20

Fair Isle

Norte de Escocia

Tal vez fueran los gases que dejaba salir la tierra a través de la grieta de Arran; o, a lo mejor, era el tiempo apocalíptico que caía sobre el Midgard; pero el amanecer había emergido como una noche oscura. El cielo gris no dejaba pasar ni un rayo de sol; y el frente ártico y lluvioso cubría tierras escocesas, irlandesas e inglesas.

Cuando Mei tocó el mechón de pelo de Buchannan, su visión psicométrica la llevó a recorrer grandes extensiones de mares. A caballo entre Lerwick y Kirkwall, las dos islas que se ubicaban entre Escocia y Noruega, había una isla pequeña conocida como Fair Isle.

La valkyria dijo que había un aeropuerto; que apenas había habitantes en la isla, y que Buchannan estaba bajo una cueva con centenares de pájaros que volaban en círculo sobre sus cabezas; además, le venían imágenes de guantes y gorros de lana.

A todos les pareció curiosa esa información. Excepto a Indra, que fue quien asoció la ubicación con Fair Isle. Allí se encontraba una popular fábrica en la que tejían e hilaban ropa de lana muy popular en Escocia y Reino Unido, y tenía un famoso observatorio de pájaros; la isla estaba repleta de aves extrañas, algunas todavía sin catalogar.

La isla era fría y no tenía ni pubs ni restaurantes, ni nada parecido. Solo contaba con una escuela primaria donde iban los niños hasta los once años; después, esos niños debían estudiar en Lerwick, la isla vecina.

Mientras Isamu y su clan se quedaban para acabar de preparar la fórmula bloqueante para las esporas, y cuidaban de la Isla Marae, Izumo y lo que quedaba de sus berserkers se reunían con los vanirios cabezas rapadas de la Black Country y viajaban a Edimburgo para controlar la falla de las Highlands y estar presentes en caso de que la tierra se agrietase de nuevo y los purs y los etones empezaran a emerger de ella y a matar a humanos.

Kakashi acompañó a las valkyrias y los einherjars en su búsqueda de Buchannan. El berserker tenía la esperanza de encontrar a Hummus cerca de donde estuvieran sus súbditos, y esperaba que su puñal Guddine temblase y se calentase al pisar esa isla. Si lo hacía, significaba que había un semidiós a su alrededor. Como no podía volar, Sakura lo llevó sobre su pegaso, y juntos emprendieron el viaje, siempre bajo la atenta y recelosa mirada de Indra.

Fair Isle era un lugar salvaje e inhóspito. Estaba rodeada de pequeños islotes verdes, ariscos como sus formas, pero llenos de encanto natural.

El islote central no era muy grande, así que no tardaron mucho en recorrerlo y dar con los grupos de aves de todo tipo que volaban en círculo y que mencionaba Mei.

Sobrevolaban una zona rodeada de musgo verde, pero con rocas desnudas y escarpadas. Al horizonte, se divisaba el observatorio de pájaros de la isla.

Naruto y Indra habían facilitado pequeños aparatos de invisibilidad que servían para que los radares no les detectaran mientras sobrevolaban la isla. Llevaban de todo; desde desodorizantes hasta anuladores de ondas mentales, por si los etones decidían hacer de las suyas.

Angélico, el pegaso de Sakura, movió las orejas al ver a las aves, y Sakura le acarició el cuello.

—Ahora podrás ir a jugar con tus amiguitos. No te los comas, ¿vale?

—El pegaso no puede ir a jugar con los pájaros, ¿entiendes? —le recriminó Kakashi—. Es un observatorio. ¿Qué crees que harán cuando vean a un caballo volador?

—Eh, peliplata. Si ella quiere que su caballo juegue con los pajaritos. Que juegue, ¿entendido? —le advirtió Indra con voz amenazante.

Kakashi puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.

—Haced lo que os dé la gana. Estáis todos como cabras.

Estudiaron el terreno y palparon con sus botas rocas huecas en el suelo que pudieran dar entrada al supuesto inframundo.

Naruto tocó cuatro veces seguidas una roca aplanada y grisácea. Palpó con los dedos el césped de alrededor hasta encontrar lo que buscaba. Sonrió, y algo hizo clic.

—¿Es aquí? —preguntó Indra desenfundando sus espadas. Sus einherjars hicieron lo mismo.

Mei cerró los ojos y volvió a tocar el pelo... Asintió con una sonrisa orgullosa.

