22

Hablaron durante largo rato. Se dijeron todas aquellas cosas que no pudieron decirse antes; porque había una barrera llamada rencor que les impedía abrirse y sincerarse.

Con ese muro derribado, las emociones fluían como agua del río. Expresaron cuánto se echaron de menos, cuánto se necesitaron en todas las noches solitarias... Cómo seguía todo en el Valhall y lo mal que seguían llevándose Freyja y Odín. Hablaron de las perrerías que las valkyrias les habían hecho a los enanos y de la vez en la que Mei y Naori habían secuestrado a los cuervos de Odín para disfrazarles de tucanes.

En medio de la noche, con las espesas nubes como testigo, Sakura y Indra se tocaron como desearon: sin barreras, con todas las disculpas que podían pedirse el uno al otro y todos los te quiero de los que, durante eones, estuvieron huérfanos. Se quedaron abrazados, acariciándose, meciéndose como almas que necesitaran música y arrullo, amor y cariño.

Y, después, cuando el sudor se les secó, volvieron a tocarse, porque no podían dejar de hacerlo.

—Este es el lugar perfecto para mi pendiente, sirena —le dijo Indra con el rostro entre las piernas de Sakura—. Aquí —tocó su clítoris con la punta de la lengua, y eso hizo que Sakura se arqueara sobre el césped que rodeaba el lago—. Voy a ponértelo.

—Espera —dijo ella retirándole la cara de ahí—. Esto me va a doler mucho.

—No. —Su ceja se enarcó y, sonrió, provocando que la cicatriz de la comisura de su labio se alzara en plan pirata.

—No te creo.

—Haces bien.

Indra le mantuvo las piernas abiertas. Y rozó su entrepierna con la boca abierta. Le encantaba el sabor de Sakura. Era único. Y lo había echado tanto de menos que estaba a punto de echarse a llorar de alegría por volver a catarla.

Se recreó en ella; en trabajarla bien y humedecerla. Limpió la sangre de su himen con la lengua y también lamió su interior dándole leves estocadas como si fueran penetraciones.

Sakura tembló y agarró su pelo entre sus manos mientras volvía a arquearse y gemía, presa del calor y del deseo. El placer de su lengua era sublime.

—Indra...

—¿Te gusta?

—Dioses, sí...

Él asintió y continuó mimándola con su boca y ofreciéndole los placeres del sexo oral. A los dos les encantaba. En el Valhall se hicieron expertos en practicarlo, puesto que no podían disfrutar de las penetraciones.

—Adoro cómo sabes... Podría estar comiéndote toda la vida y no necesitar nada más.

Sakura, que miraba cómo él la lamía, gimió al sentir su voz en esa parte.

—Me encanta mirarte mientras me lo haces —dijo ella.

Sus ojos color obsidiana se aclararon repletos de deseo, y sonrieron. Sí, los ojos de Indra podían sonreír. Había personas que reían y su gesto nunca les llegaba del todo a la mirada. Pero la de él se llenaba de luz, y su rostro, viril y demoledor, se convertía en el de un hombre tierno como un niño. Un niño malo con piercings en la cara.

Y entonces, sin permiso, algo le pellizcó el clítoris y lo atravesó.

—¡Mierda! —gritó Sakura expulsando rayos por todas partes.

Indra no se protegió. Ahora volvían a ser pareja y sus rayos ya no podían hacerle daño. Ni él podría dañarla a ella ni ella a él. Solo se sanarían, como buenos amantes.

—¡Maldito trol! —Le golpeó en la cabeza y él tuvo la cara de reírse; pero, entonces, sintió la punta de la lengua ahí; y pasó de quejarse a suplicar más en un santiamén.

—¿Ves? Estás hinchada y sensible. Te gusta.

Las mejillas rojas de Sakura y sus ojos color turquesa velados afirmaban la sentencia, así que no iba a esforzarse en hablar.

—Voy a hacértelo otra vez. —La cogió en brazos y la llevó contra el tronco de un árbol—. Rodéame las caderas con las piernas. ¡Vamos! —le dio una palmada en el trasero y ella obedeció al instante, pero no se aguantó de morderle la barbilla en respuesta.

—No te pases, isleño.

—A callar, nena.

Indra se pegó a ella y se besaron.

