21

Wester Ross

Isla Marae

Cuando llegaron a Wester Ross, Isamu estaba a un paso de lograr la terapia de choque de las esporas.

Atsui y Kawaki habían congeniado a la perfección; y el tío de Naruto le estaba ayudando a leer unos libros. Con lo apasionado de la lectura que era y la gran librería que había en ese lugar, no entendía cómo no se aprovechaban más de ello.

Los berserkers y vanirios de la Black Country seguían en Edimburgo, controlando que los purs y los etones no aparecieran para matar al personal, y vigilando que la grieta de Arran no alcanzara las Highlands.

Indra y los demás cenaron en el complejo de Izumo, contrastando la información que les llegaba desde Inglaterra.

Los puntos seguían dormidos, esperando activarse como un volcán. Cuando lo hicieran, aquello sería el fin, porque no estaban seguros de poder controlar todas las puertas y las fugas. Pero se con- tentarían si, al menos, lograban encontrar la lanza e impedían que Hummus fuera quien la clavara en el Midgard.

La lanza actuaría como puerta del Jotunheim, como una llave; y entonces el mal llegaría a la Tierra.

Los dioses no podrían descender si Odín no tenía en manos a Gungnir. Era él quien debía abrir las puertas del Asgard izando su lanza y llamando a sus guerreros a la batalla.

A esos dioses que se suponía que eran justos; a Odín, Thor, Tyr, Freyja... A todos ellos, Indra estaba encomendando las almas de sus guerreros caídos mediante una ceremonia dalradiana.

Después, podrían celebrar una fiesta de despedida con música y bebida celta y vikinga, con hidromiel y aguardiente a mansalva... Pero, en ese momento, tocaba expresar las emociones y darles una despedida honorable a los que ya cayeron.

Instó a todos a que se pintaran la cara con tres puntos negros en las mejilla izquierda, en señal de que estaban presentes en cuerpo, mente y corazón; y todos los einherjars y las valkyrias, sin excepción; todos los vanirios kofun, incluso Kakashi, lo hicieron por respeto al clan de Indra.

Por respeto a aquel gigante emocionado.

Después de vengar sus muertes destruyendo la central de Fair Isle y matar a Buchannan y a Ada, podría darles digna sepultura.

A sus pies, en el lago interior de la isla Marae, Indra había dejado flotar cien velas sobre cien cuencos de cristal azul. Las velas coparon el lago con luces azulinas, como si fueran luciérnagas de colores.

El impresionante Ōtsutsuki se colocó a orillas del lago y clavó su espada en el suelo. Todos los einherjars y vanirios hicieron lo mismo.

Indra, habló a las montañas, al lago, a los mares y a las almas de sus amigos.

Cien vidas como cien soles;

vuelan hacia ti cien almas sin temores.

Recíbelos en tus brazos, muerte paciente

Mantenlos en el recuerdo de mi corazón y mi mente.

Indra se quedó en silencio y tragó saliva recordando a todos los amigos que había perdido. La Tríada al completo: L, M y K. Los feos, como él los llamaba. Y, sin embargo, eran probablemente los más honestos y hermosos de alma. Y después, recordó a todos los que había matado con sus propias manos; a los que una vez fueron sus compañeros y después lo traicionaron, como Kidōmaru y Buchannan. Aunque era un hombre de venganza, tuvo un buen recuerdo para ellos: los recordó felices con sus parejas. Y deseó que allá donde fueran, encontraran la paz que les faltó en sus últimos días en el Midgard.

Kawaki, a su lado, entrelazó los dedos con él al ver que su padrino pasaba por un momento incómodo y se deshacía en lágrimas, como hacía el cielo cuando llovía. Era la primera vez que lo veía tan vulnerable y tan expuesto a los demás. Y a Kawaki le pareció más bueno y noble que nunca. Se había enfadado mucho con él por todo lo que le había hecho a Sakura. Pero Sakura había regresado, y parecía que Indra era responsable directo de ello. Por eso le perdonaba.

El híbrido miró al frente, a todas las luces que surcaban el agua y se mecían al son de una música que solo ellas podían oír.

Música etérea para almas etéreas.

Pudo haber sido él, pero todos le protegieron; sobre todo Sakura. El crío buscó con los ojos a la valkyria. Y la encontró sobre la rama de un árbol, con sus hermanas, emocionada y llorosa por el espectáculo que estaba presenciando.

—Dicen que soy guerrero y que me debo a la guerra —le explicó Indra a Kawaki—. Pero mis lágrimas de hoy dicen lo contrario. No lloro por este mundo que lucha; lucho por el mundo que llora. Lucho por ellos, por las lágrimas que derramaron cuando cayeron en una muerte injusta, cuando no les dieron una oportunidad para vivir. Lloro porque dijeron adiós demasiado pronto.

