23
Arthur's Seat
Edimburgo
Indra y Sakura miraban desde la cima de la importante colina escocesa las terribles vistas panorámicas que presenciaban sus ojos. Seguramente, esa colina, de más de dos mil años de antigüedad y de origen volcánico, nunca había sido testigo de la escena de terror que la rodeaba. Habría visto otras cosas, por supuesto; pero no aquello.
Parecía una antesala al fin del mundo.
La ciudad se hundía. La gente moría.
Los purs y los etones salían de todas partes.
Los cuatro einherjars sobrevolaban la zona y descendían a ras del mar, abriendo las probetas y lanzando la terapia de choque contra el crecimiento de las esporas... Se habían organizado muy bien.
Si el mar lograba absorber la terapia con celeridad, los huevos ya no crecerían. Ahora, solo debían encargarse de acabar con los miles de jotuns viscosos y mortíferos que asediaban lo que quedaba de las calles de Edimburgo y Glasgow.
Los edificios que no se derrumbaban, lucían tremendas grietas vivas en sus paredes, que se agrandaban como hiedras según la tierra temblaba.
La grieta había hecho que el mismo castillo de Edimburgo sucumbiera a la fuerza del derrumbamiento de tierra, y ahora mismo había desaparecido. Ya no era el vigía de la ciudad.
El vapor y los gases que emanaban de la apertura infernal privaban la visibilidad de los guerreros; a algunos les lloraba los ojos, pero lo resistían como podían. El suelo se estaba desgarrando como un parto difícil; y lo que nacía de él no era nada bueno: los jotuns arrasaban con todo. Purs, etones, lobeznos y vampiros... Los helicópteros que grababan lo que acontecía, intentaban ser derribados por vampiros. Pero los vanirios impedían tal avance por su parte.
La lucha en cielo y en tierra era a vida o muerte.
Los vanirios podían leer las mentes de los humanos que huían histéricos; y todos pensaban lo mismo: la Tierra mandaba y, cuando ella lo hacía, los humanos no valían nada y caían como las hormigas insignificantes que eran.
Desde lo alto de la cima, Naruto y Indra, Sakura y sus valkyrias, Kakashi y su equipo de berserkers se preparaban ante la acometida de todos esos esbirros de Loki, que se dirigían desde la planicie de las siete colinas sobre las que se alzaba la ciudad hacia donde ellos estaban, corriendo desaforados, enseñando colmillos y garras. Unos volaban, otros saltaban y, algunos, avanzaban por debajo de la tierra.
Iban a por ellos.
Indra miró a Sakura y le apretó la mano con intensidad.
—Recuerda lo que te he dicho, sirena. Todavía tengo que resarcirte.
—Todavía debemos resarcirnos —corrigió ella.
—Sí.
Sakura asintió y dejó que él la besara. Lucharía por recibir miles de besos como ese.
Naruto alzó las espadas y dejó que sus alas se abrieran. Señaló a los jotuns, gritó con todas sus ganas y animó a los clanes a que también lanzaran sus gritos de guerra.
Sakura miró a Mei y a Temari y sin mediar palabra; solo con un gesto de su cabeza les dijo lo que debían de hacer. Solo podrían hacerlo una vez hasta que los vampiros las descubrieran y, como eran los únicos que volaban, serían los primeros en acecharlas y detenerlas.
Las tres se colocaron de puntillas en el suelo, agazapadas como felinas. Sus ojos se enrojecieron y la energía eléctrica que emanó de sus cuerpos provocó que sus melenas se alborotaran a su alrededor.
Los einherjars alzaron el vuelo para protegerlas de los primeros ataques.
—¡Todos arriba! —ordenó el highlander.
Los vanirios kofun ayudaron a los berserkers a alzar el vuelo y se los llevaron con ellos.
Los jotuns seguían avanzando y ya ascendían por la colina.
Indra esperaba darles la señal, mientras vigilaba de reojo a los vampiros que se dirigían hacia ellos.
Por supuesto, eran más purs y etones que lobeznos y nosferatus los que les atacaban; pero, daba igual quiénes fueran unos u otros. Los matarían igual.
Los ojos de kohl del escocés se entrecerraron;, y cuando sus enemigos estaban a pocos metros de ellos, gritó:
—¡Ahora!
Las tres valkyrias abrieron los dedos de las manos y colocaron la palma sobre el césped ennegrecido de Arthur ́s Seat. Sus dedos se iluminaron y lanzaron una descarga que recorrió colina abajo hasta la planicie poblada de plantas y hierba alta de distintas tonalidades.