Se besaron con fiereza, como ellos hacían las cosas; los mimos estaban bien, les encantaban. Pero más les gustaba mostrarse como eran, con todo su poderío y su energía. Hacer el amor entre ellos se iba a convertir en unas batallas campales en las que someter y ser sometido se convertiría en un juego lleno de complicidad y consenso.

—Te amo, Sakura —le dijo él al tiempo que la sostenía del trasero y la penetraba enteramente.

Ella asintió y suspiró al sentirse tan llena.

Era tan fácil decirse ahora que se querían; era tan fácil entregarse al amor. En el Valhall siempre se lo habían reconocido. Lo difícil había sido luchar contra él en la Tierra.

Indra la poseyó, moviendo el pubis adelante y hacia atrás, dejando que ella cayera en cada estocada y alzándola después para volver a penetrarla, como si botara sobre él. Su amor, su pasión no eran calmados; era sexo mezclado con pasión y aceptación. Era como sentían los dos.

La pelirosa se agarró a la melena castaña de Indra y hundió la boca en su cuello, mordiéndole y lamiéndole a la vez.

—Más fuerte, Indra —rogó ella.

Indra la miró sorprendido. Sakura era tan desafiante como él.

—¿Quieres más, amor?

—Sí. Más —dijo ella cogiendo aire.

Indra la bajó al suelo y le dio la vuelta.

—Apóyate con las manos en el árbol.

Sakura lo hizo a ciegas.

Indra se ubicó tras ella y le abrió los labios con los dedos. Poco a poco, se internó en ella y disfrutó al ver cómo cada bola metálica desaparecía en su tierna carne.
La poseía por detrás; y Sakura se mordía el antebrazo para no gritar de placer.

Él le retiró el brazo de la boca y le dijo al oído:

—¡A ti no! ¡A mí! Muérdeme a mí, sirena —le ofreció el suyo, y Sakura se enganchó a él como un bebé, mientras Indra la taladraba sin descanso.

Una mano del highlander viajó desde su suave vientre a su entrepierna. El hombre tiró del piercing del clítoris y Sakura frunció el ceño y lo mordió con más fuerza.

—Así... —gimió él—. Estabas loca si creías que iba a dejar que Theo te hiciera esto. Loca —repitió sacudiendo su interior.

—Culpa tuya si lo creí.

—Cierto. —Indra retiró el pelo rosa de su nuca y la besó ahí—. Dioses, Sakura... ¿Por qué no hemos hecho esto antes?

—Porque tú creías que era Loki disfrazada de mujer. Oh, por favor... No pares, no pares...

—No voy a parar —respondió él, cogiéndole del pelo y frotando su botón de placer con los dedos de la otra mano.

—Más. Más.

—Sí...

Sakura lo apretó en su interior y empezó a palpitar en torno a él, engulléndolo hasta lo más profundo.

Un nuevo orgasmo les sacudió y les abrió las alas.

La fuerza del éxtasis les dejó de rodillas, quedando Sakura como una mariposa monarca descansando sobre el pecho de Indra, un highlander alado.

.

.

.

Mei y Temari les despertaron al amanecer. La primera mirándolo todo; y la segunda con los ojos tapados con una mano.

—¿Estáis decentes? —preguntó la hija de Thor.

—Si lo están o no, no importa —aseguró la pelirroja—. ¡Nos vamos ya!

Indra tenía abrazada a Sakura y la había cubierto con sus alas azules, protegiéndola y dándole calor. Sakura se desperezaba feliz y soñolienta entre sus brazos.

Indra se levantó soltando varios exabruptos. No le gustaba que le molestaran y menos que le despertaran de ese modo. Pero en cuanto escuchó el tono de Mei, su mirada de obsidiana se ofuscó y se llenó de determinación.

—La grieta ha llegado a Edimburgo —explicó Temari—. Estamos a las puertas de una guerra descomunal.

Tras esas palabras, los cuatro se reunieron en las cuevas, en la sala de reunión, junto con los einherjars y los berserkers.

Naruto les explicó la situación y dio directrices para que actuaran en bloque.