Kawaki se agarró a la cintura de Indra y permitió que el highlander rodeara sus hombros con un brazo y le estrechara tiernamente.

—Les echo de menos.

—Y yo. Tú eres mi luz en la oscuridad, Kawaki. Eres una alma que brilla como las de ellos.

—¿Sí?

—Sí. Si te sucediera algo. No sé lo que sería capaz de hacer.

—¿Y si le sucediera algo a Sakura? Ella me salvó.

Indra se dio cuenta y parpadeó asombrado. Kawaki acababa de decir una frase entera; así, sin más, cuando, hasta ese momento hablaba a duras penas. No supo qué contestarle, porque se quedó tan en shock al escucharle hablar que no le salía ni la respuesta.

El highlander buscó a la Generala por encima del hombro, y la encontró en el árbol, limpiándose las lágrimas de los ojos. Los tres puntos negros permanecían intactos.

Las tres valkyrias descendieron del árbol del jardín del lago y caminaron hasta Indra. Llevaban ropa liviana negra y azul, como los colores del kilt del clan de Indra.

La despedida debía hacer honor a su clan y todos se arreglaron según las normas.

Cuando Sakura se acercó a él, con Temari y Mei tras ella, la valkyria retiró la mirada, pues no quería que él viera lo emocionada que estaba.

—Las valkyrias tenemos algo que darles a las almas —dijo la pelirosa con voz acongojada.

Indra se apartó para que ellas procedieran a hacer lo que deseaban.

Y, lo que vino a continuación, fue un auténtico regalo para los presentes.

—¡Asynjur! —exclamaron las tres a la vez.

De sus manos emergieron sendos rayos que alcanzaron el cielo y abrieron las nubes como si se tratara de un agujero en la arena.

Temari y Mei mantuvieron los rayos, creando un puente hasta las estrellas; y fue Sakura quien atrajo las velas suavemente mediante las hebras de su electricidad. Rodeó cada farolillo de cristal encendido y, uno a uno, los fue elevando hasta conducirlo por la autopista de electricidad que habían creado sus hermanas.

El cristal y el fuego, al impactar con el agua del lago y los rayos de las valkyrias, se convirtieron en preciosos diamantes. Diamantes en el cielo que destellaban como estrellas fugaces y desaparecían entre las nubes, iluminándolas con su resplandor.

—Se han convertido en estrellas —le dijo Sakura a Kawaki, guiñándole un ojo—. Siempre que mires a las estrellas, recuerda que tus amiguitos son diamantes que brillan como ellas.

—¡Farvel, kompiss! Adiós, compañeros.—gritaron ellas como si animaran a su equipo de fútbol favorito, lanzando alaridos de ánimo para que esos diamantes alcanzaran el paraíso, como si sus voces les acompañaran y les dieran alas.

Indra y todos los allí presentes levantaron sus espadas y alzaron la voz con el mismo grito que las valkyrias.

No tenía por qué ser una despedida triste.

Y así, sin mediar palabra entre ellos, se contagiaron los unos de los otros y decidieron no estar tristes por que se fueran. Eligieron sonreír porque les conocieron.

Puesto que Izumo no estaba, fue el einherjar escocés, William, quien decidió hacer las funciones de DJ.

El Don't wake me up de Chris Brown animó la noche.

Sakura escuchaba la letra de la canción que sonaba mientras saboreaba los canapés que habían preparado. Indra hablaba con Naruto, y parecía que por fin se entendían de verdad, y que el highlander mostraba el respeto que debía mostrarle a su líder.

Era extraño ver a un hombre como él, que era un líder de por sí, ceder las riendas a otro igual de fuerte. Era como si diera su brazo a torcer y, sin embargo, Indra estaba relajado. No se veía para nada contrariado. Había aceptado su rol. Después de siglos en la Tierra, Indra por fin había encajado el duro golpe de no ser el Engel.

Y Sakura nunca lo había visto tan tranquilo.

Mei y Temari la secundaron, una a cada lado de su cuerpo, con copas de hidromiel en las manos.

—Toma y bebe —le dijo Mei, con el pelo rojo alborotado a su alrededor y los ojos turquesas fijos en Indra.

Sakura aceptó la copa y se la bebió de golpe.

—Perfecto. —La pelirroja sonrió—. Como sabía que ibas a hacer eso, aquí tienes otra.

Sakura aceptó la copa de nuevo y, esta vez, brindó con ellas.

