haberse equivocado tanto con ella... Con todos.

Mientras los demás estaban en la Isla de Skye, en la costa de Wester Ross, e intentaban contactar con los clanes de Chicago, Milwaukee e Inglaterra, él había sido incapaz de abandonar Arran.

Su preciada isla estaba siendo invadida por los esbirros de Loki, y lo peor era saber que, por mucho que hiciera, no podría recuperar a todos los que habían muerto. Pero sentía que debía estar ahí y pelear.

Creía que se merecía cada corte y cada golpe de los nuevos purs y etones que emergían del mar.

Sabía que Naruto había contactado con Aiko e Isamu para que trajeran la terapia bloqueadora de las esporas. Pero ya nadie podía detener la aparición de tanto monstruo a través del mar. Estaban invadiendo su tierra.

Decidió que seguiría peleando hasta su último aliento; defendiendo a los humanos que quedaban a la merced de aquellos seres sobrenaturales en los que jamás habían creído y que, ahora, colmaban una parte de su planeta.

Los psiquiatras y los psicólogos iban a forrarse.

La iglesia en la que los humanos tanta fe depositaban iba a perder credibilidad.

Porque, ¿si Dios creó a los hombres a su imagen y semejanza? ¿Quién coño creó a los purs, los etones, los troles, los vampiros, los lobeznos...? ¿Quién era Loki? ¿Quién era Odín?

El Final de los Tiempos llegaba de muchas maneras. Y el final del ciclo ignorante de la raza humana tocaba su última campanada.

Se levantó con el diario entre sus manos.

Miró al horizonte, al mar embravecido, enfadado tal y como estaba él, en completa sintonía con sus emociones.

No podía volver atrás. No podía recuperar a Sakura, ni podía salvar a todos los amigos que había perdido.

Pero lucharía cada segundo y cada minuto para imponer justicia; una llena de venganza y de rabia.

Ya no temía a la muerte, porque no tenía nada por lo que luchar; y eso lo convertía en la máquina de matar perfecta.

Enterró el diario de Sakura en el suelo quemado y enfangado. Lo cubrió con unas cuantas piedras, dándole una digna ceremonia, como si en realidad ese cuerpo rectangular no fuera otra cosa que su bella guerrera sin vida.

Clavó su espada de einherjar en la tierra y juró sobre ella que, cada paso que diera a partir de ese momento, lo haría para encontrar su final honorable; y, si los dioses lo permitían, para encontrarse con ella y rogarle su perdón día tras día.

Viviría de rodillas hasta encontrar la absolución.

Pero la absolución no iba a llegar.

Luchó durante todo el día y no escatimó fuerzas. Se arriesgaba sabiendo que en cada ataque podría encontrar una nueva quemadura de purs, o un nuevo mordisco mortal de eton... Pero le daba igual.

El dolor era bueno.

No sabía por qué no podía alejarse de la cueva de Molio. Sentía que debía protegerla porque allí había sido donde Sakura entregó su vida, y porque, justamente allí, era donde había enterrado el diario de su Generala.

Y allí fue donde la tierra empezó a abrirse.

El suelo se abrió poco a poco y un potente temblor sacudió el océano y el suelo de Arran, creando una grieta enorme y visible.

Su cuerpo se coló tras aquel corte y cayó al vacío. El einherjar tuvo los suficientes reflejos como para agarrarse a una roca saliente. Miró hacia abajo y encontró el abismo. Podía ver cómo las placas se abrían y chocaban entre sí, creando incisiones de vértigo que llegaban hasta profundidades insondables de ese planeta. Y cómo, como meros gusanos roedores, de nuevo, purs y etones emergían de esa depresión, intentando buscar la superficie y salir a tierra firme. Los seres grises y negros, de aspecto reptiloide y viscosidad pronunciada; con sus ojos desalmados y sus lenguas viperinas, corrían ansiosos por hallar nuevas víctimas.

Indra gruñó y abrió sus majestuosas alas para salir de allí. Sabía lo que sucedía.

Escocia sufría la falla de las Highlands, que iba desde la Lochrand en la Isla de Arran y Helensburgh hasta Stonehaven. De oeste a este.

La famosa falla dividía las Highlands de las Lowlands.

Y, posiblemente, la detonación que había sufrido el acantilado en el que se hallaba su preciosa fortaleza la había activado, aunque había permanecido dormida desde la Orogénesis caledonia.

Por todos los dioses, aquello tenía toda la pinta de ser la ante sala del Final de los Tiempos. Y no era nada prometedor para los que se suponía que eran los buenos.

Se escapó de la falla y sobrevoló la cueva, que permanecía intacta; aunque una grieta de unos veinte metros de anchura empezaba a dividir su isla en toda su longitud.

La grieta no tardaría en llegar a Escocia.