Los purs, etones y lobeznos que permanecían en contacto con el suelo, y que avanzaban por debajo de la superficie, empezaron a quemarse con el contacto continuo de la electricidad de alto voltaje.
Los vanirios dejaron caer a los berserkers para que empezaran a acabar la faena que habían iniciado las valkyrias.
—¡Separaos! —gritó Naruto.
Sakura alzó el vuelo en vertical hacia arriba.
Mei y Temari lo hicieron hacia los laterales, cada una colocándose al lado de sus einherjars.
Temari sacó a Mjölnir y empezó a lanzarlo con fuerza hacia todos lados. El martillo daba vueltas sobre sí mismo de manera interminable. Impactaba y reventaba el cuerpo de diez jotuns y después volvía a su dueña. Y esta lo lanzaba de nuevo.
Mei agitó sus bue y sacó su arco y sus flechas. Disparó de un modo incansable y atravesó a más de veinte jotuns, que recorrían la montaña.
Sakura, protegida en todo momento por Indra, concentró toda su furia y su salvajismo en electrocutar con sus potentísimos rayos a todo lo que podía.
Las valkyrias, suspendidas en el cielo, eran asediadas por los vampiros, pero estos no podían hacer nada contra la fuerza bruta de sus einherjars que actuaban como un muro de protección para ellas. Ellos no permitirían que les sucediera nada.
Naruto ordenaba a todos y les recolocaba en sus posiciones, al mismo tiempo que, con sus espadas, cortaba y atravesaba a cualquier chupasangre que se acercara a Temari.
—¡Haz sushi con estos, samurái! —le pidió Mei sin dejar de lanzar flechas.
Madara, gracias a su arte con la katana, cortaba a pedazos a aquellos que pretendían detener la puntería exquisita de su valkyria.
Y Indra... Indra era una maldita máquina de matar. Un bruto. Un animal que no solo mataba, sino que disfrutaba con ello. A Sakura nadie la iba a tocar mientras él la protegiera. Él sería su escudo.
Sin embargo, no era la lucha lo que más preocupaba al einherjar. Él podría luchar eternamente y jamás se cansaría. Había sido instruido para ello; había nacido para matar. Así que ya podrían venir un millón de jotuns, que él no se quejaría; permanecería inquebrantable.
Lo que preocupaba de verdad a Indra era saber que estaban todos concentrados en Edimburgo y Glasgow; y que Zetsu y Hummus continuaban en poder de la lanza y no daban señales de vida.
Por su parte, Kakashi también tenía el mismo dilema. Esquivó el golpe de un eton. Gracias al anulador de frecuencias, el eton no podía jugar con su cabeza, pero su mordisco era venenoso, así que mejor alejar su dentadura de su boca. O no: mejor alejar su cabeza. Hizo rotar su oks y degolló, de un corte limpio y duro, la cabeza del repugnante reptiloide.
Y aunque luchaba protegiendo a todos los que podía a la vez que peleaba también por su vida, solo había un pensamiento que lo alejaba de la batalla: su puñal Guddine no se calentaba. Y eso quería decir que Hummus no estaba en Edimburgo. ¿Por qué un líder de una rebelión no estaba donde sus guerreros se dejaban la vida?
Una fuerte explosión les apartó de sus pensamientos, reubicándolos de nuevo, al cien por cien, en la reyerta.
La colina en la que se ubicaba el castillo de Edimburgo y que se había quedado parcialmente hundida, empezó a emanar gases tóxicos... La grieta se hacía más grande y, esta vez, recorría la ciudad partiéndola completamente en dos.
Naruto, impresionado por lo que le sucedía al planeta que una vez fue su casa, recibió un mensaje de su tío Atsui. Conectó el auricular que tenía en el oído y escogió el manos libres.
—¡Naru! ¿Estáis bien?
—Tío, ¡¿tienes noticias de Inglaterra?! —Se echó hacia atrás para evitar que la vuelta de Mjölnir le golpeara.
—Acabo de hablar con la científica. Los puntos se han activado por la sucesión de terremotos. La grieta ha activado la energía de la Tierra...
—¡¿Y?!
—Falta que adquieran sus puntos más álgidos. Pero, Naruto... hijo, esto se va a pique... Dice la científica que habrá un punto más fuerte por encima de los demás. Allí es donde debéis dirigiros; porque será allí donde claven la lanza.
—¡Pero no tenemos ninguna otra información!