—¿En qué piensas? —preguntó Temari sorbiendo poco a poco el líquido dorado de su copa de cristal.

Sakura se encogió de hombros. ¿Cómo les podía explicar que Freyja, supuestamente, le había anulado el kompromiss que la unía a Indra? ¿Cómo decirles eso si ella seguía sintiéndose igual de atraída y enamorada de él? Si ni siquiera podía odiarle más de lo que le había amado. Más de lo que le amaba.

¿Cómo decirles que, aunque ella ya no tuviera alas, seguía unida al alma y al corazón de ese guerrero como el primer día? Aunque le hubiera hecho tanto daño. Y la hubiera insultado...

¿Quería decir eso que la había sometido para siempre?

O, sencillamente, ¿era ese el verdadero significado de amar y pertenecer a alguien: quererlo por encima de todos los errores?

Sakura estaba muy picada. Indra le había dicho que fue él quien le arrebató la virginidad; pero ella no le creía. Y solo había un modo de saberlo.

Hablaría con Theodore de aquel momento tan embarazoso.

Freyja creía que le había otorgado un favor al darle la libertad. Pero había almas y corazones, como el de ella, que solo se sentían libres amando locamente a aquella alma que les complementaban. Y ella amaba a Indra.

Indra era su cárcel y, también, su libertad. Pero no le escogería si, verdaderamente, ese hombre había permitido que otro se la beneficiara.

—Pienso que desperdiciamos el tiempo que tenemos. —Sí. Ellos dos lo habían desperdiciado con recriminaciones, con venganzas y rencores; y el tiempo estaba contado. Un día se agotaba; y ya no podías decir todo lo que te hubiera gustado decir; ya no podrías besar a aquella persona que te hubiera gustado besar eternamente; ya no podrías expresar, mediante palabras el amor que sentías por ella. Porque la vida la marcaba el dios del tiempo, y si se agotaba, todo se apagaba. Y Sakura no quería vivir a oscuras—. Nos creemos eternos. Incluso nosotros, que somos supuestamente inmortales y mucho más fuertes que los humanos, creemos que viviremos para siempre. Creemos que si nos equivocamos, el tiempo nos dará la oportunidad de solucionar nuestros errores en un mañana que podría no llegar. Y yo ya no quiero esperar a solucionar mis problemas. El mañana es efímero.

—¿Qué vas a hacer, Sakura? —preguntó Temari alzando sus cejas rubias hasta que le desaparecieron por debajo de su largo flequillo—. ¿Por fin vas a poner recto al gigante?

—Recto ya lo pone —comentó Mei saboreando el hidromiel.

Temari se echó a reír y Sakura bizqueó.

—Han pasado cosas muy feas entre nosotros —asumió la Generala.

—También fue feo todo lo que le dijiste cuando le echaste del Valhall —dijo Mei seria—. Todavía me duele cuando lo recuerdo. Pero sé por qué lo hiciste —movió una mano como si pasara página— y te querré toda la vida por ello.

Sakura se rio, agradecida por las palabras de su nonne.

—Creo que debes ir a por el trenzas —la animó Temari—. Ya no puedes perder nada. Veo tu espalda sin alas y me entran ganas de llorar; no tienes kompromiss. —Temari expresó en voz alta lo que Sakura había intentado ocultar—. Nos damos cuenta de todo, Generala. Somos tus hermanas —se excusó sin dar importancia a su revelación—. Pero tal vez ganes algo más si te atreves y lo haces. Reclama a Indra.

Sakura miró al guerrero por encima de su copa, y sus ojos se enrojecieron de deseo y de un anhelo mucho más profundo que el de ser tocada y ser acariciada. Sakura deseaba ser aceptada y amada.

Y ambos debían perdonarse para ello.

Las valkyrias bailaban con sus parejas al ritmo de Try de Pink.

Mei se arrimaba a Madara hasta que sus cuerpos se fundían en uno. El samurái le decía algo al oído, y ella se partía de la risa; después, se besaban apasionados, levantando las sanas envidias de los demás guerreros solteros.

Temari se subía sobre los pies de Naruto y dejaba que él la meciera con todo el cariño y el amor incondicional del mundo. Se comían el uno al otro con los ojos y se acariciaban con las manos, expresando lo que sentían sin vergüenzas ni máscaras.

Theodore estaba apoyado en un árbol, mirando cómo bailaban, y cómo los demás guerreros bebían y brindaban por los que ya no estaban.

Sakura estudió su perfil romano, serio y sereno, y decidió que era el momento de ir de frente.

—Theo.

El einherjar se dio la vuelta y sonrió amigablemente cuando la vio acercarse.

—Hola, Generala.

