24

Indra Ōtsutsuki el dalriada.

Indra de las Highlands.

Escocés.

Isleño.

Trenzas.

Amo.

No importaba los apelativos que le pusieran; al fin y al cabo, todos hablaban de él y de sus orígenes. Pero ninguno definía exactamente lo que él era.

Rozó las hojas de sus espadas y las afiló la una con la otra, como haría un experto cocinero para limpiar sus cuchillos.

¿Y qué era él?

¿Un amo?

¿Un guerrero?

¿Un líder?

¿Un einherjar?

No. Esos últimos días se había dado cuenta de que había sido solo un hombre perdido en su propio mar de amargura e insatisfacción. El odio y el rencor le habían hecho soberbio y vanidoso, demasiado orgulloso de todo lo que lograba y demasiado confiado de aquellos que le juraban fidelidad.

Y se había dado cuenta, demasiado tarde, de que la fidelidad no era una palabra ni un juramento. Nadie le obedecería por ser Indra.

La fidelidad era una esencia y una actitud. Un principio.

La fidelidad era ver a Naruto, en medio de una lluvia de cristales punzantes, yendo a rescatar a Madara que se hundía en el mar de Lerwick.

La fidelidad era comprobar que Temari y Mei darían un brazo, y lo que hiciera falta, por proteger a Sakura.

La fidelidad era huir, como había hecho Izumo cuando su hermana murió y le pertenecía a él hacerse con las riendas de su clan, para luego volver con la cabeza alta, reconociendo sus errores y regresando para solventarlos.

Ser fiel era lo que había soportado Sakura por Mei.

Y ser fiel, sobre todas las cosas, era haber amado como lo amó su preciosa Generala durante todo ese tiempo que estuvieron separados.

Él, en cambio, la odió tanto como la amaba, pero no le fue fiel. Ni a ella ni a él mismo.

Ahora, con el ejemplo perfecto ante él de todo lo que no querría ser jamás, Indra pelearía no por venganza: lo haría para acabar de enterrar su ira.

Y sabía que no le iba a costar nada acabar con ese tipo. Porque un líder que no se mostraba no era un guerrero; era un dictador. Y los dictadores ordenaban, pero no sabían luchar.

El lobezno se lanzó sobre él tan rápido que Indra no le vio venir. Cayó al suelo de espaldas y Zetsu le rasgó el pecho con las pezuñas.

—Indra Ōtsutsuki de la Dalriada... —gruñó enseñándole los colmillos e intentando morderle.

Zetsu era muy grande y muy corpulento. Le cogió por las piernas y lo lanzó por los aires contra las rocas derrumbadas del acantilado.

«Mal pensado», se dijo Indra. "No lances a un einherjar emparejado por los aires o le saldrán alas".

Sus alas volvieron a desplegarse antes de que impactara contra las piedras. Dio la voltereta sobre sí mismo y apoyó las botas en la roca para darse impulso y volar como un misil e impactar en el pecho del lobezno.

—Te maté una vez. Puedo volver a hacerlo —le dijo Zetsu entre gruñidos.

Indra dejó que el lobezno le rebozara por la arena oscurecida de Arran.

—¿Cuándo me has matado tú? Nunca te muestras, nunca estás. Eres un líder cobarde que manda y ataca a traición. Jamás te has enfrentado a mí —Indra sonrió al esquivar un poderoso puño del lobezno—. Porque me temes.

Zetsu sonrió y negó con la cabeza, histérico.

—No te temo. No temo a aquello que ya he derribado una vez. ¿Nunca te preguntaste quién te mató en la isla de Man, cuando eras humano?

Indra se quedó muy quieto, escuchando aquellas reveladoras palabras.

Zetsu aprovechó para darle un puñetazo y agarrarle de la garganta hasta clavarle las uñas.

—Tú eras la putita favorita del rey Áedán Mac Gabráin. Él te eligió para que liderases la armada naval. Yo era tan importante como tú entre nuestro clan y a mí ni me miraba.

—¿En serio? —gruñó Indra riéndose de él—. No te recuerdo. Podrías habérsela chupado, seguro que así el rey te tendría más en cuenta.

