II
Introdujo una moneda manoseada y de bordes robados. Marcó los numerales con un entusiasmo que encapsulaba su nerviosismo. Los pitidos de la bocina retumbaban en él, como una trompeta que anuncia el inicio de una batalla acongoja a los reclutas novatos. Finalmente, alguien tomó la bocina.
—¿Hola? —solo el roce de la femenina voz al otro lado alivió los pensamientos de Chris, que inconscientemente sonrió.
—Hola, pequeña. ¿Cómo has estado?
—¡Hola, Chris! —Exclama entusiasmada la chica—. Estoy bien, no ha sido un buen año, sabes, pero estoy bien, ¿y tú qué tal, cómo es la vida de un héroe?
—Ha sido un año jodidamente raro —se rasca la nariz Chris—, pero ya nos vamos acostumbrando. Sinceramente el saber que la pasaremos juntos, hace que todo este tiempo con todos estos cretinos valga la pena.
—Chris…
—Solo lamento que la ciudad no sea realmente la gran cosa.
—Verás...
—Y el jefe está loco, sabes...
—Chris, no podré ir esta Navidad.
Un gélido viento sopló en el corazón de Chris.
—…Eh, ¿qué? ¿Cómo, qué dices, por qué, por qué no, qué pasa, Claire?
—Chris —suspiró la muchacha—, se complicaron las cosas aquí, la Universidad estuvo parada un mes por la huelga y recuperaremos el tiempo perdido estas dos semanas…
—Pero, pero podrías faltar un par de días, eres inteligente, una genio —intentaba negociar Chris—, seguro que no pasa nada por unos días…
—Serán clases intensivas, y debemos prepararnos para los exámenes finales —y tras un hondo silencio, sentenció—, no voy a poder, Chris… Lo siento mucho.
—… ¿Y qué tal si yo voy? —consideró.
—Sabes cuál es el problema, aquí no hay donde te quedes y con todo esto apenas podríamos pasar tiempo juntos… A ti te necesitan en la ciudad, lo sabes.
Chris rio nerviosamente.
—… Vaya, esto sí que no lo esperaba.
—Chris... Sé lo que significa la Navidad para ti, y en verdad lo siento...
—No, no, Claire, no te preocupes... Pff, ¿navidad? ¿Qué es eso? ¿A quién le importa? A mí no —decía, interpretando una soltura torpe—. Oye, oye... Claire, tú preocúpate por estudiar, ¿de acuerdo?
—Chris... De verdad...
—¡Que no me importa! —y respiró hondamente.
—… Lo siento, Chris. Sé que es una porquería.
—Oye, ya sabes que no debes decir groserías. A mamá no le gusta.
—Dejaré que tú las digas entonces…
Chris, tras un leve silencio, ensayó una sonrisa.
—Esto es una puta mierda…
Claire rio dulcemente al otro lado del teléfono, al otro lado del país. Se despidieron. Chris, que había contenido en lo posible su frustración, la liberó apenas colgó azotando la bocina contra los numerales, y lo hizo muchas veces, y cada vez más fuerte, y también lanzó algunas patadas, e intentó incluso arrancar el teléfono de la pared. Fue en eso que Barry detuvo al muchacho con su firme mano en el hombro.
—Ey, ey, ejejejey, así no harás que te regrese el dinero, muchacho.
Chris suspiró, como derrotado.
—No estoy de humor, Barry.
—Ya me di cuenta. Pero, sabes, no me gusta ver a mi perra así.
—Barry... Gracias, pero de verdad... ¿Qué, qué es eso?
Chris señalaba una bolsa grande de tela que Barry llevaba colgada al hombro.
—¿Ah, esto? Ah, no es nada, solo un recuerdito, ven...
Barry lo invitó a sentarse en las bancas acolchadas del pasillo. Tan decir que lo "invitó" como que era imposible decirle que no al buen Burton, pero le compró un juguito para relajarse. Chris ahora sentía que su frustración tenía sabor a uva.
—Te escuché al teléfono. No quise, pero, bueno, fue difícil no hacerlo.
—Sí, ajá —Chris sabía que el buen Burton era conocido por siempre dar consejos familiares a sus pares, aunque estos no los solicitasen.
—Chris. Espero que realmente no estés pensando en pasar la Navidad solo.