Dos vampiros lo alcanzaron por la espalda. El rojizo y nubloso atardecer les daba carta blanca para volver a incordiarle.

Indra lanzó a uno por encima de sus hombros, sacándoselo de encima y al otro lo inmovilizó por el cuello y, con un movimiento de manos, se lo partió. Aunque aquello no era suficiente para acabar con la vida de un nosferatu. Así que le introdujo el puño por la espalda, y aplastó su putrefacto corazón.

El otro le enseñó los colmillos y se rio de él.

—Tengo un mensaje del laird.

—Solo hay un laird, y ese soy yo —contestó sin perderlo de vista, mientras movía las espadas en círculo, a cada lado de su cuerpo.

—No. El verdadero. Me ha dicho que te diga que tiene a la humana con la que juegas.

Indra parpadeó confundido. ¿Ada? Joder, se había olvidado de ella por completo. La había dejado en el castillo, en su alcoba, para que esperase su vuelta de Lerwick.

El highlander gruñó y negó con la cabeza.

—Dice que pronto podrás acarrear con otra muerte a tus espaldas —continuó el vampiro mostrándole los colmillos—. La de ella.

El guerrero lanzó un alarido y se dirigió al vampiro rubio y blanquecino, que seguía riendo mientras esquivaba sus espadazos.

Pero, de repente, a través del pecho del vampiro, de la nada, emergió la punta de una espada samurái.

Y, cuando el nosferatu se desintegró, herido de muerte, apareció tras él la figura letal de Aiko, la hermosa vaniria japonesa. La rubia de pelo liso y ojos exóticos y enormes le sonrió con timidez.

—Ya han llegado los refuerzos —dijo la joven, mirando hacia abajo.

Indra siguió su mirada, hasta que vio a un grupo enorme de berserkers y vanirios con katanas, luchando contra todos los purs y etones. Se movían con gran agilidad, como si bailaran. Los berserkers, en cambio, con sus hachas en mano, lo hacían todo mediante movimientos bruscos y brutales, pero igual de efectivos.

Y no solo eso; por el frente izquierdo, nuevos guerreros, que lucharían en su favor, recorrían el empedrado lleno de barro, sudor y sangre dispuestos a echar una mano.
Eran vanirios y berserkers; a algunos de ellos los había visto en Abbey Church.

A la cabeza, un berserker enorme y de largo pelo rubio blanco plateado, rugía y gritaba dando hachazos por doquier. Tenía la tez bronceada y los ojos muy amarillos.

Tras él, dos vanirios volaban el uno al lado del otro. Una tenía un rostro joven, de pelo rubio y largo, y llevaba una espada samurái en la mano que movía como si fuera un abanico, pero no era japonesa, ni kofun. No era del clan de Madara.

A su lado, un chico muy parecido a ella de pelo rubio y afeitado, la defendía y mataba con una frialdad pasmosa a todo el que se cruzara en su camino.

Eran de la Black Country, porque a los dos jóvenes guerreros los había visto allí en la batalla de Abbey Church. Por fin, los clanes se unían de nuevo para luchar.

Descendió para darles la bienvenida a aquel campo de muerte.

Kakashi había llegado a la isla de Arran tan rápido como había podido. Con él llegaban Daimhin y Carrick; dos de los vanirios recuperados de Cappel-le-Ferne. Ambos tan atormentados como vulnerables pero, debido a eso, unos auténticos suicidas que él debía mantener a raya.

Los dos hermanos pidieron acompañarle después de que Kakashi avisara a Homura de que se iba a Escocia. Inmediatamente, los clanes recibieron las noticias sobre Lerwick, y Edimbrugo; y, después, Naruto se comunicó con ellos desde la costa de Werren, unas cuevas que parecía ocultarlos del acecho de los jotuns. Al ver que las noticias coincidían con el mensaje de su puñal Guddine, en el que se suponía que Freyja contactaba directamente con él y le mandaba que se dirigiera a la Isla de Arran, más vanirios y berserkers decidieron apuntarse y acompañarlo.

Dan y Tsunade, los vanirios del Consejo Wicca, le pusieron al cuidado de sus dos hijos: Carrick y Daimhin. Y él no estaba para ser el canguro de nadie, pero aquellos guerreros con colmillos le caían muy bien.

Kakashi nunca había visto tantos jotuns juntos. ¿De dónde salían? ¿Y qué eran esas cosas viscosas de piel resbaladiza negra y grisácea?

—Los que tienen cara de serpiente y piel negra —dijo una voz de hombre tras él— son etones. Absorben la energía vital y su mordedura es venenosa. Los grisáceos que caminan a ras de suelo son purs. Su piel está llena de babas y toxinas, y se enrollan al cuerpo como si fueran anacondas. Se mueven bajo tierra y bajo agua por igual. O les quemas o les cortas la cabeza. ¿De acuerdo?