—¡Ya lo sé! Aquí las señales de televisión han empezado a fallar, las radios no van... Solo el ordenador central recibe comunicación externa y... Es el único que funciona para recibir las señales de la NASA. Un momento...
—¡¿Qué?!
—Un momento... ¿Qué es esto?
—¿Qué es el qué, tío?
—¡Acabo de recibir una imagen!
Naruto agarró su espada con dos manos, y con un movimiento de izquierda a derecha, cortó por la espalda a un vampiro que acometía a Temari.
—¡¿Qué es, tío?!
—Es un jodido dibujo... —susurró Atsui estupefacto.
—¿Un dibujo? —Naruto abrió los ojos y se acordó de Nori y Riku, la brújula que detectaba los portales y la niña que, mediante sus sueños, podía a ver a Loki y aquellos a los que este manipulaba. Ella había visto a Hummus varias veces—. ¡¿Qué dice el dibujo?!
—Es un mapamundi... Hay varios puntos marcados con un círculo; pero, de entre todos, destaca uno con varios círculos concéntricos alrededor... Es una isla..., y parece la Isla de Arran.
Naruto permanecía en silencio mientras escuchaba las palabras de su tío Atsui. ¿La isla de Arran? ¿Eilean Arainn? ¿Después de todo, justo allí se iba a abrir el portal? Si eso era así, ¿qué mierda hacían en la otra punta de Escocia?
—Hay un dibujo de una lanza clavada entre unos pilares... parecen columnas y están como formando un círculo. Un lobo enorme sostiene la lanza y está a punto de clavarla en la tierra. Hay alguien que lo retiene y que intenta prohibirle que lo haga.
—¿Quién es? ¡¿De quién se trata, tío?! —Frente a él, Temari achicharraba a los pocos vampiros que quedaban en el aire.
—No lo veo. ¡Tiene el rostro oculto tras la cabeza del lobo! Naruto, tienes que... dar... isa... lanza... erra..
—¡¿Tío?! —Naruto se presionó el auricular, esperando alcanzar así la voz de Atsui. Pero la línea se había cortado. El sistema estaba cayendo...
De repente, esa parcela de tierra en la que tenía lugar una de las muchas batallas entre el Bien y el Mal se quedó a oscuras.
Sakura movió sus orejas alertada ante lo que veía.
Edimburgo se había apagado por completo.
En ese momento, recordó la conversación que tuvo con su diosa en la cuna del Vingólf.
«Dile a Temari que, cuando llegue el apagón, golpee la colina con la réplica de Mjölnir».
La Generala, ansiosa, buscó a Temari con los ojos y la encontró lanzando de nuevo el martillo pero, esta vez, contra un helicóptero que había sido secuestrado por dos nosferatus. Dioses, su amiga era un espectáculo en la guerra.
—¡Temari!
La valkyria rubia se dio la vuelta con el flequillo que cubría sus ojos rojos, una sonrisa de loca en la cara y le preguntó:
—¡¿Qué?!
—¡Golpea la colina con el martillo!
Temari se agachó y le hizo una llave a otro nosferatu que pretendía atacarla por la espalda. La joven alzó el brazo y recogió el martillo que regresaba como un boomerang. Golpeó al vampiro con él, y este explotó en mil pedazos.
—¡¿Qué dices?! —repitió echándose el pelo hacia atrás.
—¡La colina! —Sakura voló hacia Temari, la cogió del brazo y ambas descendieron juntas hasta el pico más alto de Arthur's Seat.
A su alrededor, solo se veían cuerpos muertos en descomposición de purs y etones; los lobeznos gritaban y herían a los berserkers, los berserkers respondían con sus hachas y sus puños. Los vanirios descendieron de los cielos y ayudaron en tierra a acabar con los jotuns que seguían ascendiendo por la colina; aunque cada vez eran menos.
—¡Golpea aquí! —ordenó la valkyria—. En el Valhall, Freyja me dio un mensaje: que cuando llegara el apagón, tú golpearas la colina con el martillo. ¡Se ha ido la luz! —Señaló la ciudad comple- tamente a oscuras, solo iluminada por el fuego que emergía de las grietas y de las explosiones que habían habido—. ¡Hazlo, Tema!
La hija de Thor asintió y, con gran resolución, apartó a Sakura de su lado; amarró el mango del martillo con fuerza, lo levantó por encima de la cabeza y golpeó la colina con la cabeza del tótem divino.
El impacto creó una onda de luz azul que no solo recorrió Edimburgo y Glasgow, sino que bañó toda Escocia, Irlanda e Inglaterra. Movió los mares y creó nuevas tormentas sobre todos los países. El terremoto se pronunció; y la grieta retomó su curso.