—Es aquí, moños —le dijo.

Indra volvía a llevar su pelo recogido en un moño alto; y un par de trenzas delgadas caían por detrás de su oreja derecha hasta rozar el arnés del pecho.

Indra sonrió. Mei le llamaba trenzas, moños, isleño, y otros insultos más lucrativos.

—Esta es la entrada. —Naruto se acuclilló y observó cómo la compuerta del suelo se abría de izquierda a derecha y una escaleras verticales descendían a unos veinte metros en profudidad.

—A tus órdenes, Engel.

Naruto asintió y dijo:

—No quiero que quede nada ni nadie en pie. Vamos a vengar a nuestros amigos.

—Pensé que no eras hombre de venganzas —dijo Indra, colocándose a su lado. Chocó sus espadas y le sonrió amigablemente—. ¿Qué diría Sun Tzu?

—Sun Tzu diría que la mejor batalla es vencer sin combatir. Pero estamos en un punto de no retorno; y la guerra ya es una realidad.

—Cierto.

—¿Sabes quién es Walter Scott?

—Por supuesto.

—Él dijo que la venganza es el manjar más sabroso; aunque esté condimentado en el infierno. Y yo digo: ¡quemémonos!

—Quemémonos, Engel. —Indra saltó al vacío y fue a la cabeza del clan de guerreros.

.

.

.

Habían muerto muchos guerreros amigos por ella.

Él había traicionado a su clan por ella.

Había vendido su alma a Loki por ella.

Y, ahora, Mandy estaba despierta en una cápsula de cristal. Acababan de desconectarla de varios cables con los que se le transfería sangre tratada con Stem Cells. La sangre de todos los esclavos que se hallaban en esos túneles.

La última planta de las instalaciones era la que contenía las cápsulas de rejuvenecimiento. La habían pintado toda de blanco, y las luces eran de color azul suave. Las paredes estaban llenas de esas tumbas verticales transparentes con vampiros que recibían el tratamiento pertinente.

Los tubos llenos de sangre bajaban desde la cuarta planta, que eran dónde estaban los esclavos donantes, traspasaban el techo y se internaban, mediante válvulas, en los compartimentos individuales.

Buchannan observó a su mujer: su belleza era inquebrantable. Y eso que la habían hallado quemada. Pero la terapia rejuvenecía y trataba las células destruidas hasta restituirlas por completo.

Ahora su Amanda, su cáraid, seguía siendo ella. Se había recuperado totalmente.

Solo faltaba que abriera los ojos y que por fin le reconociera. Y a Buchannan le hacía falta que ella lo volviese a mirar tanto como el respirar.

¿Se habría ganado ir al Infierno por lo que había hecho?

Traicionar a los suyos por el amor de su mujer, por su vida, ¿valía la pérdida de su alma? Todas esas dudas ya no importaban. Desaparecían bajo el peso de su pareja.

La morena de melena corta y ojos azules se despertó.

Puesto que los habían dejado solos para el reencuentro, Mandy solo le tenía a él como punto de referencia; y en él clavó su mirada.

Buchannan se emocionó tanto que las rodillas le cedieron; Mandy parpadeó confusa y, cuando vio que estaba encerrada en una cárcel de cristal, empezó a golpearse contra la cápsula hasta que después de varios golpes, por fin el cristal cedió y se rompió en mil peda- zos.

La joven, que vestía un mono blanco corporativo y ajustado con el logo de Newscientists sobre el pecho izquierdo, saltó sobre Buchannan y le enseñó los colmillos.

—¡Por todos los dioses, Mandy! —gritó Buch—. ¡Soy yo! ¡Soy yo!

Pero su pareja no reaccionaba, ni a su tono ni a sus palabras.

Mandy era una bestia inhumana. Un vampiro sediento de sangre que había perdido toda conciencia de lo que había sido una vez. Buchannan no comprendía por qué había despertado de aquel modo. ¿Sería ese su estado natural? Si era así, entonces aquella mujer histérica, aquel monstruo agresivo y violento, no era Mandy.

Era otra cosa, pero no era Mandy.

La cáraid que Zetsu prometió que le devolvería no era la mujer que amó con tanta devoción.

Eso que tenía sobre él, arañándole la cara y mordiéndole el cuello, no era su vaniria; no era su pareja de vida.