Kakashi se encontró con un guerrero de más de dos metros con el pelo castaño y suelto a lo highlander. Tenía el rostro lleno de piercings y los ojos tatuados como si fuera un cantante de rock gótico.

—Me llamo Indra. Y soy el laird de esta tierra infernal —dio un vuelta sobre sí mismo y cortó la cabeza de un eton.

—¡¿Dónde están los demás?! —preguntó Kakashi deteniendo el ataque de un vampiro con su oks.

—¿Los demás? —Indra abrió los brazos—. ¡Nosotros somos los demás! ¡Luchemos, berserker!

Kakashi comprendió que habían muerto más guerreros de los que él había visto caer en su inmortal existencia; y se lamentó con rabia e impotencia por sus pérdidas. Apretó los puños, alzó su hacha de guerra y su cuerpo de berserker explotó ante todos.

—¡Al ataque! —rugió, impregnando de fuerza y valentía a los miembros de su clan.

Puede que no supiera quién era.

Puede que no entendiera qué hacía él con un puñal Guddine y hablando directamente con Freyja, pero sí entendía una cosa: si eran berserkers y tenían hachas, eran sus hermanos. Y ahí habían demasiadas hachas huérfanas en el suelo y sin empuñar.

Habían muerto demasiados.

Sobre su isla, dividida ahora geológicamente, tenía lugar una cruzada, una contienda violenta y criminal entre los que protegían el Asgard, y entre los que preferían el Jotunheïm; los guerreros de Odín y Freyja, contra los guerreros de Loki. O en otras palabras: los que se suponía que luchaban por los humanos, contra los que querían someterlos y aniquilarlos.

Sin embargo, ¿luchaban por los humanos en realidad? ¿O solo por sí mismos y por aquellos que querían y respetaban?

Indra se hacía esa pregunta cuando, en medio de la anarquía y el embrollo de la batalla, St. Moliós Cave se iluminó como si el sol buscara su amanecer en la Tierra.

La luz, cada vez más potente, cegó a los vampiros de Loki que venían en tropel surcando los cielos isleños y espesos. Esto lo aprovecharon los vanirios kofuns para ir a por ellos y exterminarlos a todos, uno a uno, sin miramientos ni piedad. Las nubes negras reflectaron la luz de la cueva, y Indra tuvo que cubrirse los ojos con el antebrazo, sin perder un detalle de lo que sucedía en esa gruta llena de profecías.

Todos, buenos y malos, se detuvieron para mirar hacia atrás y atender a lo que ocurría en la caverna de piedra.

En aquel momento, el resplandor se hizo más fuerte y, a través de ella, salió la mujer más hermosa y temeraria que había visto jamás los ojos del highlander. Una valkyria a lomos de un caballo alado blanco, igual de espectacular y angelical como lo era la joven; cubiertos ambos por armaduras metálicas rojas, doradas y negras.

Ella, la guerrera, no atendió a nadie en especial. Sacudió sus bue y, con maestría, enlazó sus flechas eléctricas y tensó la cuerda de su espectacular y enorme arco, más grande de lo habitual.

Los vampiros y los lobeznos caían ensartados por sus proyectiles; iban al corazón, matándolos en el acto, o a la cabeza, dejándolos inmóviles y listos para ser degollados por las espadas samuráis de los vanirios o los oks de los berserkers.

A Indra, el corazón se le detuvo y dejó de respirar, atónito y a la vez maravillado por lo que veían sus ojos. Y se encontró llorando de emoción y luchando con más ímpetu que antes.

Era Sakura. Sakura había regresado.

La Generala había revivido de sus cenizas y había sobrevivido a todo lo que él le había hecho.

Indra se agachó y esquivó una patada voladora de un nuevo vampiro, este más decrépito que los anteriores.

—A ti no te han dado Stem Cells, eh, guapetón... —gruñó con una medio sonrisa.

Le agarró la cabeza con ambas manos y le dio un cabezazo que hundió la frente del nosferatu. Después, insertó los dedos a cada lado de su cuello y le arrancó la cabeza de cuajo.

Indra volvió a mirar a Sakura. La joven estaba realizando una exhibición sublime de poderío y puntería. Y se estaba poniendo caliente perdido tan solo de contemplarla.

Angelico alzó el vuelo y cabalgó hasta las nubes.

El highlander suspiró conmovido por su impresionante estampa; se llevó las manos a la espalda y cargó con sus dos espadas. Golpeó las hojas sobre su cabeza y rugió feliz, dando la bienvenida a Sakura como siempre hacía en el Valhall cuando ambos luchaban juntos.

Sakura volaba a una velocidad superior a la de cualquier vanirio, einherjar o vampiro. Su corcel alado era el más rápido del Asgard.