Sakura y Temari tragaron saliva porque no estaban seguras de conseguir cosas productivas con ello. Pero, entonces, la hija de Thor miró hacia su lado derecho como si viera algo que solo ella veía.
—¿Generala? —preguntó achicando los ojos y abriendo sus alas.
—¿Qué ves, Temari? —preguntó expectante.
—No veo nada. Pero soy hija de un dios —reconoció—. La onda de Mjölnir ha provocado algo...
—¿El qué?
—Siento al tótem de Odín. —Parpadeó sorprendida y repitió con la vista fija en el horizonte—. Siento a Gungnir.
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Aiko nunca pensó que podría llegar un momento en el que su capacidad de defenderse no sirviera para prácticamente nada.
Por suerte, tanto purs como etones habían dejado de aparecer por grietas y mares; y eso era gracias a la terapia de su hermano Isamu. Los einherjars la habían lanzado a los mares y eso correría como la espuma y convertiría los océanos en lugares estériles para los huevos.
Isamu nunca fallaba. Siempre estaba cuando le necesitaban.
Ahora, ella estaba rodeada de lobeznos y etones; y Daimhin luchaba a su lado, como si siempre lo hubieran hecho juntas.
Le gustaba el estilo de esa chica.
No hacía florituras ni se gustaba a sí misma. Le faltaba depurar su técnica con la katana, pero era igual de eficaz que un maestro. No tan limpia en sus cortes, pero igual de mortífera.
La ciudad se había quedado sin luz; y solo los fuegos que se encontraban a un lado o al otro de las calles destrozadas iluminaban las escenas de acción. A ellas no les hacía falta ver bien, pues tenían buena visibilidad como vanirias; pero los gases que surgían de las grietas del terremoto irritaban la piel alrededor de sus ojos, y eso era molesto.
Por eso, ninguna de las dos vio cómo se abrió un grieta a sus pies y, de ella, las manos de un par de purs las cogieron por los tobillos.
Daimhin gritó de dolor, pero fue lo suficientemente rápida como para clavarle la katana en la mano. El purs la soltó de inmediato.
La baba de la piel de los jotuns quemó parte de las botas de Aiko, que intentó salir volando de la grieta; pero dos nosferatus fueron a por ella y la arrastraron al interior de la tierra mientras le mordían en cuello y hombros.
—¡Aiko! —gritó Daimhin.
Cuando la joven intentó ir en su busca, dos lobeznos le cortaron el paso. La joven estaba más concentrada en rescatar a la japonesa que en protegerse de ese par de bestias; por eso no cubrió bien sus espaldas y recibió el arañazo de un eton.
Izumo detuvo el segundo arañazo, apareciendo por sorpresa, y cortándole el brazo con su oks.
—¡Cuida tus espaldas, Daimhin! —le advirtió el joven berserker.
—¡Tenemos que ayudar a Aiko! —rugió mirándole con odio y señalando la grieta—. Tenemos que...
Carrick, con su ropa negra y su pelo rubio rapado, alto y fibrado, elegante y frío, apareció por detrás de los jotuns y dio un salto volador hacia la grieta.
Daimhin frunció el ceño y negó con la cabeza.
Su hermano atormentado, su precioso hermano herido, la miró por encima del hombro con una decisión en sus ojos marrones azulados como hasta ahora no había visto.
Daimhin parpadeó, y él juntó el dedo índice y el dedo corazón, besó sus yemas y se las llevó al centro del pecho.
Esa era un gesto que utilizaban para decirse adiós. En Capel-Le-Ferne, cuando les separaban, siempre hacían eso para recordarse que no estarían solos. Se llevaban el uno al otro en su interior.
Su Carrick desapareció por la grieta y, en ese instante, una increíble llamarada emergió de ella, alcanzando altas cotas de altura.
—¡No! —gritó la joven con los ojos llenos de lágrimas.
Izumo mató al purs y a los lobeznos que la hermosa vaniria tenía a su alrededor. Si ella no se protegía, lo haría él. La levantó para que huyeran de las explosiones que se sucedían a través de la grieta, producto de la mezcla de gases, del fuego y del combustible de los coches que se habían caído a través de ellas.
—¡No! ¡Carrick! —Daimhin le intentó apartar las manos a Izumo, pero el berserker era fuerte y no la soltaba. Cuando la alejó de la zona de fuego, Daimhin lo empujó y le gritó—. ¡No me toques! ¡Jamás! —sacó su katana y le señaló al cuello con la punta de la hoja—. ¡Ese de ahí es mi hermano!