Zetsu le dio otro puñetazo en el labio; y el piercing le desgarró.

—Qué pena que, cuando conquistamos Arran, tú moriste, ¿verdad, escocés? Una flecha te atravesó el corazón desde la espalda hasta el pecho.

Los ojos tatuados de Indra parpadearon incrédulos. ¿De verdad Zetsu había formado parte de su armada? ¿Por qué no le conocía?

—Tal vez no te conocía porque eras igual de gallina que ahora. Seguro que tú te creías igual de bueno en la guerra como yo, y te imaginabas tus batallitas solo en tu mente. Yo le doy un nombre a ese comportamiento, ¿sabes? Se llama alucinación.

—Yo te disparé la flecha. Yo te maté —declaró orgulloso.

—Déjame adivinarlo... Y después Loki te tentó para que fueras con él.

—Exacto. Me hirieron de muerte; y Loki me ofreció trabajar para él. La inmortalidad es seductora y yo acepté.

—Tú solo eres un cobarde, Zetsu. Siempre atacas por la espalda.

—Eso se llama estrategia.

—No. Te equivocas. —Indra le agarró del pelo y le echó el cuello hacia atrás, para darle un cabezazo en toda la cara que le rompió la nariz. Zetsu se llevó las manos al tabique nasal, que no cesaba de sangrar, y Indra se levantó poco a poco—. Tengo un amigo que es un gran estratega. Se llama Naruto. Y es el líder de los einherjars. Te aseguro que siempre va de cara; y puede ser muchas cosas, pero no es un cobarde. No se oculta. —Se le llenó la boca al hablar del einherjar, porque cuanto más le conocía, más empezaba a respetarle y a admirarlo—. Y, si es verdad que me mataste, te doy las gracias.

Zetsu, que no entendía qué estaba diciendo Indra, apartó las manos de su rostro y lo miró horrorizado.

—Sí. Seguro que te encantó morir —gruñó Zetsu, sacando una navaja curvada de la parte trasera de su espalda y lanzándose a por él, para clavársela en el corazón—. ¡Como ahora!

Indra detuvo su avance y lo agarró por la muñeca. Con el puño contrario le golpeó en la mejilla y apretó la articulación de su mano para que soltara el puñal. Cuando lo hizo, Indra le dio una patada al arma para retirarla de su alcance.

El highlander le retorció el brazo hasta que se lo partió. Después colocó su rodilla sobre la espalda del lobezno y le agarró de la barbilla con las dos manos, haciendo palanca.

—Si me mataste te doy las gracias, putita —le repitió, mirando al frente pero sin ver—. Gracias a ti, vi el Asgard y entré en el Valhall. Gracias a ti, me tatuaron la espalda con estas preciosas alas —las desplegó y las mostró orgulloso—; y, gracias a ti, conocí al amor de mi vida. Si no me hubieras matado, me habría perdido todo lo que el destino tenía reservado para mí. Me habría perdido a Sakura y no habría aprendido jamás el verdadero significado de la lealtad y la fidelidad. —Lo que en otro tiempo, en el Midgard, consideró que había sido una tortura, ahora, con la mente más clara y la experiencia vivida, consideraba que todo lo ocurrido había sido un regalo—. Has matado a mucha gente a la que quería, Zetsu, y eso no me lo va a devolver nadie. Pero quiero que sepas que mientras tu cuerpo se descompone poco a poco —la piel de su garganta se estaba abriendo. Indra le arrancaba la cabeza lentamente, milímetro a milímetro— y tú desapareces y dejas de existir, con tu muerte habré vengado a todos los que me arrebataste. Mientras tú no estés, yo seguiré aquí, luchando para que ninguno de vuestros pasos encuentren nunca los resultados que buscáis. Tú mueres. —¡Zas! La cabeza del lobezno se despegó de su cuerpo, y Indra la alzó por encima de su cabeza y gritó como el salvaje que era. Después, arrojó la cabeza muy lejos, al mar. Se alejó del cuerpo degollado del lobezno y añadió mientras alzaba el vuelo—. Yo vivo para contarlo.