—¡Soy yo! ¡Mandy, reacciona! ¡Soy yo! —gritaba inmovilizándola contra el suelo.

Las alarmas del recinto se dispararon; y las luces del techo se activaron con tonos rojos parpadeantes, como si se tratase de un submarino en alerta roja.

Buchannan miró hacia todos lados. ¿Quién había entrado allí sin permiso?

—¡Vamos, Mandy! —La agarró del cuello y le giró un brazo en la espalda para que dejara de pelear. La vampira seguía luchando contra él, deseosa de dejarle seco, sin un mililitro de sangre en su cuerpo.

Él no había cedido a la sangre por ella. Pensó que, si Zetsu la recuperaba, debía seguir manteniendo la esencia vaniria para compartirla con su mujer.

Pero, ahora, Mandy era un nosferatu que solo pensaba en su propia satisfacción: en acabar con su sed.

A Buch, los ojos negros se le llenaron de lágrimas, y decidió que si había un modo de no sentir arrepentimiento ni pena; si había un modo de perder la conciencia, ese sería con la muerte. Así no sufriría.

Soltó a Mandy y se colocó en medio de la sala. Cerró los ojos y esperó a que el cuerpo de su desaparecida mujer acabara con su vida.

Pero no fue así. Nada acabó con él.

Solo notó un corte en el aire y cómo algo le salpicaba el rostro y el pecho.

Buchannan abrió los ojos, confuso; y lo que vio, le asustó más que ver a Mandy convertida en un vampiro.

Tenía al demonio más vengativo de todos enfrente de él.

Indra tenía la cabeza degollada de Mandy en la mano izquierda y la hoja de su espada manchada de sangre y empuñada en la derecha.

Sabía, por boca de otros guerreros, que Indra tenía una mirada diabólica cuando iba a acabar con la vida de algún luchador. Era como si otro ser más malvado que él lo poseyera. Le llamaban el diablo de Escocia por algo.

Y ahora, su examigo le estaba mirando a él de aquel modo.

Indra tiró la cabeza de la vampira al suelo.

Aquella ya había dejado de ser Mandy. Sucedía cuando a un vanirio le hacías transfusiones de sangre y superabas su peso en líquido de más. Y Mandy había recibido demasiada y se había convertido en un puto títere de Loki.

En las otras plantas, las valkyrias estaban incendiando con sus rayos todas las cajas de terapia Stem Cells; mercancía que llevaban directamente a Noruega.

Naruto y los einherjars habían matado a todos los vampiros que se ocultaban en ese putrefacto agujero dispuestos a chupar de la sangre de los esclavos tratados que había en la planta cuarta inferior.

Y Kakashi había acabado con toda la planta cuarta al completo, también.

La premisa era no dejar títere con cabeza, y eso habían hecho los guerreros. No quedaría nadie en pie.

Naruto había interrogado a los científicos humanos que estaban controlando, mediante los ordenadores, las fórmulas y la evolución de las terapias. Ellos habían asegurado que eran los últimos en revisar la química del producto y que finalizaban el ciclo antes de que la terapia llegara a todos los vampiros que la habían comprado. Joder, comercializaban con ello.

Y Indra..., Indra se encargaría de detonar la planta inferior; la que sostenía todo aquel submundo de sangre, esclavos, nosferatus y humanos contaminados.
Y allí, en esa última planta, se hallaban Mandy y Buchannan. Bueno, ahora solo estaba Buchannan.

—¿Dónde está Zetsu? —preguntó Indra dando pasos amenazantes hacia él.

—Has matado a Mandy... —susurró Buchannan—. Mi Mandy —se llevó las manos a la cabeza y tiró de su pelo con fuerza.

Indra corrió hacia él, pero Buchannan se escapó y activó la palanca que abría las demás cápsulas de cristal.

Los vampiros salieron de las cápsulas muertos de hambre, como había salido Mandy. Y todos se dirigieron a placar a Indra y también a Buchannan. Él aún era un vanirio y también tenía sangre caliente igual.

Indra desplegó sus alas, alzó sus espadas por encima de las cabezas y, dando vueltas sobre sí mismo como si fuera un tornado, partió los cuerpos de aquellos que se interponían en su camino.

Sakura, Temari y Mei entraron para ayudarle; y con sus rayos frieron a los vampiros neófitos que querían alcanzar al highlander; eso propició que el einherjar se quedara solo con su excompañero.