Izumo se quedó sorprendido y alzó las manos en señal de indefensión. Los ojos de Daimhin eran los mismos que los de una loba a punto de morder. Y le gustaron. Le gustaron tanto como le preocuparon.
—No puedes meterte en esa grieta. —El guerrero le habló con calma.
—¡¿Por qué no?! —gritó llorosa.
Izumo dirigió sus ojos amarillos hacia las llamas. El fuego cada vez era mayor; y la profundidad de la grieta era inalcanzable.
De repente, unas ondas azules bañaron la calle en la que estaban. Izumo y Daimhin las miraron extrañados. No sabían de dónde venían.
Las llamas de la grieta en la que se encontraban se ahogaron y desaparecieron, pero tal y como se fueron, emergieron con más fuerza. La brecha se agrandó y parte del suelo se hundió con ella.
—¡Nooooooo! —gritó Daimhin, llorando por su hermano.
Una fuerte explosión los lanzó a ambos por los aires.
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Kakashi estudió las ondas que recorrían la colina y que continuaban hasta bañar, incluso, el mar del horizonte. Sus pies estaban cubiertos por la luz azul de la frecuencia del martillo de Gúnnr. Su puñal Guddine ardió en su espalda y tuvo que sacárselo de la funda porque le quemaba la piel.
—¿Qué...? —Estudió la hoja, esperando que las letras en futhark antiguo aparecieran como la vez anterior. Pero la hoja permaneció limpia y brillante.
No obstante, algo, una señal que desconocía, despertó todos sus instintos y lo llamó como llamaba la luz a las polillas o la miel a las abejas.
Y supo, de un modo innato, que esa señal que recibía, como un localizador de un excursionista perdido, no era otra que la señal de Gungnir.
¿Por qué sabía eso? Otra incógnita que se acumulaba a su saco de misterios sin resolver y que siempre tenían que ver con él.
Kakashi corrió a hablar con las valkyrias al ver que las dos jóvenes tramaban algo.
—¿Qué sucede? —preguntó el berserker.
—Temari sabe dónde está la lanza.
Naruto y Indra, que ahora estaban en tierra, luchando hombro con hombro, acudieron corriendo hacia donde ellas estaban después de acabar con los tres lobeznos.
—¡Y yo sé donde se abre el portal! —exclamó Naruto.
—En Arran —contestó Indra. Había sido a él al primero que se lo había dicho. El highlander se quedó estupefacto al escucharlo. Su propia isla, que ahora yacía partida en dos, seguía siendo lo suficientemente poderosa como para albergar un vórtice electromagnético que podría desencadenarlo todo. Naruto le había dicho que la lanza se clavaría dentro de unas columnas en círculo, y él sabía que en su isla solo había un grupo de rocas de esa índole, y eran las rocas de Machrie Moor, ubicadas en medio de una campiña de paja amarilla en la Bahía de Whiting—. Se abre en las crómlech de Machrie Moor. En Inglaterra, hace unos días, el druida abrió un portal en el crómlech de Stonehenge. Son monumentos que hacen de receptáculos de energía telúrica. Es muy lógico que se abran en esos lugares.
Cuando los humanos seguían creyendo que se trataba de templos, monumentos funerarios o lugares sagrados, los Ōtsutsuki como Indra, que habían convivido con pictos y celtas, sabían que eran círculos de piedra que se construían para alinear los múltiples chakras de la tierra. A esos chakras, ahora se les llamaba vórtices electromagnéticos.
—¡No llegaremos a tiempo! —exclamó Naruto avisando a Theodore por el intercomunicador. Debían darse prisa en regresar y dirigirse a Arran.
—Yo voy con vosotros. —Kakashi apareció tras ellos. Solo se le veían los ojos, pues tenía todo el rostro lleno de sangre, alguna suya, pero, la mayoría, de todos los que había aniquilado. El inmenso berserker se acercó a ellos y miró a Temari—. ¿Sientes a Gungnir?
La valkyria asintió con la cabeza.
—Sí. Lo siento.
—Yo también —contestó Kakashi reconociendo en voz alta que podía detectar tótems divinos.
Todos le miraron estupefactos, hasta que Sakura, nerviosa, se presionó el puente de la nariz y le espetó:
—Pero, a ver, ¿tú quién coño eres?
—Eso quisiera saber yo...