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Hummus se materializó en el centro de Machrie Moor. Sentía cómo palpitaba la fuerza del vórtice bajo sus pies, cómo las dimensiones se abrían y las puertas se preparaban para aceptar a todo aquel que quisiera pasar de un mundo o a otro.

El lobezno sonrió y miró a su alrededor. La tormenta sacudía aquella tierra devastada por la destrucción, y más que lo haría. Cansado y ojeroso, alzó la lanza y pronunció unas palabras antes de clavarla en tierra.

Por fin... La rebelión de su padre daría sus frutos.

Por fin, todo por lo que pelearon tendría una buena recompensa.

Los malditos guerreros de Odín habían acabado con casi toda la organización de Newscientists. Pero todavía quedaba en pie lo que tenían en Noruega y el campo de concentración de los Balcanes; aunque sus líderes, desde Daibutsu hasta Hidan, cayeron uno a uno bajo la fuerza del aquelarre de los vanirios y berserkers. Y, ahora, se le habían añadido valkyrias y einherjars. ¿Por qué seguían peleando esos guerreros? ¿En nombre de qué?

Al menos, ellos luchaban por una verdad universal: el ser humano jamás debería ser un igual a los dioses. Jamás debería equipararse a ellos. Y Odín era lo que pretendía. El dios Aesir creía que se podía aprender algo de esa miserable raza, pero él seguía sin ver qué: destruían su mundo sin contemplaciones, permitían la soberanía de unos cuantos mucho menos listos que la media; dejaban que los de su misma especie murieran de hambre y permitían que otros crearan virus que les matasen poco a poco... Aquella raza era un despropósito. Y, lo más ridículo era que todos, absolutamente todos, se ponían de rodillas ante un trozo de papel al que llamaban economía.

Hummus sonrió y alzó la lanza que quemaba sus manos. Odín era celoso de sus cosas y no le gustaba que nadie las tocara. Pero él era igualmente hijo de un dios; y esa lanza se la había dado su padre al dios Aesir. Por tanto, también era de él.

Con la vista fija en la punta de aquella pica divina, proclamó:

Bjarkan's laufgrœnstr lima; Loki far flærðar tima. El abedul tiene ramas de verdes hojas; Loki lleva el tiempo del engaño. ¡Que empiece el Ragnarök!

¡Flas!

Sin saber muy bien cómo, Hummus se vio alejado del círculo de piedra. Ahora lo veía desde las alturas.

La valkyria de pelo rosa le agarraba por la espalda al tiempo que lo alzaba por los cielos, agitando sus grandiosas alas.

«¡Maldita zorra entrometida!».

Y alguien más le sostenía la lanza, privándole que la lanzara o la moviera. Se batían en duelo para ver quién se la llevaba.

Era el niño perdido.

—Tú... —gruñó Hummus. Sus ojos adquirieron el color de la niebla blanquecina.

La tormenta adquirió más fuerza. El agua torrencial caía sobre los guerreros; y, entonces, una bola de luz estalló entre las nubes como una supernova. Y de ahí salieron Temari y Mei con Naruto y Madara dispuestos a luchar contra Hummus.

El lobezno sonrió a Kakashi y le dijo.

—No puedes detenerme. Nadie puede.

Kakashi le miró de un modo letal. Los chorros de agua mojaban su bronceado rostro y empapaban sus largas pestañas.

—No quiero detenerte. Quiero eliminarte. —Le dio un golpe en la cara con el extremo izquierdo de la lanza y cortó su mejilla—. Seguro que esa es otra de esas heridas que nunca cicatrizan.

—Vas a morir —profetizó Hummus.

—¡No sueltes la lanza, Kakashi! —gritaba Sakura. Cuando vio a sus nonnes volar hacia ella no se lo pensó dos veces y les ordenó—. ¡Abrid el cielo! ¡Hay que devolverla al Asgard!

Mei y Temari asintieron y dirigieron sus manos a las nubes. Gritaron Asynjur a la vez y los rayos provocaron un boquete en los cumulonimbos, que adquirieron caprichosas formas a modo de embudo.