—No, ni pensaba celebrarla.
—Yo no lo permitiré, ¿sabes?
—¿De qué hablas, Barry?
—Bueno, que eres mi mejor amigo, casi como un hijo, uno tonto que mandaría estudiar lejos, pero sí, nadie merece pasar la Navidad solo, ya sabes, y bueno, por eso y muchas cosas más: Ven a mi casa esta Navidad, cena con nosotros.
La propuesta de Barry, aunque bienintencionada y provechosa, despertaba en el muchacho unas preocupaciones verdaderamente no normales.
—No lo sé. No parece buena idea.
—Claro que lo es.
—No, Barry. No quiero incomodar —rechaza modestamente, levantando las palmas para ocultar cierta vergüenza.
—No —alargó la o, se puso de pie e incorporó a Redfield cogiéndolo de los hombros—, una por ti, otra por mí, ¿recuerdas? Te quiero yo y tú a mí, ¿ok?
Chris cada vez se sentía más incómodo.
—No, enserio, Barry, no creo que pueda... —e intentó elucubrar alguna tonta excusa—, además... Acabo de recordar que habrá una fiesta...
—No me ofendas, Chris —se enserió el buen Barry—, pero quiero tu trasero en mi mesa y no aceptaré un No por respuesta. Si tiene que estar pateado, lo patearé. Pero cenarás con nosotros, aunque tengas las piernas y los brazos rotos y te tenga que dar el pavo licuado y por popote.
Chris supo entonces que no tenía escapatoria de la invitación de su amigo. Sus planes estaban decididos.
—… Viejo... —exhaló Chris, felizmente resignado—, siempre consigues lo que te propones.
—Vamos, ¿realmente querías pasar la navidad solo como esos malditos de Bravo?
Chris la pensó un rato, y finalmente dijo:
—Esos de Bravo son unos homosexuales —y se echaron a reír.
—Sí, señor... —respiró Barry—, la Navidad es para estar en Familia.
—¡Claro que no, Barry!
Era la señora Burton. Linda. Se llamaba Linda, quiero decir, aunque también era muy linda, toda una señora, incluso cuando se molestaba y puteaba a Barry como si el cielo se fuera a caer.
—Vamos, cariño, por favor —Barry se abotonaba la camisa.
—La Navidad es para la Familia, no para tus borrachos amigos de la policía —Linda le atraviesa a Barry el periódico con la gran fotografía de Bertolucci—, ¡mira, esos son tus amigos, a esos quieres traer a la casa donde duermen tu mujer y tus hijas!
—Oh, vamos, ¿de verdad crees en esta basura izquierdista? —Barry tira el periódico—. Linda, por favor, son muchachos de STARS, son como la familia —Barry intentaba que no le ignorase siguiéndola por la sala, paseando frente a Polly que leía un pesado Atlas en la mesa del comedor—, la mayoría estarán solos, será lindo tenerlo aquí.
—¡¿Y qué harán cuando llegue Santa, eh, matarlo a golpes?! ¡Son unos buscapleitos y no son de la familia! —volvió Linda de la cocina con un cuchillo de mantequilla.
—Ah, pero sí recibimos a Hilda y Zelda que siempre que me ven quieren sacarme los ojos, ¡ellas no son mi familia, eh, me odian, y estoy seguro que me echaron una maldición, son unas malditas brujas!
—¡Barry, Son mis hermanas, son de la familia y No Son Brujas!
—Pues bien, tus hermanas y mis amigos, ¿estamos pares?
—No te pases de listo, Burton.
—Si van a matarse, por favor háganlo afuera —apareció Moira, la hija mayor, la deslenguada, la darketa—, Si no sería más difícil vender esta pocilga.
Se arrojó en el sofá cuan larga era, con una revista en las manos.
Barry volvió con Linda, a mostrarle las palmas abiertas, como ya derrotado.
—Amor...
Pero su súplica fue detenida por el rugido carburizado de un motor furioso.
—¿Qué... qué diablos es eso?
Era el aullido gigantesco de una bestia metálica que llenaba el vecindario. Obviamente Polly se vio interrumpida de su lectura, pero Moira no fue arrancada de su apatía. Los Burton se acercaron a la ventana de la sala, para apreciar la llegada de una máquina desquiciante con una monstruosa rueda delantera, y sobre ella, un montaraz hombre, conciso, con chaqueta de cuero y jean parchados, de gran sonrisa.