—Creo que no lo sabe ni él —añadió Indra—. Pero, seas quien seas —el highlander le puso una mano en el hombro—, tienes que venir con nosotros. Naruto, divídenos. Alguien tiene que ir a Arran y cercar Machrie Moor.
—No vamos a dividirnos más —gruñó Naru—. El todo o nada, eso nos jugamos. Iremos con todo, y que sea lo que tenga que ser.
—No, Engel —repuso Kakashi—. La lanza se está moviendo, lo capto. Envíanos a unos a un lado y a otros al otro. Si recogemos la lanza antes, Hummus no podrá clavar una mierda.
Naru, que chorreaba como todos, de arriba abajo, debido a las fuertes precipitaciones que caían sobre esa parte del planeta, acabó cediendo a regañadientes.
—Yo tengo un medio para llegar hasta la lanza. Es muy rápido —aseguró Sakura relamiéndose los labios húmedos por la lluvia.
Naruto apretó los dientes, pues no estaba muy conforme volviendo a dividir el grupo en tantos frentes, pero Kakashi tenía razón.
—De acuerdo. Temari, haz que viajemos a través de las tormentas —ordenó Naruto—. Toda Escocia y el Reino Unido está encapotado y llueve en todos lados. Llévanos a Arran. Sientes a Gungnir, ¿verdad?
—Sí, Engel —reconoció ella orgullosa.
—¿Tú también, berserker? —preguntó el líder einherjar a Kakashi.
—Siento lo mismo que ella —aseguró con el rubísimo platino pelo pegado a la cabeza. Tan bronceado como era, parecía el rey de los vikingos.
—Entonces, tú irás con la Generala y con Indra.
Kakashi asintió y todos se colocaron en sus puestos, pues no había tiempo que perder.
Mientras Temari convocaba a las tormentas y Mei impactaba uno de sus rayos en ella para que la joven pudiera crear la antimateria entre las nubes, Sakura se giró y alzó el rostro al cielo. Se llevó el índice y el pulgar a la boca y silbó con todas sus fuerzas.
Al instante, una estela blanca cruzó el cielo, rodeó la colina, y se detuvo frente a Indra, Kakashi y Sakura.
Angélico.
La valkyria se acercó a su pegaso y les sonrió por encima del hombro.
—Mi Angélico nos llevará.
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Holy Island
Muy cerca de la isla de Arran, se encontraba la Isla Sagrada, Holy Island. Un pedazo de tierra en el que vivían unos monjes budistas y en el que se hallaba un complejo residencial de retiros espirituales.
Bajo el suelo de esa residencia, en las cavernas y las grutas que había en su interior, oculta dentro de una caja magnetizada que privaba que el objeto escondido emitiera cualquier tipo de señal eléctrica, Zetsu trasladaba la lanza hacia la lancha motora que esperaba afuera. Ya habían recibido la señal de los satélites; y la lotería de los vórtices había recaído en Machre Moor.
Hummus sabía dónde debía aparecer, porque él ya le había avisado. Solo faltaba llevarle la lanza y que el transformista cumpliera su cometido. Ese maldito lobezno tenía la capacidad de desplazarse en el espacio como le apeteciera. Pero era una de las virtudes al llevar la misma sangre de Loki.
Él pronto recibiría lo mismo.
Después de tantísimo tiempo. Después de trabajar a la sombra de Hummus. Después de que le hicieran creer una y otra vez que compartirían su misma sangre, por fin, había llegado su hora.
Zetsu sonrió y se peinó su cresta punk con los dedos.
Había sido muy fácil ocultar la lanza en aquel lugar. ¿Quién iba a imaginarse que Gungnir iba a estar tan cerca de la fortaleza de Indra? Nadie buscaría en su propia casa al enemigo; aunque al einherjar ya le había demostrado que su casa estaba plagada de ellos.
Kidōmaru, Buchannan, Ada... Se echó a reír malvadamente.
No esperaba que descubrieran a Ada tan pronto. Ni tampoco se imaginaba que la valkyria de los rayos tan potentes era la mujer por la que el escocés bebía los vientos. Cuando Zetsu se enteró de ello por boca de Buchannan, decidió que podía jugar al cambio de fichas entre ellas. Pero Indra había elegido a la valkyria y había matado a Ada antes de que representara su función.
—Pobre laird frustrado... —gruñó Zetsu cargando la cápsula con ayuda de dos vampiros.
Indra no se acordaba de él.
Nunca lo había hecho.
Y a Zetsu le había ido de maravilla pasar desapercibido porque eso significaba que la estocada final sería magnánima.