—Los temblores han alcanzado Escocia. Según la información hackeada obtenida de los satélites que controlan la geomorfología terrestre, las placas tectónicas se están moviendo de un modo inespe- rado. La falla de las Highlands divide el norte y el sur de Escocia, pero los temblores se están pronunciando con fuerza en Edimburgo y Glasgow. Son zonas muy cercanas al mar; y viendo los estragos que los huevos de los purs y los etones han hecho en las grietas, no dudamos de que sean estos los que estén abriendo hueco y creando pequeñas fallas que derivarán a una grande y única. —Se detuvo para enseñar un mapa en una de las pantallas y señalar con un puntor láser rojo las zonas que iba señalando—. Izumo y el grupo de vanirios y berserkers están en Edimburgo; ellos nos han avisado diciendo cómo de fuertes son las sacudidas. La zona más caliente se focaliza en Arthur ́s Seat.

—Es el núcleo basáltico de un volcán —intervino Indra alarmado.

—Cierto. En unas horas, la grieta se abrirá y debemos estar allí para eliminar cualquier bicho viviente que emerja de ellas. Lo principal es saber en qué zona de la costa de Edimburgo se inicia el terremoto.

—¿Y la fórmula bloqueante? —preguntó Sakura, completamente concentrada en la misión—. ¿Disponemos de ella?

—La tengo —contestó el japonés Isamu, colocando sobre la mesa varias cajas con pequeñas ampollas rellenas de un líquido transparente—. Pero la terapia anulará a las esporas que no han cuajado y a los huevos en crecimiento. Los que ya estén hechos serán inmunes a ella.

—¿Quién se encargará de rociar el mar con ella? —preguntó Naruto.

—Nosotros lo haremos —contestó Theodore echando mano a las cajas y recogiendo los recipientes—. Cuenta con ello, Engel.

Naruto asintió y reorganizó a los demás.

—Los berserkers viajarán en las Lancias de Izumo. Llegaréis a Edimburgo en poco tiempo. —El Engel les dio sus neceseres con todo lo que podrían necesitar; micro explosivos, anuladores de frecuencia, desodorizantes...—. Os esperaremos en Arthur ́s Seat y cubriréis todos los frentes a los que nosotros no podamos llegar. Atsui se quedará informándonos de todas las noticias que reciba desde Inglaterra y cuidará de Kawaki.

Indra miró a Atsui; era un tipo corpulento, rubio y muy educado. Le gustaba que se hiciera cargo de Kawaki, más ahora que Izumo ya estaba en Edimburgo luchando.

—Él estará bien —le aseguró la pareja de Isamu.

Indra asintió y le agradeció que se hiciera cargo de su ahijado.

Los berserkers, acompañados por el clan de vanirios kofun, partieron decididos a cumplir con sus objetivos. No había tiempo que perder.

—He hablado con Suiren y Shisui de la Black Country —dijo Temari—. La actividad de los puntos crece, y no dudan de que se activen en breve.

Indra se dirigió a las pantallas que reflejaban la energía electromagnética de la tierra. Se cruzó de brazos y vio los puntos que parpadeaban en rojo. La actividad era mínima, insuficiente para abrir ningún portal, pero estos portales estaban ahí, dispuestos a ser despertados. Suiren O' Shanne había asegurado que eso sucedía cuando se abría un gran portal, como el que se creó en Abbey Church o en Stonehenge. La energía tenía que volver a concentrarse para explotar a través de todas sus salidas.

—Nuestro problema principal es que, aunque tenemos los puntos detectados, no hemos sido capaces de localizar a Gungnir. Ni a Gungnir ni a Hummus. Decís que ese tipo es un semidiós. —Puso su ancha mano sobre el Reino Unido.

—Lo es —concretó Sakura.

—Entonces, ¿qué posibilidad tenemos de detenerle? Tiene la lanza y dispone de la misma información que nosotros. En cuanto los puntos se activen, ¿qué le privará de atraer el Ragnarök y el Jotunheïm a la Tierra? Con los vampiros en auge como están, más jóvenes y fuertes; con la cantidad de lobeznos que pueblan las calles... Somos pocos guerreros para luchar contra ellos.

La Generala apretó los dientes por la coherencia de esas palabras.

Hallaron a Mjölnir y a Seier... La lanza se les resistía; y les quedaba poco tiempo para cumplir su objetivo. De momento, iban en clara desventaja.