La joven se quedó suspendida sobre el mar del Norte, y dirigió sus palmas abiertas al océano.

Indra tuvo ganas de ir a por ella, abrazarla y fundirse con su piel. O secuestrarla y guardarla en un lugar en el que nunca, jamás, nadie pudiera encontrarles. Allí le rogaría perdón y buscaría su redención. Allí la resarciría.

Con gesto impertérrito y lamiéndose los colmillos que explotaban en su boca cada vez que peleaba, Sakura miró a Indra por primera vez desde que él le cubrió los ojos con la venda negra en su mazmorra. La noche en la que el highlander perdió los papeles.

El tiempo se detuvo para los dos.

El pelo de Sakura se elevó hacia arriba a causa de la energía eléctrica que condensaba a su alrededor. Los truenos y los relámpagos cayeron sobre ella y también sobre el agua salada.

Y la guerrera lo hizo: cubrió todo el mar con sus rayos y su potencia y quemó las esporas que todavía seguían reproduciéndose y, a través de las cuales, seguían saliendo purs y etones.

Acabó con todo. Incluso con la flora y la fauna marina que pudiera haber alrededor de la isla. Se lamentaba por aquellos seres vivos que había matado; pero los purs y los etones debían ser erradicados. La prioridad era salvar a los guerreros y ganar esa batalla.

Sus rayos alcanzaron también a los que estaban en tierra firme, royendo los cuerpos de los berserkers caídos en la fortaleza. ¿No los podían dejar en paz?

Pero ella, el azote de Freyja, acabó con todo engendro del mal que saliera a través de los mares. Los purs y los etones se desvanecieron y se convirtieron en ceniza gracias a la furia de la valkyria más poderosa del Asgard.

Indra, que luchaba al lado de Isamu y Aiko, volaba por encima de las garras de un par de lobeznos, igual de impresionados que ellos por la fuerza de Sakura, clavó su espada en la espalda del furioso esbirro y lo abrió de arriba abajo.

Isamu le cortó la cabeza y Aiko hizo lo propio con el otro lobezno, que parecía querer huir. Y no solo él. Los vampiros y lobeznos que quedaban en pie, viendo que Sakura acababa de inclinar la contienda a favor de los vanirios y los berserkers, intentaron alejarse de la tierra dividida.

—¡Quieren escapar! —gritó Indra abriendo las alas y volando tras ellos.

Los japoneses hicieron lo propio y no les dieron descanso hasta acabar con todos, uno a uno.

Sakura permaneció sobre Angélico con una serenidad propia de una diosa, de una mujer poderosa que sabe que nadie le puede toser. Sus ojos rojos se entristecieron al ver las ruinas del castillo de Indra. El acantilado ahora ya no era mágico, sino tenebroso, repleto de muerte y de destrucción. La pérdida se respiraba bajo cada roca, bajo cada mancha de sangre...

Le entraron ganas de llorar por los inocentes que habían caído bajo el peso de la traición. Buchannan y Zetsu debían pagar por ello.

Y no descansarían hasta encontrarlo y devolverles el dolor con dolor.

Una parte del cielo se abrió y, a través de él, emergió una valkyria con el pelo trenzado y largo; sus ojos rojizos buscaron a Sakura al tiempo que se deslizaba a través del rayo que sostenía con la mano,como una liana.

Sakura parpadeó y sonrió abiertamente.

—¡Naori! —gritó feliz levantando un arco en señal de recibimiento.

Naori le respondió al grito de ¡Asynjur! Alzando el puño. La valkyria de pelo morado, aquella que no podía ser tocada por ningún hombre vivo, descendió sobre la ciudadela interior demolida, y empezó a recoger, uno a uno, a los guerreros muertos en batalla.

Aquellos hombres debían tener su digna sepultura. Y la tendrían en el Asgard, no en una tierra hostil como aquella, en la que había caído tristemente, víctimas de las artimañas cobardes de los seguidores de «el Timador».

La valkyria recogía los cuerpos, algunos mutilados, y se los llevaba con ella, desapareciendo a través del pórtico que dejaban las densas y oscuras nubes, y apareciendo otra vez, a través de ellas, con las manos vacías, dispuesta a recoger a más guerreros.

Naori lloraba si tenía en brazos a mujeres o a niños. Lo que había sucedido en esa isla no tenía perdón: había sido un genocidio inmisericorde. Niños y mujeres no luchaban; ellos debían permanecer al margen. Pero ¿qué se podía esperar del Transformista y sus seguidores, humanos y no humanos?

Limpiándose con rabia las lágrimas de los ojos, decidió seguir con su trabajo, cargando con cuidado a los que habían caído sin oportunidad de defenderse.