Cuando Hummus clavara la lanza y el Jotunheïm se abriera, Zetsu miraría a Indra y le diría la verdad:
—Yo pertenecía a tu ejército de Ōtsutsuki. —Zetsu repetía su discurso en voz alta—. Yo merecía ser el líder del pelotón. Por eso, yo te alcancé con mis flechas por la espalda. Y te maté. Porque eras un perdedor.
Y, por esa misma razón, Loki le llamó a sus filas.
Zetsu perdió el equilibrio y se agarró a la caja. Acababan de cargarla en la cueva interior, y la estaban amarrando a la lancha, cuando unas ondas azuladas rodearon el agua y la gruta en la que se encontraban, iluminándola con un especial fulgor.
La tierra tembló ligeramente y los tres tuvieron que aguantar el equilibrio.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Zetsu a los lobeznos, mirando a su alrededor de manera desconfiada.
Las dos bestias salieron de la gruta para ver qué sucedía en el exterior; pero no vieron nada en el horizonte.
Zetsu frunció el ceño. Las luces de la cápsula se habían apagado; y eso solo quería decir una cosa. Gungnir empezaría a dar señales en cualquier momento. Y les quedaban quince minutos para llegar a Arran.
Zetsu puso la lancha a toda máquina. Hummus le esperaría en la orilla; y él se trasladaría inmediatamente a Machrie Moor. Después de que su cuerpo se deshiciera por completo en la iglesia de Abbey Church, le había costado recuperarse de las heridas, pero ya estaba casi al cien por cien. Aun así, empleaba mucha energía en bilocarse, así que el líder de los jotuns exigía que siempre le dieran el trabajo medio hecho.
Arran se veía, a simple vista, partida por la mitad. Una isla de no más de treinta kilómetros de largo.
El mar ondeaba con fuerza y las olas golpeaban las rocas de los acantilados derrumbados hasta erosionarlas. La lancha se movía de un lado al otro por la dura marea; pero Zetsu se había colocado en lo alto de la caja de cristal para asegurarla a la superficie.
Llegarían a tiempo. No le quedaba otra si quería el reconocimiento de Loki.
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Angélico llegaba a la isla de Arran a la velocidad del viento.
Sakura, Indra y Kakashi, subidos a su indomable lomo, oteaban el mar y la Isla para ver si había señales de jotuns.
Y fue Kakashi quien detectó la lancha y la radiación de Gungnir.
—¡Está ahí!
La lanza atraía a los truenos y los relámpagos; tal era su poder que caían con fuerza sobre la caja de cristal y electrocutaban todo lo que encontraba a su paso.
Indra clavó los ojos en el lobezno que se alejaba de la lanza cada vez que caía un nuevo rayo sobre ella. Vio su cresta y no lo dudó ni un momento.
Era Zetsu.
Y no se lo pensó dos veces. Tenía al alcance a su escurridizo antagonista. Al asesino de más de cien guerreros, mujeres y niños... Al manipulador que una vez le arrebató a Kawaki, y que era el responsable de la muerte de Kokatsu y Scarlett.
Se lanzó de cabeza, en caída libre, esperando aterrizar de lleno en la lancha.
Ni siquiera abrió las alas. Lo que deseaba de verdad era impactar con tanta fuerza sobre el maldito lobezno que la lanza, la lancha y todo lo que hubiera alrededor saliera despedido por los aires.
Indra lo veía todo rojo, y más rojo lo vio cuando cayó sobre el asesino. No descansaría, no conciliaría la paz hasta que tuviera la cabeza del lobezno en sus manos.
Los dos cayeron al agua, y la lancha se descontroló; se dirigía a la deriva contra el las piedras del acantilado...
Después, una luz azul en el fondo del mar Atlántico empezó a emerger a la superficie, hasta que salió Indra con sus alas desplegadas, agarrando a Zetsu por la camiseta y llevándoselo con él.
El jotun estaba en plena mutación. Las garras le salían de las manos, el pelo le crecía oscuro largo, y sus ojos negros se volvían amarillentos. Las fauces le explotaron en la boca, y triplicó su tamaño.
Era mucho más grande que Indra, pero Indra... Era Indra y, además, tenía alas. El highlander lo lanzó a la orilla de la isla, y el lobezno cayó sobre sus patas traseras, colocándose en posición de ataque.
Zetsu se echó a reír.
—Eres como un grano en el culo.