—No puedo desmentir ninguna de tus palabras, Indra —concedió Naruto—. Pero estamos aquí para luchar y para detener sus avances, sean los que sean, estemos en condiciones o no de pararles los pies. Hemos dejado sus sedes de Newscientists inservibles; y, además, tenemos información importante, como la dirección de la sede de Noruega y una más que encontramos en las cajas de la terapia y que era destinada a los Balcanes. Y nos cuadra, porque Khani nos dijo en Batavia que en los Balcanes tenían a muchos de los guerreros que secuestraban y trataban. Les hemos parado los pies bastantes veces y volveremos a hacerlo —juró Naruto esperando su apoyo.

Indra asintió y miró al frente: a sus nuevos amigos, a sus nuevos compañeros de batalla. Nuevas caras y nuevos valores le rodeaban. Indra siempre recordaría a los suyos y lucharía en su nombre; pero esta vez, el cara o cruz, el vida o muerte se lo jugaría al lado de su nuevo pelotón.

Él ya no era el líder, ¿había sido alguna vez líder de algo?

Ya lo dudaba. En el Midgard había perdido demasiado y, sin embargo, había recuperado a aquello que le hacía ser un buen jefe: su corazón.

Lo mejor, y lo más importante, se lo acababa de otorgar Sakura en una noche que jamás olvidaría.

Demasiado tarde el reconocer cuánto se habían equivocado.

Demasiado pronto el ir a una guerra en la que podrían perderse el uno al otro para siempre.

Pero eran guerreros; y, tanto Sakura como él, dejarían sus pieles en el campo de batalla, no en nombre de sus dioses, pero sí en nombre de aquellos que levantarían sus rayos, sus espadas, sus hachas y sus colmillos en protegerles.

—Entonces, Engel —le encaró y le puso la mano sobre el hombro protegido con la hombrera de titanio—, pelearemos hasta que no tengamos fuerzas para respirar.

Naruto colocó su mano opuesta en el hombro opuesto del highlander y contestó a sus palabras de ánimo.

—Lucharemos, con lanza o sin lanza.

Mientras surcaban los cielos tormentosos de Escocia, Indra no dejaba de mirar la perfección de su valkyria. Era como un animal salvaje; como un ser hermoso que no sabías bien de dónde venía, si del Infierno o del Cielo.

Sus alas rojas se abrían agitándose con fuerza y su rostro, inclinado hacia delante como el de un águila, deslumbraba entre las nubes.

Sus ojos rojos le miraron y él entrelazó los dedos de su mano con los de ella.

Sakura sonrió y se acercó a su cuerpo hasta que Indra le rodeó la cintura con un brazo; como si en vez de volar hacia una batalla en realidad estuvieran disfrutando de un paseo entre las nubes.

Ninguno de los dos olvidaba a qué iban ni qué eran. Eran responsables y disciplinados; y cuando luchaban, luchaban. Y cuando hacían el amor, hacían el amor.

Pero, en ese momento, tocaba concentración y guerra.

Aun así, Indra fue incapaz de no besarla en los labios y susurrarle:

—Quiero volver a hacerte el amor después, Sakura. Así que, mantente con vida, ¿de acuerdo? Yo cubriré tus espaldas.

La valkyria hundió el rostro en su cuello y afirmó con la cabeza.

—Y yo las tuyas, gigante —contestó la Generala. Cuando ese día amanecieron juntos, le hubiera gustado masajearle y besarlo como tantas veces hizo en el Asgard; pero el tiempo se les había echado encima y los mimos habían quedado en segundo lugar. Aun así, después de todo lo que hablaron, a Sakura le quedó por hacer una pregunta, y aprovechó para hacérsela en ese momento—. ¿Te echas la culpa por lo que sucedió en tu castillo? —Le rompía el corazón pensar que Indra sufría por algo que ni él ni nadie podría haber controlado.

El highlander, que de nuevo se había recogido el pelo en un moño alto, inspiró profundamente y, al exhalar, contestó:

—Me echo la culpa de tantas cosas... Incluso cuando creía que era inquebrantable en mis decisiones y que no me podía arrepentir de nada de lo que había hecho, me he dado cuenta de que la culpabilidad golpea hasta a los más vanidosos. Yo he sido vanidoso. —La miró de soslayo—. He sido confiado y soberbio con mi clan, con el Engel... contigo.

Sakura lo escuchaba atentamente. Jamás había oído hablar a Indra de aquel modo tan... tan al descubierto.