—Puse la mano en el fuego por ti —dijo Indra, limpiándose el pómulo manchado de sangre con el antebrazo. No se detenía, seguía avanzando hacia él.

Buchannan quedó apoyado en la pared. Había intentado escapar, pero las valkyrias se lo impidieron. Ahora debía enfrentarse a la justicia demoniaca de Indra.

—Mataste a mis amigos. —Indra se guardó las espadas y se ajustó las esclavas a las muñecas—. Logan, Kendrick, Mervin —enumeró con los dedos de las manos. Y, a cada nombre, con sus puños, le rompía rodillas y brazos a una velocidad de vértigo—. Mataste a más de cien guerreros en Arran, sin contar a mujeres ni a niños. ¿Y todo por qué?

—Por... Mandy —contestó él, doblado de dolor en el suelo.

—Perdiste la cabeza. —Escupió agarrándole de la pechera y alzándolo del suelo—. Mandy murió, estúpido. Y tú no solo no la dejaste ir; sino que, además, traicionaste a todo tu clan para regresarla entre los muertos como una puta marioneta. —Señaló la cabeza de la mujer con un gesto de su barbilla.

—¡No lo sabía! ¡Zetsu me dijo...

Indra le agarró del cuello y presionó con sus dedos hasta ahogarle.

—No pronuncies su nombre. Es mierda.

—¡Él me ayudó! ¡Quiso devolverme la paz que me arrebataron cuando Mandy murió!

—¡Él te manipuló! —gritó rompiéndole la tráquea. Buchannan era inmortal y no moría si no le arrancaban el corazón, o le cortaban el cuello o le exponían al sol. Con una tráquea partida no le sucedería nada, pero era doloroso—. Y tú vendiste tus principios. Mataste a mujeres, hombres y niños inocentes. A todos. Tu traición salió muy cara.

Buchannan quiso suplicar por su vida. Pero, con la tráquea así, no podía hablar.

—Puedo hacer que mueras lentamente o a cámara muy muy lenta. Dime dónde está Zetsu y dónde guardan la lanza.

Buchannan negó con la cabeza.

—No... No lo sé.

—Puto traidor... —gruñó hundiéndole dos dedos en el pecho, a la altura del esternón.

—Voy a meterte el maldito puño lentamente hasta arrancarte el corazón. Dímelo.

—¡Detente! ¡Para! —gritaba Buchannan—. No lo sé... Solo sé que esperan que los vórtices se activen de nuevo para utilizarla...

—¿En qué punto?

—¡Argh!

—¿Dónde? —hundió un tercer dedo y agrandó la herida

—¡No lo sé! Dependerá de cómo se activen.

Indra meditó la respuesta. No comprendía nada.

—¿Dónde está Hummus?

—No lo sé. No... No lo conozco. Yo solo... Solo quería ver a Mandy viva otra vez —reconoció a punto de desmayarse por el dolor.

Indra apretó los ojos con rabia y negó con la cabeza. Él siempre pensó en Kidōmaru y Buchannan como en grandes hermanos. Y lo fueron durante siglos, pero las pérdidas de sus cáraids vanirias acabaron con su conciencia. Ellas murieron y, por el camino, se llevaron también las almas de sus guerreros.

Indra acabó de hundir el puño en el pecho de Buchannan y rodeó su corazón mentiroso y traidor con los dedos. Lo apretó con fuerza y dio un tirón hasta extraérselo.

El corazón del vanirio se deshizo en sus manos, y Buchannan cerró los ojos por última vez, al instante, pronunciando un «gracias, amigo» que a Indra le desequilibró.

Sakura vio a Indra tan abatido cuando salieron de las instalaciones de Newscientists de Fair Isle que solo deseaba llevárselo a un rincón, apartado de todos, y abrazarlo.

No debía sentirse así; no tenía por qué sentir esas cosas, esas ansias de consolarle; pero no podía evitarlo. Sentía pena por él.

En cambio, cuando todos los guerreros salieron de las cuevas subterráneas, esa desazón por él se desvaneció al ver a quién traía Theodore entre sus brazos.

Era Ada. La humana. La sumisa de Indra.

Y estaba viva. Vestía la misma ropa con la que llegó al castillo.

Cuando la joven vio a Indra, corrió a abrazarlo mientras lloraba desconsolada y asustada. Madara, el vanirio samurái, se ofreció para hacerle un lavado de cerebro pero, esta vez, fue Indra quien se negó.