La joven se dejó de vergüenzas y tonterías. Era la Generala y no temía a nada.

—Quería hablar contigo sobre...

—¿Me concedes este baile? —preguntó ofreciéndole la mano y haciendo una reverencia.

Sakura se quedó sin palabras. ¿Bailar con él? No había bailado con ningún hombre más, excepto con Indra en el Valhall, bajo la música y el arpa de Braggi. Podría hacerlo. Él la había poseído, ¿no? ¿Por qué no? Aceptó su mano y dejó que Theo la guiara al ritmo de la letra de la humana.

Ever wonder about what he's doing

How it all turned to lies

Sometimes I think that it ́s better to never ask why

A veces me pregunto sobre lo que está haciendo

Cómo todo se volvió mentira

A veces, pienso que es mejor no preguntar nunca el porqué

—Theo.

—¿Sí?

Theodore marcaba las distancias educadamente, como si no quisiera tocarla más de la cuenta. Y a Sakura eso la confundía, sobre todo cuando se suponía que se la había metido hasta el fondo, pensando vulgarmente.

—Los cuatro tenéis las alas heladas. ¿Por qué?

Theo se quedó en silencio y tensó la mano que tenía sobre la cadera de Sakura. La pregunta no le había gustado.

—¿De verdad quieres saber por qué, Generala?

—Sí —Sakura alzó los ojos y encaró al romano.

—Cuando Indra fue desterrado al Midgard, Odín envió a cuatro einherjars para ayudarle y luchar a su lado. Esos cuatro einherjars vivían felizmente en el Valhall, con sus cuatro valkyrias. Estaban muy enamorados.

Sakura detuvo sus pasos y se quedó muy quieta mientras escuchaba su relato.

—Odín no podía destinar a sus guerreros teniendo a sus mujeres con ellos. Pensó que enviarnos con ellas sería una maldita distracción —gruñó enfadado—, y nos quería plenamente concentrados en nuestra misión. Así que, rompió nuestro kompromiss y nos separó. Por eso nosotros descendimos con las alas rotas. Por eso te odiábamos tanto.

Sakura no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que las mejillas se le humedecieron. Ellos habían sufrido lo mismo, y ella, indirectamente tenía que ver con su dolor.

—Pensábamos que eras responsable de ello porque fue tu culpa que Indra descendiera a este reino. Y si Indra no estuviese aquí, nosotros seguiríamos allí arriba. —Señaló el cielo—. Yo estaría con mi Shana.

—Lo siento... —murmuró muy afectada.

—Pero tú no tienes culpa de que los dioses sean así de crueles, Sakura. Nadie tiene la culpa del destino que las nornas hilan para nosotros.

Sakura meditó sobre sus palabras.

—Si amas tanto a Shana —dijo acongojada—, ¿por qué me tocaste y tuviste sexo conmigo? —preguntó ofendida. Le daba rabia que ese guerrero, que parecía tan enamorado y solo sin su valkyria, hubiese caído en las garras del placer de la carne.

—Yo no hice nada contigo. Yo estuve con Ada.

Sakura abrió los ojos. No acababa de creérselo.

—No me lo creo.

—Créetelo. Indra se volvió loco en cuanto vio que yo iba a tocarte y me obligó a quedarme con Ada. Él se ocupó de ti.

—Pero... Pero... —No sabía ni qué decir.

—Pero nada. Ese hombre, aunque adore ese tipo de juegos oscuros, se cortaría las piernas antes de que otro pudiera poseerte —sonrió con evidencia.

—¿Y tú?

—¿Y yo qué?

Sakura frunció el ceño.

—¿Si echas de menos tanto a Shana, por qué tienes sexo con otras mujeres?

—Porque soy un hombre. Y porque el sexo es solo sexo. No hay vinculación emocional. Y nosotros necesitamos algún desahogo...

No. No le convencía la respuesta.

Sakura se moría de la rabia y los celos al imaginarse a Indra con otras. A Ada no la podría matar porque ya la había matado él. Pero a las demás...

Le entraron ganas de llorar y de gritar.

¿Así que su primera vez había sido con Indra y él le había hecho creer que había sido con otro?

Iba a torturarle hasta que pidiera clemencia.

Where there is desire

There is gonna be a flame

Where there is a flame

Someonés bound to get burned

But just because it burns

Doesn ́t mean you ́re gonna die

You ́ve gotta get up and try try try

Gotta get up and try try try

Donde hay deseo

siempre hay una llama.

Donde está la llama

alguien podría resultar quemado.

Pero solo porque te quemes

no significa que vayas a morir.