Sakura movió sus alas con vigor y garra. Cargaba con el peso de Kakashi y Hummus y esperaba que el berserker no dejara escapar la lanza, de ello dependía todo. El portal del Asgard empezaba a abrirse y tenían que hacer lo posible en devolver a Gungnir; aunque Hummus entrara en el lote.

El lobezno intentó apartar a Kakashi con una patada en el estómago que el berserker amortiguó de lleno.

—¡Electrocútalo, Sakura!

—¡¿Y tú?!

—¡Electrocútalo! —repitió Kakashi.

Hummus se echó a reír. Su gesto se volvió serio de golpe y, entonces, se desmaterializó ante los ojos de los dos guerreros.

Sakura se quedó mirando sus manos vacías, anonadada. Y agarró a Kakashi para que no cayera a la tierra.

—¡Sakura, a tu espalda! —gritó Naruto.

La Generala se dio la vuelta y se encontró con Hummus detrás de ella y la lanza en mano. La dejó ir con toda la fuerza que pudo contra Sakura.

Sakura no podía apartarse; la lanza no debía tocar el Midgard. Pero ese no era el problema. El problema era que una vez que la lanza tomaba su trayectoria nadie la podía detener.

La punta de Gungnir atravesó a Sakura por la espalda, y esta intentó cogerla por el extremo y detener su avance, que iba directo a Kakashi.

Hummus desapareció ante sus ojos y le dijo al berserker de Wolverhampton.

—Te dije que morirías.

La lanza atravesó el pecho de Kakashi, que no pudo reaccionar, y Sakura y él cayeron al Midgard, ambos atravesados por la afilada hoja del imparable tótem.

Kakashi se quedó sin respiración y sintió un terrible dolor en el pecho.

Sakura gruñía y escupía sangre por la boca. Pero intentaba mover las alas, no se rendía.

Y, entonces, algo frenó el avance de la lanza.

Indra gritó al ver cómo su Generala caía en picado, con el palo atravesado en su cuerpo, y con Kakashi en el otro extremo, igualmente herido.

Ambos caerían en el centro de Machrie Moor, y la lanza continuaría su camino.

Perderían. El vórtice se activaría.

Y él no estaba allí para perder.

Voló hasta ellos y agarró como pudo el tótem por la parte del filo. Veía el rostro de Sakura lleno de dolor, y cómo la sangre corría por su piel, y sentía que se le helaba el corazón. Pero había pasado demasiado tiempo en el frío de su soledad; y ahora solo le apetecía el calor de su compañía. No iba a dejarla ir. Aun así, sus alas seguían en movimiento.

—¡Estoy aquí, Sakura! —gritó.

La Generala abrió los ojos rojos y le sonrió, pero no era un gesto de esperanza. Parecía más bien de rendición.

Indra no dejaría que se abriera el Jotunheïm. Habían luchado demasiado para que el Mal venciera. Intentó detener el envite del tótem, pero la piel de las manos se le deshacía, y los antebrazos empezaron a arderle.

—¡Engel! —necesitaba que Naruto le socorriera.

Naruto no tardó nada en ayudarles. Madara se sumó al desafío. Intentaron hacer fuerza por el otro extremo. Les quedaban pocos metros para que hiciera diana.

Temari y Mei mantuvieron el portal abierto, hasta que la pelirroja dijo:

—¡Vamos, Tema! ¡No lo conseguirán!

La hija de Thor dejó de lanzar rayos y voló con su nonne para intentar modificar la trayectoria de la lanza. Parecían una nube humana.

Siete guerreros, entre ellos tres parejas, intentaban impedir el inicio del fin del mundo.

Y, para luchar contra ello, debían sacrificarse.

—¡Sakura, abre los ojos! —gritaba Indra a la Generala—. ¡Ábrelos!

Sakura lloraba porque el dolor de la lanza era insoportable. Kakashi estaba inconsciente. La lanza le atravesaba el centro del pecho y podría haberle alcanzado el corazón. Ese berserker podría estar muerto.