Ella los cuidaría en el trayecto que les llevaba de la Tierra al cielo.

Del Midgard al Asgard.

—¿Naori?

La valkyria se dio la vuelta con un pequeño berserker en brazos. No tendría más de cuatro años. El rostro de la chica estaba surcado por lágrimas de dolor, pero su corazón volvió a saltarse varios latidos al ver a su berserker de la Black Country.

—Kakashi. —Lo saludó, aguantándose al rayo que la conectaba con el cielo y que la llevaba al Asgard, al caldero de las almas de los guerreros caídos.

El berserker la miró de arriba abajo, como siempre hacía. Y Naori se sintió feliz al ser inspeccionada de esa manera. Porque era valkyria y coqueta, y le encantaba gustar. Pero, sobre todo, adoraba gustarle a él.

El guerrero rechinó los dientes al ver el cuerpo maltratado de aquel cachorro.

—¿Dónde los llevas?

—Odín los reclama —contestó escueta, manteniéndose a varios metros de él por encima de su cabeza.

Él asintió nervioso y dio un paso al frente para admirarla más de cerca; pero la reacción de Naori, siempre la misma, no se hizo esperar.

Esta vez lo aceptaría. Le molestaba, pero lo aceptaría.

—¿Huyes de nuevo? No deberías.

—No huyo. —Pero su cuerpo se alzó medio metro más, amarrándose a la liana eléctrica con fuerza.

Kakashi enarcó su ceja rubia platino.

—¿No huyes?

—No —contestó ella, parpadeando y mirándolo como si fuera tonto, al tiempo que ganaba un metro más en altura.

Kakashi negó con la cabeza y exhaló enervado. ¿Le estaba tomando el pelo? Él era un hombre calmado, un hombre de paz; era empático y sabía lo que sentía la gente. Pero a Naori no la podía percibir. Estar cerca de ella era sentir cero. ¿Sería que la joven, en realidad, no era para él?

Sin embargo, Freyja le había dicho que la reclamara.

¡¿Cómo?! A este paso tendrían que hablarse a distancia y mantener sexo telefónico.

—¿Me vas a devolver el puñal algún día? —le preguntó Naori—. Es un regalo de Freyja, ¿sabes? Y odia que perdamos sus cosas.

—No voy a devolvértelo.

Los ojos carmines de Naori se oscurecieron y se volvieron rojos.

—¿Ah, no? Las valkyrias somos muy celosas de lo nuestro. Y eso es mío.

—Freyja habla conmigo a través de su hoja. No pienso dártelo —sonrió con vanidad.

Tras esas palabras, Naori frunció el ceño, y volvió a mirarlo con esa cara llena de interrogantes.

—Oye, pero ¿quién eres tú?

—Me gustaría saberlo a mí también. —Miró a su alrededor—. Pero por ahora soy Kakashi.

—Ahá... —lo miró de arriba abajo y se acarició el collar de perlas mientras rodeaba la liana con su pie.

—No te di las gracias por sanarme. —En la batalla de Abbey Church, Kakashi quedó malherido después de ser perseguido y golpeado por Hummus. Naori lo encontró oculto en la copa de un árbol, justo donde Shisui lo dejó. Y sanó sus heridas con sus manos.

La valkyria salió de sus pensamientos y sonrió con las mejillas rojas como un tomate.

—¿Ya no estás enfadado?

—Lo estoy, y mucho. Estoy muy cabreado y frustrado contigo.

—¿No te caigo bien, chopino? —alzó una ceja color lila y se pasó la lengua por el colmillo—. No eres nada caballero.

—No dejas que te toque, ¿tengo la peste para ti? ¿Te va la necrofilia? Al parecer solo puedes tocar a los muertos.

—Dado que tengo a un niño en brazos, tu comentario me preocupa... —murmuró mirándolo de reojo.

—¿No soy bueno para una valkyria como tú?

—¿Respondes siempre con preguntas?

—¿Y tú eres siempre tan ambigua?

Naori se encogió de hombros y repasó aquel espectáculo de cuerpo nórdico con su caliente mirada.

—¿Eres rubio de verdad?

—¿Cómo dices?

—¿Tienes tatuajes?

—¿Qué?

—¿Llevas lentillas?

—¿De qué hablas?

Un trueno crepitó en las nubes, y la valkyria de trenzas miró hacia arriba, enfurruñada.

—¡Ya voy! —exclamó—. Se acabó el tiempo. No eres rápido respondiendo, choppino. Y Odín se enfada si tardo demasiado —sonrió con dulzura y alzó la mano para despedirse—. Farvel, berserker.

—Naori.

La joven se detuvo en la liana y abrazó al pequeño contra su cuerpo.

—¿Qué?

—Esta es la última vez que te alejas de mí así. Te lo permito porque estás trabajando; pero ya no podrás huir más.