Tienes que levantarte e intentarlo, intentarlo, intentarlo

Tienes que levantarte e intentarlo, intentarlo, intentarlo

—Maldito cabrón, hijo de una mierda de orco y un enano... —murmuró Sakura buscándolo con la mirada.

Sus ojos se encontraron.

Indra estaba justo detrás de ellos, escuchando toda la conversación.

El guerrero vestía de negro, con una especie de pañuelo grueso azul oscuro que le rodeaba todo el cuello. Llevaba el pelo suelto, recogido solo con una diadema metálica delgada. Sus piercings también se iluminaban.

Indra sacó su lengua y lamió su labio inferior, y al hacerlo, Sakura pudo ver un nuevo piercing en su lengua. Era su arete. El arete que él le había arrebatado del pezón. Ahora lo tenía en la punta de su lengua. Sus ojos obsidiana se iluminaban con las luces de las antorchas del jardín y hablaban de los mismos anhelos de los que hablaban los ojos de Sakura.

—¿Me has llamado mierda?

Ella dio un paso hacia él.

Indra cogió aire por la nariz pero no se movió.

Sakura dio otro paso hacia él.

A Indra le dio tiempo de esquivar el primer rayo, antes de ponerse a correr como un loco e internarse en el bosque de la isla Marae, huyendo de la furia de la valkyria.

Su valkyria.

Sakura corrió tan rápido como él.

Indra saltaba rocas, troncos y plantas, con una medio sonrisa de satisfacción.

Sí, recordaba esas persecuciones. Se acostaba todas las noches pensando en ellas. En cómo ambos, en el Valhall, se abandonaban a su deseo. Pero, para obtenerlo, tenían que pelear y desafiarse, como hacían ahora; perseguirlo como se perseguían sus cuerpos.

—¡Ven aquí! —gritó la valkyria lanzando un nuevo rayo que golpeó el tronco de un árbol—. ¡Maldito mentiroso! —Sus palabras reflejaban furia, pero también lágrimas. Lágrimas de dolor y de pena por haber sentido aquella desazón. Por haber creído que otro la había ensuciado. Porque, para Sakura, si no era Indra quien la poseía, entonces, no era un acto limpio—. ¡Te mataré!

A Indra se le puso tan dura que no sabía cómo iba a seguir corriendo, así que se detuvo en seco. Y dejó que, en un pequeño claro, al lado del lago, Sakura lo placara y lo tirase al suelo.

Los dos se rebozaron en la hierba, hasta que la Generala en un magistral movimiento, se colocó encima de él a horcajadas y rodeó su ancho cuello con sus manos.

—¡Te odio! —gritó con los ojos rojos llenos de lágrimas.

—Bien. ¡Ódiame! —aceptó Indra.

—¡Voy a matarte! —lloraba sin consuelo; y apretó los dedos que rodeaban su garganta.

—¡Mátame! —dijo él, afectado por sus lágrimas—. ¡Mátame, Sakura! Llevo siglos muerto en vida pero, si me matas tú, moriré feliz de verdad. Porque... porque solo tú puedes arrebatarme la inmortalidad.

Sakura se quedó inmóvil y, después, le abofeteó no una, sino dos y tres veces seguidas. Lanzó un grito desgarrador al cielo como la guerrera que era. Una guerrera a la que habían hecho daño con mentiras y manipulaciones.

Sus ojos rojos se clavaron en los de él. Le arrancó el pañuelo del cuello y ató con él sus muñecas por encima de su cabeza. Indra podía deshacerse de él cuando quisiera, pero sentía el dolor y la rabia de la valkyria como suyo. Dejaría que se desahogara con su cuerpo.

La joven le arrancó la ropa a tirones y lo dejó completamente desnudo en el suelo. En ese momento, escuchaban perfectamente la letra de Diamonds de Rihanna.

Sakura hundió los dedos en su pelo y tiró de él con fuerza.

—Voy a reducirte, como tú hiciste conmigo. Tú no me dejaste verte; pero a mí me vas a ver. Voy a ser yo quien te folle y no te vas a olvidar de mi cara —espetó con fría ira. Sakura lo besó. Sus lenguas se batieron en un duelo para ver quién acariciaba mejor o cuál de ellas se internaba más profundo. Ella le cogió la lengua con los dientes y la succionó.

Indra tuvo la sensación de que iba a arrancársela, pero la valkyria, en vez de eso, cogió su piercing con los colmillos y tiró de él con fuerza hasta extraérselo de cuajo.

—Esto me pertenece.

Sakura se llevó los dedos a la boca y sacó su arete, con el ónix negro, y se lo puso a la altura de los ojos, mostrándoselo como un trofeo que acababa de ganar. Su pendiente de Ōtsutsuki, el mismo que otorgaban los de su clan a sus parejas. Ella lo estudió con sus ojos rojos y lo dejó a un lado, en el suelo.