—Oh, diablos... ¿Es...?
La moto se detuvo, el hombre desmontó.
—¡Hermano!
El rostro de Barry se descompuso, pero en Moira apareció una luz brillante. Se levantó rápida la muchacha, animosa, y salió corriendo a recibir al hombre.
—¡Tío Bass! —saltó a sus brazos.
—¡Pequeña Moira! —la recibió, la hizo girar, la alzó en sus macizos brazos.
—¿Cómo nos encontró? —Preguntó Barry—, ¿acaso le escribiste?
—¿Crees que estoy loca? —Linda lo negó todo.
Barry, recuperando la respiración, se obligó a salir, mientras su esposa sujetaba a la temerosa Polly.
—Eh, Bass, hermano, ¿cómo has estado, eh? —se notaba su nerviosismo. Le ofreció una mano tembleque.
—¡Barry, ven aquí! —Le haló Bass, y se unieron en tremendo abrazo—, no te he visto en años, desgraciado, pensaba que te habías cambiado de país.
—Sí, eh, bueno, han sido años agitados.
—Y que lo digas. Este país está patas pa'rriba. Puedes creerme, lo he recorrido de costa a costa, he visto todo tipo de locuras.
—¿Enserio, tío Bass? —Intervino, emocionada, Moira—, suena genial, debes haber vivido muchas cosas, ¿me contarías tus historias?
—Por supuesto, querida.
—Oye —intervino Barry, ofendido—, tú nunca quieres que te cuente mis historias.
—Tus historias son aburridas, Barry —respondió la hija, secamente—. Esta ciudad es aburrida, no puedo esperar a salir y ver el mundo como el tío Bass.
—Ah, pues quizás eso esté más cerca de lo que crees, querida —sugirió buenamente Bass, pegando juguetonamente con el codo.
—Sí, como en 40 años —intervino Barry y abrió un espacio entre su hija y su hermano.
—Hey, ¿esa es la pequeña Polly? —se distrajo Bass con la frágil niña que apenas se asomaba tras las faldas de Linda—, la última vez que la vi tenía el tamaño de un pan, ¡eh, ven aquí con el tío Bass! —Pero la niña solo se ocultó aún más— ¿Qué le pasa? ¿Es estúpida?
—Eh, no, Bass, mejor déjalo así —vuelve a interceder Barry—, eh, dime, ¿qué te trae por aquí, se te acabó el dinero o qué?
—Bueno, sí, eso también, pero vine a visitar a mi hermano, ¡a pasar la Navidad en familia! ¿No te parece genial?
El miedo apareció en el rostro de Barry, que se volvió para encontrar un horror similar en el de su esposa.
—Eh, verás, Bass... Nosotros, eh, ya no celebramos la Navidad.
Bass se inclinó para ver todo el hogar de los Burton total y hasta exageradamente adornado con luces, lazos, guirnaldas y hasta un Frosty en el techo.
—Ja, Barry, qué gracioso eres, je, je, je... No cambias, eh... — y mientras decía eso, Bass se encaminaba hacia el hogar de los Burton cargando un saco con sus cachivaches y con Moira casi haciéndole porras. Pasó al lado de la señora Burton, dedicándole un escueto—, Linda.
—Barry —habló Linda, con el ceño serio—, reunión de emergencia. Cocina. Ahora.
—¿Eh, ocurre algo? —se giró Bass, ya en el umbral de la entrada—, porque soy un experto en las emergencias, ¿saben? Una vez...
—No —habló Linda, cortante—, se trata del... Pavo. Debemos abrir al pavo.
—¿El Pavo? Aún falta como diez días para Navidad.
—Nos gusta... tenerlo a tiempo.
—Oh, vaya, bueno, ustedes a lo suyo. Ven Moira, ayúdame a desempacar —y Bass desapareció en la casa.
Linda condujo a un entusiasmado Barry a través de la sala hacia la cocina. Una vez allí, corrió las cortinas, sumergiendo la estancia en una oscuridad meridiana. Barry seguía sonriendo, mientras se desabotonaba la camisa.