Indra, chorreando de arriba abajo, sacudió sus esclavas, y de ellas se materializaron sus dos espadas de einherjar. La mirada sin inflexiones que le dedicó al lobezno dejaría de piedra hasta al mismísimo diablo.
En una orilla como esa, hacía más de quince siglos, Indra perdió la vida en la batalla de Degsastan, en la isla de Man. Ahora, en la Isla de Arran, Zetsu no pensaba dejarle vivir su inmortalidad.
Y Indra no permitiría que el lobezno le arrebatara nada. Porque ahora tenía mucho que perder: Sakura le esperaba.
Kakashi y Sakura controlaban la lancha, que corría descontrolada cortando el mar. Los rayos seguían cayendo sobre la lanza, y modificaba la trayectoria del navío de izquierda a derecha.
Desde la isla de Arran, salían nosferatus volando a toda velocidad y se acercaban hacia ellos como una nube oscura y demoníaca. Seguramente, los vampiros esperaba cubrir a Hummus en Machre Moor, pero ya sabrían lo que estaba sucediendo y por eso habían salido antes de tiempo de sus madrigueras.
Entonces, la caja acorazada que protegía a Gungnir cayó al mar. Las cadenas que la sujetaban se habían roto.
Sakura abrió sus alas. Bajaría, cogería la lanza y todo se acabaría... Era la lanza, el tótem más importante. Si regresaba con ella y la devolvía a Odín, todo finalizaría. Agitó sus alas monarcas rojas y brillantes, y le dijo a Kakashi:
—Cuida de Angélico.
—¡No! —la detuvo Kakashi—. ¿Dónde crees que vas? Los tótems divinos solo pueden ser tocados por dioses o semidioses. Su contacto podría matarte.
—Soy una dísir, una valkyria. Soy una diosa menor —aclaró Sakura alzando la barbilla—. Puedo cogerla.
—No estés tan segura.
—No lo estoy —confesó con sinceridad—. Pero alguien tiene que hacerlo.
—Entonces, Sakura... Iré yo.
Kakashi se dejó caer al vacío, sin permiso, sin miedos y sin la absoluta seguridad de que saliera inmune al recoger el objeto de Odín. No sabía quién era todavía. Tenía un puñal Guddine, Freyja hablaba con él y, encima, captaba la señal de los tótems divinos. Si había alguien que tenía todas las papeletas para estar de alguna manera rela- cionado con los dioses, ese era él.
Cuando cayó al mar, buceó hasta divisar el arcón transparente. El mar estaba picado y revuelto y no había buena visibilidad; aun así, Gungnir brillaba y levitaba, dando vueltas sobre su propio eje. Ahí estaba la famosa lanza. Si su punta se clavaba en la Tierra, la guerra se desataría. La lanza nunca dejaría de avanzar, nadie la podría detener. Avanzaría y avanzaría hasta atravesar a todo el que se pusiera por delante. Era una contradicción de por sí que ese tótem fuera un regalo del dios Loki a Odín. Lo construyeron los enanos hijos de Ivald.
Kakashi estaba a punto de alcanzarla cuando, debajo del agua, una imagen borrosa se materializó al lado de la caja. La rodeó con los brazos, y tanto ese ser como Gungnir, desaparecieron ante sus ojos.
El berserker buceó para salir a la superficie.
Una vez afuera, buscó a Sakura y le hizo señas con los brazos. Las olas lo sumergían de vez en cuando, pero él salía a flote de nuevo.
La Generala le localizó inmediatamente y se extrañó al ver que volvía con las manos vacías.
Hizo descender a Angélico hasta recoger a Kakashi del mar. Le dio su mano y este la agarró para subir a lomos del majestuoso caballo alado.
—¡Llévame a Machrie Moor! —gritó Kakashi limpiándose el agua salada de los ojos—. ¡Hummus tiene la lanza y la va a clavar!
Sakura espoleó a Angélico.
No sucedería. No habían sufrido todos tanto para que, en el último momento, Hummus se saliera con la suya.
Veía a Indra de lejos, encarándose a Zetsu, preparado para torturarlo. El lobezno no tendría una sola oportunidad contra él. Ni una.
Indra era mortal en sus golpes y un sádico en sus artimañas. Por eso a ella le gustaba tanto. Cruel e inmisericorde. No había perdón para los enemigos.
En la guerra era el mejor. En el amor... también; aunque aún debían limar unas cuantas asperezas. Sonrió confiada en que él ganaría, y le dirigió una última mirada antes de volar con el pegaso y Kakashi hasta Machrie Moor.
Llegarían en unos segundos.