—Los líderes, a veces, deben tener ese tipo de carácter. Es el modo en que se ganan el respeto de los demás.

Indra miró a Naruto y negó con la cabeza.

—No. Yo perdí muchos de los aspectos positivos de ser un buen líder cuando caí en este reino con tanta rabia en mi interior. Fíjate: tenía todo el poder en mis manos. Era poderoso, pero me movían el rencor y la ira. Y no me daba cuenta de que a cada día envenenado, a cada movimiento resentido, parte de mi claridad mental y parte de mi paz interior iban desapareciendo poco a poco. Pero estos días he comprendido algo.

—¿Qué?

—Que no me sirve de nada tener poder para ganar el mundo, si con ello pierdo mi alma.

Sakura tragó saliva acongojada y centró sus ojos en el mar que sobrevolaban. Estaban a punto de llegar a su destino, a punto de cambiar las palabras por puños, insultos y heridas... Dioses, habían tenido tan poco tiempo... Tan poco tiempo para disfrutar de su reconciliación.

—Reconocer tus errores hace que seas mejor líder de lo que crees. No fue tu culpa creer a ciegas en Kidōmaru o en Buchannan: eran tus amigos, y debías confiarles todo. Pero cuando te diste cuenta de su traición, hiciste lo más difícil, y lo que muchos no tendrían valor de hacer: te encargaste de ellos. Si Mei se hubiera ido al lado oscuro, yo habría fracasado como Generala. Primero, por no verlo. Y segundo, porque no sería capaz de acabar con ella. —En otra ocasión le habría costado mucho reconocer aquello, pero con él no. Con Indra podía hablar de igual a igual.

—Tú confiaste en Mei; por ella renunciaste a mí; y Mei no te ha decepcionado. Yo simplemente confié en quien no debí.

—No es cierto —negó ella vehementemente—. Indra —Sakura lo cogió de las mejillas y lo obligó a mirarla—, ellos se equivocaron al rendirse. Damos la confianza a quienes queremos, pero es responsabilidad de ellos saber qué hacer con ella. Y si Kidōmaru y Buchannan se vendieron, fueron ellos los que cometieron el error al defraudarte. Tú no traicionaste al clan al confiar en ellos: ellos os traicionaron a todos al creer que era más fácil irse con Loki que luchar por el recuerdo de sus cáraids.

—Ha muerto tanta gente... —susurró afectado y, a la vez, impotente por no poder haber hecho nada.

—Lo que sucedió en la fortaleza no fue culpa tuya. Las muertes de todos los humanos que ya han caído no son culpa nuestra. No podemos detener cada hálito de mal que resurge en la Tierra. Si estamos en el momento adecuado, y en el lugar adecuado, hacemos lo posible por detenerles. Pero a veces es imposible. Ni siquiera los dioses pueden controlar el destino —aseguró la valkyria.

—Lo sé. Pero eso no es lo que más me reconcome. ¿Sabes qué es lo que me angustia de verdad?

—¿Qué, mo einherjar? —preguntó dulcemente, besándole en los labios.

Indra la abrazó contra él y pegó su frente a su mejilla.

—Que he tenido que cometer muchos errores para darme cuenta de que el peor error ha sido intentar odiarte durante tanto tiempo; cuando era la pena por no estar contigo lo que de verdad me estaba matando.

—Indra...

—Que he luchado por mantenerte alejada de mí cuando estabas tan cerca. Y ahora que estás cerca, tengo que luchar de verdad para que no nos alejen el uno del otro. Que hacía siglos que no sentía este miedo, porque no tenía nada; y que ahora sé que siento miedo por lo mucho que tengo que perder.

A Sakura se le llenaron los ojos claros de lágrimas. Lo abrazó con fuerza y le dijo al oído.

—Entonces, lucharemos para que no nos separen, ¿vale, guerrero? Lucha por no perderme; que yo pelearé con rayos y flechas para no perderte de vista a ti.

Indra se tragó el nudo que tenía en la garganta. Un hombre tan fuerte podía volverse gelatina ante las dulces palabras de la mujer de su vida. Juntos y abrazados, descendieron al infierno de fuego y humo que, en pocos minutos, se habían convertido Glasgow y Edimburgo.

La estampa era descorazonadora y sobrecogedora.