—¡Mírame! —le exigió Indra—. ¡¿Te llaman Sakura «la Salvaje», verdad?! —la lanza le estaba atravesando el plexo solar, y la punta salía ahora por el centro de su columna. Se quedó sin aire, pero luchó por seguir estimulando a Sakura. Ella era la única que podría sacarlos de ahí—. ¡Tus rayos, Sakura! ¡Haz que impacten en el centro del vórtice!

Sakura le prestó atención, pero no la suficiente. No tenían tiempo.

Indra se agarró a la lanza y tiró de ella para quedar pegado al cuerpo de Kakashi, por la espalda. Tenía a Sakura a un palmo de distancia, arrimada completamente al cuerpo del berserker, pero por delante. Le estaban haciendo un sándwich a Kakashi.

Indra alargó el cuello y pasó por encima del hombro de Kakashi. Le habló a Sakura al oído.

—Escúchame bien, Generala. Me han dicho que destruiste una iglesia entera y cerraste un portal en Abbey Church; que tú sola aniquilaste a todos los purs y los etones de la isla de Arran. Sé lo fuerte que eres, bruja. Y sé cómo duele este puto arpón —gruñó. La lanza se deslizaba entre sus dedos, buscando salir de esos cuerpos para viajar libre hasta su destino. Gungnir nunca se detenía—. Eres la más fuerte de todos. O me lo demuestras o te juro que nunca volveré a tenerte respeto.

—¡No le hables así! —gritó Temari volando a contracorriente para detener aquel tren humano que iba a impactar en la isla escocesa.

—¡Calla, Tema! —le dijo Naruto—. ¡Tú mueve las alas, no te detengas!

—Nunca jamás volveré a tocarte —continuaba Indra.

Sakura abrió los ojos de nuevo y centró sus rubíes en el escocés de pelo suelto que la miraba como si fuera menos que un mosquito.

Ella no se lo podía creer. No podía creer que Indra le hablara así.

—Soy la más fuerte —repitió ella entre dientes.

—Es mentira. —la desafió—. Solo es un galón. No te mereces tu título.

La energía eléctrica de la Generala se disparó de golpe.

Los siete guerreros se cubrieron con una bola de energía luminosa, llena de electricidad. Todos sufrieron las descargas de la Generala y las aguantaron como pudieron.

—¡Demuéstramelo! —gritó Indra.

Sakura estiró el brazo con dificultad y lo dirigió hacia el círculo de piedras. Pasó la mano por encima de las cabezas de Kakashi y Indra y dejó salir un rayo tan potente como la fuerza del amor que sentía por aquel highlander malhablado y obtuso.

El muy tonto se había dejado atravesar por Gungnir. Él podría haber vivido, pero no; se tenía que hacer el héroe e impedir que la lanza no llegara a su destino.

El rayo impactó en Machrie Moor, e hizo una fuerza contraria a la del vórtice. Sakura siguió imprimiendo energía hasta que el vórtice la repelió y los siete guerreros salieron disparados hacia arriba.

La lanza retomó una nueva trayectoria: un recorrido hacia el cielo, directamente hacia el tubo eléctrico que habían abierto Temari y Mei y que debía llevarles al Asgard.

—¡Apartaos! —gritó Naruto.

Madara, Mei y Temari dejaron que la lanza siguiera su curso.

Indra, que ahora estaba arriba del todo, tenía los ojos llenos de lágrimas. Miró a Sakura y le dirigió una sonrisa pura y auténtica, llena de reconocimiento y amor. Ella parpadeó confusa y, después, sonrió.

—Eres malo —le dijo medio cerrando los ojos—. Por eso... por eso te amo, Indra.

Mae, mo valkyr. —Indra entrelazó los dedos quemados con los de ella, y no la soltó—. Te amaré toda mi vida, aquí y en el más allá.

Las lágrimas de Sakura mojaron el rostro acongojado del escocés. Y los dos cerraron los ojos.

La lanza avanzaba a través del cuerpo de Sakura, Kakashi y el de él; y por fin salía por la espalda del highlander.