Indra tenía la boca manchada de sangre, y ella se inclinó para lamerle la herida y besarle, porque no podía estar ni un segundo más sin hacerlo. La joven pasó la lengua por su cuello y sus hombros. De vez en cuando, le mordía con fuerza y lo marcaba con los colmillos.

—Joder, esos colmillos parecen alfileres —graznó Indra empalmado como un mástil.

Sakura dejó que toda la impotencia sufrida durante eones, todas las ansias de estar con él, se vertieran en ese momento. En él, estirado bajo su cuerpo, cediéndole las riendas que le había quitado esos días.

Porque Indra cedía; no era que ella le hubiera arrebatado nada. Él, simplemente, accedía a ese rol por ella.

La valkyria descendió por su pecho y mordió sus pezones atravesados por piercings de bolas. Jugó con ellos con lascivia y también con rabia.

Quería hacer daño pero, también, quería dar placer; mezclarlo todo y que ambos ardieran.

Indra gimió y movió la pelvis, buscando entrar en el cuerpo de Sakura. Pero Sakura no le dejó. Al contrario, bajó la mano hasta sus testículos y se los apretó a conciencia.

—Te quedas quieto.

De sus dedos salieron hebras azuladas que ataron sus tobillos, inmovilizándole y quemándole levemente la piel.

No preguntaría si le dolía. Después ya le sanaría; ahora quería que captara el mensaje.

—¿Te lo pasaste bien follándome, Indra? ¿Disfrutaste viendo cómo yo gritaba la palabra de seguridad que me impusiste, amo de pacotilla? ¿Eh? —Le apretó la bolsa de los testículos con más fuerza hasta que se pusieron rojos—. ¿Te gustó ver lo indefensa que estuve ante ti?

Indra negó con la cabeza, arrepentido.

—No. No disfruté de eso. Disfruté de ti y de tu cuerpo; del hecho de estar contigo. De eso sí disfruté. Porque no me importaba cómo, pero yo me moría de ganas de poseerte.

—Estuviste a esto —juntó su índice y su pulgar—, de dejar que otro lo hiciera. Permitiste que otro me azotara, y que otros hombres me vieran desnuda.

Eso sí que le daba rabia ahora. En ese momento, le escoció; pero entonces creía que Sakura era una vil mentirosa. No sabía la verdad. Ahora, pensar en lo que dejó que sucediera le removía el estómago y lo llenaba de acidez.

—Haz conmigo lo que convenga, Sakura. Me lo merezco. No me enorgullezco de lo que te hice.

—¿Estás arrepentido?

—Ahora sí —reconoció con sinceridad.

Sakura cerró los ojos, como si recordara algo doloroso.

—Pídeme perdón. Demuéstrame que lo sientes y haz lo que nunca has hecho. Discúlpate.

Indra nunca jamás se había disculpado por nada. Pero había un momento en el que era preferible vivir diciendo «lo siento» a tener que pedir permiso por hacer algo. Y por Sakura, solo por ella, pediría perdón.

—Mathadh dha, mo valkyr. Perdóname, valkyria mía. Thoir mathonas dhuinn airson ar teachdan-geàrr. Perdónanos nuestros pecados. Perdóname a mí, y perdónate a ti por todo lo que nos hicimos el uno al otro —sus ojos obsidiana se volvieron cristalinos como brillantes, emocionados y húmedos.

Cuando le tocó el turno de hablar a Sakura, después de escuchar esas palabras tan sinceras y ese ruego en el highlander, el dolor la barrió.

—No sé —replicó ella todavía llena de rencor—. No sé hacerlo.

—¡Hazlo, Sakura! —rugió—. Hazlo aquí y ahora. No habrá más oportunidades... —Él tragó saliva—. Atado, en medio de un castigo que merezco —proclamó con el corazón—, yo te perdono. Te perdono por lo que me dijiste y por enviarme a un infierno de mil trescientos años. Te perdono por decir que no era suficiente para ti y que nunca me quisiste. Te perdono por fingir que jugaste conmigo. Te perdono por romperme el corazón en mil pedazos y congelarme las alas.

Sakura se tapó el rostro con ambas manos y se puso a llorar. Los hombros le temblaban, y se dejó caer hacia delante, buscando el calor del torso de Indra.

Pero él no se lo permitió. Se liberó de la tela que le oprimía las muñecas y se incorporó para retirarle las manos de la cara.

—Me destroza verte llorar, sirena —le dijo dulcemente, buscando en todo momento el contacto con sus ojos—. Sakura, mírame.