Desde el cielo, se escuchaban las bocinas de los coches pitar, los golpes de las carrocerías impactar unas con otras mientras las carreteras y las montañas se dividían en dos por una grieta infernal que avanzaba a una velocidad imparable.

Los gritos, los llantos, el olor a quemado, los incendios y las explosiones... Todo se sucedía a un ritmo constante y continuado, como un acontecimiento de hechos desafortunados que acabarían en una de las mayores tragedias de la tierra.

Algunos edificios, como los de Victoria Street, caían víctimas del corte que, como un cuchillo rajando la piel, abría las entrañas del Midgard y engullía aquello que durante tanto tiempo había aguantado como un techo. Ahora, todo desaparecía...

Izumo no quería mirar a los humanos que perdían la vida bajo el peso de las casas que se derrumbaban o por las grietas que engullían a todo lo que estuviera en medio. No podía pensar en ellos; porque suficiente tenía con tener un ojo en la rubia samurái de zapatos de calavera que cortaba cabezas de purs y etones de cuajo, y en salvar su pellejo y acabar con la vida de los vampiros y los lobeznos que no dejaban de atacarles.

Lo de Daimhin le parecía increíble. Su olor a melón lo dejaba loco, y después estaba aquella melena que hacía unos días no tenía. Cuando la vio a través de la pantalla del ordenador era una preciosa chica de cabeza rapada.

Ahora, era una hermosa mujer, fría y salvaje a la vez, que no le había mirado ni una sola vez desde que habían llegado a Edimburgo.

Y él, en cambio, no podía apartar sus ojos amarillos de ella.

Pero, tal vez, no sería digno ni siquiera de pretender su compañía, ni tampoco su atención, puesto que era un líder manchado por la vergüenza y la tragedia de haber dejado que casi todo su clan muriese en el castillo de Indra; y, aun así, se sentía lo suficientemente egoísta como para quererla para él.

Sus mayores le habían hablado del chi, la energía vital que el berserker otorgaba libremente a su compañera, su kone, su reflekt. La mujer que se convertiría en su reflejo, en el espejo en el que mirarse.

Al lado de Daimhin, luchando codo con codo, estaba Aiko, como una más del clan. Las dos jóvenes habían conectado a la primera, tal vez por su juventud, o por su timidez; o, incluso, aunque pareciera una contradicción, porque las dos eran mucho más mayores de lo que deseaban ser.

La japonesa era impacable, y tan indiferente y distante a todo lo que iba dejando atrás, que incluso daba miedo verla pelear.

Pero Daimhin era peor; su impasibilidad ante cada corte y su abulia ante el sufrimiento que podía dar a vampiros y nosferatus helaban la sangre de Izumo; pero calentaban su corazón de guerrero.

Las dos juntas eran un espectáculo digno de admirar y recordar.

Los purs y los etones no cesaban de salir de la grieta que estaba partiendo Glasgow y Edimburgo y que seguía en dirección a Fort William y continuaría hasta la grieta original. Si eso sucedía, la falla de las Highlands despertaría, y Escocia entera podría irse a la mierda.

Todos podrían irse a la mierda.

—¡Agáchate , crestas! —La punta de una bota impactó en su cabeza y su cuerpo se dobló hacia delante. Quien fuera que le había golpeado en la nuca estaba volando por encima de él y atravesando con su espada el corazón de un vampiro.

¿Cómo se llamaba ese hombre? ¿Qué había entre él y Daimhin?

Izumo había intentado acercarse a la joven y preguntarle directamente, pero ella le había esquivado sin reparos. Ni una sonrisa de disculpa ni nada, sencillamente, se alejaba y le ignoraba, así sin más. Y eso le frustraba muchísimo.

Todos, absolutamente todos los vampiros que les estaban atacando, parecían cortados por el mismo patrón. Góticos, blanquecinos, muy bien arreglados eso sí, y bastante repeinados. Tenían la tez tersa y no había rastro de aquellos signos demacrados de un cuerpo moribundo. La terapia de las células madre les estaba ayudando a rejuvenecerse; aunque después de la escabechina que habían dejado atrás el laird, el samurái y el Engel en Fair Isle, dudaba de que volvieran a utilizar dicha terapia.

—Oye, vanirio —dijo Izumo, agarrando su oks y lanzándola por los aires hasta que la hoja se clavó en la frente de un aberrante lobezno.

El vanirio rubio y de ojos tristes se giró y lo miró a los ojos.