—Me alegro de que estés viva. He venido a rescatarte —susurró sobre su pelo alborotado, besándole en la frente.

Sakura miró a Indra, estupefacta. ¿Sabía que ella estaba allí? ¿Había ido a rescatarla? Entonces, ¿para qué toda esa palabrería en la enfermería de la casa de Izumo? ¿Cómo se atrevía a ser tan falso con ella después de todo?

—¿Pero qué está pasando? ¿Qué eran esos bichos? —preguntaba entre temblores, pidiendo explicaciones a gritos.

—Indra —intervino Madara—, ¿no es mejor que le borremos la memoria? Es indoloro. Un momento y listos.

—¿Borrarme la memoria? ¡No! ¡¿Qué dice?! —gritaba histérica la pelicastaña.

—No, Indra no quiere eso —murmuró Sakura en desacuerdo—. Quiere que ella entienda lo que es y que lo acepte, ¿verdad, isleño? —le echó en cara sus palabras, con rabia e inquina—. Ella es el amor de su vida.

—¡Vaya gilipollez! —exclamó Temari dejando mudo al personal—. Estoy hasta el gorro de escuchar estas tonterías. Esa humana no es tu pareja, isleño. —Temari se aproximó a Indra, se retiró el flequillo de los ojos y le dio una colleja—. ¿Vas a dejar de comportarte como un imbécil?

Mientras tanto, las cuevas explotaron por los aires y parte de la superficie de la isla se hundió tras la detonación.

—¿Por qué tienes las orejas puntiagudas? —preguntó Ada con interés.

—Lo siento, chica. Te han drogado y ves cosas que no están pasando en realidad —respondió Temari.

—¡Basta de confundirla! —Indra cortó la conversación—. Sakura, necesito que nos acompañes un momento.

Sakura palideció y se negó en redondo.

—No pienso acompañaros a ningún sitio. Vuestros espectáculos porno me asquean —contestó ni corta ni perezosa.

Todos silbaron y se rieron de su comentario.

Le do thoil, saighdeoir. Por favor, arquera —pidió suplicante.

Cuando Sakura escuchó esas palabras en dalradiano, que era una variante del gaélico irlandés, algo le dijo que no podía negarse. Sus ojos melosos que le rogaban que accediera.

Indra le hablaba de nuevo en su lengua y ella amaba oírle hablar así.

—Está bien.

El highlander sonrió levemente, agradecido al ver que ella aceptaba. Se dirigió a Naruto y le pidió un detector biométrico que tenía en sus iPhone y también sodio pentotal.

Las riñoneras de los einherjars estaban repletas de juguetitos que a Indra cada vez le gustaban más.

Sakura entrecerró los ojos y miró a Ada con desconfianza.

El suero pentotal era lo que Naruto inyectó a Khani para que revelara la verdad en Batavia, cuando le torturaron.

¿Para qué lo necesitaba Indra?

—Activa el lápiz anulador de frecuencias —ordenó Indra a Sakura.

Estaban los tres solos en una pequeña colina verde retirada del resto. Él no quería que nadie se interpusiera en ese interrogatorio. Si Ada resultaba ser lo que empezaba a imaginar que era, solo él decidiría sobre su destino.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Sakura obedeciendo sus órdenes. Estaba apoyada en un árbol, observando cómo Indra abrazaba a Ada. Sakura enseñó sus colmillos y miró hacia otro lado—. Te he dicho que no vengo aquí a ver cómo os sobáis...

—Chist, Sakura —le pidió él, levantando la jeringa de suero pentotal y clavándosela en la nuca a la humana.

—¿Estás drogando a tu sumisa? ¿Ahora se lleva eso? Esa chica no necesita drogas para que le bajes las bragas...

—¡Arg! —Ada se quejó y se apartó de él—. ¿Qué has hecho?

Indra permaneció en silencio y esperó a que la droga hiciera efecto. Las pupilas de la humana se dilataron y miró a su alrededor como si estuviera un poco desorientada.

—Dime, ¿cómo te llamas? —preguntó con tranquilidad.

—¿Yo? Ada Neson.

—¿De dónde eres?

—¿De Escocia? —repitió como si él fuera tonto—. Oye..., ¿qué me has dado? —se sentó en el suelo, aturdida.

—Sakura, sostenla.

La valkyria, cada vez más interesada, la levantó y la mantuvo en pie. Aquello le gustaba.