Ella se sentía tan sensible que negó con la cabeza.

—La Generala no se oculta ante mí —susurró contra su oreja puntiaguda, enternecido por su actitud—. Ella se encara conmigo, siempre —le dijo al oído—... Incluso cuando he sido malo o injusto; ella me marca mis fallos, aunque crea que no los tengo. Ella me guía a su alcoba, y allí me demuestra lo mucho que me ama y me acepta; aunque sea tosco y gruñón. Aunque sea salvaje y bruto. Solo en sus brazos, solo ella, puede darme la ternura que en realidad busco. Solo ella me dará la paz que mi corazón vengativo reclama.

Sakura lo miró a los ojos y Indra le limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas y por la comisura de sus ojos. Había recitado palabra por palabra lo que ella escribía en su diario. Era una fragmento de uno de sus días.

—Cada palabra, cada frase de ese diario, está grabada en mí, Sakura. —Pegó su frente a la de ella—. Y las que más a fuego se me han quedado son las últimas que escribiste. Dijiste que no querías a ningún einherjar, pero no permitiré que dejes de quererme. Dijiste que no me aceptarías más, pero no dejaré que dejes de aceptarme. Dijiste que no creerías más en mi palabra, pero no puedes dejar de creer en ella. Y escribiste que no querías nada más de mí. Y yo te digo, Generala, que lucharé por que cada día quieras más de mí.

Indra la besó con todo el amor que solo tenía reservado para ella. Sakura permitó que él le quitara la ropa con la misma ansia que ella lo había desnudado.

—He estado a punto de romperme para siempre... —sollozó ella sobre su hombro, ocultando su rostro en su cuello.

—Mi bebé guerrera... Lo sé. Chist... Perdóname. Mathadh dha, sirena.

—Ha sido demasiado duro sin ti. —Lo abrazó y rodeó su cabeza con sus brazos—. No lo podía soportar. No podía respirar...

—Yo tampoco. Me llené de rabia para sobrevivir —le arrancó los shorts, y le quitó las botas y los calcetines. Se quedó mirando sus braguitas negras transparentes y su cerebro dejó de funcionar.

—Lo sé. —Sakura se apartó y tomó su rostro con las manos—. Te perdono, Indra. Te perdono por intentar someterme; por pretender hacerme tu esclava; por hacerme creer que me compartías con otro hombre. Te perdono por haberme mentido al decirme que habías elegido a una humana en vez de a mí. Y te perdono por romperme el corazón y congelarme las alas.

Indra tenía a Sakura desnuda sobre él.

Desnuda y accesible. Dispuesta para que él le hiciera todo lo que quería hacerle.

Esta vez no se había quitado los piercings del pene, y no lo haría. Sakura sentiría cada uno de sus abalorios, y también la potencia de sus embestidas por completo.

Y necesitaba hacérselo así, porque aquel era su modo de sentir. Le gustaban las perforaciones y le gustaba sentir el dolor y el placer a la vez.

Ella también lo sentiría y estaba convencido de que a esa mujer fuerte le gustaría tanto como a él. Porque ella podía con todo.

La acarició entre las piernas e introdujo un dedo poco a poco. Sakura estaba húmeda, pero también demasiado apretada.

—Dioses... Espera, déjame a mí —le dijo Indra mordiéndole el hombro y sosteniéndola en su lugar.

Sakura, por poco, estuvo a punto de correrse con el roce de sus dedos, y ante ese gesto de dominación animal por parte de su einherjar.

Le introdujo un segundo dedo y los movió de un lado al otro para ensancharla.

Sakura no dejaba de mojarse y cada vez se humedecía más.

—Te deseo, Indra... Te necesito ya —pidió llorosa. Con un rayo, le ató las muñecas a la espalda y las inmovilizo.

—No, Sakura. Déjame a mí —protestó él, removiéndose contra los ardientes rayos. Pero no podría romperlos. Le dolían y le quemaban; le herían porque su kompromiss había desaparecido—. ¿Me eliges a mí, Sakura? Elígeme. No he dejado nunca de ser tu einherjar.

Ella sonrió y negó con la cabeza.

—¿Te duelen los rayitos? —preguntó sintiéndose poderosa—. Aún no. Voy a probar la mercancía y, si me gusta, me quedo con ella, Ōtsutsuki. Antes no. —Se cogió bien a su cuello y lo miró a los ojos. Se levantó sobre su erección, mientras abría bien las piernas y dejaba caer su peso sobre la erección—. Todas las mujeres que has tenido no cuentan ya, Indra. Ellas nunca te han hecho el amor.