El cuerpo de la valkyria tembló, afectado por esas palabras.

—¿Se te pone dura, Kakashi?

—¿Qué has dicho?

—Respóndeme: ¿se te pone dura cuando piensas en mí?

—Ven y compruébalo tú misma.

—¿Sí? Entonces siempre huiré de ti. Yo trabajo con seres a los que ya no se les levanta, guerrero. Muertos, como bien dices. El día que me deje cazar por ti, el día que me toques, será un día triste.

—¿Por qué? —gruñó.

—Porque ese día habrás muerto. Mientras tanto, tienes una orden de alejamiento. ¿Capulli?

Kakashi pensó que la expresión correcta era «cappicci», pero estaba tan afectado viendo desaparecer a Naori en el cielo, que no fue capaz de corregirla.

Cuando Indra vio a Naori, dos cosas le vinieron a la cabeza.

La primera era que se alegraba de verla. Naori siempre le cayó bien; aunque siempre fue muy esquiva y nunca se acercaba a él a menos de tres metros.

La segunda era que, si Naori estaba recuperando los cuerpos de los guerreros caídos en batalla, era porque Odín quería hacer algo con sus almas.

Las valkyrias recogían a humanos que habían mostrado valentía y dignidad en el Midgard luchando en nombre de la humanidad.

Pero el clan que él lideraba allí estaba formado por berserkers y vanirios; y se suponía que gozaban de una vida longeva e inmortal.

¿Por qué los reclamaba Odín si no era para utilizarlos para otros menesteres?

Ya se lo preguntaría a Naori más tarde.

Ahora, tenía cosas más importantes que hacer; como, por ejemplo, acercarse a Sakura y ver que de verdad seguía viva, que no era un sueño.

La Generala había descendido a la Tierra. Todavía no se había bajado de su pegaso, pero revisaba los daños que había sufrido aquella porción de planeta que había sido dividido por la mitad.

¿Cómo de largo podría llegar a ser ese corte en la corteza terrestre? Y, ¿hasta donde habían llegado las esporas de los purs y los etones, como para colarse por dentro de las capas de la corteza terrenal?

Si eso pasaba en Escocia, no quería ni imaginar qué podía pasar si las esporas habían viajado a través de las corrientes marinas y habían llegado a las costas de todos los continentes. La tierra sería aniquilada inmediatamente.

Se detuvo delante de St. Molio ́s Cave, se bajó de Angélico y pisó el círculo quemado en el que ella se había sacrificado. La farvel furie... Se estremeció al recordar cómo se había sentido al experimentar que su cuerpo desaparecía, y que su sangre, líquida, se transformaba en algo sólido y cristalino.

Esa parte de la isla, una vez verde y llena de vida, se había convertido en tierra ennegrecida como el carbón. Olía a carne chamuscada, a mar y a sudor. Pero por encima de todo, olía a tragedia.

Quería ver a Kawaki y asegurarse de que estaba bien. Quería reencontrarse con Mei y Temari y decirles lo mucho que agradecía que fueran a buscar a Indra. Y, sobre todo, quería encontrarse con Indra para ver la cara que ponía al verla.

¿Se alegraría? ¿La ignoraría?

—¿Generala? —La voz ligeramente ronca del guerrero la alejó de sus pensamientos y la devolvió de lleno a la realidad. Bueno, si quería ver su reacción, solo tenía que girarse y darse de bruces con él.

Cuando lo vio, se horrorizó, pero también sintió aquello que las valkyrias sienten por las heridas de guerra de sus einherjars: un profundo respeto y un deseo enorme por sanarlos. Y Indra era un cromo andante.

Sakura contuvo las ganas de desnudarlo y levantar sus manos para aplicarle la cura; y lo consiguió cuando recordó todo lo que Indra le dijo y le había hecho.

—Estabas muerta... —sus ojos la repasaron de arriba abajo y adquirieron más luz y vida cuanto más la miraba.

—Sí —asintió incómoda al sentir su mirada sobre ella—. Pero Freyja no quería que muriera, así que...

—Ni yo —aseguró. Indra dio dos pasos hacia ella y acortó la distancia que les separaba.

Ella intentó retroceder pero su orgullo no se lo permitió.

«No voy a temerte. Ya no», se prometió.

—Yo tampoco quería que murieras. Por eso pronuncié las palabras —dijo solemne—. Mei me dijo que, si la cúpula seguía presente, quería decir que tenías vida todavía. Me vino a buscar con Temari y yo dije lo que tenía que decir.

Sakura no sabía ni dónde mirar ni dónde meterse. Siempre había sido seductora y coqueta con él; en el Valhall lo llevaba y lo provocaba como quería. Pero en la Tierra, después de que él la tratara de aquel modo, ya no sabía cómo actuar.