—¿Eres Ada Neson de Escocia?

—Sí.

Indra asintió y pasó el lector de chips biométricos por el cuerpo de Ada. Ninguna alarma sonó, excepto cuando colocó el lector por detrás de su rodilla izquierda. Este empezó a sonar, y Indra apretó los dientes.

—¿Qué haces? —preguntó Ada intentando retirarse del lector.

—¿Qué hacías aquí?

Ada sacudió la cabeza y se relamió los labios.

—Yo... A mí me secuestraron...

Indra negó con la cabeza y le sugirió a Sakura que cambiaran los papeles. Esta, sorprendida, accedió. Él la sostendría y Sakura le dejaría las cosas claras.

—No, Ada... ¿Qué hacías aquí?

La humana no sabía qué contestar y parecía luchar contra algo.

—Me secuestraron...

—No. Sakura. —Indra arqueó las cejas y miró a Sakura.

La valkyria enarcó la suyas, pero cedió con facilidad a la sugerencia del highlander.

—¿En serio?

—Sí.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Es una broma?

—¡Hazlo ya!

¡Plas!

Sakura abofeteó la mejilla derecha de Ada. Oh, dioses... ¡Qué bien se sentía aquello!

—Volvemos a empezar —canturreó Indra—. ¿Eres Ada Neson de Escocia?

—Sí —lloriqueó la chica.

—¿Qué hacías aquí, en estas cuevas?

Ada apretó los dientes y respondió gruñendo:

—Me utilizaban como cebo para que me rescataras.

—Ahora nos entendemos —admitió Indra—. ¿Por qué? ¿Te has prestado a ello?

—No... No me prestaría nunca a ello. ¡Me secuestraron!

Indra miró a Sakura; y esta abofeteó su mejilla izquierda.

—Ahora di la verdad, Ada. ¿Te has prestado a ello?

—Bueno..., es que... me dijeron tus amigos qué tipo de hombre eres...

—¿Y qué tipo de hombre soy?

—No eres mortal.

—Joder... —murmuró Sakura boquiabierta—. La zorra lo sabe.

—¿Qué amigos te hablaron de mí? —Indra se hacía cruces por no haberse enterado antes.

—Buchannan. Él me dijo qué tipo de ser sobrenatural eras. Me dijo que sabía que yo era la única sumisa que tenías; y que tú estabas dispuesto a convertirme en lo que él era.

—¿Y Kidōmaru te dijo lo que era él?

—Sí. Me dijo que Zetsu me ayudaría a convertirme si les echaba una mano. Me dijo que solo tenía que lograr que tú me invitaras a tu castillo. Una vez dentro, yo solo debía dejar correr una bola metálica por el suelo, una cámara que dijera en cada momento cómo y donde estabais —Ada se detuvo y volvió a relamerse los labios resecos—. Y eso hice.

¡Plas! Sakura la abofeteó de nuevo sin permiso alguno.

Indra no le recriminó nada.

—Tú ayudaste a que supieran cómo podían cercarnos en la fortaleza. ¡Pedazo de guarra ansiosa! —Volvió a abofetearla hasta que Indra la apartó de ella.

—Sakura, quiero preguntarle unas cuantas cosas más. Si sigues pegándole la vas a dejar inconsciente.

—¡Es una mentirosa!

—Lo sé. Pero acabemos con esto, ¿de acuerdo?

La Generala se obligó a tranquilizarse; y Indra retomó el interrogatorio.

—¿Por eso estabas aquí? —Indra insuflaba tranquilidad a sus palabras, aunque estaba muy lejos de sentirse tranquilo.

—Estaba aquí... Porque... Porque tenían que hacer un cambio de sangre conmigo para ello. Y porque Buchannan me dijo que te dirían que me habían secuestrado y me utilizarían como moneda de cambio.

—¿Moneda de cambio?

—Sí... —sollozó hasta cansarse y añadió—. Por ella —miró a Sakura con rabia.

Indra tuvo ganas de echarse a reír. Sakura no entraba en intercambios. Nunca.

—¿Quieren a Sakura?

—Sí. El jefazo quiere a la pelirosa y no sé por qué.

—¿Se llama Hummus el jefazo?

—No lo sé.

—¿Sabes dónde está?

—Noooo... —gimió cansada.

—¿Así que nadie nos esperaba hoy?