Vacío. El más absoluto vacío se asomaba en sus profundidades marrones. Izumo arrancó la hoja de la cabeza del lobezno y después se encaramó sobre sus hombros hasta abrirle la mandíbula completamente y partírsela en dos. Todavía a horcajadas del monstruo, el berserker preguntó:

—Oye la guerrera de pelo largo es...

Carrick se movió hacia él como un espectro. Antes estaba a unos diez metros de distancia; ahora, casi rozaba su nariz con la suya mientras le enseñaba los colmillos de un animal herido y algo desequilibrado.

—No. Te. Acerques. A. Ella —pronunció palabra por palabra.

Izumo sonrió y saltó del cuerpo sin vida del jotun que acababa de descoyuntar.

—Solo te iba a preguntar si...

—Me da igual. Harás bien en mantener las distancias.

—¿Y si no quiero hacerlo? —preguntó.

Carrick no contestó. Tomó el mango de la katana que sostenía con sus dos manos y lanzó la punta hacia atrás, sin mirar. Esta se clavó en el estómago de un vampiro que, ensartado como estaba, continuaba queriendo desgarrar la garganta del vanirio.

Carrick se dio la vuelta y clavó los dedos de su mano izquierda en su cuello mientras, con la derecha, mantenía la espada en su sitio. Le arrancó la tráquea; y, acto seguido, hizo lo propio con el corazón. Cuando volvió a mirar a Izumo, que no le temía a nada ni a nadie, Carrick tenía el rostro manchado de sangre, pero ni un desgarro en sus ropas negras.

¿Quiénes eran esos vanirios, algunos de ellos con la cabeza afeitada, que luchaban de un modo tan infernal?

—Te he advertido. Déjala en paz —ordenó Carrick corriendo a ayudar a Daimhin y a Aiko.

Carrick tenía la sensación de que se le iba la vida si no se adelantaba a los movimientos de los jotuns, que intentaban atacar y rodear a su hermana y a esa joven japonesa que lo tenía hipnotizado y atormentado.

Cuando se reunieron en Wester Ross por primera vez, y los dos chocaron por error en la entrada de la sala, tanto ella como él clavaron sus miradas el uno en el otro y después las retiraron, confusos y extrañados.

Y, desde entonces, su vacío se había llenado de su exótica y elegante imagen.

Y su vergüenza, su mancha, se había pronunciado todavía más; pero no lo suficiente como para no querer oler el aroma de la japonesa.

Decían que las parejas de los vanirios se elegían sobre todo por el olor. Si eso era así, el olor de aquella samurái de los kofun lo había noqueado de pleno.

Y, aun así, no podía hacerse ilusiones.

¿Cómo un guerrero como él, al que habían avergonzado y ensuciado durante tanto tiempo, iba a ser merecedor de un regalo como ese? Él no creía en el amor, ni en la compasión.

No le gustaba que le compadecieran; por eso le caía tan bien Suiren O ́Shane, la pareja del druida. Porque, desde el principio, le trató con normalidad, no como algunos que le habían mirado con cara de «pobre tío, le dieron por el culo».

Y era verdad. Le habían jodido y usado durante mucho tiempo. Y todo porque no iba a permitir que su hermana ni los menores de los que él se sentía responsable sufrieran más abusos en esas malditas cuevas de Capel-Le-Ferne Si podía aliviar el sufrimiento de uno de sus hermanos, lo haría. Porque, una vez había sido ultrajado, ¿qué importaba que volvieran a hacérselo? Al menos, él no les daba el placer de escucharle gritar.

Jamás.

Y, cuando acababan, no lloraba, no gemía. Simplemente, les sonreía y les escupía; aunque eso hiciera que se ganara varias palizas. En cambio, ahora estaba libre. Y a cada jotun que tenía el placer de aniquilar le ponía caras y nombres.

Carrick no sabía si habría descanso para él. Tal vez, su alma de niño perdido, de Peter Pan, todavía creyera en países de Nunca Jamás. Pero el hombre que era, sabía que un alma tan atormentada no pertenecería durante mucho tiempo más a la luz, por mucha pastilla que el sanador hubiese logrado crear.

Él había sobrevivido a las tinieblas. Había hecho de la oscuridad su hogar.

Y tarde o temprano, la oscuridad le reclamaría.