—Barry... ¿Qué haces?
—Eh... ¿No íbamos a tener sexo, querida?
—¿Qué? No, ¿de qué diablos estás hablando?
—Dijiste que "abriríamos el Pavo", ya sabes lo que significa, eh, eh...
—Uh, Barry, debí haber dicho que íbamos a ¡degollar al Pavo! —tras ese exabrupto retomó su tono tranquilizando—. Escúchame bien: Tu Hermano no puede quedarse.
—Ah... eso. Pues yo estoy... —y justo cuando iba a decirlo, una reacción tuvo lugar en la mente de Barry, en una fracción de segundo en la que un terrible plan se elucubró en su cerebro, e iba más o menos así: Esperen un momento. Yo quiero traer a mis amigos a la fiesta de Navidad, pero si expulso a Bass, ¿con qué derecho podría traerlos yo a ellos? Por otro lado, si dejo a Bass quedarse, hay posibilidades de que deje traer a mis amigos, ¿verdad? ¡Sí, eso es!
En la mente de Barry, aquello tenía sentido.
—Sé lo que estás pensando, Barry.
—¿Eh, lo sabes? —se preocupó.
—Bass es tu hermano. Te gustaría pasar Navidad con él, como cuando eran niños, pero es un imbécil, y pasará Navidad en la Estación de Autobuses antes que quedarse aquí.
—Ah, claro —respondió histriónico el esposo—, eso es exactamente ¡Lo Contrario! A lo que estaba pensando, Linda.
—¿Eh, qué mosca te picó? —se extrañó la esposa.
—¿Cómo puedes hablar así, mujer? ¡Bass es de la familia, es de tu familia también, y la Navidad es para estar en Familia! ¿Qué te parece, eh? Si tú puedes traer a tus horribles hermanas, entonces yo puedo traer a mi insoportable hermano. ¡Tómala!
Y se puso a celebrar como si hubiese hecho una buena anotación en el Fútbol.
Linda quedó en un silencio profundo y gris.
—Me decepcionas mucho, Barry Burton.
—¿Eh, y eso qué significa? —preguntó, algo descolocado.
—Significa que no habrá Sexo de Navidad este año —y se fue.
—Oh, joder, no te pongas así, mujer...
Y salió tras de ella. Bass ya estaba todo pancho en el sofá, y Moira a un lado disponía de sus cosas que no eran más que baratijas recogidas por el camino.
—Bien, Bass. Hemos decidido que puedes quedarte —habló Barry.
—... Eh, ¿A qué te refieres?
—Oh, no, no, a nada, lo que quiero decir es que, bueno —y suspiró Barry, abriéndose de brazos y hundiéndose de hombros—, pasaremos la Navidad en Familia.
—¡Oh, sí, como en los Viejos Tiempos! —Se puso de pie de un brinco, y con los brazos extendidos fue a por Barry— Será una hermosa Navidad en familia. Solo los Hermanos Burton, tu linda esposa, las niñas y Tina.
—¿Tina? —Preguntó extrañado y asustado—, ¿Quién es Tina?
Llegó un claxon festivo.
—Oh, esa debe ser Tina.
Y salió Bass a recibirla. Barry se asomó patidifuso a ver un adornado camper llegar y estacionarse en su jardín, y Moira, al ver la misma escena, se entusiasmó cínicamente. Bass abrió los brazos, y la puerta del Camper se abrió, revelando a una dulce rubia de curvas prominentes. Tenía un rostro colorado, de palomita bronceada, y vestía solo unos cortísimos jeans, un sostén hecho con la bandera americana y un sombrero vaquero.
—¡Bass! —exclamó la muchacha, con un marcado acento sureño.
Barry, lenta y bobamente, se acercó a la visitante, que relucía con su piel briosa y su sonrisa resplandeciente.
—Eh, ¿tú eres Tina? —señaló con el dedo disminuido.
—Mucho gusto, señor Barry. Bass me ha hablado mucho de usted.
—La conocí en las carreras de motocross. ¿No es preciosa? Toda una campeona. Es mi nena, y ya es como de la familia.
Barry tragó en grueso, y volteó para ver a Linda arrancándole la pierna a un pollo.
—Wou. Está será una interesante Navidad —sonríe Moira con cinismo.