—¡No! Maldito seas, ¡no! Estoy a punto de convertirme en lo que tú eres. ¿Por qué habéis tenido que venir?

Sakura rechinó los dientes y deseó escupirle en la cara.

—No, guapa. Te aseguro que no ibas a ser como él. Ni siquiera como yo. Te iban a convertir en una muerta sedienta de sangre.

—No es verdad...

—Sí lo es —contestó Indra.

Giró la cabeza de Ada con las manos y se la partió. Sin ceremonias ni preavisos. ¡Crack!

El cuerpo de la humana cayó hacia delante, sin vida y se desplomó como un árbol roto y partido.

Sakura parpadeó impresionada por lo que acababa de ver.

—¿Qué has hecho? —No sabía cómo reaccionar.

—Matar a quien me ofendió con su traición. Ada es una traidora. —Pasó por su lado, y la dejó atrás.

—Pero... Pero era la mujer que te había... ¡¿Cómo lo sabías?! —preguntó de golpe. Indra debía saberlo desde antes, ¿no?

—Porque Theodore me ha dicho que la tenían oculta en una celda especial, a prueba de todo tipo de impactos. Solo proteges así a alguien que es muy preciado, o para ti, o para el clan enemigo. Y quien me conoce de verdad, sabe perfectamente que Ada nunca fue importante para mí. Por tanto, he deducido que Ada era una ficha de ellos. Nunca fue una ficha mía —aseguró mirando a Sakura con deseo—; y la habían tratado demasiado bien para ser una rehén. Además, tenía mordiscos en la nuca, allí donde el pelo la cubría. Te he hecho encender el anulador de frecuencias porque puede que algún vampiro haya querido controlarla mentalmente. La estaban preparando para ser una esclava de sangre, no para convertirla en vaniria.

Sakura no salía de su asombro. ¿A ese hombre no le dolía la traición de esa mujer?

—¡Indra! —le gritó furiosa—. ¿Acaso no te cabrea darte cuenta de que la mujer por la que estabas dispuesto a dejar tu don inmortal te ha traicionado de ese modo y ha sido cómplice del asesinato de tu clan? —Sakura sabía dónde dar para hacer daño, y ahora descargaba su ira contra él.

—Claro que me cabrea —señaló el cuerpo sin vida de Ada—. Por eso está muerta.

—¡¿Y por qué no la has torturado como a mí?! —protestó herida.

Indra suspiró y miró al cielo, buscando la respuesta correcta. Se detuvo y estudió a Sakura suplicándole que lo comprendiera.

—Porque no me importaba tanto como para vengarme de ella. Tú me destrozaste y acabaste conmigo, ¿sabes por qué? —Abrió los brazos, rendido a la evidencia.

—¡¿Por qué?! —preguntó en voz alta.

—Porque yo te amaba. Por esa humana no sentía nada en absoluto; por ti lo sentía todo. Solo aquellos a quienes amas de verdad son los que más daño pueden hacerte. Y tú me heriste de muerte cuando me rechazaste, Sakura. Si tenía la oportunidad de encontrarte de nuevo no te ibas a ir de rositas sin sentir, al menos, una décima parte del dolor que yo sufrí.

La valkyria se acongojó al escucharle decir esas palabras.

—Pero te fuiste, sirena, y yo... —no sabía cómo expresarse—. ... Cuando te fuiste, yo acabé de morir, definitivamente —ascendió la pequeña colina y se pegó a ella hasta que les separaban solo unos centímetros—. Morí, tonto de mí, pensando que ya estaba muerto. Pero no; no lo estaba. Y cuando regresaste como la gran guerrera que eres, decidí que, si estaba vivo todavía, aprovecharía mi vida solo para resarcirte. —Alzó la mano y cubrió su pálida mejilla con suavidad— . Si me dejas, te resarciré. Dame la oportunidad, antes de que alguno de los dos muramos en el Midgard. No nos hagas esperar más.

Sakura tenía tal nudo en la garganta que apenas podía respirar. Indra intentaba reconquistarla. Y volvía a ser el hombre que arrasaba con ella. Con sus emociones, con sus sensaciones... Era el hombre que despertaba sus deseos.

Los más oscuros. Los más luminosos.

Y se asustó tanto de volver a confiar y de volver a entregarse a él sin reservas que le apartó la mano de un bofetón, y bajó la colina con paso rápido.

¿Cómo iba a creer que él la amaba si la había dejado en manos de Theodore?