—Bueno, después de todo, me salvaste la vida. Gracias, aunque lo siento por ti. —No quería seguir hablando con él. No entendía cómo se sentía, pero se sentía mal. Le apetecía correr y, después, lo que de verdad le venía en gana, era lanzarse contra él y luchar. Pelear a golpes, y expresarle con rayos lo que no podía decirle con palabras; ella misma se estaba tragando el veneno de su propia lengua al mordérsela.

Se alejó de él. No soportaba tenerlo delante y saber que había dejado que otro se la tirara mientras él poseía a otra mujer.

«Otra que no era yo».

Se hizo a un lado e intentó dejarlo atrás, pero Indra la detuvo tomándole el antebrazo.

—No. Ni hablar.

—¿Ni hablar qué? —Sakura arqueó las cejas rosáceas, mirando los dedos que rodeaban su blanca piel.

—No vas a escapar.

Sakura sonrió y se soltó de su amarre con rabia, pero Indra volvió a sujetarla.

—Déjame decirte lo que soy, sirena, por si no lo has olvidado.

—¿Sirena? ¡¿Sirena?! ¿Ahora me llamas así? —replicó resentida—. No puedes obligarme a escucharte, isleño. Ya no tienes poder sobre mí.

Indra apretó los dientes y negó con la cabeza.

—No quiero obligarte, pero déjame decirte tres cosas. La primera... —Sakura volvió a dar un manotazo, pero Indra la sostuvo con firmeza—. La primera es que sé toda la verdad.

Ella agrandó los ojos y parpadeó atónita. ¿Sabía la verdad? ¿La suya?

—¿Cómo?

—Tu libro —contestó con sinceridad—. Tu diario.

—¿Mi diario? —sus ojos se enrojecieron y pequeños hilos de electricidad rodearon su cuello y sus hombros—. ¿Has leído mi diario personal? ¿Eso es lo que me quieres decir?

Indra asintió sin un ápice de vergüenza.

—Sí. Lo he hecho. Y no voy a pedirte perdón por ello.

Por supuesto que no. Indra no pedía perdón nunca. Él nunca se arrodillaba ante nada ni nadie. Guerrero orgulloso y soberbio.

—Sé todo lo que pasó, Sakura. —Se relamió el labio del piercing y, por primera vez, su mirada brilló con un fulgor de pena y arrepentimiento—. Y no sé cómo remediar todo lo que ha sucedido entre nosotros aquí, en este reino, pero…

—No hay nada que remediar. Se acabó.

—... pero lo lograré. —Ignoró su sentencia—. Segundo: no soy un hombre que tenga ni un gramo de oso amoroso en su cuerpo. No tengo alma de calzonazos ni de príncipe azul. Soy como soy y lo que soy, y llevo una eternidad siéndolo. No voy a ponerme de rodillas y a llorarte por las esquinas para que me perdones. No voy a cambiar. Y por eso te digo que, del mismo modo que hice acoso y derribo contigo para vengarme cuando tuve la oportunidad en el Midgard, usando las artimañas que fueran, pienso hacer acoso y derribo ahora para que me vuelvas a mirar de nuevo y para que vuelvas a respetarme. Trátame tan mal como quieras: me gusta, nena. Porque no pienso tener clemencia contigo hasta que regreses a mi lado.

Ambos se miraron fijamente. Una tensión sexual creciente se alojó entre sus cuerpos.

—¿Has acabado? —Sakura estaba temblando interiormente. Dioses, Indra era un hombre mezclado con sangre de guerrero y demonio. En el Valhall la conquistó por lo dominante que era, porque ella necesitaba a un hombre más fuerte que ella a su lado. Pero la conquistó porque lo amaba incluso antes de conocerse, y porque Indra siempre la complacía en todos los ámbitos. Ahora, Indra quería conquistarla después de haberle roto las alas y el corazón.

—No. No he acabado. Me queda la tercera.

—Dímela y suéltame —contestó, fingiendo desinterés.

—He muerto dos veces ya. La primera vez como humano Ōtsutsuki, en la batalla de Arran, justo en esta tierra que ahora me han arrebatado por segunda vez. Y en esta misma tierra, que he perdido a manos de los jotuns, también he muerto por segunda vez.

—No digas estupideces. Sigues vivo —lo miró de arriba abajo.

—Morí cuando te vi desaparecer dentro de la cúpula. Y morí, incluso entonces, cuando todavía no sabía la verdad y no había leído tu diario. Cuando te vi ascender... —Se detuvo un momento y cerró los ojos atormentados— y deshacerte en el aire... —Una bola de pena le estranguló la voz, pero continuó con valentía—. Dejé de existir. Lo que quiero decirte es que, incluso odiándote como te he odiado, ha habido una parte dentro de mí que siempre te ha querido.