El tótem se iluminó y se internó entre las nubes. Los truenos y los relámpagos le dieron la bienvenida al Asgard, el lugar del que jamás debió salir.

Los tres cuerpos cayeron poco a poco a tierra, pero sus amigos no dejaron que cayeran solos. Les cobijaron y les tomaron en brazos. Para dejarlos, lentamente, sobre el césped de Machrie Moor.

Madara se quedó mirando el agujero del cielo. Las valkyrias lloraban la pérdida de Sakura; y Naruto no podía creer que Indra y Kakashi estuvieran muertos. Pero así era: Gungnir les había alcanzado a los tres, y la leyenda decía que Gungnir mataba a todo aquel que tocaba.

El samurái, observador como nadie, recordaba haber visto esos agujeros en el cielo. La primera vez, cuando Mjölnir fue devuelta al Asgard; la segunda, cuando se retornó a Seier. Y ambos agujeros se cerraron inmediatamente.

Pero ese agujero permanecía abierto todavía y no entendía por qué.

No lo entendió hasta que vio dejarse caer, a través de él, a una valkyria que se sostenía a un rayo azulado y miraba al frente, buscándoles a ellos.

—¡Es Naori! —gritó Temari señalando al cielo.

La joven se soltó del rayo y cayó de pie, a un metro de distancia de los cuerpos sin vida de los tres guerreros.

—¡No te los puedes llevar! —replicó Mei encarándose con su amiga.

—¿Te quieres tranquilizar? —le dijo Naori apartándola a un lado y caminando dando ligeros saltitos—. No me los llevo a todos.

La valkyria le dio dos frascos de crema dorada semitransparente a Temari.

—Freyja y Odín me han dado el hjelp, el remedio de los enanos —dijo Naori—. Me han dicho que debéis ponérselo sobre las heridas y, después, lo que sobre, en el interior de sus bocas y sobre el corazón, ¿de acuerdo?

El hjelp era el único bálsamo capaz de devolver la vida a un muerto; y solo lo fabricaban los enanos para los guerreros de Odín y Freyja. En el Valhall siempre se herían y se mutilaban, y si no tenían kompromiss, el hjelp era el que los sanaba y les devolvía a la vida. Era tan poderoso que podía regenerar extremidades amputadas.

Temari tomó los frascos entre sus manos y se abrazó a Naori.

—Me alegro tanto de verte —le dijo.

Naori miró a Mei de reojo y besó a Temari en la cabeza.

—Hola, solecito. ¿Ves? Esto es una bienvenida, pelirroja, aprende —le dijo a Mei.

—Pensaba que venías a por Sakura —se excusó el ojo que todo lo ve, abrazándola y dándole un beso en los morros.

—Ni Odín ni Freyja pueden prescindir de ellos —respondió Naori poniendo los ojos en blanco—. Por eso me han pedido que os traiga el mejunje. Bueno, bueno, bueno... —miró a su alrededor—. Al parecer, la guerra ya está aquí.

Naruto seguía mirando a Kakashi, incrédulo.

—Dios mío... Karin me va a crujir —murmuró el Engel realmente afectado—. Kakashi es muy amigo de ella, y muy importante en el clan de Wolverhampton...

—No digas nada más. No quiero saber nada más —le dijo Naori arrodillándose al lado de Kakashi—. A este me lo llevo. —Acarició su frente fría y sin vida y le retiró el pelo rubio plateado de la cara. Caray, era tan guapo... Lo cargó, pasándole un brazo alrededor de la espalda y cubriendo su herida del pecho con la otra. Se dio la vuelta para sonreír al rostro pálido de la Generala y dijo—: Sakura, las valkyrias han levantado una estatua de diamantes en tu nombre. Está en el centro de la plaza del palacio de Vingólf. Todas estamos orgullosas de ti —después se dirigió a sus hermanas—. De todas.

Dicho esto, alzó el brazo, y un rayo le rodeó la muñeca.

—¡Asynjur! —gritó.

El rayo la ascendió al cielo, con Kakashi, el berserker bengala de Wolverhampton, muerto entre sus brazos.