—Yo nunca hice el amor con ellas —replicó cerrando los ojos al notar la sedosidad del interior de la valkyria.

—Bien. Pero ellas tampoco te han follado como lo voy a hacer yo. Voy a desvirgarte, highlander. Y tú vas a poseerme con ese árbol de Navidad que tienes entre las piernas.

Indra se calentó con el lenguaje de la valkyria y a punto estuvo de eyacular.

—Quiero oírte gemir y quiero saber cuánto te gusta estar dentro de mí —le dijo cogiendo el grueso tallo entre sus manos.

Sakura se dejó caer y se empaló, poco a poco, hasta que estuvo completamente penetrada. No había ni un piercing ni un centímetro de piel de Indra a la vista.

Ella gritó y se abrazó a él. Por todos los dioses nórdicos, ¿cómo le había dolido tanto?

El highlander rugió en su oído.

Sakura miró hacia abajo y lo comprendió.

—¡La perra de Freyja me ha hecho virgen otra vez! —exclamó al observar el hilito de sangre que manchaba las ingles de Indra.

Él se echó a reír y gruñó moviéndose en su interior.

—Sí —susurró feliz—. Virgen y apretada para mí.

Sakura lo miró horrorizada y, después, alzó sus labios en una sonrisa sardónica.

—¿Te parece divertido? —preguntó mordiéndole el lóbulo de la oreja—. A ver si esto te gusta igual.

Rodeó a Indra con piernas y brazos; y, mientras se empalaba y se movía con la estaca de Indra bien adentro, ella le iba dando ligeras descargas eléctricas.

Indra sudaba, gemía y rugía... pero no parecía quejarse.

—¿Así que te gusta el dolor, eh? —Sakura se mordió el labio inferior cuando notó cómo la estocada de Indra y el piercing del prepucio, rozaba esa parte muy adentro de ella, que se estremecía y la hacía arder con cada toque.

—Dioses, Sakura... ¿Qué me estás haciendo?

—Te estoy castigando por haber sido tan malo conmigo... —Lo besó y tiró de su labio inferior—. Y te estoy amando por todas las veces que no lo he hecho.

Indra cerró los ojos y se dejó llevar por las descargas eléctricas, por el deseo y la pasión; por el sexo, el sonido de sus cuerpos chocándose, las letras de la canción que volaba hasta ellos... Sí, ambos eran como brillantes. Ella y él eran como diamantes en el cielo. Y Sakura era como una estrella fugaz que cruzaba el cielo, una visión de éxtasis. Y a él le fascinaba, con esa cara de placer y ansiedad deseosa de llegar al orgasmo.

Sakura lo sometía. Y esta vez lo hacía incluso físicamente, con esas mordazas eléctricas que rodeaban sus tobillos y sus muñecas, cuando él nunca dejaba que nadie le dominara.

Pero Sakura lo había hecho con sencillez y utilizando sus bazas.

—Dime cuánto me has echado de menos, Indra... —pidió Sakura cediendo ante los primeros espasmos del orgasmo.

Él sacudió las caderas, a punto también de correrse.

—Te he echado tanto de menos que a veces deseaba dormir eternamente; porque al menos ahí, en mis sueños, te veía y te tocaba, y me decías que me amabas.

Sakura sonrió entregada a él y le besó.

Aquella declaración la puso de rodillas.

Su espalda desnuda ardió y ella se echó a reír.

—Ahí vienen... —murmuró cerrando los ojos.

Los tribales de las valkyrias, sus espectaculares alas tatuadas, aparecieron en la espalda de la Generala, como pintadas por un artista, grabándose eternamente en su piel. Unas preciosas alas parecidas a las de una mariposa monarca.

—Ahí vienen, Indra —repitió hablando sobre sus labios y moviendo las caderas sobre él.

—Dímelo, te lo ruego —pidió desesperado.

Ella esperó a que el tribal dejara de arderle y, cuando el tatuaje cesó y su marca se fijó en su espalda, Sakura cogió aire; y en medio de un descomunal orgasmo eléctrico, ella declaró:

—Te amo, Indra. Nunca he dejado de amarte.

Las alas se les abrieron a ambos a la vez, alzándolos por encima de la isla y llevándolos a las nubes. Las de ella, increíblemente rojas, y las de él, poderosamente azules.

El orgasmo hizo que ambos se rindieran el uno al otro.

Que se liberaran y aceptaran que, incluso con sus alas congeladas, incluso cuando Sakura ya no tenía alas, su kompromiss jamás se rompió.

Porque su vínculo, aunque lo hubieran intentado destruir con sus comportamientos, era eterno, como lo era su amor.