—Cállate...

—No. Tienes que escucharme.

—No me puedes obligar. No tengo el collar y tus palabras ya no surten efecto.

—Está bien. No tengo nada de eso, ni tú tampoco. Pero me escucharás igualmente —se cernió sobre ella. Indra le sacaba una cabeza y media a la digna valkyria—. No sé cuánto me odias. Me imagino que tanto como yo te odiaba a ti; pero te aseguro que he perdido al noventa y cinco por ciento de mis guerreros en esta mierda de guerra que libro en nombre de unos dioses que nos hacen la vida imposible. He perdido el respeto de los que quedan en pie, del líder de los einherjars...

—Vaya... —sonrió dañina—. ¿Por fin reconoces que no eres tú el leder?

Indra tensó la mandíbula y prosiguió con su discurso.

—He perdido muchas cosas en mi guerra contra ti. El cariño de mi ahijado, por ejemplo. Kawaki ni me mira —explicó consciente de ese hecho—. Pero no quiero perder más. No sé si te he perdido a ti, pero no dejaré que pase sin antes luchar. No voy a dejar que te alejes, Sakura. No lo voy a permitir.

—¿Es una amenaza? —Indra guardó silencio—. Métete tus amenazas dónde te quepan, isleño. Y déjame tranquila. Y es mejor que me sueltes si no quieres que te achicharre...

—Lo siento, pero no puedo. No es una amenaza. Constato una realidad. Y tú no me puedes hacer daño porque, aunque te duela y te cueste aceptarlo, en estos momentos soy tu einherjar y tú mi valkyria. Eso nunca cambió. Incluso cuando yo deseé arrancarte de mí, no pude.

A la joven los ojos se le aclararon, y los hilitos que solo rodeaban su cuello y sus hombros, esta vez abarcaron la totalidad de sus brazos.

—¿Ah, no? ¿No pudiste, pedazo de cretino desalmado? ¿No cambió cuando me convertiste en tu esclava? ¿No cambió cuando te follaste a otra delante de mí...?

Indra parpadeó con pesar.

—Estaba enfadado. Y yo no me...

—¿Sabes qué, isleño? ¿Quieres una realidad palpable? —dio un paso al frente y alzó su barbilla respingona—. Ahí va una —Sus manos se iluminaron y una impresionante descarga impactó en el pecho de Indra y lo lanzó contra la cueva de Molió. Todos los guerreros que celebraban la victoria contra los jotuns, alzaron las cabezas, sobre todo Daimhin, y miraron a Sakura con asombro y respeto—: ¡ya no soy tu valkyria, escocés! No te pertenezco —su pecho subía y bajaba por la rabia de decir esas palabras en voz alta—. Soy libre de escoger a quién yo quiera. Y tú no estás en la lista..., ¡puto!

Tras esas palabras, Sakura dirigió una mirada de advertencia a los guerreros. No quería espectáculos ni aplausos. Subió a lomos de Angélico y se fue sola en busca de Naruto y las valkyrias.

Tenía directrices que dar a la hija de Thor.

Indra se había estampado contra la pared interna de la gruta.

Sakura acababa de herirle con sus rayos cuando ninguna valkyria podía herir a su einherjar mediante ellos, porque su relación, como siempre decían, era de sanación y no de guerra.

Se miró el pecho y se vio la piel quemada y sangrante. Vaya, pues Sakura lo había hecho. Lo había herido.

Un sudor frío lo recorrió y le entraron ganas de vomitar. ¿Sería verdad que él y ella ya no eran pareja? ¿Ya no estaban vinculados? ¿El kompromiss podía desaparecer? Angustiado por ese pensamiento, se apoyó en la pared y perfiló con la punta de los dedos los mensajes rúnicos y gaélicos que hablaban de profecías que nadie creía.

Pero ahora él ya sabía a qué se referían.

—»Y llegará un guerrero envuelto en malla, a lomos de su caballo volador e implantará justicia en la batalla última» —sonrió y cerró los ojos al comprender lo ciego y lo tonto que había sido.

Allí, en St. Molio ́s Cave, en una de las cuevas que Indra consideraba como suyas, hacía siglos que guerreros valientes como él y como Sakura, vieron la llegada de la valkyria en sus visiones. Vieron ese momento de guerra entre el Bien y el Mal.

Se lamentó al no haberla visto con claridad.

Sin embargo, había algo que la profecía no mencionaba.

Había sido un mezquino con Sakura en la venganza y no se había reservado ni una pizca de odio. Lo sería también en la batalla por recuperar su amor, y pondría toda su intención y su negro corazón en ello.

Agarró la punta de su espada y grabó en letras rúnicas en la roca chamuscada.

—»Y el guerrero envuelto en malla, sometió al escocés».